Indice
1. Del
ayer y el hoy, del abajo y del arriba, a modo de
introducción.
2. Lo ficcional como símbolo de lo
real.
3. "La política é porca,
dottore". El ámbito pampeano: del ideal igualitario farmer
a las desigualdades del mercado.
4. El marco urbano: la
zonificación de la cuestión social. El espacio
definiendo inclusiones y desafiliaciones.
5. Entre el escarnio y el desprecio. La
cuestión social desde el pintoresquismo
costumbrista.
1. Del ayer y el hoy, del
abajo y del arriba, a modo de introducción.
Toda historia, es historia
contemporánea
B. Crocce
Si, toda historia sirve para que el pasado legitime nuestra
contemporaneidad. Y la historia de la cuestión social en
la Argentina no es una excepción. El modo de analizar
determinada problemática está irremediablemente
mediado por la intencionalidad (conciente o inconsciente) del
sujeto. Condicionamientos políticos, ideológicos,
hacen al investigador llegar de determinada manera a su objeto de
estudio. No se trata de falta de honradez intelectual (que
también la hay en algunos casos), se trata, que no existe
en nuestra opinión, "el no lugar" en el que se pueda
situar el historiador. Siempre estará omnipresente en el
análisis su propia coyuntura y
contexto.
Aclarada nuestra escéptica postura sobre la posibilidad de
una asepsia objetiva en el estudio de la historia, expresamos a
continuación los autores de este trabajo nuestra
posición. En principio pensamos que más que
historia, hay historias. No nos estamos refiriendo solamente a la
división entre historia política, social,
económica, cultural, etc. Estamos pensando en algo que
está subsumido en todas estas categorías. Esto es
la historia desde abajo, la historia de los actores sin voz, de
aquellos que paradójicamente no entraron en la
historia.
Nuestro trabajo está acotado en lo cronológico a
una periodización similar a la enunciada desde el
título en sendas obras de E. Zimmermann y J. Suriano sobre
la cuestión social: laxamente, desde la
consolidación del "Régimen falaz y
descreído" hasta el traspaso del manejo del gobierno a la
"Causa Radical", y más acotadamente, entre las algarabas
ocurridas junto a las desconchadas tapias del Parque de
Artillería y los claroscuros de fastos y represión
del Centenario.
Dado este contexto temporal, en lo espacial abordamos una
descripción por separado del ámbito
rural y del ámbito urbano, tratando de mostrar desde la
diferenciación, las articulaciones
que los relacionan. Desde lo regional analizamos la
cuestión social en la ciudad de Rosario, en especial el
modo en que parte de su prensa
veía el problema de integración y marginalidad, a
través de una publicación en particular.
Estamos contestes acerca de determinadas falencias, omisiones y
recurrencias. Así, priorizamos abordar la cuestión
social centrada desde lo humano en el elemento inmigratorio,
antes que en la población nativa preexistente. Y dentro de
los migrantes buscamos el abajo al que hacíamos
referencia: el fracasado, el actor individual que no siempre
puede ver en su drama lo social, aunque lo social esté
fijando su sino trágico, al tiempo que su
relación (dicotómica y a la vez complementaria) con
la justicia y la
ciudadanía. Y esa búsqueda nos hará seguir
como hilo conductor narrativo la saga de un antihéroe,
personaje ficcional semejante a tantos otros de real
existencia.
"Los humildes vecinos de mi infancia
correntina, tendrían a considerar las noticias de los
diarios como exageración, mentira o fantasía, pero
creían a pié juntillas en los tremebundos
folletines de Carolina Invernizzio, que Don Ramón, mi
padre, les leía en la vereda, en las noches de
verano."
V. Ayala Gauna
2. Lo ficcional como
símbolo de lo real.
Marcos Aguinis narra en su cuento
"Josesito, el memorioso", la amarga aventura americana de un
emigrante judío ruso. No hay precisión
cronológica pero ciertos indicios nos indican que el
relato trascurre entre la última década del siglo
XIX y la primera del siglo XX. El drama comienza en Rusia, donde
tras un pogrom en el que son asesinados sus padres, el
protagonista emigra hacia un futuro incierto con lo que queda de
su familia
(mujer y tres
hijas de corta edad). El destino o el mal consejo de algunos
consejeros de su colectividad, lo arrojan a las playas
argentinas. Sin apoyo, sin vínculos, sin idioma,
sobreviven alimentándose de las sobras que encuentran en
la basura de esa
Buenos Aires
hostil. En uno de sus periplos en busca de desperdicios
comestibles, nuestro antihéroe conoce –y casi
inverosímilmente logra hacerse entender- a un suizo, que
aparentemente viene a acabar con sus desgracias, al ofrecerle
trabajo como arrendatario en una colonia agrícola. Hacia
allí parte esperanzado con su familia… en menos de tres
años esas esperanzas se transforman en horror. El balance
es a pura pérdida: las dos hijas menores muertas de
disentería, su mujer muerta a causa del esfuerzo excesivo,
despojado de la parcela de tierra por la
eficaz conjunción de la langosta, el propietario y las
policías bravas al servicio de
este:
"El suizo trajo un comisario con tropas blandiendo sables.
Dirigió el allanamiento, invadió los ranchos de los
prófugos, incautó los cueros y la alfalfa que
servían de lecho, las pocas ropas que encontró, las
ollas y los cuchillos, sacó a las mujeres
tironeándose las trenzas, pateó a los niños y
a todos metió en carros, expulsándolos de la
colonia".
Solo queda entonces el regreso (una nueva huída) a Buenos
Aires, donde junto a su hija superviviente –resto del
despojo de su familia- disputan a los perros callejeros
las sobras de comidas de los basurales. Y entonces, pese a la
miseria, a la mugre, padre e hija encuentran un espacio y un
tiempo para reír juntos. El cuento termina con el
protagonista también riendo, pero muchos años
después, memorando desde una posición de holgura y
bienestar, ese atribulado tiempo inicial.
Esta es una obra de ficción con caracteres tal vez
acentuados en demasía para resaltar lo dramático
del relato. Sin embargo, y más allá del exceso
melodramático, millares de inmigrantes vivieron peripecias
similares, en tiempos absolutamente personales que escapan a la
periodización desde lo general en etapas de prosperidad o
crisis.
Los tiempos de los actores individuales suelen diferir de los
tiempos de los actores sociales. Tal vez debamos preguntarnos
hasta donde interactúan, hasta donde un actor social no es
la suma de los actores individuales, y hasta donde el contexto
general es mediado por las visiones particulares de estos actores
individuales.
Preguntas que ameritan respuestas con más dudas que
certezas. Veamos sino la paradoja de nuestro ficcional
protagonista, sufriendo su atroz historia personal, en el
mismo tiempo y lugar en que la Argentina alcanza un desarrollo,
que medido comparativamente a nivel mundial, es sorprendente. Es
la época de las lugonianas odas a los ganados y las
mieses. Es el tiempo en que el divino Rubén con una voz
cada vez más sumisa, canta que:
"¡Hay en la Tierra una
Argentina!
He aquí la región del Dorado,
He aquí el paraíso terrestre,
He aquí la ventura esperada,
He aquí el vellocino de oro…"
He aquí (remedando casi irrespetuosamente al gran
nicaragüense) que toda esta laudatoria venturosa al
país que lo acoge, no morigera el drama individual de
nuestro protagonista. Está irremediablemente excluido este
ser literario de los ditirambos que en prosa o en verso perpetran
los vates y literatos oficiales del Centenario.
La justicia implícita de las democracias representativas
es muy exigente… Sus ciudadanos deber ser políticamente
activos y, por
sobre todo, independientes tanto moral como
materialmente.
J. Shklar
3. "La política
é porca, dottore". El ámbito pampeano: del ideal
igualitario farmer a las desigualdades del mercado.
Justicia y ciudadanía. Componentes inseparables
de un todo. Siguiendo la definición de Shklar que encabeza
este punto, veamos como se aplica la misma a nuestro
protagonista. En principio se ve en él una doble
exclusión: la racial y la social, que van delineando un
perfil social, cultural y económico determinado. Trae de
su Rusia o Ucrania natal, el estigma de la persecución
antisemita. Llega al país absolutamente desamparado, con
el recuerdo de los cuervos haciéndose un festín con
la cabeza y las entrañas de su padre muerto a golpes por
cosacos ebrios. Luego las pocas esperanzas que le quedan se
desvanecerán junto con la vida de su mujer y sus hijas
menores. Materialmente nunca ha tenido nada. La justicia le ha
estado negada
de igual manera que el derecho a una vida digna.
Pero este hombre…
¿está en el aire? No es acaso
contemporáneo a esa corriente inmigratoria judía
que promovida por el barón Hirsh se establece de manera
organizada en el campo argentino.
Sí, es contemporáneo, pero no forma parte de esa
corriente, al igual muchos judíos de carne y hueso que no
encontraron cabida en las colonias de la J.C.A. Si como expresa
Crocce, la historia legitima el presente, y hoy la comunidad
judeoargentina reivindica en la figura de esos pioneros de la
élite de la colectividad (los pampistas), es conveniente
recordar que no todos formaron parte de esa élite. Entre
ellos nuestro protagonista. Su experiencia es común a la
de muchos que por múltiples motivos sufrieron la
exclusión social o parcial. Pérdida esta que
incluye entre otras carencias la del atributo de
ciudadanía. Que se percibe antes individual que
socialmente. Tal como lo expresa Shklar:
"…la ciudadanía se percibe como un atributo del
individuo. El acento que se pone en los derechos y en el status
también expresa el individualismo".
Este individualismo obra como obstáculo para la solidaridad y la
cooperación, promoviendo rivalidad entre las
víctimas. Estas pueden llegar a pensar su infortunio como
algo inevitable y casi inalterable. Esta formación mental
debe ser tenida en cuenta cuando se analiza la cuestión
social. Nuevamente lo individual mediando lo colectivo.
Así nuestro protagonista, piensa que si ha caído en
la miseria más atroz al margen de los lazos comunitarios
(o de clase), será también de manera individual que
podrá mejorar su situación.
Asimismo, siguiendo la tesis de
Shklar, intuye que a ciudadanía plena exige no solo la
igualdad
política y jurídica (que el no la tiene, en tanto
inmigrante desamparado, inválido de toda
protección), sino fundamentalmente la ciudadanía
debe tener la dignidad del trabajo, de un trabajo remunerado:
"Oyó que hay trabajo en el campo, en colonias de
inmigrantes. Eso, muy bien, allí quería ir.
¿Cómo se llama usted? No entendía, que
alguien traduzca, lo tradujo un suizo. Necesito trabajar,
cualquier trabajo. Lo acompañaron, sacó a su mujer
y a sus hijas del hueco que habían cavado con las
uñas, como perras. Eran bultos. En las colonias faltan
brazos, sobra comida; fuerza,
arriba".
Al campo entonces, a obtener la dignidad mediante el trabajo, y
la posibilidad de llegar a poseer la tierra que trabajará.
Pero ese optimismo le oculta la realidad de que él nunca
será un farmer, sino que se encuadra en lo general en la
definición que en lo particular para el espacio
santafesino hacen M. Bonaudo y E. Sonzogni, el también es
parte de:
"Todo ese conjunto de actores (que) en su contacto con el mercado
ha sufrido, en mayor o menor medida, la desestructuración
de sus formas de organización social y cultural previas.
Aquel, a partir de las necesidades de la demanda,
pretendió rearticularlos en función de
su propia lógica.
Ahora bien, el mercado al que estamos haciendo referencia,
necesita garantizar la existencia de un ejército de
reserva, pero en su dinámica no lo reclama permanentemente por
cuanto la producción agraria, que es su motor, presenta
características cíclicas o
estacionales que generan amplios períodos de inactividad.
A eso se suma el bloqueo, avanzados los 90, del acceso a la
tierra para el productor con escasos recursos".
Llega tarde, física, cultural,
étnicamente. Llega tarde económica y socialmente.
Las exigencias del mercado han socavado el paradigma del
productor propietario, de que se repita sobre el humus pampeano
el tipo de sociedad que se
viene construyendo sobre lo que los geólogos llaman la
Gran Deriva de Wisconsin: el Medio Oeste yanki.
Las presiones y exacciones que sufre en su etapa rural, son
similares a los abusos que comenten empresas
colonizadoras tales como la Beck y Herzog (en una etapa anterior)
o la ya citada J.C.A., amparadas en un represivo código
rural y una estructura
estatal que sostiene esa legislación punitiva.
Este posicionamiento
del Estado, provoca en los menos beneficiados, escepticismo por
la cosa pública, -"la política é porca,
dottore"- , le dicen chacareros arrendatarios de Arroyo Seco, al
candidato a vicegobernador radical, en las vísperas de la
inaugural elección santafesina de 1912, o como en el caso
de nuestro protagonista, una suma de desconfianza y
fatalismo:
"Los campos tenían dueño, un dueño poderoso.
Había recibido esas planicies, de horizonte a horizonte,
directamente de las manos de Dios…" "Los colonos tenían
que cumplir con los pagos y otras enredadas obligaciones
que les hicieron firmar, que yo mismo firmé al suizo que
me ayudó y que era el representante los acalló con
tres amenazas, pero cinco hombres decidieron arriesgarse hasta la
capital de la
provincia, una ciudad grande y complicada, donde
efectuarían reclamaciones ante el gobierno; locuras".
No es casual que nuestro protagonista sea judío, y que sea
suizo quién lo contrate para trabajar en las colonias.
Toda historia es contemporánea en tanto el pasado obra
como legitimador del presente. En el caso concreto de
este relato, vemos que su autor es consecuente en la
elaboración del texto con el
contexto, esto es, construir literariamente protagonistas cuyas
nacionalidades evocan en el imaginario colectivo de manera
nítida, el proceso de
colonización. Una épica donde se unen la
inicial epopeya helvética, cantada por Pedroni:
"La nostalgia está cantando
en un vapor argentino,
frente a Santa Fe callada
canta el dolor detenido.
Severo Viñas no duerme,
tiene espinas de fastidio
"¡Abran de una vez las puertas
dejen bajar a los gringos!"
El canto baja por fin,
demudado, contenido,
lleva una espiga en la mano,
le siguen mujer y niño.
con el elegíaco conjunto de relatos con que A.
Gerchunoff rinde homenaje al país adoptivo en su primer
cumple siglo, acometiendo en la "Introducción" a los
mismos, el bellísimo atrevimiento sincrético de
juntar la Torah con Vicente López y Planes:
"…Judíos errantes, desgarrados por viejas torturas,
cautivos redimidos, arrodillémonos, y bajo sus pliegues
enormes, junto con los coros enjoyados de luz, digamos el
cántico de los cánticos, que comienza
así:
Oíd mortales…"
visión eglógica que culmina con el "final feliz"
del Grito de Alcorta, tal como quedó institucionalizado en
la versión de la hija dilecta del movimiento de
1912, la Federación Agraria Argentina, entidad esta
que:
"Dirigida por los sectores más acomodados de agricultores
de la pampa gringa defenderá desde entonces sus intereses
específicos, marginando tajantemente y con un cerrado
criterio de clase, a los jornaleros agrícolas…"
En definitiva, una comprensión del proceso colonizador
inserto en el paradigma civilizador, en un orden que permite un
progreso constante de acuerdo a las ideas positivistas dominantes
y casi hegemónicas, y cuyo punto inicial es la normativa
igualitaria sancionada en la Constitución. Todo ello respondiendo en lo
económico a un modelo
concreto de inserción del país bajo un perfil agro
exportador asociado subordinadamente al capital financiero de las
potencias centrales (especialmente en el Reino Unido).
Esta visión no tiene en cuenta una contradicción
básica entre los postulados universalistas proscriptos
desde lo político en la carta magna, y
la libertad de
mercado en lo económico que también postula el
andamiaje normativo, contradicción esta que se expresa en
la desigualdad y subordinación que tiñen las
prácticas cotidianas del hecho social.
En la época que nuestro protagonista llega al país
se ha acentuado la tensión entre una normativa
teóricamente universalista integradora y un contexto real
restrictivo, lo cual:
"…obliga al Estado, entre el fin de siglo y la primera guerra
mundial, a replantear su rol. Estos diferentes actores van
generando –a través de sus demandas- la necesidad de
rediscutir el papel punitivo
de este o su desempeño sólo como garante del
orden en términos de legalidad. En esta etapa, se comienza
a colocar en el plano de la discusión la importancia de
reformular sus niveles de injerencia en el plano de la
discusión la importancia de reformular sus niveles de
injerencia operando más ampliamente como regulador y
árbitro de las relaciones sociales".
Ese Estado opera sobre una nueva sociedad, donde la
cuestión social toma importancia como síntoma de
las nuevas demandas. Su modo de intervenir pasará tanto
por la represión como por la cooptación. Así
el mundo rural verá la persistencia de la brutalidad
policial al mismo tiempo que se suavizan los aspectos más
retrógrados de los códigos (tal el caso de la
retención forzada de trabajadores en el espacio
azucarero). Esta aparente contradicción responde a la
inserción de algunos actores y la persistencia en la
exclusión de otros. Así, durante la segunda
presidencia de Roca, el Ejército, brazo armado del Estado,
utiliza procedimientos
coactivos directos sobre la mano de obra indígena
chaqueña, haciéndose cómplice de la
explotación a que es sometida en los quebrachales; al
tiempo que brinda apoyo logístico a un funcionario del
Ministerio del Interior, a quién le han encargado la
creación de un código laboral, y cuyo
pensamiento
está en las antípodas del de quienes lo alojan:
"En verdad, no se hace con el indio sino exagerar la
explotación que se comete con el cristiano, a pesar de su
habilidad para el trabajo de hacha…" "los indios (tienen) un
terror pánico al ejército de línea,
aquí como en todas partes el indio tiene un verdadero
horror al látigo, el fusil y el sable; que lo traten bien,
dice y el indio no será malo…" "En San Cristóbal,
un oficial de alta graduación cree que lo único que
hay que hacer es exterminarlos, y si queda alguno llevarlo a la
Tierra del Fuego. ¿Y si a usted le hicieran eso, que
diría? –Es que yo no soy indio, me
contestó".
Esta dualidad de coacción y cooptación no
será exclusiva del espacio rural sino que se hará
particularmente evidente en el ámbito urbano, a donde nos
trasladamos, siguiendo el desventurado derrotero de nuestro
protagonista.
De esos gringos andrajosos que salían como pulgas azoradas
de los barcos. De esos puñados de mugre nostalgiosa. De
esos. De los alucinados por la Pampa Despensa, por la Pampa
Madre, por la Pampa Tierra. De la camaza innoble que
rememoró aldeas remotas en los barracones del Puerto. De
los gráficos que acumulaban líneas en un
idioma que estaban aprendiendo. De los artesanos que amamantaron
cortas y escasas industrias. De
los bigotudos esos. De los empachados por fiebres solidarias.
De esos surgió la primera huelga cuando
terminaba de extinguirse la penúltima montonera.
M. Bonasso
4. El marco urbano: la
zonificación de la cuestión social. El espacio
definiendo inclusiones y desafiliaciones.
Ya está nuestro protagonista (y su hija
sobreviviente) nuevamente en la ciudad, en peores condiciones que
cuando esperanzado, salió de ésta:
"En Buenos Aires buscaron trabajo cada uno por su cuenta y
riesgo. Otra
vez el hambre. Josesito reconoció calles y casas de
años atrás, cuando su familia constaba de cinco
personas. Dormía en bancos de plaza.
Cada uno aportaba lo recogido en cajones de basura o en
verdulerías, robado a la disparada. Extendían el
maloliente botín y recuperaban algo de vida".
Nuestro protagonista es, en este momento antes que un excluido,
un desafiliado, siguiendo la tesis de R. Castel, según la
cual:
"Hablar de desafiliación, es… retrazar un recorrido…
Desafiliado, disociado, inválido, descalificado,
¿con relación a qué? Este es precisamente el
problema.
La exclusión implica para el mismo autor, remitirse a
situaciones caracterizadas por una localización
geográfica precisa, por formas culturales o sub-culturales
y determinada base étnica.
Nuestro protagonista ha cortado (o le han cortado) sus lazos de
pertenencia a su comunidad, ha pasado de a indigencia integrada
de su gueto natal,
"…en la cual la ausencia de recursos suscita el socorro en
forma de protección cercana…(donde)… la
dimensión económica no es por lo tanto el rasgo
distintivo esencial, y la cuestión planteada no es
la pobreza,
aunque los rasgos de desestabilización pesen más
sobre quienes carecen de reservas económicas".
de esa forma al fin de integración, a la vulnerabilidad y
a la inexistencia social.
En ese estadio, sus peregrinajes mendicantes abarcarán
(conjeturamos) toda la hostil geografía de esa
Babel inaprensible. Este ser ficcional verá (si no
comprenderá en toda su complejidad) en sus derroteros de
miseria, el triunfo de la zonificación de la ciudad: el
espacio definiendo y dando marco a lo social.
Es este un largo proceso que avanza con el siglo y va marcando la
relación desde lo espacial, entre los distintos actores
sociales en cada coyuntura, y donde el papel político
ordenador del Estado, tendrá importancia fundamental.
A fines de nuestro análisis sobre esta
problemática, vemos que el ascenso al gobierno de Juan
Manuel de Rosas en
Diciembre de 1829, resulta el corolario natural y lógico a
la autoridad que
de modo autoritariamente paternalista venía ejerciendo en
la campaña. Los dotores urbanos estaban derrotados. No
habían sabido conciliar sus intereses con los de la
campaña. Su discurso
estaba a contramano de un proceso de ruralización de las
costumbres (común a gran parte de la América
Española). Por el contrario, los terratenientes cuidaban
de expresarse en términos populares, defendiendo tanto sus
intereses de clan, como –al menos en el marco discursivo- a
sus clientelas subordinadas. Es un mensaje claramente
paternalista y demagógico. Pero efectivo.
El rosismo sacará buen rédito político de la
dualidad de sentimientos para con el pobrerío de la
campaña. Por un lado se crea todo un ritual participativo,
dándoles (al igual que al pobrerío urbano) cierta
relevancia en la cosa pública. Por otro lado, la
relación de fuerza en las zonas rurales permanece
inmutable. Recordemos a modo ilustrativo, que durante todo el
período rosista se mantuvo en plena vigencia la Ley de Vagos, que
tanto perjuicio causaba al paisanaje.
En el ámbito urbano, persisten modos y costumbres que en
principio parecen mostrar una sempiterna escena doméstica
y pueblerina, una armónica y paternal "Gran Aldea". Pero
no es una sociedad igualitaria. Lo que está yuxtapuesto es
el espacio, el hábitat de convivencia. Tales proximidades
daban lugar a promiscuidades y concupiscencias
iniciáticas, tales los recuerdos de un testigo
privilegiado (privilegiado social, político,
económico y también privilegiado en talento
narrativo), L. Mansilla,
"… todo concordaba con lo ya mencionado (se refiere al
mobiliario de su casa paterna), excepto lo que a la servidumbre
correspondía, cuyas camas eran volantes. Me refiero a las
mujeres negras y blancas, mulatas o chinas. Los hombres
dormían en los cuartos de afuera, lo cual no
impedía que se cumpliera el refrán: Dios los
cría y ellos se juntan.
Los niños ven, oyen, y aunque callan y disimulan, no caen
bien en cuenta al principio. Pero con el tiempo maduran las uvas
para ellos también. En nuestra América no se
respetan puertas cerradas. Todos, grandes y chicos, patrones y
sirvientes empujan, abren sin anunciarse en forma alguna y lo que
los grandes solo los perturba, a los niños les despierta
la imaginación.
Esa sociedad patriarcal, pre-capitalista, inmersa en condiciones
económicas y sociales, y sobre todo, normativas que poco
han variado desde el período colonial, se asienta en el
antiguo damero que con sus extensiones naturales permite contener
con cierta holgura a los 70.000 hombres que a la caída de
Rosas, pueblan una,
"…Buenos Aires en la que existen 106 fábricas, 743
talleres y 2.088 comercios; en su totalidad modestísimos,
y sujetos, por lo tanto, a una rudimentaria técnica. El
número de personas en ellos es reducido, y embrionarios
sus instrumentos de trabajo. Ambos limitan su capacidad
productora a proporciones mínimas".
Vemos entonces una multiplicidad de unidades productivas o
distributivas en donde la relación ínfima del
número de integrantes permite aún modos
anacrónicos de interacción entre patronos y
trabajadores. Modos que aún pasan por el clientelismo y en
muchos casos, por la indiferenciación de tareas entre unos
y otros.
Este panorama, cuasi estático y acotado, cambia a partir
de Caseros. Los nuevos aires de inserción del país
en el pujante capitalismo de
"La Segunda Revolución
Industrial", y el papel agro-exportador dependiente que asume
en la división internacional del trabajo, hacen necesario
la puesta en marcha de un proceso modernizador.
Hitos fundamentales de este proceso, son la afluencia de
capitales, la construcción de una red de transportes y
comunicaciones
que tornen viable y redituable la explotación
económica primaria, la importación de brazos para sostener esa
nueva infraestructura, y la consolidación de un estado que
discipline y controle esos brazos. Entonces,
"Al amparo de
instituciones
y leyes inmanentes
al desarrollo histórico, el régimen de
producción capitalista se afirmará y
proyectará con vasto vuelo y extraordinario empuje.
Creará las condiciones materiales que
harán a la existencia de una clase asalariada, que, en
forma de proletariado, reemplazará al viejo artesanado,
reminiscencia de la era preindustrial".
Reminiscencia que desaparecerá ante el doble y relacionado
embate de la inmigración masiva y la
concentración de la población en centros urbanos.
Así,
"…Buenos Aires pasó de 187.100 habitantes en 1869 a
1.575.000 en 1914… En cierta manera era obvio que un
crecimiento casi descontrolado y escasamente planificado
habría de provocar problemas de
diversa índole. En este sentido, las tempranas usinas de
preocupación se relacionaban con temas vinculados a la
atención médica, el hacinamiento, la
salubridad o la criminalidad."
Esas preocupaciones encuentran un punto de referencia ineludible:
la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, que al igual que el
cólera de la década anterior, causa estragos
favorecida por la profilaxis inadecuada de una ciudad que
superpoblada, se hacina en el antiguo damero colonial.
Frente a esto, las élites planean una segregación
espacial al tiempo que una resolución política de
las obras de salubridad en
prevención de nuevas epidemias (entre las que de carácter
ideológico podían ser tan nefastas para sus
intereses como las orgánicas). Como señala J. L.
Romero, la élite porteña,
"Descubrió antes que nadie, que su ciudad –la gran
aldea-, comenzaba a transformarse en un conglomerado confuso y
heterogéneo, en le que se perdían poco a poco las
posibilidades de control de la
sociedad sobre cada uno de sus miembros, a medida que
desaparecería la antigua relación directa de unos
con otros".
La segregación espacial implica la zonificación
social de Buenos Aires. Las familias de nueva o vieja prosapia,
comienzan a trasladarse del barrio Sur a las revalorizadas
parroquias del norte: el Socorro, Retiro, Recoleta, haciendo de
la calle Florida, y las avenidas Santa Fe y Alvear el eje de su
vida social. Justamente a partir de la intendencia de un Alvear,
todos los favores en materia de
servicios y
embellecimiento serán para esta zona. Con plena ingerencia
de los recursos del Estado, se construye de manera para nada
inocente, la particular y planificada atmósfera de lo que
genéricamente se denomina Barrio Norte. Así se
podrá hablar del codo aristocrático de Arroyo, o
del ambiente
parisino del pasaje Seaver.
Por contraposición, el antiguo centro social y
político situado al sur de la Plaza de Mayo, degrada
rápidamente. San Telmo, y especialmente Barracas,
adquieren un tono proletario y fabriqueo. Los antiguos caserones
patriarcales devienen convenientemente subdivididos, en
conventillos… aunque aquí y allá, alguno oculte
los restos vergonzantes de alguna familia venida a menos, que no
ha querido o podido sumarse al tono de los tiempos de instalarse
al norte de la avenida Rivadavia, aún en condiciones de
mera figuración.
Más allá de los reductos privilegiados, extendiendo
sin cesar los ambiguos límites de
la ciudad, el avecinamiento de
"Este verdadero aluvión de individuos provenientes de las
más diversas regiones del mundo generó en los
miembros de la élite la sensación de
perturbación del orden social en tanto miles de
extranjeros se agolpaban en la(s) ciudad(es) y aportaban sus
formas de vida y costumbres diferentes a las nativas.
Además al comienzo de este proceso se vieron sorprendidos
por un fenómeno nuevo: una buena parte de ellos portaban
nuevas ideologías como que habían transitado
diversas experiencias de organización sindical en Europa,
habían sido miembros de la primera Internacional de
Trabajadores o huían de las represiones gubernamentales
debido a los procesos de
conformación del movimiento obrero. Casi
mecánicamente a vincularse a los extranjeros con los
disturbios sociales…"
No todo inmigrante podía ser encuadrado en el marco
ideológico que describe Suriano. Sin ir más lejos,
nuestro ficcional protagonista. Muchos no traen conciencia de
clase alguna. En el cambio de
siglo, un lúcido representante del Régimen
opinará que
"… la mayor parte de los inmigrantes que vienen son mendigos,
una masa de cabezas huecas que creen que llegando al país
deben darles trabajo en la Plaza de Mayo, y recibirlos a mantel
puesto, dándoles aquí leyes, instituciones y
diversiones al modo de su tierra".
Pero en esa percepción
inorgánica a determinados derechos, está el peligro
principal que representa el inmigrante. Esas apetencias
convierten al trabajador extranjero que arriba a estas playas en
un agitador potencial.
El extranjero pasa a ser entonces, una figura contradictoria para
la élite. Forzosamente necesario para su proyecto de
nación
y al mismo tiempo objeto de demonización. Demonio que se
encarna recurrentemente al compás de una progresiva
agudización del conflicto
social. En este sentido el clásico y remanido episodio de
la quema del Colegio del Salvador en los setenta no es más
que el inicio de una serie de acontecimientos que culminan
normados en la sanción en 1902 de la Ley de
Residencia.
Es en esta primera década del siglo XX que el conflicto
adquiere extrema violencia. A
los movimientos de protesta en demanda de determinadas
reivindicaciones, el estado
responde con la represión: tras una huelga importante (tal
la de la Refinería de Rosario en 1902) o el intento de
conmemorar el 1º de Mayo (1904, 1905 o 1909), llega la
punición con su secuela de muertos, heridos, la
sanción del Estado de Sitio y la aplicación de la
Ley de Residencia, que diezma los cuadros de las centrales
obreras, mayoritariamente extranjeros. A veces esta violencia de
arriba, es contestada desde abajo. Tal el caso del
ajusticiamiento en Noviembre de 1909 del Jefe de Policía
de la Capital, en venganza por lo sucedido en los sucesos del
día de los trabajadores de ese año, cuando ese
personaje, el coronel Ramón Falcón, ordenó
balear una manifestación anarquista. El autor del atentado
fue un adolescente obrero mecánico, llegado poco tiempo
antes al país, y cuyo nombre, Simón Radowitzky, se
convirtió en un símbolo de lucha y
reivindicación para los militantes anarquistas.
Pero la mano dura no fue la única forma que tuvo el Estado
(y las clases dominantes a las que este representaba) para tratar
la cuestión social.
La cooptación y el consenso de distintos actores sociales,
estuvieron presente en forma constante.
Si en el plano político institucional la Ley Sáenz
Peña será la feliz culminación del proceso
de integrar en el sistema a
sectores que se habían sentido excluidos por las
prácticas políticas
del régimen, también en el abordaje de la
cuestión social se intentaron diversas estrategias,
más allá de lo represivo.
Dentro de ellas se inscribe el ya citado proyecto de Ley Nacional
del Trabajo de 1904, en cuya presentación ante las
Cámaras, el ministro del interior, Joaquín V.
Gonzáles, adujo que
"Su finalidad es evitar las agitaciones de que viene siendo
teatro la
República desde hace algunos años, pero muy
particularmente desde 1902, en que ellas han asumidos caracteres
violentos y peligrosos para el orden público."
Y es en ese mismo marco y en el mismo año, cuando se
produce un hecho aparentemente menor pero con profundo
significado político: la anuencia con que un hábil
urdidor de estratagemas, el presidente Julio Roca, permite la
manipulación del padrón electoral para que mediante
el sistema de circunscripciones el Partido Socialista obtenga una
banca en la
Cámara de Diputados.
A su vez el hegemónico discurso positivista permite la
utilización de la ciencia, en
especial la médica, para intentar dar respuesta
profiláctica a problemas que se consideran lacras de la
clase obrera: el alcoholismo,
la promiscuidad sexual, la mendicidad, etc. No es casual que el
Departamento de Trabajo surja al tiempo que el Departamento de
Higiene, ni
que contemporáneamente, el Partido Socialista, dirigido
por un médico higienista, lleve adelante una feroz
prédica antialcohólica. O que se reglamente el
ejercicio de la prostitución, regimentándose el goce
del placer sexual, zonificando la misma, en una supuesta
profilaxis moralista que hace abstracción de las causas
que llevan a determinados sectores a practicar el comercio
sexual. De igual e hipócrita manera, el informe de otro
higienista no puede asociar la homosexualidad
que, inducida por la miseria corroe bajo la ley del más
fuerte, a la infancia que habita los conventillos; con el
fenómeno de la pederastia y travestismo, que toma auge en
esa ciudad donde el aluvión inmigratorio ha distorsionado
el índice de masculinidad.
Estas medidas, institucionales o no, parten de un supuesto
paternalista y de una profunda desconfianza. El obrero es un
menor de edad, que debe ser contenido, que debe ser contenido y
disciplinado, protegido de la influencia de ideas perniciosas.
Entonces la salud, la
modificación de costumbres, el acceso de la
población trabajadora a tangibles beneficios de
salubridad, obran como barreras que reaseguran a las clases
dominantes frente al potencial revolucionario de los oprimidos.
Cuando estas barreras se superan, se apela a la
represión.
Cooptación y represión, términos entonces
funcionales e intercambiables de acuerdo a la circunstancia.
Y enmarcados en un discurso legitimador que intenta ser
abarcativo y homogéneo, con réprobos y elegidos,
discurso este que se expresará a través del llamado
(y en este caso sin ironía) cuarto poder. Pero
para poder verlo en un ejemplo concreto, deberemos despedirnos de
nuestro protagonista, dejándolo con sus tribulaciones en
esa hostil Buenos Aires, y partir nosotros a nuestro propio
espacio regional.
Ciudad de Astengo, de Etchesortu y Casas
-sede del "Honorable Benvenuto"-
ciudad donde se funden dos mil razas
pero no se funde ningún bruto.
Cuartela anónima
5. Entre el escarnio y
el desprecio. La cuestión social desde el pintoresquismo
costumbrista.
Hacia el centenario, Rosario es la cabecera indiscutible
de la "pampa gringa", ese vasto hinterland que desborda el sur
santafecino y avanza sobre el este cordobés y el norte
bonaerense. La llanura cordobesa ve en Rosario, y no en la docta,
a su ciudad de referencia. Entre el primer y tercer censo
nacional, ha multiplicado su población por
diez.
Consecuencia directa en su origen, del espectacular
proceso inmigratorio
"La burguesía rosarina pisa firme; hija del desarrollo
agrario, se identifica totalmente con el progresismo liberal, y
no solo carece de complejos frente a las viejas clases, sino que
las mira por arriba del hombro, porque se siente con mejor
derecho a conducir. No postula reconocimiento y será ella
la que lo dará".
La clase terrateniente argentina no tiene residencia siquiera
provisoria en Rosario. Es entonces esa "exitosa nueva clase" la
que lleva la voz cantante. Y lo hace con orgullo, exhibiendo ante
propios y extraños, la concreción práctica
de su filosofía positivista. Es su afán de progreso
lo que ha transformado la otrora insignificante aldea
"…en una de las ciudades más hermosas e
higiénicas de Sud América. Su urbanización
obedece a los principios
más modernos… Desde el parque Independencia
y el Boulevard Santafecino hasta la cloaca; desde el palacio a la
humilde casa de obreros; desde el hospital moderno, completo,
hasta la asistencia pública y el asilo, en todas partes
hay un progreso real y eficaz…"
Un gran emporio comercial en definitiva, que por su propia
dinámica muestra
–según el mismo observador- ciertas falencias en su
sociabilidad, ya que
"… raramente se ocupan los hombres de otra cosa que de sus
negocios…
Nunca se pudo establecer un centro literario, y las
manifestaciones del arte son muy
aisladas y pocas."
No hay prosapia ni alcurnia añeja en los dominios de Ceres
y Mercurio. Sin embargo las diferencias de clase están
bien marcadas. Rosario es en ese aspecto una reiteración
de lo que se ve a nivel nacional. Y de igual forma es tratada la
cuestión social. Se copota o se reprime, o mejor se coopta
y se reprime.
Claroscuros acentuados por una clase obrera
tempranamente combativa.
Es en Rosario donde La Fraternidad, el gremio de los conductores
ferroviarios, logra su primer triunfo en 1889, al culminar
exitosamente una huelga declarada para lograr la libertad de un
maquinista del F.C.B.A.R., detenido y salvajemente apaleado por
la policía tras un accidente de tren.
Pero es también en Rosario, donde
"… cuando la familia es
mucha y el hambre apura, entonces se pone a las niñitas en
la Refinería, en las fábricas de tabacos, en lo que
se puede, con tal de que ganen algo, y se les enseña a
mentir sobre la edad, de manera que las chiquillas dicen que
tienen once años cuando no han cumplido nueve y hasta que
se cansan y agotan las pobres hacen lo que pueden".
No es extraño entonces la importancia que adquiere en esos
años la cuestión social. Huelgas fundamentales en
la historia del movimiento obrero (la de 1902 en la
Refinería, o las ferroviarias de 1912 y 1917) se gestan o
tienen su epicentro en Rosario.
Sin embargo esa combatividad no se traducirá en el
fortalecimiento partidario de una alternativa clasista. Por
varios motivos convergentes. En primer lugar la clase obrera
rosarina será en gran medida, anarquista o sindicalista.
El partido Socialista no logrará un predicamento similar
al que alcanza en la Capital Federal. Se suma a ello la
apática desconfianza del inmigrante a los manejos
políticos que sabe ajenos a sus intereses. Así
cuando se aplique en 1912 la nueva Ley Electoral, los
contendientes serán por un lado, la Liga del Sur, portavoz
de la satisfecha burguesía rosarina que aspira a la
autonomía frente a la capital provincial, y el radicalismo
que, específicamente en Rosario, encuentra sustento
electoral por el modo clientelar con el que capta al proletariado
criollo fronterizo del lumpenaje arrabalero.
Es entonces, esa sólida burguesía la que impone un
rol hegemónico a la sociedad rosarina. Hegemonía
que trasciende lo meramente político y económico, y
llega a
"… la imposición de juicios morales y políticos a
través de argumentos psicológicos. Así la
holgazanería se utiliza para dar cuenta de disposiciones
débiles para presentarse en el mercado de
trabajo".
La prensa resulta un arma fundamental para transmitir
esa posición.
Veamos entonces como opera esto en un caso concreto, el de la
revista "Monos
y Monadas". Semanario gráfico que aparece regularmente
entre Junio de 1910 y Diciembre de 1911, su formato y diseño
es similar al de la revista "Caras y Caretas". Por lo general hay
una primera sección de noticias internacionales, luego una
de política nacional y a continuación, información sobre la ciudad y la
región, ya sin un orden determinado, mezclándose
notas de carácter social, con información general o
policial, junto a misceláneas y curiosidades, y el todo
ilustrado con profusas fotografías.
Más allá de este desorden expositivo, se
van dando ciertas constantes.
En primer lugar hay una encubierta toma de posición a
favor de la Liga del Sur. La campaña electoral de esta es
seguida en detalle y por toda la provincia, con abundante
material gráfico. Muchas menos páginas y fotos se dedican
a las actividades del radicalismo o el partido
Constitucional.
Hay también una manifiesta disposición a mostrar
los signos del progreso ciudadano. De allí los amplios
informes sobre
obras de salubridad, tales como las Aguas Corrientes o los nuevos
hospitales.
La sociabilidad se manifiesta de múltiples maneras que van
desde las reseñas sobre los clubes de élite, hasta
la galería de personalidades del mundo social que da
título a la revista: cada número trae la imagen en
página central de un distinguido caballero y de una
rolliza beldad, los que en amable tono son designados
respectivamente como el "mono" y la "monada" de la semana. A los
que se suman las fotos de niños satisfechos en elaboradas
poses de supuesta ingenuidad.
Como reflejo de la ciudad y la región, las colectividades
inmigratorias encuentran acogida en sus páginas. Desde el
Centre Catalá al Club Español,
pasando por las instituciones mutualistas de cada comunidad,
hallan la posibilidad de difundir sus actividades mediante
recurrentes gacetillas. Especialmente en los números que
siguen al 20 de septiembre de 1910, la revista muestra los
festejos del día de Italia, en muchas
de las localidades de la pampa gringa.
Hasta aquí, una revista informativa más, que
refleja a una sociedad sin grandes problemas en apariencia. Sin
"cuestiones" demasiado traumáticas.
Sin embargo, la verdadera problemática social, aparece
encubierta bajo el pintoresquismo y la mirada
condescendiente.
"Monos y Monadas", en tanto portavoz de los que triunfaron,
encuentra en la marginalidad, la exclusión y la miseria,
una fuente de humorismo. Que le permitirá por ejemplo,
describir bajo el título "El Albaicín Rosarino",
una ranchada miserable establecida "atrás del
Córdoba y Rosario" en octubre de 1910, con el mismo
sentido de burla que a principios de 1911 empleará para
regodearse con el barrio de Las Latas, describiendo
irónicamente el "palacio de Las Latas", con su "reina", su
"príncipe", etc.
Este indisimulado desprecio de clase, se torna evidente en una de
sus secciones fijas, "La Semana Trágica", donde se hace el
raconto de lo sucedido en materia de hechos policiales. Es un
lugar común en esas páginas el trazar un paralelo
entre pobreza y
delincuencia.
Para "Monos y Monadas" el ser habitante de un conventillo es un
elemento de sospecha. Las condiciones infamantes de las casas de
inquilinato, le interesan solo para reforzar esta tesis de
culpabilidad, o a lo sumo para lograr una nota pintoresca, en
tono burlesco, nuevamente con su "reina", "su príncipe",
etc.
El trato periodístico que se le da al tema de la muerte
muestra también esa diferenciación, ya con rasgos
de impúdica obscenidad. Así el deceso de un miembro
de la élite es cubierto de manera respetuosa, aunque con
la teatral necrofilia de la época (esa que convoca
multitudes a los cementerios en una especie de kermese pagana
celebrando el día de los Santos Difuntos). Vemos la pompa
y magnificencia del cortejo en fotografías que
acompañan un obituario panegírico. Pero si un
muerto pertenece a la clase obrera, solo es noticia si su deceso
se produce a consecuencia de la violencia. Y entonces vemos el
regodeo irrespetuoso, la invasión de la intimidad, el
escarnio. Imágenes
de suicidas o asesinados son mostrados impunemente en sus
féretros abiertos, sin ningún recato. Un
niño de la burguesía que muere a causa de una
enfermedad da lugar a lastimeras páginas de consuelo para
su afligida familia, con un tratamiento discreto del tema. Pero
un niño obrero, tal el caso del que es atropellado por un
tranvía en "Salta entre San Nicolás y Avenida
Castellanos" es mostrado impúdicamente con
su rostro destrozado en un humildísimo ataúd. El
morbo delimitando las clases.
En definitiva concluimos que "Monos y Monadas" no es sino el
exponente de una faceta a medio camino entre la cooptación
y la represión. El tratar como objeto de burla y
reprobación a determinados actores sociales, proponiendo
–por efecto contrario- a otros sectores la
integración mediante la emulación de conductas, en
el modelo dominante, antes que la solidaridad con los
escarnecidos estereotipadamente.
Complejidades de una muy compleja problemática: la
cuestión social.
Autor:
Fernando Cesaretti
Florencia Pagni