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VISIÓN GENERAL DEL AMOR EN EL PERSILES




Enviado por cariatide02



     Las relaciones amorosas del Siglo de Oro se
    encuentran explicadas en la ficción literaria a partir de
    tres corrientes: la primera de ellas procede de la Francia de los
    trovadores, cuya esencia y condicionantes servirán de
    materia
    novelable a través de un código
    que se resume en la cortesía, humildad, adulterio y
    religión
    de amor. La segunda influye notablemente en la lírica, y
    es que se trata de una corriente amorosa que refuerza el
    sentimiento melancólico y desengañado del amor,
    añorando el pasado feliz frente al presente en soledad
    ante la ausencia de la amada. Finalmente, en tercer lugar,
    destaca la visión neoplatónica del sentimiento
    amoroso, que consiste en la necesidad del amante de contemplar la
    belleza de la amada. Pero esta necesidad no va más
    allá de ser una mera contemplación, ya que el
    amante rechaza el apetito desordenado y el deseo carnal,
    tachándolos de acciones
    deshonestas.

    Así pues, el amor en los
    distintos tipos de novela en el
    Siglo de Oro se presenta de distintas maneras, de tal suerte que
    tendríamos los amores apasionados y crueles de la novela
    sentimental, secretos y fieles en la caballería andante,
    virtuosos y musicales en las pastoriles, amores leales y
    supeditados a las creencias religiosas en los relatos moriscos,
    escabrosos en la picaresca, amores honestos y viajeros para los
    héroes bizantinos, y amores trágicos y explosivos
    en la novela cortesana del siglo XVII. La idealización del
    amor se debe básicamente a que todas estas experiencias
    van dirigidas a un público cada vez más femenino,
    ya que la mujer empieza
    a participar activamente en la ficción literaria,
    especialmente cuando en las novelas la
    heroína destaca por tener una actividad decidida y
    valerosa ante el carácter
    más apocado e indeciso del héroe.

    Precisamente uno de los géneros que mejor tratan
    uno de los múltiples aspectos que puede presentar el amor,
    es la novela bizantina, donde hemos de encasillar "el
    último sueño romántico de Cervantes", como
    nombró Farinelli a Los trabajos de Persiles y Sigismunda,.
    Historia
    septentrional. Este género
    surge en España
    durante el siglo XVI amparado por las corrientes erasmistas, que
    lo consideraron como una fuente de verosimilitud y enseñanza. Alcanza su momento de esplendor
    en el XVII al convertirse en el género que mejor
    representaba el movimiento
    contrareformista, mientras que sus protagonistas se convierten en
    el símbolo del peregrinaje cristiano, ya que manifiestan
    una honda preocupación por acatar los preceptos
    religiosos.

    Los constituyentes básicos del género se
    podrían resumir en lo siguiente: una pareja de enamorados
    se ven obligados a huir de su casa bajo el dudoso parentesco de
    hermanos. Entonces se inicia un interminable viaje durante el
    cual son acechados por fuerzas sobrenaturales (la Fortuna, los
    Dioses envidiosos, la Divina Providencia), tempestades
    marítimas, crueles piratas, cautiverios, encuentros,
    separaciones… el viaje concluye con la unión definitiva
    de la pareja mediante el matrimonio.

    El asunto es enrevesadíisimo, no precisamente en
    su armazón esquemática, sino por las aventuras
    accesorias y nuevos personajes que surgen a cada paso que dan los
    protagonistas. En síntesis,
    los Trabajos que dan título a la obra son los que sufren
    Persiles (que en todo el libro aparece
    con el nombre de Perandro, hasta l antepenúltimo
    capítulo, en el que se revela su personalidad
    de hijo segundo de la reina Eustaquia de la isla de Tule, "que
    está en la última parte de Noruega, casi debajo de
    Polo ÁRTICO") Y Sigismunda (QUE TAMBIÉN APARECE
    HASTA EL ÚLTIMO MOMENTO Con el nombre de Auristela, y que
    era hija de Eusebia, reina de Finlandia, "isla que está
    como a trescientas leguas de Tule").

    Sigismunda había sido prometida a Maximino,
    hermano mayor de Periandro y heredero del trono de su madre;
    pero, enamorada del último, decide, de acuerdo con
    él y con la reina, ausentarse de la isla antes del regreso
    de Maximino, que se hallaba guerreando, y así lo realizan
    con el pretexto de que han de ir a Roma para
    enterarse biien de las cosas de la fe católica. Al saberlo
    Maximiino, se marcha también a Roma separadamente, y a
    todos empiezan a sobrevenirles aventuras fantásticas, en
    las que intervienen, además de ellos, Arnaldo, hijo del
    rey de Dinamarca y enamorado locamente de Auristela; los
    españoles Antonio y su mujer, Ricla, que
    hacían vida de bárbaros en una isla de
    bárbaros, con sus hijos Antinio y Constanza; Cloelia y
    Taurisa, ama y doncella, respectivamente, de Auristela; el
    italiano Rutilio, carcelero en otra isla; Transila, su padre
    Mauricioo y su esposo Ladislao; el rey Policarpo y sus hijas
    Policarpa y Sinforosa – este última enamorada
    también de Periandro -; Feliciana, el duque de
    Nemurs…

    Hay en el libro relatos de naufragios, sacriificios
    humanos frustrados, vuelos sobre el manto de una bruja, barcos
    atacados por piratas, apresados por los hielos o volcados con sus
    tripulantes .- que se salvan por un boquete aserrado en la quilla
    -, aparecen bárbaros o salvajes de diversas
    espécies… y después de las peripecias
    marítimas surgen las terrestres, en cuya narración
    cede un poco su puesto la fantasía al realismo, y
    que se refieren al largo camino desde Lisboa a Roma, efectuado a
    pie y con el carácter de peregrinos por Auristela y
    Periandro, pasando por Guadalupe, Ocaña, Quintanar,
    Barcelona, Perpiñán, Milán, Lucxa y otros
    diversos lugares.

    Cerca ya de Roma, deespués de una peligrosa
    dolencia de Auristela y de una tentatiiva de asesinato contra
    Periandro, encuentran al hermano de este, Maximiino, que,
    gravemente enfermo, expira en sus brazos. Y su muerte permite
    ya la boda de los enemorados Persiles y Sigismunda, poniendo
    término a sus trabajos… y a los del paciente
    lector.

    Se trata de un género que recibe sus primeras
    influencias del mundo de la antigüedad clásica,
    especialmente en obras como Teágenes y Cariclea o la
    Historia Etiópica de Heliodoro y las Aventuras de Leucipa
    y Ciltofonte de Aquiles Tacio, en donde se halla cierto erotismo
    que se manifiesta desde diversas actitudes, con
    referencias a la pasión exacerbada entre los amantes y al
    amor entre efebos. Todo este se debe precisamente a que el tema
    argumental de ese tipo de relatos gira en torno al amor, y
    esto desde una perspectiva divina, es decir, el libro entero es
    una demostración del dicho clásico "Omnia vincit
    amor", ya que los protagonistas logran superar cuantos
    obstáculos se interponen a su unión definitiva: la
    fuerza del
    amor que les une es superior a cualquier otro sentimiento de
    maldad. Así, el amor se convierte en tema principal, en
    protagonista clave, en la salvación última dirigida
    a la felicidad matrimonial que justifica todos los peligros
    pasados. El amor está concebido como una
    idealización dentro de los cánones del platonismo,
    consiste en el goce de la belleza que sustenta la pasión
    amorosa del amante. El amor, fuerza generadora de la obra,
    aparece desde un principio desde dos perspectivas, esto es, como
    búsqueda y reposo, que conduce a una paz espiritual y como
    conflicto. En
    ambos aspectos se basan los "trabajos".

    Para el Persiles, Cervantes escoge una muy variada
    filografía, en la cual es fácil entrever la
    fusión
    de corrientes diversas, desde el amor cortés junto al
    petrarquismo, hasta el neoplatonismo y las huellas de Erasmo.
    Cervantes expone numerosas opiniones, en algunas ocasiones
    contradictorias, sobre el amor. De tal suerte, a lo largo de la
    obra se constituyen una serie de dualidades.

    Una de ellas se basa en el equilibrio
    provocado por el amor casto y sincero de los enamorados por una
    lado y la necesidad de consumarlo por el otro, ya que se ven
    obligados por los innumerables peligros a los que se ven
    expuestos los protagonistas. Ambas posturas determinan su
    comportamiento
    a lo largo del relato. Periandro repite incansable el
    típico "gocemos del amor ahora que podemos", antes de que
    se destruya para siempre, frente a la testaruda castidad de la
    heroína. Pero a pesar de todo, se respeta la castidad de
    los protagonistas por encima de cualquier otro sentimiento – y
    éste es una de los aciertos más decisivos del
    género -, ya que para demostrar y afianzar su amor, los
    protagonistas se comprometen en un juramento de amor, de respeto mutuo y
    defensa de su valor
    más preciado: la virginidad. Con ello se establece un
    balanceo un tanto inestable entre el juramento de amor y el
    irreprimible terror de no poder
    cumplirlo antes. He aquí otra dualidad. Sin embargo, este
    aparente desequilibrio nutre la pasión amorosa. Esta
    produce la inevitable tensión ante lo que se quiere y lo
    que se debe, lo cual desemboca en la sensualidad. De algún
    modo esto nos remite a la imagen del
    superhombre nietzscheano, que se opone al "yo debo" kantiano, un
    "yo quiero" que se palpa en personajes tan libertarios como Lobo
    Larsen de Jack London o el Raskolnikov de Dostoievsky que,
    después de perpetrar un crimen se pregunta: "
    ¿Crimen? ¿Qué crimen?". Desde luego, este
    grado de cinismo no se llega a alcanzar en el
    Persiles.

    Además, el juramento potencia el
    erotismo, y los autores de este género, conscientes de
    ello, recurren con asiduidad a la presencia de un tercero que
    tendrá que poner a prueba el juramento prometido.
    Éste se suele denominar el recurso del triángulo
    amoroso, pero también se puede dar el caso de ser un
    "cuadrado", creándose así un esquema notablemente
    más complejo. Y precisamente es éste último
    el que emplea Cervantes en el Persiles, y al que S. Zimic ha
    calificado de "amores entrecruzados". Y ya que el deseo sexual
    empuja a los protagonistas a la mentira, que se convierte en una
    costumbre cuando las aventuras llegan a "límites
    peligrosos" para conservar la virginidad. La amenaza del peligro
    o el desarrollo del
    enredo obligan a nuestros héroes a fingir estados
    físicos, alterar su personalidad, disfrazarse de hombre o
    mujer…

    Es el caso de Periandro, que ya en los primeros
    capítulos del Libro I se ve obligado a disfrazarse de
    mujer a fin de burlar a los bárbaros y recuperar a
    Auristela. Sin embargo existen ciertas connotaciones a la hora de
    tener que analizar este tipo de hechos. Pues como acabamos de
    señalar, la novela bizantina española incluye entre
    los constituyentes del género una destacada sensualidad
    producto de la
    tensión amorosa. Pero el erotismo no se manifiesta tan
    abiertamente, sino que se ha de intuir en la actuación de
    algunos de los personajes.

    Por lo tanto, se censura cualquier referencia al tema de
    las relaciones homosexuales, ya que son consideradas como un
    pecado "contra natura", y se suavizan mediante el equívoco
    del disfraz. Así, un bárbaro puede enamorarse del
    héroe porque este está disfrazado de
    mujer.

      Cervantes ha trazado un recorrido que tiene
    mucho de purificación ascética. Además, en
    los inicios de la obra también expone, por boca de
    Mauricio, los poderes sobrenaturales del amor, que rompe las
    barreras sociales y que se iguala hasta la muerte.
    Así, desde la isla Bárbara hasta la Roma cristiana,
    Auristela y Periandro vivirán una serie de experiencias
    que tienen como explicación final su conversión
    religiosa. Este hecho convierte, por tanto, a los protagonistas
    en peregrinos y su peregrinaje adquiere sentido en el entramado
    bizantino. El autor sigue lo que J.B. Avalle- Arce
    señaló como "cadena del ser", la cual, explica la
    disposición geográfica y la intención
    moral del
    relato y determina los diferentes temas que desarrolla. Y lo
    mismo ocurre con el sensualismo del relato: desde la violenta
    pasión que domina a Bradamiro hasta el amor honesto de los
    enamorados, se irán sugiriendo diferentes vías de
    comportamiento que concluyen con el perfeccionamiento espiritual
    y la llegada a Roma. Según esta teoría
    de la "cadena del ser", cuanto más abajo nos situemos en
    ella, mayores serán los apetitos desordenados, más
    primitiva será la sensualidad y más notable
    será el erotismo, y para ejemplificar esto,
    bastaría con recordar la violencia de
    los habitantes de la Isla Bárbara, las deshonestas
    costumbres que avergüenzan a Transila, el amor carnal de
    Rosamunda…que en definitiva son personajes necesarios, a fin de
    que los que se nos van presentando a medida que llegamos a Roma
    nos resulten más virtuosos, dados los fuertes contrastes
    que presentan con los anteriores: Renato y Eusebia, Rosanio y
    Feliciana de la Voz, Ambrosia y Contarino, Isabela, Andrea,
    Ruperta, Croriano… y desde luego, todas estas virtudes aunadas
    y personificadas en Periandro y Auristela.

    Por lo tanto, esta visión neoplatónica del
    amor contrasta con el amor que está más relacionado
    con el erotismo y el goce de los sentidos, que
    aporta una visión menos idealista y más encendida
    de las relaciones amorosas en las que sobresale el componente
    sexual que anima el comportamiento de los protagonistas. Y como
    es de esperar, se hacen incontables intentos, durante toda la
    obra, por acabar con la castidad de los jóvenes, los que
    les conducirá al mar de amor o a los celos (enfermedades propias de los
    antes).

    A raíz d esto se establece una nueva dualidad:
    por un lado, el autor pondera los valores
    positivos y engrandecedores del amor, lo que conduce al
    perfeccionamiento espiritual, y por otro, presenta los valores de
    índole escolástica que acaban degradando al amor a
    la enfermedad, la destrucción y la muerte. Los Trabajos
    muestran la evidencia de los efectos destructores de la lascivia
    que lleva al asesinato y al suicidio.

      Todo el Libro I presenta la doble corriente
    de amor y celos por la que discurre la obra, tanto en su
    vertiente idealizada como en la correspondiente al abandonarse a
    las pasiones.

    Los celos como enfermedad aparecen claramente declarados
    en esta primera parte. De ellos sufren tanto Periandro como
    Auristela, y en ambos casos es la presencia de un tercero quien
    provoca ese estado.

    El Libro II se inicia con un juego de
    desdoblamiento entre el traductor y el "historiador" de los
    Trabajos, sosteniendo dos diferentes puntos de vista sobre las
    disquisiciones amorosas. Este libro va a constituir una declarada
    confirmación de las enfermedades de amor y celos. Estos
    estados de ánimo se pueden representar con secuelas de
    síncopes, sudores y visajes desvaídos. Una de las
    soluciones a
    las que se recurre también es a la separación
    geográfica entre ambos enamorados. Pero por lo general, en
    este sentido Cervantes se muestra tajante,
    pues afirma que sólo la muerte puede acabar con los celos,
    siempre y cuando no les pongan freno previamente la renuncia
    ascética. Pero éste es el concepto: "
    sólo la muerte acalla la voz y la memoria de
    los celos". Periandro cree que Auristela está celosa y
    pronto se declara su enfermedad que parece más del alma
    que del cuerpo, y hay que considerar que el cuerpo alma y el
    cuerpo son inseparables y los sufrimientos de una alteran al otro
    y viceversa. Así que los celos, la enfermedad y la muerte
    se unen en consonancia y demuestran una vez más que el
    amor y la muerte desde siempre han estado hermanados, como
    muestra la larga secuela de difuntos de la literatura
    universal.

    El análisis de los celos y del amor es
    minucioso y detallado, y no sólo en la práctica,
    sino en la s continuas declaraciones que se hacen sobre ambos. El
    amor engendra a los celos arbitraria e infundadamente, como
    consecuencia de su prepotencia y falta de limites. Sin embargo
    Cervantes distingue entre los "sanos" celos entre los
    protagonistas y aquellos que generan la lascivia. Se establece
    una sutil diferencia entre ambas: en el primer caso, la
    enfermedad se cura, mientras que en el segundo caso la
    acción desemboca en la destrucción y en la
    muerte.

    En el Libro III se produce un considerable cambio
    espacial: de las aventuras marítimas se pasa al
    peregrinaje por tierra, pero
    esto no significa un giro sustancial en el tema, sino que la obra
    prosigue por la senda de los estragos amorosos, mostrando
    diversas situaciones. En este libro, Cervantes aprovecha para
    poner en tela de juicio las venganzas de sangre por
    cuestiones de honra, de tal manera que hace que Periandro haga un
    alegato contra ellas, aconsejando el perdón que se deriva
    de la caridad cristiana.

      Y a los alardes engañosos y las
    presunciones del enamorado se impondrán toques de sensatez
    y contención, rompiendo así la tradicional
    desmesura que caracteriza el asedio de los enamorados.

    En esta parte continúan haciéndose
    alusiones al tema de los celos. De hecho, Auristela plantea un
    hecho clave para el entendimiento de la obra: la
    distinción entre "amar" y "querer bien",
    aludiéndose de nuevo a los celos "que llegan a quitar la
    vida".

    También aparece la vertiente demoníaca del
    amor que viene a representar a la locura amorosa. Es el caso de
    la loca de Luca, Isabela Castrucha, que finge estar
    poseída por una legión de demonios, burla a la
    profesión médica – el médico no atina con la
    verdadera causa de la enfermedad- y, desde luego, u como cabe de
    esperar, sólo se cura con la llegada de su amado. Esta
    historia supone una negación a las teorías
    demonológicas sobre la magia que afectaban a las
    cuestiones amorosas y que habían servido como punto de
    arduas discusiones, desde antiguo, sobre la influencia del
    demonio en cuestiones de amor.

    Pero es el Libro IV y último, el que profundiza
    más en el tema y amplía ejemplos de enfermedad
    amorosa. El camino de Roma ofrece la probada honestidad de los
    "hermanos" protagonistas. Incluso Auristela se presenta como el
    paradigma del
    ideal platónico cristiano. Todos los hombres se enamoran
    de ella, pues hasta la comparan con la mismísima Venus.
    Pero ella es también símbolo de la virtud a toda
    prueba. Huelga
    señalar que Aurora Egido califica por ello al Persiles de
    obra mariológica, y se basa en que Cervantes retrata a la
    protagonista con una corona en la cabeza y un mundo a sus pies,
    disculpando la posible blasfemia de la imagen. Pero esta belleza
    se entiende como reflejo de la bondad divina, algo espiritual que
    se configura como esplendor de la cara de Dios. Las tesis
    platónicas se sacralizan en una religión de amor
    ortodoxa que aúna virtud y belleza en el discurrir de la
    peregrinación cristiana hacia el sacramento, como marcaba
    el canon escolástico.

    Los síntomas de la enfermedad amorosa se
    describen en esta parte con todo lujo de detalles (temblor de
    piernas, palpitaciones, sudores desmayos…). De nuevo afloran
    los celos en Periandro ante la presencia de un tercero, pero el
    enfrentamiento entre los amadores de Auristela contrasta con la
    piadosa ocupación de la doncella, que no es otra que la de
    estar atenta al aprendizaje de la
    fe católica. La meta del
    matrimonio aparece ya más cercana para los dos
    protagonistas, pero se retarda nuevamente con los trabajos y las
    interferencias de terceros.

     Por tanto, el autor hace uso de los celos para
    impulsar el relato y hacerlo avanzar. Y de nuevo la
    brujería entra en escena a estas alturas del relato, esta
    vez, a fin de hacer mella en la salud de Auristela. Y si
    tenemos en cuenta que la enfermedad del amor y la philocaptio
    (hechizos de amor) andaban unidas en este proceso de la
    magia utilizada con fines amorosos con intervención
    diabólica, claramente se ve que el amor llevaba
    implícita esa secuela de tradición demoníaca
    en la que el diablo intervenía en la relación de
    los amantes, generalmente valiéndose de
    terceros.

    Sin embargo, la instancia divina y las causas expuestas
    no quitan la evidente intervención de la magia, aunque sea
    por vía de instrumento. Cervantes se limita a poner en
    tela de juicio que la fuerza de los hechiceros brote de ellos
    mismos, avisando a los lectores del grave riesgo que
    corren, no sólo las víctimas, sino los inductores
    de tales hechizos. La realidad de la magia no se pone en duda en
    esta ocasión, sino su origen. En ello, Cervantes sigue una
    línea más bien ortodoxa, que se compaginaba con la
    condena de tales prácticas en las que muchas veces
    entraban los engaños y burlas del demonio, particularmente
    en asuntos amorosos. Nuevamente lo médicos no son capaces
    de diagnosticar el origen de su enfermedad, aunque éste
    sea un tema tratado con anterioridad.

    Finalmente el dolor padecido acrecienta la belleza de
    Auristela. Las bodas cierran el libro y evidentemente el
    matrimonio sacraliza un amor puesto a prueba por numerosos
    trabajos, entre los que la enfermedad del amor ha ocupado una
    parte sustancial de un vivir novelesco. El matrimonio se ofrece
    como la mejor curación a todos los problemas
    amorosos, es un final feliz que evita la tragedia del fatal
    desenlace que les esperaba a los amantes de las novelas
    sentimentales y a no pocos de las novelas pastoriles y de
    caballerías.

    Curiosamente, en el Quijote la curación significa
    la muerte para el protagonista, pero en el Persiles ocurre todo
    lo contrario. La obra muestra claramente los peligros de la
    pasión y sus secuelas físicas y anímicas, de
    las que nadie puede librarse. Pero si quienes sucumben a ellas
    consiguen mantenerse en la virtud, pueden acabar superando tal
    enfermedad y terminar felizmente unidos en santo matrimonio,
    premio final a sus trabajos y peregrinaciones, que vienen a ser
    sinónimo de padecimientos. Es el caso del Persiles: se dan
    dos corrientes en el amor, una positiva, que sigue los preceptos
    de la virtud y que tiene una solución benéfica y
    otra negativa, que sigue los preceptos del vicio y cuya
    única solución acaba siendo la muerte. Ambas
    direcciones jamás se confunden en el Persiles.

      Otros géneros novelescos ya
    habían aportado casos de dicha enfermedad, pero Cervantes
    no se centra simplemente en el retrato físico y
    psicológico de los amantes, sino que plantea el problema
    desde una postura que se situaría entre el determinismo y
    el libre albedrío, riéndose de la aparente
    posesión demoníaca. Además la diversidad de
    casos expuestos, muestra las distintas variantes sobre el tema.
    Erasmo ya en su momento también se burló de la
    tradición del tópico que nos ocupa, y es que el uso
    condenable de maleficios es también puesto en evidencia ,
    y ante el hecho de que no puede negarse la posibilidad de la
    magia, Cervantes condena el procedimiento y ,
    siempre en último caso, la intervención divina
    parece ejercer un control sobre los
    poderes malignos.

    Cervantes desbarató bastantes tópicos de
    la tradición poética amorosa, particularmente en la
    vertiente mitológica, pero en el Persiles se mantiene fiel
    a la tradición neoplatónica.

    Cervantes se sirvió del tópico para
    desarrollar en la obra un análisis, un tanto sutil, de las
    pasiones. Un análisis notablemente relacionado con la
    más adelantada medicina de su
    tiempo, la
    cual intentaba a la sazón establecer las relaciones entre
    el cuerpo y el alma, y en aplicar remedios
    psicoterapéuticos. En el Persiles se describen las
    dolencias del alma en relación a las secuelas del
    consiguiente padecer físico. Pero la muerte no
    podrá con un amor constante, puesto a pruebas y
    refrendado por la virtud. Y si la enfermedad parece inevitable en
    el ideal amoroso del Persiles, cuando la pasión se
    descontrola y la razón se ofusca, más allá
    del grado natural y lógico, asaltan los peligros de la
    locura extrema y de la muerte. La enfermedad como trabajo a
    superar en el peregrinaje amoroso se revela como un hecho
    positivo que acrecienta la virtud y el amor mutuo. La locura
    amorosa que conduce a la ira, a la lascivia, se ofrece como grave
    error que se paga con la destrucción de uno mismo y la de
    los demás. Persiles, desde sus inicios, se dibuja como un
    auténtico enfermo de amores al que Sigismunda sirve de
    remedio contra la muerte.´ El autor buscaba la
    perfección a través de la unión de la bondad
    con la belleza, lo que significaba el control de la razón
    sobre la imaginación y las pasiones.

    El esquema argumental de este tipo de relatos gravita en
    torno al amor. Esto es un hecho bastante evidente: por amor, esta
    pareja de jóvenes enamorados se ven obligados a salir de
    casa , abandonar a sus padres, a mentir, a enfermar, a resistir
    los golpes ajenos lejos de su patria, en un mundo en donde pocos
    están dispuestos a ayudarles y muchos a aprovecharse de
    ellos.

     La fuerza ineludible del amor que une a los
    protagonistas es superior a cualquier otro sentimiento de maldad.
    El amor se convierte en tema principal, en protagonista clave, en
    la última salvación. Su objetivo es el
    matrimonio, lo que significaría que han respetado su
    juramento de fidelidad y pueden alcanzar un final feliz, porque "
    adonde hay amor verdadero ningún peligro se teme, todo se
    intenta", como diría Núñez de Reinoso en la
    Historia de los amores de Clareo y Florisea.

    El Persiles ofrece el lado trágico y, en
    definitiva humano, del amor, pero también la posibilidad
    de la que dispone el hombre para
    controlar sus pasiones y hacer del amor y de la vida un
    peregrinaje triunfal.

    ESPACIO, TIEMPO Y PERSONAJES.-

    ESPACIO.-

    La división del Persiles en dos partes bien
    marcadas ante todo se justifica por el traslado de la
    acción de un espacio a otro, es decir, de una zona no muy
    bien determinada, acertadamente calificada de "brumosa" por
    numerosos críticos, a otra relativamente conocida por el
    autor. Es comprensible que la primera parte de la obra resulte
    caracterizada por la continua presencia en el Septentrión
    de los protagonistas y de un considerable número de
    personajes oriundos de aquellas regiones, a los que se
    unirán otros originarios de países meridionales. En
    la segunda parte, por el contrario, los personajes
    nórdicos actúan como espectadores de las peripecias
    acaecidas a meridionales, sin que esto niege la presencia de
    nórdicos, a fin de que se relaciones una parte y
    otra.

    El emplazamiento de la primera mitad de la novela en los
    países septentrionales, que Cervantes no conocía
    por sí mismo, ha planteado el problema de los
    conocimientos geográficos del autor. Está claro que
    debió de conocer bastantes textos de esta especie,
    más o menos científicos, difundidos en su tiempo.
    Cuando en la segunda mitad del libro penetra en las tierras
    españolas o en el marco del mediterráneo,
    varía el tono del relato con el cambio de latitud. Desde
    luego, en ese momento se multiplican las descripciones
    realistas.

    El espacio se desarrolla desde el Norte de Europa hasta Roma
    (a partir de ahí se dirigirán al punto de partida:
    Islandia). Se presenta una gran diversidad de lugares, desde la
    geografía
    nórdica de la mítica Isla Bárbara, Islandia,
    Noruega, Irlanda y Dinamarca, hasta Portugal, España,
    Francia e Italia.

    El escenario marítimo, especialmente representado
    en los dos primeros libros,
    aparece como uno de los marcos idóneos para la
    acumulación de peripecias. Esta presencia de la
    navegación se expone como fuente de aventuras, pues el mar
    atrae y repele al mismo tiempo, es decir, es como un camino
    abierto al triunfo y al fracaso, resulta ser una viva imagen del
    destino humano. Durante la navegación aparecen diversos
    motivos para los protagonistas, como son, por ejemplo:

    Los piratas, que también aparecen en tierra
    firme, por lo que representan una amenaza latente y
    generalizada.

    La tormenta, que puede acabar en un naufragio. Suele
    provocar la separación de los amantes, por lo que viene a
    ser el símbolo de la mutabilidad que amenaza a la
    condición humana, de alguna forma proyectada en la
    inestabilidad marítima.

     Las islas, que no se conciben con una
    visión utópica o de paraíso terrenal, sino
    que funcionan como una nueva prueba para los protagonistas,
    provocando su aislamiento en un mundo desconocido y amenazador.
    Así que no tienen una especial carga simbólica- al
    menos de forma explícita -, como puede darse en otros
    géneros.

      PERSONAJES.-

     Huelga señalar a aquellos que cuentan su
    historia y el auditorio de la misma, de los cuales por un lado
    están los personajes centrales cuya trama es medular en la
    novela y por otro, los que cuentan sucesos tangenciales a la
    misma. Dentro de este grupo se puede
    encontrar lo que se ha denominado la "escuadra de peregrinos",
    que es un agrupamiento de personajes y viene a representar al
    protagonista colectivo. Son los que proporcionan las historias
    interpoladas y la galería de retratos.

    El protagonista es un hombre de la Contrarreforma a
    quien las aventuras maravillosas y fantásticas le
    sobreviene, pero eso si, sin alterar su impasibidad estoica. Es
    decir, nos encontramos ante una novela amorosa de aventuras que
    habría que caracterizar como novela de peregrinaje, por
    tanto, su héroe, Periandro, es el peregrino de amor, el
    nuevo caballero andante, la antítesis del pastor y el
    reverso de pícaro ( si hubiera de compararlo con los
    demás arquetipos de personajes de la época que nos
    ocupa). Se convierte en un arquetipo de la condición
    humana, en el héroe novelesco de la
    Contrarreforma.

    El peregrino extrae su nombre de la errante
    peregrinación en que consiiste su propia vida, sembrada de
    viajes,
    trabajos y aventuras. El autor al designar con el nombre de
    peregrino a Periendro, no aludía a la condición
    delperegrino medieval, ni a la institución cristiana del
    peregrinaje a tierras lejanas en cumplimmiento de un voto, por un
    simple anhelo  piadoso, en redención de una culpa o
    expiación de un pecado, sinio que hace referencia a aquel
    que vaga errante fuera de su patria. Este concepto tiene el
    sentido de viajar por tierras alejadas del lugar donde comunmente
    se habita, de recorrer países extraños o morar en
    tierras extranjeras. El peregriino es el simbolo del hombre
    cristiano, surgido de la idea bíblica de la
    peregrinación de la vida humana y de la
    peregrinación amorosa de la novela bizantina que el
    humanismo
    erasmista ha transmitido al pensamiento de
    la Contrarreforma. Así, el peregrino es el paradigma del
    hombre del Barroco y el
    ideal del caballero cristiano. Este arquetipo ejemplar
    reún todas las virtudes cristianas y estoicas del
    caballero andante, y todos los ideales platónicos del
    cortesano.

    De todolo que antecede se deduce que la novela
    bizantina, que e convierte en el siglo XVI en el modelo
    clásico de la novela amorosa de aventuras, es
    esewncialmente la novela de la peregrinación amorosa, y
    sus héroes serían los peregrinos del amor. La
    peregrinación como suma de los trabajos y aventuras que
    experimentan los protagonistas hasta lograr la paz y la aventura,
    constituye el eje común de la acción novelesca, y
    la descripción de costumbres exóticas y
    países remotos la escenografía que enmarca su culto
    de lo sorprendente y lo maravilloso. La idealización del
    sentimiento amoroso, embebido en doctrinas platónicas,
    trae consigo la exaltaciión de la pureza y de la
    pasión del alma. La valoración de las virtudes
    morales desemboca en un culto de la viirtud interior y de la
    fuerza inmanente que reside en la voluntad. La piedad y la
    pureza, condiciones básicas de una recta conducta moral,
    recaban la protección de los dioses y gracias a ella los
    hombres pueden seguir la ruta que les trazó el destino, a
    pesar de las visicitudes que han de padeecer a causa de la
    variable Fortuna,

    De ahí que se les considere a Periandro y a
    Auristela como los modelos
    ideales de conducta, como los paradigmas de
    la virtud ejemplar y la vistoria sobre los peligros
    físicos y espiirituales. El signo central de la
    perfección de su personalidad es la religiosidad
    cristiana.

    TIEMPO.-

    Dentro de la estructura
    temporal del relato, el tiempo se presenta de tal suerte que se
    dan las siguientes características:

    -Inicio del relato in media res. Esto es muy
    común durante la época. Fue muy empleda por
    Heliodoro.

    Se rproduce la interpolación de numerosas
    historias en la trama principal (distorsionando la historia
    principal mediante la fragmentación del relato a partir de
    la inclusión de elementos ajenos a la historia
    principal).

    -Dislocación de la cronología lineal,
    provocada en gran perte por la característica
    anteriormente ctada.

    Se dan numero muchos saltossaltos temporales a modo de
    anagnórisis y analepsis.

    Se producen notables rupturas de la secuencia
    cronológica interna. Por tanto, autores como
    Juaquín Casalduero, Avalle-arce y Alan K. Forcione piensan
    que las referencias al tiempo cronológico es esta obra
    resultan inadecuadas, ya que hacen que la novela sea atemporal y
    ahistórica. D

    Da la sensación de que en lugar de tener cuatro
    libros, el Persiles constara de sólo dos partes, y cada
    una de ellas posyera su propia cronología. Por una parte
    hay cierto numero de rupturas en la secuencia natural
    cronológica que pueden calificarse de auténticos
    anacronismos, pero con una condición practicamente neutral
    dada su escasa capacidad de comprometer el ritmo de la
    acción. Se pueden registrar varios casos en el libro III:
    existen alusiones a hechos o a personas que parecen querer
    remitir a la vez al periodo en el que Cervantes escribe. Carlos
    Romero Muñoz denomina a este hecho como "doble
    cronología", o dicho de otra menra: Cerrvantes ofrece
    elementos que nada impide insertar en el año por el que
    discurre el presente de la historia por él narrada
    8aproximadamente entre 1.558 y 1.559), o bien en el pasado
    inmediato de la historia, qque no por nada comienza in media res
    ( por lo que serían acontecimientos fechados entre 1.557 y
    1.558) , pero que, al mismo tiempo, constituyen muy probables
    alusiones a acontecimientos y a personajes que el narrador tiene
    interés
    en poner de manifiesto, ya que casi siempre consisten en
    discretos homenajes dirigidos a quien le conviene lisonjear, con
    una palabras alusivas perfectamente descifrables para los
    lectores de su propia época.

    Todo el eje cronológico del Persiles está
    constituído por la muerte de Carlos V (21 de septiembre de
    1.558), de que se nos da noticia, como de algo reciente, en el
    último capítulo dell libro II:

    "Cantó con esto guerras del de
    Transilvania, movimientos del Turco, enemigo común del
    género humano; dio nuevas de la gloriosa muerte de Carlos
    V, rey de España y emperador romano, terror de los
    enemigos de la Iglesia y
    asombro de los secuaces de Mahoma".

    Por lo tanto, podemos llegar a la conclusión de
    que el viaje de los protagonistas se inicia a mediados de 1.557,
    y que probablemente acabara en 1.559 con el regreso de los
    recién casdos a su tierra natal, Islandia.-

    C.S.V.

     

     

    Conchi Sarmiento
    Vázquez

     

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