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Guerras púnicas (página 2)




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7. El Paso De Los Alpes

Las dificultades comenzaron desde los primeros
contrafuertes. Los galos, aún no convencidos de que la
expedición no fuera contra ellos, se emboscaban en las
rocas y lugares
más angostos de la ruta para atacar a la caballería
y al bagaje del ejército. "Aníbal -dice Polibio-
tuvo muchas pérdidas, sobre todo caballos y otros animales, pues
siendo el roquedal no sólo estrecho, sino pedregoso y
quebrado, al menor sobresalto muchos animales se
despeñaban con su carga al abismo que se abría a
ambos lados del sendero." Aníbal comprendió que se
arriesgaba al perder toda la impedimenta y quizás el mismo
ejército; había que decidirse, pues sin
pérdida de tiempo. Al frente
de un destacamento rápido, se lanzó una
operación de limpieza en el lugar amenazado y
sorprendió a los enemigos, matando a unos y dejando huir a
los otros.
Esta victoria despertó tal temor en los galos, que ya no
molestaron más a la expedición; los cartagineses
avanzaron sin contratiempos y alcanzaron las cimas más
altas de los Alpes. Los montañeses temblaban de espanto
ante los enormes elefantes que subían a las
cumbres.

Aníbal logró su objetivo tras
nueve días de escalada. Asentó dos días sus
reales en la cima del collado para que hombres y animales
pudiesen reparar fuerzas y esperar a los rezagados. Pero la nieve
hizo su aparición. Los soldados acostumbrados al cielo
mediterráneo, se desalentaron ante la idea de los
sufrimientos que aún les esperaban en esto parajes
solitarios y helados. Por fin, alcanzaron un punto culminante,
desde el cual pudieron contemplar la llanura del Po. Allí
Aníbal detuvo sus tropas y pintó los placeres que
loa aguardaban en este rico país que se extendía al
pie de la cordillera.

El ejército comenzó el descenso con nuevo
brío, pero sufrió tantas pérdidas como en la
subida. "Pues -dice Polibio- el camino era estrecho y en
pendiente, y el soldado no sabía dónde pisar, por
la mucha nieve que cubría el suelo; quien se
apartaba algo del camino, caía en el precipicio. Sin
embargo, los soldados acostumbrados a ello desde tanto tiempo,
resistieron con tesón estos trabajos. Mas cuando llegaron
a cierto lugar, tan angosto que ni caballos ni elefantes
podían pasar, el ejército volvió otra vez a
desanimarse." En efecto, un enorme alud obstruía
más de la mitad del camino. Se hicieron varios intentos
para pasar por otro lugar más elevado, rodeando así
el peligroso paso, pero todo fue en vano.

Los cartagineses no podían elegir: tenían
que cruzar aquella masa de nieve. En un día abrieron una
senda, por lo que pudieron seguir los caballos y animales de
carga. Luego, con ayuda de los elefantes, ensancharon el boquete,
que los colosales y hambrientos brutos demoraron tres días
en pasar. Otros tres días y el ejercito entero se
encontraría en la llanura. El viaje desde Cartagena
había durado cinco meses, habiéndose empleado la
última quincena de ellos en la travesía de los
Alpes.
El audaz generalísimo veía al fin realizados sus
planes: podría atacar a los romanos en el mismo suelo de
Italia. Su
voluntad de hierro le
había permitido franquear los Alpes y ganarse un nombre en
la historia. Pero la
hazaña costó sacrificios espantosos. Aníbal
perdió quizás la mitad de sus efectivos desde el
paso del Ródano hasta su llegada a Italia. El frío
de la elevada cordillera fue lo que arrebató mayor
número de vidas humanas. Le quedaban a Aníbal unos
veinte mil infantes y seis mil jinetes cuando entró en
territorio romano. Una vez allí, contaba con pueblos
amigos para completar sus filas.

8. La Batalla De
Trebia

El temor se adueñó del Senado que
ordenó al ejército que preparaba en Sicilia el
asalto a Cartago volver a Italia inmediatamente. Escipión
había llegado al valle y se había hecho cargo del
mando de las legiones allí estacionadas y que esperaban
partir hacia Hispania mientras el otro cónsul, Sempronio,
se dirigía desde Sicilia al norte a marchas forzadas. En
una escaramuza Escipión resultó herido, pero
consiguió liberar a su caballería de una
hábil trampa y se retiró, cruzó el Po y se
atrincheró en las orillas del Trebia en espera de la
llegada de Sempronio. Aníbal conocía a los dos
cónsules. Escipión era un jefe reflexivo, impecable
en su manera de llevar una campaña. Sempronio era un jefe
demasiado impulsivo, y como sabía que los dos
cónsules se turnaban cada día para ejercer el mando
esperó a que el mando diario correspondiera a Sempronio
para montar su trampa. En las escaramuzas de los días
previos, Aníbal había hecho siempre retroceder a
los suyos, lo que creó en los romanos una falsa
sensación de superioridad. Una noche, Mago, el hermano de
Aníbal, dejó el campamento púnico con 2.000
hombres para ocultarse en los ribazos de los arroyos cercanos. Al
amanecer, Aníbal envió a su caballería
númida a hostigar el campamento romano mientras sus
hombres desayunaban y se preparaban cuidadosamente. Sempronio,
que ese día ejercía el mando del ejército
consular romano, envió la caballería romana contra
los númidas, y al ver que éstos retrocedían
pensó que había llegado el momento de acabar con
Aníbal y envió a todo el ejército romano
contra el campamento púnico. Los romanos no habían
tenido tiempo de desayunar y tuvieron que formar sus
líneas a toda prisa para cruzar un río medio helado
con el agua a la
cintura, tropezando y cayendo continuamente en las depresiones y
llegando a la orilla empapados y medio helados. Entonces
atacó Aníbal con la infantería en el centro
y la caballería en las alas. Los jinetes númidas
derrotaron a los jinetes romanos y cargaron contra los flancos de
las legiones que se defendieron rabiosamente hasta que Mago
sacó a sus 2.000 hombres de la emboscada y cayó por
detrás de ellos. Los legionarios que consiguieron forzar
las líneas púnicas tuvieron que volver a cruzar el
Trebia. La mayoría de ellos, debilitados por el
frío, el hambre y las heridas se ahogó en sus
heladas aguas. Más de 20.000 romanos murieron en
Trebia.

Escipión consiguió mantener la cabeza
fría y llegar hasta su campamento con un grupo de
supervivientes para retirarse después a Piacenza.
Aníbal no pudo explotar su éxito
porque una repentina tormenta de nieve ocultó a los
supervivientes romanos. Tras la batalla, todas las tribus galas
se unieron a Aníbal que se atrincheró para pasar el
invierno. Un invierno que acabó con todos los elefantes
supervivientes de los Alpes menos uno y con muchos de sus
caballos. En Roma, durante el
invierno paralizador de toda campaña, se alistaron 11
nuevas legiones con 100.000 hombres bajo el mando de los nuevos
cónsules Flaminio y Gémino. Aníbal
estudió a los dos jefes y decidió que el más
fácil de engañar sería el impulsivo
Flaminio, el hombre que
había exterminado seis años antes a los
ínsubros. La marcha de los púnicos a través
de los pantanos para evitar ser detectados se convirtió en
un infierno. La mayoría de los animales de carga murieron
y Aníbal perdió un ojo.

La batalla de Trebia había demostrado, sin
embargo, la superioridad del legionario sobre el infante
cartaginés. La fuerza de los
romanos se basaba en su infantería y en su población en constante aumento, que les
permitía reclutar de continuo tropas frescas. Contando los
contingentes aliados, podía disponer de cien mil
combatientes. La situación, en cambio, era
distinta para Aníbal: sus efectivos ordinarios
disminuían de mes a mes y cada vez le era más
difícil cubrir bajas. Sus refuerzos tenían que
venir de Cartago o de España;
además era imposible inculcar, en corto plazo, disciplina a
las hordas célticas. Los galos eran excelentes en el
ataque, pero, carentes de tenacidad, eran incapaces de resistir
mucho tiempo; y no servían para las maniobras
tácticas ni soportaban largas caminatas. Lo único
con que Aníbal podía contar era con su excelente
caballería y, desde luego, con su genio
estratégico. Se veía en la necesidad de dar a la
lucha un carácter
dinámico y perseguir sin tregua al enemigo, pues los
cartagineses, siendo menos, estaban perdidos si mantenían
una guerra de
posiciones.

Aníbal creyó que podría forzar la
solución si lograba separar a Roma de sus aliados, e hizo
lo posible para atraérselos: encadenó a los
prisioneros romanos y dio libertad a los
prisioneros aliados de Roma sin exigir rescate. Los libertados se
encargarían de divulgar en sus países que
Aníbal no luchaba contra Italia, sino contra Roma, que
combatía por la libertad de todos los pueblos
itálicos y prometía a las ciudades oprimidas la
recuperación de su status previo a la ocupación
romana.

Pese a todas las desgracias, Aníbal
alcanzó su objetivo. Roma estaba amenazada por un peligro
mortal. Para enfrentar a uno de los mayores genios militares del
mundo, designó, sin embargo, a un hombre sin
reputación de general: el cónsul Flaminio.
Político especialista en cuestiones sociales, cuando
tribuno se había opuesto al Senado y a los terratenientes,
promulgando una excelente ley agraria para
el bien del Estado, que
repartía entre los campesinos romanos el extenso y
fértil territorio situado al sur del Rubicón, casi
deshabitado hasta entonces. Posteriormente, como censor, se
había ganado la fama imperecedera, estableciendo una
impresionante red de calzadas, entre
ellas, la Vía Flaminia, que enlazó económica
y militarmente la Galia cisalpina de Roma.

9. La Batalla Del Lago
Trasimeno

Flaminio, con dos legiones (25.000 hombres), se
había atrincherado en Arezzo mientras Gémino, con
otras dos legiones, lo había hecho en Rímini.
Aníbal tenía que pasar por uno u otro sitio y
entonces el cónsul esperaría a que llegase su
colega para unir sus ejércitos y atacar juntos. Pero
Aníbal conocía bien a Flaminio, el exterminador de
los ínsubros que ya había probado las mieles del
triunfo. Llegó frente a su campamento, pero Flaminio no
salió, entonces Aníbal se dedicó a quemarlo
todo a su alrededor, incendiando cosechas y pueblos hasta que a
Flaminio se le acabó la paciencia y dejó su
campamento para enfrentarse al púnico. Aníbal se
retiró por la orilla del lago Trasimeno perseguido por
Flaminio. Aníbal retrasó su marcha para que la
llegada al lago coincidiera con el atardecer y montó su
campamento. Flaminio hizo lo mismo cuando ya había
anochecido y ambos enemigos se dispusieron a pasar la noche. Al
amanecer del 21 de junio de 217 a.C., los jinetes romanos
informaron a Flaminio de la marcha de Aníbal antes de las
primeras luces. Encolerizado, Flaminio ordenó perseguirle
y todo el ejército romano se lanzó a marchar por la
orilla del lago de la que surgía una fuerte neblina que
subía hacia las colinas que bordeaban el lago y que
ocultaban a todo el ejército cartaginés que
veía pasar a los romanos ante ellos. En un momento,
Aníbal dio la orden de ataque y 50.000 galos,
españoles y africanos cayeron gritando sobre los
desprevenidos legionarios que no tuvieron tiempo de formar sus
líneas y que murieron luchando allí donde estaban.
Fue una carnicería. Los que intentaron salvarse a nado se
hundieron en el lago bajo el peso de su armadura, Flaminio fue
rodeado por los supervivientes de las tribus ínsubras a
las que había exterminado cinco años antes y tras
luchar épicamente hasta el final cayó muerto. Las
pérdidas romanas ascendieron a 15.000 muertos y 10.000
prisioneros. Todo el ejército romano fue muerto o
capturado. las pérdidas cartaginesas fueron de 2.500
muertos. El pretor de Roma convocó al pueblo en el
Foro y dijo: "Hemos sido
derrotados en una gran batalla". Pero no acabó ahí
la cosa. La caballería de Gémino, que avanzaba para
unirse a Flaminio y que ignoraba la batalla se metió
directamente en otra trampa y resultó exterminada. 4.000
hombres más.

Aníbal invitó a los etruscos a unirse a
él, pero este pueblo italiano, descendiente de las oleadas
invasoras de Los Pueblos del Mar llegadas allí 1.000
años antes había sufrido demasiado la fiereza
romana como para pensar siquiera en volver a empuñar las
armas contra
la odiada Loba. El pueblo etrusco había sido borrado ya de
la Historia por la implacable fiereza de Roma. Una Roma que, una
vez más, encontró al hombre capaz de afrontar el
peligro y el Senado nombró dictador (magistratura que
concedía máximos poderes militares a un hombre
durante seis meses) a Quinto Fabio Máximo.

Fabio Cunctator
Aníbal ya podía marchar sobre Roma cuando quisiera.
Los romanos destruyeron los puentes sobre el Tíber y, no
viendo otra solución, adoptaron una medida que
permanecía arrumbada desde hacía treinta
años: eligieron un dictador. La elección
recayó sobre un tal Fabio Máximo, hombre de edad,
famoso por sus ponderadas decisiones. Aunque era querido por
todos, Fabio era un aristócrata y lo desmostraba: nunca se
había avenido a preguntar cuál era la
opinión del pueblo.
Por su parte, Aníbal desplegó una estrategia muy
cautelosa, hecho sorprendente en un militar tan inclinado a la
ofensiva. A pesar de su gran victoria en el lago Trasimeno, no
quiso atacar a Roma en el acto; antes confiaba en poder aislar
al adversario de sus aliados. Destruyéndolo todo a su
paso, atravesó la Umbría en dirección a la 1 Italia meridional, para
demostrar a sus habitantes que Roma era incapaz de protegerlos.
Con una mano los aporreaba, mientras tendía la otra
ofreciéndoles su alianza. Aníbal combinada una
agresividad irresistible con una típica astucia
púnica; ello lo convirtió en uno de los más
grandes capitanes de la historia. Pero nada pudo contra la
solidaridad de
las instituciones
políticas romanas. Ningún aliado se
asoció al invasor. Todos consideraban a Roma como su
protectora natural contra los cartagineses y los galos.
Como Pirro, Aníbal subestimó la cohesión del
conglomerado romano y su capacidad de resistencia. En
tiempos de Pirro todavía dolían las heridas
causadas por la guerra contra Roma en regiones como el Samnio.
Pero transcurridos sesenta años, otras generaciones
regían la política en todas
partes de Italia, y la gente joven, sobre todo sentía
amenazado su porvenir si Roma caía.

El nuevo dictador contribuyó también a
salvar a Roma con su inteligente y prudente manera de dirigir la
guerra. Determinado a evitar toda batalla campal, al contrario de
lo que hiciera su predecesor Flaminio forzando la solución
a toda costa, Fabio Máximo se limitó a hostigar al
enemigo con incesantes escaramuzas de menor cuantía, para
agotarlo. Estas guerrillas permitieron a las tropas romanas
recién reclutadas adquirir experiencia en tal género de
lucha; además, cada nuevo éxito aumentaría
en los bisoños la confianza y la eficacia. Fabio
ocupó en la Campaña un paso obligado del
ejército de Aníbal. Los cartagineses iban a
encontrarse en una situación en que todo parecía
predecir un buen desquite por la derrota del Trasimeno.
Pero Aníbal consiguió salir del mal paso.
Ordenó a sus soldados buscar leña y hacer gavillas;
al llegar la noche, hizo atar los haces a los cuernos de unos dos
mil bueyes formaban parte de su botín; éstos con
los haces encendidos, fueron luego lanzados hacia una de las
cuestas que delimitaban el desfiladero, al mismo tiempo que los
soldados golpeaban constantemente su escudo. El ejército
romano que custodiaba la salida del paso, al ver correr tantas
antorchas a lo largo de la vertiente, creyó que los
cartagineses se escapaban por el monte y se precipitó a su
encuentro. Cuando se descubrió el engaño,
Aníbal había pasado al puerto con su
ejercito.

Si Fabio hubiera podido rematar su plan, los romanos
le hubieran aclamado como salvador de la patria. Se empezó
a murmurar que le anciano dictador había perdido el
juicio, que era un obseso y hasta un "contemporizador"
(Cunctador). Uno de los adversarios más acérrimos
del dictador era su general de caballería, Minucio.
Bastó que Minucio consiguiera una modesta victoria sobre
los cartagineses (en realidad se trató de una escaramuza
sin importancia) para que le invistieran de un poder igual al del
dictador. Minucio se vanagloriaba de haber vendió a
Aníbal, algo que no había conseguido el dictador de
Roma, y se puso al frente de una parte del ejército,
dejando la otra a Fabio. El ejercito romano se dividió,
pues, en dos partes, al frente de las cuales había sendos
generales que aplicaban principios
estratégicos con frecuencia opuestos.

Naturalmete, falto tiempo a Minucio para hacer gala de
su talento militar: su ejercito no fue aniquilado gracias a que
Fabio llegó a tiempo para socorrerle. Entonces, el pueblo
retiro el mote de Cunctator al dictador y le aclamo como "escudo
de Roma". El poeta Ennio, que escribio poco después una
historia de Roma, dice en verso: Unus homo nobis cunctando
restituit rem (Sólo un hombre transigiendo, nos
restituyó el
Estado).

10. La Batalla De
Cannas

Los romanos esperaron a Aníbal en la llanura de
Cannas con el ejército más poderoso que
jamás había visto Italia: dos ejércitos
proconsulares, de dos legiones cada uno, se unieron a otras
cuatro legiones en Apulia formando un enorme ejército de
ocho legiones, con ocho unidades aliadas italianas, lo que
hacía un total de 80.000 infantes frente a los que
Aníbal opuso 40.000. Pero frente a los 6.400 jinetes
romanos Aníbal enfrentó a sus 11.000. Y
sería precisamente la caballería la que
resolvería la batalla, ya que Aníbal, consciente de
la abrumadora superioridad numérica romana, dispuso que el
peso del combate recayera sobre la caballería. El terreno
de batalla había sido cuidadosamente escogido por los
romanos que no querían sorpresas. Por ello escogieron la
llanura que va desde el río Aufidio hasta la ciudadela de
Cannas, que estaba en ruinas y deshabitada. Así,
protegidos sus flancos por el río y el monte, los romanos
creyeron estar a salvo de las peligrosas maniobras envolventes
del púnico.

En la mañana de 2 de agosto de 216 a.C. Los
romanos formaron una gigantesca línea de batalla con sus
ocho legiones. En lugar de formar las ocho romanas y las ocho
aliadas para formar un frente gigantesco que no cabría en
toda la región (¡imagina a 16 legiones en
línea), prefirieron superponerlas para conseguir una
línea de ocho legiones pero con una profundidad doble, de
manera que pudieran combatir incluso un día entero si
hacía falta. Las legiones estaban flanqueadas por la
caballería romana a la izquierda y la aliada a la derecha.
Aníbal formó su línea con la
infantería gala y española en el centro alternando
las unidades para formar una media luna dirigida hacia los
romanos y con los falangistas africanos en dos columnas tras las
puntas de la media luna. La caballería númida la
dispuso en su flanco derecho y la gala y española en el
izquierdo bajo el mando de Asdrúbal.

El encuentro comenzó con el ataque de las tropas
ligeras situadas por delante de ambas formaciones. Celtas,
españoles y africanos gritaron sus consignas de guerra
mientras los romanos golpeaban su pila contra sus escudos. La
mayor batalla de toda la Antigüedad estaba a punto de
comenzar. La caballería númida se lanzó
sobre la aliada a la que derrotó aplastantemente mientras
la caballería gala y española al mando de
Asdrúbal conseguía hacer retroceder a su
contraparte romana. Las legiones, rabiosas, cargaron contra la
media luna cartaginesa. Su empuje fue tal que la media luna fue
comprimida hacia atrás como un puesto de helados
retrocedería ante la embestida de un elefante. En ese
momento los romanos pensaron que habían conseguido vencer
al maldito púnico, pero el hijo de Amílcar
había reservado a sus enemigos una buena
sorpresa.

El empuje de la embestida romana era tal que la media
luna se fue plegando sobre sí misma, pasando de ser
convexa a cóncava, y las legiones entraron en ella
llevadas del impulso de su embestida mientras los infantes
españoles y celtas retrocedían. Pero ocurrió
lo que los romanos no habían previsto: las legiones se
atascaron dentro de la media luna ya que el espacio era cada vez
más pequeño. Miles de hombres de las líneas
en contacto con los españoles y celtas se vieron empujados
por los que venían detrás y que no podían
participar en el combate. Comprimidos cada vez más romanos
en un espacio cada vez más pequeño, los legionarios
y los aliados italianos quedaron atrapados, encapsulados en la
genial trampa de Aníbal sin apenas espacio para moverse,
pegados unos a otros mientras los españoles y celtas les
masacraban. En ese momento, las dos columnas de falangistas que
permanecían inmóviles en los flancos, y que
habían sido imprudentemente rebasadas por los romanos en
su alegre embestida, se volvieron contra los flancos romanos
atacándolos.

Los romanos no podían ni alzar sus escudos para
protegerse del ataque, los legionarios que caían al suelo
eran pisoteados por sus propios compañeros sin que
pudieran hacer nada. Fue entonces cuando la caballería
celta y española, abandonando la persecución de la
caballería romana, regresó al galope para atacar a
los romanos por detrás.

Había terminado la batalla. Ahora comenzaba la
masacre.

Las legiones se vieron encerradas, agolpadas unas contra
otras. Los romanos estaban tan apretados que no podían ni
mover sus brazos. Los españoles causaron la más
terrible matanza gracias a sus formidables espadas cortas, el
gladius hispaniensis, que causó tal
impresión en los romanos que éstos se apresuraron a
adoptar tan mortífera arma para sus legionarios tras la
guerra. Los legionarios murieron en sus puestos, impresionando a
sus ejecutores por su disciplina y desprecio de la muerte.
Masacrados como terneros en el matadero sin posibilidad de
defenderse.

Las pérdidas romanas fueron espantosas: 50.000
muertos, 10.000 prisioneros. Las púnicas de 8.000 muertos.
Aníbal había conseguido la más brillante
victoria registrada hasta entonces. Roma había cosechado
la derrota más gigantesca de toda su historia.
En Roma cundió el pánico, pero en medio de tanta
desgracia, el Senado dio un ejemplo de serenidad que
electrizó al pueblo. Los esclavos y los criminales fueron
liberados para enrolarlos en las nuevas legiones que se estaban
formando apresuradamente. Cada casa se convirtió en un
cuartel, todos los ciudadanos fueron movilizados, se
prohibió hablar de paz bajo pena de muerte
y la ciudad se preparó para el asalto final. Aníbal
llegó hasta los muros de Roma a lomos de su caballo y la
contempló entristecido. Era demasiado fuerte para poder
asaltarla. Sus defensas eran demasiado poderosas y todos sus
ciudadanos empuñaban las armas esperando el asalto y
dispuestos a morir defendiéndola. Uno de sus generales le
reprochó que ni siquiera intentara el asalto: "Sabes
vencer, Aníbal -le dijo-, pero no sabes qué hacer
con tus victorias". Lo cierto es que no podía tomar Roma
porque ello hubiera supuesto atrincherar a su ejército
frente a sus muros, con lo que los romanos hubieran podido cortar
todos sus suministros. La esencia de la estrategia de
Aníbal, como Máximo había sabido descifrar,
era la movilidad.

Tras el desastre de Cannas Aníbal pensó
llegar a una paz con Roma. Sabía que no podía
vencer y se esforzó en atraerse a los pueblos italianos.
Una amplia zona del sur de Italia con Capua a la cabeza se
pasó al bando púnico, deseosa de librarse del yugo
romano, pero la mayor parte de los pueblos italianos
permaneció fiel a la Loba, más por temor que por
convicción. Mientras Aníbal movía su
ejército por Italia Roma se dedicó a alistar nuevas
legiones y a preparar su terrible venganza. Una tras otra, las
poblaciones que se habían pasado a los cartagineses fueron
tomadas. Las represalias fueron tan espantosas que la
mayoría de ellas volvió a cambiar de bando sin
pensárselo. Día a día, Aníbal era
privado de más y más recursos y el
gobierno
cartaginés, esa cuadrilla de mercaderes sin honor ni
decencia, se negaba a enviarle los refuerzos que insistentemente
solicitaba. En 212 a.C. Roma tenía en pie de guerra 25
legiones (200.000 hombres). Invadieron Hispania derrotando al
hermano de Aníbal y finalmente desembarcaron en
África. Cartago llamó a Aníbal y éste
se embarcó para defender su patria abandonando a sus
hombres en Italia. Los restos de su ejército fueron
acorralados y exterminados por los romanos. Aníbal
había permanecido 15 años en Italia. Había
ganado todas las batallas… pero había perdido la
guerra.

11. El Sitio De
Siracusa

Marcelo intento obtener algún resultado
francamente positivo. En 214 antes de Cristo, por orden del
Senado, se dirigió a Sicilia para reconquistar Siracusa y
adueñarse por completo de la rica isla, puente entre
Europa y Africa,
iniciativa que convirtió de nuevo a Sicilia en el teatro más
importante de operaciones.
La ciudad opuso una tenaz resistencia gracias a las maquinas de
guerra que había construido Arquímedes. A Siracusa,
que desafiara en otros tiempos a la orgullosa marina de los
atenienses y rechazara en muchas ocasiones a las fuerzas
cartaginesas, tampoco esta vez fue posible tomarla por asalto.
Después de un sitio de ocho meses, Marcelo tuvo que
limitarse a bloquearla. Según la tradición,
Arquímedes incendiaba desde tierra firme
los navíos romanos surtos enfrente, reflejando los rayos
solares en grandes espejos cóncavos.

Sólo al cabo de tres años, y con ayuda de
traidores, pudo Marcelo apoderarse de Siracusa. En castigo por su
terquedad, dejóla a merced de los soldados; y en el saqueo
perecieron muchas personas, Arquímedes entre ellas. Se
dice que un soldado romano que penetró en el jardín
del sabio, lo encontró sumido en el estudio de unas
figuras geométricas trazadas en la arena. Tan absorto esta
Arquímedes en sus estudios, que ni siquiera
advertía lo que pasaba en torno suyo. "Ni
pises las figuras", dijo al legionario, y éste, que
ignoraba quién era, lo atravesó con su espada.
Así perecieron uno de los más grandes genios de la
humanidad y una de las más altivas ciudades helenas. Nunca
más volvería Siracusa a recobrar su pasada
grandeza.

"Hannibal ad postas!!
Cuando la caída de Siracusa era inminente, los romanos
llevaron a cabo otra gran operación: la conquista de
Capua. Aníbal, que acudió en socorro de la ciudad,
nada pudo contra las fuertes trincheras de los asediantes.
Entonces ideo un medio para que los romanos las abandonaran.
un ida dejo de combatir ante Capua y se dirigió contra
Roma. Creyó que sin duda, las tropas romanas le
seguirían, pues era de esperar que preferirían
salvar su capital. Roma
quedo sobrecogida cuando supo la llegada del cartaginés.
"No solo se oía gemir a las mujeres en sus casas, sino que
también surgían matronas de todas partes para
acudir a los templos", describe Tito Livio. Los romanos no
olvidaron jamas aquellas horas de zozobra. las generaciones
posteriores temblaban aun al recordar el ida en que por todas
partes se oyó aquel terrible grito: Hannibal ad portas!
(Aníbal, a las puertas de la ciudad).
En realidad, el peligro no era tan grande como creían los
romanos. Aníbal no tenia la menor intención de
atacar a Roma, demasiado bien protegida por sus murallas. Su
único objetivo era atraer a las tropas de Capua fuera de
sus posiciones. Pero su astucia no le valió. Las legiones
no se dejaron engañar: el sitio de Capua continuo; solo se
envío un pequeño destacamento hacia Roma. La suerte
de Capua estaba echada. Al ver que Aníbal se retiraba y
los romanos mantenían el cerco, la población
desespero. Veintiocho miembros del consejo se reunieron para
celebrar un festín y después bebieron una copa de
veneno; los demás se rindieron sin condiciones.

Capua pago muy cara la defección. El jefe romano
reunió en la plaza publica a cincuenta notables, los hizo
azotar y después decapitar; los demás fueron
encarcelados. En cuanto a la población, en su mayor parte
fue sometida a esclavitud.
Corría el año 211. los romanos se comportaron
así con Capua, no solo por su traición a la causa
de Roma y por haber matado a los romanos allí residentes,
sino también para acabar con la rivalidad que, desde
tiempo atrás, existía entre las dos mayores
ciudades de Italia.
Con la reconquista de Siracusa y Capua, los romanos arrebataron a
Aníbal todo lo ganado en la batalla de Cannas. La
caída de Capua cambio el curso de la guerra, aunque
más tarde, en cierto momentos, pareciese que los romanos
la habían perdido. La suerte trágica de Capua no
solo significaba para Aníbal la perdida de la
Compañia, sino ,lo que fue mas grave, la de su prestigio
ante sus aliados itálicos. Uno tras otro, reintegraronse a
la protección romana.
Al fin, Aníbal dominó solo la extremidad sudoeste
de la península digamos, la punta de la bota.

12. La guerra en
España.

Asdrubal Acude En Auxilio De Su Hermano
Unos años antes, los romanos habían tenido algunas
dificultades en tierras españolas con la muerte de
Publio y Cneo Escipión en combates adversos el primero en
Castulo (Cazlona, provincia de Jaen) y su hermano Cneo cerca de
Ilorci (Lorca, Mucia). Roma había estado a punto de perder
sus conquistas recientes en el Levante hispánico (212
antes de Cristo). Pero "la esperanza cambio de campo" cuando el
hijo del difunto general Publio Cornelio Escipión se puso
al frente de las legiones. Habiendo ciado Marcelo en el campo de
batalla en el 208, el nombre de Escipión el joven se hizo
pronto popular y se convirtió en escudo y espada de Roma.
Escipión comenzó su brillante carrera militar en la
península Ibérica tomando en brevisimo tiempo
Cartagena, la capital de los cartagineses, y después
derrotando a Asdrúbal en Bailén de
Andalucía; pero no pudo impedir que éste embarcara
el resto de sus tropas para Italia con el fin de prestar ayuda a
su hermano Aníbal.

Sin duda, Asdrúbal comprendió que
algún día España caería fatalmente en
manos de los romanos, de no triunfar Aníbal en Italia. El
joven Escipión se manifestaba como un general de primer
orden, aunque más peligrosos por su atractivo personal que por
su talento militar. Su magnanimidad hacia los vencidos le hizo
simpático a los pueblos ibéricos, acostumbrados a
las exacciones y excesos de los cartagineses, que no
habían despertado más que odio.
Asdrúbal, siguiendo el ejemplo de su cuñado y
hermanastro, atravesó los Alpes. Las tribus
montañesas lo dejaron pasar sin obstáculos, pues
ahora sabían que las expediciones cartaginesas no iban
dirigidas contra ellas. En el otoño de 208 antes de
Cristo, Asdrúbal se encontraba en la Galia cisalpina con
abundantes provisiones y un ejercito de sesenta mil hombres,
contando los galos enrolados bajo sus enseñas.

Roma se enteró del nuevo peligro en un momento en
que su situación era casi insoportable. La producción agrícola decrecía
cada vez mas incluso donde la guerra no había causado
estragos, por cuanto faltaban en todas partes brazos para
cultivar y segar; muchos habrían muerto de hambre si no se
hubieran importado víveres de Egipto y
Sicilia.

Otros motivos que agravaban la situación: los
aliados de Roma empezaban a cansarse de esta guerra que agotaban
sus recursos. Incluso las ciudades del lacio comenzaban a
titubear. Alrededor de un tercio de estas ciudades anunciaron
categóricamente que no estaban dispuestas a entregar mas
dinero ni
tropas, y dejaban que los romanos sufragasen una guerra que a
ellos solos interesaba proseguir. Roma tenia que impedir en
seguida y a toda costa que Asdrúbal, que ya venia del
norte, se uniera con su hermano en la Italia meridional.
Envío, pues, un ejercito numeroso para cortarle el camino
y obligarlo a una lucha que el cartaginés quería
evitar. Entablóse la batalla en el año 207 antes de
Cristo, en el río Metauro (Umbría oriental).
Enfrentado con un ejercito doble que el suyo, la única
esperanza de Asdrúbal consistía en lanzarse con
todas sus fuerzas y romper la líneas romanas.

Las compactas formaciones romanas neutralizaron este
ataque, la lucha se prolongo cada vez más feroz y
sangrienta, terminando con un triunfo total de los romanos: su
primera gran victoria de la guerra. El ejercito púnico fue
prácticamente aniquilado. "Cuando Asdrúbal se vio
perdido dice Tito Livio, espoleó a su caballo hacia el
centro de una cohorte romana y allí, como digno hijo de
militar y hermano de Aníbal, pereció con las armas
en la mano".
Apenas lograda la victoria, uno de los jefes romanos, el
cónsul Claudio Nerón, se dirigió hacia
Italia meridional a marchas forzadas para batirse con
Aníbal. Puede parecer extraño que Nerón y el
otro cónsul, Livio Salinátor, que habían
compartido la campaña contra Asdrúbal, no se
unieran para marchar hacia el sur y conseguir un triunfo
decisivo. Es probable que ni pensaran en ello. La
reputación del gran cartaginés les amedrentaba
demasiado. Ningún político ni general de la
época era capaz de afirmar que vencería a
Aníbal; a lo sumo, se consideraban lo bastante afortunados
si no eran vencidos por él.

Aníbal esperaba con ansiedad noticias de su
cuñado, pero la llegada de Nerón puso fin a sus
esperanzas. Acercándose a los puestos avanzados de
Aníbal, el cónsul arrojó la cabeza de
Asdrúbal a las trincheras cartaginesas. A la vista del
triste despojo, Aníbal cayó deprimido y
exclamó: "¡Presiento ya la suerte de
Cartago!".

El anuncio de la victoria causo una alegría
indescriptible en Roma. Anhelando el fin de tantas calamidades,
los ciudadanos romanos dieron gracias a los dioses. Esperando ya
un resultado feliz de esta guerra atroz, la industria y el
comercio
volvieron a prosperar. En ambos bandos se creían que
aquella batalla del Metausor (Sena Gállica)
determinaría el curso de la guerra. Verdad es que los
romanos estaban demasiado agotados para arrojar a Aníbal
de Italia, y Aníbal, por su parte, no tenia mas que una
posibilidad: resistir en Brindisi. Se había atrincherado
allí para disponer de un buen puerto de reserva.
Aníbal, aislado, se mantuvo durante cuatro años
mas, en un nuevo alarde de su genio militar. Pero el mero talento
no puede cambiar el curso de la guerra.

13. La decisión
final. El ocaso de Aníbal

Después de la retirada de Asdrúbal,
Escipión había arrebatado a Cartago todas sus
posesiones españolas. Dos acciones
espectaculares facilitaron su tarea: la batalla de Ilipa
(Alcalá del Río, Sevilla) y la toma del poster
baluarte cartaginés de Cádiz ( 206 antes de
Cristo). Cartago juzgó que la península no
valía la pena de ser conservada y retiró sus tropas
de España, sin dejar un solo hombre, un navío, ni
un depósito de aprovisionamiento. Los íberos
recobraban, pues, su independencia
de antaño, a no ser que la entregaran ésta vez a
los romanos. Escipión los conquistó con
moderación y magnanimidad: convirtiéndose
así España en provincia romana.
Para recapitular, digamos que la guerra se había liquidado
primero en Sicilia y luego en España y en Macedonia y que
en Italia la lucha tampoco era ya tan violenta. Escipión
quiso poner fin a las hostilidades desembarcando en Africa para
dar el golpe de gracia a los cartagineses.

Sin embargo, el Senado no veía con buenos ojos
los planes de su general. Los padres del Estado, hombres
ponderados por naturaleza,
creían que Roma arriesgaba demasiado. Además,
Escipión, de apenas treinta años, había
alcanzado extraordinarios éxitos que sin duda suscitaban
muchas envidias. Se decía que podría se un peligro
para la libertad del pueblo romano si alcanzaba demasiado poder.
Pero Escipión gozaba de mucha fama ante el pueblo y por
eso, después de tumultuosas discusiones, el Senado lo
autorizó a llevar la guerra al territorio
cartaginés. Sin embargo, sólo le concedieron dos
legiones. Botáronse navíos de guerra en los puertos
de Sicilia y un buen día los romanos pisaron la costa
africana; la guerra de Cartago contra Roma había
terminado; comenzaba ahora la guerra de Roma contra
Cartago.

Apenas desembarcado, Escipíon recibió la
visita del caudillo númida Masinisa. Ya antes, cuando
Escipíon estaba aún en España, este hijo del
desierto había prometido ayudar a los romanos si
algún ida llevaban la guerra al Africa. Masinisa
había reinado en unas tierras situadas al oeste del
territorio cartaginés, cuya capital era la actual
Constantina. Sifax, otro númida más poderoso, lo
había destronado con ayuda de Cartago. El gobierno de
Cartago se había ganado la simpatía de Sifax
dándole por esposa a Sofonisba, cartaginesa de alta
alcurnia que Masinisa también había pretendido y
que el consejo le había negado con frases humillantes.
Desde entonces, el fugitivo erraba por el desierto con una
partida de jinetes. El apoyo que ofrecía a Escipíon
parecía, pues, insignificante, pero Masinisa podía
llegar a ser hombre muy provechoso con el tiempo, pues
tenía fama de ser un excelente general de
caballería.

Escipíon tuvo tanta suerte como en España,
pese a la superioridad numérica del enemigo. Cartago
llamó a Aníbal, que estaba en Italia. pues
sólo él podía medir sus armas con
Escipión, "el hijo mimado de los dioses". Aníbal
aceptó el llamamiento y partió en una flota de
transporte
preparada en el puerto de Crotona, después de matar todos
los caballos. ¿Por qué Aníbal no
abandonó antes Italia cuando ya le era imposible hacer
allí algo positivo? Quizás creyera, y con él
el gobierno cartaginés, que los romanos no se
atreverían a llevar la guerra al Africa mientras él
permaneciera con tropas en Italia. Los cartagineses se
habían equivocado por completo.
Los romanos suspiraron aliviados cuando el "león de Libia"
abandonó voluntariamente la península. En el colmo
de su entusiasmo, los romanos ofrecieron una corona
honorífica al único general romano todavía
superviviente desde el comienzo de la guerra y sus terribles
secuelas: Fabio Máximo, con casi ochenta años de
edad. Mientras tanto, Aníbal pisaba de nuevo su tierra
natal, que abandonara treinta y cuatro años antes. Desde
su partida había conducido sus ejércitos por todo
el litoral mediterráneo, siempre en marcha triunfal. Ahora
volvía con las manos vacías; pero su regreso
infundió valor a las
fuerzas cartaginesas.

Aníbal iba a experimentar muchas decepciones en
su patria. Sus hombres no se medirían allí con
legiones inexpertas, sino con ejércitos de veteranos
endurecidos. Los soldados de Escipión habían
aprendido su oficio en España y su general los
mantenía en buen estado físico mediante continuos
ejercicios. Escipíon se enfrentaba con Aníbal
oponiéndole su propia táctica, adquirida
después de mucha experiencia. Podía, si el caso lo
requería, acortar la profundidad de su orden de batalla
para prolongar las líneas y hacer imposible el cerco. Los
númidas de Masinisa, por su parte, compensarían la
ventaja que Aníbal tenía con su
caballería.

14. La Batalla De
Zama

En África, Aníbal tuvo que vérselas
con otro Escipión, el hijo de aquel cónsul al que
tan brillantemente había derrotado en Trebia 16
años antes. En octubre de 202 Escipión, que a
partir de entonces habría de conocerse con el sobrenombre
de El Africano, destruyó al ejército
cartaginés en la llanura de Zama. De nada valió el
genio militar de Aníbal ya. Aníbal formó a
sus 37.000 infantes en 3 líneas y a sus 5.000 jinetes en
las alas, frente a los romanos dispuso 80 elefantes.
Escipión dispuso sus 10 legiones (30.000 hombres) a la
manera clásica, pero esta vez, la formidable
caballería númida estaba del bando romano. Los
romanos abrieron huecos en sus líneas para que los
elefantes pasaran a través de ellos mientras los
númidas derrotaban a los caballeros púnicos y, como
hicieron sus padres en Cannas, volvieron para atacar la
retaguardia, esta vez púnica. Aníbal escapó
dejando 25.000 cartagineses muertos y 10.000 prisioneros. Los
romanos perdieron 2.000 legionarios y 3.000 jinetes
númidas.

Cartago pidió la paz. Escipión El
Africano, hombre de excepcional talento, una de esas joyas
humanas de la Historia, impidió que el rencoroso Senado
romano impusiera sus draconianas condiciones a la derrotada
Cartago atenuando en lo posible las cláusulas.
Escipión no quería pasar a la Historia como el
enterrador de Cartago y formuló una propuesta de paz que
el Senado romano admitió. El Senado quería la
cabeza de Aníbal, pero Escipión lo impidió.
Lo que todo el ejército romano no había conseguido
no lo iban a conseguir unos cuantos senadores rencorosos. Cartago
tuvo que renunciar definitivamente a sus posesiones
españolas, su armada, a excepción de 10 naves, fue
entregada a los romanos que la incendiaron ante la ciudad, se
prohibió a Cartago hacer la guerra contra sus vecinos sin
permiso expreso de Roma y se fijó una indemnización
de guerra de 10.000 talentos de plata (300.000 kilos) a pagar en
50 años. Además, tuvo que renunciar a parte de sus
posesiones que pasaron a Masinisa, rey de los númidas, con
lo que su territorio africano quedó muy mermado. Era una
enormidad, pero al menos la ciudad conseguía sobrevivir.
Aníbal regresó a Cartago amargado. Si el gobierno
le hubiera apoyado en Italia la realidad ahora sería otra,
pero no tuvo tiempo de amargarse del todo porque su popularidad
entre el pueblo púnico despertó el temor de la
oligarquía comercial púnica que gobernaba Cartago,
esa casta infame que anteponía sus beneficios a cualquier
otra cosa. Aníbal fue elegido sufete e inició una
investigación que demostró que
mientras el pueblo se arruinaba los oligarcas se
enriquecían con sus negocios,
llegando algunos incluso a comerciar de contrabando con Roma.
Aníbal exigió la devolución de las
cantidades robadas por los oligarcas al tesoro público e
impidió que la indemnización de guerra se pagara
subiendo los impuestos al
pueblo. Los oligarcas enviaron una delegación a Roma que
denunció a Aníbal ante el Senado, acusándolo
de traicionar el tratado de paz y conspirar para crear un
ejército con el que atacar Roma. Escipión, asqueado
ante tan repugnante traición, trató de impedir
aquella atrocidad, y muy probablemente fue él quien
avisó a Aníbal de lo que se tramaba, lo que le
permitió huir de Cartago cuando el gobierno púnico
estaba a punto de detenerle para entregarle a los romanos. El
gobierno cartaginés le condenó a muerte en
rebeldía, le confiscó todas sus posesiones y
arrasó hasta los cimientos su casa. Aníbal
huyó al Asia Menor donde
sirvió como general mercenario, pero las garras de la Loba
le persiguieron, azuzadas por el rencor de los oligarcas
cartagineses, hasta que al fin, viejo y cansado, fue detenido por
el rey de Bitinia. Cuando los embajadores romanos llegaron para
llevárselo el viejo general se suicidó. "Libremos a
los romanos de sus preocupaciones". Dijo antes de
expirar.

Tras la derrota de la II Guerra Púnica, Cartago
volcó todos sus esfuerzos en la reconstrucción de
su riqueza. tarea nada fácil, ya que sin una flota y sin
un imperio, sus recursos quedaban limitados al perímetro
africano que rodeaba la ciudad. Además, los problemas con
sus vecinos, en especial con el rey Masinisa de Numidia eran muy
graves, ya que este rey, sabedor de que Cartago no podía
declararle la guerra sin el consentimiento del Senado de Roma, se
dedicaba a hostigar el territorio púnico casi con
impunidad. Las sucesivas delegaciones que Cartago envió a
Roma para quejarse de las continuas agresiones obtuvieron la
misma respuesta: "Roma no tenía constancia de tales
agresiones".

Pero en lugar de dedicarse a lamentarse y hundirse en el
victimismo, Cartago se empeñó en progresar. Y lo
consiguió de manera espectacular. Treinta años
después de la derrota, con una nueva generación al
timón, Cartago había recuperado parte de su
anterior esplendor. La ciudad lucía magnífica, la
agricultura se
había desarrollado como jamás en ninguna parte del
mundo anteriormente, racionalizando las cosechas e introduciendo
nuevos sistemas de
regadío que convirtieron los destrozados páramos de
la inmediata posguerra en auténticos vergeles que
producían cantidades ingentes de productos que
eran exportados a todos los rincones del Mediterráneo.
Cartago se enriqueció vendiendo trigo a Roma, trigo que
servía para mantener las costosas campañas contra
los herederos de Alejandro
Magno. En una ocasión, los romanos pidieron 500.000
medidas de trigo y los cartagineses les dijeron que se las
regalaban. El Senado torció el gesto y se negó al
regalo pagando hasta el último grano. El desarrollo
comercial de Cartago fue tal que una delegación
llegó a Roma diez años después de la derrota
y le dijo al estupefacto Senado que si andaban escasos de dinero
ellos podían pagar en un solo plazo toda la
indemnización de guerra, los famosos 10.000 talentos. Fue
un golpe de efecto típico del mercader que pretende
impresionar a otro mercader, pero los campesinos-soldados romanos
no se impresionaron comercialmente. Como siempre, Cartago no
sabía captar la verdadera esencia de la idiosincracia
romana. Los senadores no se admiraron ante el prodigio
económico, sino que se asustaron ante la amenaza militar.
Si Cartago era capaz de aquello ¿qué
ocurriría más adelante, cuando su territorio
volviera a quedárseles pequeño? La mentalidad
romana era una mentalidad militar, y en ella no cabía el
mínimo resquicio a la lógica
mercantil. Para los romanos no existían "otros modelos
económicos" sino amenazas militares.

Roma nunca fue una nación
imperialista por definición. Todas las guerras que
emprendió fueron una reacción defensiva contra una
amenaza, o más concretamente, contra lo que ellos
sentían como una amenaza. En la mentalidad campesina
romana cada acontecimiento era sentido como un peligro inminente.
Roma se atemorizaba muy fácilmente ante cualquier
señal extraña, y ante el temor reaccionaba con una
violencia
desproporcionada, como jamás se ha vuelto a ver en la
Historia. La reacción de Roma era la reacción del
campesino que ve a un extraño dentro de sus tierras, una
reacción de pánico convertido en una
explosión de violencia incontenible… Y eso es algo que
Cartago nunca supo ver.

Las delegaciones enviadas periódicamente a
Cartago para comprobar la aplicación de los
términos del tratado de paz constataban el rápido
crecimiento de Cartago, y sus informes
causaban cada vez mayor inquietud en el senado. Los delegados
cartagineses que volvían de Roma contaban al pueblo
cómo era Roma, cómo eran sus lisas murallas,
cómo eran sus estrechas y sucias calles, cómo eran
sus casas de ladrillo apiñadas unas contra otras,
cómo eran sus templos de ladrillo y madera. Una
ciudad en la que no había edificios públicos ni
bibliotecas, ni
teatros. Una ciudad subdesarrollada, habitada por
campesinos-soldados recién salidos de la barbarie y que no
tenían ni literatura ni arte propios. Y
cuando los senadores romanos llegaban a Cartago, evidentemente…
imprudentemente… los cartagineses les mostraban orgullosos sus
logros. Aquella maravillosa ciudad resplandeciente y llena de
edificios públicos, abierta al mar, las riquezas que
diariamente llegaban a sus depósitos, los templos con
paredes cubiertas de láminas de oro, las bibliotecas, los
teatros, las impresionantes murallas triples. Y los senadores,
con su gesto cerrado, se limitaban a observar, a callar y a
memorizarlo todo para informar a sus colegas en Roma. Creando
así en el pueblo romano un ambiente de
odio regenerado y alimentado día a día. Extendiendo
la sensación de que la prosperidad de Cartago era una
amenaza latente contra Roma… una vez más.

En esta situación tuvo lugar un hecho cuya
importancia posiblemente fue capital. El anciano rey Masinisa,
rey de la Numidia que había surtido de jinetes a
Aníbal primero y a El Africano después, siguiendo
sus correrías contra Cartago, atacó las ciudades de
la costa. Cartago, harta de esta situación, envió a
un general llamado Asdrúbal "el Boetarca" a atacar a los
invasores. Con ello, Cartago desobedecía la
cláusula del tratado que le impedía hacer la guerra
sin el consentimiento de Roma. El caso es que Asdrúbal fue
derrotado y escapó dejando a sus hombres que fueron
asesinados por Masinisa. Asdrúbal fue condenado a muerte
por el Senado cartaginés, pero escapó.

Probablemente Roma comenzó a temer entonces que
Masinisa acabara con Cartago y creara un gran reino africano
basado en la riqueza púnica. El caso es que en cuanto
acabaron con el rey Perseo de Macedonia en Pidna, con lo que
Grecia
cayó bajo el dominio romano,
el Senado tenía las manos libres para terminar de una vez
con Cartago. La vieja ciudad ahora ya no era más que un
estorbo y además, su riqueza la hacía peligrosa.
Mientras Roma se desangraba en sus campañas en Grecia,
Asia Menor e Hispania, Cartago experimentaba un gran crecimiento
demográfico. La presencia de la nueva cerámica tardopúnica por todo el
Mediterráneo occidental demuestra la pujanza de su
comercio. Todos estos factores acumulados fueron los
determinantes de la terrible resolución que Roma
tomó movilizando un ejército y preparándose
para la invasión.

La ciudad de Útica olió el desastre y se
puso bajo la protección de Roma abandonando a Cartago. En
la ciudad ya sentenciada tomaron conciencia de lo
que se avecinaba demasiado tarde. Cuando los embajadores
púnicos llegaron a Italia el ejército romano ya se
concentraba en Sicilia. Desembarcados en la primavera de 149 a.C.
en Útica, los romanos recibieron a una delegación
púnica a la que exigieron, como paso previo a las
negociaciones, la entrega de todas las armas que albergara la
ciudad. Los romanos advirtieron que si al inspeccionar la ciudad
encontraban una sola espada no habría piedad. Cartago,
aterrorizada, accedió y un gigantesco convoy llevó
hasta los estupefactos romanos más de 200.000 equipos
completos, lo que demuestra que la ciudad no había quedado
tras la guerra indefensa, ni mucho menos. 2.000 catapultas y
balistas fueron desmanteladas y entregadas y los diez barcos de
guerra que se les permitía tener también. Cuando
los romanos tuvieron en su poder todo el armamento púnico
dictaron sus condiciones:

El pueblo cartaginés sería libre para
regirse por sus propias leyes como
nación independiente… Pero debían abandonar
Cartago para establecerse en un nueva ciudad que debían
construir a una distancia mínima de la costa de 80
estadios (15 kilómetros).

Los púnicos se sobresaltaron. Abandonar el
territorio sagrado de la ciudad era la muerte para la
nación. El abandono de todas sus raíces culturales
y tradicionales… La anulación de la esencia de su
ámbito sagrado. Cuando los embajadores púnicos
volvieron a Cartago y expusieron sus condiciones fueron acusados
de traición y ejecutados. La ira estalló en la
ciudad y todos los romanos que se encontraban en Cartago fueron
asesinados. Inmediatamente se comenzó el rearme, y la
rapidez como se llevó a cabo demuestra que Cartago no
entregó, ni mucho menos, todas sus armas a los romanos, ya
que éstos atacaron pero fueron rechazados por
Asdrúbal El Boetarca que había sido perdonado y
llamado a defender la patria. Todo ello contribuyó a que
los romanos se convencieran de la razón que tenían
en acabar de una vez con el odioso enemigo púnico. Pero el
año 149 a.C no terminó bien para los romanos.
Asdrúbal mutiló y crucificó en las murallas
a todos los prisioneros romanos, a la vista de sus horrorizados
camaradas y el ejército del cónsul Manilio,
sorprendido en una emboscada, sólo se salvó gracias
al genio militar de otro joven Escipión: Escipión
Emiliano, nieto adoptivo de El Africano. Un joven que el
año siguiente habría de salvar a otro
cónsul, Mancino, que también cayó en una
emboscada. El pueblo romano, a pesar de no tener la edad
requerida, le eligió cónsul, convencido de que
sólo un Escipión acabaría con
Cartago.

Y así fue.

Escipión redujo metro a metro el perímetro
defensivo de Cartago hasta que un día de marzo o abril de
146 a.C ordenó el asalto final. Partiendo de un
terraplén construido en el antepuerto, los romanos
iniciaron el asalto de las murallas junto a los puertos. Al
anochecer, los legionarios habían tomado las murallas y
acampaban en el ágora. Los cartagineses, exhaustos, se
retiraron incapaces de defender la plaza. A la mañana
siguiente los romanos tomaron el templo y arrancaron con sus
espadas las placas de oro que recubrían sus paredes. Los
defensores se refugiaron en el barrio alto de la colina de Byrsa
dispuestos a afrontar el final. Escipión utilizó
tropas de refresco con las que iniciaron la subida a la colina
por tres calles paralelas flanqueadas por edificios de seis
plantas de
altura. En una batalla alucinante que recuerda Stalingrado, los
cartagineses defendieron cada casa, cada planta, cada
habitación hasta el final. Los supervivientes escalaban a
las azoteas para arrojarles las tejas a los romanos que avanzaban
por las calles. Los romanos subieron a las azoteas y desalojaron
a los defensores cruzando de casa en casa con tablones como
puentes. Las calles se cubrieron con montañas de
cadáveres y fue necesario que se formaran brigadas de
legionarios para arrastrarlos con ganchos y sacarlos de
allí. Las fosas comunes encontradas demuestran la fiereza
de los combates en estas tres calles. Escenas salvajes se
sucedieron sin intermedio. Apiano cuenta que los romanos lanzaban
a las fosas a muertos y vivos por igual. Estas fosas,
descubiertas por el padre Delattre, son un testimonio del
infierno en el que se convirtió Cartago. El odio acumulado
tras más de un siglo de guerras produjo episodios
espeluznantes. Las pruebas
arqueológicas demuestran que las horripilantes
descripciones de Apiano son verídicas. Ríos de
sangre
empaparon las calles de la ciudad condenada en una orgía
de destrucción sin precedentes. Así durante seis
días y seis noches en las que el infierno se
instaló en la tierra. Al
séptimo día, unos embajadores salieron de la
ciudadela para suplicar a Escipión que dejara vivir a los
que aún quedaban allí: se rendían y
aceptaban la esclavitud a cambio de huir del horror.
Escipión, harto de tanta sangre, accedió y 50.000
supervivientes salieron de la ciudadela completamente
aterrorizados ante lo que habían contemplado. Muchos de
ellos irían a Italia, donde mantendrían vivo el
recuerdo de Cartago y sus descendientes se convertirían en
romanos libres, algunos de ellos ilustres.

Pero quedaban alrededor de un millar que ninguna
clemencia podían esperar. Eran los últimos de
Asdrúbal, que se refugiaron en el templo de Eshmún.
Los romanos limpiaron meticulosamente toda la zona, enterraron
los miles de cadáveres y se prepararon para el asalto
final incendiando el templo. Asdrúbal los traicionó
saliendo a suplicar a Escipión que le perdonara la vida.
Postrado a los pies de Escipión, Asdrúbal lloraba
cuando un grito hizo que todos se volvieran.
Encaramada en el muro alto del templo, la mujer de
Asdrúbal, vestida con su túnica festiva,
reprochó la traición de su marido y maldijo a Roma
en estos términos: "Vosotros, que nos habéis
destruido a fuego, a fuego también seréis
destruidos". En ese momento abrazó a sus hijos y se
arrojó a las llamas del templo.
Aquella noche, contemplando el gigantesco incendio que
consumía toda la ciudad, Escipión Emiliano
lloró ante sus hombres y pronunció en voz alta los
versos del libro IV de
la
Ilíada: "Llegará un día en que
Ilión, la ciudad santa, perecerá, en que
perecerán Príamo y su pueblo, hábil en el
manejo de la lanza".
Un escalofrío se apoderó de todos los presentes.
Polibio, el historiador griego, se acercó a él y le
preguntó por qué había recitado aquellos
versos.
"Temo -contestó Escipión-, que algún
día alguien habrá de citarlos viendo arder
Roma".
Con los últimos rescoldos se apagó la voz de
Cartago. Muda por 2.000 años.
A fuego había sido creada… A fuego fue
destruida

 

 

 

 

Autor:

Berta Navarro V.

239727- Osorno

Partes: 1, 2
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