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Psicología infantil y del adolescente (página 2)




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3. Conclusiones

Este trabajo nos ha servido, en primer lugar, para
darnos cuenta que los padres son tomados como modelos por
sus hijos y de ellos depende muchas veces el origen de un
trastorno psicológico.
Pues muchos padres son plenamente conscientes de su gran responsabilidad en la formación del
carácter del niño. No se dan cuenta
de la trascendencia que la educación recibida
en la infancia tiene
para toda la vida de la persona. Deben
saber que los trastornos psicológicos tuvieron su origen
en la infancia, debido unas veces a sucesos desagradables vividos
durante esta tierna edad, otras veces a falta de unos de padres o
de ambos, otro finalmente a que los padres por ignorancia de los
métodos
educativos, llenaron inconscientemente la
personalidad del niño de ideas perturbadoras causando
trastornos en su comportamiento.
El niño llegará algún día a la edad
adulta y tendrá que afrontar problemas y
responsabilidades que la vida plantea, y es cuando estos
trastornos psicológicos que aparentemente no eran tan
perjudiciales "anormales", vuelven a surgir pero cada vez de
manera más compleja.
Todos deseamos para nuestros hijos lo mejor, la máxima
felicidad y un gran bienestar. De ser asi, luego de haber
leído y analizado este trabajo de investigación no incurriremos en
equivocaciones que tantos padres cometen por no orientarse
debidamente, pudiendo formar, educar y preparar hijos aptos para
la vida y para hacer felices.

4. Trastornos de la
adolescencia

Principales Dificultades
Éste es un período particularmente complejo, que
comprende la transición entre el fin de la latencia y el
comienzo de la adolescencia.
En este camino, el niño ha de pasar por la revolución
puberal, con la transformación corporal y la
definición psicosexual consiguientes, ya que la primera
menstruación, en la niña, y la primera
polución, en el varón, ponen fin a las
fantasías de bisexualidad. Al mismo tiempo el
niño necesita encontrar vías de acceso a su
integración en el mundo de los adultos.
Todo ello implica para el individuo una profunda crisis que
compromete las diversas áreas de su vida.
Se reactivan en esta etapa todos los conflictos
infantiles: los derivados de la evolución psicosexual, de la lucha por la
progresiva independización respecto a los padres y de las
vicisitudes de la inserción en grupos
sociales nuevos y cada vez más amplios. Esto supone un
cierto grado de desorganización de las estructuras
previas de la personalidad,
que hace vivir al sujeto períodos de confusión,
inestabilidad emocional y conductas contradictorias. El
sentimiento de identidad es
altamente fluctuante, y sólo se consolidará a
través de una reelaboración de tales conflictos
previos.
Estos difíciles procesos de
cambio pueden
dar lugar a manifestaciones patológicas
específicamente relacionadas con ellos. Las dificultades
pueden afectar a las tres áreas fundamentales en que se
desarrolla la vida del individuo psico-biológico: el
área mental, el área del cuerpo y el área de
la relación con el mundo externo.
Así, las complicaciones podrán expresarse a
través de una problemática vinculada con el estudio
(dificultades de concentración, dispersión,
apatía), de trastornos relacionados con el esquema del
cuerpo y sus funciones
(anorexiabulimia,
masturbación compulsiva, indefinición sexual y
perversiones) o perturbaciones en la relación con el medio
(conductas antisociales, delincuencia,
toxicomanías). Se entiende, de todos modos, que, aunque
las dificultades se manifiesten predominantemente en una de las
áreas, siempre están todas implicadas.

Anorexia mental
Descripción y características
La anorexia mental es un trastorno que presenta una
relación muy específica con la adolescencia. La
edad más frecuente de aparición se sitúa
entre los doce y los dieciocho años, con gran predominio
entre el sexo
femenino.
Fue descrita clínicamente, hace más de un siglo,
por Gull y Lassegue, y caracterizada como enfermedad propia de
las jóvenes. Sin embargo, su ubicación
nosológica no fue suficientemente aclarada, y
continúa, en la actualidad, siendo motivo de
discusión.
El síntoma más destacado de la anorexia mental es
el despliegue, por parte del enfermo, de una serie de conductas
destinadas a la pérdida de peso, con el consiguiente
adelgazamiento, que puede, en ocasiones, llegar a la caquexia
(alteración profunda de la nutrición). Este
comportamiento se acompaña de un trastorno de la imagen corporal,
una manipulación del ambiente en lo
referente a la alimentación,
hiperactividad y, en las mujeres, amenorrea (supresión
morbosa del flujo menstrual).
Conviene destacar que la denominación de anorexia es, en
cierto sentido, inapropiada, dado que no existe, por lo general,
pérdida del apetito, o ésta se limita a las etapas
más avanzadas de la enfermedad. En este sentido, la
denominación alemana de la enfermedad (delgadez pubei-al)
describe más acertadamente el cuadro que ésta
presenta.
Es frecuente que el trastorno se presente en adolescentes
que fueron obesos en la infancia.
El inicio de los síntomas puede asociarse a situaciones
emocional-mente conflictivas.
El rechazo de alimentos suele
comenzar de forma moderada y respaldado por alguna
justificación racional, como el propósito de hacer
un régimen por obesidad o
alegando trastornos digestivos. También puede limitarse,
en los comienzos, a una minuciosa selección
de los alimentos siguiendo diversos criterios, o experimentar
náuseas ante determinadas comidas. El trastorno suele
avanzar hacia una generalización de estas conductas y, por
consiguiente, a un incremento de la restricción
alimenticia. Dado que el anoréxico típico es una
adolescente que vive con sus padres, se crea frecuentemente una
situación de conflicto
familiar. Los padres presionan a su hija anoréxica para
que coma, y ésta responde con un comportamiento hostil,
con retraimiento o con engaños: no es raro que mienta
sobre sus comidas o sobre su peso.
Dado que persevera en su voluntad de adelgazar, a pesar de las
evidencias racionales que pudieran desaconsejarlo, la
anoréxica desarrolla distintas actividades para lograr
este fin. Para resistir el hambre, puede recurrir a distintas
maniobras que logren distraerla, o desplazar el deseo de comer
dedicándose a cocinar para los demás miembros de
la familia y,
por lo general, en cantidades excesivas.
Comer poco no es el único mecanismo utilizado: muchos
anoréxicos acostumbran provocarse vómitos, o
ingerir cotidianamente laxantes, diuréticos o
anorexígenos. Estos procedimientos
suelen ponerse en práctica en las fases de bulimia
(apetito excesivo y voraz) que algunos enfermos alternan con las
de anorexia.
El anoréxico puede persistir en el empeño de
adelgazar a pesar de encontrarse sumamente delgado, y mostrar un
inexplicable temor a perder el control y
engordar. De continuar en esta línea, la enfermedad
evoluciona hacia un cuadro de caquexia con pérdida de peso
del 20 al 50%, trastornos de la piel y
diversas alteraciones metabólicas y digestivas.
El trastorno básico que permite este adelgazamiento es una
seria perturbación de la imagen del propio cuerpo y del
reconocimiento de las sensaciones provenientes de éste. El
empeño por lograr un estricto control sobre el cuerpo y
sus funciones lleva a la negación tanto del hambre como de
los instintos sexuales y otras necesidades corporales. Se observa
en la anorexia un empobrecimiento de la vida afectiva y
erótica. La distorsión de la imagen corporal puede,
en algunos casos, ser tan marcada que se convierte en una
visión delirante del cuerpo real, llegando los enfermos de
extremada delgadez a verse como obesos.
En este sentido, muchos autores destacan los rasgos
psicóticos involucrados en la alienada relación que
mantiene el anoréxico con su cuerpo y con la comida.
La amenorrea está presente en la mayoría de los
casos, hasta el punto de ser considerada por algunos un signo
indispensable para el diagnóstico de anorexia. El hecho de que
aparezcan entre los síntomas iniciales parecería
indicar que no se trata de un trastorno secundario a las
alteraciones metabólicas producidas por el adelgazamiento,
sino más bien un apoyo a las teorías
que le atribuyen un origen psicógeno.

Psicopatología de la anorexia
Existen diversas interpretaciones del cuadro anoréxico.
Desde su formulación original, por Lassegue, como una
forma de histeria, fue clasificado sucesivamente entre las
fobias, las psicosis, o como
entidad psicopatológica específica. En el•
estudio de la anorexia mental, algunos autores han puesto el
acento en la falta de apetito o deterioro cualitativo de
éste. Otros, desde una perspectiva biológica,
contemplan los aspectos fisiopatológicos derivados de la
mala nutrición. Los trabajos psicodinámicos toman
en consideración los conflictos propios de la pubertad,
que podrían estar manifestándose con
carácter patológico en los síntomas
anoréxicos. Son numerosas las aportaciones sobre el tema,
y no siempre coincidentes.
Thomas plantea que la personalidad anoréxica
estaría influida por una relación con la madre en
la que predominaría la ambivalencia de tipo oral. A nivel
somático, esta ambivalencia se expresaría como una
oposición entre una imagen ideal del cuerpo, asexuado y
ascético, y el cuerpo real, que resulta inaceptable. En la
rebelión del anoréxico contra la dependencia hacia
su propio cuerpo, se vería una forma desesperada de
resistencia al
desarrollo
sexual, que lo llevaría a una madurez no deseada.
M. Selvini sostiene que la anoréxica estaría
marcada, en su desarrollo, por una madre sobreprotectora y
excesivamente controladora, lo cual tendría como
consecuencia el establecimiento de un Yo débil y
dependiente. En la pubertad, el cuerpo sería vivido como
algo hostil, y este débil Yo buscaría su
afirmación en el enfrentamiento con dicho cuerpo, al ser
incapaz de hacerlo en las relaciones
interpersonales. Rechazando sus necesidades alimenticias,
sentiría la ilusión de ser autónoma y de
haber alcanzado por fin el control de su propio Yo.
H. Bruch, desde un vértice evolutivo, considera que el
origen del problema radicaría en el fracaso del proceso del
aprendizaje
que lleva, en el bebé, a integrar el hambre con su
posterior gratificación. Si una madre responde siempre
contradictoriamente a los requerimientos alimenticios de su hijo,
confundiendo sus mensajes, éste será luego incapaz
de alcanzar un correcto conocimiento
de sus funciones corporales.
Tendrá perturbada la capacidad de discriminación de los estímulos de
su cuerpo y se habituará a responder a las necesidades de
su madre más que a las propias. La consecuencia de este
desarrollo sería la distorsión del esquema corporal
y la indiferencia hacia el propio cuerpo que experimenta el
anoréxico.
La personalidad anoréxica estaría caracterizada por
una profunda regresión, manifestada a nivel corporal, como
expresión del conflicto producido por las dificultades en
aceptar las transformaciones ocurridas en la pubertad.
Las fantasías implicadas en el síntoma pueden ser
diversas, tales como la negación de la feminidad, el
autocastigo, la
purificación, la evitación del crecimiento y de la
definición sexual.
Existe acuerdo generalizado en relacionar el origen de la
anorexia mental con situaciones conflictivas de gran
trascendencia para el desarrollo, tales como las que se producen
en los períodos puberal y adolescente. La pubertad implica
cambios corporales, impulsos sexuales y crisis de identidad, lo
que puede favorecer la reactivación de conflictos
primitivos y dar por resultado respuestas inadaptadas que
configuran el cuadro anoréxico.

Bulimia
Bajo esta denominación se suelen incluir cuadros
episódicos de alimentación incontrolada.
Es frecuente que dichos episodios sean seguidos de sentimientos
depresivos y de culpabilidad.
Se trata de un trastorno típico del comienzo de la
adolescencia, con predominio en el sexo femenino.
Las características de la bulimia no sólo se
refieren a la cantidad excesiva de alimento consumido, sino
también a la forma en que se desarrolla la
alimentación. Por lo general, la ingestión es
rápida, compulsiva, con escasa masticación. Si bien
el comer resulta placentero al sujeto, los episodios de
alimentación abusiva suelen tener consecuencias penosas
para él. Por una parte, se pueden presentar problemas
digestivos, tales como dolores abdominales o vómitos
(éstos, en algunos casos, provocados). Por otra parte,
surgen sentimientos de autorreproche, angustia o depresión,
por no haber sido capaz de controlar los impulsos alimenticios,
dado que se tiene clara consciencia del problema. En este
sentido, es corriente que se realicen diversas tentativas de
reducción de peso mediante la dieta.
Este trastorno se relaciona directamente con la obesidad. Algunos
autores, como Klotz y Balier, distinguen dos tipos de obesidad:
una, constitucional, y otra por polifagia (aumento exagerado de
la sensación de hambre), que se produciría en
determinadas situaciones psicológicas. Se acepta,
generalmente, la existencia de una predisposición
constitucional a la obesidad, así como hacia muchos otros
síntomas, entendiendo esta predisposición como un
dato que ayuda a explicar la forma específica de
expresarse un problema y no como la causa de éste.
H. Bruch, al estudiar la hiperfagia (exceso de comida),
señala que ésta sería la expresión de
una alteración subyacente. Sin embargo, la obesidad en los
niños,
aun considerada como síntoma secundario, sería la
consecuencia principal de una mala adaptación social. Como
grupo,
serían emocionalmente inmaduros, excesivamente
dependientes de sus madres, inseguros. Con respecto a la pareja
paren-tal, destaca el papel
preponderante de la madre, quien se relacionaría con su
hijo de forma sobreprotectora y excluyente
Se trata de madres muy ansiosas, que colman a sus hijos de
cuidados y de alimentos por encima de sus necesidades. En estas
condiciones, el alimento adquiere connotaciones afectivas
importantes, se transforma en un equivalente del amor que la
madre es incapaz de expresar por otros medios. Se
plantea también la existencia (encubierta por la
sobreprotección) de tendencias hostiles hacia los hijos y
un intento de evitar que crezcan.

Toxicomanía
Adolescencia y toxicomanía
El consumo de
drogas se ha
convertido en los últimos años en un tema de
máxima preocupación. No se trata, sin embargo, de
un hecho nuevo, dado que la utilización de este tipo de
sustancias constituye, desde tiempos remotos, una práctica
culturalmente aceptada en numerosos pueblos.
La gravedad de la situación actual se debe a que el uso de
drogas ha adquirido características totalmente nuevas,
tanto en lo que se refiere a la población afectada como al tipo de la
variedad de los pro ductos utilizados. En cuanto a su
difusión, se observa cómo el hábito de
drogarse se ha extendido a sectores más amplios de la
población, y de forma muy especial a la juventud. En
España,
según datos del CIDUR,
el 34% de los jóvenes entre 12 y 24 años
probó alguna droga; el 18%
la consume habitualmente. (Este estudio, realizado en 1979, se
refiere a drogas social y legalmente inaceptadas —no se
incluye el alcohol—, y los datos mencionados
corresponden a drogas blandas y duras conjuntamente.)
La relación entre toxicomanía y adolescencia no es
meramente estadística; las particularidades
psicológicas de este período de la vida hacen del
adolescente un ser no sólo más proclive a la
adicción, sino también más vulnerable a los
efectos de ésta en el desarrollo de la personalidad. Antes
de abordar este problema es conveniente hacer mención de
algunos conceptos generales de la toxicomanía.
Existe cierta confusión en el uso del término
fármaco o droga, ya que designa, a la vez, sustancias con
valor
terapéutico y aquellas otras que no lo tienen. El problema
estriba en el hecho de que muchas sustancias pueden tener
función
terapéutica, en determinados casos, a dosis adecuadas, y
producir efectos tóxicos cuando su uso es indebido. La OMS
define fármaco o droga como toda sustancia que,
introducida en el organismo, puede modificar una o más
funciones de éste. En los fenómenos de
toxicomanía estarían involucradas sustancias
definidas como drogas causantes de dependencia. La dependencia
respecto a una droga puede ser física,
psíquica o de ambos tipos. Se ha pretendido distinguirlas
mediante dos términos: toxicomanía, reservado para
la dependencia física, y habituación para la
psíquica. La OMS recomienda usar
fármaco-dependencia como término general que
caracterizaría la presencia de modificaciones del
comportamiento y otras teaccibnes, que comprenden siempre un
impulso irreprimible a tomar el fármaco de forma continua
o periódica. La dependencia puede acompañarse de
tolerancia,
que es la necesidad de aumentar progresivamente las dosis de una
droga para obtener los mismos efectos farmacológicos.
Determinadas drogas producen, al suspender bruscamente su
administración, el llamado síndrome
de abstinencia, que consiste en una serie de síntomas
psíquicos y físicos característicos de cada
tipo de sustancia, pudiendo alcanzar en algunos casos extrema
gravedad.
Se han realizado numerosas clasificaciones de las drogas
atendiendo a diversos criterios, tales como su situación
legal, su capacidad para producir dependencia o tolerancia, o su
acción farmacológica. La OMS reconoce seis tipos:
1) morfina y opiáceos; 2) barbitúricos, alcohol y
otros sedantes; 3) anfetaminas; 4) cocaína; 5)
alucinógenos (LSD y similares); 6) cannabis (marihuana y
haschis, entre otros).
Una droga tiene características propias que plantean
diferentes tipos de adicción. Por otra parte, cada sujeto
puede relacionarse con la droga mediante distintos grados de
dependencia. Cada drogadicto es un caso particular; sin embargo,
no puede dejarse de lado el contexto familiar y social que lo
rodea, así como, en el caso del adolescente
toxicómano, la singularidad del momento vital que
atraviesa.

Crisis de identidad y droga
La pubertad y la adolescencia son etapas especialmente
conflictivas. El joven debe enfrentarse con exigencias nuevas
provenientes del interior y el exterior de su organismo, como son
la eclosión de su sexualidad y
las responsabilidades adultas. Para superar estas dificultades,
busca puntos de apoyo, recurriendo a padres o amigos, o a
actividades físicas o intelectuales que le permitan
encauzar y controlar sus necesidades impulsivas, cualitativa y
cuantitativamente renovadas en este período. Se trata de
la búsqueda de un equilibrio
ante la reaparición de la lucha entre los impulsos del
Ello y las exigencias del Superyó. Este objetivo no
siempre se logra, ya sea por una insuficiente capacidad de
tolerancia a los cambios, ya por un fracaso en la respuesta de la
familia y el
medio a las demandas del joven. Si un adolescente en esta
situación entra en contacto con la droga, notará,
eventualmente, que los efectos del fármaco disminuyen su
ansiedad, calman su culpa, es decir que le ofrecen un alivio
mágico a sus problemas.
Por otra parte, en este período se producen profundas
crisis de identidad ante la pérdida de la relativa
estabilidad lograda durante los años de latencia. A.
Aberastury describe la crisis adolescente como un duelo referido
a tres pérdidas: la del cuerpo infantil, la de los padres
de la infancia y la de la idergidad infantil. La identidad
fluctuante y las crisis de confusión pueden llevar al
adolescente, cuando no encuentra continencia en el grupo
familiar, a la búsqueda desesperada de otros grupos o de
pandillas que le garanticen un sentimiento de pertenencia y
algún tipo de identidad. En este sentido, algunos autores
sugieren que el drogadicto tendría un sentimiento de
vacío, de carencia de identidad, y que trataría de
"inventarla" a través de la droga.
El adolescente drogadicto sería aquel que no ha podido
soportar la angustia, asumirla y elaborarla, y que ha elegido,
por ello, el camino de la evasión. El factor social puede
tener una influencia muy importante en esta elección.
En efecto, determinados ambientes ofrecen los modelos y caminos
facilitadores de la toma de contacto directo con la dro ga. En el
hecho de optar por tales caminos iría implicada la
negación como forma de enfrentar fracasos y frustraciones,
en el marco de una sociedad
consumista y de alta competitividad. La situación se agrava
cuando el joven adicto se ve juzgado y rechazado por la familia,
por lo que se acoge entonces a la solidaridad
patológica del grupo toxicómano.
Sin embargo, no todos los adolescentes que acceden a la droga se
convierten en adictos, sino sólo aquellos que, por
diversos factores, han desarrollado una predisposición
personal. Esta
personalidad se caracteriza por poseer un Yo débil, con
incapacidad para tolerar la angustia y los fracasos.

Personalidad y medio en el toxicómano

  1. El toxicómano es inmaduro, de carácter
    inestable, y presenta tendencias narcisistas y
    autodestructivas. La imposibilidad de enfrentarse a realidades
    frustrantes lo lleva a recurrir a mecanismos omnipotentes y de
    idealización que le permitan negar la angustia y crear
    la ilusión de seguridad y
    plenitud. La droga simboliza, para ellos, el objeto ideal que
    debe protegerles contra toda frustración y
    ansiedad.
  2. La dependencia de drogas se puede comparar al hambre
    infantil y a la perentoria necesidad de ingerir alimento que
    la aplaque. Tal dimensión e importancia que pone en
    peligro la salud y la existencia en
    la sociedad en millones de personas; afectan principalmente a
    los adolescentes y niños ya que buscan una salida
    fácil a los problemas familiares u otros
    motivos.

    En el toxicómano prevalece una forma de
    relacionarse con la realidad que tiene un origen precoz y que
    constituye un tipo de vínculo de adicción. Ello
    consiste en la búsqueda imperiosa de una actividad que
    proporcione de forma inmediata la ilusión de
    satisfacción ante la imposibilidad de hacer frente a
    los sufrimientos y angustias reales.

  3. En este sentido, se habla, respecto a las
    toxicomanías, de una regresión a la etapa oral
    del desarrollo psicosexual.

    Una tesis
    altamente aceptada es la que define a la droga-dependencia,
    como la necesidad irresistibles del consumo continuo de droga
    con el fin de alcanzar un determinado grado de placer para
    evitar sensaciones desagradables

  4. La droga brinda al toxicómano sensaciones de
    euforia y bienestar, pero, tal como señala Savitt, sus
    acciones se
    dirigen tanto hacia la finalidad de alcanzar un objetivo
    gratificante, cuanto a librarse de un dolor no
    tolerado.
  5. Al mismo tiempo la droga actúa como un objeto
    que frustra permanentemente; pasado su efecto, el sufrimiento
    se hace más insoportable. La depresión y la
    ansiedad consiguientes aumentan la necesidad de recurrir
    nuevamente a ella, lo cual, sumado a la dependencia
    farmacológica, aferra al sujeto a la relación
    adictiva.

La importancia del componente oral en el desarrollo de
las toxicomanías ha sido puesta de manifiesto por
numerosos autores. Rosenfeld, entre otros, llama la atención sobre los procesos de
incorporación y destete que se reproducen en las conductas
de aspirar, inhalar o ingerir, involucrados en las distintas
toxicomanías. Savitt señala que, en el uso de
drogas inyectables, se regresaría a un estado
preoral, buscando, en el sistema vascular,
un equivalente al vínculo fetal con la madre. Ello
reflejaría la abrumadora necesidad psíquica, en
estos individuos, de fusión
total con la madre.
Por lo general, se trata de familias desunidas o inestables, que
produjeron carencias afectivas difíciles de superar.
Podría tratarse de padres despreocupados o castigadores,
o, por el contrario, excesivamente indulgentes. La muerte o
ausencia de uno de los padres puede constituir un factor
desencadenante. Los padres, aun estando presentes, pueden estar
de hecho ausentes en sus funciones con respecto al hijo, al ser
incapaces de poner límites y
poder pasar de
la indiferencia al castigo sin solución de continuidad.
Suelen ser padres incongruentes, que descargan sobre sus hijos
sus frustraciones y conflictos. A menudo, su conducta
contradice sus palabras; es frecuente encontrar algún tipo
de adicción, como el alcoholismo,
en uno de los padres.

Perversiones
Las perversiones son comportamientos sexuales regresivos en los
cuales hay una sustitución parcial o total de la
sexualidad adulta por componentes de la sexualidad infantil.
Las perversiones sexuales no se han considerado en todos lo casos
como enfermedades.
Representan una desviación de lo que en la sociedad se
considera generalmente normal, y sólo hay que tratarlas
cuando afectan o hieren a otras personas en su dignidad y en su
integridad física o mental.
El punto de partida para su comprensión es el
descubrimiento, por Freud, de la
sexualidad infantil, y la comparación por él
establecida entre los fines sexuales del niño y los del
perverso.
Las perturbaciones de la
organización sexual en el púber y adolescente
están caracterizadas por un exagerado fortalecimiento de
una pulsión parcial o por una regresión a un
estadio anterior. Se explican estas alteraciones por la
eclosión de la sexualidad, superado el período de
latencia, y por la reactivación de la conflictividad
edípica.
Hasta que el púber pueda elaborar sus distintas ansiedades
y fantasías, relacionadas con los cambios ocurridos en su
cuerpo, y asumir una identidad sexual definida, habrá de
pasar inevitablemente por perturbaciones de su sexualidad que, de
alcanzar una intensidad y una persistencia exageradas, se
constituirán en verdaderos síntomas de
perversión.
Sobre el origen de las perversiones existen diferentes
formulaciones. Se acepta, generalmente, que constituyen
regresiones de conductas y deseos sexuales a modos infantiles.
Las teorías dinámicas agregan el carácter de
defensas patológicas contra angustias primitivas. En este
sentido, se atribuye el rechazo de la sexualidad adulta, y el
apego a la infantil, a la angustia de castración.
La perversión puede surgir, en el púber, de la
relación con una madre que le ha hecho creer que puede ser
su pareja y que no necesita crecer ni tener que envidiar al
padre. Así, el deseo de ser adulto estaría ausente,
y se evitaría, de este modo, la conflictividad
edifica.
Se pueden clasificar las perversiones en dos categorías:
respecto al objeto sexual y respecto al fin sexual. La primera
incluye homosexualidad, fetichismo, zoofilia,
autoerotismo, travestismo, etcétera. Pertenecen a la
segunda el sadismo, el masoquismo, el exhibicionismo y el
voyeurismo.

Homosexualidad
Es un trastorno donde el adolescente posee intereses sexuales por
otros del mismo sexo
Al igual que otras perversiones, la homosexualidad no tiene el
mismo valor en niños que en adultos. Durante el
período de latencia y en la pubertad, es frecuente que los
niños rechacen a sus coetáneos del sexo opuesto y
formen grupos de amigos, separadamente, los varones y las
niñas. El período de doce a catorce años
fase del "grupo homosexual", altamente variable según las
épocas y costumbres de los distintos medios sociales. Lo
importante es destacar que el alejamiento y el menosprecio del
sexo contrario son comunes en estas edades, y pueden considerarse
como una fase normal de la evolución hacia la
heterosexualidad, que comenzará a definirse plenamente en
la pubertad.
Anna Freud destaca que es un hecho frecuente la aparición
en la preadolescencia, y aun en la adolescencia, de episodios
homosexuales alternados con otros heterosexuales, en los que es
sumamente difícil pronosticar su repercusión
futura. Muchas conductas, tales como los contactos homosexuales
de distinto tipo, o los comportamientos propios del sexo
contrario, deben valorarse según su frecuencia e
intensidad, así como la edad en la que se produzcan.
Una franca homosexualidad después de la pubertad
constituiría una perversión propiamente dicha, si
bien pueden existir, más precozmente, tendencias en este
sentido que, cualitativa o cuantitativamente, se aparten de la
normalidad. Numerosos estudios realizados entre homosexuales
adultos muestran que las primeras manifestaciones desviadas
comenzaron, en la mayoría de los casos, antes de la edad
puberal.
Partiendo de la existencia de tendencias bisexuales innatas, se
puede entender la homosexualidad como el resultado de diversas
interferencias en el desarrollo psicosexual que
determinarían el predominio del componente homosexual
sobre el heterosexual. Los factores que pueden intervenir en este
sentido son muy diversos:

  • Rechazo por el progenitor del sexo
    opuesto
  • Estimulación psíquica y física
    excesiva del progenitor del mismo sexo
  • Seducciones homosexuales por parte de niños
    mayores o adultos
  • Carencia de contacto con personas del sexo
    opuesto.

La relación con los padres y, en particular, su
papel en el establecimiento de las primeras identificaciones,
así como la forma en que se desarrolle la conflictividad
edípica, son elementos de fundamental importancia para la
futura definición sexual.
Los principales psicodinamismos implicados en la homosexualidad
masculina serían los siguientes:

  1. Identificación con una imagen femenina por
    ausencia del padre o dominio de la
    madre en la pareja parental
  2. Fracaso de la identificación con la imagen
    masculina por miedo u odio a un padre sádico o
    autoritario
  3. Predominio de la fijación libidinosa hacia el
    padre por ausencia de la madre
  4. Defensa contra la agresividad dirigida hacia el
    padre
  5. Fijación en impulsos
    pre-genitales.

En la homosexualidad femenina serían los
siguientes:

  1. Resentimiento y frustración con el
    padre
  2. Identificación con el padre para poder amar a
    la madre
  3. Fijación a la madre idealizada como necesidad
    de retenerla, aunque, a veces, la identificación encubra
    un odio profundo.

Aproximadamente 5 de cada 100 individuos presentan esta
tendencia homosexual, en una sociedad abierta deberían
tener las mismas posibilidades educacionales y laborales.
Muchas parejas del mismo sexo desearían documentar su
convivencia mediante una unión similar al matrimonio,
también en el plano social, hasta hoy no tienen ese
derecho

Fetichismo
Es el apego emocional o excesivo o el impulso sexual dirigido a
un objeto inanimado. Puede tratarse de prendas femeninas,
muñecos, trozos de tejidos u objetos
de diversa índole. También puede referirse a una
sobrevaloración erótica de una parte del cuerpo humano,
como cabellos, el pie, etcétera.
Freud señala como elementos comunes, entre el niño
y el adulto fetichistas, la fuerte carga libidinal depositada en
un objeto. En el adulto, el objeto fetiche es necesario para la
excitación sexual, En la pubertad o la adolescencia, el
fetichismo puede convertirse en perversión, en la que el
objeto fetiche sirve de vía de descarga principal de las
mayores excitaciones sexuales. En la adolescencia, se agudiza la
angustia de castración, y el fetiche sería una
defensa contra tal temor al negar esta castración. Para
Freud, el fetiche representa el pene de la madre, es decir, la
negación de la ausencia de pene en la
mujer.

Exhibicionismo
El exhibicionismo como perversión consiste en la
exhibición morbosa de los órganos genitales como
medio de obtener excitación sexual.
En el perverso, la exhibición genital .tiene el
carácter de instinto parcial para superar el temor a la
castración. El sujeto busca provocar una reacción
en los demás como prueba de su posesión de pene.
Existiría la fantasía subyacente de que la mujer le
exhibiera el suyo.
A partir de la adolescencia, el exhibicionismo puede tener las
mismas características de perversión que en los
adultos. Autores como Basquin y Trystram encontraron que, en los
adolescentes, el exhibicionismo no se producía como un
núcleo perverso aislado, sino asociado a otras
manifestaciones como masturbación y agresiones.
El exhibicionismo genital es un trastorno que se presenta en los
hombres. En las mujeres suele desplazarse a todo el cuerpo, es
decir, reemplazando el deseo infantil de exponer los genitales
por el de exhibir el cuerpo con excepción de los
genitales.
A menudo se da en personas con una personalidad
insegura.

Voyeurismo
Es una desviación consistente en la desviación de
graficación sexual mirando aspectos del cuerpo
especialmente relacionados con las zonas erógenas. Como
perversión adulta se define como la excitación y
satisfacción sexuales mediante la observación de los genitales de otras
personas, de sus cuerpos desnudos, o de la realización del
acto sexual.
En la pubertad, reaparecerá con gran intensidad el deseo y
la atracción hacia la contemplación de los
genitales. Frecuentemente, es motivo de sentimientos de
culpabilidad y vergüenza.
La interpretación psicoanalítica de esta
perversión, tal como la refiere Fenichel, se relaciona con
fijaciones a experiencias infantiles provocadoras de angustia de
castración, tales como la contemplación de
genitales adultos o de la relación sexual entre los
padres. En algunos casos, el acto voyeurista puede adquirir
connotaciones sádicas, cuando predomina la fantasía
inconsciente de destruir al cuerpo o a la pareja espiados. Las
tendencias voyeuristas perduran normalmente en la sexualidad
adulta como componente infantil integrado en la genitalidad y
forman parte, muchas veces, de los preliminares del coito. En la
perversión voyeurista, se trata de la forma dominante o
exclusiva de expresión sexual.

Travestismo
Consiste en el hecho de vestirse con ropas del sexo contrario y
adoptar actitudes de
dicho sexo. Es frecuente en los niños pequeños y,
sobre todo, en las niñas, disfrazarse con ropas de
hermanos o adultos del sexo opuesto. Se convierte en
patológico cuando se vuelve hábito o necesidad.
Freud sugiere, entre otras las siguientes posibilidades: vestirse
de mujer puede significar, para algunos, la búsqueda del
amor materno, al negar la virilidad que, real o imaginariamente,
entiende como mal vista por su madre. En otros casos, la
rivalidad fraterna puede llevar a tomar la apariencia del hermano
de sexo opuesto, al que se considera el preferido. Señala
dicha autora, asimismo, que sólo cuando el disfrazarse
vaya acompañado de muestras de excitación sexual
puede considerarse indicativo de perversión en el
adulto.
El travesti, al igual que el fetichista, se niega a aceptar la
carencia de pene en la mujer; lo particular de esta última
perversión es que el sujeto se identifica con la mujer
fálica inconscientemente fantaseada.

Masturbación compulsiva
Es la palpación ansiosa y morbosa de los órganos
sexuales. Existe un sentimiento de culpabilidad y un temor al
castigo muy intensos. El sujeto desea interrumpir esta
práctica, pero le resulta imposible hacerlo.
La masturbación compulsiva puede ser la expresión
de impulsos pregenitales sádicos. Revela conflictos
centrados principalmente alrededor de la hostilidad y la
agresividad, así como también de la expectativa de
castigo correspondiente. La agresión puede estar dirigida
contra una figura parental, a la que se ataca por sentimientos de
odio y exclusión, o hacia el propio Yo del masturbador,
implicando tendencias autodestructivas. A veces, la
masturbación compulsiva constituye la expresión de
sentimientos omnipotentes que manifiestan fantasías de
autoabastecimiento, en el sentido de poder prescindir del
entorno. Junto con otros síntomas puede denotar un peligro
alejamiento de la realidad.
Se puede mantener en el adulto como práctica
patológica, con características adictivas, y
excluyendo la actividad sexual normal.

Sadismo
Se refiere a la obtención de placer mediante la tortura de
otros. Éstas personas consiguen el orgasmo cuando tienen
la posibilidad de provocar dolor, heridas o también
humillaciones a su pareja. Con frecuencia estas personas son
incapaces de mantener una relación sexual
normal.

La delincuencia
Los factores psicológicos y sociales previos
La delincuencia
juvenil es un tema de innegable trascendencia, tanto por sus
aspectos sociales como por los de tipo psicológico.
Desde el punto de vista sociológico, la delincuencia se
refiere a la transgresión de normas y reglas,
que son altamente variables en
las distintas épocas y de un país a otro. Las
edades en las que se puede aplicar la noción de
delincuencia juvenil están, en gran parte, en
función del ordenamiento jurídico de cada
sociedad.
Desde un punto de vista psicológico, la valoración
de un hecho como delictivo debe basarse más en sus
motivaciones que en criterios externos.
Se puede considerar la delincuencia juvenil determinada por la
superposición de tres tipos de factores. El primero se
relaciona con una predisposición particular de la
personalidad, que corresponde al "carácter antisocial" o a
la "delincuencia latente". Este tipo de personalidad se
gestaría en las primeras relaciones e identificaciones
infantiles con sus padres y su medio.
Interviene, como segundo factor, la gravitación de las
influencias sociales y familiares durante el período de
latencia y adolescencia, capaces de transformar la delincuencia
latente en delincuencia manifiesta. Por último, la
delincuencia juvenil puede considerarse como un fenómeno
directamente ligado a la adolescencia, no solamente por la edad
en que se manifiesta, sino también porque en ella se
expresan muchos de los conflictos típicos de este
período, si bien emergiendo de forma patológica.
Los problemas psicológicos por los que atraviesa el
adolescente pueden hacerlo más vulnerable a las conductas
delictivas.
En la génesis de la delincuencia juvenil
incidirían, pues, factores psicológicos y sociales,
pudiendo variar la importancia relativa de éstos en cada
caso.
Entre los factores primarios que condicionarán en el
niño pequeño la formación de un
carácter antisocial, destaca la importancia de los
vínculos conflictivos que haya podido tener con la madre,
y más tarde con el padre, así como los problemas
existentes en la pareja parental. Sin duda, las personalidades
perturbadas de los progenitores, las separaciones, las
enfermedades, la extremada pobreza,
etcétera, pueden despertar gran ansiedad en el niño
e interferir negativamente en su desarrollo emocional. Numerosos
estudios han comprobado la trascendencia de la pérdida de
uno de los padres por abandono o muerte,
señalando la evidencia de la relación entre hogares
deshechos y delincuencia juvenil.

Teorías psicoanalíticas
Desde un punto de vista psicoanalítico, se han formulado
distintas interpretaciones de los psicodinamismos implicados en
esta temprana etapa del desarrollo de las personalidades
antisociales.
Fenichel encuentra en los delincuentes juveniles un
Superyó incompleto o patológico, atribuido, en gran
parte, a la imposibilidad de establecer relaciones duraderas e
identificaciones estables con la figura parental. Friedlander
atribuye la formación caracterológica antisocial a
la no resolución del conflicto edípico y a una
insuficiente interiorización de la figura paterna, lo que
impide al niño aceptar una disciplina y
reprimir sus impulsos. En este sentido, afirma dicho autor: los
deseos instintivos no se han modificado y aparecen por eso con
toda su fuerza. El Yo,
dominado por el principio del placer, y falto del apoyo de un
Superyó independiente, es demasiado débil para
gobernar los deseos que se despiertan en el Ello.
Melanie Klein afirma que su tendencia agresiva los impulsa a
atacar los objetos que les rodean, incrementando un cúmulo
de ansiedad difícil de tolerar. Esta ansiedad determina,
junto con la culpa, la creación de un círculo
vicioso que los lleva a la repetición de los actos
destructivos no sólo como descarga, sino también
como búsqueda inconsciente de castigo que alivie su
tensión interna.

Factores ambientales
El vagabundeo, la desocupación, la desmembración
familiar, el entorno delictivo son algunos de los agentes
mencionados en este sentido. Muchos de estos puntos cobran
especial vigencia en la actualidad. El delincuente juvenil suele
ser exponente de las ansiedades y tensiones del ambiente social
patógeno que le rodea.
Uno de los problemas más graves es el desempleo
juvenil. Al margen de las privaciones económicas que puede
ocasionar, significa para el joven una marginación y un
rechazo por parte de la sociedad, que, al reducirlo a la
inactividad, le hará sentirse frustrado en sus
iniciativas, culpable por ser una carga familiar y resentido
frente a su entorno. Por otra parte, el ambiente en que se
desarrolla la vida de numerosos adolescentes en las zonas
más pobres presenta características sumamente
opresivas. Las viviendas de pequeñas dimensiones, en las
que ha de convivir un grupo familiar generalmente numeroso,
pueden generar un clima de
encierro, falta de intimidad, promiscuidad, etcétera, que
llevan al joven a desarrollar gran parte de su vida en la calle.
En estas condiciones, el medio le proporcionará abundantes
modelos de identificación y numerosos caminos para acceder
a la conducta delictiva.

Adolescencia, delincuencia juvenil
La delincuencia juvenil es, esencialmente, adolescente, porque se
manifiestan en ella, de forma acentuada, la mayor parte de los
problemas que se reactivan en esta etapa de la vida. Las crisis
emocionales que se producen por los inevitables cambios
corporales y psicológicos pueden llegar a crear serias
alteraciones en el sentimiento de identidad y desencadenar
trastornos de conducta que constituyen defensas contra estas
crisis. La actitud
psicopática caracterizada por el comportamiento
versátil, la falta de responsabilidad y la necesidad de
satisfacción inmediata de todos sus deseos, sin soportar
postergación, es una de las respuestas ante estas crisis,
que se pueden transformar en actos delictivos. Los estados de
confusión y los fenómenos de
despersonalización, provocados por el desarrollo
psicobiológico y aumentados cuando el grupo familiar y el
social han fracasado en su rol de continente, se reflejan en la
búsqueda desesperada por "instalarse" en un grupo que
confiera cierta solidez a su tambaleante identidad. El grupo
ofrece la ventaja de ser depositario de las ansiedades del joven;
también puede proyectar en sus integrantes los aspectos
más conflictivos y rechazados de su propia personalidad.
En ciertos casos, los grupos podrán caracterizarse por ser
una banda de homosexuales, de drogadictos, o eminentemente
delictiva.
El adolescente que ya venga cargado con su predisposición
antisocial, incrementada por la influencia de factores familiares
y sociales adversos y una personalidad insegura, se
incorporará a dichas bandas con la finalidad de encontrar
un grupo de pertenencia que lo contenga y le confiera alguna
forma de identidad, aunque se trate, de una "identidad negativa",
para éstos jóvenes es preferible ser alguien
perverso, indeseable a no ser nada.
Estos jóvenes son incapaces de instrumentar el pensamiento
racional y de ponerlo al servicio de un
planeamiento
anticipatorio, con ausencia de previsión sobre la
consecuencia de sus propios actos.
Estos muchachos utilizan el lenguaje
verbal como técnica de inducción sobre las personas; son
rápidos para percibir las debilidades de los demás
y aprovecharlas en beneficio propio. En sus relaciones
personales, tienden a cosificar los vínculos, tratando a
quienes los rodean como instrumentos y objetos para sus fines. No
pueden establecer lazos afectivos, y padecen grandes dificultades
para amar y tener amigos. Tienden, por lo general, a la mentira y
al engaño de forma crónica, así como a la
provocación e intimidación de compañeros y
extraños.
Suelen actuar como líderes psicopáticos de
pandillas, sometiendo a los integrantes a sus mandatos y
caprichos. Es frecuente que recurran a las fugas repetidas de
casa, robo, vandalismo, al vagabundeo, y, en ocasiones, al
abandono definitivo del hogar,
En definitiva, la típica conducta desaprensiva, y a veces
delictiva, de estos jóvenes es el resultado de su
imposibilidad de elaborar adecuadamente las vicisitudes de su
propio crecimiento y las relaciones conflictivas con sus padres y
con el ambiente social, vivido como amenazador y
frustrante.

5.
Bibliografía

  1. Gispert, Carlos, Consultor de Psicología infantil
    y Juvenil. Editorial Océano-Éxitos S.A. 1988.
    España.
  2. Lucas, M. Enciclopedia Médica de Salud.
    Editorial Fournier Artes gráficos. Edicición 1977.
    Barcelona.
  3. Kendall, Philip y Norton Ford, Julian.
    Psicología Clínica, Editorial Limusa. Primera
    edición 1998. México
  4. Papalia, Diane y Wendkos Olds, Sally.
    Psicología del desarrollo. Editora Mac Graw Hill
    Interamericana. 7ma edición 1997. Colombia
  5. Vander. Cómo educar a tus hijos. Ediciones
    Rande la Vía – Barcelona .1967
  6. En Internet:
    http://www.salud.com/
  7. En Internet: http://www.medicinatv.com/

 

 

 

 

Autor:

Paola Gavilán Massa

18 años
Psicología Infantil y del Adolescente
Facultad de Farmacia y Bioquímica
Segundo Año
Universidad
Nacional San Luis Gonzaga de Ica

Partes: 1, 2
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