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Diálogo y crisis: Notas para una reflexión




Enviado por juanca



    1. Las Condiciones del
      Diálogo
    2. Diálogo y
      Crisis
    3. Diálogo y
      Democracia
    4. Riesgos y
      prevenciones

     

    La gravedad y emergencia que representa la crisis
    argentina ha dado
    lugar a innumerables interpretaciones y expectativas respecto de
    su evolución como así también, a
    la exploración de las posibles soluciones. En
    este contexto, los nuevos intentos de Acuerdo,
    Concertación y Diálogo
    vuelven a concitar el interés de
    importantes sectores de la dirigencia política y social,
    como un recurso de acción frente a la incertidumbre
    generalizada que hoy se enseñorea como espejo de la
    precariedad política e institucional en nuestro
    país.

    La convocatoria al Diálogo(1) que
    hiciera el Gobierno
    Nacional, el auspicio de la Iglesia
    Católica y la inestimable asistencia técnica de las
    Naciones Unidas,
    a través del PNUD, ha finalizado su primera etapa con
    fuertes expectativas de una continuidad sistemática que
    permita desarrollar soluciones integrales a
    los problemas
    más acuciantes de la realidad argentina.

    Aun es muy temprano para conocer resultados ni siquiera
    medir los impactos que esta experiencia ha generado en los
    actores y en la sociedad en
    general. Sin embargo, se puede explorar en los temas planteados,
    en el tratamiento de las prioridades y en la reiteración
    de algunas demandas, para descubrir la intensidad que adquiere el
    juego de
    oposiciones entre intereses sectoriales y proyectos que
    pugnan por imponerse y/o definir posiciones dominantes con
    relación al aparato decisorio del Estado.

    Vinculadas a este proceso, se
    renuevan además, algunas preocupaciones inspiradas en el
    temor a un probable "revival" de los intentos de
    "concertación", de "diálogo político",
    "acuerdo nacional" y otros que ya fueron experimentados en el
    pasado y dejaron como resultado el sinsabor de frustraciones y
    desengaños como así también, sentimientos de
    impotencia ante ciertas rigideces estructurales que inhibieron
    las posibilidades de cambios en la política
    argentina.

    Por otra parte, la dirigencia política, hace
    referencia de inspiración en los procesos de
    transición democrática en la España
    post-franquista a través de los "Pactos de la Moncloa" y
    más cerca en nuestra geografía aunque
    más lejanos en el tiempo, se pueden
    recordar los "Pactos de Punto Fijo" –1958-en la
    transición democrática venezolana después de
    la Dictadura del
    Gral. Marcos Perez Jiménez y el "Pacto de Benidorm" entre
    los partidos Conservador y Liberal de Colombia que
    posibilitó la alternancia sucesiva entre ambos partidos
    como forma de reinstaurar un orden "democrático"
    después del proceso de violencia
    desatado en 1948 con la muerte del
    dirigente Eliazar Gaitán.

    En este contexto, se plantean diversos interrogantes que
    buscan interpretar la complejidad del momento histórico,
    como así también, la perspectiva de un proceso
    político que vuelva a configurar un marco de racionalidad
    y equidad para el ejercicio de la práctica
    democrática. El diálogo es, sin duda, un
    instrumento de reconocida aptitud no sólo ética sino
    metodológica para generar las condiciones que posibiliten
    la construcción de visiones compartidas entre
    los diversos actores de una sociedad.

    Podríamos preguntarnos si están dadas las
    condiciones para iniciar un proceso de diálogo
    sistemático que haga viable la construcción de un
    nuevo espacio para la gestión
    democrática de los conflictos en
    la sociedad. Si podemos superar visiones polarizadas del conflicto y
    reconocer la complejidad que caracteriza a la multiplicidad de
    intereses y de actores, a los procesos comunicacionales y a la
    necesaria identificación de un ámbito de
    convergencia de ideas y proyectos que lidere la formación
    de consensos básicos.

    El modelo
    interpersonal del diálogo es útil como referencia
    básica de la
    comunicación humana, pero nuestra problemática
    está directamente vinculada a la multiplicidad de
    interlocutores, portadores a su vez de intereses y proyectos, que
    entran en una compleja interrelación tan vertiginosa como
    contradictoria.

    Como consecuencia de lo mencionado, nos interesa el
    análisis del Diálogo como proceso de
    construcción de significados compartidos en el nivel
    social y político. Las reflexiones que siguen
    tratarán de ofrecer un marco de referencia inspirado en
    las teorías
    del Diálogo que hoy se alimentan de la práctica de
    procesos de pacificación y construcción de
    consensos cívicos, como una tendencia creciente en el
    proceso de lograr democracias más inclusivas.

    Las Condiciones del
    Diálogo

    Concebimos al Diálogo como un proceso de
    generación de sentido y de construcción de
    significados comunes entre actores individuales y colectivos.
    David Bohm define al Diálogo como "una corriente de
    significado que fluye entre, dentro y a través de los
    [actores] implicados..y este significado compartido es el
    aglutinante, el cemento que
    sostiene los vínculos entre las personas y las sociedades."(2) El diálogo, dice
    también: "proviene de la palabra diálogos cuyo
    prefijo <dia>, no significa dos sino <a través
    de>".El Diálogo, entonces, es el resultado de un
    proceso de cooperación y de trabajo conjunto para
    construir un significado común a los
    interlocutores.

    En este proceso de comunicación, cabe destacar la importancia
    asignada a la construcción interpersonal y colectiva de
    significados comunes que hacen posible la materialidad del
    Diálogo; más allá de la recta
    intencionalidad, reclamada por algún discurso
    ingenuo de la política, como condición suficiente
    para asegurar la confiabilidad del "buen
    diálogo".

    El Diálogo no es un ejercicio contemplativo sino
    generativo; en consecuencia, existe diálogo cuando ese
    significado compartido logra transformar el pensamiento
    colectivo. "el diálogo busca penetrar en el proceso de
    pensamiento y transformar el proceso del pensamiento colectivo.
    Ciertamente no hemos prestado mucha atención al pensamiento como
    proceso."(3). En consecuencia, nuestro objetivo no es
    dialogar en el sentido de intercambio de información, sino transformar a
    través del diálogo; es decir, de la
    construcción de nuevos significados que integren
    expectativas diferentes y aun contradictorias. Tal es el
    desafío que aparece en la superficie del proceso del
    diálogo en nuestra sociedad.

    Dice David Bohm: "el diálogo no está
    vinculado a la verdad sino al significado y éste no es
    resultado de una opción individual sino de una
    construcción social."(4) No es otra cosa el
    fundamento de la cultura cuando
    aludimos a ella como el espacio del significado construido en
    torno a valores y
    creencias que obran como referencia de la dinámica social. Toda organización social es, de modo directo, la
    expresión de un significado compartido y cuando
    éste se diluye, tenemos una sociedad vaciada de sentido
    con instituciones
    huérfanas de significado y con la violencia como mecanismo
    privilegiado para la realización de la voluntad individual
    o colectiva.

    El pensamiento de Johan Galtung, por su parte,
    acreditando una larga experiencia como investigador del conflicto
    y de los procesos de pacificación, resulta esclarecedor,
    cuando señala: "en las sociedades caracterizadas por
    redes complejas
    de intereses en conflicto, el desafío no está en
    evitar el conflicto sino en su "transformación, generando
    estructuras
    sociales transformadas y el diálogo es [precisamente] el
    proceso"(5).

    Un aspecto fundamental a ser explicitado es el
    propósito del diálogo como estrategia
    explícita y sistemática que busca generar consensos
    fundamentales para fortalecer las perspectivas de la convivencia
    social. Ahora bien, dicha estrategia se inscribe necesariamente
    en un contexto histórico determinado, con características propias que habrán
    de definir los andariveles posibles al proceso del
    diálogo. Aparecen entonces, los aspectos funcionales y
    disfuncionales del diálogo; en efecto, si el
    diálogo es una herramienta para el cambio, para
    acompasar los procesos de transformación, es
    también una plataforma de realización de los valores
    para la convivencia social y no sólo de intereses
    particulares.

    Con ello, nos estamos refiriendo al diálogo como
    herramienta de cambio y de formación de consensos
    básicos que hagan posible otro equilibrio de
    poder en la
    sociedad, abriendo nuevos canales de acceso y de
    participación a la ciudadanía social. Nos interesa
    el diálogo, principalmente, en su capacidad para promover
    el cambio y transformación de las estructuras
    socio-económicas.

    Con base en estas expectativas, el diálogo
    así concebido, tiende a configurarse como un espacio de
    contención, un ámbito generador de nuevos
    significados compartidos, sobre la base de una pluralidad de
    ideas y creencias, entre todos los actores sociales. Con este
    propósito, resulta indispensable reconocer la
    problemática que se plantea a partir de las nuevas
    realidades y condiciones sociales argentinas, en cuanto
    determinan la marginación y la exclusión, alejando
    cada vez más, las posibilidades para el desarrollo de
    una ciudadanía plena. En este escenario, el diálogo
    es desafiado en su potencialidad de transformación y en su
    carácter de generador de racionalidad y de
    organizador de consensos en la sociedad.

    En esta perspectiva, se puede afirmar que los procesos
    de transición y construcción democrática en
    los diversos países, dan testimonio de ésa competencia
    demostrada por el diálogo para facilitar los consensos
    mínimos, que hacen posible la toma de
    decisiones con reconocimiento de legitimidad. Obviamente, nos
    referimos al diálogo que no puede ignorar la realidad del
    poder ni sus modos de distribución en la sociedad; que a su vez,
    debe hacer explícita la realidad de los conflictos y las
    condiciones socioeconómicas y culturales que determinan la
    formación de los mismos; que descubre la oposición
    de intereses y valores; que visualiza finalmente la
    dinámica social, y es consciente de que su escenario es la
    sociedad concebida como un sistema complejo
    de equilibrio inestable.

    En este marco, el problema estratégico
    estará vinculado a la búsqueda de aquellos factores
    y elementos que faciliten el proceso de diálogo como
    factor de cambio y al mismo tiempo, promuevan las nuevas
    condiciones para incrementar los niveles de confianza entre los
    actores sociales.

    Dialogo y
    Crisis

    No obstante lo mencionado, en el ánimo de la
    opinión
    pública y de modo más o menos generalizado, se
    puede descubrir diferentes percepciones y
    expectativas:

    1. El diálogo como ilusión retórica
      que proyecta una suerte de capacidad mágica para
      armonizar la convivencia, poniendo énfasis en la
      intención de los actores. El diálogo es concebido
      a partir de un supuesto de pura voluntad y racionalidad; "el
      diálogo traerá las soluciones".
    2. El diálogo como recurso de última
      instancia. El diálogo como última frontera de la
      racionalidad; "lo arreglamos entre todos o no lo arregla
      nadie".
    3. El diálogo como instrumento de solución
      de corto plazo, está vinculado a la resolución de
      problemas. El diálogo como instrumento de toma de
      decisiones; "que las cosas que aquí se decidan, luego
      pasen [al gobierno]"

    Resulta sumamente provechoso analizar estas reflexiones
    a la luz de la
    experiencia que significó la primera fase del
    Diálogo Argentino, sintetizadas por su Equipo de
    Análisis(6). A lo largo de este proceso de
    diálogo, cuyas alternativas se hicieron manifiestas en los
    diferentes medios de
    comunicación, se pueden distinguir dos aspectos
    principales; por una parte, las actitudes
    asumidas por los actores sociales ante la iniciativa del
    Diálogo y, por otra parte, las opiniones que se revelan
    ante las diferentes problemáticas planteadas por la
    crisis.

    En primer lugar cabe destacar que "el diálogo es
    reconocido como una instancia necesaria y válida para
    superar la crisis que hoy vive el país".(7) En
    tal sentido, se puede afirmar que el diálogo es
    visualizado como un proceso con alta potencialidad para modificar
    comportamientos y orientarlos hacia nuevos propósitos,
    vinculados a la solución inmediata de los problemas
    más acuciantes aunque sin resignar la búsqueda de
    soluciones más integrales a los problemas estructurales
    que hacen persistente la crisis argentina.

    La realidad nos muestra un amplio
    consenso respecto del diagnóstico "de una crisis que se extiende
    a todos los planos de la vida en común de los
    argentinos"(8). No obstante, existen diferencias
    explícitas en torno a la identificación de las
    causas que estuvieron en el origen de la crisis. Ante ésta
    descripción, las expectativas de los
    actores en torno a las posibilidades del diálogo son
    dispares. Hay quienes piensan que los principales responsables
    ó detentadores de mayor cuota de poder, están
    ausentes de éste ámbito de diálogo; en
    consecuencia, no se sienten involucrados ni comprometidos.
    "Quebrada la solidaridad,
    prevalece la desconfianza y la conciencia de la
    gravedad de la crisis no parece bastar para que se modifiquen los
    criterios y comportamientos que condujeron a esta crisis. La
    falta de asunción de la propia responsabilidad, mayúscula en el caso de la
    dirigencia, conduce a la culpabilización del otro sin una
    paralela consideración de las propias falencias."
    (9)

    Esta percepción
    bastante generalizada, amenaza con debilitar el proceso de
    diálogo en su capacidad de incidir en el sistema decisorio
    del Estado. Otros, consideran que es posible maximizar la
    capacidad de respuesta de los "actores nacionales", más
    allá de quienes detentan espacios concentrados de poder
    económico, en un esfuerzo que concite la solidaridad y la
    formación de consensos mínimos alrededor de los
    principales temas de la agenda nacional. "A pesar de las
    dificultades, de la fragmentación y de la desconfianza,
    las primeras coincidencias alcanzadas exhiben la potencialidad
    del Diálogo Argentino como instrumento inédito y
    eficaz para este tiempo de transición. Estos consensos y
    la metodología para alcanzarlos quieren ser,
    además, una contribución a la formulación de
    políticas públicas, como verdaderas
    políticas de Estado, con amplio apoyo ciudadano, para
    éste y otros gobiernos." (10)

    También puede observarse que los modos de
    referirse a la crisis, a su persistencia y a sus efectos
    perversos en las condiciones de vida de la población, descubren la fundada
    preocupación por la emergencia de actitudes individuales y
    colectivas que representan el debilitamiento de los marcos de la
    racionalidad en la convivencia social. En este sentido, cabe
    destacar la renovada confianza en el diálogo como un
    recurso ó una alternativa para afirmar el espacio de la
    racionalidad en el seno de la convivencia social y
    política. "Permítanme señalar que aunque se
    han oído voces
    que ven posible o inevitable la confrontación, lo deseen o
    no, creo sinceramente que se trata de un porcentaje minoritario.
    En efecto, de acuerdo con una encuesta
    reciente desarrollada para el Diálogo Argentino
    conjuntamente por Gallup, Mora y Araujo y SEL, hay un 65% de
    argentinos, y más de un 70% de la dirigencia, que
    está genéricamente a favor de la convocatoria del
    diálogo aunque solamente un 49% (que no es poco) cree que
    este podría resolver los problemas del país".
    (11)

    Aunque de modo implícito, la práctica del
    Diálogo está reclamando un lugar de liderazgo en
    la sociedad que, a su vez, garantice un clima de
    confianza y de creencias renovadas. Parece oportuna la
    reflexión del sociólogo Julien Freund: "Toda crisis
    traduce una carencia de autoridad, en
    todos los sentidos del
    término…Dicho de otro modo, toda crisis es una crisis de
    autoridad, si es verdad que la presencia de una jerarquía
    otorga seguridad"(12). Es obvio que Cabe la
    sociedad argentina está percibiendo ésa orfandad en
    el nivel de la dirigencia política y en consecuencia,
    busca en el Diálogo una nueva oportunidad y un
    ámbito renovado para la reconstrucción de nuevos
    liderazgos. Las referencias al rol de la Iglesia y a los valores
    que representa están señalando el orden que la
    sociedad prefiere. La Iglesia como autoridad, basada en la
    defensa de los valores fundamentales de la convivencia, aparece
    como "ultima ratio" antes de la eventual explicitación del
    conflicto. Las afirmaciones en tal sentido, están
    denotando la intensidad del sentimiento depositado en el
    liderazgo moral de esta
    institución.

    "La crisis es una situación colectiva
    caracterizada por contradicciones y rupturas, plena de tensiones
    y desacuerdos, que hacen que los individuos y los grupos vacilen
    acerca de la línea de conducta que
    deben adoptar, porque las reglas y las instituciones ordinarias
    quedan en suspenso o inclusive algunas veces están
    desfasadas con relación a las nuevas posibilidades que
    ofrecen los intereses y las ideas que surgen del cambio."
    (13)Y más adelante, el mismo autor agrega:
    "Toda crisis implica el tiempo: descansa sobre una
    comparación entre el presente y el pasado, de los cuales
    el presente toma el aspecto de una miseria y el porvenir el de
    una angustia porque el pasado se ha perdido."(14) Este
    pensamiento logra focalizar el complejo de emociones que
    acompaña a la evolución de los períodos de
    crisis, a la dimensión existencial que se expresa en
    comportamientos colectivos aparentemente erráticos y como
    tal, está presente en el Diálogo, condicionando el
    desarrollo de su propia evolución.

    Obviamente, la manifestación de la crisis
    exacerba lo equívoco y alienta la confusión en
    torno a la viabilidad de las acciones que
    se emprenden. La crisis en tanto se manifiesta como una ruptura,
    aun indescifrable que revela el temor a lo desconocido, promueve
    comportamientos individuales y colectivos que apelan a lo
    irracional como un contrasentido que refleje la necesidad de
    construir otra conciencia de la realidad.

    La demanda de
    "que se vayan todos", "que gobiernen las asambleas", expresa
    ésta rebelión contra lo racional, lo establecido,
    la percepción de "insolvencia" de la política para
    responder a las necesidades que le plantea la sociedad. La
    frustración de las expectativas está en el origen
    del conflicto. Recordemos a E. Durkheim
    cuando distingue dos fases en el proceso de conformación
    del conflicto: "a) acumulación de ansiedades y
    frustraciones, producidas por una drástica
    restricción de las aspiraciones que albergaba el actor
    social; b) arranque espontáneo de ira popular".

    Ciertamente, la crisis no evoluciona por sí misma
    hacia el conflicto. Es preciso la intervención de la
    voluntad de los actores para definir el conflicto. Este suele
    aparecer como un expediente de solución. No olvidemos que
    la identificación de un enemigo cumple la función de
    reintroducir la certidumbre en el horizonte de las expectativas
    de los

    actores, mientras alimenta un sentimiento de seguridad,
    que otorga la ilusión de poseer una idea a modo de verdad
    incontrastable. El conflicto reintroduce la dialéctica del
    "amigo-enemigo" y reconoce como origen la disputa en torno a un
    derecho cuestionado. Por ello, el conflicto se explicita cuando
    han fallado las otras soluciones: la negociación o el arbitraje.

    Diálogo y
    Democracia

    Existe un consenso generalizado respecto de la
    importancia del diálogo como práctica fundacional y
    fundamental de la democracia. La
    democracia requiere del diálogo para construir
    significados comunes y compartidos, que delimitan el campo de
    legitimidad de los actos de la autoridad
    política.

    Diversos antecedentes en el contexto latinoamericano dan
    cuenta de la práctica del Diálogo en situaciones
    representativas de dinámicas políticas complejas
    por la diversidad e intensidad de los intereses en pugna. Entre
    ellos, podemos mencionar al proceso de pacificación en
    Guatemala,
    después de largos años de violencia militar y
    paramilitar contra las poblaciones indígenas; el proceso
    vivido en El Salvador y el más próximo a nuestros
    días, el dificultoso proceso de diálogo en Colombia
    entre el Estado y
    las organizaciones
    guerrilleras FARC y ELN.

    En todos ellos, el diálogo aparece con su
    potencialidad transformadora en el sentido de construir otro
    espacio para la distribución del poder en la sociedad,
    orientado a promover la participación de los actores en
    torno a nuevos significados que, a su vez, renuevan lealtades
    políticas y redefinen lazos de cooperación social.
    Se trata de procesos que tienden a la búsqueda de
    "significados compartidos" para fundar una nueva
    construcción social de mayor cooperación y
    orientada a "transformar el conflicto". De esta manera, el
    proceso de diálogo genera las condiciones para un proyecto
    colectivo que condensa expectativas comunes, mientras las partes
    se comprometen en su realización.

    Llegados a este punto cabe distinguir entre los
    conflictos de intereses y conflictos de valores. Esta
    distinción explicitada por el sociólogo W. Aubert
    hace referencia a aquello que es materia de
    negociación –de intereses- y lo que, en principio,
    no es negociable. Pensamos que éste aspecto arroja luz
    sobre la coyuntura del Diálogo Argentino en la medida que
    tales distinciones permitirían desarrollar nuevas estrategias de
    sistematización del diálogo. Los conflictos de
    intereses hacen referencia a lo cuantitativo mientras que lo
    cualitativo está referido al sistema de valores y
    creencias. No obstante, la realidad muestra una constante
    convivencia entre ambos aspectos; sea de conflictos de intereses
    que se vuelven rígidos como así también, de
    conflictos de valores que encuentran dimensiones convergentes y
    propiciatorias de diálogo.

    "los intereses en conflicto no son completamente
    incompatibles. Tan sólo lo son hasta el punto en que las
    ganancias de una parte pueden convertirse en las pérdidas
    de la otra" (1969b:285)(15). Y lo que es más,
    en este tipo de conflictos existe una zona de
    intersección, de intereses convergentes: ambas partes
    están de acuerdo en la validez del bien, por lo que, a
    través de la negociación, buscarán el modo
    de "minimizar el riesgo de la
    mayor pérdida" para ambas. (Aubert)

    La negociación se ocupa del conflicto de
    intereses aunque puede resultar insuficiente para generar
    consenso donde existe un conflicto de valores. En términos
    valorativos, la cultura del conflicto implica la
    consideración valiosa del mismo, no por lo que éste
    tiene de antagonismo y hostilidad, sino porque la confianza en
    los medios de
    resolución – todo es negociable, todo es resoluble-
    dará lugar a enriquecedores y liberadores
    resultados.

    En efecto, el eje de la negociación reside en la
    identificación de los intereses, su grado de
    contradicción recíproca y la aceptación de
    ésa diferencia por cada uno de los actores implicados. "Yo
    no estoy de acuerdo con su posición pero acepto que
    tenemos intereses opuestos, nuestro desafío es construir
    una zona de acuerdo".La Teoría
    de la Negociación reconoce su núcleo central en
    ésta problemática de la identificación de
    los intereses y en los modos de satisfacerlos buscando el
    beneficio mutuo.

    "La negociación es la característica
    esencial de una sociedad que crea riqueza porque posibilita la
    distribución voluntaria de cualquier cosa, aliada a la
    naturaleza,
    que se cree gracias al esfuerzo humano y para cubrir las
    necesidades humanas.

    La negociación es un explícito intercambio
    pactado de forma voluntaria entre personas que quieren algo las
    unas de las otras."(16)

    Los procesos de negociación ó
    concertación de intereses diferentes y por otra parte,
    aquellos que se proponen la superación del conflicto,
    generando estructuras de pacificación, condiciones para la
    reconciliación y el compromiso de reparación de los
    daños y de las ofensas que fueran resultado de la
    injusticia y la violencia; todo ello debe formar parte del
    Diálogo como arquitectura del
    consenso en la sociedad.

    Se refleja una voluntad de diálogo que no es
    posible confirmar de un modo sistemático en

    la sociedad. Se asemeja más a un discurso sobre
    la voluntad que al ejercicio de la misma. La pregunta, en todo
    caso tiene que ver con la condiciones que reclama esa voluntad de
    diálogo para continuar. La afirmación de la
    voluntad junto a "tengo dudas de que podamos construir un
    ámbito creíble"(17) hablan de una
    voluntad no comprometida con los objetivos del
    diálogo y más bien como un compromiso formal, con
    un proceso ritual.

    La participación, al decir de Bohm tiene dos
    dimensiones fundamentales: compartir y contribuir. Ambas
    están estrechamente vinculadas al trabajo en común,
    a una idea consensuada que se prolonga en una estrategia de
    "co-laboración", de trabajo conjunto. Diálogo es
    comunicación, "hacer común" la producción de significados. Sobre esta base
    es posible la cooperación, el trabajar juntos: "co-operar
    significa literalmente trabajar juntos [y para que ello ocurra,
    las personas] deben ser capaces de ir más allá de
    la mera trasmisión de datos de una
    persona que
    actúa como autoridad a otras que actúan como
    instrumentos pasivos de esa autoridad y crear algo en
    común"(18).Cabe preguntarse hasta qué
    punto, este segundo aspecto está presente en los actores,
    como una disposición explícita a generar
    condiciones que permitan ésa
    colaboración.

    Cierta concepción ingenua, más
    precisamente paternalista, de la participación,
    según la cual se participa de algo construido, de un
    ámbito institucionalizado con centralidad de la autoridad,
    desalienta un modo de participación que debe hacerse cargo
    de las consecuencias generadas por su propia dinámica. La
    participación es fundamentalmente, involucrarse en la
    construcción de otro equilibrio del poder. Hoy es posible
    hablar de nuevas prácticas para la generación de
    consensos creativos que surgen de la "conversación
    común, la decisión común y el trabajo
    común y que precede a la participación activa de
    los ciudadanos en la transformación del conflicto a
    través de una conciencia y un juicio político
    comunes".(19)

    Riesgos y
    prevenciones

    Incertidumbre sobre los objetivos del
    diálogo

    Existe una marcada confusión entre diversos
    términos que remiten a diferentes realidades:
    concertación, pacto, consenso, diálogo. Más
    allá de las experiencias históricas que se
    concretaron en procesos de concertación laboral y siempre
    estuvieron referidos a procesos de negociación entre
    actores institucionalizados y recíprocamente
    legítimos como portadores de intereses explícitos,
    cabe recordar las diferencias en los contextos
    históricos.

    Esta incertidumbre respecto de los objetivos del proceso
    de diálogo es fuente de algunos interrogantes:
    ¿Debe ésta etapa del diálogo abocarse a los
    temas de la emergencia ó del mediano y largo plazo?.
    Ciertamente, estamos acostumbrados a trabajar en líneas
    inconexas entre ambas dimensiones. Lo dominante de la coyuntura
    ha generado una tendencia a resolver en términos de
    inmediatez sin preocuparse por las consecuencias de tales actos y
    decisiones, las cuales terminan obstaculizando la
    preparación de una óptica
    de mediano plazo.

    Cierta incapacidad para vincular las soluciones del
    presente con la preparación del porvenir se origina en la
    afirmación de un pensamiento fragmentario que se proyecta
    en la ruptura de continuidades temporales. Conocemos los
    fundamentos del dogma "neo liberal" que demoniza la planificación para sustituirla por una
    visión inmediatista y proyectada como matriz de un
    pensamiento eficientista que se desentiende de los efectos de
    aquellas acciones que se hacen en su nombre. Las
    ideologías del "ajuste" son una prueba de ello en el
    territorio latinoamericano.

    La coyuntura y el mediano plazo no son visualizados en
    términos de continuidad en el discurso político y
    económico sino como contradictorios. Ello se traduce en
    una incapacidad para definir cursos de
    acción de modo autónomo. "La combinación de
    descuido a largo y corto plazo de los valores compartidos le va
    al debilitamiento del orden moral y a sus esperadas consecuencias
    de disfuncionalidad"(20). Estos procesos de
    regresión aparecen ligados al crecimiento de la
    complejidad de los problemas y al modo mutilador de tratarlos. La
    política, en consecuencia, se fragmenta en sus modos de
    intervención en la realidad y la posibilidad de construir
    una concepción integradora del fenómeno
    político disminuye o desaparece.

    Parafraseando a Edgar Morin: "La anti-política es
    el discurso de la despolitización de la sociedad. Todo se
    disuelve en la
    administración, en lo cuantificable (sondeos, encuestas y
    estadísticas). La política en trizas
    pierde la comprensión de la vida, de los sufrimientos, de
    los desamparos, de las soledades, de las necesidades no
    cuantificables. Todo esto contribuye a una gigantesca
    regresión democrática: los ciudadanos
    desposeídos de los problemas fundamentales de la
    ciudad."(21)

    En los últimos tiempos, los vientos de la
    liviandad política en Argentina han venido preñados
    del prejuicio de la anti-política. A partir de constatar,
    a modo de silogismo, que si la política no resuelve los
    problemas "aquí y ahora", se puede deducir que la
    política es una actividad inútil y en tal
    carácter no reviste valor alguno
    para la marcha de la sociedad.

    Hemos llegado así, a la conclusión
    "paradigmática" de que la política tiene el lugar
    del no-valor para la sociedad en la medida que no aporta bienes
    tangibles que puedan evaluarse como necesarios para "la gente". A
    este sujeto tan abstracto como colectivo sólo le interesan
    sus problemas y el modo más expeditivo de resolverlos.
    Problemas inmediatos que tienen que ver con la supervivencia de
    sí mismo y su entorno inmediato en un contexto de cultura
    consumista que postula valores autoreferenciados y
    extraños a la solidaridad.

    Para qué entonces la política si cada
    individuo puede abstraerse en una sociedad autoreferenciada que
    le otorga la ilusión de la autodependencia, si puede
    elegir el momento para conectarse con los demás, si cada
    uno puede reconstruir su propio mundo virtual sin la demanda
    existencial del prójimo. Claro que se puede razonar sobre
    los problemas del conjunto social, los problemas "macro" que
    dibujan una especie de perímetro para indicar que la
    solución es una cuestión de expertos a los que cada
    individuo confía su destino mientras entretiene su
    cotidianeidad en lo micro, en un espacio de consumo de
    energía encerrado en sí mismo. "No existen
    solamente las incapacidades democráticas. Hay procesos de
    regresión democrática que tienden a marginar a los
    ciudadanos de las grandes decisiones políticas (bajo el
    pretexto de que éstas son muy «complicadas» y
    deben ser tomadas por «expertos» tecnócratas);
    a atrofiar sus habilidades, a amenazar la diversidad, a degradar
    el civismo. Estos procesos de regresión están
    ligados al crecimiento de la complejidad de los problemas y al
    modo mutilador de tratarlos. La política se fragmenta en
    diversos campos y la posibilidad de concebirlos juntos disminuye
    o desaparece." (22)

    Este aspecto está directamente vinculado a la
    inclusión de los ciudadanos comunes en este proceso de
    diálogo. Así ha sido reclamado y es posible afirmar
    que una porción creciente de la sociedad no se siente
    legítimamente representada mientras que la nueva
    dinámica de las movilizaciones ha demostrado que todos
    somos parte del problema y no sólo destinatarios de la
    solución.

    En este contexto se descubre una demanda a favor de
    incrementar mecanismos que garanticen la confianza mutua en el
    proceso de diálogo; ¿vienen todos con la misma
    voluntad de acordar?. Este interrogante alude a "especulaciones
    sectoriales e intereses cruzados" que hacen dudar de la honestidad para
    debatir sin prejuicios.

    Nuestra sociedad ha conocido de una extensa
    prédica refractaria a la legitimidad de los intereses
    sectoriales y aun corporativos, sin embargo, más
    allá del discurso, la práctica del poder adolece
    del mismo defecto que critica. Los intereses sectoriales que
    ponen en cuestión algunos equilibrios de poder en la
    sociedad, desde una práctica referenciada en una
    visión política de la relación
    Estado-Sociedad, son calificados de corporativos con el
    propósito de restar legitimidad y eficacia a sus
    propósitos; un ejemplo lo constituye el "corporativismo
    sindical". Estas situaciones han llevado, en diversas
    oportunidades, a plantear los conflictos en términos de
    necesidades sociales y "lo que es necesario solo puede ser
    de un modo y no de otro", de esta forma la alternativa de la
    negociación se clausura cuando las presentaciones se
    plantean como necesidades absolutas. "Nada podrá cambiar
    la presencia de una necesidad absoluta porque, de una forma u
    otra, la persona creerá que tiene una razón
    válida para aferrarse a ella o para odiar a quienes
    parecen interponerse en el camino de lo que le parece
    absolutamente necesario" (23)

    El diálogo se percibe como un espacio que
    además de procesar demandas, inquietudes y expectativas de
    los participantes y de reflejar el ánimo de la sociedad en
    un momento determinado, pone en juego su capacidad de generar
    respuestas consistentes, a partir de un proceso de
    creación de valor que permite superar el dilema planteado
    desde la necesidad antes que de la posibilidad.

    Las demandas sectoriales que no se reconocen en la
    interrelación de los actores sociales, que no comparten la
    voluntad de construir una comunidad,
    tienden a la fragmentación social, a la pérdida de
    identidades y competencia de los grupos humanos; en suma, a la
    anomia y a conductas reactivas y antisociales.

    Una "buena sociedad" como afirma Etzioni es aquella que
    promueve "la educación, el
    liderazgo, la persuasión, la confianza y los
    diálogos morales para sostener las virtudes, [por ello es
    preciso] definir un núcleo de valores que es menester
    promover, un núcleo sustancial más rico que los que
    hacen que un procedimiento sea
    meritorio" (24)

    "Hemos aprendido a finales del siglo XX que hay que
    substituir la visión de un universo que
    obedece a un orden impecable por una visión donde el universo sea
    el juego y lo que está en juego es una dialógica
    (relación – antagónica, competente y
    complementaria) entre el orden, el desorden y la
    organización." (25)

    En este contexto cabe recordar que el problema
    fundamental que experimenta nuestra sociedad tiene que ver con el
    fenómeno de la exclusión social agudizado por el
    desempleo que
    priva a los individuos de toda posibilidad de subsistencia de una
    manera autónoma. Se pierde libertad,
    autonomía y dignidad. Diferencia con la marginalidad,
    marginal es el que habita en los márgenes, el
    fenómeno de los años sesenta como consecuencia de
    los procesos de industrialización y urbanización.
    La exclusión se define con respecto al sistema y a las
    barreras que este impone para ingresar o permanecer en él.
    La exclusión es expulsión y es ruptura del pacto de
    ciudadanía que define la relación del Estado con la
    sociedad.

    La exclusión como categoría teórica
    y la expulsión como realidad existencial tienen que ver
    con la carencia. El excluido ha sido empujado de algún
    lugar hacia la nada pero en la realidad se plantea el problema de
    la reubicación, de la reinserción que obviamente no
    puede ser en la misma sociedad que lo ha excluido. Esa sociedad
    debe cambiar para poder incorporarlo nuevamente. De allí
    que la denominación de excluido es insuficiente en
    términos de construir un pensamiento de futuro y
    sólo puede alimentar un pensamiento de denuncia de la
    contradicción de una sociedad que expulsa. En estos
    términos, el excluido no es un actor social pleno sino una
    categoría descriptiva y una realidad existencial. El actor
    se define a partir de la voluntad, de la energía que puede
    movilizar para transformar un determinado estado de cosas. De
    modo que la inclusión en el Diálogo Argentino debe
    significar la inclusión de un concepto pleno de
    la ciudadanía como condición para efectivizar el
    diálogo.

    "En Argentina, ciertamente la crisis de la Democracia
    abarca todos los aspectos pues, la incapacidad de las
    instituciones para impartir justicia,
    garantizar la seguridad a los ciudadanos y acreditar la administración transparente de los recursos
    públicos; está resultando en una sociedad
    caracterizada por la anomia y la alineación de la sociedad
    respecto del Estado." (26)

    En este sentido, el diálogo está poniendo
    sobre la mesa aquellos núcleos problemáticos que
    hacen a la viabilidad de un sistema democrático en
    Argentina. El diálogo tiene que ver con la oportunidad de
    nuevos actores sociales y políticos que están
    dispuestos a ensanchar el ámbito de la reflexión
    política, a incorporar la incertidumbre como un dato
    constitutivo de los procesos de cambio y las diferencias de
    opinión, de intereses como expresión de una
    diversidad pluralista.

    La falta de comprensión. Ciertamente, la
    construcción de un ámbito de diálogo se
    fundamenta en la importancia de la comunicación, de
    propiciar el desarrollo de sus capacidades de transmisión
    de información, condición necesaria para la
    comprensión pero no suficiente.

    "Hay dos comprensiones: la comprensión
    intelectual u objetiva y la comprensión humana
    intersubjetiva. Comprender significa intelectualmente aprehender
    en conjunto, com-prehendere, asir en conjunto (el texto y su
    contexto, las partes y el todo, lo múltiple y lo
    individual). […] Explicar, es considerar lo que hay que conocer
    como un objeto y aplicarle todos los medios objetivos de conocimiento.
    La comprensión humana sobrepasa la explicación.
    […] Las personas se perciben no sólo objetivamente, sino
    como otro sujeto con el cual uno se identifica y que uno
    identifica en sí mismo, un ego alter que se vuelve alter
    ego. Comprender incluye necesariamente un proceso de
    empatía, de identificación y de proyección.
    Siempre intersubjetiva, la comprensión necesita apertura,
    simpatía, generosidad."(27)

    El proceso de construcción de consensos requiere
    de un espacio de liderazgo que debe ser público y
    promovido desde el Estado con la participación de personas
    caracterizadas por su capacidad de liderar el pensamiento.
    Como señala Chris Argyris, el Líder
    es aquel capaz de acompañar a los demás hasta el
    confín de sus posibilidades. Hay que fundar un espacio del
    pensamiento que sea legitimante de prácticas
    políticas, ello requiere un nuevo diálogo entre el
    Estado y la sociedad que renueve la vinculación
    público-privado. Redefinir lo público como
    razón de ser del Estado.

     

     

     

    Lic. Juan Carlos Herrera

    Licenciado en Ciencia
    Política

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