- El ensayo como búsqueda y
creación - Presentación del
autor - El ensayo y su elan
filosófico-cultural - Imagen,
metáfora,verdad - Verdad,
conocimiento, valores, praxis, comunicación:
saber. - Filosofía
y literatura en jose lezama lima - Humanismo y
valores en Jose Marti - Martí,
periodista - La
relación ética – política en el
pensamiento de José Martí - El sentido de
identidad en la obra de A. Carpentier. - Filosofía
e identidad en el pensamiento de Medardo
Vitier - Gramsci y la
filosofia - Platón y
su visión del filosofar - Síntesis
curricular
Estamos en presencia de un ensayo de
ensayos. El
autor revela las especificidades del género
ensayístico y consecuente con ello, expone varios ensayos
en temas diversos de carácter
filosófico cultural, con acento humanista.
La diversidad de temas tratados no resta
valor a la
compilación, ni conspira contra la coherencia lógica
y la unidad que siempre exigimos a un libro. Un
propósito esencial sirve de mediación central a la
totalidad del trabajo: hacer teoría
e historia del
ensayo y mostrar las particularidades que lo caracterizan y
definen como género especial, diferente al
artículo, al estudio crítico, al tratado
didáctico, etc., por supuesto, sin perder de vista que los
límites
entre los géneros literarios son flexibles y
relativos.
El autor, asumiendo creadoramente la tesis
lezamiana que las influencias dejan de serlo, cuando son
sentidas, incorpora a su discurso
revelador a grandes ensayistas de nuestro continente y del mundo.
Aprovecha con originalidad y estilo personal, los
resultados teóricos relacionados con el ensayo del
filósofo y pedagogo cubano Medardo Vitier, pionero en
trabajos de esa naturaleza,
así como otros fundadores y maestros del género. En
el trabajo
brilla por su presencia el rico discurso de José
Martí como figura de las letras que hizo del ensayo un
medio idóneo para develar la espiritualidad del hombre en su
perenne posibilidad de excelencia y creación. Un discurso
que como bien destaca el Dr. Pupo, "ve con las palabras y habla
con los colores" y no
separa el oficio de la misión
para encarnar un corpus crítico de acción
comunicativa para la formación humana.
El profesor Pupo, sin pretender hacer derroche de
erudición – no es su estilo – nos presenta un
profundo y sugestivo análisis crítico del ensayo y sus
implicaciones teóricas, metodológicas y
prácticas. Con sólidos argumentos y la fuerza
persuasiva que caracterizan al que vierte todo su espíritu
a nobles propósitos, el autor logra penetrar con audacia y
éxitos en la naturaleza interna del ensayo como
género que propicia con creces la búsqueda y la
creación comunicativas. Revela con pleno oficio sus rasgos
más característicos, es decir, el acento o
sello propio del escritor, tematizado en su subjetividad
expresiva y su correspondiente modo subjetivo en el tratamiento
de los temas, ya sea propiamente literario, académico,
etc. Hace énfasis en el elan filosófico-cultural
del discurso ensayístico, a partir de la perenne
vocación de búsqueda, su sentido utópico y
su mirada ecuménica. Un discurso que no dispone por la
fuerza o impone a ultranza, sino que propone, agrega y
añade, porque suscita nuevas aprehensiones. Sencillamente,
tal y como lo demuestra el maestro Pupo, el verdadero ensayo abre
innumerables cauces al pensamiento
creador y a los sentimientos. Por ello es un medio insustituible
en la construcción de la verdad y la
revelación de los valores
humanos.
Es que el ensayo, si bien no es un tratamiento
sistemático o despliegue lógico de un asunto, lleva
dentro la lógica natural que fluye de la subjetividad
humana. Esto determina su creciente autenticidad, sin necesidad
de recurrir a las "puras objetividades", limpias de las vetas
personales.
En el buen ensayo se vierte la subjetividad toda, sin
resultar un puro discurso subjetivista, al margen de la realidad
objetiva y los condicionamientos reales y necesarios. Simplemente
se aborda la realidad en relación con el hombre y en
función
de él. Pero un hombre concebido culturalmente, que piensa,
siente, actúa y se comunica.
Su estilo, tal y como subraya el autor, se
diferencía cualitativamente del tratado y de la monografía. El ensayista, más que
transmitir un cuerpo de nociones aceptadas, enseña, abre
cauces interpretativos nuevos y sugerentes. Renuncia a la
misión didáctica, a las convenciones puras.
Propone y agrega por su riqueza sugestiva. Es tolerante,
está abierto al reconocimiento del otro porque brinda
opciones y espacios a la elección y no cree que su verdad
es la verdad.
El lenguaje
empleado es múltiple, variado y diverso no reduce la
dimensión lingüística del hombre en la
aprehensión de la verdad y la revelación de
los valores al
simplemente llamado lenguaje científico y a los conceptos
y categorías lógicas con que piensa el objeto.
Emplea todas las formas aprehensivas lingüísticas y
las anima con la fuerza de la subjetividad. Imprime color, movimiento y
gracia estética a las ideas. Fertiliza el discurso
con las imágenes
que unifican y las metáforas que buscan la unidad en la
diversidad y dirigen el pensamiento a la cultura con
sentido humano. Por eso el maestro Medardo Vitier –autor
trabajador profundamente por el Dr. Pupo-, en su Ensayo
Americano, señala: "El ensayo abre cauces dóciles a
la subjetividad y a las ideas, sin mengua de sus perfiles, viven
envueltos en el aura personal, comunicativa, que nos torna
propenso a la conversión". En fin, tanto en el
análisis crítico del ensayo como en los propios
ensayos que expone el autor, se descubre con sólidos
fundamentos la esencia del ensayo como género literario de
la
personalidad, de la subjetividad creadora que acentúa
y revela, porque promueve, remueve y aviva con sentido de atisbo
y gérmenes, capaz de impulsar la inquietud humana, sin
perder de vista la dignidad de las ideas y el encanto de la
comunicación.
Varios ensayos se integran al libro. Todos poseen
riqueza conceptual, axiológica y comunicativa. En todos
encontramos vocación cultural humana y vuelo de altura.
Los problemas
humanos orientan el discurso hacia la unidad de lo diverso y
hacia lo grande y absoluto.
En imagen,
metáfora y verdad, después de interesantes
análisis sobre el tema y sus mediaciones, el autor
demuestra la necesidad de concebir el saber como
aprehensión integradora incluyente, pues no es posible
acercarnos a la verdad con reduccionismos gnoseologistas que
excluyen otras formas humanas, incluyendo el lenguaje
figurado o tropológico. Este ensayo resulta novedoso y
sobre todas las cosas, sugerente, por el cauce sociocultural
antropológico en que se funda.
Literatura y filosofía en Lezama Lima, constituye
un certero acercamiento a la poética del intelectual
cubano, a partir de la unidad en que se concreta lo literario y
lo filosófico en su cosmología. El Dr, Pupo revela
con hondura los fundamentos en que se sustenta la rica
cosmovisión del autor de Paradiso y sus determinaciones
concretas en la teoría de la imagen y la
metáfora.
Los tres ensayos referidos a José Martí,
dan cuenta de la profesionalidad del autor y del conocimiento
profundo que posee del pensamiento y la obra del intelectual
cubano. Con un estilo muy personal el maestro Pupo descubre la
cosmovisión mortiana y sus concreciones en la axiología de la acción. Tanto en
humanismo y
valores en
José Martí, como en Martí, periodista, se
pone de relieve,
cómo la filosofía de José Martí,
deviene programa
pedagógico de formación humana, a través de
la axiología de la acción.
También se trabajan momentos de la obra de Alejo
Carpenter y Medardo Vitier, en correspondencia con el
espíritu del libro.
Los restantes ensayos sobre Gramsci y la
filosofía y Platón y
su visión del filosofar, resultan interesantes trabajos
que dicen y proponen mucho.
Con relación al autor, debo decir, que se trata
de un ensayista con éxito.
Posee una extensa obra en este género y ha obtenido
numerosos premios de carácter nacional e internacional,
incluyendo entre otros, el Premio Nacional Cubano de la
Crítica 1990, con el ensayo: La actividad como
categoría filosófica, así como cuatro
premios nacionales de Ensayo Juan Marinello. Fue jurado del
Premio Internacional de Ensayo Ricardo Miró 2000, de
Panamá.
Estamos seguros que este
libro encontrará recepción en nuestro medio. Su
contenido y la forma en que se expone resulta interesante para
profesores, investigadores, estudiantes y público en
general.
Lic. Zoila Hernández
Blanco
Directora de la Escuela de
Ciencias de la
Comunicación
Universidad Autónoma de
Coahuila
EL
ENSAYO COMO BÚSQUEDA Y CREACIÓN
Esta edición ha sido bajo el patrocinio de la
Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad
Autónoma de Coahuila.
El texto
publicado es de la responsabilidad y de la propiedad de
su autor.
Para mayores informes
acudir a:
Escuela de Ciencias de la Comunicación
Universidad Autónoma de Coahuila
Carretera a Zacatecas, km. 2
Saltillo, Coah.
Tel/fax (84) 4
17-00-62 Tel: (84) 4 17-97-17
Rigoberto Pupo Pupo (1946) Es Licenciado en Historia de
la Universidad de la Habana (1970). Profesor titular en Historia de la
Filosofía, investigador titular, Doctor en Ciencias
Filosóficas (Academia de ciencias de la Antigua URSS,
Moscú, 1984). Especialista en el tema del hombre, la
actividad humana y la cultura y en Pensamiento Latinoamericano.
Posee una extensa obra en su especialidad, incluyendo libros,
artículos y ensayos. Es un destacado ensayista, recibiendo
varios premios nacionales e internacionales en dicho
género. Actualmente trabaja en la obra europea "La verdad
tropológica, junto a relevantes figuras de las letras,
como Umberto Eco. Es Vicedecano de Investigaciones,
postgrado y Relaciones
internacionales de la Facultad de Filosofía, Historia
y Sociología de la Universidad de la Habana.
Presidente del tribunal que otorga los doctorados en
Filosofía y Vicepresidente Primero de la Sociedad Cubana
de Filosofía.
EL ENSAYO
Y SU ELAN FILOSÓFICO-CULTURAL
La concepción del ensayo, como el ensayo mismo,
tiene su historia. Como género literario no siempre su
definición conceptual ha coincidido con su contenido real.
Ha primado con frecuencia la superficialidad definitoria y
acomodaticia de encuadrar un concepto, con
independencia
de su correlato con la realidad y el espíritu animador del
sujeto que piensa, siente y actúa. Sencillamente, por
tradición lógica hay que definir, aunque se
empobrezca lo definido. ¿Actitud
nihilista ante las definiciones lógicas? Por supuesto que
no, siempre y cuando se conciban en su relatividad aproximativa,
como acercamiento al objeto y a sus diversas mediaciones que lo
hacen complejo. Es necesario tener en cuenta la especificidad del
objeto y el sujeto que lo aprehende, es decir, en resumen, seguir
la lógica especial del objeto especial y su
inserción histórico-cultural.
Por eso, los grandes espíritus ensayistas y
nuestro continente es pródigo en ello- no rehúyen
las definiciones como punto de partida del discurso
analítico y sintetizador, pero las completan con las
caracterizaciones, la imaginación creadora y otras formas
aprehensivas, incluidas la hermenéutica, la semiótica y el psicoanálisis en la configuración
del discurso.
No siempre el rigorismo lógico y los prejuicios
formales que le son inherentes ha reinado absolutamente con sus
secuelas autoritaristas. Sin embargo el género
ensayístico ha sufrido sus nefastas consecuencias. Se ha
considerado ejercicio intelectual de menor grado. Medardo Vitier,
mente de alta estirpe de Cuba y
América, lo ilustra con fuerza convincente:
"(…) Kelly, el hispanista inglés,
que tanto predicamento alcanza a virtud de su Historia, ni
siquiera usa la palabra ensayo en las líneas que escribe
sobre D. Miguel de Unamuno. Es cierto que fija la importancia de
la figura, pues dice: "Es un talento múltiple: erudito,
crítico, poeta (…) pero no apunta la función del
ensayista ni se detiene a ese respecto en otros coetáneos
de Unamuno que con sus ensayos dan fisonomía a las letras
españolas (…) Estudia los escritores románticos
(…) mas de aquella concepción del mundo que
comunicó tono inconfundible a la época literaria,
no hay noticia (…) El ensayo es en ellos se refiere
también a Ortega y Gasset- y lo ha sido para la
sensibilidad española en estos decenios de la centuria,
cosa orgánica, sustantiva, porque ha examinado, del
novecientos acá, los motivos y valores del alma
nacional."
Esta tendencia, por suerte, no se impuso. La
concepción de que las fronteras entre los géneros
literarios más que absolutas, son movedizas,
inestables y relativas, convirtióse en convicción y
la tesis del grande ensayista martiano, Juan Marinello, de que el
tratado impone y el ensayo pone, abre cauces de sorprendente
valía. Y es que el ensayo -sin menospreciar los otros
géneros literarios que cumplen sus respectivas funciones en la
literatura-,
posee particularidades propias que enriquecen, avivan y vitalizan
el pensamiento creador y la ascensión humana. Su miraje
sociocultural antropológico permeado de espiritualidad
escrutadora, convierte en indisoluble haz la filosofía, la
literatura, el arte, la
sociología y todas las ciencias del hombre para
desplegarse con fuerza hacia la naturaleza del cosmos humano en
relación con su universo cultural
y social.
El elan filosófico cultural que resume y nuclea
al ensayo, en su esencialidad, posibilita que el discurso que lo
encauza vincule en estrecha unidad las ciencias del hombre. Evita
por su propia naturaleza, la especialización discursiva,
que aunque en los tratados didácticos intente agotar los
problemas en sistemas
coherentes, enseña, pero no cultiva. Y la enseñanza es parte de la cultura, pero no
la cultura misma, que implica por sobre todas las cosas
sensibilidad humana, razón utópica y conciencia
crítica. Triada imprescindible para la formación
humana. ¿Aversión a los tratados? Indudablemente
que no, pues organizan la mente, informan, sistematizan los
conocimientos y valores heredados. Pero para la flexibilidad
dialéctica, la cultura del ser existencial humano y la
búsqueda creadora, el discurso ensayístico es
insustituible. Se trata de una necesidad de humano
propósito, presente en todas las latitudes de la
civilización humana.
En Europa, la
tradición ensayística por exigencia cultural, a
partir de Montaigne encuentra desarrollo y
concreción. Grandes mentes excepcionales de las letras y
la filosofía, sin proponérselo, recurren al ensayo
para expresar su ser esencial y el devenir de sus circunstancias
temporales, intereses y fines humanos.
En España, la
historia del ensayo, como expresión también de la
subjetividad humana, en perenne búsqueda de la creciente
espiritualidad y los problemas del hombre, en relación con
la sociedad, encuentra grandes cultivadoresDurante el siglo XIX
el ensayo continúa cultivándose con vigor y se
consolida en su forma actual con la Generación del
98. Larra publicó numerosos artículos en
periódicos y revistas de la época, posteriormente
recopilados en Colección de artículos
dramáticos, literarios, políticos y de
costumbres (1835-1837, 5 volúmenes) y Angel Gavinet
(Idearium español) es el antecedente más
inmediato de la Generación del 98. Le siguen Unamuno
(En torno al
casticismo; La vida es sueño) y Azorín (Los
pueblos; Castilla). La erudición queda representada en
la obra de Menéndez Pidal, autor de reconocido prestigio
en Europa. Los principales exponentes de la corriente
ensayística anterior a la guerra son
Ortega y Gasset (España invertebrada; La rebelión
de las masas), Eugenio d'Ors (Glosario) y
Gregorio Marañón (Enrique IV de Castilla; Don
Juan). (Ibídem) que hicieron época e influyeron con
fuerza en nuestra América.
En América
Latina, el ensayo deviene urgencia histórico-cultural.
Su propia conformación histórica y su ímpetu
de resistencia a no
ser eco y sombra de culturas exógenas determinan una
posición crítica ante su realidad y la
alienación que la acompaña. Emancipación
humano-cultural, política y social
impulsan una específica actitud. Los hombres de letras y
su producción espiritual se convierten en
autoconciencia de las ansias de identidad, con
vocación de raíz americana y espíritu
ecuménico. A todo esto se une una cualidad inmanente al
hombre latinoamericano, al "hombre natural", en el decir de
José Martí: su rica espiritualidad y creciente
humanidad emprendedora que lo llevan a ser imaginativo,
soñador, utópico y a veces permeado de ingenuidad.
Una cultura, fundada en una naturaleza diversa, cósmica,
pero única en sus propósitos. Un ser
pletórico de ilusiones que no tiene que esforzarse para
revelar realismo
mágico y lo real maravilloso porque está presente
en sus propias circunstancias. Esto y mucho más cualifican
la existencia de toda una pléyade de ensayistas
latinoamericanos, capaces de "ver con las palabras y hablar con
los colores" y expresar un discurso propio con imágenes y
conceptos de alto valor cogitativo y numen cosmovisivo. En fin,
tematizan su mensaje, uniendo filosofía y literatura como
totalidad orgánica y con cauces culturales de riqueza
inusitada. Porque, según expresa Martí en su
magistral ensayo Nuestra América: "La poesía
se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso
el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada
de idea." Cargada de idea por la vitalidad que le imprime el alma
filosófico-cultural que lleva dentro el
discurso.
La tesis reveladora de Juan Marinello de que el tratado
dispone y el ensayo pone cualifica con creces la naturaleza
expresiva y la inagotable riqueza subjetiva de éste. Dos
rasgos esenciales dan sui-géneris particularidad al
ensayo: el sello personal del escritor y el despliegue no
sistemático del tema. Ambos imprimen sentido
filosófico-cultural al discurso: por la cósmica
aprehensión del asunto y por la sensibilidad de
expresión con que se asume. Oigamos a modo ilustrativo el
verbo de Martí en su grande estilo ensayístico:
"Él traía su religión -se refiere
al magno predicador Henry Ward Beecher- oreada por la vida.
Él venía del Oeste domador, que abate la selva, el
búfalo y el indio. La nostalgia misma de su iglesia pobre
le inspiró una elocuencia sincera y amable. Hacía
tiempo que no
se oían en los púlpitos acentos humanos. Le
decían payaso, profanador, hereje. Él hacía
reir; él se dejaba aplaudir, ¡culpable pastor que se
atrevía a arrancar aplausos! Él no tomaba
jamás su texto del Viejo Testamento, henchido de iras,
sino que predicaba sobre el amor de Dios y
la dignidad del hombre, con abundancia de símiles de la
naturaleza. En lógica, cojeaba. Su latín era un
entuerto. Su sintaxis toda talones. Por los dogmas pasaba como
escaldado. ¡Pero en aquella iglesia cantaban las aves, como en
la primavera; los ojos solían llorar sin dolor y los
hombres experimentaban emociones
viriles!"
A los dos rasgos señalados -cualidades esenciales
del ensayo- se derivan otros, que no por secundarios, restan
valor al género. Todo lo contrario: emanan de ellos para
completarlos: la imaginación, predominio de los
sentimientos, las imágenes, las emociones. El discurso se
resiste a cerrar, es sugestivo, suscitador y con ello, pleno de
aperturas y aprehensiones. El estilo es dúctil, sugerente
y tolerante. Hay espacio para la relatividad, si bien tiende a lo
grande, a lo absoluto por su concentración, fuerza
espiritual y subjetiva. No rehúye a la objetividad, a la
responsabilidad, al deber, pero lo hace por cauces culturales con
alto vuelo cogitativo. Se detiene también en los detalles,
por ser cosas humanas, pero los inserta a la corriente que
despierta semillas dormidas. Cultiva humanidad y axiología
de la acción con nobles propósitos. Hay pedagogía en el discurso, pero
teñida de numen filosófico-cultural. Por eso no es
normativo, sino comunicativo. Parte del yo personal, pero como se
dirige a la persona humana y
a sus motivos capitales, respeta al otro. Fluye con desenfreno el
mundo interior del escritor, con sentencias, frases
aforísticas, ideas grandes por sus posibles varias
recepciones e interpretaciones, metáforas, dichos
populares, etc. pero no siempre con fines egocentristas, sino
para comunicar con amenidad, encontrar consenso y lograr
empatía. Medardo Vitier, en su estudio sobre el ensayo,
refiere a la vida de D. Quijote y Sancho, de Unamuno, y descubre
nuestro asunto con excelsa maestría: "Tiene (…)
innegable objetividad en cuanto nos va presentando el contenido
del Quijote. Pero no es esa objetividad pura, limpia de vetas
personales que hallaríamos en una historia literaria donde
el autor dedicase uno o más capítulos a la
interpretación del famoso libro. Porque Unamuno se vierte
todo él, con su irremediable desasosiego espiritual en
esas páginas. Ese estilo suyo, que no busca tersura, pero
que consigue inusitada fuerza, dibuja una angustia racial y a la
vez de humana universalidad que él sazona con su propia
psiquis atribulada. Su libro estudia, sí, el Quijote, y
nos guía a verlo en lo profundo, pero las mejores esencias
de este trabajo son de aportación personal. No es cosa de
erudición sino de sugestión. Ni es la prosa
didáctica que un plan frío
ordena en yuxtaposiciones lógicas, mesuradas, sino el
fluir creciente de un lamento que se enciende en profecía
o se quiebra en
lágrima viril. El vasco "fino y fuerte", aclimatado en
Castilla es allí la voz viviente de la España
grande. Nos da en ese libro un ensayo, no un tratado, no un
estudio de riguroso método
filológico."
Por supuesto, aquí nos detenemos en el ensayo
literario-filosófico, bueno, con vuelo de altura. Hay
ensayo y ensayo. Pero imbuido en el espíritu de este
género, nos dirigimos a lo grande, a lo más
perfecto, a los que han ganado status paradigmático por su
excelencia espiritual y su trascendencia. No es posible pensar el
ensayo en nuestro idioma sin recordar a Unamuno, Ortega y Gasset,
José Martí, José Vasconcelos, Alfonso Reyes,
José Enrique Rodó, Pedro Henríquez
Ureña, Juan Marinello, Medardo y Cintio Vitier, entre
tantos que lo han cultivado en España y en nuestra
América, con devoción, talento y oficio.
Estos grandes ensayistas, a veces sin abandonar otros
tipos de prosa, como el tratado (texto didáctico, manual, etc.), la
monografía, la crítica, el discurso, el
artículo, etc. han convertido el ensayo, más que en
un género literario, en una misión de creciente
humanidad y eticidad concreta. Sus propensiones fundadoras les
han permitido develar en el ensayo infinitos menesteres
espirituales para sembrar al mismo tiempo ciencia y
conciencia, razón y sentimiento, tan necesarios en la
formación del hombre creador. "Bueno es dirigir, pero no
es bueno -enfatiza Martí- que llegue el dirigir a ahogar
(…) Garantizar la libertad
humana -dejar a los espíritus su frescura genuina, no
desfigurar con el resultado de ajenos prejuicios las naturalezas
(puras y vírgenes)- ponerlos en aptitud de tomar por
sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una
vía marcada, he ahí el único modo de poblar
la tierra de una
generación vigorosa y creadora que le falta. Las
redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean
esenciales. La libertad política no estará
asegurada mientras no se asegure la libertad espiritual. Urge
libertar a los hombres de la tiranía, de la
convención, que tuerce sus sentimientos, precipita sus
sentidos y sobrecarga su inteligencia
con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso. Este es uno
de esos problemas misteriosos que ha de resolver la ciencia
humana (…)"
Esto explica por sí solo, el por qué el
ensayismo ha formado parte consustancial de los grandes
humanistas, preocupados por el drama del hombre y por revelar
todo lo que contribuya a la ascensión humana. Explica,
además, por qué se relievan y se incrementan con
más fuerza en los momentos de crisis
existenciales, en las etapas de cambios y períodos
transicionales que más afectan al hombre, los valores y la
cultura.
Es en sí mismo, el ensayo, una escritura
crítica de reflexión y búsqueda en torno a
problemas sensibles del hombre o relacionados con él. Un
discurso, a veces con ribete agónico, en función de
las disyuntivas que presenta la realidad humana y su
discernimiento para elegir lo que humanamente se considera
más racional por parte del escritor. Por eso en su
interior hay una intencionalidad expresa que signa la
lógica del problema, pero ajeno a fórmulas o
esquemas preconcebidos. Hay recursos
técnicos -propios de cada escritor- pero coloreados por su
subjetividad indagadora y su capacidad personal.
El ensayo, si es consecuente con su misión, no
puede operar con rigidez discursiva. Ante la revisión de
valores los esquemas sólo funcionan para crear esquemas y
resultan ineficaces y poco atrayentes. La osadía, la
exposición al riesgo y la
valentía son atributos cualificadores del buen ensayista.
Como también lo son la gracia, el tono y el relieve de las
ideas. "Fue Ariel -refiere M. Vitier al excelente ensayo de
Rodó- un arrullo por la forma y una señal (…)
Observo en Ariel dos caracteres, que en los casos más
logrados, el ensayo concilia: la dignidad de las ideas y el
encanto de su comunicación. Flota en sus períodos
también ese polvo inasible del misterio humano (…)
Insisto en ese don de encanto intelectual que es atributo de los
mejores ensayos. Dígase gracia estética si se
quiere."
Gracia estética que, sin proponérselo el
escritor, subyuga al lector, por la elocuencia, el tono, el
color, el calor y el
relieve y vitalidad de las idas. Unido a la coherencia del
discurso, la armonía, la sinceridad y nobleza expresivas.
El ensayo Cecilio Acosta, de Martí, subyuga, paraliza, nos
hace cómplice y concentra la atención: "Ya está hueca, y sin
lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea
grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan
varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la pared del
ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma
honrada, sierva de amor y al mal, rebelde. Ha muerto un justo:
Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus
virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las
grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer
hombres; se le dará gozo con serlo. ¡Qué
desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan
grande trabajador!
Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de
crearlos. Para él el Universo fue
casa; su Patria, aposento; la Historia, madre; y los hombres,
hermanos; y sus dolores, cosas de familia que le
piden llanto. El lo dio a mares (…) Cuando tenía que
dar, lo daba todo; y cuando nada ya tenía, daba amor y
libros (…) Él, que pensaba como profeta, amaba como
mujer."
Estamos en presencia -por supuesto, ante un ensayo
literario-, pero la belleza ensayística expresiva no
está reñida con el tema de objeto discursivo. La
sensibilidad del escritor, su creciente humanidad y el devenir en
sus cauces culturales, imprime razón estética. La
coherencia armónica y su consecuente gusto estético
como están inserto a una cultura de la razón y de
sentimiento, despierta esa bondad, verdad y belleza que el hombre
lleva dentro, que sólo espera por cauces humanos para
revelarse. ¿Quién puede negar la bondad, la verdad
y la belleza de un ensayo científico, cuando un escritor
con profesionalidad y oficio es capaz de insertar el discurso a
la cultura, pues la cultura, más que acumulación de
conocimiento, es sensibilidad humana para captar lo
pequeño, lo grande y lo absoluto con sentido
histórico, acorde con el presente y lo por venir, sin
olvidar la buena tradición del pasado que sirve de
raíz.
Por eso, en mi criterio, el elan
filosófico-cultural es inherente al buen ensayo.
Todavía más: es su mediación central. Porque
lo dota de sentido cosmovisivo al hacer centro suyo la
subjetividad en sus varios atributos cualificadores:
conocimiento, valor, praxis y comunicación y al mismo
tiempo porque los concibe insertos en la cultura. Los valores
humanos, que tanto privilegia el ensayo, sólo funcionan
cuando se culturalizan, cuando son alumbrados y guiados por una
cultura de la sensibilidad y la razón.
En fin, el elan filosófico-cultural, inmanente al
buen ensayo, implica conciencia crítica, razón
utópica realista y cultura de la sensibilidad.
En los tiempos actuales, cuando la
globalización se esfuerza por la homogeneidad
cultural, en detrimento de nuestras culturas nacionales que
sirven de pivotes de reafirmación identitaria, el buen
ensayo tiene mucho que decir y hacer. ¿Oposición a
la globalización? Por supuesto que no. Es un
fenómeno objetivo,
engendrado por la historia y la cultura. Pero no se puede olvidar
la divisa principal de la herencia
ensayística fundadora de nuestra América: la
necesidad de partir de las raíces con vocación
ecuménica.
El ensayismo latinoamericano, rico por su
espiritualidad, no puede hacer coro con el presentismo, la idea
del fin de la historia, el nihilismo cultural y la
negación de los principios
humanistas que propagan algunas corrientes postmodernistas. No se
puede perder el sentido de identidad que une nuestros
propósitos verdaderamente humanos ni subvertir la cultura
del ser por la cultura del tener, fuente del desarraigo, la
crisis de valores y los vacíos existenciales.
Ante el pesimismo y el escepticismo que tanto impera ya
en los albores del siglo XXI nuestro ensayismo no puede olvidar
que vivir es creer. Hay que asirse al valor de las ideas, pues
como enseña el Apóstol de nuestra América:
"no hay proa que taje una nube de ideas. Una idea
enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la
bandera mística del juicio final, a un escuadrón de
acorazados (…) Trincheras de ideas valen más que
trincheras de piedras".
En resumen, no permitamos que muera la utopía,
porque es matar la esperanza. Los síntomas visibles de la
crisis de la civilización no pueden aplastar los
sueños que encarnan y dan vitalidad a nuestra
espiritualidad. Hagamos que siga primando el ensayismo optimista
y no el pesimista que también existe. La salvación
de la humanidad y el progreso social que también hoy se
pone en duda, debe encontrar su baluarte inexpugnable en la
cultura. La cultura, como expresión del ser esencial
humano y medida de su ascensión, continuará
alumbrando las sendas del porvenir.
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