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Guerras púnicas




Enviado por banavarr



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    Indice
    1.
    Introducción

    2. Arte Punico
    3. Produccion Local
    4. Relaciones
    comerciales

    5. Anforas De Importacion

    6. La gran
    campaña de
    Aníbal
    .

    8. La Batalla De
    Trebia

    9. La Batalla Del Lago
    Trasimeno

    10. La Batalla De
    Cannas

    11. El Sitio De
    Siracusa

    12. La guerra en
    España.

    13. La decisión
    final. El ocaso de Aníbal

    14. La Batalla De
    Zama

    1.
    Introducción

    Desde fines del siglo VI A.C. Ibiza queda integrada
    dentro de la esfera de influencia de Cartago, llegando población púnica, que, sumada a los
    fenicios, aumentó notablemente la cantidad de habitantes.
    La bahía de Ibiza es ya un centro urbano con varios miles
    de habitantes, organizándose la ciudad en la vertiente
    septentrional del Puig de Vila, con el puerto en el sector
    más bajo, donde posiblemente se hallaban mercados y
    almacenes, la
    necrópolis de Puig des Molins al Oeste de la ciudad y un
    área industrial donde funcionaban talleres de
    alfarería.
    A partir del siglo V A.C. todo el territorio de Ibiza
    comenzó a poblarse, tanto en la costa como en el interior.
    Las principales tareas se avocaban a la explotación de los
    recursos
    naturales de la isla, modificándose el modelo
    económico, pasando de la dependencia de productos
    extranjeros a producir y exportar productos propios, como por
    ejemplo las ánforas.
    Los cartagineses poseían verdadera vocación
    mercantil, valiéndose del comercio, en
    especial el marítimo, para afianzar sus riquezas.
    … Según Herodoto (historiador griego, 480 a 424 A.C.),
    cuando llegaban a un país para comerciar, colocaban sus
    mercancías en la playa, regresaban a sus buques y
    hacían señales de humo, para convocar a los
    pobladores, los que acudían a la playa, pagaban con oro y
    se retiraban con las mercancías. Los cartagineses
    examinaban el oro depositado, y si les parecía escaso
    volvían a sus buques y de allí no se movían.
    En ese caso los residentes regresaban a la playa, agregando
    más oro hasta satisfacer a los cartagineses, quienes se
    retiraban amigablemente.
    Durante la época púnica, Ibosim tuvo una amplia
    autonomía de Cartago. Estaba muy bien organizada y
    poseía grandes riquezas, convirtiéndose en un
    centro de actividad comercial, militar y religiosa de gran
    importancia. La expansión comercial hizo posible
    acuñar monedas en Ibiza, desde el siglo III A.C.
    Ibiza experimenta su primer época de esplendor bajo el
    dominio
    cartaginés, pero también asimila los más
    sangrientos ritos y los mayores cultos místicos del
    Mediterráneo.
    Durante las Guerras
    Púnicas Ibiza estuvo del lado de Cartago, siendo atacada
    por los romanos, al mando de Cneo Escipión, en el
    año 215 A.C., sin haber podido ser conquistada. La ciudad
    de Ibiza fue asediada durante dos días, defendida por sus
    murallas, siendo incendiados campos y poblados. Ante la
    imposibilidad de conquistarla, Cneo Escipión
    regresó a la Península, a continuar la lucha contra
    los cartagineses.

    En el año 205 A.C. Ibiza recibe a la escuadra
    cartaginesa, cediéndole armas y hombres
    para continuar la campaña hacia las demás islas.
    Luego de la segunda Guerra
    Púnica, a partir del 200 A.C., Ibiza prospera en el
    comercio, en esa época bajo el control romano,
    pero a partir del 123 A.C., cuando Roma conquista
    Mallorca y Menorca, cesa la actividad económica y la
    emisión de moneda.

    Desconociendo la fecha, se estima que durante un
    período de tiempo la isla se
    sometió al Estado Romano,
    perdiéndose la escencia de la estructura
    socio-económica púnico-ebusitana,
    integrándose a la romana.
    Durante el siglo I Formentera comienza a poblarse, se vuelve a
    acuñar moneda, aunque sin volver a la prosperidad de
    tiempos
    pasados.
    La ciudad de Cartago estaba gobernada por dos magistrados
    supremos, llamados ‘Sufetas’, asistidos por varios
    funcionarios, además de contar con el consejo un cuerpo
    formado por los ancianos más respetables del pueblo. Los
    ‘Sufetas’ presidían el Senado y la Asamblea
    del pueblo. A la caída de Tiro, Cartago dominó las
    antiguas ciudades fenicias, las que además de
    acuñar moneda propia, seguramente al igual que Cartago,
    eran gobernadas por ‘Sufetas’.
    Habiendo sobrevivido Ibiza a la destrucción de Cartago,
    conservando sus leyes, religión, ritos y
    costumbres, su comercio y su industria, se
    puede suponer que también estaba gobernada por
    ‘Sufetas’, Senado y Asamblea del pueblo.
    Los primeros pobladores de Ibiza eran tirios, cipriotas y
    descendientes de éstos, nacidos en Cartago. Los
    Cartagineses no eran racistas, admitiendo matrimonios con
    extranjeros, por lo tanto en sus ciudades vivían gentes de
    procedencia diversa.
    Los nobles, descendientes de los primeros pobladores,
    tenían gran poder en las
    ciudades, eran candidatos a las funciones
    públicas y dominaban el Senado.
    Existía un proletariado, comerciantes, industriales y
    artesanos, asociado a la clase dirigente.
    Había además un gran número de esclavos, a
    los que se les daba buen trato, se les pagaba por las tareas
    realizadas, y podían adquirir su libertad y
    aspirar a la ciudadanía. También convivían
    con los cartagineses minorías extranjeras carentes de
    derecho de ciudadanía, a los que se les concedía
    infinidad de favores.
    Las mujeres vestían largas túnicas, con manga
    corta, recogida a la cintura, y se cubrían con manto en el
    invierno. Los hombres llevaban ropa larga, de colores vivos,
    con cinturón bordado. Ambos usaban sandalias.

    2. Arte
    Punico

    Estela votiva: Monumento en forma de lápida,
    construído con motivo de una promesa a una divinidad.
    Uno de los elementos más significativos de la cultura
    púnica-ebusitana es la estela de piedra, procedente de Ca
    Na Rafala (San Rafael), en el siglo IV A.C., ubicada en el
    rellano de la escalera que desciende desde la Universidad hasta
    el corredor del Baluarte de Santa Tecla. Se halla labrada en
    piedra caliza del lugar, con forma alargada, rematada en su parte
    superior con un frontón triangular. En el centro de la
    estela se representa, dentro de un nicho rectangular, una
    imágen masculina en actitud de
    oración. En la parte inferior posee una
    inscripción: ‘Ofrenda de Baalazar’, en
    caracteres púnicos, de la que se conserva sólo la
    primera línea.

    Dioses
    Los dioses principales del panteón púnico, en los
    siglos VI y V A.C., son Astarté y Melqart, los que debido
    a reformas socio-económicas-políticas
    fueron reemplazados por Tanit y Baal Hammon, además de
    Reshef y Bes, que da el nombre a la isla.
    El culto oficial está documentado en los santuarios,
    siendo el culto privado puesto en evidencia en amuletos
    púnicos o egipcios, escarabeos y terracotas.

    Santuario De Illa Plana, Ibiza
    Este yacimiento, excavado en 1907, estaba situado sobre lo que
    entonces era una única isla en el centro de la
    bahía de Ibiza, actualmente dividida por efectos de
    erosión, en Illa Plana e Illa Grossa.
    Allí se hallaron fragmentos de estatuillas, hechas a mano
    y a molde, con estilo egipcio. En dos pozos (bothroi) se hallaron
    exvotos (santuario u ofrenda a una divinidad) con sus rasgos
    sexuales prominentes, indicando el culto a la fertilidad,
    desconociendo la divinidad a la que estaban dedicados.

    Santuario De Es Cuieram, Sant Joan De Labritja
    Finales del siglo V al II A.C. Excavado en 1907, 1965, 1968, y
    1982. Construído en una cueva natural, sin embargo tiene
    la estructura tripartita de los antiguos santuarios: La sala I o
    vestíbulo en el exterior, la sala II o cella y la sala III
    o sancta-sanctorum en la gruta, con acceso restringido a los
    sacerdotes, en cuyo interior se realizaban ritos sagrados. Con el
    hallazgo de una placa de bronce se documenta el culto a
    Reshef-Melqart en los siglos V y VI A.C. y luego a la diosa
    Tanit, en los siglos IV y II A.C., de la que se encontraron
    centenares de exvotos.

    3. Produccion
    Local

    Ceramica Punica-Ebusitana Arcaica (525-425 A.C.)
    A fines del siglo VI A.C. Ibiza púnica inicia la producción de recipientes de cerámica a nivel industrial. La
    cerámica ebusitana se realiza a torno, en pasta
    clara sin barniz, en algunos casos con simple decoración
    de franjas horizontales en tonos rojo y negro, copiando los
    modelos
    púnicos del Mediterráneo central.

    Ceramica Punica-Ebusitana Clasica (425-250 A.C.)
    Epoca de auge comercial de la isla, con una intensa actividad
    alfarera sobre todo en el siglo IV A.C., donde se renuevan las
    formas. La mayor producción se centra en la
    cerámica de uso doméstico, destacándose las
    piezas pintadas.
    Entre fines del siglo V y IV A.C. se fabricaba vajilla de mesa,
    inspirada en formas griegas, en general de color gris y
    cubierta de engobe, solución de tierra
    teñida con colorante y agua.

    Ceramica Punica-Ebusitana Tardia (250-25 A.C.)
    Paralela a la transformación social, política,
    económica y cultural de Ibiza, debido a las Guerras
    Púnicas y a la integración de la isla en las estructuras
    del estado romano, aparecen nuevas formas, abandonándose
    ciertos tipos tradicionales púnicos, recibiendo
    influencias del exterior, masificándose la
    producción y bajando de calidad a partir
    del siglo II A.C.
    La cerámica común apenas tiene decoración
    pintada, presentando acanaladuras, realizando jarros de gran
    tamaño, destinados a veces a urnas, conteniendo los restos
    incinerados de los cadáveres.
    A fines del siglo III y durante el siglo I A.C. se imitan las
    cerámicas itálicas ‘campanienses’
    (vajilla de mesa con acabado de barniz negro, fabricada en
    Campania y luego en Lacio y Etruria), en las cuales
    también se copian los motivos impresos en el fondo interno
    de la vajilla, destinando su producción a la demanda local,
    aunque también se las exportó a Mallorca y
    Menorca.
    Se fabricaron además piezas para la cocción de
    alimentos,
    como ollas, potes y cazuelas, hechas a torno, con arcilla
    refractaria, reproduciendo modelos comunes en todo el
    Mediterráneo.

    Numismatica
    Siglos III a I A.C. A partir del siglo III A.C. Ibiza
    acuña su propia moneda, siendo mayormente de bronce,
    emitiendo algunas series de plata, representando como principal
    motivo al dios Bes. La ceca, lugar donde se acuñaba la
    moneda, funcionó hasta principios de la
    época imperial romana.

    Anforas
    Finales del siglo VI-I A.C. En el siglo VI Ibiza comienza a
    fabricar los primeros vasos industriales para almacenar y
    transportar sus productos, exportándose gran parte de los
    mismos. Desde mediados del siglo V hasta nuestra era será
    constante la presencia de ánforas ibicencas en Baleares,
    el Levante Peninsular y Cataluña, diseñadas con
    formas de origen púnico, o imitando el estilo griego e
    itálico.

    4. Relaciones
    comerciales

    Importaciones punicas
    Siglos V-I A.C. En éste período, las relaciones de
    Ibiza con los centros fenicios occidentales y con los
    púnicos del Mediterráneo central, entre ellos
    Cartago, eran permanentes. Prueba de ello son la cerámica
    de uso doméstico, las monedas y las ánforas
    halladas en la isla con dicha procedencia, llegando además
    productos diversos, como perfumes, escarabeos, joyas, huevos de
    avestruz decorados, etc.

    Importaciones Griegas
    Siglos V-III A.C. Vino, cerámica, vajilla de mesa,
    pequeños recipientes para perfumes de uso habitual en los
    rituales funerarios. Es notable la ausencia de vasos para beber
    vino, tan frecuentes en el Mediterráneo.

    Importaciones Ibericas
    Siglos III-I A.C. De la Península Ibérica se
    obtenían mercenarios, e Ibiza también importaba
    cereales y materias primas.

    Importaciones Talayoticas
    Siglos IV-II A.C. La relación comercial entre Ibiza,
    Mallorca y Menorca fué muy fluída,
    realizándose los primeros contactos en el siglo V A.C.,
    intensificándose a partir del siglo IV A.C.,
    creándose asentamientos costeros, por ejemplo en el islote
    de ‘na Guardis’ en Mallorca, con gran actividad hasta
    la conquista romana de las Baleares, en el año 123 A.C. En
    la necrópolis de Ibiza se han encontrado pocas
    cerámicas talayóticas.

    Importaciones Campanienses
    Siglos III-I A.C. Vajilla de mesa, con acabado de barniz negro,
    de raíces áticas, fabricada al principio en el
    Mediterráneo occidental, durante el siglo III A.C., y
    posteriormente en mayor escala en
    Italia, siendo
    sustituídas por nuevos diseños a fines del siglo I
    A.C.

    Importaciones Italicas Y Helenisticas
    Siglos III-I A.C. Después de la Segunda Guerra
    Púnica, se importan recipientes para contener perfumes,
    lucernas italianas, cerámicas de decoración en
    relieve,
    fabricadas a molde, procedentes de Italia y de centros de
    Asia Menor.
    Además aparecen las primeras monedas romanas en la isla
    (denarios de plata y numerarios de bronce).

    5. Anforas De Importacion

    Siglos V-I A.C. Durante la antiguedad Ibiza estaba
    integrada a las principales redes de intercambio del
    Mediterráneo, exportando e importando productos, los
    cuales se envasaban en ánforas, principal objeto
    arqueológico que permite reconstruír las rutas
    comerciales de la antiguedad.
    El ejército cartaginés de las guerras
    Púnicas se basaba en el ejército de Alejandro
    Magno, pero casi un siglo después de
    Alejandro. La falange macedonia que un siglo antes había
    revolucionado el arte de la
    guerra seguía estando en uso en todo el mundo
    helenístico y también en Cartago.

    Roma, sin embargo, no había utilizado nunca tal
    sistema de
    combate. Roma había apostado por una unidad táctica
    llamada legión. Una unidad extraordinariamente flexible,
    nacida de la necesidad romana de obtener victorias indiscutibles
    frente a sus numerosos enemigos. Los romanos llevaban en guerra
    casi continua siglos y eso no sólo había endurecido
    extraordinariamente su carácter
    como nación,
    sino que les había permitido llegar a una organización militar que, aunque
    desconocida en el "mundo civilizado", era enormemente superior a
    la falange macedonia
    Cada legión estaba dividida en 60 centurias de 80 hombres
    cada una. Cada dos centurias formaban un manípulo, con lo
    que una legión estaba formada por 30 manípulos de
    160 legionarios cada uno. Esto, más las tropas ligeras y
    300 soldados de caballería divididos en 10 turmae
    de 30 jinetes cada una nos dan la cifra de 4.200 hombres por cada
    legión. El número de legiones alistadas variaba
    según la necesidad y además, las ciudades italianas
    tenían la obligación de aportar por cada
    legión romana un contingente de tropas similar. En Roma
    gobernaban cada año dos cónsules que podían
    alistar normalmente cada uno dos legiones más dos
    contingentes aliados, con lo que un ejército romano
    "normal" constaba de unos 17.000 hombres. La mitad de ellos
    romanos, la otra mitad de las ciudades "aliadas" italianas que
    más bien eran ciudades sometidas a Roma manu
    militari
    .

    Frente a cada legión formaban una línea
    los velites o soldados ligeros armados sólo con escudo y
    jabalinas. Tras ellos la primera línea de 10
    manípulos de hastati armados con el escudo pesado
    o scutum, yelmo de bronce, espada de hierro del
    tipo griego, jabalina pesada o pilum y protección
    corporal consistente en una greba de bronce para la pierna
    derecha y un peto cuadrado de bronce de poco más de un
    palomo cuadrado que protegía el pecho. Tras los
    hastati se alineaban los 10 manípulos de
    principes, armados de igual forma, aunque algunos de ellos se
    protegieran con una coraza de cota de malla (los que
    podían permitirse el lujo). Y tras ellos los 10
    manípulos de triarii, las reservas de la
    legión que sólo entraban en combate si la
    situación era desesperada. Su misión
    consistía en cubrir la retirada y eran los combatientes de
    mayor edad. Casi todos ellos se protegían con cotas de
    malla y en lugar del pilum llevaban una lanza. Durante
    la batalla permanecían arrodillados, protegiéndose
    con sus escudos.

    Estos son los ejércitos que se enfrentaron en las
    guerras Púnicas. Sin embargo, Cartago tenía un
    punto débil, un verdadero talón de Aquiles, ya que
    la mayoría de sus tropas estaban compuestas por
    contingentes mercenarios contratados a lo largo y ancho del
    mundo. Parece que en Cartago no existía una
    auténtica conciencia de
    Defensa Nacional, y la mayoría de los ciudadanos
    creía que ese era un asunto del que únicamente
    debían ocuparse los soldados contratados para ello. Al
    enfrentarse a una Roma cuyos ciudadanos eran todos sin
    excepción soldados desde que cumplían los 16
    años, esto se reveló como un problema enorme. Estos
    soldados profesionales púnicos integraban la falange
    macedónica armada con la sarissa o lanza de 6
    metros de longitud. Los falangistas formaban un bloque compacto
    con las cinco primeras filas de lanzas asomando al frente
    mientras las demás filas las mantenían en alto para
    parar los proyectiles lanzados.

    La unidad táctica más pequeña de la
    falange compuesto de 256 hombres alineados en 16 filas o
    lochoi de 16 hombres cada una. La falange ideal constaba
    de 64 syntagma agrupados en dos alas o keras
    mandadas cada una por un tetrarca. La falange completa
    estaba mandada por un estratego y la formaban unos
    16.000 hombres.
    El sistema desarrollado por Filipo de Macedonia había
    revolucionado el arte de la guerra, y su hijo Alejandro Magno lo
    llevó a la cumbre táctica, pero en la época
    de la I guerra Púnica, Roma se había enfrentado con
    la falange de Pirro y, aunque había sido derrotada en las
    dos batallas que se desarrollaron, había ganado la guerra,
    demostrando con ello que la legión era muy capaz de
    enfrentarse a la falange. Estos soldados profesionales eran
    mestizos libio-fenicios y su número podría ser de
    unos 20.000, ya que esta es la capacidad aproximada que
    podían tener los alojamientos encontrados en las murallas
    de Cartago.
    En este modelo de falangista púnico podemos observar las
    características específicas del
    infante: la armadura es macedonia, con el escudo de unos 60 cm de
    diámetro, grebas de bronce en ambas piernas, espada
    griega, yelmo helenístico de bronce esmaltado y adornado
    con plumas, coraza de lino griega reforzada con láminas de
    bronce en el abdomen, pteriges o faldellín de tiras de
    cuero para proteger el vientre y la sarissa que
    debía manejarse con las dos manos, por lo que el escudo
    cuelga de una correa alrededor del cuello. La coraza de lino era
    barata y sencilla de fabricar, ya que constaba de una camisa con
    hombreras, todo de una sola pieza, formado por varias capas de
    lino pegadas hasta adquirir el grosor deseado. Era ligera y
    protegía contra los cortes. Sin embargo, la cota de malla
    de anillos de hierro que llevaban parte de los legionarios
    romanos eran mucho mejor aunque pesara 15 kilos, por lo que los
    falangistas de Aníbal se armaron con las cotas que
    arrebataron a los legionarios tras sus victorias. En Cannas, casi
    todos los falangistas púnicos vestían la cota de
    malla romana.
    Además de los púnicos había tropas
    mercenarias que formaban el grueso del ejército
    cartaginés. Eran celtas, españoles, ligures,
    griegos y norteafricanos, cada uno con sus sistemas de
    combate propios, todos ellos bajo el mando de oficiales
    púnicos que necesitaban de intérpretes para
    transmitir sus órdenes. Comparado con el bloque nacional
    formado por los romanos, el ejército púnico era una
    auténtica torre de Babel, pero Aníbal, con un
    ejército formado por celtas, españoles y africanos
    consiguió enormes triunfos frente a la homogeneidad
    romana, manteniéndose unidos durante 15 años en
    Italia sin amotinarse ni una sola vez.

    En estas magníficas ilustraciones de Angus
    McBride podemos observar a la izquierda un grupo de
    guerreros españoles reconstruidos según las
    imágenes del famoso jarrón de Liria.
    Sus armaduras indican que se trataba de tropas de élite. A
    la derecha dos honderos baleares disparando sus mortíferos
    proyectiles. Habilísimos lanzadores, solían llevar
    tres o cuatro hondas, cada una adecuada para lograr un
    alcance.

    Pero la imagen más
    familiar históricamente hablando del guerrero español
    sea esta:
    El guerrero ibero por antonomasia que los historiadores antiguos
    describen vestido con una túnica corta ribeteada en rojo,
    con un escudo celta, una lanza, un yelmo de cuero y la famosa
    falcata, una estilizada variación del mortífero
    gladius hispaniensis o espada corta española que
    sería adoptada por Roma tras la II guerra Púnica
    para equipar a todos sus legionarios.
    El 40% de los soldados que combatieron junto a Aníbal eran
    celtas. Los romanos los llamaban galos y habitaban las actuales
    Francia y
    Bélgica.
    Los galos se armaban con su típico escudo ovalado plano,
    una gran lanza, espada de corte larga, yelmo de hierro y algunos
    con la cota de malla que ellos inventaron. Otros preferían
    combatir casi desnudos para demostrar su valor.
    La
    ilustración es de Peter Connolly.

    El elemento táctico determinante de la II guerra
    Púnica fue la caballería. Concretamente los jinetes
    númidas norteafricanos que combatieron primero con
    Aníbal y después con Roma.
    Estos jinetes eran una auténtica prolongación
    humana de sus caballos. Montaban a pelo, sin silla y con una
    cuerda alrededor del cuello del caballo como riendas. se armaban
    con un escudo de mimbre y varias jabalinas y formaron la
    caballería más temida del mundo por su legendaria
    destreza, disciplina y
    valor en combate. Ellos fueron los que destrozaron a la
    caballería pesada romana en Cannas y los que le dieron la
    victoria a Escipión El Africano en Zama.
    Los oficiales romanos y púnicos vestían de igual
    manera. Ambos usaban la armadura helenística con coraza
    musculada bajo la que llevaban una camisa de cuero con
    pteriges, grebas y yelmo.
    Estos oficiales son romanos, pero igual podrían ser
    púnicos. La ilustración es de Richard Hook.
    Las legiones que se enfrentaron con Cartago en las guerras
    Púnicas (264-146 a.C.) se agrupaban en 30 manípulos
    (60 centurias). Las nuevas legiones formaban en cuatro
    líneas con los velites o infantería ligera al
    frente, seguidos por la línea de hastati, la de principes
    y la de triarii. Cada legión contaba con 4.200
    hombres.
    La táctica era la misma: los velites atacaban y se
    replegaban a través de los huecos que eran
    rápidamente cerrados. Si los hastati tenían que
    retirarse ocupaban su lugar los principes y si también
    estos eran derrotados los triarii formaban un frente de lanzas
    que protegía la retirada de todo el ejército.
    Ahora, cada legión contaba además con 300 jinetes
    romanos y un contingente aliado de 4.200 hombres de tropas
    italianas no romanas organizadas como una legión, con 900
    jinetes aliados.
    Jinete romano de la época de Cannas (216 a.C.) armado con
    escudo redondo (aquí no aparece), yelmo, lanza, espada y
    cota de malla.
    A la izquierda un veles o infante ligero, armado con un yelmo,
    escudo, espada y jabalinas. Los velites romanos se cubrían
    con una piel de lobo.
    A la derecha, ilustración de Jeff Burn, un triarius armado
    con yelmo, lanza, escudo, espada, greba para la pierna derecha y
    cota de malla de anillos de hierro. A su lado un hastatus armado
    con yelmo, espada, escudo, greba para la pierna izquierda, dos
    pila y un peto cuadrado que protege el pecho.
    Cuando comenzó la I guerra Púnica, Cartago era una
    superpotencia comercial, política y militar. Dominaba el
    norte de África,
    Córcega, Cerdeña y Sicilia y tenía
    factorías por todo el sur de España
    cuyo comercio monopolizaba. Era, sobre todo, un imperio
    comercial.

    Roma era una ciudad italiana que acababa de hacerse con
    el control de la península Itálica. La ciudad de
    Rómulo era hasta entonces una desconocida en la Historia cuya única
    referencia internacional era la expedición que Pirro, El
    rey del Épiro, montó en Italia. Una aventura
    militar que acabó con el rey venciendo en todas las
    batallas pero perdiendo la guerra. Algo que se repetiría
    años después con Aníbal. Roma era una ciudad
    "subdesarrollada" cuyo mayor logro arquitectónico era la
    Cloaca Máxima, la alcantarilla que cruzaba el Foro. Sus edificios mayores eran
    los templos de estilo etrusco con podio de piedra, paredes de
    ladrillo y columnas de madera. No
    tenía un arte propio, sino una mala copia del arte
    etrusco, no tenía literatura, ni
    filosofía ni había historiadores ni poetas que
    cantaran sus gestas. Comparar a la Roma del siglo III a.C. con
    una ciudad como Cartago era como comparar la capital de
    Marruecos con Nueva York. Pero los romanos tenían dos
    cosas que ninguna otra nación tenía: una fuerza de
    voluntad como jamás nación alguna ha tenido en toda
    la Historia y un ejército que desde entonces y durante los
    siguientes quinientos años iba a dominar por completo el
    arte de la guerra.
    El ciudadano romano era campesino, iletrado y profundamente
    inculto, dedicado a la vida rural de su pequeño
    terruño y ajeno a la filosofía, la literatura, el
    teatro y las
    artes plásticas que inundaban el "mundo civilizado" del
    Mediterráneo oriental y que llegaba hasta Cartago, pero ya
    ni más al oeste ni más al norte. Sin embargo, este
    campesino austero, duro y encerrado en sí mismo
    podía en cuestión de minutos convertirse en una
    perfecta máquina de matar, equipado y adiestrado para el
    combate como ningún otro hombre lo
    estaba en el mundo en aquellos momentos, acostumbrado a defender
    a su ciudad, su patria, donde fuera y como fuera. Frente al
    refinamiento táctico del mundo helénico, Roma
    opondría la tenacidad de sus masas guerreras completamente
    fanatizadas y dispuestas a cualquier sacrificio por alcanzar su
    fin.

    La inestabilidad siciliana provocó una guerra
    cuyas consecuencias fueron el enfrentamiento entre Roma y
    Cartago. Los Mamertinos, un grupo de mercenarios italianos que
    componían la guardia de elite del tirano Agatocles de
    Mesina se sublevaron contra Siracusa cuando su jefe murió.
    Su intención era convertir Mesina en un reino
    independiente, pero fueron derrotados y tuvieron que refugiarse
    en Mesina de nuevo, y puesto que eran italianos, pidieron ayuda a
    Roma. Roma vio la oportunidad de hacerse con un pedazo del muy
    apetecible pastel siciliano y aceptó encantada.
    Evidentemente Hierón, rey de Sicilia, se asustó
    ante aquel formidable peligro y pidió ayuda a Cartago. Los
    cartagineses veían con preocupación la
    intervención de Roma y acudieron a la llamada de
    Hierón. En una operación sorpresa, el cónsul
    Apio Claudio consiguió burlar a la poderosa flota
    cartaginesa y desembarcó sus tropas tras las líneas
    púnicas rompiendo el sitio de Mesina y derrotando a los
    siracusanos de Hierón para atacar a los cartagineses en su
    base del cabo Peloro. La impresión que las legiones
    romanas provocaron a los púnicos fue tal que se encerraron
    en su campamento desestimando cualquier enfrentamiento abierto
    con aquel ejército que causaba verdadero pavor. Apio
    Claudio, creyendo poder concluir la guerra inmediatamente se
    dirigió a Siracusa, pero se confió y a punto estuvo
    de ser derrotado. La guerra no iba a durar un año… sino
    veinticuatro.

    En 263 a.C. Los nuevos cónsules dejaron a un lado
    las aventuras y pusieron en marcha la estrategia que
    tantos triunfos diera a Roma por siglos: la conquista
    sistemática, región a región, ciudad a
    ciudad, metro a metro. Cuando Hierón vio que los romanos
    habían llegado para quedarse y que sus ciudades
    caían una tras otra en las garras de la Loba romana no
    dudó en cambiar de bando y pasarse al campo romano. Los
    cartaginés se fortificaron en la ciudad de Agrigento, pero
    las legiones tomaron la ciudad destruyéndola. Con su
    ejército desmoralizado, Cartago se dio cuenta de la
    imposibilidad de vencer a las soberbias legiones romanas en
    tierra y decidió llevar la guerra al mar, allí
    donde era la potencia
    hegemónica total. La poderosa flota cartaginesa
    asoló las costas sicilianas y efectuó incursiones
    contra la italianas, ante esto Roma tomó una
    decisión trascendental: construir su propia flota de
    guerra.

    Tuvieron suerte. Una nave cartaginesa había
    encallado en sus costas y fue capturada antes de que los marinos
    púnicos tuvieran tiempo de quemarla. Con ello, el secreto
    de la construcción de las formidables naves
    quedó al descubierto. Las naves púnicas estaban
    construidas por módulos ensamblados y los romanos se
    pusieron a la obra. Con una fuerza de iniciativa que aún
    hoy sorprende Roma empeñó todos sus recursos en la
    construcción de esta flota, copiada pieza a pieza de la
    nave capturada. Carpinteros, herreros, curtidores, artesanos…
    todo aquel que pudiera aportar su trabajo fue movilizado en una
    pavorosa demostración de la fuerza de voluntad de una
    ciudad llamada a someter a todas las demás. Hoy es
    escalofriante pensar en las gigantescas dificultades que Roma
    tuvo que vencer para construir aquella flota con la que
    pretendían ¡nada más y nada menos! que
    arrebatarle el poder naval a la más grande potencia
    marítima del mundo. Pero las dificultades fueron salvadas
    y a los numerosos astilleros improvisados situados en las costas
    y formidablemente protegidos por las legiones fueron llegando
    miles y miles de carros transportando las piezas para su
    ensamblaje final. En dos meses, los improvisados astilleros
    romanos botaron ¡120 naves!

    Con aquella flota los romanos, un pueblo sin experiencia
    naval de ninguna clase, salieron a enfrentar a la poderosa marina
    púnica. La falta de experiencia provocó desastres
    que fueron paliados con más naves. Roma lamía sus
    heridas mientras construía nuevos buques y aprendía
    de sus errores. La mayoría de aquellas primeras naves fue
    hundida por los cartagineses, cuya superioridad táctica en
    el mar era apabullante, pero los romanos, el pueblo más
    tenaz de toda la Historia, decidieron convertir las batallas
    navales en combates terrestres para poder hacer entrar en el
    combate a su soberbia infantería. Para ello idearon un
    puente que se dejaba caer sobre la nave enemiga. El puente
    tenía en su parte inferior un garfio de hierro
    (corvus) que se clavaba en la nave púnica
    impidiendo a ésta separarse, los legionarios abordaban la
    nave cartaginesa a través del puente imponiendo su
    superioridad táctica frente a la infantería
    cartaginesa que protegía las naves. Con esta nueva
    táctica, el 260 a.C. el cónsul Cayo Duilio
    conseguía la primera victoria naval de la historia de Roma
    frente a las costas de Mileto.

    Envalentonados por la increíble victoria, los
    cónsules romanos L. Manlio y Atilio Régulo
    desembarcaron frente a la mismísima Cartago que,
    aterrorizada, contempló como Roma asolaba sus tierras
    destruyendo campos y ciudades. Cartago pidió la paz, pero
    las condiciones de Régulo fueron tales que decidieron
    continuar la guerra. Así, Cartago contrató a un
    general espartano, Jantipo. Jantipo, un hombre de hierro,
    movilizó un ejército adiestrándolo a la
    manera espartana y consiguió una gran victoria frente a
    Régulo empleando la carga de los elefantes que
    desbarató las rígidas líneas romanas.
    Régulo fue hecho prisionero y los supervivientes de la
    derrota se refugiaron en la costa. La flota romana acudió
    a rescatarlos, pero una tempestad hundió a la mayor parte
    de las naves romanas. Mientras tanto, Jantipo había tenido
    que huir de Cartago porque el senado púnico decidió
    que salía más barato asesinarle que pagarle por su
    victoria. Ambas partes estaban agotadas, pero Roma sacó
    fuerzas de su flaqueza y ¡una vez más!
    reconstruyó su flota preparándose para continuar la
    guerra.

    Cartago no supo, no pudo o no quiso aprovechar la
    victoria y prefirió pedir la paz cuando hubiera podido
    ganar la guerra. Para ello envió al cónsul
    Régulo, prisionero de guerra, a Roma. Antes le hicieron
    jurar que si no lograba la paz él volvería a
    Cartago para ser ejecutado. Régulo llegó a Roma y
    expuso ante el Senado la petición púnica. Cuando
    los senadores le pidieron su consejo pronunció un
    encendido discurso en el
    que pidió continuar la guerra hasta la aniquilación
    completa de Cartago, tras lo cual regresó a Cartago a
    pesar de los ruegos para que rompiera su promesa, pero él
    era un cónsul y un cónsul romano nunca podía
    faltar a la palabra dada. Los cartagineses, encolerizados, le
    torturaron atrozmente hasta que murió. La guerra
    prosiguió mal para Roma cuyas pérdidas fueron en
    aumento. Amílcar, general púnico apodado Barca
    (rayo) era el dueño de Sicilia a base de su portentosa
    inteligencia
    estratégica e infringía a los romanos derrota tras
    derrota. Una nueva flota romana fue aniquilada y tan sólo
    el patriotismo de los ciudadanos romanos que entregaron sus
    riquezas para financiar una nueva les salvó del desastre.
    Esta nueva flota, junto con las últimas esperanzas
    romanas, fue confiada al cónsul C. Lutacio Catulo que en
    la primavera de 241 a.C. destrozó en las islas Egadas a la
    flota cartaginesa que llevaba refuerzos al ejército
    púnico de Sicilia que estaba bajo el mando del gran
    general Amílcar Barca. Amílcar había
    conseguido derrotar a los romanos retomando la iniciativa en
    Sicilia, pero ahora todo estaba ya perdido y Cartago que
    había estado a punto de ganar la guerra, pidió de
    nuevo la paz, esta vez ya definitivamente derrotada. Catulo y
    Amílcar firmaron el tratado de paz por el que Cartago
    perdía Sicilia y debía abonar a Roma una suma de
    200 talentos (cada talento equivale a unos 30 kilos de plata) en
    20 años.

    La verdadera causa de la derrota púnica fue el
    comportamiento
    criminal de su casta dirigente, formada por comerciantes que
    sólo entendían de beneficios. Plantearon la guerra
    como un conflicto
    comercial sin entender que aquella era una guerra de
    aniquilación. No quisieron enviar refuerzos a
    Amílcar "porque era caro alistar un ejército y
    enviarlo a Sicilia". Pero casi todos se enriquecieron comerciando
    a escondidas con las ciudades italianas. A los dirigentes
    púnicos no les importaba Cartago, lo único que les
    importaba era su bolsillo.

    El Estado romano era continental; Cartago, un prototipo
    de potencia naval, el núcleo del Estado no era mucho
    más extenso que la actual Túnez, ni poseía
    la totalidad de este terrritorio; En cambio,
    Cartago se había posesionado de casi todo el litoral
    austral del poniente mediterráneo, llegando a ser una de
    las ciudades más ricas del mundo. Sus riquezas pudieron
    haber sido superadas únicamente por los tesoros del
    imperio persa, de haber resistido este los ataques de Alejandro
    Magno. Dicese que tenían una estatua de Baal de oro puro
    por valor de mil talentos, en un templo con el techo recubierto
    con placas también de oro. Cartago era centro de una
    talasocracia comparable a la Venecia medieval o al moderno
    imperio británico. Su poderosa flota e inagotables
    recursos daban a la ciudad una superioridad aplastante sobre
    Roma, pobre y sin marina de guerra.

    Con todo, el pueblo romano tuvo que cambiar pronto la
    actitud y pensar en la construcción de una flota moderna y
    poderosa. Los campesinos del Lacio y los pastores de los Apeninos
    eran incapaces de manejar el remo y el gobernalle, pero los
    romanos se habían anexionado poco antes otros pueblos que
    poseían experiencia en la navegación. En Etruria
    podía encontrar Roma excelentes marinos. Los tarentinos y
    otros habitantes de la Magna Grecia
    sabían como construir navíos y podían
    constituir el nervio de la tripulación romana. Estas
    circunstancias y un casual descubrimiento en el dominio de la
    estrategia naval permitieron a los romanos alcanzar una victoria
    a la cuadra de Miles, cerca de Mesina. La invasión
    consistía en unas pasarelas de abordaje que, lanzadas
    desde los barcos romanos, se sujetaban al puente de los
    navíos enemigos gracias a unos garfios de hierro:
    así podían abordar al buque enemigo y luchar cuerpo
    a cuerpo.

    De súbito, esta victoria naval convirtió a
    Roma en potencia marítima. Naturalmente, los romanos no
    podían aun medirse con los marinos enemigos. Cierto
    día de tempestad, una flota compuesta por 360
    navíos perdió las tres cuartas partes de sus naves
    al chocar contra el litoral meridional de Sicilia.

    Los romanos, enérgicos y tenaces, botaron pronto
    otra flota. Siguiendo el ejemplo de Agatocles, estos nuevos
    navíos transportaron tropas al Africa y
    amenazaron Cartago, pero la expedición fue desastrosa para
    las armas romanas. Revés tanto más peligroso cuanto
    que los cartagineses habían encontrado en el joven
    Amilcar- apellidado Barca,"el rayo"- un almirante y un general de
    primera clase, que saqueo las costas de Italia. Los romanos
    reunieron sus ultimas fuerzas para vencer por mar. Las arcas del
    Estado estaban vacías, pero los ciudadanos más
    ricos dieron prueba de generoso patriotismo y facilitaron los
    fondos necesarios para la construcción de los
    navíos. Cada uno se encargaba de sufragar los gastos requeridos
    para equipar un barco, y aquellos, cuyos medios no
    alcanzaban a tanto, sé unían con otros ciudadanos
    para coadyuvar a la tarea. Semejante esfuerzo sorprendió
    al enemigo, que sufrió una derrota aplastante a lo largo
    del litoral occidental siciliano, en el año 242 antes de
    Cristo. Los cartagineses abandonaron toda esperanza y propusieron
    la paz. De hecho, habían perdido ya Sicilia hacia
    años y las posibilidades de reconquista parecían
    nulas. Por su parte, los romanos nada ganaban con las
    hostilidades. Se firmo, pues, la paz: Cartago perdía
    Sicilia y sé comprometía a pagar 3200 talentos como
    indemnización.

    Frente al ejército romano, constituido por un
    bloque nacional, el ejército cartaginés estaba
    compuesto de tropas mercenarias de todos los rincones del mundo.
    Se da el caso de que los oficiales cartagineses necesitaban
    intérpretes para poder darles las órdenes. Y estos
    hombres, repatriados de Sicilia y acampados frente a Cartago
    mientras esperaban que se les pagara por sus servicios
    fueron engañados varias veces por los dirigentes
    púnicos que no querían rascarse el bolsillo. Los
    mercenarios, viendo a sus patronos derrotados y débiles,
    se sublevaron y estuvieron a punto de conquistar la ciudad. Pero
    Amílcar alistó otro ejército y tras tres
    años de durísima lucha consiguió derrotar y
    exterminar a los amotinados. Entretanto, Roma había
    aprovechado la guerra civil para, con absoluto desprecio del
    tratado de paz, apoderarse de Córcega y
    Cerdeña.

    La guerra había durado veinticuatro años,
    sin interrupción. Muchos soldados que participaron en el
    combate decisivo habían nacido en pleno conflicto.
    Sabiendo que en seis años la población romana
    disminuyo en cincuenta mil personas, las perdidas humanas
    causadas por la guerra pueden calcularse en una sexta parte del
    total de sus habitantes.

    Los romanos habían pagado a precio muy
    alto la conquista de Sicilia, pero la isla iba a ser el granero
    de Roma. En nuestro tiempo, las tierras de Sicilia producen sobre
    todo vino, aceite y frutas; es difícil imaginar
    allí trigales doblándose al peso de las espigas. La
    explicación reside en que, en aquella época, la
    agricultura
    siciliana arrasaba al ritmo de la política tributaria que
    le impusieran. En efecto, los romanos exigían como
    impuesto la
    quinta parte de la producción hortícola y la
    décima de los cereales. Entonces, constituían el
    ramo hortícola los manzanos, perales, olivos, vides y
    algunas legumbres, casi todos los arboles
    frutales meridionales, característicos del paisaje
    italiano actual, eran desconocidos. Melocotones, albaricoques y
    almendros se introdujeron mas tarde, cuando Roma extendió
    su dominio por toda la cuenca mediterránea, el cultivo del
    naranjo y del limonero, originarios de Asia, entraría con
    los arboles.

    El Estado romano alcanza sus fronteras naturales.
    Sicilia se convirtió en provincia romana, nombre que los
    romanos dieron a sus posesiones situadas fuera de Italia
    propiamente dicha. Las provincias eran administradas por
    gobernadores romanos con un poder casi ilimitado. Poco
    después del tratado de paz se produjo una peligrosa
    rebelión de mercenarios cartagineses que regresaban
    impagos al Africa, rebelión que se extendió a los
    países vasallos de Cartago. Desde hacia tiempo, estos
    pueblos odiaban a sus dominadores, que les imponían un
    régimen penosisimo y los explotaban sin escrúpulos.
    Los mismos aliados fenicios murmuraban en forma tan alarmante,
    que el imperio cartaginés parecía condenado a la
    desintegración. Pero gracias a la energía y
    competencia de
    general Amilcar, los cartagineses pudieron sofocar la
    rebelión después de tres años de lucha.
    Miles de rebeldes fueron hechos prisioneros y arrojados a los
    elefantes para que los aplastaran. Los jefes fueron crucificados.
    Así pagaron las horribles crueldades cometidas antes por
    ellos.
    Aunque firmada la paz con Cartago, los romanos trataron de sacar
    provecho de la situación. Al revelarse Cerdeña
    contra Cartago, los romanos arrebataron esta otra isla a sus
    rivales y respondieron a sus protestas con amenazas de guerra.
    Los cartagineses tuvieron que claudicar, no teniendo otra
    alterativa: no solo hubieron de abandonar Cerdeña, sino
    también entregar mil doscientos talentos para sufragar los
    gastos de guerra invertidos por los romanos.

    Anexionada Cerdeña, los romanos se apoderaron de
    Córcega, antigua posesión etrusca cuya conquista ya
    había intentado antes. Los nuevos dueños ocuparon
    el litoral de ambas islas, como habían hecho antes que
    ellos los cartagineses y los etruscos, y sometieron a la
    población autóctona del interior de un estado de
    angustia perpetua organizando partidas de cacería humana.
    Los soldados romanos azuzaban perros en
    persecución de aquellos pobres habitantes, para luego
    venderlos como esclavos.
    Con Sicilia, Cerdeña y Córcega, los romanos eran
    dueños del mar Tirreno, en tanto que Cartago perdía
    una fuente importante de ingresos.
    Poco después de incorporar estos territorios, los romanos
    comenzaron a imponerse en las regiones itálicas aun no
    conquistadas. Los galos eran siempre una amenaza peligrosa. Desde
    el norte incursionaban nutridos contingentes atraídos por
    la perspectiva de un rico botín; y antes de que los
    romanos se enterasen de lo ocurrido, los bárbaros
    acampaban a tres jornadas de Roma. Los romanos decidieron
    también someter a la Galia Cisalpina para alejar en
    definitiva el peligro galo: la guerra fue cruel y duro cinco
    años. Hacia 220 antes de Cristo, Italia estaba conquistada
    hasta los Alpes.

    De golpe, Cartago había perdido su gran imperio,
    pero Amílcar no se amilanó. Sólo quedaba ya
    un territorio que conquistar para explotar económicamente
    y poder pagar la indemnización de guerra a Roma: Hispana.
    En 237 a.C. desembarcó en Gadir (Cádiz), ciudad
    fenicia que le sirvió de trampolín para la
    conquista de aquella vasta península desconocida poblada
    por un conglomerado de pueblos celtas e iberos. La resistencia
    indígena fue liderada por Istolacio e Indortes, caudillos
    iberos que fueron derrotados, lo que permitió a
    Amílcar hacerse con el control de Andalucía y sus
    minas de plata con la que rápidamente comenzó a
    acuñar moneda. Su avance continuó hacia el Levante
    donde fundó Akra Leuke (Alicante). En el invierno de 229 a
    228 a.C. Amílcar murió durante el sitio de Helike
    (Elche) sucediéndole en el mando su yerno.
    Asdrubal, yerno de Amilcar y jefe de la flota, trato de vengarlo.
    Con fuerzas poderosas ataco el país de los oretanos (Alto
    Guadiana) y se adueño de sus principales poblados. Mas
    tarde procuro congraciarse con los iberos, casándose con
    una princesa hispánica. Recluto un ejercito de cincuenta
    mil infantes y seis mil caballos, al que añadió
    doscientos elefantes africanos. Luego busco una base de operaciones junto
    al mar, hallándola inmejorable en una rada donde el fundo
    la ciudad de Cartagena (Nueva Cartago).

    Asdrúbal quien con una política de
    alianzas con los hispanos consiguió establecer el poder
    cartaginés y crear un nuevo imperio comercial que
    envió un torrente de riquezas a Cartago. Fue
    Asdrúbal quien fundó la nueva capital de aquel
    imperio: la nueva Qart Hadast (Cartagena). Roma, siempre
    vigilante, obligó a Asdrúbal firmar el famoso
    tratado del Ebro, un tratado por el que el cartaginés se
    comprometía a no cruzar el río Ebro. En 221 a.C.
    Asdrúbal fue asesinado y el ejército eligió
    como nuevo líder
    al joven hijo de Amílcar que tenía sólo 26
    años: Aníbal Barca.

    "Los soldados veteranos creían que era una
    reencarnación de Amilcar- refiere Tito Livio-.
    Veían en él la misma vivacidad de expresión,
    la misma energía en la mirada, su aire, sus rasgos.
    No había general con quien los soldados tuvieran mas
    confianza y más valor. Era el más audaz para
    afrontar los peligros y él más prudente ante los
    mismos; comía y bebía lo estrictamente necesario y
    nunca se dejaba llevar de la gula; cuando se trataba de velar o
    de dormir, no le importaban el día o la noche; el tiempo
    que le dejaba libre el trabajo, lo
    dedicaba al reposo, y para ello no pedía cama blanda ni
    silencio; Muchos le vieron, a menudo, cubierto con un manto
    militar, tendido en los centinelas y en los puestos de la
    avanzada; vestía como los demás jóvenes de
    su edad: Lo único que escogía eran las armas y los
    caballos. Tanto entre los jinetes como entre los infantes, era
    sin discusión el mejor, el primero en empezar el combate y
    él ultimo en retirarse de el.

    Aníbal se reveló pronto como el digno hijo
    de su padre. Era igual de arrojado, tenía una
    visión de su entorno como nadie en aquella época y,
    además, era un genio militar. Abandonando la
    política de alianzas llegó hasta Helmantike
    (Salamanca) dispuesto a someter a toda Hispania a su poder. Sin
    embargo, un hecho habría de interponerse en su camino
    provocando la reanudación de la guerra con Roma.
    Sagunto era entonces una ciudad ibera de la costa levantina.
    Estaba en la zona de dominio cartaginés que el tratado del
    Ebro otorgaba a Cartago, pero la ciudad estaba dividida en dos
    facciones: la pro-romana y la pro-cartaginesa. Los pro-romanos se
    hicieron con el poder y asesinaron a los cartagineses.
    Aníbal puso sitio a Sagunto y la ciudad pidió ayuda
    a Roma que exigió a Aníbal su retirada. Tras ocho
    meses de sitio Aníbal tomó Sagunto y cruzó
    el Ebro en junio de 218 a.C.

    Amílcar había hecho jurar a Aníbal
    aún niño odio eterno a Roma, y en verdad
    tenía sus motivos. Aníbal, tras conocer la
    declaración de guerra, inició la marcha hacia el
    norte para llevar la guerra lo más lejos posible de sus
    bases, pero Roma ya tenía lista la respuesta y dos
    ejércitos consulares preparados para ser enviados a
    Hispania y a África. Pero Aníbal, dotado de una
    iniciativa genial, se adelantó, y dejando en Hispania a
    27.000 hombres inició el largo camino hacia Italia. Los
    romanos supieron que se dirigía a Marsella y se prepararon
    para defender esta ciudad griega aliada de Roma. Cuando Roma
    reaccionó ya era tarde, Aníbal había
    conseguido someter a los hispanos de más allá del
    Ebro y cuando el cónsul Publio Cornelio Escipión
    llegó a Marsella supo con estupor que Aníbal
    avanzaba hacia él, así que se fortificó y le
    esperó. Pero Aníbal era un genio, uno de esos
    cuatro o cinco genios militares que la Historia ha dado. En lugar
    de dirigirse a Marsella dejó la costa y avanzó
    hacia el Ródano, río al que llegó tras
    cuatro días de marcha con 38.000 infantes, 8.000 jinetes y
    34 elefantes. Cuando se preparaba para cruzar el río sus
    jinetes númidas avistaron a un día de marcha a una
    fuerza montada romana, sin duda la fuerza de cobertura que
    precedía a las legiones de Escipión, pero
    Aníbal consiguió cruzar el Ródano. Mientras
    tanto, Escipión no podía dar crédito
    a lo que veían sus ojos, Aníbal cruzaba el
    Ródano y se internaba en la Galia, aquello sólo
    podía significar una cosa: el ejército
    cartaginés no se dirigía a Marsella… ¡sino
    a Italia! Inmediatamente Escipión se dirigió hacia
    el campamento de Aníbal que encontró desierto. Tras
    regresar a la costa a marchas forzadas, Escipión
    dejó el ejército al mando de su hermano y
    regresó a Roma en barco para llevar la increíble
    noticia al Senado.

    Aníbal había logrado una alianza con
    varias tribus celtas que se le unieron hasta incrementar sus
    efectivos en 46.000 hombres. Para cuando Publio llegó al
    Ródano Aníbal ya había logrado la
    impresionante hazaña de ¡cruzar los Alpes con todo
    su ejército en pleno invierno! y campaba a sus anchas en
    la llanura del Po en el otoño de 218 a.C. En la legendaria
    marcha había perdido casi la mitad de su ejército,
    muertos en los combates contra los galos hostiles,
    despeñados en los precipicios o congelados en las cumbres:
    de los 46.000 que iniciaron la marcha llegaron 26.000.

    6. La gran campaña
    de Aníbal.

    "Ahora voy a relatar- dice Tito Livio en la introducción del libro 21 de su
    magna obra histórica- la guerra más memorable de
    cuantas hayan existido, la que entablaron los cartagineses bajo
    el mando de Aníbal contra el pueblo de Roma. Hubo tales
    cambios de fortuna en la guerra y en el capricho de Marte, dios
    le doble fas, que nadie supo quien seria el vencedor hasta
    él ultimo momento, en que triunfo quien parecía
    más próximo al desastre. El odio sobrepuja
    también a la fuerza en esta lucha sin
    cuartel.."

    No se trata ahora de conquistar una provincia, sino al
    mundo.
    Dos fuerzas iban a enfrentarse: la fuerza intacta de todo un
    pueblo y uno de los mayores genios de la humanidad. La
    campaña emprendida por Aníbal es un duelo entre la
    inteligencia y la voluntad.
    Los romanos creían que Africa seria el siguiente teatro de
    operaciones; ignoraban que Aníbal quería atacar
    directamente al corazón
    del territorio romano. Su gran problema era de orden
    físico: Como trasladar tropas a Italia: ¿Por mar o
    por tierra, a través de los Alpes? Solo los celtas
    conocían los desfiladeros alpinos, tan difíciles de
    cruzar, que nadie hasta entonces sé había atrevido
    a conducir un ejercito por allí. Y Aníbal no
    solamente tenia que hacer pasar sus hombres e impedimenta, sino
    también los elefantes. Sin embargo, no debe considerarse
    la hazaña del cartaginés como un audaz capricho,
    como sé a creído. Había preparado a
    conciencia el itinerario y disponía de guías
    indígenas expertos. Atravesados los Alpes, Aníbal
    tomaría la llanura del Po como base de sus operaciones.
    Esperaba una acogida triunfal por parte de los celtas, pues los
    romanos les habían arrebatado la independencia
    poco antes. Un estratego como Aníbal lograría lo
    más difícil con estos valientes guerreros celtas si
    sabia disciplinar su fuerza y canalizar con inteligencia su
    entusiasmo belicoso; Bastaba para ello encuadrarles entre sus
    veteranos de Libia y España, tan entrenados.
    Contaba, además, con un ejercito macedonico.
    El litoral dálmata, muy recordado y protegido por un
    rosario de islas, era el paraíso de la piratería. El Senado romano se había
    quejado de las correrías de los ilirios, hallando en su
    reina un rechazo desdeñoso. El Senado determino emplear la
    fuerza y envío una poderosa flota hacia la costa
    dálmata, que de paso domino los puertos griegos más
    próximos, entre ellos Corcyra (Corfu), la llave del
    Adriático, y destruyo los nidos de piratas, obligando a
    estos a respetar en adelante la libertad de navegación.
    Después de la primera guerra púnica, esta
    campaña de Iliria era una nueva prueba de la
    supremacía naval de los romanos en el
    Mediterráneo.

    Roma enseñoreaba el Tirreno y el
    Adriático.
    El Rey Filipo V de Macedonia, que acababa de someter de nuevo el
    Peloponeso, mantenía hasta entonces buenas relaciones con
    Roma, pero tenia que sentirse amenazado por la hegemonía
    romana en las costas orientales del Adriático. No es,
    pues, desacertado cree que Filipo anhelara seguir el ejemplo de
    Pirro, pasar a Italia y unirse a las fuerzas de Aníbal
    procedentes de España. Además, bastarían
    algunas victorias para provocar la defección de los
    aliados italianos de Roma.
    Al menos, eso esperaba Aníbal. Ahora bien, tenia que
    actuar con rapidez, sin dar tiempo al enemigo para consolidar su
    poder en la llanura del Po. Si Roma conseguía acentarse
    allí en firme, seria demasiado tarde: no
    encontraría en Italia una base de operaciones
    adecuada.
    En la primavera de 218 antes de Cristo, Aníbal abandono
    Cartagena con noventa mil infantes, doce mil jinetes y 37
    elefantes. Estas cifras, dadas por Polibio, parecen exageradas
    según algunos historiadores, que creen que las fuerzas del
    cartaginés sumaban unos sesenta mil hombres. Su
    cuñado Asdrubal permanecería en España al
    frente de un ejercito de reservas.
    Aníbal entro en territorio enemigo apenas vadeo el Ebro.
    Entre este río y los Pirineos tuvo que habérselas
    con pueblos muy celosos de su independencia, y parece que el
    someterlos costo la vida a
    veinte mil hombres. Para asegurar el poder cartaginés en
    esa región ibérica, Aníbal dejó tras
    de sí, además, efectivos equivalentes al manto de
    Hannon; después, atravesó los Pirineos. Su
    ejército quedó reducido a sesenta mil hombres,
    todos ellos veteranos experimentados, cuando entró en la
    Galia transalpina. Al pasar el Ródano, Aníbal
    recibió las primeras manifestaciones de hostilidad de los
    galos, quienes ignoraban que tales intrusos se dirigían a
    otro país; Aníbal sólo pudo franquear el
    río gracias a una estratagema militar.

    Fue una suerte para los cartagineses poder pasar pronto
    el Ródano, ya que una flota romana acechaba cerca de
    Marsella, en la desembocadura del río. Apenas cuatro
    días de camino separaban a Aníbal de esta flota
    puesta a las ordenes del cónsul Publio Cornelio
    Escipión, con el objeto de atacar a los cartagineses en
    España. Cuando oyó que Aníbal franqueaba el
    Rodano, creyó que se trataba de una falsa alarma. Pero los
    rumores fueron adquiriendo tal verosimilitud, que ordeno enfilar
    hacia el lugar del paso, donde llego tres días
    después de que Aníbal había reanudado la
    marcha.
    Escipión fue muy censurado por su actuación.
    Furioso por haberse dejado sorprender, "cometió el grava
    error de enviar a su hermano Cneo rumbo a España con el
    grueso del ejercito, llevando consigo solo una parte".
    También podría preguntarse por que Aníbal no
    espera a Escipión unos días en las orillas del
    Rodano; Las tropas cartaginesas eran más numerosas y
    experimentadas que las del enemigo. No obstante, el otoño
    estaba muy avanzado; una semana mas y Aníbal no hubiera
    podido atravesar los Alpes aquel año, pues los pasos
    estaban a punto de cubrirse de nieve. Presuroso, él
    ejercito de Aníbal empezó a escalar los Alpes al
    oeste de Turín: Hoy se estima que no eligió el
    pequeño San Bernardo, como se suponía antes, sino
    otro paso situado mas al sur, cerca del monte Cenis.

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