- Morfología
fluvial - Estructuras horizontales y
pliegues - Bloques
fallados - Masas cristalinas y formas
volcanicas - Morfología de
litorales - Morfología
glacial - Morfología
eólica - Bibliografía
El presente trabajo es solamente una breve
recopilación de un conjunto de ejemplos sobre la morfología
de Venezuela. Por
lo tanto, no se pretende agotar en tan pocas páginas todo
lo referente al estudio del relieve de
este país del norte de Sudamérica. El objetivo es
dar a conocer algunos casos concretos siguiendo el esquema
aplicado por Strahler (1981). Los modelos
tomados por dicho autor son extraídos en su mayor parte de
la morfología norteamericana; sin embargo, son comunes a
una gran cantidad de hechos naturales propios del medio
intertropical. Los estudios sobre el relieve venezolano son
realmente escasos. Los de mayor acceso al público son tan
sólo breves capítulos que forman parte de los
textos de geografía de la educación
básica, los cuales quedan cortos ante la gran variedad de
hechos geomorfológicos, muchos de ellos desconocidos por
las grandes mayorías. El autor del presente escrito espera
entonces contribuir con la difusión de estos
conocimientos, lo cual pudiera ser útil tanto para los
investigadores interesados en el tema, así como para los
estudiantes que se inician en el estudio de las ciencias de
la
Tierra.
El río Orinoco es el más extenso del
país; a lo largo de su curso, desde sus nacientes hasta su
desembocadura, ha determinado la formación de diversos
paisajes. En sus cabeceras, al igual que en sus ríos
tributarios, el Orinoco presenta valles encajonados, cuyos
cuerpos de agua circulan
por valles en forma de V. Las fracturas del basamento producen
saltos o cataratas. No muy lejos del cerro Delgado Chalbaud, los
ríos han desarrollado un pequeño lecho de
inundación, lo que les permite divagar en trenes de
meandros, bordeados ocasionalmente por lagunas en media luna. Los
valles más amplios poseen una terraza bien drenada; es
decir, que escapa al efecto de las inundaciones, lo cual ha
permitido la construcción de pistas de aterrizaje por
parte de mineros furtivos. Los rellenos aluvionales de un buen
número de dichos valles, son ricos en oro, por lo que es
común observar actividades mineras ilegales. Dicho mineral
suele encontrarse en capas profundas, entremezclado con capas de
arena, grava y cantos rodados. Esta capa de sedimentos gruesos
está recubierta por suelos arcillosos
que sustentan a una vegetación boscosa exuberante
(Santiago, 1993).
En las inmediaciones de Platanal y Mavaca, el Orinoco
circula sobre amplias planicies constituidas por aluviones en
cuyas capas superficiales predominan las texturas finas. En
general, el río está controlado por las estructuras
(fallas y diaclasas) del basamento, por lo cual exhibe tramos
rectos y angulares, y en su lecho son característicos los afloramientos rocosos.
Cuando el río atraviesa rellenos de materiales no
consolidados tiende a formar meandros, aunque no tan
pronunciados. El paisaje en el cauce del Orinoco es distinto
entre las épocas seca y húmeda: en el estiaje
quedan al descubierto afloramientos de rocas de distinta
índole (gneises, granitos, etc.); a su vez, se generan
extensas barras de arena a lo largo de los sectores de flujo
lento. Todos estos rasgos quedan sumergidos durante el
período de aguas altas, cuando el líquido se torna
de un color
marrón claro debido a la enorme carga de sedimentos en
suspensión que viajan pendiente abajo.
Las planicies que bordean al Orinoco son de carácter
inundable. En el estado
Amazonas las planicies tanto de este río como de muchos
otros, presentan un microrrelieve irregular a causa de la
sufusión; es decir, gracias a la pérdida de
suelo por el
transporte
subterráneo de partículas. Por eso se han originado
redes intrincadas
de hoyos y canales (Santiago, 1995).
Cerca del campamento de las Nuevas Tribus en Tamatama,
el Orinoco se bifurca y drena parte de sus aguas hacia el brazo
Casiquiare. Este fenómeno se debe seguramente al retroceso
de las cabeceras de dicho brazo, el cual tiene la tendencia de
capturar completamente las aguas de las cabeceras del
Orinoco.
En los alrededores de Ciudad Bolívar, el Orinoco
está bordeado por las altiplanicies de la formación
Mesa, constituida por sedimentos del Plio-Pleistoceno. El origen
de estas elevaciones se debe a un levantamiento reciente en los
alrededores del norte del escudo Guayanés; en
consecuencia, la socavación vertical de los cuerpos de
agua ha creado relieves de mesas bordeadas por escarpes de
moderadas a fuertes pendientes, vertientes afectadas
considerablemente por la erosión en
cárcavas. Los ríos que dividen las mesas, en muchos
casos, por haber desarrollado amplios lechos de
inundación, siguen una trayectoria meandrada.
Topográficamente, en Ciudad Bolívar las
mesas presentan dos niveles, lo que sugiere que el levantamiento
de la región ha sido objeto de alguna pausa. En el medio
físico de esta ciudad también hay rellenos del
Holoceno, justo a orillas del Orinoco. El casco antiguo de dicha
población se ha erigido sobre una
elevación conformada por rocas metamórficas del
complejo de Imataca (Precámbrico). Estas lomas estuvieron
seguramente sepultadas por los sedimentos de Mesa durante el
Pleistoceno.
La desembocadura del río Orinoco se caracteriza
por la presencia de un delta de grandes dimensiones, de forma
más o menos arqueada; éste posee un patrón
de drenaje anastomosado, con numerosos ramales interconectados.
Las islas de este paisaje poseen áreas inundables donde se
han acumulado extensas capas de turberas, o restos de materia
orgánica que se acumula en las zonas pantanosas. En los
flancos de los brazos se han formado muros de contención
naturales o bancos, de
textura arenosa y de mejor drenaje, que es donde se ubican los
poblados o caseríos. En las proximidades del océano
se han producido pantanos costeros o marismas. Durante la pleamar
la inundación es más severa que durante la bajamar,
sobretodo si se trata de la época de lluvias. En los
caños, la dirección de la corriente se invierte y
fluye aguas arriba durante la pleamar. Los depósitos
costeros del delta se orientan hacia el noroeste siguiendo la
misma dirección de la corriente del Atlántico. A
largo plazo quizás sea posible que la zona continental se
conecte con Trinidad mediante el continuo aporte sedimentario del
Orinoco. En los brazos del delta predomina la vegetación
de manglar; este tipo de vegetación hace que los
sedimentos se estabilicen y que la parte continental le gane cada
vez más territorio al océano. El manglar es un
ambiente
especial, criadero de infinidad de especies de animales
(aves, mamíferos, peces, etc.) y
es además una fuente potencial de madera
(Cárdenas,1965).
Cabe destacar otros ejemplos interesantes de la
morfología fluvial de Venezuela. Tal es el caso de las
potentes terrazas formadas en los ríos del sistema de Los
Andes, como en los ríos Motatán y Chama del
estado
Mérida, donde la acción fluvial ha construido hasta
tres niveles de terrazas (Fig. 1). Esto se debe, probablemente, a
los cambios climáticos ocurridos durante el Cuaternario,
cuando en los períodos glaciales el clima era muy
frío, seco y la vegetación era escasa; por lo cual
grandes extensiones de suelo quedaban al descubierto, sin defensa
alguna ante el ataque de las lluvias torrenciales. El arrastre y
sedimentación excesivos se encargó de colmatar,
entonces, el fondo de los valles, a manera de numerosos abanicos
coalescentes. Luego, al cambiar las condiciones climáticas
o al hacerse el clima más húmedo y cálido,
el relleno sedimentario fue cortado verticalmente,
creándose una terraza (Schubert, 1976); es decir, un
relieve de tope plano bordeado por un escarpe ascendente y por
otro descendente. Posteriormente, la alternancia de
períodos secos y cálidos hizo que aparecieran otros
niveles de terrazas a modo de escalones. Dichos relieves son el
asiento de la mayor parte de las ciudades y pueblos de Los Andes,
así como de la mayoría de las actividades humanas:
agricultura,
vías de comunicación, servicios
turístico-recreacionales, etc.
Cierta cantidad de ríos morfológicamente
jóvenes ubicados tanto en las vertientes montañosas
andino-costeras, así como en el escudo Guayanés,
por la forma de sus valles (perfiles en V y alta capacidad de
almacenamiento de
agua) y de sus altos caudales, han determinado la
construcción de represas útiles para la producción de energía
eléctrica y para la obtención de agua potable;
por ejemplo, los ríos Uribante y Santo Domingo en Los
Andes y el río Caroní en Guayana.
Gran parte de los Llanos Occidentales (estados
Portuguesa, Barinas, Apure) están conformados por
depósitos aluvionales del Holoceno, provenientes de la
destrucción de las vertientes andinas. En ellos es
común la existencia de ríos meandrados, con lagunas
"madre viejas". Los flancos de los ríos presentan bancos
de texturas gruesas. El declive entre éstos y la zona
más alejada recibe el nombre de napa, y está
conformado por texturas intermedias (limos). Las zonas más
depresionales o bajíos, poseen texturas más finas
(arcillas) y permanecen inundadas durante la época de
lluvias. El terreno plano y la abundancia de nutrientes hacen de
esta región un ambiente ideal para la cría de
ganado y para la siembra de cultivos adaptados a los medios
inundables.
ESTRUCTURAS
HORIZONTALES Y PLIEGUES
El ejemplo más concreto de
estructuras horizontales en Venezuela se tiene en los estados
Amazonas y Bolívar, en rocas de la provincia Roraima, del
Precámbrico superior. Las mesas o tepuis están
constituidas por rocas sedimentarias como areniscas, lutitas,
limolitas, conglomerados y, localmente, por capas de rocas
volcánicas. Las áreas de estratos horizontales se
ubican en el centro de los macizos sedimentarios, mientras que en
la periferia los estratos se hacen más inclinados; de
manera que los relieves del núcleo son de topes planos o
ligeramente inclinados, mientras que en los alrededores se
presentan relieves como cuestas, hogbacks y valles monoclinales.
Sobre estas estructuras se observan también ríos
consecuentes, cuerpos de agua que han conservado un mismo cauce a
lo largo de millones de años. El fenómeno puede
observarse en zonas como La Gran Sabana, Guaiquinima, el cerro
Parú, etc. (Fig. 2). En ciertas localidades de Amazonas se
observan relieves desarrollados sobre estructuras anticlinales
presentes en las rocas de Roraima. Se supone que la inestabilidad
tectónica y el plutonismo fueron más fuertes hacia
el oeste de la Provincia Roraima, por lo cual las rocas aparecen
allí más deformadas y los cuerpos sedimentarios son
menos extensos o menos continuos que en el este (TECMIN, 1987).
En los relieves de Roraima ocurren procesos
erosivos pseudo-kársticos, tales como se observa en la
mesa del Sarisariñama, al suroeste del estado
Bolívar. A raíz del proceso de
disolución de la sílice de las areniscas, se han
producido aberturas gigantes, o simas, a causa del colapso del
techo de profundas cavernas (CORAVEN, 1993). Los orificios o
cuevas que se observan en las paredes del cerro Autana, en
Amazonas, son el resultado del mismo proceso. En el techo de las
cuevas de areniscas se pueden formar, aunque escasamente, algunas
estalactitas de cuarzo amorfo.
Las formas de relieve asociadas a pliegues se hacen
patentes en los sistemas
montañosos de la Costa y Los Andes, a causa del
levantamiento de bloques que se han sucedido en esas franjas, a
partir de la dinámica de las placas tectónicas.
Por tal motivo, el ascenso de grandes masas de la corteza durante
el Terciario ha generado la deformación de las rocas
sedimentarias que, luego de ser parcialmente destruidas, dan
lugar a relieves alargados de cuestas y hogbacks. Además
de los movimientos verticales, los ha habido también
oblícuos y horizontales, y como reflejo de esto se tiene
en muchos casos la existencia de numerosos pliegues anticlinales
y sinclinales, en rocas del Cretáceo que forman parte del
sistema de la Costa Oriental, en los estados Anzoátegui,
Monagas y Sucre. Al borde de la cordillera de Mérida
también es notoria la existencia de estos lineamientos,
cuyas rocas buzan hacia los piedemontes de las franjas
montañosas. La abundancia de calizas en la zona de
Monagas, por ejemplo, ha dado lugar a un extenso e intrincado
sistema de galerías, producto de la
disolución del carbonato de calcio (erosión
kárstica), lo que se asocia a lluvias abundantes y a la
acidificación de las aguas por parte de la materia
orgánica presente en la superficie. El ejemplo más
conocido es la cueva del Guácharo, ubicada en Caripe,
estado Monagas, donde la acumulación de carbonato de
calcio en el techo, paredes y suelo de las cuevas, ha dado como
resultado esculturas naturales realmente espectaculares (CORAVEN,
1994).
Venezuela posee bloques fallados a lo largo de todos los
sistemas montañosos, lo cual es obvio en el desarrollo de
los paisajes. La acumulación de fuerzas en el contacto de
inmensas geofracturas, ha traído consigo el levantamiento,
hundimiento, plegamiento y basculamiento de múltiples
bloques, tal es el caso de la zona de fallas de Boconó, la
que se extiende en sentido noreste por la parte central de Los
Andes (Zinck, 1980). Las líneas de falla se han convertido
en valles por donde circulan los ríos principales de dicha
región. Estos valles se han formado en algunos casos sobre
bloques hundidos (grabens) bordeados por bloques levantados
(horsts), como pudiera interpretarse en el corte geológico
que atraviesa la ciudad de Mérida. Las penínsulas
de Paria y de Araya, al noreste del país, sugieren que se
trata de un bloque levantado de aproximadamente 250 km de largo.
Estas estructuras se prolongan hacia el oeste y tienen una
estrecha relación con el graben submarino de la fosa de
Cariaco. La actividad de las fallas se presenta como una
desventaja para los habitantes de estas regiones, puesto que han
sido víctimas de ocasionales pero nefastos terremotos.
En el Escudo Guayanés también se tienen
numerosos casos de bloques fallados, uno de los más obvios
en las imágenes
de sensores remotos
es el del río Padamo (Amazonas), al este del cerro Duida.
En esta zona la red de drenaje es fiel
indicadora de que además de los movimientos verticales,
también los bloques fueron objeto de desplazamientos
horizontales a través de fallas de desgarre (Santiago,
1993). La baja sismicidad en el escudo o la inactividad de las
fallas significan un bajo riesgo para las
comunidades que lo habitan.
Por otra parte, la importancia económica de las
fallas radica en la posible ubicación de menas de minerales. Las
fallas que afectan los cinturones de rocas verdes del escudo
Guayanés se han convertido en planos por donde se han
alojado millares de vetas de cuarzo aurífero. En
profundidad (aunque no tengan relación con las formas
superficiales), bajo la región de Los Llanos y en la
depresión del Lago de Maracaibo, las redes
de fracturas han influido notablemente en la creación de
trampas petrolíferas. Las fallas profundas pueden influir,
además, en la producción de aguas termales, de gran
atractivo turístico en diversas localidades de los
sistemas montañosos andino-costeros.
MASAS CRISTALINAS Y
FORMAS VOLCANICAS
Lo más típico del escudo Guayanés
es la abundancia de masas cristalinas. En la parte norte,
formando parte del complejo de Imataca, se han desarrollado
distintos paisajes sobre cierta variedad de rocas
metamórficas como gneises, granulitas, cuarcitas,
anfibolitas y esquistos. Las rocas más resistentes ante el
intemperismo dan lugar a relieves altos y alargados, como es el
caso de las cuarcitas y las granulitas. En cambio, las
menos resistentes dan lugar a depresiones y valles o, al menos,
colinas de poco desnivel. Los paisajes de esta región
(montañas, lomeríos, peniplanicies y valles) forman
franjas paralelas, alargadas y plegadas, tal como sucede hacia el
oeste de la parte baja del río Caroní (TECMIN,
1992). Las elevaciones de cuarcita son de gran potencial
económico cuando poseen un alto tenor de hierro, como
es el caso de los cerros Bolívar y Altamira en los
alrededores de Ciudad Piar. El clima Tropical Lluvioso de Sabana,
caracterizado por un período seco prolongado, determina la
existencia de una vegetación poco exuberante en la zona
norte del estado Bolívar, en consecuencia, la baja
protección hace que haya amplias superficies de roca
desnuda a manera de atractivos domos de exfoliación y de
abundantes aglomeraciones de rocas redondeadas (tors).
Los plutones graníticos que intrusionan a
diversas rocas ígneas, sedimentarias y
metamórficas, se presentan en el alto Orinoco a manera de
gigantescas estructuras circulares ubicándose por lo
general a mayor altura que las rocas encajantes (Fig. 3). Las
elevaciones de granito de textura rapakivi en la zona de Los
Pijiguaos, han dado lugar a una profunda capa de
meteorización rica en hidróxido de aluminio
(bauxita).
En lo que a volcanes se
refiere, en Venezuela no los hay. Sin embargo hay vestigios de
que los hubo en un pasado remoto. La abundancia de rocas
volcánicas en el escudo Guayanés así lo
confirman, como sucede en las provincias Pastora y Cuchivero;
incluso, dentro de la secuencia sedimentarias de Roraima se han
encontrado estratos de rocas volcánicas extrusivas
(tobas), así como diques y sills de cuerpos intrusivos
propios del vulcanismo acaecido durante el Precámbrico
superior. El rebajamiento de las rocas en el escudo no ha dejado
vestigios más contundentes sobre vulcanismo tales como
esqueletos o sistemas de diques rodeando a un cuello
volcánico.
En la zona de Guaniamo del estado Bolívar, los
científicos han estado en el afán de encontrar
allí alguna chimenea de kimberlita, roca madre de los
diamantes, tal como ocurre en el sur de Africa. Y aunque
las chimeneas no aparecen, sí pueden encontrarse numerosos
diques de rocas que intrusionan los gneises, los que posiblemente
son la fuente de los diamantes, minerales que son
extraídos principalmente de los rellenos aluvionales de
Quebrada Grande y de otros ríos de la zona (TECMIN,
1994).
Otra especie de volcanes, ya no originados por el
ascenso de magma, sino de lodo, tienen lugar a inmediaciones de
El Tigre, estado Anzoátegui. Son pequeñas
elevaciones en forma de cono, de menos de 2 m de altura. Los
materiales ascienden a través de grietas que atraviesan
los estratos de la formación Mesa, y son impulsados hacia
arriba por los flujos de gas ubicados en
las profundidades de los depósitos de hidrocarburos.
Venezuela posee una extensión aproximada de 2.100
km de costas en el mar Caribe y en el océano
Atlántico. En el lago de Maracaibo el país posee
cerca de 400 km de costas. Lo que suma un total de 2.500 km. En
el tramo costero central predominan las costas de
inmersión, caracterizadas por la abundancia de
acantilados, promontorios y ensenadas. Parte de las veces las
bahías se han colmatado de sedimentos y forman playas
donde se ubican los balnearios. Estas costas fueron inundadas por
el mar después de la última
glaciación.
Los sistemas de fallas son determinantes en la
formación de los tipos de costas antes mencionados: las
penínsulas de Paria y Araya, por ejemplo, son el producto
del levantamiento de bloques a causa de la interacción
entre la placa del Caribe y la de Sudamérica; los bordes
costeros de estas penínsulas poseen la misma
orientación de las fracturas que las bordean. Hacia el
este de la Isla de Margarita, el borde costero, de
orientación noroeste, consta a su vez de una fractura con
la misma orientación, interrumpida transversalmente por
una falla de desgarre. En la costa oriental de la isla se han
producido amplias plataformas de abrasión (Fig. 4),
mientras que, en la parte norte, el flujo de sedimentos aportados
por la erosión de los acantilados y por los ríos
que desembocan en ese flanco costero, han dado origen a un
cordón litoral en forma de arco. Nótese que los
vientos Alisios soplan desde el nordeste, lo que hace suponer que
el cordón creció gracias a las derivas desde el
nordeste hacia el suroeste, a lo largo de los últimos 11
mil años.
La evolución de una flecha litoral al norte
del estado Falcón, puso en contacto a una isla con la
parte continental, naciendo entonces la península de
Paraguaná. Otras acumulaciones de esa naturaleza se
tienen en los estados Anzoátegui y Miranda: cordones de
arena y grava que encierran a las lagunas de Unare, Píritu
y Tacarigua, de gran importancia para las actividades pesqueras y
turísticas. En la desembocadura del lago de Maracaibo se
tienen también flechas litorales que crean problemas a la
circulación de los barcos de gran calado.
Dentro de las costas neutras, aquellas que se forman por
la acumulación de materiales, se tiene el arrecife
coralino (tipo atolón) de Los Roques. Este se localiza a
unos 120 km hacia el norte de La Guaira, y es en sí un
archipiélago de gran interés
ecológico y, a su vez, económico, puesto que se
trata de un ambiente rico en vida submarina.
Las glaciaciones del Pleistoceno, finalizada la
última de ellas hace aproximadamente unos 11.000
años, fueron responsables del modelado actual de las
tierras ubicadas por encima de los 3.000 msnm afectadas por la
formación de glaciares o grandes volúmenes de
hielo. Se estima que estos períodos fríos tuvieron
una duración promedio de 100.000 años (Erickson,
1991), tiempo suficiente
como para que las vertientes más elevadas de Venezuela
fuesen atacadas por procesos como: gelifracción,
nivación y abrasión glaciaria. En efecto, en el
Sistema de Los Andes (cordilleras de Mérida y
Perijá) han quedado como evidencias los rasgos
geomorfológicos típicos de tales procesos. En las
sierras de La Culata y Nevada de Mérida, hay abundantes
circos dispuestos en cadenas a modo de rosarios. Estas
pequeñas depresiones están ocupadas por
pequeños lagos bordeados por aristas y agudos picachos. En
ciertos casos, la intersección retrocedente de dos circos
han dado lugar a pasos naturales o ensilladuras. A lo largo y al
final de las artesas o valles glaciares quedaron abandonadas
grandes masas de detritos de formas arqueadas, conocidas como
morrenas; estas nos dan una idea de hasta donde se extendieron
las lenguas glaciarias (Fig. 5). La elevada pedregosidad de la
superficie es un hecho generalizado a lo largo y ancho de estos
paisajes, y eso se refleja en la abundancia de muros de
contención y en las paredes de las viviendas de los
campesinos de Los Andes.
Hoy en día, el único glaciar existente en
Venezuela se ubica al pie del pico Bolívar, cercano a los
5.000 msnm. Esta masa de hielo ha disminuido de tamaño a
lo largo del último siglo, aproximadamente en un 80%
(Zinck, 1980). Es posible que esto tenga relación con la
ocupación antrópica en el valle del Chama, lo cual
haya podido alterar las condiciones climáticas en las
cumbres de la Sierra Nevada. Es de recalcar que la
gelifracción es todavía un proceso altamente
efectivo, a partir del cual se han derivado extensos taludes o
conos de derrubios al pie de los riscos rocosos.
Entre los valles de origen glacial mayormente utilizados
por el hombre de
Los Andes están los de las cabeceras de los ríos
Chama, Motatán y Santo Domingo, en el estado
Mérida. Dichos valles son el asiento de carreteras y de
múltiples caseríos, comunidades que dependen
principalmente de las actividades agrícolas y
turísticas.
El caso más concreto de morfología
eólica en Venezuela se localiza al norte de Coro, estado
Falcón. En esta zona el clima es semiárido, con un
promedio anual de 442 mm de precipitación. La sequedad de
tal región determina la existencia de una capa de
vegetación escasa (xerófita) que aporta una muy
pobre protección a los materiales sueltos que recubren la
superficie. Estas condiciones son favorables a la erosión
eólica, máxime si la velocidad de
los vientos Alisios del nordeste sopla en el lugar con
velocidades promedio entre 16 y 24 km/hora a lo largo del
año. Nótese la diferencia si apenas se necesita una
velocidad de tan solo 3,6 km/hora para levantar granos de arena
de 0,1 mm de diámetro. Por lo tanto los suelos quedan a
merced de la deflación y se hace propicia la
formación de campos de dunas. Una de las fuentes de
materiales es la que aporta el oleaje sobre las playas en el
istmo (tómbolo) de Paraguaná, desde donde se
producen dunas longitudinales orientadas de acuerdo con la misma
dirección de los Alisios (Fig. 6). En el parque nacional
Médanos de Coro, existen además dunas transversales
y barjanes. En este caso, la distribución geográfica de los
distintos tipos de dunas obedece principalmente a los cambios de
velocidad del viento a medida que éste avanza desde el mar
hacia tierra
adentro, tal como se afirma en los tratados de
geomorfología clásica: las altas velocidades
producen cuerpos de arena longitudinales; las velocidades
intermedias generan dunas transversales y, a menores fuerzas,
aparecen los barjanes o dunas en forma de media luna.
En otros lugares del país, como es el caso de los
topes de las mesas en el sur de Monagas, también es
posible encontrar pequeñas áreas de acumulaciones
eólicas. Hacia el este de Apure, las imágenes de
sensores remotos indican la existencia de paleodunas fijadas por
la vegetación (PDVSA, 1992). Se trata de dunas
longitudinales y en horquilla, orientadas también de
acuerdo a la dirección de los Alisios. La forma
longitudinal dependió seguramente de la incidencia de
vientos de altas velocidades y de una alta disponibilidad de
arenas de grano fino (González, 1990); pues las
partículas de menor tamaño son más
fácilmente removidas por las corrientes de aire. La
presencia de tan enorme campo de paleodunas hace suponer que en
el este de Apure había un desierto donde quizás no
llovía durante años. El fenómeno tiene que
ver con los períodos secos y prolongados del Pleistoceno,
a diferencia del clima de la actualidad (Tropical Lluvioso de
Sabana), caracterizado por una precipitación cercana a los
1.500 mm anuales y por la ocurrencia de una prolongada
época de sequía anual, cuando son favorecidas las
condiciones detonantes de la actividad eólica y la
consiguiente formación de barjanes, justo allí
donde las paleodunas quedan sin la suficiente humedad y sin la
vegetación herbácea o arbustiva que las suele
recubrir durante la época de lluvias.
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Por:
Jesús E. Santiago
Especialista en Geomorfología