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Pío Baroja (página 2)



Partes: 1, 2

En primer lugar, el vasco intenta dar una
definición de la novela, tarea nada fácil puesto
que no hay un solo tipo. La novela es, para el autor de
Zalacaín, "un género multiforme, proteico, en
formación, en fermentación; lo abarca todo"; admitir un
molde único sería una manifestación de
dogmatismo de la que se encuentra muy lejano. Al ser
múltiple el género, también debe serlo la
técnica que se emplee para abordarlo. Baroja distingue dos
tipos de creaciones: la novela impermeable, caracterizada por ser
más artística pero que, paralelamente corre un
serio peligro de anquilosarse, y la novela permeable que, lejos
de asemejarse –como la primera- a un jardín
clásico, es equiparable a uno romántico.

Opta, como era de esperar, por la novela permeable, en
la que se filtra el aire de la vida
real. Para Ortega, los de Baroja "Son libros sin
cámara, sin interior, donde no encontramos más que
poros". Eugenio Matus nos recuerda que el ideal barojiano es la
obra abierta, concebida como un animal invertebrado. En cuanto a
la génesis de la misma, el punto de partida será
una cuestión de índole impresionista. Un tipo o un
lugar le sugiere la obra; luego Baroja irá relatando
cuanto acuda a su mente, "sin propósito muy determinado ni
plan".

Una de las convicciones que más se le han
reprochado a Baroja fue su idea de que por la novela debía
desfilar multitud de seres de ficción. Ortega se indigna:
"Llueven torrencialmente sobre cada volumen las figuras sin que
se nos dé tiempo a intimar
con ellas (…) La posibilidad material de hacinar tal
cúmulo de personajes revela que no trata el autor a cada
uno como es debido".

En el "Prólogo casi doctrinal sobre la novela",
Baroja afirma que presentar pocas figuras es tan sólo una
consecuencia de la unidad estrecha del asunto; responde al
cánon clásico de la unidad. El novelista considera
que incluir muchas figuras contribuye a abrir el horizonte; esto
ubica su obra en la corriente de influencia de lo medieval,
caracterizado por la variedad, antes que por la unidad venerada
por los clásicos. Eugenio Matus supone que esta
proliferación de personajes secundarios obedece, por una
parte, a la necesidad de encontrar un remedio contra el taedium
vitae que siempre lo acosó, y, en segunda instancia, a
reflejar el interés barojiano por lo particular, por los
seres originales e individualizados. Baroja se defiende de las
críticas de Ortega alegando que hay seres de
ficción de los que no se puede escribir más, "lo
que se añade parece siempre vano y superfluo".

Realismo

Al recorrer la obra de Baroja –ensayística,
narrativa o autobiográfica-, la idea que surge con
más vigor es la preocupación por el realismo. En
Camino de perfección, el narrador expresa su credo
artístico: "El arte debe ser la representación de
la naturaleza, matizada al reflejarse en un temperamento".. La
postura realista conlleva, sin embargo, cierta consciencia de las
limitaciones de la mímesis; Baroja no se deja seducir por
la ilusión de la objetividad. Esta afirmación del
vasco, puesta en boca de uno de sus personajes, nos recuerda una
frase de M. H. Abrahams; en El espejo y la lámpara,
Abrahams dice: "Aunque una obra de arte, por ejemplo, se parezca
mucho a un espejo, es también, en aspectos importantes,
enteramente diferente".

Pío Baroja ha advertido esta peculiaridad de la
imitación; entre los escritores que se autoproclaman
realistas podemos encontrar significativas diferencias al encarar
un mismo tema. Sin embargo, haciendo esta salvedad, el cuentista
insiste en que el arte "no es un conjunto de reglas ni nada; sino
que es la vida: el espíritu de las cosas reflejado en el
espíritu del hombre"; la forma en que esta realidad es
evocada puede ser totalmente diferente, según la psicología y la
circunstancia personal de quien
la transfigura poéticamente.

Baroja se manifiesta contrario a la mímesis.
Considera que no puede haber una copia absolutamente objetiva de
la realidad. Un ejemplo ilustra su aseveración: "Si
Holbein, Durero, el Ticiano y el Greco vivieran, podrían
copiar los cuatro la misma figura, esforzarse en hacer un retrato
parecido, y, sin embargo, cada uno le daría un
carácer irremisiblemente suyo". Lógicamente, la
obra más lograda no será para él aquella que
mejor imite la realidad circundante, sino aquella que exprese con
mayor fidelidad la
personalidad del creador.

Fiel a su postura realista –por momentos
naturalista, inclusive-, Baroja copia cuanto lo rodea, evoca lo
que conoce. Como él mismo lo ha expresado, se atiene a los
temas que domina por contacto directo y cotidiano. La carencia de
un conocimiento cierto acerca de cuanto narra es –para el
vasco- uno de los errores más graves del artista, capaz de
dar por tierra con el
mérito de su obra. Recordemos, al respecto, las duras
críticas que le formuló a Ramón del
Valle Inclán.

Arte y
ciencia

La postura individualista nos hace pensar
inevitablemente en el subjetivismo. Aún admitiendo que
ciertas ciencias son rigurosamente objetivas –como la
estadística-, afirma que "en el arte y en
gran parte de la ciencia, la
base es el egotismo, el individualismo". Dentro del subjetivismo
de los artistas, en particular, pueden observarse diversos
matices; mientras que algunos son egotistas de una manera velada
y suave, otros los son en modo violento y cínico. La obra
literaria surge así como una proyección del
creador, con todas sus peculiaridades; "yo me figuro
–anota- que hay movimientos, agitaciones fuera del hombre,
que pasan por nuestro molde espiritual y quedan fabricados como
letras de imprenta, letras que luego se van
combinando".

A la posición individualista en la literatura
corresponde la que ha denominado "retórica del tono
menor", un tono íntimo y sincero. Ella se contrapone a la
"retórica del tono mayor", cultivada por importantes
personalidades de su tiempo. Esta última se caracteriza
por intentar conferir solemnidad a hechos que probablemente no la
posean de por sí. Esta diferenciación alcanza
asimismo a los lectores, ya que considera que las preferencias de
cada ser humano tienen íntima relación con su
identificación más profunda; quienes admiran una
obra de arte "ven en sus modelos una
proyección mejorada de sí mismos y son creadores
mientras los interpretan".

Espontaneidad

Otra de las principales preocupaciones de Pío
Baroja es la libertad de
que debe gozar todo hombre que se aboca a la literatura. No le
interesan las reglas, ni la corrección en el uso del
idioma; lo único verdaderamente importante es la
expresión del yo, de sus propias vivencias y aficiones.
Ignorante de todo aquello que a técnica se refiere
–pues la niega deliberadamente-, Baroja pide al arte una
libertad que no todas las sensibilidades admiten. En uno de sus
escritos teóricos sobre la novela, afirma: "haremos todas
las extravagancias, y nos permitiremos todas las libertades".
Este ha sido su postulado a través de décadas de
incansable producción.

Donald Shaw destaca esta faceta de la concepción
artística del vasco: "El creía que la capacidad de
crear obras literarias es algo totalmente inexplicable, un don
misterioso, al que no puede reemplazar el
conocimiento de las doctrinas y técnicas
literarias, y que elude constantemente sus dictados". Esta es
–creemos- la única posibilidad estética de un
hombre que se destacó por su individualismo y su ansia de
independencia.

En su discurso de ingreso a la Real Academia
Española, Baroja definió su concepción
artística: "Me considero dentro de la literatura como
hombre sin normas, a campo
traviesa, un poco a la buena de Dios"; habiendo leído la
obra barojiana, nada nos autoriza a pensar que el desconocimiento
de reglas y técnicas haya menoscabado sus condiciones
literarias. Baroja ha manifestado: "Yo, cuando leo obras
excesivamente trabajadas y bien escritas, pienso: Si esto tuviera
partes descuidadas y un poco abandonadas a la inspiración,
se leería con más facilidad"; el novelista
considera que una obra lograda de acuerdo a rígidos
cánones, una obra perfecta, es como el producto de
una máquina de hacer tarjetas o
chocolates. A pesar de lo irreverente de estas palabras, debemos
reconocer que surgen como reacción a la estética
imperante en su momento; debemos reconocer, por otra parte, que
Baroja está acertado cuando habla del valor afectivo
de la incorrección gramatical, de su calidez y
espontaneidad.

Estos postulados estéticos son los que destaca
Ortega y Gasset, en un artículo de El Espectador:
"Leemos páginas tras página y vamos adquiriendo la
convicción de que no interesan al autor los personajes, ni
lo que hacen, ni el aire que entre ellos se desliza, ni el arte
de la novela, ni el arte en general". Entonces, qué es lo
que interesa a Baroja? Nada más ni nada menos que
expresarse, que exteriorizar ese espíritu en el que
–al decir de Ortega- se evidencia "un desdén de
indio nuevo hacia nuestra vieja excelencia literaria".

El
estilo

El estilo, tan estudiado por los críticos de
todos los tiempos, adquirirá un nuevo sentido, ya que el
vasco, dejando de lado las consideraciones retóricas,
dirá que es la manera en que cada hombre se representa el
mundo y la forma en que interviene en su representación.
"Para mí –sostiene- el ideal de un autor
sería que su estilo fuera siempre inesperado; un estilo
que no se pudiera imitar a fuerza de
personal". Para él, "el estilo es una manifestación
de la personalidad
humana como puede serlo el hablar, el sonreír y el andar".
Hay un estilo interno, que es el que "preside la elección
de un asunto, da el tono a la obra literaria"; y hay un estilo
externo, por el que se van desarrollando los fines de un modo
objetivo. Pero
–aclara- la división no es absoluta, ya que ambos se
influyen y entrecruzan.

Al ideal de su tiempo, resumido en el casticismo, el
adorno y la elocuencia, Baroja opone su propia manera de
concebirlo: "Para mí no es el ideal del estilo ni el
casticismo, ni el adorno, ni la elocuencia; lo es, en cambio, la
claridad, la precisión y la elegancia". La novela
–comenta- es el género que menos se presta para los
ejercicios de estilo. Eugenio Matus sostiene que, para Baroja,
el lenguaje
debe desempeñar su papel de
mostrar al mundo de la manera más discreta.

Norte y
sur

"Todos los escritores han escrito mirando
alternativamente a su conciencia y a su
público, para adentro y para afuera" dice Pío
Baroja. Según el punto hacia el que el creador dirija su
mirada, podrá establecerse la diferencia entre los
artistas que dan más importancia a lo que el vasco
denomina "el testigo interior" y aquellos que se interesan
más por el público. Los primeros se han convertido
en místicos, individualistas o humoristas; los segundos,
en cambio, serán oradores, retóricos y
peroradores.

Médico al fin, analiza estos tipos de creadores
de acuerdo con la circunstancia en que desarrollan sus vidas; el
medio geográfico ejerce –nos dice- influencia
decisiva en el modo que escogerán para expresar sus
vivencias y llega, inclusive, a modificarlas. Establece en su
ensayo una
diferenciación meramente fisiológica, en primer
lugar, destacando que los hombres que habitan zonas de climas
fríos apenas abren la boca para hablar, mientras que los
que se mueven en climas benignos no temen que el aire invada sus
pulmones. Esta distinción tiene su correlato en las
posturas ante la sociedad:
mientras que unos se aíslan, otros frecuentan las
reuniones al aire libre. De ellas surgirán los oradores,
más propensos a interesarse por el discurso en sí
que por cuanto transmite.

La repercusión de estas actitudes en
la creación literaria surge como una consecuencia lógica
de lo anteriormente expuesto: mientras que los hombres del Norte
sólo utilizarán la palabra como vehículo de
un contenido, los del Mediodía buscarán una
retórica adornada y elegante, afín a sus costumbres
gregarias. Esta contraposición, como todas las esbozadas
por Baroja, puede ser demasiado categórica, pero no por
ello deja de ser interesante. Es, por sobre todo, un intento de
explicar de acuerdo a cuestiones geográficas rasgos que
él percibe como constante en la literatura
europea.

Evadirse, entretenerse…

Baroja adhiere totalmente a la literatura de
entretenimiento; en este aspecto creemos vislumbrar la
psicología del lector de folletines, especie de la que sus
obras han heredado no pocas características. Raúl
H. Castagnino, refiriéndose a la literatura de
evasión, sostiene que es "una envoltura que puede
aislarnos de la circunstancia oprimente", ¡cuánto
nos recuerda esta afirmación las ideas del mismo Baroja!
El novelista vasco decía que el hombre
imaginativo, capaz de inventar historias que divirtieran, le
parecía un hombre superior; esta concepción del
arte tiene sus raíces –suponemos- en el papel
desempeñado por la literatura cuando Baroja era
médico en Cestona.

Fue en un pueblo de las Provincias Vascongadas donde
Baroja escribió sus primeros cuentos;
Cestona –Alcolea, en El árbol de la ciencia
favoreció el afloramiento de experiencias que hasta ese
instante habían permanecido ocultas. "En ese pueblo
comprendí, observándome a mí mismo,
cómo había dentro de mi espíritu, dormido,
un elemento de raza no despertado aún. En aquella
época me dediqué a escribir cuentos e impresiones
en el cuaderno donde tenía el registro de los
igualados", pronunció ante sus colegas el flamante
académico; la creación literaria había
ayudado al joven doctor Baroja a sobrellevar sus tediosos
días de médico sin enfermos. El vasco
llenará una tras otra las páginas,
imaginándose protagonista de historias turbulentas, de
dramas íntimos y esenciales. Desde su humilde consultorio,
verá desfilar los personajes de las novelas; los
verá defender los ideales de su nación,
de su raza, de sus convicciones.

La posibilidad de evadirse de la realidad mediante el
arte es resaltada por uno de los personajes barojianos; en El
mundo es ansí, la contemplación estética
produce una sensación de placer: "Parece que se borra la
noción de la vida real con sus penalidades y sus
tristezas; parece que ya no hay en la vida miseria, enfermedades, trabajo, nada
triste ni depresivo, quizá tampoco nada grande". En la
profunda crisis de fin
de silgo, la creación literaria aparece como un
bálsamo para los castigados españoles; los seres de
ficción –Martín Zalacaín, Jaun de
Alzate, Shanti Andía-, viven emocionantes aventuras que
los llevan de un lugar a otro, sin darles tiempo para volverse
hacia su interioridad.

Domingo Yndurain comenta esta personal concepción
de la actividad creadora: "Tenemos, en primer lugar, que para
Baroja la literatura ha perdido toda finalidad trascendente. Para
él se trata sólo de pasar un buen rato". Pero no
sólo pasa un momento agradable el autor; la
distracción también se da en el lector. Así
lo considera Juan Valera, el autor de Pepita Jiménez: "me
he entretenido y con eso basta para que yo celebre al autor y
recomiendo la lectura de
su libro". Como
vemos, este tipo de obras encontraba más de un adepto
entre las personalidades del momento.

Frente a esta postura evasiva encontramos la que se
encarna en el academicismo, en los cánones rígidos
que coartan las potencias expresivas del artista. De todos modos,
el arte era para Baroja uno de los temas fundamentales de la vida
humana, y le proporcionaba no pocas inquietudes, por eso hace que
Fernando Ossorio decida apartar a su hijo de "ideas
perturbadoras, tétricas, de arte y de religión".

…..

Este es, a grandes rasgos, el credo estético de
una de las figuras descollantes de las letras hispánicas
contemporáneas, credo cimentado en tres pilares
fundamentales: realismo, libertad y subjetividad. Baroja ha sido,
ante todo, un espíritu inquieto, amante de la
independencia; este sentimiento se evidencia también en su
obra. La originalidad de su concepción artística no
impidió que fuera elegido miembro de la Real Academia
Nacional. Frente a las palabras huecas, eligió la
autenticidad; frente a la belleza formal, su propia
verdad.

BIBLIOGRAFIA

Baeza, Fernando, et al: Baroja y su mundo. Ediciones
Arión, Madrid, 1961.

Baroja, Pío: Camino de
perfección

La caverna del humorismo

La nave de los locos

El mundo es ansí

Benet Goitía, J. Et al.: Barojiana. Madrid,
Taurus, 1972.

Bretz, Mary Lee: La evolución novelística de Pío
Baroja. Madrid, Studia humanitatis, 1979.

Matus, Eugenio: Introducción a Baroja. Santiago de Chile,
Ediciones Universitarias de

Valparaíso, 1972.

Ortega y Gasset, José: "Una primera vista sobre
Baroja" e "Ideas sobre Pío Baroja", en

Obras completas, Vol. II, Revista de
Occidente, Madrid, 1957.

Rovetta, Carlos: De Unamuno a Ortega y Gasset. Buenos Aires,
1968.

Shaw, Donald: La generación del 98. Madrid,
Cátedra, 1977.

Yndurain, Domingo: "Teoría de la novela en
Baroja", en Cuadernos Hispanoamericanos,

LXVIII, mayo de 1969.

 

 

Trabajo enviado por

María González Rouco

Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada

Partes: 1, 2
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