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Hitler: ¿vivo?




Enviado por che_oliver



    1. Justificación

    JUSTIFICACION

    Se ha dicho muchas veces que la tiranía nazi es
    «un pasado que nunca pasará». Hace
    aproximadamente 70 años, Adolf Hitler fue
    nombrado canciller de Alemania.
    Apenas unos pocos supervivientes, y todos ellos ya de una edad
    muy avanzada, pueden acordarse de aquel infausto día. Las
    personas que tan sólo alcanzaron a vivir los días
    finales del régimen de Hitler son
    también muy ancianas. Y, sin embargo, parece que no pasa
    un solo día sin que Hitler aparezca en periódicos,
    películas y libros, en
    la radio o en
    la
    televisión, penetrando permanentemente en nuestra
    conciencia
    colectiva.

    Y éste es un fenómeno que no ocurre
    sólo en Alemania, donde se podría esperar, de
    alguna manera, que Hitler hubiera dejado una sombra muy alargada,
    sino también en otros lugares de Europa, de
    América
    y de otras partes del mundo. De hecho, de cuando en cuando da la
    sensación de que nos sentimos más poseídos
    por la Alemania nazi cuanto más nos alejamos en el
    tiempo de
    ella. Y esto es algo que no ha ocurrido con dictadores como
    Mussolini, Franco, Mao, Pol Pot o Stalin. A pesar de lo
    nauseabundo de sus respectivos regímenes, todos aquellos
    dictadores han dejado una huella muy tenue en nuestra conciencia
    actual. ¿Por qué las cosas son tan diferentes en el
    caso de Hitler?

    Parte de la explicación se fundamenta, sin duda,
    en la propia magnitud del legado de Hitler. Muy pocos de los
    observadores que asistieron a su momento de triunfo en 1933
    -año en que logró hacerse con el poder en todo
    el Estado
    alemán después de que el partido nazi hubiera
    sufrido una severa derrota en las elecciones generales previas-
    fueron capaces de advertir el menor indicio de la escalada de
    calamidades que se avecinaba. La izquierda interpretó su
    figura como la de un hombre de paja
    de las grandes empresas y
    presumió que habría de durar muy poco tiempo y que
    marcaría el comienzo de una crisis
    terminal del capitalismo.
    El Daily Herald, el diario izquierdista de mayor tirada en Gran
    Bretaña, llegó a describirle como un vulgar
    «payaso».

    En los círculos de la derecha conservadora,
    Hitler también fue ampliamente subestimado. En un
    principio, se pensó que él «no estaba a la
    altura de su cargo». Muchos conservadores llegaron a
    suponer que pronto dejaría su lugar a quienes siempre
    habían ostentado el poder en Alemania. Incluso
    después de los incidentes de junio de 1934, el Ministerio
    de Asuntos Exteriores británico temía más al
    Prusianismo (el poder de quienes habían llevado a Alemania
    a la guerra en
    1914) que al propio Hitler. Todos esos errores de
    interpretación -que estaban basados en prejuicios y que
    impidieron que se adoptaran medidas para dar la debida respuesta
    a Hitler en aquellos mismos momentos- suenan hoy como algo
    extraño.

    Si nos preguntamos por qué el nazismo sigue
    alimentando nuestra imaginación mucho más que los
    horrores del estalinismo, lo primero que hay que decir es que
    ninguna otra dictadura
    desencadenó nunca una guerra mundial ni
    un genocidio comparable. La II Guerra Mundial configuró el
    resto del siglo XX y el Holocausto se interpreta hoy como el
    episodio más característico de tan macabro siglo. Y la
    figura de Hitler fue la auténtica inspiración para
    ambas tragedias. Pero su legado histórico -monumental, a
    pesar de la escalada de perversión que supuso- no explica
    totalmente nuestra continua preocupación por el III
    Reich
    .

    De alguna manera, el nazismo alimenta nuestra
    imaginación mucho más que el estalinismo o que
    cualquier otra forma de dictadura. Mussolini, Franco e incluso
    Stalin aparecen ante nosotros como productos,
    más o menos inteligibles, derivados de sus respectivas
    sociedades y
    de sus sistemas de
    Estado. Sin
    embargo, para todos nosotros supone un verdadero acertijo
    explicar cómo una doctrina tan devastadora, tan carente
    del más mínimo humanitarismo, y un régimen
    de una brutalidad tan sobrecogedora pudo llegar al poder en una
    nación
    moderna, económicamente avanzada y culturalmente
    sofisticada como Alemania. Todo ello despierta un incesante
    interés
    y numerosos interrogantes. Porque detrás de todo ello
    subyace una ansiedad perenne: ¿podría ocurrir de
    nuevo?

    Aunque no existe el menor temor a que el estalinismo
    pueda volver a despertar ningún atractivo popular, en
    nuestro mundo podemos encontrar muchos indicadores de
    que algunas de aquellas estúpidas ilusiones que
    desembocaron en los fascismos de Entreguerras no han desaparecido
    en absoluto. Incluso en Gran Bretaña, la
    preocupación implícita que existe actualmente tiene
    menos que ver con una vuelta a fascismos como el de la Italia de
    Mussolini que a esa suerte de revitalización del racismo, del
    antisemitismo y de la agresión imperialista que siempre se
    ha relacionado con la Alemania nazi. En realidad, nunca se
    dará ninguna vuelta a aquella política propia de
    los años 30. Tanto la intolerancia racista como los
    atávicos chovinismos nacionalistas no se han erradicado. Y
    en la Europa del Este son peores incluso que en la Europa
    occidental. Pero existen muy pocas posibilidades, o acaso ninguna
    -incluso ahora, en unos momentos en que una nueva guerra ha
    golpeado el mundo- de que esa especie de impredecible desastre
    apocalíptico, extraído del pasado por elementos
    fanáticos, pueda aparecer de nuevo en el centro de la
    escena política europea. Es más probable que,
    mientras la seguridad se vea
    amenazada y crezcan las tensiones sociales, los propios estados
    occidentales se conviertan en menos tolerantes y liberales, tal
    como podemos apreciar en estos mismos momentos.

    Si es verdad que la preocupación por el nazismo
    que aún se percibe en nuestra sociedad
    desempeña un papel muy
    importante a la hora de que Hitler y su régimen
    permanezcan como telón de fondo de nuestra atención, a nuestras mentes podría
    acudir una especulación sumamente desagradable. Mientras
    todas las dictaduras son regímenes sórdidos,
    brutales e inhumanos (y ninguno más que el de Stalin), el
    nazismo parece, incluso actualmente, estar dotado de un fuerte
    atractivo negativo para muchos individuos. Este atractivo
    representa una estética del poder absoluto en la que la
    grandiosidad de la visión del mal induce, por sí
    misma, a una compulsiva y macabra fascinación. La
    sensación de poder perfectamente orquestado que
    transmitían las SS marchando durante el desfile de El
    triunfo de la voluntad es lícitamente atemorizante, pero
    la imagen de
    aquellos presuntos miembros de una raza superior también
    resulta tremendamente intrigante. Y es que la fascinación
    y la repulsión no son conceptos que estén demasiado
    alejados entre sí.

    La memoria es, sin
    lugar a dudas, otra rama muy importante de la respuesta a nuestro
    acertijo. La II Guerra Mundial y el Holocausto dieron lugar a una
    presencia duradera de incontables víctimas del
    régimen de Hitler y de sus descendientes en muchos
    países del mundo. Ni Mussolini ni Franco ni siquiera
    Stalin dejaron tras de sí un legado internacional de tal
    magnitud a raíz de sus fechorías. Muchos de los que
    sufrieron los rigores de Hitler sienten el deseo de relatar sus
    propias experiencias antes de que sea demasiado tarde.

    La conciencia que actualmente existe en Alemania a
    propósito del nazismo no tiene nada de trivial. Que ha
    resultado imposible desprenderse del fantasma de Hitler es un
    hecho demostrado en estos últimos años por los
    intensos debates públicos que se han dado en los medios
    alemanes sobre la complicidad en la comisión de
    crímenes contra la Humanidad de soldados que no eran, en
    absoluto, miembros de las SS o por la cuestión de las
    compensaciones a los obreros esclavizados, obligados a trabajar
    para la economía de guerra alemana de aquella
    época. Para los jóvenes alemanes de hoy, que
    conviven con una pequeña minoría de neonazis, la II
    Guerra Mundial no tiene nada que ver con esa propaganda
    barata que hizo fortuna a base de eslóganes como arrestos
    y gloria, con los que se intentaba dotar de un cierto glamour a
    la guerra de masas. Los que sí estuvieron involucrados en
    aquellas atrocidades son sus abuelos.

    La Historia de la Alemania nazi
    todavía interesa, y muy seriamente a los alemanes. En
    consecuencia, todos esos debates, tan frecuentes como agrios,
    sobre el pasado nazi que se han venido sucediendo casi sin
    interrupción desde los años 60 han
    desempañado un papel muy importante en la
    configuración de la conciencia moral y
    política de la actualidad. La afirmación de que los
    alemanes no se han enfrentado jamás a su pasado nazi no
    puede ser más falsa. La Alemania democrática de hoy
    se ha beneficiado, mucho más que la mayoría de
    países, de lo que supone aprender de los errores del
    pasado.

    Nada ha desempeñado un papel tan importante en
    relación con el hecho de que Hitler y el nazismo
    permanezcan aún bajo escrutinio público que una
    creciente conciencia sobre el Holocausto. De manera parcialmente
    sorprendente, aquella persecución de judíos en la
    Europa ocupada tardó mucho tiempo en penetrar en la
    conciencia pública. Tras el final de la guerra, la memoria de
    aquella experiencia era, incluso para muchas de las
    víctimas que lograron sobrevivir, demasiado reciente y
    excesivamente dolorosa como para revivirla y explayarse sobre
    ella. El juicio celebrado en Israel contra
    Eichmann y el de Auschwitz en Fránkfort atrajeron de nuevo
    el interés del público por el Holocausto a principios de los
    años 60. Pero este interés había permanecido
    enclaustrado durante mucho tiempo, reducido exclusivamente a los
    círculos académicos y a los supervivientes de la
    tragedia.

    A causa de este interés tan ampliamente extendido
    por la figura de Hitler, los editores siempre están
    dispuestos a publicar libros sobre estos temas, puesto que saben
    que se venden muy bien. Y los periodistas, a su vez,
    también están dispuestos a escribir
    artículos porque saben que las revistas desean
    publicarlos. Además, los productores de televisión
    quieren rodar documentales y películas sobre este mismo
    tema porque saben que existe una importante audiencia para ellos.
    Algunos arcanos, como los aspectos más
    característicos de la parafernalia militar o las
    sórdidas especulaciones (ahora, prácticamente
    inexistentes) sobre la vida sexual de Hitler se airean
    sólo para el consumo
    público. Los nazis son un buen negocio. Póngase una
    esvástica en la portada de una revista o de
    un libro y
    éstos se venderán. Y todo ello no significa sino
    que el III Reich sigue presente en el ánimo de la
    gente. Y, en consecuencia, la espiral continúa. Los medios de
    comunicación de masas explotan ese mismo
    interés, a menudo tan espeluznante, que ellos mismos, y en
    primer lugar, ayudaron a crear.

    ¿Supone esto algún perjuicio? En primer
    lugar, debemos reconocer el inmenso bien que han producido todas
    estas investigaciones.
    Desde 1990, la apertura de los archivos del
    antiguo bloque soviético ha permitido un lanzamiento real
    de las investigaciones sobre el Holocausto en el Este de Europa.
    Nos hemos enriquecido en conocimientos y comprensión del
    fenómeno.

    Pero existe también un lado negativo en esta
    persistente preocupación por Hitler y la Alemania nazi. Y
    esto nada tiene que ver con las formas académicas de
    tratar la Historia y sí con una trivialización del
    nazismo en los medios de
    comunicación. Y toda esa serie incesante de telefilmes
    sobre el III Reich ha contribuido en gran medida a ello.
    Ciertamente, hay algunos documentales muy importantes y de una
    calidad
    excelente. Pero no perderíamos nada si muchas
    películas no se rodaran nunca porque con gran frecuencia
    no contribuyen a profundizar en la comprensión del
    fenómeno. Además, con toda probabilidad,
    sirven para reforzar los estereotipos ya existentes y para
    continuar expandiendo ciertos prejuicios antialemanes.

    Así pues, existen numerosas razones que explican
    por qué el pasado nazi pervive aún entre todos
    nosotros. Pero algún día pasará
    definitivamente a la Historia. Por muy grande que haya sido su
    significación, en algún momento del futuro
    será posible contemplarlo con absoluta imparcialidad, de
    manera muy similar a como hoy en día todos contemplamos la
    Revolución
    Francesa. Sin embargo, ese día está aún
    muy lejano. Es muy probable que, dentro de 10 años, cuando
    se cumpla el 80º aniversario de la toma del poder por
    Hitler, estemos preguntándonos todavía: ¿Es
    que lo de Hitler no se va a acabar nunca?

    BIBLIOGRAFÍA

    VICTOR KARADY, "Los judíos en la modernidad
    europea"; Siglo XXI de España
    Editores, 1ª Edición en castellano.
    Madrid, 2000.

    JOSÉ RAMÓN
    DÍEZ E. "Historia contemporánea de Alemania" Ed.
    Síntesis. Madrid, España. 1
    edición.1998. 303 pags.

    LEXIKOTHEK VERLAG. "La realidad alemana", Ed. Lexikon
    Institut Bertelsmann. Verlag, Alemania. 3a Edición .1981.
    438 pags.

    J.M. CHARLIER. "Hitler y las mujeres". Ed. Planeta.
    México.
    10ª edición. Julio 1992. 178 pags.

    IAN KERSHAW, "Hitler". 1ª Edición, Editoria
    Biblioteca Nueva;
    Madrid, España, 2000

     

     

     

     

    Autor:

    Oliver Galeana Díaz

    Nahum Romero Santana

    Asael Mercado
    Maldonado

     

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