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Ética (página 2)




Enviado por latiniando



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12. Filosofías éticas
seculares

En el Leviatán (1651), el
filósofo inglés
Thomas Hobbes
atribuye la mayor importancia a la sociedad
organizada y al poder
político. Afirmaba que la vida humana en el "estado de
naturaleza"
(independiente de o anterior a, la institución del estado
civil) es "solitaria, pobre, sucia, violenta y corta" y que es
"una guerra de
todos contra todos". En consecuencia, la gente busca seguridad
participando en un contrato social
en el que el poder original de cada persona se cede a
un soberano que, a su vez, regula la conducta.
Esta postura conservadora en política asume que
los seres humanos son malos y precisan un Estado fuerte para
reprimirlos. No obstante, Hobbes afirmaba que si un soberano no
da seguridad y orden y es derrocado por sus súbditos, la
sociedad vuelve al estado de naturaleza y puede comprometerse en
un nuevo contrato. La
doctrina de Hobbes relativa al estado y al contrato social
marcó el pensamiento
del filósofo inglés John Locke. En
sus dos Tratados sobre el
gobierno civil
(1690) Locke mantenía, sin embargo, que el fin del
contrato social es limitar el poder absoluto de la autoridad y,
como contrapeso, promover la libertad
individual.

La razón humana es el
criterio para una conducta recta en el modelo
elaborado por el filósofo holandés Baruch Spinoza.
En su obra más importante, Ética
(1677), Spinoza afirmaba que la ética se deduce de la
psicología
y la psicología de la metafísica. Sostenía que todas las
cosas son neutras en el orden moral desde el
punto de vista de la eternidad; sólo las necesidades e
intereses humanos determinan lo que se considera bueno o malo, el
bien y el mal. Todo lo que contribuye al conocimiento
de la naturaleza del ser humano o se halla en consonancia con la
razón humana está prefigurado como bueno. Por ello,
cabe suponer que todo lo que la gente tiene en común es lo
mejor para cada uno, lo bueno que la gente busca para los
demás es lo bueno que desea para sí misma.
Además, la razón es necesaria para refrenar las
pasiones y alcanzar el placer y la felicidad evitando el
sufrimiento. El estado
humano más elevado, según Spinoza, es el "amor
intelectual de Dios" que viene dado por el
conocimiento intuitivo, una facultad mayor que la
razón ordinaria. Con el uso adecuado de esta propiedad, una
persona puede contemplar la totalidad del universo mental y
físico y considerar que éste engloba una sustancia
infinita que Spinoza denomina Dios sin disociarlo del
mundo.

Las leyes de
Newton
La mayoría de los grandes
descubrimientos científicos han afectado a la
ética. Los descubrimientos de Isaac Newton,
el filósofo científico inglés del siglo
XVII, aportaron uno de los primeros y más claros ejemplos
de esta influencia. Las leyes de
Newton se consideraron como prueba de un orden divino
racional. La opinión contemporánea al respecto fue
expresada por el poeta inglés Alexander Pope en el verso
"Dios dijo: ¡dejad en paz a Newton!, y se
hizo la luz". Los
hallazgos e hipótesis de Newton provocaron que los
filósofos tuvieran confianza en un modelo
ético tan racional y ordenado como se suponía que
era la naturaleza.

Filosofías éticas anteriores al
darwinismo
Durante el siglo XVIII, los filósofos
británicos David Hume, en Ensayos
morales y políticos (1741-1742), y Adam Smith,
autor de la teoría
económica del laissez-faire, en su Teoría de los
sentimientos morales (1759), formularon modelos
éticos del mismo modo subjetivos. Identificaron lo bueno
con aquello que produce sentimientos de satisfacción y lo
malo con lo que provoca dolor. Según Hume y Smith, las
ideas de moral e interés
público provocan sentimientos de simpatía entre
personas que tienden las unas hacia las otras incluso cuando no
están unidas por lazos de parentesco u otros lazos
directos.

El filósofo y novelista
francés Jean-Jacques Rousseau, en
su Contrato social (1762), aceptó la teoría de
Hobbes de una sociedad regida por las cláusulas de un
contrato social. En su novela Emilio o
De la
educación (1762) y en otras obras, sin embargo,
atribuía el mal ético a las inadaptaciones sociales
y mantuvo que los humanos eran buenos por naturaleza. El
anarquista, filósofo, novelista y economista
político británico William Godwin llevó esta
convicción hasta su extremo lógico en su Ensayo sobre
la justicia
política (1793), que rechazaba todas las instituciones
sociales, incluidas las del Estado, sobre la base de que su
simple existencia constituye la fuente del mal.
Una mayor aportación a la ética fue
hecha a finales del siglo XVIII por el filósofo
alemán Immanuel Kant en su
Fundamentación de la metafísica de las costumbres
(1785). Según Kant, no importa con cuánta inteligencia
actúe el individuo, los resultados de las acciones
humanas están sujetos a accidentes y
circunstancias; por lo tanto, la moralidad de un acto no tiene
que ser juzgada por sus consecuencias sino sólo por su
motivación
ética. Sólo en la intención radica lo bueno,
ya que es la que hace que una persona obre, no a partir de la
inclinación, sino desde la obligación, que
está basada en un principio general que es el bien en
sí mismo. Como principio moral último, Kant
volvió a plantear el término medio en una forma
lógica:
"Obra como si la máxima de tu acción pudiera ser
erigida, por tu voluntad, en ley universal de
la naturaleza". Esta regla es denominada imperativo
categórico, porque es general y a la vez encierra un
mandato. Kant insistió en que uno ha de tratar a los
demás como si fueran "en cada caso un fin, y nunca
sólo un medio".

Utilitarismo
La doctrina ética y política
conocida como utilitarismo fue formulada por el británico
Jeremy Bentham hacia finales del siglo XVIII y más tarde
comentada por el también filósofo y
británico James Mill y su hijo John Stuart Mill. En su
Introducción a los principios de
la moral y la
legislación (1789), Bentham explicó el principio de
utilidad como
el medio para contribuir al aumento de la felicidad de la
comunidad.
Creía que todas las acciones humanas están
motivadas por un deseo de obtener placer y evitar el sufrimiento.
Al ser el utilitarismo un hedonismo universal, y no un hedonismo
egoísta como podría interpretarse el
epicureísmo, su bien más elevado consiste en
alcanzar la mayor felicidad para el mayor número de
personas.

Ética hegeliana
En La filosofía del Derecho (1821), el
filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel
aceptó el imperativo categórico de Kant, pero lo
enmarcó en una teoría universal evolutiva donde
toda la historia
está contemplada como una serie de etapas encaminadas a la
manifestación de una realidad fundamental que es tanto
espiritual como racional. La moral, según Hegel, no es el
resultado de un contrato social, sino un crecimiento natural que
surge en la familia y
culmina, en un plano histórico y político, en el
Estado prusiano de su tiempo. "La
historia del mundo, escribió, es disciplinar la voluntad
natural incontrolada, llevarla a la obediencia de un principio
universal y facilitar una libertad subjetiva".

El filósofo y teólogo
danés Sören Kierkegaard reaccionó con fuerza en
contra del modelo de Hegel. En O lo Uno o lo Otro (1843),
Kierkegaard manifestó su mayor preocupación
ética, el problema de la elección. Creía que
modelos filosóficos como el de Hegel ocultan este problema
crucial al presentarlo como un asunto objetivo con
una solución universal, en vez de un asunto subjetivo al
que cada persona tiene que enfrentarse de manera individual. La
propia elección de Kierkegaard fue vivir sometido a la
ética cristiana. Su énfasis en la necesidad de la
elección tuvo influencia en algunos filósofos
relacionados con el movimiento
conocido como existencialismo, tanto como con algunos
filósofos críticos, cristianos y
judíos.

Ética a partir de Darwin
El desarrollo científico que más
afectó a la ética después de Newton fue la
teoría de la evolución presentada por Charles Darwin. Los
hallazgos de Darwin facilitaron soporte documental al modelo,
algunas veces denominado ética evolutiva, término
aportado por el filósofo británico Herbert Spencer,
según el cual la moral es sólo el resultado de
algunos hábitos adquiridos por la humanidad a lo largo de
la evolución. El filósofo alemán Friedrich
Nietzsche dio
una explicación asombrosa pero lógica de la
tesis
darwinista acerca de que la selección
natural es una ley básica de la naturaleza. Según
Nietzsche, la llamada conducta moral es necesaria tan sólo
para el débil. La conducta moral —en particular la
defendida por el judeocristianismo, que según él es
una doctrina esclava— tiende a permitir que el débil
impida la autorrealización del fuerte. De acuerdo con
Nietzsche, toda acción tendría que estar orientada
al desarrollo del individuo superior, su famoso Übermensch
(‘superhombre’), que será capaz de realizar y
cumplir la más nobles posibilidades de la existencia.
Nietzsche encontró que este ser ideal quedaba
ejemplificado en los filósofos griegos clásicos
anteriores a Platón y
en jefes militares como Julio César y Napoleón.
En oposición al concepto de lucha
despiadada e incesante como fundamento de la ley rectora de la
naturaleza, el anarquista y filósofo ruso Piotr
Alexéievich Kropotkin, entre otros, presentó
estudios de conducta animal en la naturaleza demostrando que
existía la ayuda mutua. Kropotkin afirmó que la
supervivencia de las especies se mantiene a través de la
ayuda mutua y que los humanos han alcanzado la primacía
entre los animales a lo
largo de la evolución de las especies mediante su
capacidad para la asociación y la cooperación.
Kropotkin expuso sus ideas en una serie de trabajos, entre ellos
Ayuda mutua, un factor en la evolución (1890-1902) y
Ética, origen y desarrollo (publicado después de su
muerte en
1924). En la creencia de que los gobiernos se basan en la fuerza
y que si son eliminados el instinto de cooperación de la
gente llevaría de forma espontánea hacia la
implantación natural de un orden cooperativo, Kropotkin
defendió el anarquismo.

Los antropólogos han aplicado los
principios evolutivos al estudio de las sociedades y
las culturas humanas. Estos análisis han vuelto a subrayar los
distintos conceptos del bien y del mal planteados por diferentes
sociedades; por lo tanto, se creía que la mayoría
de esos conceptos tenía un valor
más relativo que universal. De entre los conceptos
éticos basados en un enfoque antropológico resaltan
los del antropólogo finlandés Edvard A. Westermarck
en Relatividad ética (1932).

Psicoanálisis Y Conductismo
La ética moderna está muy influida
por el psicoanálisis de Sigmund Freud y
sus seguidores y las doctrinas conductistas basadas en los
descubrimientos sobre estímulo-respuesta del
fisiólogo ruso Iván Petróvich Pávlov.
Freud
atribuyó el problema del bien y del mal en cada individuo
a la lucha entre el impulso del yo instintivo para satisfacer
todos sus deseos y la necesidad del yo social de controlar o
reprimir la mayoría de esos impulsos con el fin de que el
individuo actúe dentro de la sociedad. A pesar de que la
influencia de Freud no ha sido asimilada por completo en el
conjunto del pensamiento ético, la psicología
freudiana ha mostrado que la culpa, respondiendo a motivaciones
de naturaleza sexual, subyace en el pensamiento clásico
que dilucida sobre el bien y el mal.

El conductismo, a través de la
observación de los comportamientos
animales, formuló una teoría según la cual
la naturaleza humana podía ser variada, creando una serie
de estímulos que facilitaran circunstancias favorables
para respuestas sociales condicionadas. En la década de
1920 el conductismo fue aceptado en Estados Unidos,
en especial en teorías
de pediatras, aprendizaje
infantil y educación en general.
Tuvo su mayor influencia, sin embargo, en el pensamiento de la
antigua Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Allí, el llamado nuevo ciudadano
soviético fue instruido de acuerdo con los principios
conductistas a través del condicionante poder de la
rígida y controlada sociedad soviética. La
ética soviética definía lo bueno como todo
aquello beneficioso para el Estado y lo malo como aquello que se
le oponía o lo cuestionaba.

En sus escritos de finales del siglo
XIX y principios del XX, el filósofo y psicólogo
estadounidense William James abordó algunos de los puntos
centrales y característicos en las interpretaciones de
Freud y Pávlov. James es más conocido como el
fundador del pragmatismo,
que defiende que el valor de las ideas está determinado
por sus consecuencias. Su mayor contribución a la
teoría ética, no obstante, descansa en su
insistencia al valorar la importancia de las interrelaciones,
tanto en las ideas como en otros fenómenos.

Tendencias Recientes
El filósofo británico Bertrand Russell
marcó un cambio de
rumbo en el pensamiento ético de las últimas
décadas. Muy crítico con la moral convencional,
reivindicó la idea de que los juicios morales expresan
deseos individuales o hábitos aceptados. En su
pensamiento, tanto el santo ascético como el sabio
independiente son pobres modelos humanos porque ambos son
individuos incompletos. Los seres humanos completos participan en
plenitud de la vida de la sociedad y expresan todo lo que
concierne a su naturaleza. Algunos impulsos tienen que ser
reprimidos en interés de la sociedad y otros en
interés del desarrollo del individuo, pero el crecimiento
natural ininterrumpido y la autorrealización de una
persona son los factores que convierten una existencia en buena y
una sociedad en una convivencia armoniosa.

Varios filósofos del siglo XX,
algunos de los cuales han asumido las teorías del
existencialismo, se han interesado por el problema de la
elección ética individual lanzada por Kierkegaard y
Nietzsche. La orientación de algunos de estos pensadores
es religiosa, como la del filósofo ruso Nikolái
Alexándrovich Berdiáiev, que subrayó la
libertad del espíritu individual; la del filósofo
austro-judío Martin Buber, que se ocupó de la moral
de las relaciones entre individuos; la del teólogo
protestante germano-estadounidense Paul Tillich, que
resaltó el valor de ser uno mismo, y la del
filósofo y dramaturgo católico francés
Gabriel Marcel y el filósofo y psiquiatra protestante
alemán Karl Jaspers, ambos interesados en la unicidad del
individuo y la importancia de la
comunicación entre los individuos. Una tendencia
distinta en el pensamiento ético moderno caracteriza los
escritos de los filósofos franceses Jacques Maritain y
Étienne Gilson, que siguieron la línea marcada por
santo Tomás de
Aquino. Según Maritain, "el existencialismo verdadero"
pertenece a esta tradición cristiana.

Otros filósofos modernos no aceptan
ninguna de las religiones tradicionales. El
filósofo alemán Martin Heidegger mantenía
que no existe ningún Dios, aunque alguno puede surgir en
el futuro. Los seres humanos, por lo tanto, se hallan solos en
el Universo y
tienen que adoptar y asumir sus decisiones éticas en la
conciencia
constante de la muerte. El
filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre
razonó su agnosticismo pero también resaltó
la heideggeriana conciencia de la muerte. Sartre mantuvo que los
individuos tienen la responsabilidad ética de comprometerse en
las actividades sociales y políticas
de su tiempo. El supuesto conflicto
sobre la existencia de un Dios omnipresente, no revestía
ningún sentido de trascendencia para el individuo, pues en
nada afectaba a su compromiso con la libertad personal
Entre otros filósofos modernos, como el
estadounidense John Dewey, figuran los que se han interesado por
el pensamiento ético desde el punto de vista del
instrumentalismo. Según Dewey, el bien es aquello que ha
sido elegido después de reflexionar tanto sobre el medio
como sobre las probables consecuencias de llevar a cabo ese acto
considerado bueno o un bien.
La discusión contemporánea sobre la
ética ha continuado con los escritos de George Edward
Moore, en particular por los efectos de su Principia ethica.
Moore mantuvo que los principios éticos son definibles en
los términos de la palabra bueno, considerando que
‘la bondad’ es indefinible. Esto es así porque
la bondad es una cualidad simple, no analizable.

Los filósofos que no están
de acuerdo con Moore en este sentido, y que creen que se puede
analizar el bien, son llamados naturalistas. A Moore se le
califica de intuicionista. Naturalistas e intuicionistas
consideran los enunciados éticos como descriptivos del
mundo, o sea, verdadero o falso. Los filósofos que
difieren de esta posición pertenecen a una tercera
escuela, no
cognitiva, donde la ética no representa una forma de
conocimiento y el lenguaje
ético no es descriptivo. Una rama importante de la escuela
no cognitiva defiende el empirismo o
positivismo
lógico, que cuestiona la validez de los planteamientos
éticos que están comparados con enunciados de hecho
o de lógica. Algunos empiristas lógicos afirman que
los enunciados éticos sólo tienen significado
emocional o persuasivo.
'Sabemos demasiado y sentimos muy poco. Al menos, sentimos muy
poco de esas emociones
creativas de las que surge una buena vida'…. Baruch Spinoza,
Etica

13.
Conclusión

*Fundamentos Antropologicos De Etica Racional
Antonio Orozco
«Despierta, oh hombre, y
reconoce la dignidad de tu naturaleza. Recuerda que fuiste hecho
a imagen de
Dios; esta imagen, que fue destruida en Adán, ha sido
restaurada en Cristo. Haz uso como conviene de las criaturas
visibles, como usas de la tierra, del
mar, del cielo, del aire, de las
fuentes y de
los ríos; y todo lo que hay en ellas de hermoso y digno de
admiración conviértelo en motivos de alabanza y
gloria del Creador» (LEON MAGNO, Sermón 7 en la
Navidad del
Señor, 2.6; LIT HOR VIERNES V T.O.)
Qué es la persona y cual su dignidad
"persona" y "dignidad". Curiosidades semánticas
La palabra castellana "persona" viene del adjetivo latino
personus, que significa resonante; personare equivale a "sonar
fuerte", hacerse oír. Lo cual parece relacionar esta
palabra con la griega prósopon, que significaba "cara" y
también "máscara" (trágica o cómica)
que se ponían los actores de teatro, y -a la
vez que les disfrazaba del personaje que representaban-, les
servía de amplificador de la voz. La concavidad de la
máscara reforzaba la voz, ocultaba al actor y por medio de
la máscara el actor también "re-presentaba" un
personaje. Para los griegos, pues, "prósopon" no
tenía el sentido que nosotros le damos a la palabra
"persona". Rara vez alude a persona en los textos
filosóficos griegos, donde, por lo demás, aparece
con escasa frecuencia.

Entre los presocráticos, prósopon quiere
decir "cara", "rostro", e incluso se dice de la faz de Helios,
el Sol. En
Platón, también significa "rostro". Aristóteles habla largamente del
"prósopon" (cara) y sus partes (nariz, orejas, etc.);
también se refiere con el mismo término a la cara
de la luna; y en algún lugar advierte -al margen del uso
común de la palabra- que "prósopon" se debe decir
sólo del hombre; el pez o el buey no tienen
"prosopón" (rostro), sino lo que nosotros podríamos
denominar, por ejemplo, "jeta". El "rostro" refleja un ser
superior al del que sólo tiene "jeta". Entre nosotros
suele decirse que "el rostro es el espejo del alma".

Pues bien, aunque los orígenes de la palabra
"persona" no se refieren a lo que hoy entendemos por tal, es
cierto que siempre ha sugerido alguna realidad por alguna
razón excelente o superior. En latín, la voz
"personare" indica un sonido que posee
la fuerza necesaria para sobresalir. No es de maravillar que la
palabra "persona" acabe por significar de modo eficaz lo
más sobresaliente que hay en el universo: el ser
inteligente, con entendimiento racional.
De otra parte, la palabra "dignidad" significa también,
fundamental y primariamente, "preeminencia", "excelencia"
(excellere, destacar). Digno es aquello por lo que algo destaca
entre otros seres, en razón del valor que le es propio. De
aquí que, en rigor, hablar de "dignidad de la persona"
resulta un pleonasmo, o se trata quizá de una redundancia
intencionada, para resaltar o subrayar la altura del rango que
ocupa este tipo de seres en el orden del universo. "Digno" es
aquello que debe ser tratado con "respeto", es
decir, "con miramiento" (respectus), con
veneración.

Exito Y Crisis De La
Dignidad Personal
Hoy casi nadie niega en teoría que todo hombre es
"persona". Tiempo ha habido en el que se discutió sobre si
la mujer lo era;
o si los negros, indios y esclavos en general, tenían
"alma". Se trataba de dilucidar -o de confundir, según los
casos- la igualdad o
desigualdad radical entre los seres humanos todos. Hoy, las
expresiones "dignidad humana", "dignidad personal",
"derechos
humanos", están siendo muy empleadas, y esto es
bueno.

Pero en la práctica a menudo se olvida, o se
niega incluso, esa "igualdad" radical, en lo que atañe a
derechos y
deberes consiguientes. Es de lamentar que con mucha frecuencia no
se usan tales términos desde una intensa valoración
del ser personal, sino más bien como una lanzadera para
reivindicar presuntas "mejoras" sociales, que no pocas veces
resultan verdaderos atentados y lesiones al respeto debido a la
persona. En la práctica se niega la igualdad de derechos –
lo cual es tanto como negar la igualdad de "ser" o de
"naturaleza" – a los seres humanos no nacidos, o nacidos con
alguna deficiencia notable, o a los enfermos que suponen una
carga para la familia o para la
sociedad, a los deficientes mentales, etcétera. En los
últimos lustros se extiende además la
práctica de la manipulación genética
en embriones humanos, como si fueran simples objetos, medios o
instrumentos para beneficio de los (adultos) poderosos del
momento o de la circunstancia.

Se ha dicho que "uno de los fenómenos más
sobresalientes de nuestros días es la ambigua
situación de la dignidad humana. Es, sin lugar a dudas,
una de las nociones más invocadas. Sus excelencias son
cantadas con acentos graves. Defenderla constituye el gran reto y
la exigencia inaplazable de los sistemas
políticos a la altura de nuestro tiempo. Vulnerarla
supone, en fin, la expresión del mal radical, el indicio
de una intolerable actitud
profanadora del más íntimo e inviolable recinto
personal. A la vez es una de las ideas más amenazadas. La
degradación y el envilecimiento humano, síntomas
claros de la crisis de la civilización
contemporánea, están más generalizados en
nuestros días que en cualquier otro periodo de la
humanidad. Los atentados contra el hombre,
realizados según se dice, en nombre de su dignidad, han
adquirirdo un grado de crueldad y refinamiento difícil de
imaginar en épocas pasadas. La banalización de la
sexualidad es
un fenómeno habitual. La violencia y la
tortura, formas extremas ambas de atentar contra la persona y su
dignidad, forman parte de la vida cotidiana.
«Todo ello ha hecho del presente una época de
hastío hacia el hombre, que es considerado como mono
desnudo, rata pérfida y perturbador de la naturaleza. La
literatura
contemporánea contiene numerosos testimonios de esa
situación equívoca. Junto con el elogio encendido
de la dignidad, se describe al hombre -sin reparar en la
contradicción entre ambas cosas-, como ser aislado de los
demás por abismos tan hondos que ni siquiera la buena
voluntad puede franquear. La extrema inaccesibilidad del otro, la
imposibilidad de entenderse con él de forma duradera, de
atender a los requerimientos de su dignidad, no se ha percibido
nunca tan dolorosamente como en nuestro siglo. "Vivir significa
estar solo, dice Hermann Hesse, nadie conoce al otro, todos
estamos huérfanos". Entre los hombres parece levantarse un
muro que les impide acercarse y tratarse de acuerdo con las
exigencias de su valor incomparable. Con estas desgarradoras
palabras lo ha expresado Albert Camus: "nos miramos y no nos
vemos, estamos cerca y no podemos aproximarnos"» (J.L. del
Barco, Bioética.
Consideraciones filosófico-teológicas sobre un tema
actual, Rialp, Madrid 1992, prólogo, pág.
11-13).

Esta dolorosa realidad ha de tener una causa. Lo
patológico no es originario. Y todo coincide con un
desaforado anhelo de emancipación por parte del hombre.
Borracho de mayoría de edad no ha caído en la
cuenta de que se halla, en muchos aspectos, todavía en la
inmadurez de la adolescencia;
que no está en condiciones de entender el agustiniano ama
y haz lo quieras, porque ha adulterado la noción misma de
amor. La ha invertido hasta el punto de centrarlo en el yo en
lugar de hacerlo en el tú. El verdadero sentido del amor
está en el otro, no en mí. Amor es lo que me
convierte en yo para el otro. Amar según el decir de los
clásicos es, en cierto sentido, "descentrarse"; dicho de
modo positivo: centrarse en otro que da sentido a mi vivir.
Y aunque no pienso que la dignidad de la persona no pueda
percibirse al margen de la fe cristiana, es un hecho que la
pérdida del sentido de esa dignidad coincide con la
pérdida del sentido cristiano de la vida y del amor, con
la negación teórica o práctica de Dios
creador.

"Hypostasis" y "substancia"
Es de notar que cuando los autores cristianos abordaron
filosóficamente el estudio de la persona, no tomaron como
punto de referencia las expresiones griegas a las que hemos hecho
referencia más arriba. La noción de persona en la
filosofía cristiana es incomparablemente más
elevado que la griega de los clásicos. Los cristianos se
sirvieron del término griego hypóstasis, que se
traduce por "subsistencia" o "propiedad".

La famosa definición de Boecio, tan influyente –
persona es una sustancia individual de naturaleza racional -,
parte de la noción aristotélica de "ousía",
"substancia", pensada primariamente para las cosas en general.
Una substancia es un ser que subyace y sostiene un conjunto de
modalidades o "accidentes" que inhieren en ella, pero ella no
inhiere en nada, sino que ella misma es o puede ser el sujeto de
inhesión de otras realidades como la cantidad y las
cualidades de diversa índole.
Por "persona" se entiende en la filosofía medieval una
hypóstasis o suppositum, que como tal no se distingue de
las demás sustancias, pero cuya naturaleza es racional. Lo
que hace que la persona sea un ser superior no es el hecho de ser
substancia, sujeto subsistente (en sí y no en otro), sino
la racionalidad. La persona es una sustancia individual de
naturaleza racional. La racionalidad se entiende como una
cualificación de la sustancia que la eleva por encima de
todas las demás y le presta una excelencia que merece un
"miramiento" particular.

La Filosofia
Cristiana Da Un Paso De Gigante
El cristianismo
no sólo fue el ámbito en donde el estudio de la
persona como tal adelantó extraordinariamente, sino que ha
sido donde se descubrió en profundidad su valor excelente,
su dignidad incomparable. Cuando se ve irrumpir la racionalidad
en la naturaleza, se descubre un ser de tal categoría, que
puede constituir un punto de partida para conocer mejor el Ser de
Dios. Dios se revela como Ser personal: tres Personas en una sola
naturaleza, es el misterio supremo y fontal del
cristianismo.

Esto no significa que la idea cristiana de Dios arranque
de una idea previa de hombre. Al contrario. Una
característica diferencial de la cosmovisión
cristiana se debe a que Dios se ha revelado como el Absoluto,
infinitamente trascendente a todo cuanto existe, a todo lo que se
ve y se entiende en el universo. Dios es infinito, todopoderoso,
omnisciente… Dios es EL QUE ES; la plenitud del Ser,
piélago de infinitas perfecciones, cada una de ella de
grado infinito. Es decir, Dios no es semejante a ninguna
criatura, siempre limitada y contingente.
Sin embargo, la revelación divina contiene la enseñanza asombrosa de que Dios creó
al hombre a su imagen y semejanza. Y además, Dios no ha
tenido inconveniente en hacerse hombre asumiendo una naturaleza
humana perfecta.
No piensa el cristiano que el hombre sea semejante a aquellos
dioses que se habían inventado en el mundo pagano – Zeus,
Júpiter, etcétera – a imagen y semejanza del
hombre, con pasiones semejantes o más desorbitadas
aún que las de los humanos; sino que el Dios de
Moisés, el Dios de los israelitas y de los cristianos dice
que ha creado al hombre a su imagen, a imagen del Dios
único, que es puro Espíritu.

Estas nociones, en cierto modo correlativas, de Dios
trascendente y hombre imagen de Dios, proporcionan una
valoración del hombre radicalmente diversa y superior a
cualquier otra noción meramente racional. El sujeto
humano, a la luz superior de la Revelación divina aparece
con una dignidad que se alza por encima de todo el universo
material.
Cuando el hombre se da cuenta de que es imagen hecha a semejanza
de la Trinidad, es lógico que exclame como Ernest
Psichari: "Se me ha concedido el permiso formidable de ser un
hombre". Ser hombre, ser persona, ser, en fin, racional, por
mucho que conlleve "animalidad", es un don que invita a imitar a
Dios como hijos suyos queridísimos (como dice San
Pablo).
Se comprende que con la difusión y arraigo del
cristianismo a la largo y a lo ancho del mundo, haya ido
desapareciendo, o al menos atenuándose todo lo que
contraviene la dignidad que se descubre en la persona: han ido
desapareciendo los sacrificios humanos (tanto en las religiones
de Oriente como en las de la antigua América), los infanticidios, la esclavitud, y
tantas formas de injusticia. En cambio, se han ido multiplicando
las formas de vivir la misericordia con los más
necesitados y el respeto a la intimidad de las
conciencias.

Por el contrario, cuando el cristianismo ha retrocedido
y la sociedad se ha paganizado, han rebrotado todas aquellas
barbaridades antiguas, aunque revestidas de flamantes etiquetas
de civilización y progreso: desde los campos nazis de
exterminio hasta la legalización del aborto
procurado…, como si de acciones humanitarias se tratara. Esta
comparación irrita a los abortistas, pero carecen de
premisas para descalificarla.
Estamos en una época difícil, en la que junto a
logros evidentes en algunos aspectos y relaciones sociales, hay
retrocesos trágicos que no sólo nos retrotraen a
formas bárbaras de explotación del hombre por el
hombre, sino que hunden y envilecen a la persona hasta límites
increíbles: la manipulación genética -ya
mencionada- y el tráfico de drogas, son
ejemplos elocuentes de la absurda tolerancia
práctica de lo horrible en el seno de la sociedad
civilizada, revestido de sofisticados formalismos.

Digo que todos esos abusos coinciden sospechosamente con
la pérdida del sentido cristiano de la vida. Al negar o
ignorar a Dios, se pierde de vista el norte, punto de referencia,
el modelo de conducta. Y corruptio optimi pessima, la corrupción
de lo mejor concluye en la peor de las corrupciones.
Es obvia la urgencia de hacer todo lo posible por frenar esa ola
de envilecimiento del hombre, de desprecio práctico de la
dignidad de la persona. Y uno de los medios más eficaces –
aunque no sea suficiente – es el que señalaba Schelling en
su juventud: "…
el hombre se engrandece en la medida en que se conoce a sí
mismo y su propia fuerza. Proveed al hombre de la consciencia de
lo que efectivamente es y aprenderá de una vez lo que ha
de ser; respetadlo teóricamente, y el respeto
práctico será una consecuencia inmediata (…) El
hombre ha de ser bueno teóricamente para llegar a serlo
también en la práctica".
El hombre, por el hecho de ser persona posee una verdadera e
insondable excelencia, cuyos fundamentos pretendemos ver en
nuestro estudio. Y la excelencia o dignidad la tiene con independencia
de que sea o no consciente de ella, y del juicio que se haya
formado sobre el asunto, porque no es el juicio del hombre lo que
hace la realidad, sino la realidad la que fecunda el pensamiento
y presta veracidad a sus juicios.

Pero, paradójicamente, el hombre se conduce a
sí mismo no tanto por lo que es como por la idea que se ha
formado de sí. El hombre es en cierto modo "causa sui", en
el sentido de que es él mismo, desde sí mismo,
quien tiene que desarrollar activamente sus virtualidades
nativas.
El hombre actual -a pesar de las expresas y reiteradas
proclamaciones de su propia dignidad- suele tener un concepto muy
bajo de sí mismo, y, en consecuencia, se comporta a menudo
con inaudita vileza. Pero también es cierto que el
hundimiento clamoroso de un ser determinado constituye una prueba
irrefutable de su nobleza posible, tanto mayor cuanto más
grande ha sido su caída. "No ofende quien quiere, sino
quien puede". Una piedra no es "ciega", por lo mismo que excluye
en su naturaleza la facultad de ver. Si el hombre desciende a
abismos de vileza es, justamente, por su nobleza original.
La consideración de la verdad de la naturaleza humana es
sin duda uno de los medios más eficaces para ayudar al
hombre a salir de los callejones sin salida en donde él
mismo se ha metido.

Continúa El Mayor Reduccionismo De La
Historia
En el Museo de Historia de Washington hay una pequeña sala
dedicada "al hombre". En una de sus paredes hay una lámina
que ostenta la representación de una figura humana
adaptada al tipo de 77 kilogramos de peso. Transparentes vasijas
de diversos tamaños contienen los productos
naturales y químicos que se encuentran en un organismo
humano de proporciones semejantes: 40 kilos de agua, 17 de
grasa, 4 de fosfato de cal, 1 y medio de albúmina, 5 de
gelatina. Otros frascos de menor capacidad corresponden al
carbonato cálcico, almidón, azúcar,
cloruro de sodio y de calcio, etcétera. El hombre – sea
político o militar, poeta, cantante, ministra o
castañera -, parece reducirse allí a una suma de
unos cuantos elementos de la tabla de Mendeleiev. No es de
maravillar que "el pequeño dios del mundo" -como llama el
Fausto de Goethe al hombre- salga un tanto deprimido del Museo de
Historia de Washington.
En la historia del pensamiento hay conceptos de
"anthropós" para todos los gustos. Desde el "homo mensura"
(Protágoras) o "sol y dios de sí mismo" (Feuerbach)
hasta el paquete de átomos a lo Demócrito y Carl
Sagan. El materialismo no
ha avanzado mucho desde sus viejos orígenes y sus
variedades no se distinguen demasiado entre sí. Para
Karl Marx el
intelecto no es más que una secreción del cerebro, que a su
vez es un producto de la
materia
evolucionada. Según Carl Sagan, científico de la
NASA, presentador y artífice de la famosa serie televisiva
titulada "Cosmos" (hay también versión
bibliográfica que lamentablemente circula por bastantes
colegios), dice: "yo soy el conjunto de agua, de calcio, de
moléculas orgánicas llamado Carl Sagan. Tú
eres un conjunto de moléculas casi idénticas, con
una etiqueta colectiva diferente".

Carl Sagan sabe – como bien dice – que "hay quien
encuentra esta idea algo degradante para la dignidad humana",
pero apostilla: "para mí es sublime que nuestro universo
permita la evolución de maquinarias moleculares tan
intrincadas y sutiles como nosotros".
Si el concepto atomista del hombre y del cosmos es sublime o
más bien ridícula es cuestión en la que de
momento preferimos no entrar. Con el mismo apellido en la
etiqueta, pero distinto nombre de pila, la escritora
Françoise Sagan nos define así a los humanos:
"simple respiración provisional en la
millonésima parte de uno de los millares de millones de
galaxias". Es innegable que las magnitudes siderales – ¡la
cantidad! – impresionan profundamente a un
materialista.

Ahora bien, ¿el hombre no es "nada más"
que lo afirmado por los Sagan, los Demócritos, los
Marx y
demás materialistas que en el mundo han sido? ¿El
pensamiento y la persona, la libertad y el amor no son
más que una combinación -aunque complejísima
– de elementos materiales? El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha, ¿no es más que el resultado de la
combinación de letras surgida por azar, o por alguna
oculta e ignota necesidad de las letras mismas? ¿No
habrá detrás el ingenio de una potencia
misteriosa y viva, trascendente e irreductible a "letras",
llamada Miguel de Cervantes? Detrás de la Novena
Sinfonía de Beethoven, ¿no habrá más
que un cúmulo de notas ordenadas por unas neuronas que a
su vez han sido ordenadas "por el azar", o más bien
habrá que pensar en la existencia de un genio llamado
Beethoven, irreductible a neuronas? ¿"Las Hilanderas" del
Museo del Prado, no son nada más que una azarosa
combinación de pigmentos o sustancias coloreadas?
¿No habrá que pensar más bien en la
existencia de un genio llamado Velázquez, irreductible a
pigmento, por excelente que fuera? Y detrás de
Velázquez, de Cervantes, de la gravitación
universal y de la evolución de la semilla en árbol,
¿no habrá que descubrir una Sabiduría
infinita y creadora?
Es muy fácil advertir que el materialismo carece de
cualquier fundamento o sentido racional y que sólo puede
incurrirse en él partiendo del prejuicio – juicio
acrítico – que pretende sostener la inexistencia de
Dios.
Si Dios no existiera, obviamente, nada existiría. Pero si
imaginamos la absurda hipótesis de la no existencia de
Dios, afirmando simultáneamente la existencia del
universo, lo más lógico es concluir con Jean Paul
Sartre – quien negó a Dios para declarar sin
límites la dignidad y autonomía del hombre -, que
"el hombre es una pasión inútil", "el niño
es un ser vomitado al mundo" y "la libertad es una
condena".

La existencia humana como "permiso"
Sin embargo, contemporáneamente a J. P. Sartre, en 1931,
Ernest Psichari escribía aquella frase ya citada, en la
que subyace una antropología exultante. Ernest Psichari
entendía su propia existencia como un don, como una
gracia, y la expresaba poéticamente como un "permiso", tan
gratuito y valioso que despertaba toda su capacidad de
admiración y gratitud. Ser hombre era para él un
regalo del Creador.
J. P. Sartre, después de negar la existencia del Donador,
para no deberse a nada ni a nadie, cual adolescente sin remedio,
para gozar de una libertad y autonomía absolutas, acaba
interpretándose a sí mismo como un absurdo, como un
ser de azaroso origen, carente de finalidad y de sentido.
Estos son los dos polos entre los que bascula el pensamiento del
hombre sobre sí mismo: optimismo, pesimismo; felicidad,
angustia; esperanza, desesperación.

La Cadencia Totalitaria Del Materialismo
Es claro que el materialismo -aunque no cesa de intentarlo-, no
puede fundar ningún concepto de hombre o de persona con
alguna dignidad esencial, superior a la de los seres
irracionales, pues a la sombra del materialismo, por muy
evolucionado que esté, el hombre nunca llegará a
ser más que un ilustre simio, un chimpancé
evolucionado, el individuo de una especie egregia, pero que, por
no ser nada más, podrá ser sacrificado en aras de
la colectividad, cuando parezca requerirlo el bienestar o la
simple voluntad de la mayoría (o quizá
minoría, que para el caso es lo mismo)
dominante.

Para Marx el individuo humano, lo que nosotros llamamos
persona humana, no tenía otro valor que el de servir al
género
humano (al "hombre genérico", diría él), a
la especie. En consecuencia, sus seguidores no han tenido ni
tienen inconveniente en sacrificar la persona a los intereses de
los poderosos. Es lógico. Cuando una persona estorba a la
comunidad política dominante, se la aparta de la
circulación, se la encierra en un hospital
psiquiátrico, o se la ridiculiza y desacredita, porque
todo vale en la "ética" colectivista, con tal de salvar al
colectivo. Para una clase política de este estilo, los
eliminables serán los que opinen de modo opuesto. Para los
individuos particulares, los adversarios serán los que lo
sean del bienestar personal. Las consecuencias son bien
elocuentes en la conclusión del imperio
soviético.
El aborto
procurado es quizá la más trágica y
sangrienta consecuencia del materialismo hedonista. Pero
también cabe pensar en las demás lacras que padece
la humanidad, desde la muerte de millones de hambrientos, hasta
tantos que aún siguen privados de libertad por
razón de sus principios religiosos o políticos.
Todos estos males no desaparecerán de la tierra hasta
tanto no llegue a ser de dominio
público la verdad sobre el hombre. Y esta es precisamente
la cuestión que ahora debe ocuparnos, sin pre-juicios y
sin prescindir del conocimiento cierto que sobre el asunto se ha
ido acumulando al través de los siglos. Sería
absurdo que en materia de conocimiento, sobre todo de
conocimiento vital y urgente, anduviéramos con remilgos a
la hora de aceptar verdades, sólo porque no las hemos
descubierto nosotros sino nuestros vecinos, o nuestros
antepasados.

Que Significa Ser Hombre
¿En qué quedamos, pues, ser hombre es un permiso,
un don formidable o más bien una pasión
inútil, o tal vez todo lo contrario?
Advirtamos ante todo, que estas preguntas, tal como las hemos
formulado, no pueden ser preguntas primeras, porque no se
refieren a cuestiones sustantivas, sino adjetivas. Antes de
responder cabalmente de un modo pesimista u optimista a la
pregunta por el valor del ser humano, es preciso preguntarse por
lo sustantivo: ¿qué "es" el hombre? O si se quiere,
¿cuál es su esencia, cuál es su naturaleza?
Se trata de saber en definitiva: quién soy "yo",
quién eres "tú". ¿Qué "es", en el
fondo, en su raíz y esencia la vida (humana)? Esta es la
cuestión que debemos plantearnos audazmente, sin miedo a
la verdad. ¿Por qué habríamos de temer la
verdad, sobre todo "a priori"?
Sin embargo hay miedo a la pregunta, hay miedo a la respuesta.
Quizá tenga mucha razón Martín Buber cuando
escribe: "Sabe el hombre desde los primeros tiempos, que
él es el objeto más digno de estudio, pero parece
como si no se atreviera a tratar ese objeto como un todo, a
investigar su ser y su sentido auténticos.

"A veces inicia la tarea, pero pronto se ve sobrecogido
y exhausto por toda la problemática de esta
ocupación con su propia índole y vuelve
atrás con una tácita resignación, ya sea
para considerar al hombre como dividido en secciones a cada una
de las cuales podrá atender en forma menos
problemática, menos exigente y menos comprometedora"
¿Será, la vida, "un frenesí" (como se
pregunta el Segismundo de Calderón)? ¿quizá
"una sombra, una ficción, en el que el mayor bien es
pequeño, pues toda la vida es sueño y los
sueños son"? ¿Somos víctimas de una mala
pasada del azar o del mal pensamiento de algún genio
maligno que nos ha puesto en ese estado de tanta perplejidad
existencial?
Las épocas en las que se ha extendido el pensamiento
teocéntrico, en las que se ha solido reconocer que Dios
existe y es creador de cuanto existe, el concepto de hombre ha
adquirido, aun entre sombras, destellos de luz y alegres colores. En
cambio, las épocas más bien
antropocéntricas, que han querido exaltar al hombre
afirmando que nada hay por encima de su cabeza, han concluido en
profundas depresiones nihilistas, en culturas de muerte, donde
-como en la nuestra-, la vida no vale más que para gozarla
sensitivamente o para librarse de ella si el placer es imposible
o improbable.

La Paradoja Inexorable Del Humanismo
Ateo
"Quizá una de las más vistosas debilidades de la
civilización actual -decía no hace mucho Juan Pablo
II- esté en una inadecuada visión del hombre. La
nuestra es, sin duda, la época en que más se ha
escrito y se ha hablado del hombre, la época de los
humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo,
paradójicamente es también la época de las
más hondas angustias del hombre respecto a su identidad y de
su destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes
insospechados, época de valores
humanos conculcados como jamás lo fueron antes.
"¿Cómo se explica esta paradoja? Podemos decir que
es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del
hombre amputado de una dimensión esencial de su ser -el
absoluto-, y puesto así frente a la peor reducción
del mismo ser".
Ya se dio cuenta Aristóteles, hace 24 siglos, que al
hombre no se le puede condenar a ser sencillamente hombre, sin
más. El horizonte vital de la persona no puede reducirse a
lo sensitivo, espacial y temporal. Porque todo eso es – si se
compara con la más profunda tensión humana –
tremendamente limitado, finito, contingente.

A los hombres nos fascina el mundo sensorial, y sentimos
la tentación de rendirnos sin condiciones a sus encantos
inmediatos. Pero al poco de gozarlo, el encanto se nos esfuma, se
desvanece, desaparece de nuestro corazón
como el agua entre
los dedos. ¿Por qué? Porque el "ser" del hombre es
más, supera, trasciende infinitamente el orden de los sentidos, de
lo material e incluso de lo temporal.
La misma "in-satisfacción" o "in-comodidad" que – no
sólo a la larga, sino bastante a la corta – produce la
hartura de los sentidos, es un testimonio elocuente de la
desproporción que existe entre el "ser" del hombre y el
"ser" de lo que se le ha ofrecido para su
satisfacción.
El hombre insaciable de sensaciones manifiesta que "es
más" que sensación. El hombre "supera infinitamente
al hombre", decía Pascal. En otros
términos: el hombre nace para ser infinitamente más
de lo que es; para superarse a sí mismo más
allá de toda previsión biológica. Lo
presentimos, lo atisbamos, pero la fascinación sensorial
puede vencer ese impulso originario al infinito y eludir la
profundidad de la pregunta "¿Qué es el
hombre?".
No basta saber su composición química, sus
posibilidades de supervivencia, sus capacidades físicas,
sus gustos, sus aficiones, sus posibles enfermedades y cómo
puedan curarse o no curarse. No basta con saber que tiene una
dimensión bioquímica, una dimensión
biológica, una dimensión biopsíquica, y
quizá otras que pueden ser objeto de observación en
un laboratorio,
en un quirófano o en un hospital psiquiátrico. No
basta saber qué hace el hombre, qué es capaz de
hacer y de no hacer en un momento dado, cuáles son sus
expectativas de vida. Se trata de saber qué es el hombre
en sí mismo: cuál es el quid del ser humano. Se
trata de conocer al hombre en profundidad, en su origen y en su
fin, en el núcleo más íntimo de su existir.
Ahí ha de estar la clave de nuestra existencia, ahí
la respuesta definitiva que resuelva el dilema: don inestimable o
pasión inútil.

Pueblerinismo Cientifista
Es lamentable que, en general, no se haya sabido cultivar en
nuestra época, junto a la necesaria especialización
de la investigación científica, la
síntesis de los saberes. Esto – sumado a
los prejuicios ya apuntados – no ha favorecido el esclarecimiento
del "ser" del hombre. La ramificación de las Ciencias no
había de concluir necesariamente en el cientifismo, que es
una especie de catetismo o paletismo intelectual que amenaza al
científico, no menos que al resto de los humanos.
El paleto no sabe circular por la ciudad inmensa porque
sólo ha conocido el horizonte de su pueblo angosto. El
pueblerino cree que su pueblo -quizá mugriento- es la
maravilla cósmica suprema. El médico que –
según la leyenda – dijo que no existía el alma,
porque había hecho la autopsia a un cadáver y no la
había encontrado por ninguna parte, es un exponente
elocuente, no de hombre de ciencia, claro
es, sino de catetismo cientifista. Es el especimen prototipo de
pueblerinismo cultural. Cree que sólo existe, que
sólo es verdad lo que puede comprobar con sus ojos, o con
las herramientas
de su laboratorio.
Un premio Nobel de Medicina o de
Ciencias puede ser – no lo son la mayoría, desde luego –
un perfecto pueblerino cientifista, porque puede saber mucho de
la pata delantera izquierda de la mosca tse-tsé, pero
simultáneamente puede no saber nada del campeonato de
fútbol que se está celebrando en el mundo, ni de
quien fue Tutankamon, ni de quiénes, cuándo y por
qué escribieron los Evangelios. Un premio Nobel se supone
que es hombre con superior índice de inteligencia, pero
puede no haberle dedicado siquiera dos minutos a leer el
Evangelio e ignorarlo por completo, y sin embargo hablar de ello
como si fuera el Papa. Un premio Nobel, quiero decir, con todos
mis respetos, puede no saber casi nada de "lo que es" el
hombre.

Como Puede Caerse En El Nihilismo
Tampoco tienen por qué saberlo sociólogos,
psicólogos, paleontólogos, neurólogos,
etnólogos, etcétera, por el simple hecho de
cultivar una ciencia particular. Porque todas las ciencias
particulares, cuando estudian al hombre, lo hacen bajo una
perspectiva determinada, limitada. La paleontología, la
sociología, la psicología, la
etnología, la neurología humana, la etología
comparada, la psicología
social, la antropología económica, la medicina,
la psiquiatría, la bioquímica, la fisiología, etcétera – hacen
estudios que son inevitablemente sectoriales, estudian
algún aspecto, dimensión o sector del ente humano,
pero no alcanzan la esencia de su ser. Y si no son conscientes de
su propia limitación, ocurre lo que sucede cuando se ve un
cilindro sólo desde una sección particular.
Tomemos, por ejemplo, un cilindro de un metro de alto por un
metro de diámetro. Practicamos una sección
horizontal y una sección vertical.

El científico verdadero -como el filósofo
y el teólogo- es alguien que cultiva apasionadamente una
ciencia, sabiendo tanto los límites de la misma como sus
mejores posibilidades. Sólo así el
científico podrá llegar a ser también sabio,
ir más allá de su ciencia y razonar sobre los
datos que le
ofrece para integrarlos en un concepto superior.
Ninguna de las ciencias particulares puede decirnos qué es
el hombre. El hombre puede ser objeto de estudio de
múltiples disciplinas:
-la Antropología metafísica estudia lo constitutivo
esencial del ser humano.
-la Antropología fenomenológica, estudia al hombre
tal como aparece a la observación de los
"fenómenos" o apariencias de su vida.
-la Antropología sociológica, etudia las
condiciones y datos sociales del ser humano.
-la Antropología cultural, histórica, estudia la
articulación y combinación de las diferentes
vertientes humanas en orden a la constitución de una unidad, de un hecho
personal humano, del hombre considerado en su "hic et nunc"
geográfico e histórico.
-la Antropología teológica estudia al hombre desde
el punto de vista de Dios, que se nos revela en la Sagrada
Escritura y la
Tradición, interpretadas auténticamente por el
Magisterio de la Iglesia.
De ahí resultan diversas "secciones" del ser humano y
según cuál de ellas tomemos como punto de
referencia, contemplaremos al homo religiosus, al homo
theoreticus, al homo políticus, al homo asceticus, al homo
socialis, al homo oeconomicus, al homo faber, al homo
eroticus.
El que sólo sabe hacer y ver secciones podrá
confundir el cilindro con el círculo, y también con
el cuadrado. Incluso podrá llegar a la conclusión
de que como el cilindro "es" un círculo y también
un cuadrado, el círculo y el cuadrado "son" lo mismo, es
decir, el cilindro es un absurdo. Algo semejante le pasó a
Jean Paul Sartre: se fijó en unas pocas dimensiones
humanas y llegó a la conclusión de que el hombre es
un absurdo: una pasión inútil, un ser vomitado al
mundo, condenado a ser libre y abocado a la nada.
También puede suceder que al advertir que el absurdo no
puede ser, porque lo absurdo es lo contradictorio (el
círculo cuadrado) y lo contradictorio no puede existir en
parte alguna de la realidad, se llegue a la conclusión de
que el cilindro humano tan circular como cuadrangular, no es
más que una vana ilusión de la mente. En realidad,
el cilindro no existe…, el hombre no existe, el mundo no
existe: es la nada, el nihilismo (teórico o quizá
sólo práctico, pero con fundamento en una
teoría implícitamente nihilista)

A lo largo de la Historia del pensamiento se ha llegado
más de una vez a nihilismos semejantes. Pero sin necesidad
de ir tan lejos, es muy frecuente la negación del alma
espiritual, por el hecho de que no se puede ver desde ninguna de
las secciones que pueden hacerse en lo visible del hombre, el
cuerpo humano
(que no se vea es muy lógico porque el alma no es cuerpo
visible, no es material, sino lo que hace que el cuerpo viva)
Ahora bien, para llegar al reconocimiento de la existencia del
alma espiritual e inmortal no hay más remedio que ver al
hombre no desde una sección limitada, sino desde la
sección rigurosamente vertical, que es la única que
puede revelar lo característico del ser humano: el ser
humano es un cilindro que hacia arriba es literalmente ilimitado,
no tiene límites espacio-temporales, no tiene techo, no
tiene límite vertical.

Como Se Puede Caer En El Ultraevolucionismo
Otro ejemplo gráfico nos puede ayudar a entender otro
error frecuente: el que confunde el ser humano con otros de
especies inferiores.
Si proyectamos sobre un mismo plano inferior, un cilindro, una
esfera y un cono, el resultado, en los tres casos es el mismo: un
círculo ambiguo y tentador para espíritus
simplistas.
Por un camino semejante se llega a afirmar sin rubor que el
hombre viene a ser lo mismo que el chimpancé o el lagarto:
¡se parecen tanto! ¡Son tan grandes las
semejanzas!
Es cierto que hay seres humanos que presentan un "look" muy
semejante al del chimpancé y se diría de ellos que
acaban de descender de algún árbol
selvático. Pero basta preguntarles la hora para advertir
que el hombre tiene un mundo invisible en la mirada y en la voz
que supera infinitamente al del chimpancé; y llegamos a la
conclusión cierta de que mucho mayores son las
desemejanzas que las semejanzas resultantes de la
comparación entre un individuo humano y un simio.
«Veis al hombre en su silencio y os parece nada más
que un ser animal más o menos perfecto. Pero poco a poco
se animan sus facciones, un principio de expresión ilumina
sus labios, vibra el aire en una variedad sutil, y esta
vibración material, materialmente percibida por el
sentido, trae en sí esta cosa inmaterial desveladora del
espíritu: la idea.
»¡Cómo! Oís el rumor del viento, y el
ruido del
agua, y el fragor del trueno, que dejan en vuestro
espíritu una gran vaguedad del sentimiento; y
bastará con que un niño muy pequeño, que
apenas se hace oír, diga suavemente: ¡Madre! para
que, ¡oh maravilla!, todo el mundo espiritual vibre
vivamente en el fondo de vuestras entrañas. Un sutil
movimiento del aire os hace presente la inmensa variedad del
mundo y suscita en vosotros un fuerte presentimiento de lo
infinito desconocido». Son palabras de Joan Maragall, en su
Elogio de la palabra.

Hay que fijarse en las apariencias, pero no fiarse
demasiado. No podemos quedarnos en ellas como hace la mera
fenomenología (el fenomenismo). La
fenomenología es un método de
gran ayuda para el acceso al conocimiento de la realidad, pero
con la condición de que sea seria, rigurosa, circunspecta,
que vaya dando vueltas en torno al objeto
de estudio – el cilindro, el hombre -, hasta alcanzar una imagen
lo más completa posible, que integre todas las dimensiones
observables, las diversas perspectivas tomadas. Y sobre todo ha
de ser conciente de su insuficiencia. Además de ver, oler,
palpar – sentir – hay que juzgar y razonar sobre lo visto,
oído,
palpado, en una palabra, percibido y entendido.
Entonces estaremos en condiciones de dar un paso adelante, de
traspasar los fenómenos para dar con el sujeto mismo, es
decir, con lo que subyace bajo los fenómenos, lo que
sustenta las diversas dimensiones contempladas. En otros
términos, estaremos en condiciones de formular la pregunta
meta-física (la
metafísica continua el conocimiento iniciado por la
física, mediante el discurso
ordenado y riguroso de la razón): ¿qué es
esto que tiene tales dimensiones, que presenta tales cualidades,
y ofrece una cara con dimensión sin
límite?

14.
Bibliografía

  • Enciclopedia Encarta 2002
  • López Aranguren, José Luis.
    Ética. Madrid: Alianza Editorial, 1995.
  • Orozco Antonio, Fundamentos Antropológicos de
    la Ética Racional,
    www.pue.upaep.mx/formhum/funantrop.html
  • Apuntes personales

 

 

 

 

Autor:

Lic. José Luis
Dell'Ordine

Animador unesco
Mensajero del manifiesto 2000 de unesco
Colaborador de la sociedad de plegaria por la paz mundial
Colaborador de la revista
electrónica "el hornero"
Miembro de la sociedad latinoamericana de investigación científica
Miembro titular de la ong.
"pensamientos nuevos"
www.pazmundial.com
http://dellordine.ecomundo.com.ar

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