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TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN EN COLOMBIA




Enviado por aechever



Partes: 1, 2

    1. Acercamiento al pobre en los
      orígenes de la Iglesia Colombiana
    2. Surgimiento de un
      nuevo quehacer teológico
    3. Nacimiento de la
      teología de la liberación
    4. El quehacer
      teológico de las CEBs.
      1979–1988
    5. Nuevas
      perspectivas en la reflexión y el discurso
      teológico popular
    6. A manera de
      conclusión: algunas perspectivas
    7. Epílogo.
      una revisión necesaria.
    8. Archivos
      consultados
    9. Bibliografía
      general
    10. Siglas y
      abreviaturas empleadas

    INTRODUCCIÓN

    El mundo contemporáneo, en el que se desarrolla
    nuestra cotidianidad, es cada vez más complejo; nos
    debatimos entre diferentes visiones para tratar de entenderlo. Se
    habla de la crisis de la
    modernidad, de su
    replanteamiento; muchos aseguran que estamos inmersos en ese
    nuevo fenómeno denominado post-modernidad; pero lo que
    resulta más interesante, curioso, incluso preocupante, es
    que desde muchos puntos de vista seguimos siendo premodernos,
    medievales, feudales o coloniales para ser más precisos.
    Situación que nos lleva, por un lado, a cuestionarnos
    sobre ¿cómo ubicarnos frente a este maremagno?
    ¿Cómo asumir, con perspectivas de espiritualidad,
    las nuevas corrientes de la post-industrialización,
    superdesarrollada tecnológicamente, sin renunciar a los
    elementos fundamentales de la tradición latinoamericana de
    la liberación?

    Y por otro lado, al encontramos frente al
    fenómeno de la Teología de la Liberación,
    (TL), que recoge el sentir, la mentalidad, del pueblo
    latinoamericano e intenta, desde su reflexión, encontrar
    respuestas válidas a esta original forma de ser, enmarcada
    en lo pre-moderno, lo moderno y, desde muchas perspectivas, en lo
    post-moderno (todo al mismo tiempo), se hace
    necesario pensar, de una manera seria y sistemática, el
    fenómeno teológico en Colombia
    (TLC). Para
    ello es de vital importancia una reflexión
    histórico-hermenéutica de su proceso.

    Pero no se trata de una simple reconstrucción
    cronológica de cómo se ha dado este proceso en el
    país; se busca, ante todo, poder leer y
    releer este proyecto para
    evaluarlo, visualizar sus alcances e interpretar sus
    limitaciones.

    Es propósito en esta introducción apropiarse de las reflexiones
    del teólogo, historiador y filósofo Enrique Dussel,
    los cuales permiten dar un nuevo sentido al hacer historia desde una
    concepción teológica:

    "Se habla de un ´teólogo´; es
    decir, de un logos acerca de Dios (Theos). Un logos que
    sería "comprensión" en el sentido de abarcar,
    coleccionar o reunir. Comprendo lo que abarco. Pero comprender
    algo acerca de Dios parecería que es imposible.
    ¿Cómo el finito y el humano ha de comprender al
    infinito inabarcable? Debemos, entonces, indicar un primer
    problema: ¿Es posible un logos de Dios? Y si es posible
    ¿en qué condiciones? Es posible sólo
    cuando se da la condición de que Dios se re-vele, se
    de-vele, saque el velo que lo oculta y se haga comprensible al
    que es finito. Él, el infinito, va a ser comprensible
    por su revelación, y tal como él haya querido
    otorgarla. Es bien sabido que esta revelación es
    histórica; es sólo histórica. El
    único lugar de la revelación es la
    historia".

    El único "lugar teológico" es la historia:
    La concreta historia que vivimos cada día. Si no
    descubrimos el sentido de la historia, no podemos comprender
    tampoco lo que Dios nos revela. Dios, el otro infinito, se revela
    al hombre en la
    historia.

    Me inscribo, de antemano, en la tradición de la
    producción historiográfica de la
    Comisión de Estudios de la Historia de la Iglesia en
    América
    Latina, CEHILA, que recoge, desde la mirada del pobre y de su
    comportamiento
    con él, la experiencia de la Iglesia en este
    sub-continente.

    La producción teológica desde la
    perspectiva del pobre, en dimensión de liberación
    –clave ontológica de la TLC–, ha sido una
    propuesta construida desde la dinámica de la ruptura, por lo que se han
    enfatizado más las discontinuidades, dejando de lado las
    posibles y esenciales líneas de continuidad con otras
    corrientes teológicas en las que hay una explícita
    valoración del pobre y de lo social.

    Esta dinámica llevó, necesariamente, a la
    TLC a una exagerada preocupación por protegerse a
    sí misma, por establecer diferencias, empobreciendo
    –por supuesto– su elaboración
    teológica. Se centró más en defenderse que
    en producir un pensamiento
    teológico más desarrollado y propio.

    Después de treinta años de existencia de
    la TLC hay que preguntarse: ¿Por qué ésta no
    ha logrado un suficiente reconocimiento? ¿Por qué
    su propuesta no ha tenido, en los sectores populares, el arraigo
    que habría de esperarse, sabiendo que son sus primeros
    destinatarios?

    Estas esenciales preguntas nos hacen, necesariamente,
    volver al pasado reciente, en procura de algunas respuestas para
    iluminar el presente y el futuro inmediatos.

    Empecemos por una serie de definiciones conceptuales que
    nos permitan entender desde qué perspectivas estamos
    hablando.

    Entiendo la teología como el estudio
    sistemático (logos) sobre Dios (theos). El
    objeto principal de la teología no es probar que Dios
    existe, ¡ella parte de ese supuesto!, y como
    definitivamente no es posible probar, con nuestra razón,
    la existencia de Dios, ésta concibe a Dios más como
    objeto de esperanza y de fe que de certeza.

    Santo Tomás de Aquino decía que de Dios
    nosotros sabemos más lo que no es que lo que realmente es,
    y que por eso no podemos anunciarlo en sí. Por eso nunca
    podemos pretender poseer el
    conocimiento exacto sobre Dios, más bien debemos
    reconocer nuestras limitaciones y procurar discernir, a partir de
    una experiencia de fe y apoyados en la tradición y en la
    revelación

    narrada en la Biblia, las diversas imágenes
    de Dios, presentes y subyacentes en nuestra vida, en la Iglesia y
    en la sociedad.

    Así pues, el tema central de este estudio no
    será el cuerpo de ideas teológicas que se conocen
    como TL, no; lo que nos proponemos estudiar es un movimiento
    social, cimentado en la fe, del que la TLC es una
    reflexión; aunque para comprender en mayor
    dimensión este movimiento, es necesario entender los
    elementos fundamentales de las enseñanzas de esa
    teología.

    En principio, es conveniente distinguir entre la TL y el
    movimiento del que ésta toma su nombre. La TL es
    sencillamente un conjunto coherente de ideas religiosas sobre y
    para la liberación, y el movimiento es el intento de
    movilizar a la feligresía, que permanece inmóvil,
    de emprender una acción colectiva contra el causante de la
    opresión, acción enmarcada en propuestas de
    cambio social,
    de organización.

    Pero antes es necesario aclarar que no existe una sola
    TL. Tenemos diversas corrientes, distintos énfasis, los
    cuales abordaremos más adelante, que van cambiando de
    acuerdo con las condiciones sociales, políticas
    y económicas.

    Corrientes diversas pero no necesariamente diferentes,
    ya que comparten un punto de encuentro, una columna vertebral: la
    fe cristiana (lo que es primero) desde la perspectiva de los
    pobres y oprimidos y su necesidad de
    liberación.

    "Hay que hacer caso omiso de las diferencias que
    existen entre los varios teólogos que se incluyen bajo
    el encabezamiento de la Teología de Liberación…
    hay algo fundamental que todos comparten. Todos sostienen que
    los seres humanos construyen el Reino de Dios aquí y
    ahora en la historia".

    La TL es resultado de una nueva concepción de
    Dios que surge en los sectores populares al inscribirse en
    procesos de
    liberación concretos… nace de una práctica social
    que moldea, de una nueva manera, su perspectiva
    teológica.

    La teología no es lo primero, lo primero es la
    fe; es decir, la contemplación y el compromiso. La
    teología es una reflexión acerca de la fe y esto es
    un acto segundo.

    El quehacer teológico remite al teólogo a
    la vida de la comunidad de fe y
    al contexto en el que se desarrolla. La teología no es
    sólo conocimiento,
    saber y reflexión. Para hacer teología hay que ser
    creyente. Hay que vivir la praxis de la fe de la comunidad en el
    contexto histórico en que le toca vivir. Este será
    su punto de partida porque la teología es
    "reflexión crítica de la praxis histórica a
    la luz de la
    palabra".

    Podemos ubicar, entonces, dos descubrimientos capitales:
    La primacía de la práctica y la perspectiva del
    pobre. La primacía de la práctica, como punto de
    partida de la TL, nos permitirá superar los conflictos
    entre fe y obras, el punto de encuentro está en la
    práctica de la justicia,
    ámbito privilegiado para encontrar la gracia y la fe. La
    TL debe articular un lenguaje de fe
    que parta de los pobres y que se conecte liberadoramente con su
    situación, y para ello debe elaborar un pensamiento que
    responda a las necesidades reales de los pobres y
    excluidos.

    La misión de
    la TL es reflexionar en la comunidad de los creyentes, para poder
    transformar el contexto histórico, en orden a que
    éste se ajuste cada vez más a la utopía de
    Dios.

    Si la teología cristiana tiene que ver con el
    anuncio evangélico "radicalizará el compromiso del
    cristiano en la historia. En ella y sólo en ella, se cree,
    se ama y se espera el don del amor de
    Dios".

    Lo específico está en el seguimiento de
    Jesús, en la búsqueda permanente del Reino de Dios
    y del dios del reino en la historia.

    "La categoría Reino de Dios, como núcleo
    del mensaje evangélico, se convierte en el catalizador
    del dinamismo de la moral
    cristiana. Por su talante profético, la moral
    cristiana cuestiona e interpela, a la luz de la palabra de
    Dios, la realidad existente y se proyecta utópicamente
    desde las exigencias radicales de la moral evangélica
    sintetizada en las bienaventuranzas y, sobre todo, en el hecho
    de la muerte y
    la resurrección de Cristo".

    La fidelidad a Jesús nos llama a hacer presente
    el Reino de Dios en la situación histórica en la
    que estamos inmersos. Esta visión construye una ética que
    consiste en ir dando una respuesta, siempre incompleta por lo
    compleja de la situación, que nos permita ir transformando
    esta sociedad en pro de una liberación plena e
    integral.

    La perspectiva del pobre es la otra gran
    intuición que configura el modo de proceder de la TL, es
    su criterio teológico, y este hecho la constituye como la
    gran novedad. Perspectiva entendida como el lugar privilegiado
    para el encuentro con el Dios misericordioso, y para ello utiliza
    los recursos
    exegéticos, históricos y conceptuales propios de la
    teología.

    En Dios no hay acepción de personas con su
    opción por los pobres, Dios no excluye de su amor a
    aquellos por los cuales no ha optado. El amor de
    Dios es gratuito y universal, su opción por los pobres se
    da en medio de los conflictos de la historia humana; historia de
    acumulación, apropiación, egoísmo y
    exclusión. Dios no opta por los pobres simplemente porque
    posean esta condición si no porque han sido empobrecidos,
    porque no han sido considerados ni tratados como
    hermanos. Se trata de lograr que todos sean hermanos en el
    reparto y goce de los bienes, los de
    la naturaleza
    dominada y aprovechada por los hombres. En resumidas cuentas, se
    intenta liberar a unos de la miseria y a otros del pecado de
    marginar y oprimir.

    Los pobres son un verdadero lugar teológico;
    desde ellos se debe construir el mensaje universal puesto que los
    pobres son los destinatarios de la buena noticia del Evangelio.
    "La opción por el pobre significa una opción por el
    Dios del reino que nos anuncia Jesús".

    La TL entiende la liberación en sentido integral
    (liberación del pecado personal y del
    pecado social) y cree en el amor como fuerza de
    transformación humana y social.

    La TL es un proceso teológico propio de América
    Latina y esto marca la
    diferencia sustancial con la teología burguesa liberal,
    desarrollada fundamentalmente en el continente europeo; la que,
    entre otras cosas, nunca llegó con una clara
    elaboración a nuestro país, que había sido
    marcado por una teología neo-conservadora.

    Esta teología neo-conservadora ha sido dominante
    en el continente y se conoce como teología de cristiandad,
    caracterizada en sus 500 años su existencia, por ser
    legitimadora y creadora de un consenso social; ha sido una
    teología desarrollada desde las instancias mismas del
    poder, sin lograr tomar su pertinente distancia y así
    mantener su fidelidad al Evangelio.

    Esta situación hace pensar la TL desde la
    ruptura, negándonos la posibilidad de ver su continuidad.
    La gran continuidad está precedida de pequeñas y
    grandes rupturas. La continuidad no es una historia
    lineal.

    Trabajar la historia de la TLC desde esta perspectiva,
    nos inscribe en lo que conocemos como historia de las
    mentalidades, donde se intenta privilegiar las circunstancias en
    las que se formó y lo que las personas pensaron en esas
    circunstancias.

    El presente trabajo, al inscribirse en la perspectiva
    histórica de las mentalidades, estudiará, por un
    lado, las ideas que han conformado la TLC, pero por otro
    visualizará las circunstancias en las que fueron pensadas,
    ubicando el hilo conductor de manera que esclarezca el fondo que
    da origen al proceso de la TLC.

    Este proyecto de reconstrucción no se ubica en el
    plano de la erudición, sino del diálogo
    permanente con el pasado, que se hace posible en relación
    con las tareas y necesidades del presente; no hay ideas difuntas
    ni superadas, en la TL asistimos a lo que es ya una
    tradición viva que se actualiza permanentemente desde el
    caminar mismo de los cristianos y sus comunidades.

    Cuando hablamos de historia de las mentalidades, para
    hablar de un fenómeno religioso como es la TLC, es
    necesario tener en cuenta que diversas mentalidades pueden
    compartir una misma religión; es decir,
    diversas mentalidades pueden cohabitar, como de hecho ha sucedido
    en el continente con la teología de cristiandad, la
    Teología de Liberación y las religiones afroamericanas.
    Los pueblos son totalidades impregnadas de un espíritu
    (religión, arte, música, moral) y una
    cosmovisión (ideas, ambiente).

    La historia de las mentalidades es un fenómeno de
    larga duración, puesto que es un horizonte de
    comprensión de colectividades sociales que varía
    lenta e imperceptiblemente. Hay que ver los acontecimientos, que
    viven más intensamente su arraigo en una tradición,
    entre ellos: El amor, la familia, la
    fiesta o la muerte, las
    celebraciones, etc.

    Las mentalidades son la matriz de una
    estructura
    profunda, la que se manifiesta superficialmente a través
    de ciertos acontecimientos fundacionales o eventos
    especialmente gratificantes o traumáticos, o
    símbolos cohesionantes de un colectivo y cuyos textos son
    objetos de investigación.

    La historia de las mentalidades es más bien la de
    las mentalidades de otro momento, que se hacen actuales por su
    cercanía a nuestras nuevas experiencias y a nuestros
    procesos evolutivos. Es decir, nos encontramos con un
    pasado-origen o referencia que substituye enseguida a nuestro
    presente para determinar los caracteres específicos de
    otro pasado, el pasado por conocer. Nuestra mentalidad
    contemporánea se encuentra siempre en el origen de la
    curiosidad historiadora y de la percepción
    de las diferencias. Sin esta conciencia no
    habría diferencias, por lo tanto tampoco historia, y hasta
    las no-diferencias, es decir, las permanencias, no serían
    percibidas.

    La historia de las mentalidades nos permite descubrir
    otras racionalidades, distintas a la de la escritura, por
    ejemplo, y subsisten escondidas oralidades reprimidas,
    experiencias no narradas, silencios de mensaje profundo,
    seguramente como formas de supervivencia camufladas en una
    memoria
    colectiva profunda. Nuestro esfuerzo estará centrado,
    entonces, en develar la voz de los sin voz, su experiencia, su
    proyecto, que hoy queremos hacerlo nuestro para seguirlo
    construyendo.

    Es necesario ver en Colombia los diversos grupos o
    movimientos teológicos, como movimientos sociales, y su
    relación con ellos.

    En este sentido, hay un primer momento que
    podríamos denominar preteológico, es una nueva
    praxis social que va conformando una nueva mentalidad, pero que
    aún no se explicita en un desarrollo
    teológico más elaborado.

    Hay un segundo momento que caracterizamos como
    propiamente teológico, y en el cual ya podemos detectar
    una mayor abstracción epistemológica.

    De una manera rápida y esquemática,
    intentaremos hacer un recorrido histórico que nos permita
    ver con claridad la permanente presencia de la perspectiva del
    pobre en el pensamiento teológico y en la
    eclesiología colombiana.

    Iniciaremos, a manera de introducción, con un
    rápido recorrido histórico, desde la Conquista
    hasta la Independencia,
    que nos mostrará una Iglesia y/o unos clérigos,
    comprometidos de raíz con la causa de los
    pobres.

    Un primer gran bloque de estudio e interpretación
    lo dedicaremos a los acontecimientos sucedidos entre los
    años de 1950 a 1968, para conocer el origen y, de alguna
    manera, el contexto de lo que hoy conocemos como TLC.

    Un segundo bloque, el teológico propiamente
    dicho, abordará el desarrollo conceptual de la TLC. Este
    período va desde 1969 hasta 1988 y en él
    visualizaremos cuáles son las primeras y principales
    características de este fenómeno de
    la TLC. Este período es determinado, necesariamente, por
    un fuerte proceso de persecución y martirio.

    Analizaremos cómo una cruda experiencia de
    persecución y martirio empieza a generar un pensamiento
    teológico con características propias y veremos la
    eclesialidad que acompaña este proceso.

    Las características de la TLC tienen
    conformaciones bien genuinas, incluso atípicas en el
    continente, ha sido en un primer momento anticlerical y
    beligerante; descubriremos algunas de sus causas. Para hacer esta
    caracterización con un mínimo de rigurosidad,
    quiero interpretar tres aspectos, que a mi manera de ver, son
    fundamentales en la producción teológica:
    ¿Qué sujeto es el que produce la TL?,
    ¿cuál es su producción?, y
    ¿qué tipo de contenidos desarrolla?

    Dado que la TLC se inscribe en un proceso más
    amplio, se hace necesario confrontar con otras producciones
    teológicas en América Latina, especialmente en
    Perú, Brasil y algunos
    países de Centro América.

    Como resultado de esta nueva perspectiva, surgen las
    CEBs en Colombia, pero sin asumir plenamente este proceso
    teológico y sin memoria histórica de lo
    pre-teológico, llevando, como es de esperarse, a una
    pronta división que se hace definitiva en 1988.

    Este acontecimiento nos inscribe en un tercer
    período que se inicia en 1987 y que llamaremos el
    replanteamiento de la TLC.

    El proyecto de CEBs no está suficientemente
    acompañado de la conceptualización teológica
    que ya se venía dando; al contrario, se van creando nuevos
    espacios, se da una nueva experiencia eclesial fuera de la
    parroquia, experiencia eminentemente laical; se generan nuevos
    agentes de pastoral, la mayoría de ellos provenientes de
    los sectores populares.

    El Ejército de Liberación Nacional, ELN,
    recoge –desde 1966– las banderas del padre Camilo
    Torres Restrepo. Sus filas comienzan a ser influenciadas por los
    cristianos con los que empieza una serie de alianzas. Ya para
    1983, después de una larga y aguda crisis en su
    resurgimiento, la alianza con los cristianos ya no es
    táctica sino estratégica, lo que permite su
    presencia e

    injerencia en varios procesos de los cristianos,
    terminando con la adhesión de una parte de estos a sus
    propuesta.

    Acompaña a este proceso la situación de
    guerra sucia
    que vivió el país: Muertes y desapariciones
    marcaron una época del martirio, que llevarían al
    ELN a jugar un papel
    protagónico en la concepción de esta
    problemática, al mismo tiempo que se desarrollaba una
    teología propia de esta situación, llevando incluso
    a varios sectores a considerar que el martirio era una exigencia
    evangélica.

    Finalmente, y como fruto de esta relectura de la TLC,
    nos aproximaremos a nuevas perspectivas; mostraremos los caminos
    que se van abriendo desde nuevos sujetos, intentando responder a
    una nueva coyuntura y desde ahí relanzar una nueva
    propuesta teológica: Femenina, amerindia, negra,
    bíblica… más popular.

    De igual forma, ubicaremos las principales limitaciones
    del proceso dado hasta el momento, plantear nuevos retos,
    suscitados por la contemporaneidad neoliberal y
    post-moderna.

    Utilizaremos un buen número de fuentes
    secundarias, sobre todo para iluminar los diferentes contextos y
    para hacer una fundamentada comparación con otros
    países como Perú, Brasil, Salvador, Costa Rica y
    Nicaragua, y haremos un análisis comparativo que sirva de
    herramienta interpretativa.

    En principio, se ha realizado un poco de trabajo de
    historia oral, a partir de entrevistas
    con los sujetos de la TLC. Por falta de disponibilidad de tiempo
    y recursos sólo se hicieron algunas, las más
    representativas, para llenar los vacíos que nos dejan las
    mismas fuentes documentales.

    Los puntos de corte en la periodización se han
    hecho a partir de momentos relevantes en el proceso, o de
    personas o de acontecimientos claves, que terminan y/o inician un
    nuevo momento.

    1. ACERCAMIENTO AL
      POBRE EN LOS ORÍGENES DE LA IGLESIA
      COLOMBIANA

    En una perspectiva histórica de continuidad es
    necesario, como lo decíamos en la introducción,
    entender que no estamos hablando de una historia lineal si no de
    una historia con rupturas, con quiebres, con sus ires y venires,
    evoluciones e involuciones, pero en la larga duración, de
    una historia de continuidades que está dada por un eje,
    por una clave de lectura, de
    interpretación y de desarrollo.

    A nuestro modo de ver, una clave hermenéutica de
    la historia de la Iglesia y de su producción
    teológica en Colombia es el pobre; éste ha sido su
    preocupación central, a pesar de que con mucha frecuencia
    la misma Iglesia se haya distanciado de él.

    El pobre en los inicios de la Iglesia en Colombia (siglo
    XVI) es el aborigen, el autóctono, el mal llamado indio
    (indio es el habitante de la India). Es el
    marginado, el excluido, al que le son negadas todas las
    posibilidades, el destinatario del proyecto del reino de
    Dios.

    En 1492 llega al continente americano el mundo europeo,
    con su espada conquistadora acompañada de la cruz, para un
    proyecto evangelizador. Entró la Iglesia Católica
    con su mensaje de salvación, al tiempo que entran sus
    contradicciones y ambigüedades.

    Esa primera Iglesia que llega al continente americano es
    una Iglesia misionera, en busca del "paraíso perdido",
    reconciliada y premiada por Dios, gracias a sus gestas de
    cristianización y combate a judíos, moros e
    islámicos.

    En Colombia, al igual que en muchos países de
    América Latina, algunos de nuestros primeros obispos
    fueron verdaderos defensores de indios; es decir, seguidores de
    Jesús a través de los pobres, de los excluidos y
    marginados.

    Juan Friede nos relata que en el siglo XVI hubo en Nueva
    Granada seis obispos, pertenecientes a lo que hemos conocido con
    el nombre de movimiento Lascasiano o Indigenista, quienes se
    caracterizaron por su gestión
    proindigenista siendo denominados "protectores de indios"; son
    ellos: Martín de Calatayud, en Santa Martha; Juan de los
    Barrios, en Santafé de Bogotá; Francisco de Santa
    María y Juan de Simancas, en Cartagena; y Juan Del Valle y
    Agustín de la Coruña, en Popayán.

    Aunque esta parte histórica es muy interesante y
    poco conocida, no detallaremos en ella por no ser tema central
    del trabajo; sólo se hará un mínimo
    desarrollo de la Diócesis de Popayán y su primer
    obispo, Juan Del Valle, por nuestra cercanía
    geográfica y lo determinante de su
    gestión.

    1. Juan del Valle. Diócesis de
      Popayán

    Su verdadero nombre es Juan Sánchez
    García, nacido en Moncillo, provincia de Segovia, España.
    Quiso estudiar en el colegio de San Bartolomé de
    Salamanca, España, pero le fue imposible dado que sus
    padres poseían buenos recursos económicos y estos
    colegios eran para ayudar a los estudiantes pobres.

    Cursó jurisprudencia
    y cánones entre los años 1529 y 1532. El primero de
    septiembre de 1536 obtuvo el título de bachiller; entre
    1541 a 1547 ocupó la cátedra de Artes de la
    Universidad de
    Salamanca; en 1546 ya era sacerdote, aunque no se ha podido
    conocer con precisión la fecha de su
    ordenación.

    La diócesis de Popayán fue creada por
    orden del emperador Carlos V y el Papa Pablo III decretó
    su establecimiento el primero de septiembre de 1546, la cual fue
    erigida al año siguiente.

    El 8 de septiembre de 1547, fue nombrado como su primer
    obispo al bachiller Juan Del Valle, quien toma posesión
    real de la nueva diócesis el año de 1548, la que
    gobierna hasta 1560. El 3 de febrero de 1548 se elegían ya
    los primeros canónicos de la diócesis.

    Juan Del Valle llega en barco a América; arriba
    primero a Panamá,
    desde donde se dirige a Quito, para desde allí trasladarse
    por tierra
    –acompañado por indígenas– a
    Popayán. El 20 de noviembre de 1548 nuestro pastor escribe
    su primera carta preocupado
    por la situación de los nativos.

    "…Están los indios peor tratados que cuando
    entré en estas tierras… particularmente en la ciudad
    de Cali, que tratan a los indios mas mal que en todas las
    indias, según tengo relación a otras
    partes…".

    Juan Del Valle trae a la diócesis los religiosos
    de Santo Domingo, de reconocida labor en defensa del
    indígena, y funda la iglesia catedral, cuyo decreto
    dice:

    "Después de la presentación de estas
    letras apostólicas, hechas por nos y a nos como se ha
    dicho, fuimos requeridos con las debidas instancias por parte
    de la serenísima doña Juana y su hijo don Carlos,
    siempre augusto rey de las Españas que, para verificar
    el cumplimiento de las letras apostólicas y de lo
    contenido en ellas… erigimos e instituimos a honra y gloria
    de Dios, de la bienaventurada Virgen María de la
    Asunción, a quien dedicamos esta iglesia
    catedral".

    Recién llegado a su diócesis, fue bien
    recibido por los aldeanos de Popayán, quienes se mostraron
    complacidos por su renuncia a los 500 maravedis que le
    correspondían como obispo, por lo que regresó a
    España pobre "…Soy ya cansado y viejo por el mucho
    trabajo que tiene esta tierra… vivo y he vivido con grande
    pobreza".

    En su labor de obispo creó escuelas para indios,
    en donde se les enseñaba a leer, a escribir y a contar;
    así mismo se les daban lecciones de gramática y de música de voces; se
    les catequizaba para ser posteriormente bautizados. Introdujo el
    sacramento del matrimonio entre
    ellos; la confesión y el ayuno fueron prácticas
    impulsadas por él. Prohibió el oficio de cargueros
    (se acostumbraba que los indígenas cargaran, de un sitio a
    otro, a su espalda, en sillas de mimbre, a los encomenderos
    españoles, práctica que costó muchas vidas
    de aborígenes); exigió a los españoles
    restituir todo lo que injustamente le habían quitado al
    nativo. Predicaba en la mañana a los españoles y en
    la tarde a los indios.

    Gran parte de la defensa del indio la emprendió
    apoyado en las nuevas leyes (1542) y a
    partir de la ley natural y
    divina, viéndose forzado a recurrir a las excomuniones,
    negación de la absolución y penas pecuniarias, a
    los que esclavizaran, maltrataran, robaran a los indios. La
    animadversión de los españoles fue creciendo al
    punto de que estos lo atacaban permanentemente, aún por
    las armas "…no
    vengan con junta de gentes y armas –decía el
    obispo– queriéndome poner temor para salir con sus
    intereses".

    Sus cartas se
    refieren constantemente a la situación de los indios,
    explica cómo son vendidos como esclavos, tratados como
    bestias de carga:

    "… si no se remedia yo daré voces, como
    suelo
    aunque me apedreen, que según lo mal que estos
    conquistadores sienten de estas cosas no resta otra cosa…"
    …echan a los indios a las minas y los sacan fuera de su
    naturaleza y para proveer de bastimentos a los que sacan oro;
    llevan con cargas los del pueblo siete, ocho y diez leguas y
    hasta las mujeres preñadas y paridas llevan estas cargas
    de qual mueren muchos… sin darle a los indios un
    tomín…".

    El obispo Juan Del Valle viendo que sus denuncias no
    remediaban la situación, presentó renuncia a la
    Audiencia como protector, en el año de 1552, pero
    ésta no la aceptó, siendo incluso detenido por los
    encomenderos.

    Ya irritado por tantas injusticias y de reconocerse
    impotente frente a la situación le escribe al rey
    diciéndole: "Si V.M. no pone más calor en que
    se ha de visitar, doctrinar y tasar a los indios hasta que
    ninguno haya de estos miserables a quien adoctrinar… por que de
    diez se han muerto ocho sin ser christianos".

    Como podemos observar, el obispo Del Valle habla de
    miserables; es decir, de los míseros que deben ser vistos
    con misericordia, pero el obispo no se queda ahí, propone
    acciones
    concretas, hace reivindicaciones precisas en procura de mejores
    condiciones para los indios. El obispo, con esta carta,
    acompaña un memorial en el cual propone dos reformas
    fundamentales para su diócesis: Primero, que se dejen de
    vender los indios como esclavos y, segundo, que se acaben los
    servicios
    personales de los indios.

    El 13 de agosto de 1557, el rey Felipe II, responde
    desde Valladolid al obispo Juan Del Valle:

    "Assí por nuestras cartas i relaciones como de
    otras noticias avemos entendido el cuydado que tenéis de
    la conversión e instrucción de los naturales desa
    provincia i de su buen tratamiento, i lo que avéis
    trabajado i trabajáis por los amparar i defender i no
    consentir que reciban agravio ni daño alguno, i las
    persecuciones i trabajos que por ello avéis padecido, os
    tengo en servicio i
    agradezco cumplir lo que devéis i sos obligado a vuestro
    oficio pastoral: su divina mandaré tener memoria dello
    para que recibáis merced en lo que huviere lugar; i pues
    la obra es tan buena i nuestro señor se sirve os encargo
    sigáis como hasta aquí i miréis por esa
    gente, i como buen pastor entendáis en su
    conversión i buen tratamiento: que de ello
    recibiré gran contentamiento".

    1.1.1. I Sínodo de
    Popayán

    Juan Del Valle, en su afán de buscar acciones
    conjuntas en favor del indio, decide convocar a un sínodo
    de obispos en Popayán, el cual se realiza en junio de
    1555, siendo éste el primero en Colombia. El sínodo
    tiene dos partes: La primera, con ochenta disposiciones que
    estaban dirigidas a la vida cristiana de los españoles,
    promulga –entre otras cosas– que ninguno que tenga
    sangre
    judía, mora o pagana puede recibir beneficio o cargo
    eclesiástico, pero en cambio se deja de lado el
    "parentesco", lo que refleja claramente la mentalidad propia en
    España en el siglo XV.

    La segunda parte, la constitución No. 32, prohibe la
    celebración de oficios divinos sin permiso del obispo,
    disposición en contra de los religiosos en primer lugar,
    pero que cobija igualmente a los encomenderos que tenían
    la costumbre de celebrar el culto en sus haciendas.

    En la constitución No. 38, el obispo se reserva
    el permiso de abrir lugares de culto. La constitución No.
    59 obligaba a los encomenderos a pagar el diezmo del tributo que
    recibían de los indios. La constitución No. 68
    exigía a los encomenderos enseñar a los indios la
    doctrina cristiana. En los artículos siguientes se
    normatizaba la excomunión y la mayor era ocasionada
    por:

    • La negativa de restituir a los indios lo que
      injustamente les hubieran quitado en tributo o servicios. Se
      incluye en la categoría de reos, tanto a los jueces que
      lo permitieran como a las personas que en ello participaran, ya
      fuese con ayuda, consejo o disfrute.
    • Finalmente el concilio intentaba impedir el
      matrimonio entre indios, lo que también ocasionaba
      excomunión.
    1. II Sínodo de
      Popayán

    El segundo sínodo se realiza, igualmente en
    Popayán, tres años después (1558). Su
    doctrina declara que las guerras de la
    conquista fueron "injustas y contra derecho"; aún en los
    casos en que los indios atacaron a los españoles no
    tuvieron culpa, pues obraron en justa defensa. Los
    españoles, individual y colectivamente, están
    obligados a devolver a los indios lo que injustamente les han
    arrebatado.

    También declara este II sínodo que el rey
    es igualmente responsable de todos los "malos sujetos" que llegan
    a las Indias; de esta culpa no están exentos ni los
    obispos ni los prelados. "La encomienda es contraria al bien
    universal de las repúblicas y contraria a la
    intención del Papa que hizo la concesión". Entrando
    así en franca rebeldía con la Corona
    española y sus representantes, es el inicio del conflicto
    entre la Iglesia y el poder civil en América.

    Por lo que podemos ver, a partir de este segundo
    sínodo Juan Del Valle ya estaba agotado. Después de
    10 años de luchar en favor del indio y de sentir que su
    labor había sido infructuosa, que la oposición de
    los encomenderos era cada vez más beligerante "…al fin
    soy, según la opinión de los conquistadores, el
    más mal obispo de las Indias".

    En 1559 Del Valle decide salir de su diócesis,
    donando las tierras de ésta a los indios yanaconas; en
    1560 llega a Santafé de Bogotá para presentar su
    caso ante la Real Audiencia, donde no fue escuchado, por lo que
    decide ir a España a hablar directamente con el rey,
    gestión que resultó infructuosa puesto que ya los
    encomenderos se le habían adelantado y habían
    levantado calumnias sobre su obispado.

    Ante estas circunstancias, toma la determinación
    de ir a hablar directamente con el Papa, por lo que coge camino a
    Trento, en donde se encontraba reunido el famoso Concilio
    Ecuménico, pero muere en su travesía, en
    algún lugar de Francia,
    aún desconocido, sin poder cumplir su cometido.

    No conocemos con precisión la fecha de su muerte
    pero sus bienes fueron entregados por real cédula el 8 de
    noviembre de 1561, la cual dice:

    "…yendo dicho obispo a la ciudad de Roma a tratar
    ciertos negocios
    importantes que le convenían con Su Santidad… yendo el
    dicho obispo por

    su camino, había fallecido en el reino de
    Francia sin hacer testamento…".

    Como puede observarse a partir de esta breve información, Juan Del Valle era un hombre
    de su tiempo, con una profunda vocación religiosa de
    servicio a los más necesitados, que aunque creyó en
    las instituciones,
    tanto en la Iglesia como en la Corona, siempre hizo lo que
    sintió debía hacer.

    Murió convencido de que su bandera: La defensa
    del indio desprotegido, del pobre explotado y marginado, era la
    bandera de Jesús y por lo tanto murió en la
    esperanza que fuera la bandera de la Iglesia, por eso su camino a
    Roma.

    1.2. Fray Agustín de la
    Coruña

    En la sede de Popayán lo sucede, desde el
    año de 1566, don Fray Agustín de la Coruña,
    quien recoge la bandera de defensa del indígena iniciada
    en Colombia por don Juan Del Valle.

    El 29 de marzo de 1567 envía un testimonio
    notarial acerca de lo que "contra S.M. tiene mandado por sus
    leyes… cerca de lo tocante al buen gobierno, vida y
    salud de los
    naturales…".

    En este testimonio notarial plantea en tres puntos los
    principales agravios:

    1. La tasa que en esta gobernación se hizo es
      grave e injusticia, le cobran tasa aún a los muertos y
      se han muerto más de la mitad.
    2. Han conmutado a veces el pago en oro, lo
      que devalúa el producto
      agrícola por la escasez del oro, multiplicando el
      tributo varias veces.
    3. Servicio personal abusivo en todo
      sentido.

    Veamos apartes de una de sus cartas para dimensionar la
    claridad de este protector de indios:

    "…les he predicado con toda benignidad que e podido
    en el púlpito solamente lo que San Juan Baptista dixo a
    los cavalleros de Cessar: Estote-contenti… todos an conmutado
    en servirse de todos ellos (los indios, contra las leyes
    indias), y de sus mujeres y hijos, en horrenda y nunca
    oída servidumbre, en captividad, a su albedrío,
    echando a las minas los que quieren, en sus haciendas y
    servicio de sus casas los que quieren, y de los demás en
    hacer sementeras con gran trabajo, y como son pocos los yndios
    (que los han ya acabado) aun no se les da tiempo aun para hacer
    un poco de sementera para comer ellos…".

    Su Episcopado fue muy accidentado, a tal punto que en el
    año de 1582 lo enviaron los encomenderos preso a Quito,
    sólo después de 5 años lo dejaron en
    libertad para
    poder regresar a su sede episcopal, en donde muere en el
    año de 1590, a los 86 u 87 años de edad en el
    pueblo de Timaná.

    1.3. El Negro: El Pobre del Siglo
    XVII

    Con la llegada al puerto de Cartagena de algún
    barco negrero procedente de Africa, se
    realizaba lo que se conoce como la feria del negro (mercado de
    esclavos), quienes eran vendidos a los españoles
    residentes en estas tierras. Esta feria comenzaba al amanecer y
    se compraban negros como si fueran reses:

    "Se les examinan los dientes, se les miden los
    músculos, los hacen correr para calcular su resistencia,
    que baile, que cante y que ría".

    Se hace del negro una inspección cuidadosa con su
    cuerpo desnudo. Con el fin de simplificar la transacción,
    han logrado establecer una unidad básica con su
    correspondiente valor, la que
    viene a ser el esclavo ideal; esta unidad la construye un negro
    adulto, robusto, sano, sin tachas físicas ni morales y de
    altura mínima de un metro con cincuenta.

    Es esta realidad la que encontrarán los jesuitas
    al llegar a Cartagena para establecerse definitivamente (1604).
    Su primer paso por esta ciudad lo habían hecho en 1567, de
    paso para el virreinato del Perú. En 1603, el día
    25 de octubre, don Felipe III, rey de España, autoriza la
    fundación de un colegio de la Compañía de
    Jesús en Cartagena de Indias.

    "Por cuanto parte de la ciudad de Cartagena, de la
    provincia de Cartagena, y del gobernador y obispo de ella se me
    ha suplicado mandase dar licencia a los religiosos de la
    Compañía de Jesús para fundar allí
    casa, para lo cual tienen beneplácito de su general, por
    el mucho fruto que harían con su enseñanza y doctrina en aquella tierra. Y
    habiéndoseme consultado por mi consejo de Indias, lo he
    tenido por bien; y por la presente doy licencia a los dichos
    religiosos de la Compañía de Jesús, para
    que puedan fundar casa en la dicha ciudad de Cartagena, sin
    embargo de cualquier orden que haya en contrario".

    "Y mando al dicho mi gobernador y obispo y otros
    cualesquiera jueces y justicias eclesiásticas y
    seculares, que no lo impidan, que así es mi voluntad.
    Fecha águila fuente a veinte y cinco de octubre de mil y
    seiscientos y tres años. Yo el Rey. Por mandato del Rey,
    nuestro señor, Juan de Ibarra".

    En Cartagena se establecen siete jesuitas. Cinco
    sacerdotes y dos hermanos, son ellos: Hernando
    Núñez, Gonzalo Núñez, Beltrán
    de Lumberri, Pedro Antonio Grossi y Pedro de Torrellas, de los
    dos hermanos sólo se conoce el nombre de Francisco
    Gómez.

    El padre Grossi muere al poco tiempo de su llegada,
    siendo enterrado en la catedral. Ese año (1604), fue
    creada la viceprovincia jesuítica del Nuevo Reino,
    dependiente de la provincia del Perú. El padre Torres,
    nombrado su primer superior, llega en febrero del año
    siguiente. En 1607 queda como viceprovincia independiente. A su
    llegada los jesuitas ocupan casas de la señora difunta
    Catalina Cabrera, quien las había legado para un convento
    de monjas, pero que el señor obispo Fray Juan de Ladrada,
    O.P. (Dominico), se las entrega; quienes, en 1608, abren el
    primer colegio con setenta alumnos.

    En el año de 1605, llega desde Lima, Perú,
    el padre Alfonso de Sandoval, a los 28 años de
    edad.

    1.3.1. Alonso de Sandoval

    Sobre el padre Sandoval, a pesar de su importante labor
    y la vitalidad de su testimonio, no encontramos biografías que nos
    permitan un buen acercamiento a su figura, gran parte de la
    información sobre este santo la encontramos gracias a las
    múltiples biografías de San Pedro Claver, de quien
    sí hay infinidad de obras, algunas incluso del mismo siglo
    XVII, que en su desarrollo necesariamente hacen referencia al
    padre Sandoval.

    Alonso de Sandoval nació en Sevilla, en el
    año de 1576. De pequeño, con su familia,
    emigró al Perú, su padre era el contable de la
    hacienda del Nuevo Reino de Granada. Entró a la
    Compañía de Jesús en 1595, a los 19
    años. Estudió en los colegios de Cuzco y Lima.
    Apenas se ordenó sacerdote fue enviado a Cartagena como
    miembro del primer equipo de trabajo, invitado por Juan de
    Ladrada, obispo de aquella ciudad.

    Sandoval pasa su vida en Cartagena, dedicándose
    durante 47 años al apostolado entre los esclavos negros,
    al tiempo que estudia, investiga y escribe. A la edad de setenta
    y tres años contrae la peste bubónica, una
    enfermedad infecciosa, que estalló en un barco negrero.
    Por tres años permanece postrado en el lecho,
    corroído por los tumores. En 1652 muere a los setenta y
    seis años el día de Navidad.

    Consagró su vida a los negros, los más
    pobres de su tiempo:

    "…A mí me ha cabido por gran dicha y
    bienaventuranza mía, ser padre de todos los negros e
    indios de toda esta ciudad y sus estancias, que sólo los
    de las estancias son cinco mil; gente toda la más
    necesitada…".

    El padre Sandoval es muy sensible a la situación
    de los esclavos y es movido por la compasión y por su
    absoluta convicción de la salvación de estos pobres
    hombres.

    "…Yo he andado entre ellos remediando sus almas, con
    tanto gusto mío y consuelo tan extremado, que ni me
    acuerdo de comer ni beber, ni reparo en sudor ni en mal olor,
    ni otras incomodidades que hay muchas, pero todo se hace
    llevadero y gustoso ver tan claramente que se van tantas almas
    al cielo".

    En la mentalidad teológica hispano-lusitana, por
    su "idolatría", los negros estaban condenados a la
    perdición eterna, por lo tanto, sacarlos de su tierra
    significaba ofrecerles oportunidad de salvación. La
    esclavitud era
    considerada como peso ligero comparado con el gran beneficio
    espiritual que recibían los negros al ser integrados al
    mundo de la cristiandad. El bautismo dado era prueba de que al
    negro, a la vez que se le encadenaba y esclavizaba, se le
    garantizaba la felicidad eterna en el cielo.

    El padre Sandoval no compartía este sofisma y
    desde un comienzo se revela contra la injusticia de la
    esclavitud; según él, nada ni nadie la justifica.
    Hasta ridículo le parece aquel que osa
    defenderla:

    "Entre muchos armadores vino una vez un clérigo
    de Guinea; fuile a ver y a dos por tres se metió en la
    justificación de este trato (de esclavizar a los negros
    y díjome)… que en Guinea no había ningún
    negro libre porque todos eran esclavos del rey; que así
    como acá tiene un señor para su granjería
    grandes hatos de vacas y crías de puercos y otras cosas
    de regalo, así allá en Guinea tenían los
    reyes para su renta y mayor grandeza aquellos
    negros…reíme mucho al oír tan grande quimera,
    que fue la respuesta que le di y la que se
    merecía".

    Pero el padre Sandoval no sólo se
    reía…aprovechando dos años que salió de
    Cartagena (1617-1619) para estar en Lima, por encomienda del
    padre provincial, escribe un texto cuyo
    complejo título, en su primera edición del
    año 1627, es:

    "Naturaleza, policía sagrada y profana,
    costumbres y ritos, disciplina y
    catecismo evangélico de todos los etíopes, por el
    P. Alonso de Sandoval natural de Toledo, de la
    compañía de Jesús, rector del colegio de
    Cartagena de Indias. En Sevilla, por Francisco de Lira,
    impresor".

    En la segunda edición de 1647, le cambió
    el título y lo llama "De instauranda Aethiopum salute", y
    le coloca como subtítulo algo más sugestivo y claro
    "El mundo de la esclavitud negra en América".

    La obra está compuesta de cuatro partes. En la
    primera, Sandoval nos ofrece un compendio de la tradiciones
    culturales de los pueblos Mina, Guiné y Angola, que llegan
    a Cartagena; esta parte todavía podemos considerarla como
    una referencia importante para un estudio etnológico de
    Africa. En la segunda, nos describe los sufrimientos y el
    terrible destino de los negros, caídos en manos de
    patronos crueles e inhumanos. En la tercera nos presenta su
    método
    catequístico y muestra que para
    alcanzar la salvación, los negros deben convertirse a la
    verdadera religión, deben aprender los dogmas
    fundamentales del credo cristiano y recuperar la gracia perdida a
    través del sacramento del bautismo, de la confesión
    y de la eucaristía, para garantizarse el premio eterno en
    el cielo. En la cuarta parte, Sandoval hace la apología de
    las dos grandes antorchas de la Compañía de
    Jesús: Ignacio de Loyola y Francisco Javier; este
    último es comparado con la luna que esclarece las
    tinieblas de la idolatría en la que yacen los pueblos de
    África y de las Indias orientales.

    Citemos sólo algún ejemplo donde el padre
    Sandoval nos muestra su pensamiento sobre la
    esclavitud:

    "…Se llegaron una vez dos armadores de Angola para
    presentarme un caso, queriendo saber de mí si era
    lícito el modo como traían cautivos sus negros, y
    si la razón que daban era fuerte, porque ellos entre
    sí estaban disconformes y querían asegurarse con
    mi parecer. Oíles y respondíles. El caso
    propuesto fue: ‘Padre, yo voy por negros (pongo por
    ejemplo) a Angola, paso en el camino grandes trabajos, gastos y muchos
    peligros; al fin salgo con mi armazón (navío
    cargado de esclavos), séanse los negros bien habidos,
    séanse mal.

    Pregunto: ¿Satisfago yo a la
    justificación de este cautiverio con el trabajo,
    expensas y peligro que tuve en ir y venir, hasta llegar a
    poderlos vender en tierra de cristianos, donde lo quedan
    siendo, que allá quedan gentiles toda su
    vida?.

    Respondiole: ‘Vaya vuestra merced desde
    aquí a San Francisco, que está algo lejos, y en
    llegando, corte el cordel de la lámpara y
    llévesela a su casa; y si cuando la justicia le
    prendiere por ladrón y le quisiere ahorcar (como el otro
    día ahorcó a otro que había hurtado la de
    Santo Domingo) le dejare por decirle, que no hurtó la
    lámpara, sino que la había tomado para satisfacer
    con ella el trabajo que había pasado en ir de
    aquí para allá por ella; si por esta
    razón, como digo, la justicia aprobare la
    justificación de su trabajo y no le castigare,
    diré que trae con buena fe sus negros y que la
    razón en que se funda es buena’. A esto se
    volvió a él su compañero y le dijo con
    despecho: ‘Ara, vive Dios que sois extraño,
    ¡no os dije yo que no preguntéis nada a estos
    padres?; catad aquí ahora cuál quedamos en
    nuestro pensamiento y corazones".

    Es de admirar la extraordinaria sencillez con que
    presenta su pensamiento.

    Esta obra es un urgente llamado para mover y conmover a
    los hombres de la Iglesia y atraer su atención hacia la triste suerte de los
    esclavos. Sandoval es consciente de la explotación de los
    negros:

    "Bien sabemos que por el maltrato que los
    españoles inflingen a los indios, estos se diezmaron
    tanto que en muchas regiones quedaron pocos y en otras casi
    ninguno, y que al puesto de estos indios entraron estos pobres
    negros, también en gran cantidad, para trabajar sus
    tierras, extraer el oro con el que ellos se enriquecen y
    sostenerlos con su trabajo, sudor y habilidad. Y en vez de
    acogerlos, curarlos y defenderlos como sus propios esclavos y
    personas a los que sirven y honran, los abandonan; y para no
    gastar cuatro céntimos y no tener un poco de
    atención, los dejan morir en sus propios excrementos, y
    la enfermedad los hace tan horribles y repelentes, que los
    intérpretes no se arriesgan ni a mirarles durante el
    tiempo que los religiosos trabajan por el remedio de sus
    almas"…

    El padre Sandoval, como hombre de su tiempo, a los
    señores pedirá clemencia y moderación y a
    los negros resignación y certeza de la justicia de Dios en
    la otra vida.

    No asume las consecuencias éticas de la
    esclavitud pero, movido por su compasión, es supremamente
    sensible a su problemática. Él es el primer
    clérigo que pide atención de la Iglesia sobre el
    problema de los negros esclavos, ya que hasta el momento la
    Iglesia sólo llegó a preocuparse por la
    situación del indio, objeto de su
    evangelización.

    El solo hecho de creer en la salvación espiritual
    de los negros, aparentemente irrelevante para nosotros hoy,
    hacía que el padre Sandoval los considerara como personas
    y no como bestias de trabajo; de hecho, desde su perspectiva,
    eran merecedores de un trato distinto, trabajo al que se
    entregó con absoluta generosidad, al punto de poder
    afirmar: "No me acuerdo de comer, ni beber, ni reparo en sudor,
    ni en mal olor, ni en otras incomodidades que hay muchas, pero
    todo se hace llevadero y gustoso ver tan claramente que se van
    tantas almas al cielo".

    1.3.2. San Pedro Claver: "Esclavo de los
    Esclavos"

    No podríamos hablar de la presencia de la Iglesia
    en América, en su opción por los pobres, en el
    siglo XVII, sin detenernos en Pedro Claver: Hombre de vida
    ejemplar en favor de los esclavos negros traídos a
    América. Uno de los puertos más importantes de este
    tráfico es sin lugar a dudas la ciudad de Cartagena de
    Indias, se calcula que a América llegaron alrededor de 14
    millones de negros, de los cuales más de un millón
    entraron por este puerto. Cabe anotar, que Cartagena no es el
    principal puerto negrero en América, como con frecuencia
    se ha afirmado.

    El padre Oscar Beozzo, en su historia del negro en
    Brasil, nos muestra como el principal puerto negrero en
    América, durante todo el siglo XVII, fue Salvador
    Bahía.

    Los otros grandes puertos negreros de esa época,
    incluso con mayor tráfico que Cartagena, fueron: Veracruz,
    en México; y
    Portobelo, en Panamá; posteriormente la isla de Jamaica
    ganaría importancia en este asunto.

    Por Cartagena de Indias entraba, al menos, un barco cada
    mes, en el que llegaban alrededor de 700 negros por
    embarcación; una buena parte procedía de la isla de
    Loanda, en Africa. Estos negros eran cazados como a manadas de
    bestias, y sólo los alimentaban cada 24 horas
    suministrándoles una porción de harina, maíz o
    millo crudo con agua,
    según nos describe el padre Sandoval.

    San Pedro Claver nació en Verdú
    (Lérida, España) el 24 de junio de 1580.
    Proveniente de una familia de modestos trabajadores,
    estudió en Barcelona en el colegio de los jesuitas, de
    donde ingresa a la Compañía de Jesús, en el
    año de 1602, a los 22 años. Hizo dos años de
    noviciado en Tarragona y dos de estudios de humanidades en
    Barcelona para luego terminar sus estudios de filosofía en
    Palma de Mallorca. Regresa nuevamente a Barcelona para estudiar
    teología, pero ya desde Mallorca viene marcado por un
    deseo incontenible por viajar a América, deseo claramente
    influenciado por el hermano Alonso, portero del colegio Montesori
    de Mallorca, quien murió poco antes de Pedro salir de este
    sitio. Después de catorce meses de estar haciendo su
    teología llega la respuesta del superior que lo destina a
    América:

    "No hay que resistir más, le dice su
    provincial, a la voluntad de nuestro Señor, la cual bien
    he experimentado en los deseos que siempre le ha dado de
    emplearse en su santo servicio con los indios, los cuales, con
    la divina gracia, confío que han de ser de usted muy
    ayudados… por tanto, luego en despachándole el padre
    rector… se ponga en camino y venga a Tarragona, para que se
    vaya junto con los demás hasta Valencia, de donde se
    partirá para Sevilla con la compañía que
    le darán allí conforme a lo que yo
    ordenare…

    No más, sino que el Señor le eche su
    cumplida bendición y enderece todas sus cosas y trabajos
    a mayor gloria suya, como yo lo suplico. Tarragona 23 de enero
    de 1610. José de Villegas".

    Resulta supremamente curioso que Claver sea enviado a
    misiones sin haber terminado sus estudios de teología. Lo
    claro es que su urgencia por América terminó
    imponiéndose. Pedro Claver se embarcó en Sevilla,
    rumbo a Cartagena de Indias, en abril de 1610, a una residencia,
    que como dijimos anteriormente, habían abierto los
    jesuitas en esta ciudad desde el año de 1605, en donde ya
    el padre Alonso de Sandoval, como pudimos observarlo,
    había iniciado una labor en favor de los esclavos negros y
    contra los negreros.

    Dos meses después Claver logra desembarcar en el
    puerto de esta ciudad. A los pocos días, río
    Magdalena arriba, se dirige a Santafé de Bogotá, a
    terminar sus estudios teológicos, pero por falta de
    profesores sólo puede reanudarlos dos años
    después, a comienzos de 1614. Una vez terminados los
    susodichos estudios, es enviado a Tunja a hacer su "tercera
    aprobación", como era costumbre en la
    Compañía, aunque, curiosamente, sin haber sido
    ordenado sacerdote por la carencia de obispo en la sede vacante
    de Santafé. Finalmente, en noviembre de 1615, regresa a
    Cartagena.

    Pedro Claver se ordena sacerdote el 19 de marzo de 1616
    y el padre Sandoval se va al año siguiente, por espacio de
    dos años, al Perú, en donde escribe su gran
    obra.

    El mismo padre general manifiesta su preocupación
    por el viaje del padre Sandoval al Perú, pensando en su
    apostolado con los negros…

    "No quisiera que el padre Alonso Sandoval hubiese ido
    al Perú por ese negocio, dejando el ministerio de los
    negros en que con tanto ejemplo y con tanto servicio de Dios y
    bien de las almas, estaba tan bien empleado; y a la verdad,
    pudiérase haber echado mano de otro que no hiciese tanta
    falta; y por más que haga el padre Juan de Cabrera,
    cierto es que no podrá llegar con mucho a lo que con
    esos pobres hacía el padre Sandoval".

    Este valiosísimo documento nos permite visualizar
    dos cuestiones fundamentales: Primero, está claro que no
    se conocía aún la abnegación del
    recién ordenado padre Claver; y segundo: este texto nos
    muestra cómo desde la dirección de la Compañía de
    Jesús existía un claro interés
    por el pobre, por los esclavos negros, mostrando con contundencia
    la validez de nuestra hipótesis central, el pobre y marginado han
    sido un eje central en nuestra Iglesia.

    Claver, ya solo frente a tal ignominia, escribe en una
    carta fechada el 31 de mayo de 1617:

    "Ayer, 30 de mayo, día de la Santísima
    Trinidad, saltaron a tierra un gran navío de negros de
    los ríos (Guinea). Fuimos allá cargados con dos
    espuertas de naranjas, limones y tabaco,
    entramos en los barracones que parecían otra Guinea,
    rimeros de una y otra parte. Fuimos rompiendo hasta llegar a
    los enfermos, de que había gran manada echados en el
    suelo muy humeado y anegadizo y por lo cual estaba terraplenado
    de agudos pedazos de ladrillo y tejas y esta era su cama;
    están sin carnes, sin hilo de ropa. Echamos manteos
    fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas y entablamos aquel
    lugar y llevamos en brazos los muy enfermos, rompiendo por
    medio de los demás, juntamos los enfermos en dos ruedas,
    la una tomó mi compañero y la otra
    yo".

    Pedro Claver se ocupó durante 40 años a
    atender exclusivamente esclavos, apenas se veía un barco
    en el horizonte, corría inmediatamente al muelle, para
    entrar rápidamente al barco a atender estos pobres
    miserables, los que, la mayoría de las veces, encontraba
    más muertos que vivos.

    Aireaba aquel sepulcro asfixiante, lo rociaba con agua
    perfumada para hacer el ambiente respirable, saludaba y
    sonreía, ofrecía a cada uno alguna cosa, ayudaba a
    los más desesperados a levantarse y a seguir la fila
    encadenada hasta los barracones en donde quedaban depositados,
    luego volvía por el que realmente no podía dar un
    paso, para cogerlo bajo su protección y evitar de esta
    manera que fuese echado al mar, o algunas otras veces para
    cargarlo a sus espaldas y llevarlo a enterrar por que ya estaba
    muerto.

    El día de su profesión solemne, el 3 de
    abril de 1622, escribió antes de su firma: "Petrus Claver,
    aethiopum semper servus", lo que confirmará en el
    día a día de servicio a los esclavos negros. Su
    abnegación es tanta que se la pasaba metido en los
    confesionarios, recorriendo las calles, o visitando el hospital
    de leprosos o en arduas peregrinaciones por el territorio de la
    provincia. Perseveraba en este trabajo hasta bien entrada la
    noche. Las vísperas de fiesta confesaba 4 horas por la
    mañana, cuatro en la Iglesia por la tarde y cuatro en un
    aposento, cerca de la portería del convento, por la noche.
    Con frecuencia, aprovechando los días de descanso de la
    Comunidad, Pedro Claver se dirigía al hospital de San
    Lázaro, el de los leprosos, ubicado en donde más
    tarde se construiría el castillo de San Felipe, para
    brindar cariño y acogida a manos llenas a estos enfermos,
    rechazados y olvidados por todos.

    Bien vale la pena tratar de reproducir la imagen de este
    inimitable santo y para esto se ha encontrado un texto de unos de
    sus principales biógrafos:

    "… Fue el padre Pedro Claver, de mediana estatura,
    De suyo recta, pero algo inclinada con la costumbre de traer la
    vista en tierra. La cabeza grande, rostro descarnado, largo con
    proporción; color
    trigueño, de que hizo la penitencia un pálido
    oscuro; frente ancha y rugosa, con dos entradas por los dos
    ángulos de la sienes; cejas tendidas y bien pobladas;
    ojos rasgados pero tristes, encendidos del uso de llorar los
    párpados; grueso muy estriado con dos hondas arrugas el
    entrecejo de donde se deriva la nariz; ésta con
    moderación abultada; acompañábanla sin
    fealdad por entre ambos lados dos líneas carnosas, que
    naciendo de los lagrimales de adentro, bajaban hasta el remate
    de la nariz, derechas y torciendo allí en
    semicírculo, dividían las mejillas de la barba;
    aquellas muy hundidas, ésta poblada y entrecana; la boca
    grande, los labios gruesos, algo derribado el inferior, el
    espacio que va desde él a la definición de la
    barba, abollado algún tanto; el cuello corto y arrugado;
    la voz, ni gruesa ni delgada; tenía menos de flexible,
    que de sonora. La complexión fue muy robusta pero
    rindiola a penitencias, que hicieron el estrago de muchos
    accidentes,
    con que del todo quedó postrada".

    San Pedro Claver, en uno de sus manuscritos que narra
    alguno de sus sueños, nos muestra su absoluta
    convicción de que la ignominia frente a los esclavos era
    única y exclusivamente por razones económicas;
    disfrutemos de su prosa:

    "Mujer que haces
    ahí…

    También la brisa juega contigo?

    Se quedó muda. Me impresionó su
    mirada.

    Parecía que no estaba aquí.

    En su mirada me podía transportar.

    era distinta a tantas mujeres negras

    A las que me he acercado durante estos
    años.

    Tenía facciones finas, de negro
    intenso.

    Y su cuerpo amplio y generoso.

    Pero era su mirada la que me transportaba.

    Entonces a través de sus ojos vi al padre
    Sandoval.

    Se acercó con un señor

    del cual no recuerdo su rostro.

    Se presentó dijo llamarse Carlos II

    Traían un documento firmado por los
    padres

    José de Jaca y Epifanio de
    Borgoña.

    El señor Carlos II estaba muy inquieto y
    preocupado.

    Me invitaron a que los siguiera.

    Ingresamos al Consejo de Indias, en Sevilla.

    La palabra la tomó Carlos II y
    preguntó:

    ¡Es conveniente traer esclavos para
    América?

    Su voz fuerte hizo temblar las murallas.

    Uno del Consejo de Indias respondió al rey con
    voz

    temblorosa: Señor, es escasa la mano de obra de
    los

    Indios, son los negros los que labran las haciendas
    y

    explotan las minas: Cómo enviaremos oro y plata a
    España

    si ellos no trabajan? Por eso, señor, es
    necesario traer

    negros esclavos a América. Si no los traemos, en
    España

    no tendremos ni oro ni plata.

    El rey se apresuró a hacer otra
    pregunta:

    ¡Ha habido juntas de teólogos y
    letrados

    a fin de reconocer si es lícito comprar
    esclavos?

    Señor, aquí tenemos teólogos y
    letrados que defienden la

    esclavitud: Dicen que es legítima por guerra
    fuerte o

    probable; por venta de los
    hijos; por extrema necesidad,

    cuando padre e hijo se venden o cuando son cogidos para
    venderlo

    en carnicerías públicas o cuando
    están condenados por delitos
    perpetuos.

    Señor, usted debe saber que sin la esclavitud
    negra toda

    América se derrumbaría.

    Toda la economía de nuestra
    América está basada principalmente

    en el trabajo de los esclavos negros.

    Miré al padre Sandoval y ya no estaba.

    Lo busqué y me encontré con la mirada
    hermosa de la mujer
    negra.

    Aún seguía muda y quieta".

    Este hermoso texto nos muestra no sólo la
    claridad de San Pedro Claver sobre la esclavitud, sino
    también su soledad frente a esta lucha, la necesidad del
    padre Sandoval, compañero de luchas y amigo
    entrañable.

    De la ciudad, el apostolado de Claver se proyectaba
    hacia toda la extensión de la provincia de Cartagena,
    aquellas vastas llanuras que ya entonces llamaban "sabanas", como
    las del Sinú, Tolú, Mompox y la Barranca, por donde
    entraban diseminadas las estancias de los encomenderos y donde
    eran explotados sin misericordia los pobres esclavos negros o
    "gentes de castas", como se los llamaba entonces.

    Hasta ellos llegó Claver: Por entre selvas y
    arcabucos, por caminos imposibles que en épocas de
    sequía eran polvo y en épocas de lluvia tremedales
    que lo obligaban a caminar muchas veces con el lodo y el agua a la
    rodilla.

    No son muy explícitos los documentos al
    indicar qué territorios visitó; consta que estuvo
    varias veces en Tolú. Allí predicó con
    abundante fruto. Nos cuenta su biógrafo Fernández
    que alguna vez, cuando se había hecho ya muchas
    infructuosas rogativas para pedir la lluvia, la oración
    del santo logró un aguacero que duró tres
    días con sus noches.

    De estas misiones "volvía extraordinariamente
    flaco y macilento" pues rechazaba en aquellos viajes todo
    regalo. Su comida era pobre y escasa y se contentaba casi siempre
    con un poco de plátano asado o "unas raíces que se
    llaman ñame".

    El mal que lo llevaría al sepulcro le vino
    mientras misionaba en Tolú, en 1650. A su regreso
    "llegó a Cartagena, el color del rostro más
    pálido que de costumbre, el movimiento torpe, las
    facciones desencajadas, las fuerzas débiles". La
    enfermedad de Parkinson lo llevaría al lecho de enfermo
    por espacio de cuatro años de mucho dolor. "Dejole aquella
    enfermedad grandes estragos, de los que nunca pudo recuperarse.
    Las fuerzas muy caídas, inútiles los pies y manos,
    con un temblor acelerado que le batía las quijadas con
    continuo ruido".

    El incansable misionero, el gran andariego,
    permaneció inmóvil en el aposento que le
    sirvió de enfermería; solitario, sólo
    recibía la visita de algún negro amigo.

    San Pedro Claver muere el 8 de septiembre de 1654, entre
    la una y las dos de la madrugada:

    "…entre la una y las dos de la mañana del
    ocho, mientras yo le sostenía (el hermano Nicolás
    González) delante un crucifijo, con gran suavidad, como
    si durmiera, de tal manera a algunas personas les
    parecía aún que estaba vivo, pues no había
    dado ninguna señal, entregó su alma a
    Dios.

    Quedó con el mismo semblante que siempre tuvo,
    y yo conocí que había muerto porque de repente se
    le mudó la cara pálida y muy macilenta, en una
    belleza y esplendor extraordinarios, y conocí que su
    alma gozaba de Dios, separada del cuerpo. Me arrodillé
    entonces, besé sus pies muertos, muy bellos y blancos,
    como de alabastro, pero blandos, porque los tenía
    muelles y suaves como si fueran de seda. Los otros hicieron lo
    mismo".

    La noticia corrió por Cartagena de Indias y sus
    campos y fue la locura. Todos, pero principalmente los negros y
    pobres de la ciudad, se agolparon sobre el colegio de la
    Compañía de Jesús para rezar y llorar, lo
    quisieron tanto que no podían aceptar su
    muerte.

    Los teólogos de la liberación sostienen
    que esos primeros actos de resistencia a la opresión del
    cristianismo
    colonial prefiguraron los actuales movimientos de la
    Teología de Liberación dentro del seno de la
    Iglesia Católica. De hecho, los nuevos teólogos de
    la liberación no dejan de exaltar a aquellos hombres como
    verdaderos héroes de la fe. Aún hoy nos
    estremecemos con las palabras de Antonio de Montesinos, en la
    isla La Española, en 1511:

    "Decidme, ¿bajo qué derecho y amparados
    por qué ley mantenéis a esos indios en tan cruel
    servidumbre?, ¿qué autoridad os
    permite emprender tan detestable guerra contra esta gente que
    tranquila y pacíficamente habitaba estas
    tierras?…¡los matáis día a día con
    el único propósito de
    enriqueceros!…¿acaso no son hombres?, ¿acaso no
    tienen alma?, no se os ha ordenado amaros los unos a los otros
    como a vosotros mismos?, ¿es que no lo
    entendéis?, ¿por qué os hundís en
    el letargo, en el sopor?, sabed que lo cierto es que en
    el estado en
    que os encontráis, no tenéis mas esperanza de
    salvación de la que pueden tener los moros y los
    turcos".

     

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