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La cuestión social en la Argentina. 1890/1910



    Indice
    1. Del
    ayer y el hoy, del abajo y del arriba, a modo de
    introducción.

    2. Lo ficcional como símbolo de lo
    real.

    3. "La política é porca,
    dottore". El ámbito pampeano: del ideal igualitario farmer
    a las desigualdades del mercado.

    4. El marco urbano: la
    zonificación de la cuestión social. El espacio
    definiendo inclusiones y desafiliaciones.

    5. Entre el escarnio y el desprecio. La
    cuestión social desde el pintoresquismo
    costumbrista.

    1. Del ayer y el hoy, del
    abajo y del arriba, a modo de introducción.

    Toda historia, es historia
    contemporánea
    B. Crocce
    Si, toda historia sirve para que el pasado legitime nuestra
    contemporaneidad. Y la historia de la cuestión social en
    la Argentina no es una excepción. El modo de analizar
    determinada problemática está irremediablemente
    mediado por la intencionalidad (conciente o inconsciente) del
    sujeto. Condicionamientos políticos, ideológicos,
    hacen al investigador llegar de determinada manera a su objeto de
    estudio. No se trata de falta de honradez intelectual (que
    también la hay en algunos casos), se trata, que no existe
    en nuestra opinión, "el no lugar" en el que se pueda
    situar el historiador. Siempre estará omnipresente en el
    análisis su propia coyuntura y
    contexto.
    Aclarada nuestra escéptica postura sobre la posibilidad de
    una asepsia objetiva en el estudio de la historia, expresamos a
    continuación los autores de este trabajo nuestra
    posición. En principio pensamos que más que
    historia, hay historias. No nos estamos refiriendo solamente a la
    división entre historia política, social,
    económica, cultural, etc. Estamos pensando en algo que
    está subsumido en todas estas categorías. Esto es
    la historia desde abajo, la historia de los actores sin voz, de
    aquellos que paradójicamente no entraron en la
    historia.
    Nuestro trabajo está acotado en lo cronológico a
    una periodización similar a la enunciada desde el
    título en sendas obras de E. Zimmermann y J. Suriano sobre
    la cuestión social: laxamente, desde la
    consolidación del "Régimen falaz y
    descreído" hasta el traspaso del manejo del gobierno a la
    "Causa Radical", y más acotadamente, entre las algarabas
    ocurridas junto a las desconchadas tapias del Parque de
    Artillería y los claroscuros de fastos y represión
    del Centenario.
    Dado este contexto temporal, en lo espacial abordamos una
    descripción por separado del ámbito
    rural y del ámbito urbano, tratando de mostrar desde la
    diferenciación, las articulaciones
    que los relacionan. Desde lo regional analizamos la
    cuestión social en la ciudad de Rosario, en especial el
    modo en que parte de su prensa
    veía el problema de integración y marginalidad, a
    través de una publicación en particular.
    Estamos contestes acerca de determinadas falencias, omisiones y
    recurrencias. Así, priorizamos abordar la cuestión
    social centrada desde lo humano en el elemento inmigratorio,
    antes que en la población nativa preexistente. Y dentro de
    los migrantes buscamos el abajo al que hacíamos
    referencia: el fracasado, el actor individual que no siempre
    puede ver en su drama lo social, aunque lo social esté
    fijando su sino trágico, al tiempo que su
    relación (dicotómica y a la vez complementaria) con
    la justicia y la
    ciudadanía. Y esa búsqueda nos hará seguir
    como hilo conductor narrativo la saga de un antihéroe,
    personaje ficcional semejante a tantos otros de real
    existencia.
    "Los humildes vecinos de mi infancia
    correntina, tendrían a considerar las noticias de los
    diarios como exageración, mentira o fantasía, pero
    creían a pié juntillas en los tremebundos
    folletines de Carolina Invernizzio, que Don Ramón, mi
    padre, les leía en la vereda, en las noches de
    verano."
    V. Ayala Gauna

    2. Lo ficcional como
    símbolo de lo real.

    Marcos Aguinis narra en su cuento
    "Josesito, el memorioso", la amarga aventura americana de un
    emigrante judío ruso. No hay precisión
    cronológica pero ciertos indicios nos indican que el
    relato trascurre entre la última década del siglo
    XIX y la primera del siglo XX. El drama comienza en Rusia, donde
    tras un pogrom en el que son asesinados sus padres, el
    protagonista emigra hacia un futuro incierto con lo que queda de
    su familia
    (mujer y tres
    hijas de corta edad). El destino o el mal consejo de algunos
    consejeros de su colectividad, lo arrojan a las playas
    argentinas. Sin apoyo, sin vínculos, sin idioma,
    sobreviven alimentándose de las sobras que encuentran en
    la basura de esa
    Buenos Aires
    hostil. En uno de sus periplos en busca de desperdicios
    comestibles, nuestro antihéroe conoce –y casi
    inverosímilmente logra hacerse entender- a un suizo, que
    aparentemente viene a acabar con sus desgracias, al ofrecerle
    trabajo como arrendatario en una colonia agrícola. Hacia
    allí parte esperanzado con su familia… en menos de tres
    años esas esperanzas se transforman en horror. El balance
    es a pura pérdida: las dos hijas menores muertas de
    disentería, su mujer muerta a causa del esfuerzo excesivo,
    despojado de la parcela de tierra por la
    eficaz conjunción de la langosta, el propietario y las
    policías bravas al servicio de
    este:
    "El suizo trajo un comisario con tropas blandiendo sables.
    Dirigió el allanamiento, invadió los ranchos de los
    prófugos, incautó los cueros y la alfalfa que
    servían de lecho, las pocas ropas que encontró, las
    ollas y los cuchillos, sacó a las mujeres
    tironeándose las trenzas, pateó a los niños y
    a todos metió en carros, expulsándolos de la
    colonia".
    Solo queda entonces el regreso (una nueva huída) a Buenos
    Aires, donde junto a su hija superviviente –resto del
    despojo de su familia- disputan a los perros callejeros
    las sobras de comidas de los basurales. Y entonces, pese a la
    miseria, a la mugre, padre e hija encuentran un espacio y un
    tiempo para reír juntos. El cuento termina con el
    protagonista también riendo, pero muchos años
    después, memorando desde una posición de holgura y
    bienestar, ese atribulado tiempo inicial.
    Esta es una obra de ficción con caracteres tal vez
    acentuados en demasía para resaltar lo dramático
    del relato. Sin embargo, y más allá del exceso
    melodramático, millares de inmigrantes vivieron peripecias
    similares, en tiempos absolutamente personales que escapan a la
    periodización desde lo general en etapas de prosperidad o
    crisis.
    Los tiempos de los actores individuales suelen diferir de los
    tiempos de los actores sociales. Tal vez debamos preguntarnos
    hasta donde interactúan, hasta donde un actor social no es
    la suma de los actores individuales, y hasta donde el contexto
    general es mediado por las visiones particulares de estos actores
    individuales.
    Preguntas que ameritan respuestas con más dudas que
    certezas. Veamos sino la paradoja de nuestro ficcional
    protagonista, sufriendo su atroz historia personal, en el
    mismo tiempo y lugar en que la Argentina alcanza un desarrollo,
    que medido comparativamente a nivel mundial, es sorprendente. Es
    la época de las lugonianas odas a los ganados y las
    mieses. Es el tiempo en que el divino Rubén con una voz
    cada vez más sumisa, canta que:
    "¡Hay en la Tierra una
    Argentina!
    He aquí la región del Dorado,
    He aquí el paraíso terrestre,
    He aquí la ventura esperada,
    He aquí el vellocino de oro…"

    He aquí (remedando casi irrespetuosamente al gran
    nicaragüense) que toda esta laudatoria venturosa al
    país que lo acoge, no morigera el drama individual de
    nuestro protagonista. Está irremediablemente excluido este
    ser literario de los ditirambos que en prosa o en verso perpetran
    los vates y literatos oficiales del Centenario.
    La justicia implícita de las democracias representativas
    es muy exigente… Sus ciudadanos deber ser políticamente
    activos y, por
    sobre todo, independientes tanto moral como
    materialmente.
    J. Shklar

    3. "La política
    é porca, dottore". El ámbito pampeano: del ideal
    igualitario farmer a las desigualdades del mercado.

    Justicia y ciudadanía. Componentes inseparables
    de un todo. Siguiendo la definición de Shklar que encabeza
    este punto, veamos como se aplica la misma a nuestro
    protagonista. En principio se ve en él una doble
    exclusión: la racial y la social, que van delineando un
    perfil social, cultural y económico determinado. Trae de
    su Rusia o Ucrania natal, el estigma de la persecución
    antisemita. Llega al país absolutamente desamparado, con
    el recuerdo de los cuervos haciéndose un festín con
    la cabeza y las entrañas de su padre muerto a golpes por
    cosacos ebrios. Luego las pocas esperanzas que le quedan se
    desvanecerán junto con la vida de su mujer y sus hijas
    menores. Materialmente nunca ha tenido nada. La justicia le ha
    estado negada
    de igual manera que el derecho a una vida digna.
    Pero este hombre
    ¿está en el aire? No es acaso
    contemporáneo a esa corriente inmigratoria judía
    que promovida por el barón Hirsh se establece de manera
    organizada en el campo argentino.
    Sí, es contemporáneo, pero no forma parte de esa
    corriente, al igual muchos judíos de carne y hueso que no
    encontraron cabida en las colonias de la J.C.A. Si como expresa
    Crocce, la historia legitima el presente, y hoy la comunidad
    judeoargentina reivindica en la figura de esos pioneros de la
    élite de la colectividad (los pampistas), es conveniente
    recordar que no todos formaron parte de esa élite. Entre
    ellos nuestro protagonista. Su experiencia es común a la
    de muchos que por múltiples motivos sufrieron la
    exclusión social o parcial. Pérdida esta que
    incluye entre otras carencias la del atributo de
    ciudadanía. Que se percibe antes individual que
    socialmente. Tal como lo expresa Shklar:
    "…la ciudadanía se percibe como un atributo del
    individuo. El acento que se pone en los derechos y en el status
    también expresa el individualismo".
    Este individualismo obra como obstáculo para la solidaridad y la
    cooperación, promoviendo rivalidad entre las
    víctimas. Estas pueden llegar a pensar su infortunio como
    algo inevitable y casi inalterable. Esta formación mental
    debe ser tenida en cuenta cuando se analiza la cuestión
    social. Nuevamente lo individual mediando lo colectivo.
    Así nuestro protagonista, piensa que si ha caído en
    la miseria más atroz al margen de los lazos comunitarios
    (o de clase), será también de manera individual que
    podrá mejorar su situación.
    Asimismo, siguiendo la tesis de
    Shklar, intuye que a ciudadanía plena exige no solo la
    igualdad
    política y jurídica (que el no la tiene, en tanto
    inmigrante desamparado, inválido de toda
    protección), sino fundamentalmente la ciudadanía
    debe tener la dignidad del trabajo, de un trabajo remunerado:
    "Oyó que hay trabajo en el campo, en colonias de
    inmigrantes. Eso, muy bien, allí quería ir.
    ¿Cómo se llama usted? No entendía, que
    alguien traduzca, lo tradujo un suizo. Necesito trabajar,
    cualquier trabajo. Lo acompañaron, sacó a su mujer
    y a sus hijas del hueco que habían cavado con las
    uñas, como perras. Eran bultos. En las colonias faltan
    brazos, sobra comida; fuerza,
    arriba".
    Al campo entonces, a obtener la dignidad mediante el trabajo, y
    la posibilidad de llegar a poseer la tierra que trabajará.
    Pero ese optimismo le oculta la realidad de que él nunca
    será un farmer, sino que se encuadra en lo general en la
    definición que en lo particular para el espacio
    santafesino hacen M. Bonaudo y E. Sonzogni, el también es
    parte de:
    "Todo ese conjunto de actores (que) en su contacto con el mercado
    ha sufrido, en mayor o menor medida, la desestructuración
    de sus formas de organización social y cultural previas.
    Aquel, a partir de las necesidades de la demanda,
    pretendió rearticularlos en función de
    su propia lógica.
    Ahora bien, el mercado al que estamos haciendo referencia,
    necesita garantizar la existencia de un ejército de
    reserva, pero en su dinámica no lo reclama permanentemente por
    cuanto la producción agraria, que es su motor, presenta
    características cíclicas o
    estacionales que generan amplios períodos de inactividad.
    A eso se suma el bloqueo, avanzados los 90, del acceso a la
    tierra para el productor con escasos recursos".
    Llega tarde, física, cultural,
    étnicamente. Llega tarde económica y socialmente.
    Las exigencias del mercado han socavado el paradigma del
    productor propietario, de que se repita sobre el humus pampeano
    el tipo de sociedad que se
    viene construyendo sobre lo que los geólogos llaman la
    Gran Deriva de Wisconsin: el Medio Oeste yanki.
    Las presiones y exacciones que sufre en su etapa rural, son
    similares a los abusos que comenten empresas
    colonizadoras tales como la Beck y Herzog (en una etapa anterior)
    o la ya citada J.C.A., amparadas en un represivo código
    rural y una estructura
    estatal que sostiene esa legislación punitiva.
    Este posicionamiento
    del Estado, provoca en los menos beneficiados, escepticismo por
    la cosa pública, -"la política é porca,
    dottore"- , le dicen chacareros arrendatarios de Arroyo Seco, al
    candidato a vicegobernador radical, en las vísperas de la
    inaugural elección santafesina de 1912, o como en el caso
    de nuestro protagonista, una suma de desconfianza y
    fatalismo:
    "Los campos tenían dueño, un dueño poderoso.
    Había recibido esas planicies, de horizonte a horizonte,
    directamente de las manos de Dios…" "Los colonos tenían
    que cumplir con los pagos y otras enredadas obligaciones
    que les hicieron firmar, que yo mismo firmé al suizo que
    me ayudó y que era el representante los acalló con
    tres amenazas, pero cinco hombres decidieron arriesgarse hasta la
    capital de la
    provincia, una ciudad grande y complicada, donde
    efectuarían reclamaciones ante el gobierno; locuras".
    No es casual que nuestro protagonista sea judío, y que sea
    suizo quién lo contrate para trabajar en las colonias.
    Toda historia es contemporánea en tanto el pasado obra
    como legitimador del presente. En el caso concreto de
    este relato, vemos que su autor es consecuente en la
    elaboración del texto con el
    contexto, esto es, construir literariamente protagonistas cuyas
    nacionalidades evocan en el imaginario colectivo de manera
    nítida, el proceso de
    colonización. Una épica donde se unen la
    inicial epopeya helvética, cantada por Pedroni:
    "La nostalgia está cantando
    en un vapor argentino,
    frente a Santa Fe callada
    canta el dolor detenido.

    Severo Viñas no duerme,
    tiene espinas de fastidio

    "¡Abran de una vez las puertas
    dejen bajar a los gringos!"

    El canto baja por fin,
    demudado, contenido,
    lleva una espiga en la mano,
    le siguen mujer y niño.

    con el elegíaco conjunto de relatos con que A.
    Gerchunoff rinde homenaje al país adoptivo en su primer
    cumple siglo, acometiendo en la "Introducción" a los
    mismos, el bellísimo atrevimiento sincrético de
    juntar la Torah con Vicente López y Planes:
    "…Judíos errantes, desgarrados por viejas torturas,
    cautivos redimidos, arrodillémonos, y bajo sus pliegues
    enormes, junto con los coros enjoyados de luz, digamos el
    cántico de los cánticos, que comienza
    así:
    Oíd mortales…"
    visión eglógica que culmina con el "final feliz"
    del Grito de Alcorta, tal como quedó institucionalizado en
    la versión de la hija dilecta del movimiento de
    1912, la Federación Agraria Argentina, entidad esta
    que:
    "Dirigida por los sectores más acomodados de agricultores
    de la pampa gringa defenderá desde entonces sus intereses
    específicos, marginando tajantemente y con un cerrado
    criterio de clase, a los jornaleros agrícolas…"
    En definitiva, una comprensión del proceso colonizador
    inserto en el paradigma civilizador, en un orden que permite un
    progreso constante de acuerdo a las ideas positivistas dominantes
    y casi hegemónicas, y cuyo punto inicial es la normativa
    igualitaria sancionada en la Constitución. Todo ello respondiendo en lo
    económico a un modelo
    concreto de inserción del país bajo un perfil agro
    exportador asociado subordinadamente al capital financiero de las
    potencias centrales (especialmente en el Reino Unido).
    Esta visión no tiene en cuenta una contradicción
    básica entre los postulados universalistas proscriptos
    desde lo político en la carta magna, y
    la libertad de
    mercado en lo económico que también postula el
    andamiaje normativo, contradicción esta que se expresa en
    la desigualdad y subordinación que tiñen las
    prácticas cotidianas del hecho social.
    En la época que nuestro protagonista llega al país
    se ha acentuado la tensión entre una normativa
    teóricamente universalista integradora y un contexto real
    restrictivo, lo cual:
    "…obliga al Estado, entre el fin de siglo y la primera guerra
    mundial, a replantear su rol. Estos diferentes actores van
    generando –a través de sus demandas- la necesidad de
    rediscutir el papel punitivo
    de este o su desempeño sólo como garante del
    orden en términos de legalidad. En esta etapa, se comienza
    a colocar en el plano de la discusión la importancia de
    reformular sus niveles de injerencia en el plano de la
    discusión la importancia de reformular sus niveles de
    injerencia operando más ampliamente como regulador y
    árbitro de las relaciones sociales".
    Ese Estado opera sobre una nueva sociedad, donde la
    cuestión social toma importancia como síntoma de
    las nuevas demandas. Su modo de intervenir pasará tanto
    por la represión como por la cooptación. Así
    el mundo rural verá la persistencia de la brutalidad
    policial al mismo tiempo que se suavizan los aspectos más
    retrógrados de los códigos (tal el caso de la
    retención forzada de trabajadores en el espacio
    azucarero). Esta aparente contradicción responde a la
    inserción de algunos actores y la persistencia en la
    exclusión de otros. Así, durante la segunda
    presidencia de Roca, el Ejército, brazo armado del Estado,
    utiliza procedimientos
    coactivos directos sobre la mano de obra indígena
    chaqueña, haciéndose cómplice de la
    explotación a que es sometida en los quebrachales; al
    tiempo que brinda apoyo logístico a un funcionario del
    Ministerio del Interior, a quién le han encargado la
    creación de un código laboral, y cuyo
    pensamiento
    está en las antípodas del de quienes lo alojan:
    "En verdad, no se hace con el indio sino exagerar la
    explotación que se comete con el cristiano, a pesar de su
    habilidad para el trabajo de hacha…" "los indios (tienen) un
    terror pánico al ejército de línea,
    aquí como en todas partes el indio tiene un verdadero
    horror al látigo, el fusil y el sable; que lo traten bien,
    dice y el indio no será malo…" "En San Cristóbal,
    un oficial de alta graduación cree que lo único que
    hay que hacer es exterminarlos, y si queda alguno llevarlo a la
    Tierra del Fuego. ¿Y si a usted le hicieran eso, que
    diría? –Es que yo no soy indio, me
    contestó".
    Esta dualidad de coacción y cooptación no
    será exclusiva del espacio rural sino que se hará
    particularmente evidente en el ámbito urbano, a donde nos
    trasladamos, siguiendo el desventurado derrotero de nuestro
    protagonista.
    De esos gringos andrajosos que salían como pulgas azoradas
    de los barcos. De esos puñados de mugre nostalgiosa. De
    esos. De los alucinados por la Pampa Despensa, por la Pampa
    Madre, por la Pampa Tierra. De la camaza innoble que
    rememoró aldeas remotas en los barracones del Puerto. De
    los gráficos que acumulaban líneas en un
    idioma que estaban aprendiendo. De los artesanos que amamantaron
    cortas y escasas industrias. De
    los bigotudos esos. De los empachados por fiebres solidarias.
    De esos surgió la primera huelga cuando
    terminaba de extinguirse la penúltima montonera.
    M. Bonasso

    4. El marco urbano: la
    zonificación de la cuestión social. El espacio
    definiendo inclusiones y desafiliaciones.

    Ya está nuestro protagonista (y su hija
    sobreviviente) nuevamente en la ciudad, en peores condiciones que
    cuando esperanzado, salió de ésta:
    "En Buenos Aires buscaron trabajo cada uno por su cuenta y
    riesgo. Otra
    vez el hambre. Josesito reconoció calles y casas de
    años atrás, cuando su familia constaba de cinco
    personas. Dormía en bancos de plaza.
    Cada uno aportaba lo recogido en cajones de basura o en
    verdulerías, robado a la disparada. Extendían el
    maloliente botín y recuperaban algo de vida".
    Nuestro protagonista es, en este momento antes que un excluido,
    un desafiliado, siguiendo la tesis de R. Castel, según la
    cual:
    "Hablar de desafiliación, es… retrazar un recorrido…
    Desafiliado, disociado, inválido, descalificado,
    ¿con relación a qué? Este es precisamente el
    problema.
    La exclusión implica para el mismo autor, remitirse a
    situaciones caracterizadas por una localización
    geográfica precisa, por formas culturales o sub-culturales
    y determinada base étnica.
    Nuestro protagonista ha cortado (o le han cortado) sus lazos de
    pertenencia a su comunidad, ha pasado de a indigencia integrada
    de su gueto natal,
    "…en la cual la ausencia de recursos suscita el socorro en
    forma de protección cercana…(donde)… la
    dimensión económica no es por lo tanto el rasgo
    distintivo esencial, y la cuestión planteada no es
    la pobreza,
    aunque los rasgos de desestabilización pesen más
    sobre quienes carecen de reservas económicas".
    de esa forma al fin de integración, a la vulnerabilidad y
    a la inexistencia social.
    En ese estadio, sus peregrinajes mendicantes abarcarán
    (conjeturamos) toda la hostil geografía de esa
    Babel inaprensible. Este ser ficcional verá (si no
    comprenderá en toda su complejidad) en sus derroteros de
    miseria, el triunfo de la zonificación de la ciudad: el
    espacio definiendo y dando marco a lo social.
    Es este un largo proceso que avanza con el siglo y va marcando la
    relación desde lo espacial, entre los distintos actores
    sociales en cada coyuntura, y donde el papel político
    ordenador del Estado, tendrá importancia fundamental.
    A fines de nuestro análisis sobre esta
    problemática, vemos que el ascenso al gobierno de Juan
    Manuel de Rosas en
    Diciembre de 1829, resulta el corolario natural y lógico a
    la autoridad que
    de modo autoritariamente paternalista venía ejerciendo en
    la campaña. Los dotores urbanos estaban derrotados. No
    habían sabido conciliar sus intereses con los de la
    campaña. Su discurso
    estaba a contramano de un proceso de ruralización de las
    costumbres (común a gran parte de la América
    Española). Por el contrario, los terratenientes cuidaban
    de expresarse en términos populares, defendiendo tanto sus
    intereses de clan, como –al menos en el marco discursivo- a
    sus clientelas subordinadas. Es un mensaje claramente
    paternalista y demagógico. Pero efectivo.
    El rosismo sacará buen rédito político de la
    dualidad de sentimientos para con el pobrerío de la
    campaña. Por un lado se crea todo un ritual participativo,
    dándoles (al igual que al pobrerío urbano) cierta
    relevancia en la cosa pública. Por otro lado, la
    relación de fuerza en las zonas rurales permanece
    inmutable. Recordemos a modo ilustrativo, que durante todo el
    período rosista se mantuvo en plena vigencia la Ley de Vagos, que
    tanto perjuicio causaba al paisanaje.
    En el ámbito urbano, persisten modos y costumbres que en
    principio parecen mostrar una sempiterna escena doméstica
    y pueblerina, una armónica y paternal "Gran Aldea". Pero
    no es una sociedad igualitaria. Lo que está yuxtapuesto es
    el espacio, el hábitat de convivencia. Tales proximidades
    daban lugar a promiscuidades y concupiscencias
    iniciáticas, tales los recuerdos de un testigo
    privilegiado (privilegiado social, político,
    económico y también privilegiado en talento
    narrativo), L. Mansilla,
    "… todo concordaba con lo ya mencionado (se refiere al
    mobiliario de su casa paterna), excepto lo que a la servidumbre
    correspondía, cuyas camas eran volantes. Me refiero a las
    mujeres negras y blancas, mulatas o chinas. Los hombres
    dormían en los cuartos de afuera, lo cual no
    impedía que se cumpliera el refrán: Dios los
    cría y ellos se juntan.
    Los niños ven, oyen, y aunque callan y disimulan, no caen
    bien en cuenta al principio. Pero con el tiempo maduran las uvas
    para ellos también. En nuestra América no se
    respetan puertas cerradas. Todos, grandes y chicos, patrones y
    sirvientes empujan, abren sin anunciarse en forma alguna y lo que
    los grandes solo los perturba, a los niños les despierta
    la imaginación.
    Esa sociedad patriarcal, pre-capitalista, inmersa en condiciones
    económicas y sociales, y sobre todo, normativas que poco
    han variado desde el período colonial, se asienta en el
    antiguo damero que con sus extensiones naturales permite contener
    con cierta holgura a los 70.000 hombres que a la caída de
    Rosas, pueblan una,
    "…Buenos Aires en la que existen 106 fábricas, 743
    talleres y 2.088 comercios; en su totalidad modestísimos,
    y sujetos, por lo tanto, a una rudimentaria técnica. El
    número de personas en ellos es reducido, y embrionarios
    sus instrumentos de trabajo. Ambos limitan su capacidad
    productora a proporciones mínimas".
    Vemos entonces una multiplicidad de unidades productivas o
    distributivas en donde la relación ínfima del
    número de integrantes permite aún modos
    anacrónicos de interacción entre patronos y
    trabajadores. Modos que aún pasan por el clientelismo y en
    muchos casos, por la indiferenciación de tareas entre unos
    y otros.
    Este panorama, cuasi estático y acotado, cambia a partir
    de Caseros. Los nuevos aires de inserción del país
    en el pujante capitalismo de
    "La Segunda Revolución
    Industrial", y el papel agro-exportador dependiente que asume
    en la división internacional del trabajo, hacen necesario
    la puesta en marcha de un proceso modernizador.
    Hitos fundamentales de este proceso, son la afluencia de
    capitales, la construcción de una red de transportes y
    comunicaciones
    que tornen viable y redituable la explotación
    económica primaria, la importación de brazos para sostener esa
    nueva infraestructura, y la consolidación de un estado que
    discipline y controle esos brazos. Entonces,
    "Al amparo de
    instituciones
    y leyes inmanentes
    al desarrollo histórico, el régimen de
    producción capitalista se afirmará y
    proyectará con vasto vuelo y extraordinario empuje.
    Creará las condiciones materiales que
    harán a la existencia de una clase asalariada, que, en
    forma de proletariado, reemplazará al viejo artesanado,
    reminiscencia de la era preindustrial".
    Reminiscencia que desaparecerá ante el doble y relacionado
    embate de la inmigración masiva y la
    concentración de la población en centros urbanos.
    Así,
    "…Buenos Aires pasó de 187.100 habitantes en 1869 a
    1.575.000 en 1914… En cierta manera era obvio que un
    crecimiento casi descontrolado y escasamente planificado
    habría de provocar problemas de
    diversa índole. En este sentido, las tempranas usinas de
    preocupación se relacionaban con temas vinculados a la
    atención médica, el hacinamiento, la
    salubridad o la criminalidad."
    Esas preocupaciones encuentran un punto de referencia ineludible:
    la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, que al igual que el
    cólera de la década anterior, causa estragos
    favorecida por la profilaxis inadecuada de una ciudad que
    superpoblada, se hacina en el antiguo damero colonial.
    Frente a esto, las élites planean una segregación
    espacial al tiempo que una resolución política de
    las obras de salubridad en
    prevención de nuevas epidemias (entre las que de carácter
    ideológico podían ser tan nefastas para sus
    intereses como las orgánicas). Como señala J. L.
    Romero, la élite porteña,
    "Descubrió antes que nadie, que su ciudad –la gran
    aldea-, comenzaba a transformarse en un conglomerado confuso y
    heterogéneo, en le que se perdían poco a poco las
    posibilidades de control de la
    sociedad sobre cada uno de sus miembros, a medida que
    desaparecería la antigua relación directa de unos
    con otros".
    La segregación espacial implica la zonificación
    social de Buenos Aires. Las familias de nueva o vieja prosapia,
    comienzan a trasladarse del barrio Sur a las revalorizadas
    parroquias del norte: el Socorro, Retiro, Recoleta, haciendo de
    la calle Florida, y las avenidas Santa Fe y Alvear el eje de su
    vida social. Justamente a partir de la intendencia de un Alvear,
    todos los favores en materia de
    servicios y
    embellecimiento serán para esta zona. Con plena ingerencia
    de los recursos del Estado, se construye de manera para nada
    inocente, la particular y planificada atmósfera de lo que
    genéricamente se denomina Barrio Norte. Así se
    podrá hablar del codo aristocrático de Arroyo, o
    del ambiente
    parisino del pasaje Seaver.
    Por contraposición, el antiguo centro social y
    político situado al sur de la Plaza de Mayo, degrada
    rápidamente. San Telmo, y especialmente Barracas,
    adquieren un tono proletario y fabriqueo. Los antiguos caserones
    patriarcales devienen convenientemente subdivididos, en
    conventillos… aunque aquí y allá, alguno oculte
    los restos vergonzantes de alguna familia venida a menos, que no
    ha querido o podido sumarse al tono de los tiempos de instalarse
    al norte de la avenida Rivadavia, aún en condiciones de
    mera figuración.
    Más allá de los reductos privilegiados, extendiendo
    sin cesar los ambiguos límites de
    la ciudad, el avecinamiento de
    "Este verdadero aluvión de individuos provenientes de las
    más diversas regiones del mundo generó en los
    miembros de la élite la sensación de
    perturbación del orden social en tanto miles de
    extranjeros se agolpaban en la(s) ciudad(es) y aportaban sus
    formas de vida y costumbres diferentes a las nativas.
    Además al comienzo de este proceso se vieron sorprendidos
    por un fenómeno nuevo: una buena parte de ellos portaban
    nuevas ideologías como que habían transitado
    diversas experiencias de organización sindical en Europa,
    habían sido miembros de la primera Internacional de
    Trabajadores o huían de las represiones gubernamentales
    debido a los procesos de
    conformación del movimiento obrero. Casi
    mecánicamente a vincularse a los extranjeros con los
    disturbios sociales…"
    No todo inmigrante podía ser encuadrado en el marco
    ideológico que describe Suriano. Sin ir más lejos,
    nuestro ficcional protagonista. Muchos no traen conciencia de
    clase alguna. En el cambio de
    siglo, un lúcido representante del Régimen
    opinará que
    "… la mayor parte de los inmigrantes que vienen son mendigos,
    una masa de cabezas huecas que creen que llegando al país
    deben darles trabajo en la Plaza de Mayo, y recibirlos a mantel
    puesto, dándoles aquí leyes, instituciones y
    diversiones al modo de su tierra".
    Pero en esa percepción
    inorgánica a determinados derechos, está el peligro
    principal que representa el inmigrante. Esas apetencias
    convierten al trabajador extranjero que arriba a estas playas en
    un agitador potencial.
    El extranjero pasa a ser entonces, una figura contradictoria para
    la élite. Forzosamente necesario para su proyecto de
    nación
    y al mismo tiempo objeto de demonización. Demonio que se
    encarna recurrentemente al compás de una progresiva
    agudización del conflicto
    social. En este sentido el clásico y remanido episodio de
    la quema del Colegio del Salvador en los setenta no es más
    que el inicio de una serie de acontecimientos que culminan
    normados en la sanción en 1902 de la Ley de
    Residencia.
    Es en esta primera década del siglo XX que el conflicto
    adquiere extrema violencia. A
    los movimientos de protesta en demanda de determinadas
    reivindicaciones, el estado
    responde con la represión: tras una huelga importante (tal
    la de la Refinería de Rosario en 1902) o el intento de
    conmemorar el 1º de Mayo (1904, 1905 o 1909), llega la
    punición con su secuela de muertos, heridos, la
    sanción del Estado de Sitio y la aplicación de la
    Ley de Residencia, que diezma los cuadros de las centrales
    obreras, mayoritariamente extranjeros. A veces esta violencia de
    arriba, es contestada desde abajo. Tal el caso del
    ajusticiamiento en Noviembre de 1909 del Jefe de Policía
    de la Capital, en venganza por lo sucedido en los sucesos del
    día de los trabajadores de ese año, cuando ese
    personaje, el coronel Ramón Falcón, ordenó
    balear una manifestación anarquista. El autor del atentado
    fue un adolescente obrero mecánico, llegado poco tiempo
    antes al país, y cuyo nombre, Simón Radowitzky, se
    convirtió en un símbolo de lucha y
    reivindicación para los militantes anarquistas.
    Pero la mano dura no fue la única forma que tuvo el Estado
    (y las clases dominantes a las que este representaba) para tratar
    la cuestión social.
    La cooptación y el consenso de distintos actores sociales,
    estuvieron presente en forma constante.
    Si en el plano político institucional la Ley Sáenz
    Peña será la feliz culminación del proceso
    de integrar en el sistema a
    sectores que se habían sentido excluidos por las
    prácticas políticas
    del régimen, también en el abordaje de la
    cuestión social se intentaron diversas estrategias,
    más allá de lo represivo.
    Dentro de ellas se inscribe el ya citado proyecto de Ley Nacional
    del Trabajo de 1904, en cuya presentación ante las
    Cámaras, el ministro del interior, Joaquín V.
    Gonzáles, adujo que
    "Su finalidad es evitar las agitaciones de que viene siendo
    teatro la
    República desde hace algunos años, pero muy
    particularmente desde 1902, en que ellas han asumidos caracteres
    violentos y peligrosos para el orden público."
    Y es en ese mismo marco y en el mismo año, cuando se
    produce un hecho aparentemente menor pero con profundo
    significado político: la anuencia con que un hábil
    urdidor de estratagemas, el presidente Julio Roca, permite la
    manipulación del padrón electoral para que mediante
    el sistema de circunscripciones el Partido Socialista obtenga una
    banca en la
    Cámara de Diputados.
    A su vez el hegemónico discurso positivista permite la
    utilización de la ciencia, en
    especial la médica, para intentar dar respuesta
    profiláctica a problemas que se consideran lacras de la
    clase obrera: el alcoholismo,
    la promiscuidad sexual, la mendicidad, etc. No es casual que el
    Departamento de Trabajo surja al tiempo que el Departamento de
    Higiene, ni
    que contemporáneamente, el Partido Socialista, dirigido
    por un médico higienista, lleve adelante una feroz
    prédica antialcohólica. O que se reglamente el
    ejercicio de la prostitución, regimentándose el goce
    del placer sexual, zonificando la misma, en una supuesta
    profilaxis moralista que hace abstracción de las causas
    que llevan a determinados sectores a practicar el comercio
    sexual. De igual e hipócrita manera, el informe de otro
    higienista no puede asociar la homosexualidad
    que, inducida por la miseria corroe bajo la ley del más
    fuerte, a la infancia que habita los conventillos; con el
    fenómeno de la pederastia y travestismo, que toma auge en
    esa ciudad donde el aluvión inmigratorio ha distorsionado
    el índice de masculinidad.
    Estas medidas, institucionales o no, parten de un supuesto
    paternalista y de una profunda desconfianza. El obrero es un
    menor de edad, que debe ser contenido, que debe ser contenido y
    disciplinado, protegido de la influencia de ideas perniciosas.
    Entonces la salud, la
    modificación de costumbres, el acceso de la
    población trabajadora a tangibles beneficios de
    salubridad, obran como barreras que reaseguran a las clases
    dominantes frente al potencial revolucionario de los oprimidos.
    Cuando estas barreras se superan, se apela a la
    represión.
    Cooptación y represión, términos entonces
    funcionales e intercambiables de acuerdo a la circunstancia.
    Y enmarcados en un discurso legitimador que intenta ser
    abarcativo y homogéneo, con réprobos y elegidos,
    discurso este que se expresará a través del llamado
    (y en este caso sin ironía) cuarto poder. Pero
    para poder verlo en un ejemplo concreto, deberemos despedirnos de
    nuestro protagonista, dejándolo con sus tribulaciones en
    esa hostil Buenos Aires, y partir nosotros a nuestro propio
    espacio regional.
    Ciudad de Astengo, de Etchesortu y Casas
    -sede del "Honorable Benvenuto"-
    ciudad donde se funden dos mil razas
    pero no se funde ningún bruto.
    Cuartela anónima

    5. Entre el escarnio y
    el desprecio. La cuestión social desde el pintoresquismo
    costumbrista.

    Hacia el centenario, Rosario es la cabecera indiscutible
    de la "pampa gringa", ese vasto hinterland que desborda el sur
    santafecino y avanza sobre el este cordobés y el norte
    bonaerense. La llanura cordobesa ve en Rosario, y no en la docta,
    a su ciudad de referencia. Entre el primer y tercer censo
    nacional, ha multiplicado su población por
    diez.

    Consecuencia directa en su origen, del espectacular
    proceso inmigratorio
    "La burguesía rosarina pisa firme; hija del desarrollo
    agrario, se identifica totalmente con el progresismo liberal, y
    no solo carece de complejos frente a las viejas clases, sino que
    las mira por arriba del hombro, porque se siente con mejor
    derecho a conducir. No postula reconocimiento y será ella
    la que lo dará".
    La clase terrateniente argentina no tiene residencia siquiera
    provisoria en Rosario. Es entonces esa "exitosa nueva clase" la
    que lleva la voz cantante. Y lo hace con orgullo, exhibiendo ante
    propios y extraños, la concreción práctica
    de su filosofía positivista. Es su afán de progreso
    lo que ha transformado la otrora insignificante aldea
    "…en una de las ciudades más hermosas e
    higiénicas de Sud América. Su urbanización
    obedece a los principios
    más modernos… Desde el parque Independencia
    y el Boulevard Santafecino hasta la cloaca; desde el palacio a la
    humilde casa de obreros; desde el hospital moderno, completo,
    hasta la asistencia pública y el asilo, en todas partes
    hay un progreso real y eficaz…"
    Un gran emporio comercial en definitiva, que por su propia
    dinámica muestra
    –según el mismo observador- ciertas falencias en su
    sociabilidad, ya que
    "… raramente se ocupan los hombres de otra cosa que de sus
    negocios
    Nunca se pudo establecer un centro literario, y las
    manifestaciones del arte son muy
    aisladas y pocas."
    No hay prosapia ni alcurnia añeja en los dominios de Ceres
    y Mercurio. Sin embargo las diferencias de clase están
    bien marcadas. Rosario es en ese aspecto una reiteración
    de lo que se ve a nivel nacional. Y de igual forma es tratada la
    cuestión social. Se copota o se reprime, o mejor se coopta
    y se reprime.

    Claroscuros acentuados por una clase obrera
    tempranamente combativa.
    Es en Rosario donde La Fraternidad, el gremio de los conductores
    ferroviarios, logra su primer triunfo en 1889, al culminar
    exitosamente una huelga declarada para lograr la libertad de un
    maquinista del F.C.B.A.R., detenido y salvajemente apaleado por
    la policía tras un accidente de tren.

    Pero es también en Rosario, donde
    "… cuando la familia es
    mucha y el hambre apura, entonces se pone a las niñitas en
    la Refinería, en las fábricas de tabacos, en lo que
    se puede, con tal de que ganen algo, y se les enseña a
    mentir sobre la edad, de manera que las chiquillas dicen que
    tienen once años cuando no han cumplido nueve y hasta que
    se cansan y agotan las pobres hacen lo que pueden".
    No es extraño entonces la importancia que adquiere en esos
    años la cuestión social. Huelgas fundamentales en
    la historia del movimiento obrero (la de 1902 en la
    Refinería, o las ferroviarias de 1912 y 1917) se gestan o
    tienen su epicentro en Rosario.
    Sin embargo esa combatividad no se traducirá en el
    fortalecimiento partidario de una alternativa clasista. Por
    varios motivos convergentes. En primer lugar la clase obrera
    rosarina será en gran medida, anarquista o sindicalista.
    El partido Socialista no logrará un predicamento similar
    al que alcanza en la Capital Federal. Se suma a ello la
    apática desconfianza del inmigrante a los manejos
    políticos que sabe ajenos a sus intereses. Así
    cuando se aplique en 1912 la nueva Ley Electoral, los
    contendientes serán por un lado, la Liga del Sur, portavoz
    de la satisfecha burguesía rosarina que aspira a la
    autonomía frente a la capital provincial, y el radicalismo
    que, específicamente en Rosario, encuentra sustento
    electoral por el modo clientelar con el que capta al proletariado
    criollo fronterizo del lumpenaje arrabalero.
    Es entonces, esa sólida burguesía la que impone un
    rol hegemónico a la sociedad rosarina. Hegemonía
    que trasciende lo meramente político y económico, y
    llega a
    "… la imposición de juicios morales y políticos a
    través de argumentos psicológicos. Así la
    holgazanería se utiliza para dar cuenta de disposiciones
    débiles para presentarse en el mercado de
    trabajo".

    La prensa resulta un arma fundamental para transmitir
    esa posición.
    Veamos entonces como opera esto en un caso concreto, el de la
    revista "Monos
    y Monadas". Semanario gráfico que aparece regularmente
    entre Junio de 1910 y Diciembre de 1911, su formato y diseño
    es similar al de la revista "Caras y Caretas". Por lo general hay
    una primera sección de noticias internacionales, luego una
    de política nacional y a continuación, información sobre la ciudad y la
    región, ya sin un orden determinado, mezclándose
    notas de carácter social, con información general o
    policial, junto a misceláneas y curiosidades, y el todo
    ilustrado con profusas fotografías.

    Más allá de este desorden expositivo, se
    van dando ciertas constantes.
    En primer lugar hay una encubierta toma de posición a
    favor de la Liga del Sur. La campaña electoral de esta es
    seguida en detalle y por toda la provincia, con abundante
    material gráfico. Muchas menos páginas y fotos se dedican
    a las actividades del radicalismo o el partido
    Constitucional.
    Hay también una manifiesta disposición a mostrar
    los signos del progreso ciudadano. De allí los amplios
    informes sobre
    obras de salubridad, tales como las Aguas Corrientes o los nuevos
    hospitales.
    La sociabilidad se manifiesta de múltiples maneras que van
    desde las reseñas sobre los clubes de élite, hasta
    la galería de personalidades del mundo social que da
    título a la revista: cada número trae la imagen en
    página central de un distinguido caballero y de una
    rolliza beldad, los que en amable tono son designados
    respectivamente como el "mono" y la "monada" de la semana. A los
    que se suman las fotos de niños satisfechos en elaboradas
    poses de supuesta ingenuidad.
    Como reflejo de la ciudad y la región, las colectividades
    inmigratorias encuentran acogida en sus páginas. Desde el
    Centre Catalá al Club Español,
    pasando por las instituciones mutualistas de cada comunidad,
    hallan la posibilidad de difundir sus actividades mediante
    recurrentes gacetillas. Especialmente en los números que
    siguen al 20 de septiembre de 1910, la revista muestra los
    festejos del día de Italia, en muchas
    de las localidades de la pampa gringa.
    Hasta aquí, una revista informativa más, que
    refleja a una sociedad sin grandes problemas en apariencia. Sin
    "cuestiones" demasiado traumáticas.
    Sin embargo, la verdadera problemática social, aparece
    encubierta bajo el pintoresquismo y la mirada
    condescendiente.
    "Monos y Monadas", en tanto portavoz de los que triunfaron,
    encuentra en la marginalidad, la exclusión y la miseria,
    una fuente de humorismo. Que le permitirá por ejemplo,
    describir bajo el título "El Albaicín Rosarino",
    una ranchada miserable establecida "atrás del
    Córdoba y Rosario" en octubre de 1910, con el mismo
    sentido de burla que a principios de 1911 empleará para
    regodearse con el barrio de Las Latas, describiendo
    irónicamente el "palacio de Las Latas", con su "reina", su
    "príncipe", etc.
    Este indisimulado desprecio de clase, se torna evidente en una de
    sus secciones fijas, "La Semana Trágica", donde se hace el
    raconto de lo sucedido en materia de hechos policiales. Es un
    lugar común en esas páginas el trazar un paralelo
    entre pobreza y
    delincuencia.
    Para "Monos y Monadas" el ser habitante de un conventillo es un
    elemento de sospecha. Las condiciones infamantes de las casas de
    inquilinato, le interesan solo para reforzar esta tesis de
    culpabilidad, o a lo sumo para lograr una nota pintoresca, en
    tono burlesco, nuevamente con su "reina", "su príncipe",
    etc.
    El trato periodístico que se le da al tema de la muerte
    muestra también esa diferenciación, ya con rasgos
    de impúdica obscenidad. Así el deceso de un miembro
    de la élite es cubierto de manera respetuosa, aunque con
    la teatral necrofilia de la época (esa que convoca
    multitudes a los cementerios en una especie de kermese pagana
    celebrando el día de los Santos Difuntos). Vemos la pompa
    y magnificencia del cortejo en fotografías que
    acompañan un obituario panegírico. Pero si un
    muerto pertenece a la clase obrera, solo es noticia si su deceso
    se produce a consecuencia de la violencia. Y entonces vemos el
    regodeo irrespetuoso, la invasión de la intimidad, el
    escarnio. Imágenes
    de suicidas o asesinados son mostrados impunemente en sus
    féretros abiertos, sin ningún recato. Un
    niño de la burguesía que muere a causa de una
    enfermedad da lugar a lastimeras páginas de consuelo para
    su afligida familia, con un tratamiento discreto del tema. Pero
    un niño obrero, tal el caso del que es atropellado por un
    tranvía en "Salta entre San Nicolás y Avenida
    Castellanos" es mostrado impúdicamente con
    su rostro destrozado en un humildísimo ataúd. El
    morbo delimitando las clases.
    En definitiva concluimos que "Monos y Monadas" no es sino el
    exponente de una faceta a medio camino entre la cooptación
    y la represión. El tratar como objeto de burla y
    reprobación a determinados actores sociales, proponiendo
    –por efecto contrario- a otros sectores la
    integración mediante la emulación de conductas, en
    el modelo dominante, antes que la solidaridad con los
    escarnecidos estereotipadamente.
    Complejidades de una muy compleja problemática: la
    cuestión social.

     

     

     

     

    Autor:

    Fernando Cesaretti
    Florencia Pagni

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