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La asfixia en "El organito" y "Babilonia"




Enviado por claramengo



    1. Resumen del
      trabajo
    2. El organito
    3. Babilonia
    4. Re- estrenos (1980 y
      1984)
    5. Bibliografía

    RESUMEN DEL
    TRABAJO:

    "La asfixia en El Organito y Babilonia de Armando
    Discépolo" es un trabajo que trata acerca de la
    desesperante situación que vivieron millones de
    inmigrantes cuando llegaron a la Argentina, llenos
    de esperanzas, ansiosos por "hacer la América".

    La lucha por el dinero, los
    espacios reducidos, la incomprensión del lenguaje y el
    cruce de dialectos, son los temas que surgen a partir de estas
    dos obras que con maestría Armando Discépolo supo
    transmitir. Es evidente también la huella de su hermano,
    Enrique Discépolo y su famoso tango
    "Cambalache". Un tango y dos obras grotescas que expresan la
    realidad argentina de un siglo lleno de maldad insólente,
    problemático y frebril."

    1. INTRODUCCIÓN

      1. Estadísticas
    1. El fenómeno inmigratorio

    La población de la República Argentina
    creció, entre 1869 y 1914, más de cinco veces. De
    1.526.737 habitantes que registra el censo nacional de 1869,
    pasó a albergar 7.885.237, tal como lo muestra el censo
    nacional de 1914. Para 1869, 12 % de esos habitantes eran
    extranjeros, para 1914 lo era casi un tercio de la
    población total. La característica más notable de la
    Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX, fue la
    inmigración masiva proveniente, en casi su
    totalidad, de países europeos, destaca Francis
    Korn.

    A la Argentina de comienzos de siglo, afirma el autor,
    sólo le faltaba instrumentar una ley electoral que
    permitiese la existencia de un régimen político
    representativo. Recién en 1912, la Ley Sáenz
    Peña, implantó el voto universal, secreto y
    obligatorio. La Ley Sáenz Peña modificó
    radicalmente el panorama político nacional aumentando la
    participación ciudadana. Las elecciones nacionales de 1916
    dieron el triunfo al candidato del partido opositor, el radical,
    don Hipólito Yrigoyen. Los radicales lograron el apoyo de
    las regiones más prósperas del país,
    mientras que los partidos conservadores ganaron en las provincias
    más tradicionales del interior.

    Esta variada población se componía por una
    población extranjerizante que alcanzó a ser en 1895
    el 25 % del total y en 1915 el 30 %. De ese cuarto de
    población extranjera, en 1895, la mitad eran italianos
    (49%), y la otra mitad se dividió entre españoles
    (20%), franceses (9%) y otras nacionalidades, casi todas las
    imaginables, agrega Korn.

    Luis Ordaz afirma que muchos de los inmigrantes que
    desembarcaron rebosantes de fe y de esperanza partieron hacia el
    interior del país y se convirtieron en agricultores,
    chacareros y algunos, hasta fundaron vigorosas colonias
    agrícolas. Pero muchísimos de los recién
    llegados quedaron afincados en la gran aldea que se
    transformó en urbe, desbordando y alborotando los
    conventillos ciudadanos y dando sentido y color a las
    orillas, especie de zona aún de nadie y que por eso
    debió ganarse primero y defenderse
    después.

    El plan de
    inmigración escapó de las manos oficiales que
    pudieron ser calificantes y reguladoras – señala
    Ordaz – y el gran capital,
    particularmente de origen foráneo, fue el que
    incitó y promovió la campaña. Se
    necesitó mano de obra barata para hacer que el país
    penetre en la etapa industrial de su desarrollo
    liberal. La situación originó fuertes resistencias y
    temores de carácter
    social (huelgas repetidas y violentas, la aplicación de la
    Ley de Residencia, "la semana trágica"…) que advertimos
    en creaciones teatrales de la época – "revistas",
    zarzuelitas criollas, sainetes porteños, comedias y
    dramas.

    1.1.2 Los cambios sociales y el acontecer
    cultural

    El profundo desplazamiento social que se produjo en la
    Argentina en las últimas

    décadas del siglo pasado cambiaron el rumbo de la
    literatura
    nacional y sin duda otro fue su rostro a partir de ese momento,
    declara Jorge Lafforgue. Desaparece la argentina pastoril y
    ganadera y el país se inicia en el proceso de
    desarrollo capitalista. La clase media surge, se afianza y con
    Hipólito Yrigoyen, llega al gobierno.
    Rápidamente Buenos Aires se
    convierte en la cosmópolis enaltecida por Rubén
    Darío, agrega Lafforgue.

    Hasta entonces, la literatura argentina había
    sido acentuadamente "bárbara", una literatura de pelea,
    áspera y nada complaciente (al menos en el Facundo y el
    Martín Fierro). En cambio los
    hombres del 80 fueron notorios gentlemen o intentaron serlo.
    Frente a ciertas – y al parecer, imprevistas –
    consecuencias desencadenadas por el proceso inmigratorio, que
    ellos mismos impulsaban desde el gobierno. Miguel Cané es
    un ejemplo claro de esa actitud
    xenófoba ante el aluvión extranjero y su "oscura
    amenaza". También es perceptible en el novelista Eugenio
    Cambaceres, respaldado por las premisas del cientificismo
    positivista o en las novelas del
    llamado "ciclo de La Bolsa", encabezado por Julián
    Martel.

    Pero si el impacto del proceso inmigratorio se
    dejó sentir en los ámbitos de la poesía,
    el ensayo y la
    narrativa, fue en el impacto teatral donde su influjo
    resultó decisivo y fundacional. Ordaz (op.cit.233) afirma
    que son documentos
    escénicos Don Quijote en
    Buenos Aires (1885), de Eduardo Sojo; La fiesta de don Marcos
    (1890), de Nemesio Trejo; El año 92 (1892), de Ezequiel
    Soria, entre otros, que contienen informaciones precisas del
    clima y el
    acento de la época.

    Aclara Lafforgue que no había habido hasta
    entonces un teatro propio, en
    el sentido de un desarrollo específico y continuado de
    representaciones dramáticas. Sí había habido
    espectáculos populares, cuya culminación se dio en
    los dramas gauchos interpretados por los hermanos Podestá
    y paralelamente, grandes figuras europeas que tocaron en sus
    giras el puerto de Buenos Aires y fueron aplaudidos por un
    público selecto.

    Por su parte, Ordaz (op.cit.234) recuerda que el
    desaliento, el desasosiego, el desconcierto de los estratos
    medios y
    más bajos, hasta llegar a los marginados sociales,
    conmovieron y sobresaltaron la narrativa vigorosa de Roberto Arlt
    (Los siete locos, Los Lanzallamas) y afloraron en la angustia del
    filósofo de nuestro tango, Enrique Santos
    Discépolo
    ( Yira, yira, Cambalache) y desde luego
    subieron a escena a través de los personajes del "grotesco
    criollo", que tuvo en Armando Discépolo a su
    más encumbrado representante.

    1.1.3 El sainete porteño, el grotesco y el
    grotesco criollo

    El "sainete porteño" y el "grotesco criollo" son
    las expresiones dramáticas por excelencia, de la etapa
    inmigratoria. Los patios de conventillo y las callejas del
    arrabal son los andariveles de criaturas con exterioridad
    risible, observa Luis Ordaz (op.cit.234). Los autores demostraron
    predilección por el traslado al escenario de las orillas
    ciudadanas y toda la ciudad, especialmente determinados
    ámbitos populares, asistían a la
    representación diaria del gran sainete
    porteño.

    El inmigrante se adapta o no, pero a la vez, impone un
    nuevo sentimiento a las cosas,

    hasta las nombra y condimenta con vocablos y giros que
    componen una nueva jerga de frontera. Italianos y
    españoles, particularmente, pero también "turcos",
    polacos, "rusos" y judíos, animan una población
    pintoresca por el enfrentamiento, habitualmente apacible y sin
    prejuicios de ninguna índole, de todas las nacionalidades,
    razas y credos. Todo esto se resalta, de manera natural, en el
    "sainete porteño".

    El sainete más común es el simple juego de
    fantoches cómicos o que sólo procuran hacer
    reír; el sainete dramático se preocupa ya por el
    vivir, el "cómo", de los protagonistas sujetos a su
    contorno y, por fin, el "grotesco criollo" que, aún
    sirviéndose de las máscaras típicas e
    identificantes del sainete, ahonda en las individualidades en
    conflicto
    (consigo mismo y con el medio que las contiene y perturba) y al
    lograr que se expresen en profundidad, se alcanzan el acento y la
    dimensión tragicómicas.

    Dice Ordaz (op.cit.240) que las situaciones presentan
    las ambivalencias del que vive y a la vez, se ve vivir desde lo
    más profundo de una intimidad muy castigada y por ello se
    encuentra recogida, acurrucada en sí misma. Luego se
    origina el hecho precipitante y la palpitación
    íntima aflora, llega a la superficie y por la fusión de
    los elementos, se produce lo tragicómico, lo grotesco. Al
    respecto opina Eric Bentley, que el actor exhibe su cuerpo, pero
    no por su belleza, sino por lo que es capaz de hacer. Y lo que el
    cuerpo de una actor es capaz de hacer es más expresivo que
    bello y puede ser expresivo de la manera menos bella posible, la
    de la comedia grotesca.

    Pero resulta indudable, afirma Luis Ordaz (p.241), que
    los primeros testimonios típicos y caracterizantes surgen
    y se afirman en Italia. Roberto
    Bracco y Luis Chiarelli son algunos ejemplos, sin embargo
    habrá que esperar hasta la llegada de Luigi Pirandello,
    para que la especie se convierta en una de las expresiones
    más desazonantes del nuevo teatro universal. El mismo
    Pirandello asegura que "a través de lo propiamente
    cómico volvemos a encontrar el sentimiento de lo
    contrario." La fusión, no la alternancia, es la que logra
    la sensación de lo tragicómico.

    Por un lado, explica Ordaz (p.241), está la
    acentuación casi primaria de rasgos, hasta alcanzarse lo
    caricaturesco. Por el otro, el "temperamento" dramático
    que define a una de las dos líneas mayores del sainete
    porteño. De esta línea mayor parte el "grotesco
    criollo" que de inmediato constituye una nueva especie entre
    nosotros. Ordaz cita a Blas Raúl Gallo, quien asegura que
    "la influencia de los inmigrantes de la baja Italia, abundante y
    concentrada en barrios, se manifestó con tanta agudeza que
    el paso del sainete al grotesco se hizo inevitable".

    1.2 Armando Discépolo

    1. Armando Discépolo nació en Buenos
      Aires el 18 de agosto de 1887, hijo de Luisa Delucchi,
      porteña de progenitores genoveses y de Santo
      Discépolo, músico napolitano. Se crió
      hablando italiano y escuchando las anécdotas de los
      miles de inmigrantes llegados a Buenos Aires a partir de la
      segunda mitad del siglo XIX, material que más tarde
      utilizaría como base para su producción dramática grotesca,
      cuenta María Teresa Sanhueza.

      Dejó la escuela
      en sexto grado y se dedicó a educarse solo. Debido a
      la
      muerte de su padre en 1906 y a la de su madre cuatro
      años más tarde, debió encargarse de la
      manutención de la
      familia, trabajando en distintos oficios menores.
      Discépolo afirmaba que se había convertido en
      escritor cuando su madre descubrió una libreta en la
      cual él había escrito confidencias en forma
      de diálogo y le sugirió:
      "¿Por qué no haces teatro?". Empezó a
      escribir obritas cortas de las que era actor y director. Al
      mismo tiempo,
      formó un grupo
      teatral al que denominó "Compañía
      Teatral de Aficionados", que representaba estas obras en
      barrios porteños y localidades
      suburbanas.

      Quería ser actor, pero rápidamente
      se dio cuenta que no tenía la paciencia para repetir
      incesantemente un papel,
      afirma la misma autora. Prefirió entonces dedicarse
      sólo a la literatura dramática. Mucho tiempo
      después recordaría esos años diciendo:
      "empecé a escribir siendo un hombre
      de muy poca cultura.
      Y aún lo soy, pero para dialogar teatro no hay que
      tener cultura, sino eso que tuve yo y que es lo que vale de
      mis obras."

      En septiembre de 1910 se presentó ante el
      actor Pablo Podestá y le ofreció su primera
      obra. Ese fue el punto de partida no sólo de su
      carrera como dramaturgo sino también de una gran
      amistad
      y sociedad de
      trabajo que duraría hasta la muerte
      del gran actor en 1923.

      Dos meses después de este primer encuentro,
      el 12 de diciembre de 1910 estrenó Entre el hierro
      en el Teatro Buenos Aires. Y en 1934 estrenó su
      última producción original
      Relojero.

      Su gran amigo Roberto Tálice, relata sus
      últimas horas y nos cuenta que poco antes de morir,
      convocó en su casa a un reducido grupo de amigos.
      Mortalmente enfermo, hundido y agotado, leyó con
      sorprendentes bríos el texto
      íntegro de Cremona. Reconstruyó una
      versión animada y quienes escuchaban – aclara
      Tálice – se sintieron transportados a una
      representación. Discépolo sacó
      ánimos para ofrecer a sus amigos una lectura
      imposible de olvidar. "Y en realidad fue un testamento
      vivencial el que nos dejó", cuenta su
      amigo.

      Murió en Buenos Aires, el 8 de enero de
      1971.

    2. Breve biografía

      Armando Discépolo es el antecedente
      más importante del teatro argentino
      contemporáneo. Es conocido y admirado sobre todo por
      aquellas piezas pertenecientes al grotesco criollo, sus
      obras maestras, dice María Teresa Sanhueza
      (op.cit.p.9) Su producción teatral, sin embargo, es
      heterogénea e incluye sainetes, vodeviles, comedias,
      operetas y piezas consideradas de menor calidad
      que desaparecieron frente al peso artístico de los
      grotescos.

      Se podría afirmar que su primera
      producción teatral, se desarrolló dentro de
      los márgenes del llamado teatro naturalista/realista
      en boga a principios
      del siglo XX. Obras como Entre el hierro (1910) y La Fragua
      (1910) son representativos de ese
      período.

      Discépolo escribió, además
      varias obras en colaboración, sobre todo al
      principio de su carrera, entre 1914 y 1917. Después
      siguió colaborando con otros esporádicamente
      hasta 1925, año en el cual escribió El
      organito
      junto a su hermano Enrique Santos
      Discépolo. La importancia de las piezas en
      colaboración es doble: muestran una visión
      "no oficial" de la vida de los inmigrantes y son el
      antecedente de su producción posterior.

      Al mismo tiempo, empezó a acercarse al
      sainete y a la comedia. En 1916, la obra El movimiento continuo comenzó la
      transición hacia un género que ahondaba en los problemas de los inmigrantes denominado
      "grotesco criollo". En 1921 presentó Mustafá
      que profundizaba un poco más en el tema. No
      será, sin embargo, hasta el estreno de Mateo en 1923
      cuando designará por primera vez a una de sus obras
      como "grotesco", inaugurando un tipo de dramaturgia. El
      mismo Discépolo definió las particularidades
      del género como "el arte de
      llegar a lo cómico a través de lo
      dramático", según cuenta Tálice. El
      organito (1925), Stéfano (1928), Cremona (1932) y
      Relojero (1934) completan este conjunto. Si bien es sabido
      que la calificación de grotesco figura en el teatro
      italiano y francés, como ya señalamos
      anteriormente, en Armando Discépolo alcanzó
      otra trayectoria, otros propósitos, otra
      técnica y muy diferentes proyecciones. "Ha impreso
      al género una inconfundible individualidad y le ha
      otorgado entidad y características definitivamente
      personales", así lo testifica Roberto
      Tálice.

      Por otro lado, Ordaz (op.cit.231) declara, que
      Discépolo siente gran atracción por los
      personajes de inmigración y se adentra en sus
      problemas y frecuenta sus ámbitos
      específicos. Utiliza todo ello para simples juegos
      con máscaras burlescas, en algunos casos, pero
      también, y de ahí la importancia, para
      reflejar las angustias, desazones y fracasos que conforman
      el "grotesco criollo".

      Señala Sanhueza (op.cit.10) que fue un
      escritor en búsqueda constante y escribió
      paralelamente en diversos registros,
      modificándolos y adaptándolos a sus
      necesidades. Experimentó con distintos tipos de
      teatro, se acercó al anarco-socialismo
      y escribió piezas que él mismo no
      sabía como denominar como por ejemplo,
      Babilonia a la que calificó de "una hora
      entre criados". Destaca Ordaz (op.cit.231) que se observa
      la preocupación de Discépolo por registrar la
      realidad, el contorno en el que estuvo inmerso y
      vivió y como síntesis amarga, captó el
      absoluto fracaso de los sueños y las esperanzas que
      los protagonistas de sus obras tenían al viajar
      hacia América , Argentina y Buenos Aires.

    3. Breve recorrido
    4. Discépolo y
      Discepolín

    Enrique Santos Discépolo nació en Buenos
    Aires el 27 de marzo de 1901. Era casi catorce años menor
    que su hermano Armando. Como autor teatral sobresalió
    únicamente, por su aporte en El organito. Norberto
    Galasso, sin embargo, puso en duda que los "grotescos" de Armando
    hayan pertenecido por completo a éste y ha expuesto que
    Enrique posiblemente participó activamente, aunque su
    nombre no figure, dice Ordaz (p.242).

    Enrique realizó en el tango lo que Armando
    logró en el "grotesco criollo": captar y condensar, de
    manera entrañable y por ello tragicómica, el
    desasosiego y las angustias de una etapa de nuestra realidad
    político – social, que se caracterizó por el
    fracaso de los empinados sueños del inmigrante (como
    individualidad y como masa) y sus dolorosas consecuencias. Existe
    una comunicación medular que por momentos surge
    en ambos, mientras se expresan con sus lenguajes respectivos.
    Confrontando los grotescos de Armando con los poemas en 2
    por 4 de Enrique, sorprende la unión íntima que
    existe en los dos creadores. Coinciden ambos, felizmente, en
    El organito, obra cuya perdurabilidad no será
    "nunca amenazada por ninguna moda ni
    dejará de suscitar el estremecimiento del espectador de
    cualquier tiempo y latitud", agrega José Barcia (Ordaz,
    p.243).

    Enrique Santos Discépolo falleció en la
    Capital Federal el 23 de diciembre de 1951.

      1. El Organito, como ya señalamos
        anteriormente, es una "pieza grotesca" en dos cuadros
        que Armando escribe con su hermano Discepolín.
        Se estrenó en el Teatro Nacional de Buenos
        Aires, que era conocido como la "catedral" del sainete
        porteño, el 9 de octubre de 1925, por la
        compañía de Pascual
        Carcavallo.

        Es una obra áspera, amarga, en cuyo
        tramado y acento coinciden los dos Discépolo por
        única vez, reitera Ordaz (p.246.) Es el segundo
        "grotesco" importante de nuestro teatro.

        Saverio, la cabeza de una familia estrafalaria y doliente, ha
        llegado con el aluvión inmigratorio y frustrados
        todos sus anhelos, rápidamente ha aprendido a
        utilizar las malas enseñanzas que ha recogido en
        el medio hostil de su contorno. Se encanalla y crece su
        resentimiento a la par que el afán desmedido de
        dinero, obteniéndolo de cualquier
        manera. El padre, figura que debería concentrar
        contención y amor, explota a sus hijos y los lleva a
        la miseria y a los extremos del hambre y la
        humillación. Lo mismo hace con su cuñado
        y con su mujer, quien se conserva sumisa y
        obediente.

        El viejo héroe grotesco, en esta zona,
        ya no significa el deterioro ni suscita
        compasión, sino que es visto como la
        negación de la vida, como bloqueo sustancial,
        como muerte, explica David Viñas. El viejo padre
        grotesco se ha hinchado hasta coincidir con los
        límites del escenario y como ni
        les habla ni les presta dinero- agrega Viñas-
        sus hijos, miserables y asfixiados, se le ofrecen como
        sepultureros.

      2. El Organito

        Babilonia se estrenó el 3 de julio de
        1925 en el Teatro Nacional, bajo la orientación
        artística de Pascual Carcavallo, (como podemos
        ver sobre el mismo escenario y bajo la misma dirección, meses después
        se estrenaría El organito).

        A Armando Discépolo no le
        preocupó demasiado calificar su obra y la
        designó – como ya hemos señalado –
        "una hora entre criados". Discépolo
        advirtió que en su pieza participaban varios
        géneros, por lo tanto no se decidió a
        denominarla de manera concreta, asegura Luis Ordaz
        (op.cit. p.45). Mientras "los de arriba" desarrollan
        una comedia mundana con situaciones que le son
        específicas, (abarca el área de los
        nuevos ricos y el empeño a toda costa de
        elevación en el rango y en los planos
        socioeconómicos), – agrega Ordaz – "los de
        abajo" aportan tipologías sentimentales y
        ruiseñas del sainete local con un amago que
        linda apenas con lo policíaco y se descubren
        trazos, sin definir, del "grotesco criollo".

        Babilonia comienza a las 22,30 horas de una
        noche fría y lluviosa de invierno. En el
        subsuelo de una casa de familia adinerada, se
        sitúan la cocina espaciosa y los sucuchos que
        operan como habitaciones de la servidumbre. A "los de
        abajo" se los nota inquietos por problemas de
        sustentación y representatividad, en los que
        interfieren fuertemente "los de arriba", los patrones,
        cuenta Ordaz (p.45).

        El tema podría resumirse como el
        enfrentamiento entre "amos" y "criados", entre
        dominadores y dominados, donde la luz
        solar se apacigua – destaca Viñas
        (op.cit.p.14)- y ya no hay "frentes" en la
        escenografía, sino "fondos", ya nadie "se
        asoma", sino que "se hunde".

        La trama gira alrededor de un robo que planea
        José, el gallego, con su mujer Lola. El objetivo es desacreditar a uno de los
        sirvientes que llegó hace poco y
        rápidamente se ganó el cariño de
        los patrones. En el momento crucial, una
        discusión se destapa en la cocina y los patrones
        deciden resolver el caso "mañana". Sin embargo,
        en el sótano no vuelve a todo a su lugar y son
        los mismos criados quienes se hunden unos a
        otros.

      3. Babilonia
      4. La Asfixia
    1. El Organito y Babilonia

    Los personajes discepolianos se descubren amenazados y
    acosados. El malestar se instaura en el interior, en climas
    pesados y asfixiantes
    , donde nadie grita: "viva o muera",
    sino que apenas murmura: "perdón o sobrevivo". Todos son
    al mismo tiempo, verdugos y violados, dice Viñas
    (op.cit.p.42)

    En estos espacios de desesperada soledad y
    apretujamiento es donde hemos decidido incursionar. Tanto "la
    corte de los milagros" de El Organito, como el desfile de
    criados en Babilonia, expresan y trasmiten el encierro y
    el amontonamiento en donde la
    comunicación se hace imposible. Los sirvientes del
    sótano vistos desde arriba, aparecen fatigados, humillados
    y deformados. Se sientes abrumados por esta temperatura
    general que los impregna y sofoca. Mientras que la familia de
    Saverio, rodeada de paredes húmedas y roídas,
    aparece como un cuerpo mutilado y marginado. Ya no hay discursos ni
    malentendidos, sino idioma craquelado y
    telegráfico.

    Las razas mezcladas del comienzo de la
    inmigración han desembocado en esta
    "ensalada"

    inarticulada, agresiva y bloqueada, subraya Viñas
    (p.79). "Tener" o "no tener", ser esclavos o dejar de serlo. El
    ambiente
    hostil y despiadado no marca diferencias
    ni premia virtudes. "Ne revolcamo todos en el barro, hervimos
    todos nel agua sucia"
    – dirá Piccione, el chef napolitano, citando tal vez
    el tango de Discepolín.

    Lo que pretendemos transmitir con este trabajo es la
    gran asfixia y desesperación de millones de
    inmigrantes que llegaron llenos de sueños y esperanzas y
    se encontraron con una realidad completamente distinta. El
    espacio – tanto del mundo lumpen como del
    sótano de criados – acumula rencores y envidias. El
    lenguaje es una masa uniforme y sin sentido y el
    dinero, es la gran excusa para destruir al prójimo
    y cambiar de nivel. Subyace la mezcla como sinónimo de
    confusión. La nueva sociedad que se está formando
    reemplaza los antiguos valores de
    esfuerzo, trabajo, solidaridad y
    honestidad, por
    oportunismo y "viveza".

    Sólo la belleza del grotesco podía
    expresar tan fielmente las vidas de aquellos que "ayudaron a
    componer esta patria nuestra maravillosa, llegando desde todos
    los países del mundo", sólo estos personajes que
    "no han querido ser caricatura, sino documento", como dejó
    dicho nuestro maestro Armando Discépolo.

    2. EL
    ORGANITO

    1. Los espacios

    En un sombrío suburbio de la ciudad de Buenos
    Aires, entre sillas de paja, cajones, jaulas,

    baúles y suciedad, Saverio, la cabeza de esta
    familia, arregla los desperfectos de un organillo de pata: "Es
    una mano criminale. Ayer tocaba perfettamente, hoy está
    ronco."(op.cit.p.495) Mientras que a tan sólo unos pasos
    de distancia, Anyulina, su mujer, inútilmente intenta
    hacer hablar a una cotorrita: "E inútil, Saverio, no
    quiere." Saverio, ya desde el principio, expone su dureza:
    "Dejala sin comer", a lo que Anyulina responde: "Inútil.
    De ayer que no come. Ya no puede trabajar, se le ha ido la memoria."
    "Que se muera entonces", sentencia Saverio, al tiempo que
    arrincona el instrumento, cargándolo por la correa y dice:
    "Quiero ver cuánto dura. Hasta l´órgano
    s´ha contagiado."(p.496)

    Resulta sugestivo el comienzo de la obra, pues desde el
    organito ronco hasta la cotorrita muda, anticipan la asfixia y la
    rendición de quienes más adelante, agotados por la
    tiranía de Saverio, preferirán la muerte a la
    propia vida. Sin embargo, el presagio se acentúa
    aún más, cuando Saverio insiste en hacerla hablar y
    ante su indiferencia, empieza a apretarle el cogote. Anyulina
    oculta la cabeza entre los brazos, Nicolás, su hijo,
    observa: "Hace fuerza, no
    quiere morir"(p.505) y Mama Mía, el hermano de Anyulina,
    grita abatido: "¡Brutto! ¡Te ha dado plata diez
    año!". Saverio, insensible y despiadado, contesta: "Ha
    cumplido. Ahora se ha muerto. Rezale, si quiere."

    Si no trabaja, no sirve y sino sirve que muera.
    Así parecerían ser las reglas para
    Saverio.

    A Saverio sólo le interesa recaudar dinero, dice
    ser "un comerciante que agarra la mercadería que tiene
    salida"(p.516) Si hay que cambiar "léspectáculo",
    lo cambia. Y así fue para el pobre Mama Mía, quien
    ya inútil y en desuso, no encuentra espacio en el nuevo
    negocio que Saverio quiere emprender con Felipe, el hombre
    orquesta. Al igual que a la pobre cotorrita, Saverio deja sin
    respiración a Mama Mía, pues le
    dice: "Andate. No venga más." (p.517) "E dónde
    voy?", se pregunta desesperado.

    Nicolás y Humberto, sus hijos, ahogados por las
    amenazas y el maltrato, sumergidos en el hambre y la pobreza,
    quieren huir de la casa. Sin embargo, preocupados por su
    mamá, no comprenden cómo puede soportar al
    viejo:

    Nicolás: Qué aguante tiene.

    Humberto: ¿Quién?

    Nicolás: La vieja.

    Humberto: Ah, Sí, es fuerte pal
    escabio.

    Nicolás: ¡Qué escabio!…Pa soportar
    al viejo, digo. No comprendés nada vo.

    Humberto: Comprendo má de lo vos te cré.
    ¿Y qué podemo hacer?

    Nicolás: Nada. No quiere irse de
    aquí
    .

    Humberto: Está acostumbrada.

    Nicolás: Está muerta.

    Humberto: Eso también lo entiendo. ¿Ve?
    (Subrayado personal.
    p.520)

    Los hijos ven en la pasiva sumisión de la madre,
    la muerte. Es una muerte simbólica, pero ellos no quieren
    tener el mismo destino, entonces prefieren huir de esa reducida y
    sofocante habitación. Por otro lado, Anyulina, desde su
    inmovilidad y creciente inercia, es consciente del infierno en el
    que están viviendo. Cuando Mama Mía le dice: "Te va
    a vender a los hijo por monedita", ella responde: "No. Se
    irán ante. Yo los atiendo mal aprepósito (…) Ya
    comprenden todo; tienen que irse. A este aire hay un
    veneno terrible." (p.526)

    Finalmente los hijos se deciden y es Nicolás
    quien le propone a Humberto: "Payasito, ¿vamo a rajar?" y
    agrega: "Pa no volver, ¿eh? (…) Buenos Aires es grande
    pal que no es ciego." (p.524) Y algunas escenas más
    adelante, también Florinda, la hija consentida, se decide:
    "Mama… yo voy a rajar." Y en su huida intenta llevarse a su
    mamá y promete que le "buscará un rinconcito para
    que viva". (p.528)

    La escena final es dolorosa, angustiante. Los hijos ya
    no soportan seguir viviendo entre esas paredes húmedas,
    sucias y asfixiantes. El aire que impregna la obra es realmente
    tóxico. Por fin se deciden abandonar el hogar, librarse de
    la mugre y la miseria. Dejan atrás a su padre llorando, de
    rodillas, preguntándose "¿E estos son mis
    hijos?".

    Y el interrogante que nos deja la pieza, es saber si
    realmente encontrarán "un rinconcito para vivir". Fue el
    mismo Nicolás quien en medio de este trágico final,
    dijo: "lo único que podría arreglarnos, es que una
    noche, cuando estemo todos apoliyando en esa cueva, se no caiga
    el techo encima y no podamo decir ni ¡ay!."
    (p.532)

    Finaliza la obra con una música alegre que
    Mama Mía, ajeno a todo, toca en el organito.

    Citando a Schopenhauer, tal vez sería "apropiado
    apurarse a bajar el telón, a fin de que no veamos lo que
    ha suceder luego."

    2.2 El dinero

    "Esta hija es una fortuna. No tendrá nunca
    hambre", dice Saverio mientras contempla a Florinda bailar y
    especula su próximo negocio. Al rato, Saverio le comenta a
    Anyulina la sociedad que piensa formar con el "hombre orquesta",
    quien haciendo de "l´idiota", en cuatro cuadras "ha yendado
    un bolsiyo", "vale la penda darle lemosna"(p.498). Piensa
    entonces, sacarse a Mama Mía de encima, Anyulina escucha
    con resignación. Sin embargo, su hermano no soporta el
    desplazo. Algunas escenas más adelante, Saverio encuentra
    a Mama Mía sofocado y le dice: "Se está ahugando."
    (p.509) Mama Mía le pregunta si está decidido y
    Saverio le responde: "Yo soy el patrón del órgano.
    Cuando hicimo la contrata yo tenía mi clientela;
    usté no ha tenido más que estirar la mano e dejarse
    crecer el pelo. ¿Qué busca ahora?" (p.509) Como un
    perro sediento y abandonado, Mama Mía implora algunos
    centavitos, pero Saverio no tiene compasión.

    La comedia trata, en general, del afán de poseer
    bienes
    materiales. De
    allí su interés en
    los glotones que sorben una parte del mundo y los avaros que
    atesoran la otra, dice Bentley. De la voracidad y la rapacidad,
    la naturaleza
    humana se desliza casi insensiblemente a la rapiña,
    concluye el autor. No obstante, en esta pieza los hermanos
    conservan un núcleo de amor y de unión que se
    aísla del egoísmo y de la rapacidad de su
    padre:

    Nicolás: Tomá. (Le da otro
    peso.)

    Humberto: ¿No lo precisá vo?

    Nicolás: No.

    Humberto: Gracia. (Tierno) Desgraciadito.

    Nicolás: (ahogado de amor) Atorrante.

    Humberto: Atorrantito… Si no fuera por vos, ya me
    hubiera ido de esta casa.

    Nicolás: Yo también, payasito. Por vos y
    por Florinda. (p.508)

    No obstante, también este núcleo que en
    algún momento pareció inmutable, termina por
    diluirse. El dinero ahoga el amor, el
    esfuerzo por sobrevivir destruye la unión. Es
    Nicolás quien enojado le dice a Florinda: "Vos
    tirás en yunta con el viejo, "la plata antes que todo".
    Lindo porvenir te espera. Arreglátela. ¡A mí
    no me hablés más!" (p.524) Florinda abrumada, les
    responde: "¡No hagan eso! ¡Háblenme… que me
    voy a morir!"

    Mientras el dolor sofoca a Florinda, Felipe, el que en
    un principio sólo estaba interesado en trabajar para
    conquistar su corazón,
    cae rendido de cansancio y el sueño supera su deseo:
    "Quiero verte…Despertame… (ronquidos)" (p.527)

    Felipe, el único que no codicia el dinero,
    también termina siendo sometido y explotado por Saverio.
    Tenía razón al decir que cantaba y reía y se
    cansaba para no pensar de noche. Tal vez en Felipe, el
    melancólico Discepolín iría perfilando las
    últimas estrofas de uno de sus tangos fundamentales: " No
    pienses más/ sentate a un lao./ Que a nadie importa / si
    naciste honrao./ Si es lo mismo el que labura noche y día,
    como un buey,/ que el que vive de las minas,/ que el que mata,
    que el que cura,/ o está fuera de la ley."

    1. El lenguaje

    En esta obra, donde el grotesco englute todo, hasta la
    escenografía, ya no quedan

    discursos ni monólogos. No hay diálogo, la
    comunicación entre los integrantes de la familia ha sido
    anulada. Rige la violencia, la
    agresión, el choque permanente.

    Saverio es hiriente en todo momento:

    Saverio: "Yo sí lo tengo a usté sobre el
    lomo como una joroba (por Humberto) Do joroba…"
    (p.501)

    Nicolás: "Los hijos son como la rama: viven del
    tronco".

    Saverio: "Hasta que venga una poda de hacha e me quede
    co lo muñone…solo, como siempre, contra todos…
    a pattada, a mordiscone…¡a correazo limpio!…
    (p.504)

    Felipe: No. Es feo estar solo.

    Saverio: Sí…. estar solo é feo, pero
    acompañado…¡Madonna! La familia es un clavo de
    remache
    . Cuando tiene hambre, muerde; cuando ha comido
    duerme. (…) Tengo cinco sanguijuela a la garganta que me
    chúpano l´ alma, Felipe. (Subrayado personal.
    P.512)

    Saverio: Cuervito…Chimaguito… a su
    papá… (p.501)

    Saverio usa las comparaciones como espinas, como
    molestias que hacen su vida más pesada. Compara a sus
    hijos con muñones, jorobas, clavos de remaches,
    sanguijuelas y chimanguitos. Está continuamente
    agrediéndolos. En uno de los tantos diálogos
    violentos y dolorosos, Nicolás le responde:

    " Yo no le pedí que me trajera al mundo (…) Yo
    he venido a este velorio sin conocer al muerto, me lo
    presentaron después. Que si usté me dice: "Che,
    Nicolás, nacé, haciendo el jorobado, el
    rengo, o el ciego, vas a pedir limosna toda tu
    vida, che, Nicolás, mirá qué linda es la
    luz, nacé: rotoso, mugriento, despreciao,
    vas a tener que dar lástima para comer (…)
    ¿usté se cré que yo nazco?" (Subrayado
    personal P..504)

    La humillación que Nicolás expresa supera
    el musgo de las paredes o el colchón sin lana, la miseria
    se extiende hacia la deformación corporal, pues se
    describe como jorobado, rengo o mugriento. El lunfardo no
    sólo es el lenguaje
    secreto y el idioma de los rincones – explica Viñas
    (op.cit.p.54) -, como nunca es el componente que más
    desestructura y separa. Lo único que nos dice el lunfardo
    discepoliano es "no".

    Ya no hay dignidad, no hay amor, no hay unión
    familiar y no hay comunicación. Los personajes no se
    entienden, se desencuentran, se agreden, se separan. En la
    dramática escena final, Nicolás le dice a su padre:
    "¡me dan ganas de romperle el alma!" (p.533) Saverio,
    furioso, le responde: "¡Te ahorco!" y luego agrega:
    "¡Usté no tiene entraña!… (Llora por
    primera vez) ¡No comprende mi dolor!…¡Es una
    fiera!…¡Te maldigo!" (p.533)

    "Te ahorco", la asfixia impregna el lenguaje mismo.
    Saverio quiere ahogar hasta las palabras de sus hijos. "No
    comprende mi dolor", dice llorando por primera vez. Y en el
    cierre, desalentado, los llama:
    "¡Florinda!…¡Nicola!…¡Payasito!…!" Pero
    ya es muy tarde, no queda espacio para el arrepentimiento. La
    miseria y la mugre acabaron con los restos de cariño y de
    amor paternal.

    2.4 El engaño

    La calle – lugar evocado – es el espacio del
    engaño, donde los hijos simulan enfermedades, jorobas y
    mutilaciones; mientras que el reencuentro en la casa, se presenta
    como la zona del desengaño. Le dice Saverio a Mama
    mía: "Mamá Mía, aquí no estamo a la
    caye, no yora, no comercia." (p.515)

    Si bien la ceguera ha alcanzado a todos los integrantes,
    en Saverio parecería manifestarse con más fuerza: "
    Lo pobre somo todo hermano o hijo, porque tenemo que vivir unido
    para defenderno." (p.511) Le habla a Felipe de la "familia
    unida", sin embargo ha sido él mismo quien ha desplazado
    cruelmente a su cuñado – " me págase quince
    año de compañía co na pattada" (Mama
    Mía, p.509) – y ha explotado a sus hijos por el camino de
    la farsa: " ¿Y qué quiere de mí? ¿No
    le he hecho tres años el epilético y dos el
    jorobado sin ver un cobre?"
    (Nicolás, p.501). La mentira es el único camino
    para ganar dinero, Saverio es quien conduce la batuta en esta
    "corte de milagros" y es en la casa, en donde los trabajadores
    enajenados se rebelan.

    Por otro lado, la soluciones
    para enfrentar la angustia también resultan falsas.
    Mientras que Felipe ríe y baila y se cansa para no pensar
    de noche, Mama Mía sueña con tirarle el organito
    por la cabeza a Saverio, cree que con matarlo se acabarán
    los problemas y él será más feliz en la
    cárcel. La inercia del cuerpo o el aniquilamiento corporal
    son la clave para huir del encierro. Pobres víctimas del
    engaño, no pueden liberarse porque ellos mismos no son
    conscientes de su realidad. Cuando cae la máscara, no
    soportan la verdad y ya no encuentran espacios donde
    respirar.

    El arte de la comedia es un arte desengañador
    – explica Bentley (op.cit.p.286) – nos ayuda a
    emanciparnos de errores, desenmascara. Es una arte de desenredo o
    de "desatadura". El desenredo sobreviene al final. En El
    Organito
    la maraña de nudos se disuelve cuando los
    hijos por fin, exteriorizan su dolor y sus miserias al padre:

    Saverio: Pero…¡hijos! ¡Ustedes no me
    quieren entender!…Yo no entro en la cuestión; se trata
    de ustedes. Ustedes tienen que ser mejores que yo.

    Nicolás: ¿Qué pretende que
    seamos?

    Humberto: ¿Comisarios?

    Nicolás: ¿Farmacéuticos?

    Humberto: ¿Dotores?(…)

    Nicolás: Pero, ¿recién se da
    cuenta
    que ha echao al mundo a tres desgraciados y ha hecho
    de aqueya pobre mujer una mártir? Mire… ésta
    es su familia
    , ¿no le dan ganas de yorar?
    ¿Recién comprende que ni Florinda, ni
    éste, ni yo podemo librarno de la mugre y que estamos
    condenaos
    a ser los hijos de un pordiosero? ¿Que somos
    sus pichones y que tenemo que morir con estas plumas?
    (Subrayado personal. Pág. 533)

    Los hijos están sacándole la
    máscara a su papá. Con aguda tristeza y
    resignación dicen: "Mire, ésta es su familia."
    Dejan a un costado las caretas de epilépticos, las patas
    de palo y las falsas enfermedades. Huyen de quien los
    condenó a mendigar.

    En la base de toda la inmensa desesperación, se
    halla la esperanza. El humor que la convierte en tragicomedia,
    sólo hace más profundo el horror y vuelca lo
    sublime hacia lo grotesco, destaca Bentley (op.cit.p.322). La
    verdadera esperanza solo puede hallarse a través de la
    verdadera desesperación.

    Sin embargo, si bien la huida se presta como la
    última esperanza, no será ésta quien los
    salve de su asfixia interior. Pues los personajes de El
    Organito
    son eternos prisioneros. Los han encerrado y han
    mutilado sus proyectos,
    aquí en el país de las oportunidades, aquí
    donde soñaban con hacer l´América.

    3.
    BABILONIA

    1. Los espacios

    "Es que entro al comedor e estoy pirdido", confiesa uno
    de los mucamos. "Non estoy a justo…Non es mi oficio…", agrega
    el gallego Alcibíades. Desolado, dice que no sirve, que se
    olvida de los mandados y que se "traba" ante los ojos de la
    patrona. Isabel, la madrileña, opina que "es
    estúpido esto de esperar a que ellos terminen para cenar
    nosotros" y Eustaquio, el criollo, observa con ojo
    crítico: "¡Hay que ver cómo vive esta gente
    aquí abajo!"(p.130). En tanto que Secundido, el portero,
    se lamenta del hambre y del frío que pasa en el portal y
    piensa en los de arriba, al calor de la
    gran chimenea. Agrega exaltado: "allí los quisiera, en la
    puerta, viendo pasar la pulmonía, allí."
    (p.139)

    En esta magnífica obra, Discépolo resume
    el enfrentamiento de dos niveles sociales antagónicos, los
    de arriba y los de abajo. Amos y criados ocupan espacios
    perfectamente delimitados: el comedor luminoso, lleno de mujeres
    bonitas y muebles lujosos, frente al sótano de criados,
    donde conviven gallegos, napolitanos, alemanes, criollos y
    franceses.

    Por otro lado, sería interesante destacar que los
    recorridos son en su mayoría de abajo hacia arriba. Pocas
    son las veces en las cuales los amos bajan al sótano y
    cuando esto ocurre, la pequeña "babilonia" se conmociona:
    "¡Araca, la niña!… Baja la niña.!", grita
    Eustaquio. Y como si de un grito de guerra se
    tratase, en cuestión de segundos, los criados se
    "alistan": Isabel saca cosas de sobre la mesa, China la
    ayuda, Piccione aparece con la gorra en mano y agrega el autor: "
    se les ha apagado el brillo a todos, son ahora lacayos"(p.144)
    Algunas escenas más adelante, lo mismo ocurre cuando baja
    la señora, dice Piccione: "¡Atenti!…Todo el mundo
    a su puesto." (p.151)

    La distancia entre el sótano y el comedor es
    inmensa, los de abajo viven en tanto que los de arriba existen.
    Cuando Emma, la niña, le pregunta a Cacerola, el pinche
    napolitano, cómo está, contesta: "arregolar". La
    respuesta perturba al resto de los sirvientes y es Piccione quien
    le explica que eso no se dice, "¿e per qué?",
    pregunta el niño, "¡porque se te échano vas a
    estar peor, brutto!" (p.146). La opción es soportar y
    aceptar las migajas que caen de arriba, "el chorro de luz", en
    palabras de Isabel. En una escena, la orquesta ejecuta un aire
    español e
    Isabel se traslada a sus tierras y empieza a bailar encantada por
    la música de "aquellas plazas". Los espacios se desdibujan
    y ella se entrega al baile y olvida su entorno, hasta que
    Piccione explota la burbuja y dice: " e sí… quien
    má quien meno… todo estamo a la parriya."

    En los personajes de Babilonia se profundiza el
    sentimiento de nostalgia por la tierra
    natal que lejos de unir a los inmigrantes, los subjetiviza, los
    aísla, los torna vulnerables, ya que cada uno está
    solo frente a sus recuerdos, explica Osvaldo Pellettieri. En el
    sótano los criados, compiten por el amor de los criados,
    la desconfianza los destruye y ya no se trata de poder vivir,
    sino de sobrevivir. Eustaquio le comenta a Otto que José
    "está en enemigo", lo sigue, lo cuida, "parece que oliera
    algo." (p.130) Unas escenas más adelante, es José
    quien le dice a su mujer: "No me quieres, me soportas. Tu
    también me tienes asco." (p.133) Estas diferencias y
    desencuentros trasmiten el egoísmo, el amontonamiento y la
    gran polémica entre el individuo y la sociedad que iguala,
    a inmigrantes y argentinos, tolerando una convivencia social que
    se torna imposible, agrega Pellettieri.

    Discépolo pone en Piccione la definición
    de su visión de la Argentina de 1925:

    Piccione: (…) Vivimo en una ensalada
    frantásteca
    . ¡Colchonero!…Eh, no hay que
    hacerle, estamo a la tierra de la carbonada: salado,
    picante, agrio, dulce, amargo, veleno, explosivo…todo e
    bueno
    : ¡a la cacerola! ¡te lo sancóchano
    todo e te lo sírveno! "Como, como o revienta". Ladrone,
    vittimas, artistas, comerciantes, ignorante, profesores,
    serpientes, pajaritos…son uguale: ¡a la olla!…Te
    lo báteno un poco e te lo brídano. "Trágalo,
    trágalo e reviente!" ¡Jesú qué
    Babilonia
    !…"Señores habitante, que cada cual
    se agarra co la uñas que tiene, la cuestión
    es agarrarse…" (Subrayado personal, p.136)

    En este discurso
    reconocemos la versión "culinaria" de Cambalache, el tango
    de Discepolín. Dice el músico: "¡Ignorante,
    sabio, chorro,/ pretensioso o estafador!…/¡Todo es igual!
    ¡Nada es mejor!". En una misma cacerola se confunden los
    sabores, los oficios y no se distinguen los niveles ni los valores
    – "¡lo mismo un burro/que un gran
    profesor!"(Cambalache) – sólo cuenta la capacidad de
    tragar, de sobrevivir, en la que "cada cual se agarra co las
    uñas que tiene".

    El enfrentamiento entre argentinos y gringos, el
    resentimiento del criollo con el inmigrante, los celos, la
    simulación para poder convivir en el
    espacio de cruce – en este caso la cocina – acaba por
    convertirse, dice Pellettieri (op.cit.p.91) , en un ambiente de
    agresividad, ya que unos permanecen al acecho de los otros y
    todos se acechan entre sí.

    En la última escena, cuando todos condenan al
    ladrón y llaman a la "señora", es Alcibíades
    quien grita: "¡Aire! ¡Aire!…" No queda espacio para
    la solidaridad humana. Desde el sótano se proyecta "la
    maldad insolente" de aquellos años, se trasluce el "siglo
    veinte cambalache, problemático y febril".

    1. El Dinero

    "No, José, no. Eso es robar", le dice Lola a su
    marido, rechazándole una movida que ella

    considera indigna. José le responde: "No es
    robar: es defenderse." (p.134) Este personaje a fin de mejorar su
    situación entre los sirvientes de la casa, no duda en
    destruir al prójimo. Sus funciones son
    quejarse, mentir, disimular, ser enemigo "del otro",
    señala Pellettieri (op.cit.p.89). Desea conservar su
    empleo sin
    reparar en los medios a utilizar. En suma, es la lucha por la
    vida.

    Cacerola, el pequeño napolitano, aparece como un
    pichón esperanzado y convencido del próspero
    porvenir: "so chiquito ma so forte. Solo me so venuto de la
    Italia, e solo me ne torno cuando sea
    rico." Así le dice a Eustaquio y luego le muestra una
    moneda "leyítima". Eustaquio en un juego de manos la hace
    desaparecer, Cacerola sorprendido, grita: "¡La
    líbera!". Eustaquio nuevamente, hace que la moneda
    aparezca y le dice: "Vos te vas rico… pero no las
    mostrés nunca, petiso; vas a caer con muchos que no las
    devuelven." (p.151)

    El consejo que le da Eustaquio a Cacerola es una de las
    reglas básicas para sobrevivir: cuidar el dinero y
    desconfiar del resto. Tanto en los dueños de la casa, como
    en los sirvientes, se reitera la alienación por el dinero.
    Isabel y Piccione comentan el matrimonio de
    Emma: "aquí lo que llueve es dinero y mientras llueva
    él se hará el ciego y ella seguirá usando
    telescopio. Da asco." (p.141). Algunas escenas más
    adelante, Víctor, el hijo de los patrones, sin complejos
    le pide trescientos pesos a José y agradecido le dice: "
    sos un tigre gayego." (p.155)

    Casi llegando al final de la obra, cuando se descubre el
    robo y los patrones bajan al sótano para encontrar al
    culpable, Piccione se defiende: "¡Mi vida e limpia, no
    tengo nada que esconder; no te temo!" Una vez que el señor
    y la señora se retiran, el chef dice: " Ya no se puede
    vivir ne con lo de arriba ne con lo de abajo. Está todo
    pútrido,(…) Ne revolcamo todo en el barro. Hervimos
    todos nel agua sucia." (p.164)

    El conflicto alrededor de la joya robada, es sólo
    un pretexto para mostrar la mezquindad, la culpa, el
    egoísmo y la falta de solidaridad humana. Nos hay
    límites ni espacios para distinguir a "chorros,
    maquiavelos y estafaos". En las palabras del chef, nuevamente
    reconocemos la letra de Discepolín: " vivimos revolcaos en
    un merengue/ y en el mismo lodo/ todos manoseaos…"

    De revulsivos y escépticos se los han acusado a
    los hermanos Discépolo, sin embargo aún sigue
    vigente entre nosotros decir "el que no llora no mama y el que no
    afana es un gil". Algo de cierto había en sus desdichadas
    letras.

    3.3 El lenguaje

    Babilonia implica el momento más intenso
    del uso del cocoliche escénico. La mezcla de

    registros lingüísticos e ideológicos
    es tal, que todo confluye sin jerarquías, advierte
    Pellettieri. Es evidente que lleva esto a mostrar la
    imposibilidad de comunicarse de los personajes. Este
    carácter es usado, tanto en Babilonia como en otros
    textos, como índice de que la heterogeneidad de los
    discursos de los personajes había convertido el espacio
    social en una verdadera Babel, concluye el autor.

    Los sirvientes son una buena muestra de las diferentes
    etnias que compusieron el flujo inmigratorio: cuatro gallegos,
    una madrileña, dos napolitanos, una francesa y un
    alemán. Hay también dos argentinos, una cordobesa y
    un porteño. Cada uno tiene un acento
    característico, que en la obra está representado
    por la grafía, observa Béatrice Salazar . Los dos
    napolitanos, Piccione y Cacerola, hablan cocoliche. Mucho se ha
    escrito sobre el cocoliche. El cocoliche es – o tal vez
    habría que decir "fue"- destaca la autora, una realidad
    lingüística. Fue también una realidad teatral
    (¿qué hubiera sido del sainete sin el cocoliche?) y
    fue también objeto de burla y desprecio por parte de los
    que sabían hablar bien. Los otros sirvientes, Otto, el
    chofer alemán y Carlota, la cocinera francesa se reconocen
    especialmente por las deformaciones fonéticas con que
    hablan castellano. Los
    argentinos, representados sobre todo por Eustaquio, tienen la
    fonética propia del castellano del Río de la Plata
    ("gayego", "crioyo"), emplean el voseo y el lunfardo. Con
    respecto a los españoles – José, Lola,
    Secundido y Alcibíades, de los cuatro, sólo este
    último corresponde al "gallego cerrado", típico del
    sainete, que dice "mugueres" en lugar de "mujeres". Los otros
    tres hablan un castellano implecable.

    En cuanto a los de arriba, el Cavalier Esteban –
    quien pese al título que él se atribuye – no
    es más que un marinero enriquecido gracias al contrabando
    – habla cocoliche, como los sirvientes napolitanos. Emilia,
    su mujer, antigua lavandera, es una criolla que habla como
    Eustaquio, pero que además deforma ciertas palabras, como
    la gente de clase baja ("enriedos" por "enredos", "rejuntivitis"
    por "conjuntivitis".)

    Además de caracterizarlos étnica y
    socialmente – indica Salazar – las deformaciones
    linguísticas atribuidas a los personajes son fuentes de
    comicidad directa, se prestan a creaciones verbales y a juegos de
    palabras y contribuye a la definición de tipos,
    señalándolos como si fuera un disfraz dentro de una
    convención teatral en la cual participan,
    cómplices, el autor, los actores y el
    público.

    El cocoliche, como la nueva sociedad, es un producto nuevo
    que retuerce y transforma la lengua y que
    obedece a una sola necesidad: comunicar como se pueda y con los
    elementos de los que se disponga. Jugando a números de la
    quiniela, Piccione le dice a Secundido: "U síriche."
    Secundido pregunta: "¿Qué es eso?", Piccione
    responde: "Al diesaseis." (p.156) En la misma escena, Carlota
    dice: "Vente centavo al morto que parla" y Secundido le contesta:
    "Habla en cristiano". (p.156-157) Son innumerables las
    situaciones en las cuales los personajes no se comprenden, se
    aíslan y marcan diferencias raciales y culturales.

    Dice Pellettieri (op.cit.p.90) que los personajes de
    Babilonia mantienen un horizonte espacial común, un saber
    común, pero están lejos de compartir una
    valoración común de los hechos. La vida
    común se ha desquiciado y esto iguala a inmigrantes y
    argentinos.

    3.4 El engaño

    "Sos un cocinero, un revuelve guiso,
    ¿qué vas a hacer? Convencete: en esta tierra de
    la

    carbonada no engañás a nadie. Nos hacemos
    los engañaos"(p.148) , le dice Eustaquio al chef
    Piccione.

    Todos los personajes son profundamente inestables, ya
    que viven en la inmoralidad o caen en ella en el desarrollo mismo
    de la intriga. Son adaptados sociales, conscientes de sus
    máscaras y a la hora del desenmascaramiento, todos conocen
    su mutua simulación, manifiesta Pellettieri
    (p.92).

    No obstante, "la historia de esta casa" , la
    historia de los de arriba, es el engaño que más
    parecería cautivar a los criados del sótano. Isabel
    en cierta oportunidad declara: "éstos (por los de arriba)
    no me llegan al zapato." La china le pide que cuente la historia.
    Isabel responde: "que te la cuente el chef " y por fin dice:
    "fueron como nosotros", a lo que Piccione acota: "menos" (p.141).
    Se va "minando" el resentimiento entre los criados del
    sótano, el secreto que conservan se haya latente y es
    Piccione quien lo utiliza en el momento justo: "Yo te conozco,
    cavalier Esteban Cocoza!…¡Ti sif Stéfano el
    barbudo, marinero de Mihanovicho al noventa y cinco,
    contrabandista al puerto!". La mujer,
    desesperada ante la verdad develada, grita: "¡Hacelo cayar!
    ¡Hacelo cayar!" y Piccione nuevamente lanza otro dardo:
    "¡No me cayo, señora lavandera!" (p.163) Emilia, su
    mujer, amenaza con pegarle y Piccione sigue a la defensa: "
    ¡Señores invitados, me pega porque lo he arrancado
    la careta!" Finalmente, la hija baja y les dice: "Se oyó
    todo (…)¡Qué vergüenza! Suban. Que se pierda
    el collar…" (p.164)

    Piccione lo expresa muy claramente: "le he arrancado la
    careta". Este desenmascaramiento es algo insoportable, que "los
    de arriba" no puede tolerar y prefieren dejar que se pierda la
    joya y seguir con el asunto "mañana". Empero, la paz no ha
    sido instalada todavía entre los criado, queda aún
    descubrir al ladrón. José, quien en un principio
    confesó: "¡Ah, quisiera quedarme ciego de una vez!",
    fue descubierto y condenado por sus propios compañeros de
    trabajo.

    El cambalache, el amontonamiento y la confusión
    hacen de esta pequeña Babel, un lugar de engaños,
    enredos y mentiras. Donde no existen los ladrones ni los
    justicieros, "cualquiera es un ladrón, cualquiera es un
    señor." (Cambalache)

    4. RE- ESTRENOS
    (1980 y 1984)

    1. El Organito

    En marzo de 1980, El Organito fue re- estrenada
    con la dirección de Santángelo, en el

    Teatro Municipal General San Martín. Leandro
    Hipólito Ragucci estuvo a cargo del vestuario y de la
    escenografía. El elenco de actores estaba compuesto por:
    Fernando Labat ( Saverio), Niní Gambier (Anyulina),
    Leopoldo Verona (Mama Mía), Mario Alarcón (Felipe),
    Hugo Soto (Nicolás), Antonio Ugo (Humberto) y Adriana
    Filmus (Florinda).

    La recepción de la crítica fue en su
    mayoría favorable. Se elogió el juego de luces,
    sombras y silencios, se destacó el clima de sordidez
    logrado por Santángelo y las convincentes actuaciones del
    elenco en general.

    Pero, son otros los comentarios que en realidad nos han
    interesado. El diario "La Opinión" entrevistó al
    director, quien señaló que "el nudo de la historia
    de nuestro teatro es la búsqueda del hombre argentino o
    siquiera porteño, una búsqueda del que parte del
    Juan Moreira (…)y se profundiza en el grotesco de
    Discépolo, que ahonda en la comprensión del drama
    interior del inmigrante." Siguiendo esta línea, en la
    revista
    "Criterio", la autora afirma que el lenguaje "apunta a reforzar
    una historia de pobreza,
    ignorancia y fracaso (…) trozo de vida que pudo darse
    así en un momento preciso de nuestra historia". Yirair
    Mossian, en el diario "Convicción", asegura que "la figura
    del inmigrante es un grotesco en sí misma: por su avidez
    de dinero, por la ruindad de su trabajo, por su
    marginación definitiva. El grotesco discepoliano bien
    podría ser la caricatura teatral de la fallida propuesta
    liberal".

    Por otro lado, no podríamos dejar de mencionar
    las críticas negativas de este mismo re estreno. Jaime
    Potenze en "La Prensa"
    dejó escrito que ha llegado la hora de "guardar al
    género en naftalina", que la versión de
    Santángelo resulta "insoportable y aburrida" y que en la
    actualidad considera imposible que existan hijos adolescentes
    dispuestos a ser explotados por un padre despótico.
    Resulta hipócrita (¿o ingenuo?) pensar que ya no
    quedan entre nosotros personajes como los de El
    Organito.

    Viajando en subte, a la salida del supermercado o de una
    iglesia,
    abundan los "payasito", los "mama mía" y los "hombre
    orquesta". Ojalá pudiéramos afirmar que la
    incomunicación y la autodestrucción de las familias
    son problemas del pasado, sin vigencia actual.

    4.2 Babilonia

    Babilonia fue re – estrenada en el Teatro
    Municipal San Martín en 1984, con la
    dirección

    de Juan José Bertonasco. Escenografía y
    vestuario a cargo de Leandro Ragucci y música de Luis
    María Serra. Elenco: Pachi Armas
    (Eustaquio), Noemí Morelli (la mucama madrileña),
    Fernando Labat, Juana Hidalgo (Lola, la mucama gallega), Patricia
    Hart, Luis Ziembroski, Juan Carlos Posik, Meme Vigo (chofer
    alemán), Graciela Martinelli, Rodolfo Rodas, Roberto
    Carnaghi (el "chef" Piccione), Cristina Escalante, Hilda
    Suárez ("la señora"), Carlos La Rosa (el
    "señorito") y José María Gutiérrez
    (el "cavalier" Esteban).

    Al igual que El Organito, la mayoría de
    las críticas coinciden en afirmar que la obra "sobrevive y
    resiste cualquier tratamiento." En "La Voz" se marca que
    Discépolo "iluminó la conciencias de varias
    generaciones y dio identidad y
    encarnadura a una sociedad en crisis. Tal
    vez por eso se hace necesario volver a ellas." Yirair Mossian
    señala que "su pesimismo está circunscripto a su
    tiempo, desde ya, pero el alarido de protesta que emerge de la
    garganta de esa cocina señorial nos toca hoy, nos
    tocará siempre."

    Por último "La Nación"
    menciona la asfixia de la que tanto ya hemos hablado: " es una
    versión pesimista, desde luego, pero con considerable
    sustento en la realidad. Lo que ha buscado es mostrar la asfixia
    que produce un mundo materialista, donde los de abajo no tienen
    otra salida que el delito y los de
    arriba buscan escalar posiciones para obtener una falsa
    respetabilidad, indiferentes a los medios."

    Como podemos ver, estas dos piezas maestras son
    consideradas obras remanentes. Los conflictos,
    problemas y miserias humanas que transmiten los personajes son
    tan actuales como reales. El cocoliche del viejo sainete y el
    organito ronco y alegre, siguen siendo parte del paisaje
    melancólico y gris de las calles porteñas.

    5.
    CONCLUSIÓN

    ¿Cuál habrá sido el destino de
    Payasito, Nicolás y Florinda? ¿Habrán
    encontrado un "rinconcito" dónde vivir? ¿Y los
    criados del sótano? ¿Habrán seguido
    acechándose y matándose unos a otros?

    A los personajes de Armando Discépolo los "han
    encerrado". Al trabarles su dimensión política, los han
    privatizado, afirma Viñas (op.cit.p.89). El grotesco
    "animalizado" resulta la forma teatral de la soledad como eje
    principal del inmigrante fracasado, de la conciencia
    infeliz, del hombre que está solo y espera, concluye el
    autor. El grotesco discepoliano, como ha dicho Mossian, bien
    podría ser la caricatura teatral de la fallida propuesta
    liberal. Todos estos millones de inmigrantes que viajaron a
    "hacer la América", se encontraron en un país en
    donde las oportunidades de trabajo no abundaban y en donde cada
    cual intentaba luchar por un espacio y "agarrarse co la
    uña que tenía", citando al chef
    Piccione.

    Discépolo ha utilizado el escenario para
    describir problemas
    sociales y debilidades humanas, tales como el dolor, la
    miseria, el egoísmo, la crueldad, la desconfianza y la
    traición. La lucha por sobrevivir muestra un mundo en
    constante cambio y piezas como las que hemos trabajo, nos dejan
    un documento, un testimonio que ayuda a comprender el pasado de
    nuestra nación. Como ha señalado Griselda Gambaro:
    " Discépolo nos habla de lo que conocemos y de lo que
    somos en nuestra particularidad geográfica,
    histórica y social."

    Estas historias nos sacuden el alma, nos sacuden la
    vida. Nos hacen llorar, pero también nos hacen
    reír. Ya lo había dejado escrito su autor:
    "reír es la más asombrosa conquista del hombre,
    pero si reír es comprender, que se ría sólo
    para aliviar el dolor."

    BIBLIOGRAFÍA

    • Bentley, Eric, La vida del drama,
      Paidós, Buenos Aires, 1964.
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      Buenos Aires, 1965.
    • Discépolo, Armando, Obras escogidas,
      Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1969.
    • García Raggio, Ana María, La
      dinámica de los derechos en el pensamiento
      político moderno, Eudeba, Buenos Aires,
      1998.
    • Korn, Francis, "La Argentina a la vuelta del siglo",
      Teatro, Teatro Municipal General San Martín,
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    • Ordaz, Luis, "Babilonia: los de arriba y los de
      abajo", Teatro, Teatro Municipal General San
      Martín, Buenos Aires, año 5, n° 15.
    • Ordaz, Luis, Historia del Teatro Argentino,
      Instituto Nacional del Teatro, Buenos Aires, 1999.
    • Lafforgue, Jorge, "Inmigración, literatura y
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      Martín, Buenos Aires, año 2, n° 3.
    • Pellettieri, Osvaldo, Historia del teatro
      argentino en Buenos Aires, El Teatro actual (1976-1998),
      Galerna, Buenos Aires, 2001.
    • Pellettieri, Osvaldo, Inmigración italiana
      y teatro argentino, Galerna, Buenos Aires,
      1999.
    • Sanhueza, María Teresa, "Armando
      Discépolo, un obstinado transgresor de géneros",
      Teatro, Teatro Municipal General San Martín,
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    • Talice, Roberto, Armando Discépolo, A.
      Z editora, Buenos Aires, 1986.
    • Viñas, David, Grotesco, inmigración
      y fracaso: Armando Discépolo, Corregidor, Buenos
      Aires, 1997.

     

     

    DATOS DEL AUTOR:

    CLARA MENGOLINI

     

     

     

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