- En Buenos
Aires - En La Pampa
- En Santa Fe
- En Entre
Ríos - En Misiones
- En el Chaco
- En la
Patagonia - En Tierra del
Fuego - Notas
En esta monografía
me refiero a algunos de los pioneros que llegaron a la Argentina
en la segunda mitad del siglo XIX y se trasladaron hacia las
provincias, donde a veces no encontraron cuanto les habían
prometido, y donde sufrieron el asedio indígena. "La
colonización no siempre fue orgánica, pues en
muchos casos los colonos, por falta de organización, sufrieron verdaderas
penurias, cuando no se habían tomado las medidas
necesarias para recibirlos" (1). Tomo como fuente textos de
investigadores, novelistas y poetas que escribieron sobre este
tema.
En 1844, llegó a la Argentina el danés
Juan Fugl, pionero que se estableció en Tandil cuando los
indios asolaban la región. El "relató que
después del sitio indígena de Tandil en el mes de
noviembre de 1855, ‘Al fin de cuentas, los
soldados que llegaron no habían resultado mucho mejor que
los salvajes, pues en las casas abandonadas que encontraron,
robaron todo lo que pudieron y les fuera útil’.
Resultaba notorio que la Guardia Nacional por lo general llegaba
después de que los indios habían hecho los peores
destrozos".
Señala John Lynch que "Los pioneros, en muchos
casos, fueron los colonos inmigrantes y desde el comienzo de la
década de 1880 la cría de ovejas también
llegaría a Tandil. (…) Los inmigrantes también
podían convertirse en víctimas de la
especulación con la tierra;
cuando los especuladores compraban tierras a bajo costo y las
vendían a los recién llegados a precios
más altos o cuando se subdividían o arrendaban las
grandes propiedades" (2)
"Baradero se convirtió en asiento de una de las
primeras colonias, fundada por familias suizas, el 4 de febrero
de 1856" (3).
El 24 de diciembre de 1877 llegó a Buenos Aires un
grupo de
alemanes del Volga, integrado por ocho familias y tres hombres
jóvenes. "De inmediato se lo envió por tren hasta
Azul, punta de rieles en el centro de la provincia.
Aparentemente, ésta era la región que habían
preferido, de entre las que les fueron ofrecidas; aunque no es
descartable que hayan sido influidos en su elección por
indicaciones de los funcionarios de gobierno. Una vez
allí recorrieron, en carros tirados por bueyes, 35 km
hasta el arroyo Hinojo a donde llegaron el 5 de enero de 1878.
Fundaron de esta forma lo que la colectividad considera su
‘colonia madre’, Hinojo, en las afueras de
Olavarría. (…) Cuando los colonos llegaron a Hinojo ya
contaban con casillas provisorias instaladas y, cumpliendo con lo
prometido, el gobierno les cedió animales y un
arado como así también medios para su
manutención por un año" (4).
En De aquí hasta el alba, novela de
Zappietro cuya acción transcurre en 1879, varios
inmigrantes comparten con los criollos y los indios un destino
aciago. Hubert Leroy, el cirujano belga, ha debido huir de
Francia, pues
durante una operaciòn matò intencionalmente a un
ministro asesino. De Buenos Aires, donde se habìa
establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su
pasado y eso sirve para la extorsiòn. La opciòn era
partir o morir, y èl escoge marchar hacia el
sur.
El flamenco Roger Bary, era "mercader en aquella esquina
del infierno" y entra en tratativas con los indìgenas,
aùn a costa de la vida de sus hijas, sòlo para
salvar el pellejo: "Bary habìa negociado con los indios,
en especial con Kachipuè, cuya devociòn por su hija
Paula era conocida en todo el sudoeste; ese amor animal
del bàrbaro por la muchacha habìa dejado muy buenos
beneficios en las arcas del comerciante; ahora, el negocio tocaba
a su fin y debìa disponerse a levantar su tienda.
Habìa exprimido a soldados y paganos, vendièndoles
por igual armas y
municiones. Ginebra y vicios. Y todos los elementos que
necesitaba una tribu en constante movimiento,
amenazada por la ùltima campaña nacional contra las
tolderìas".
"Cuando llegó al sur de la enorme
extensión que alguna vez sería la provincia de
Buenos Aires, eran pocos los pioneros que se aventuraban
más allá de la precaria línea de fortines.
Llevó allí a sus hijas no para quitarlas del paso
del pecado, sino porque temía quedarse solo y le
enamoraban las comodidades que da el dinero.
Bary era un pirata de sí mismo, que moriría el
día en que sus hijas siguiesen a su hombre.
Así era de débil quien había cruzado las dos
Américas buscando un rincón bajo el sol, una isla
para bien morir".
Bonhomìa y vileza aparecen confrontadas –al
igual que en Leroy y Bary- en otra dupla de inmigrantes. Son
ellos un irlandès, que llegò al desierto en 1866, y
el socio granadino que lo traicionò. La posta en la que
vivìan los Bary habìa sido construida por
O’Flaherty, quien "juraba que Argentina era el paìs
del futuro. No se equivocò por mucho en cuanto a la
tierra; se
equivocò de hombres, pero una lanza araucana habìa
terminado con èl para evitarle la amargura de
comprobarlo".
El granadino le robò el negocio, y quiso robarle
tambièn a su compañera, a la que matò por no
aceptar la relaciòn. Luego, cambiò al
irlandès por un caballo. O’Flaherty resistiò
el asedio de sus "compradores" durante diez dìas, "hasta
que se quedò sin municiones. Entonces, fabricò una
lanza con un cuchillo toledano, recuerdo de su ex socio,
atàndolo fuertemente al cañòn del Sharp".
Asì, matò a los araucanos que quedaban y, cuando se
enfrenta al caudillo, despuès de haber perdido un brazo,
es el granadino quien lo entrega, pues "El araucano no
bajò su brazo armado de cuchillo; estaba considerando que
aquel pelirrojo hombre blanco era un dios; ni en toda la historia de su naciòn
alguien habìa despachado a seis bravos con aquella
terrible celeridad".
El cacique termina con el traidor: "la gratitud era un
sentimiento menor en el indio; la admiraciòn podìa
màs. Metiò su lanza entre las costillas del
español
y los enterrò a ambos junto a la muchacha de Glasgow.
Desde entonces –era leyenda ya- vagaba sin poder pegar
ojo en torno a la posta,
como si quisiera resucitar al hombre que habìa liquidado a
su brigada".
El desierto alberga tambièn los restos de un
estadounidense: "Un hombre delgado y macilento que era ingeniero
del ejèrcito, habìa llegado para estudiar la
posibilidad de trasladar el asiento de las tropas un poco
màs hacia el mar. Se habìa llamado Jewison y era un
americano de Tejas, muy golpeado por la enfermedad que
habìa contraido al atravesar la Florida. Jewison
tenìa treinta y cinco años y un Colt Forntier a la
cintura; vestìa levitòn Prìncipe Alberto y
fumaba cigarrillos muy suaves, ambarinos, de
Virginia".
Una noche, "quedò con los ojos abiertos, mirando
el techo de paja trenzada, inmòvil como una piedra.
Habìa muerto sonriendo, cara a un cielo extraño,
tal vez muy semejante al de las interminables noches de su Tejas
natal".
En esta evocaciòn de los pioneros inmigrantes,
debemos mencionar al portuguès que se ofrece como
voluntario para defender el fuerte 36 del Ejèrcito
Nacional Argentino. Lucharìan doscientos bomberos
de lanza contra veintidòs idiotas", en una contienda que
tendrìa como hèroes al capitàn
Càrdenas, a Paula Bary y a un indio converso. Era Martins,
el portuguès, "a quien las bajamares habìan hecho
recalar allì, como ùltimo puerto", un hombre
"delgado, macilento, comido por la malaria", que tenìa un
poderoso motivo para luchar: "-Me mataron una china en
Italò –dijo-. Me dije que iba a arrancarle las
tripas a cien puercos de èsos. Todavìa no
cumplì". Seguramente, le llegò el fin antes de
poder concretar su propòsito (5).
La acción de Los dones del tiempo, de
Rubén Benítez, se desarrolla en Bahìa
Blanca, en Pelicurà. El novelista bahiense aporta datos sobre la
vida de portugueses, asturianos, escoceses e ingleses en la
provincia de Buenos Aires, a partir de fines del siglo pasado y
hasta nuestros dìas. La zona de la frontera aparece en
la novela como
el escenario de una gesta heroica que tuvo por objeto expulsar al
indìgena, cuya crueldad se destaca. Los malones y sus
terribles consecuencias son evocados por Benìtez quien,
relatando la historia de la Iglesia del
Carmen, pinta un cuadro patètico de esas tenebrosas
èpocas. El relato dentro del relato aparece relacionado
con la religiòn y la caridad (6).
"En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros
inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco
llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su
libro, Cual
ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor
hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez
kilómetros soplando un viento de invierno que nos
penetraba hasta la médula de los huesos. Ya
estábamos en la tercera semana de junio… Verano en el
hemisferio Norte. Pero invierno aquí… Engarrotados de
frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina.
Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes, un
grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros
se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo"
(7).
En 1889 arribó el SS City of Dresden, con
alrededor de dos mil pasajeros irlandeses. "The episode was a
total fiasco. When the ship docked, the Hotel de Inmigrantes was
full and the parched, starving passengers were forced to sleep in
the open". Se dirigieron a Napostá, cerca de Bahía
Blanca, desde donde, en 1891, quinientos veinte colonos
regresaron a Buenos Aires, "broken in spirit, uterly destituted".
Los adultos quedaron librados a su suerte. Las niñas
fueron enviadas al orfanato irlandés y los varones a la
primera Fahy School (8).
Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en
la provincia de Buenos Aires, y primer cronista de un
asentamiento judío en la Argentina. "Dejó escrito
su interesante testimonio sobre la llegada al país, en
1891", en el que manifiesta: "el vapor alemán Tioko me
trajo a Buenos Aires de Hamburgo, junto con otros trescientos
inmigrantes, después de una travesía de treinta y
dos días. Aún antes de que el barco entrara en el
puerto, al divisar desde lejos la ciudad envuelta por palmeras,
nos sentimos dominados por la alegría. Las madres
levantaban en alto a sus pequeñuelos, diciéndoles
jubilosamente: -Miren, chicos; ahí está el
paraíso, la tierra bella y verde que el bondadoso
Barón de Hirsch ha comprado para vosotros" (9).
Días después advertirían que la realidad
poco tenía que ver con sus expectativas.
En 1910, los alemanes del Volga fundaron Santa
María. "Pese a su nacimiento tardío, esta colonia
conservó con decisión muchas de sus antiguas
tradiciones. El diseño
de su planta, por ejemplo, fue el rigurosamente establecido desde
siempre: una sola calle dividida en medio por otra, con las casas
dando su frente a la calle principal. Cada casa, a su vez,
poseía fondos de 500 metros en los que se encontraban
jardines, huertas y establos".
Alejandro Guinder, descendiente de un pionero pampeano,
escribe: "Nuestros chacareros fueron vilmente explotados, (…).
Se les daba una lonja, (…) 100 o 200 hectáreas cubiertas
de caldenes y sucias de piquillines y chañares; el colono
contratista debía limpiarlas y podía luego trabajar
para dos cosechas. Cuando estaban limpias les daban otra parcela
(…) sucia para limpiar, y así. Cuando todas (las
hectáreas de la estancia, de enorme extensión)
estuvieron limpias, el señor Larrague hizo tirar a la
calle de un día para otro, allá por los años
1930, a todos los 30 colonos, sin ninguna indemnización,
habiéndose quedado con las cosechas en muchos casos sin
pagar siquiera lo convenido en procentaje. Así fueron
tratados muchos
de los agricultores vendios del Volga; con familias de 12 o
más hijos debieron cargar sus herramientas y
muebles y demás en sus carros y carritos, sus arados y
sembrados e irse a una calle vecinal a hacer una Hütte
(choza) techada con paja puna, para su familia con sus
hijos menores de edad" (10).
"La primera colonia realmente estable e importante es la
Colonia Esperanza, fundada por el infatigable Aarón
Castellanos, en Santa Fe, en 1866. Estos progresistas colonos
eran en su mayor parte de origen suizo, aunque los había
franceses y alemanes" (11).
En uno de los poemas
reunidos en Monsieur Jaquin, José Pedroni evoca, a partir
del relato de una colonizadora, la muerte de
Ana Esser en el litoral, al desembarcar: "Por bajar mirando al
cielo/ cayóse de la planchada/ con todo el pelo rubio,/
con toda su carne blanca./ El Paraná, boca arriba,/tres
días que la miraba,/ los ojos llenos de peces,/
ofreciéndole naranjas".
A los catorce días de arribar a esa colonia,
muere uno de los pioneros, un alemán. Su mujer no tiene
dónde enterrarlo. Escribe Pedroni: "No hay una caja para
Peter Zimmermann/ muerto en la madrugada./ -‘Los
ataúdes de Hintertiefenbach/ eran de pino y haya’-./
Anna Elisabeth Leiser/ está vaciando el arca./ Sin hablar,
sus tres hijos/ míranla arrodillada./ Por el suelo la ropa,
los retratos,/ la Biblia deshojada" (12).
"En 1881, bajo la inspiración de Carlos Calvo, el
Presidente Roca –gran benefactor de los judíos–
dictó un decreto específico, designando un agente
de inmigración para que alentara la venida a
nuestro suelo de los israelitas radicados en el territorio del
imperio ruso. Enterados de esta buena predisposición
argentina, los primeros colonos llegaron en 1888, por
decisión espontánea; y nuevos grupos se les
sumaron en os años siguientes. El 14 de agosto de 1889,
824 inmigrantes judíos de Rusia fundaron
Moisésville, en Santa Fe, primera colonia agrícola
judía. Llegaban de Ucrania, asesorados en París"
(13).
"De aquellos años pioneros se conservan templos
de principios de
siglo y las sedes de la Biblioteca
Popular Barón Hirsch, fundada en 1913, y de la Sociedad Kadima
(1909). El patrimonio
cultural y arquitectónico que guarda la ciudad la
convirtió en poblado histórico. Además, la
sinagoga Brener, fundada en 1905 y aún en pie con todo su
mobiliario original, fue declarada monumento histórico
nacional" (14).
Entre los personajes de La logia del umbral, novela de
Ricardo Feierstein, están estos pioneros que llegaron a la
Argentina en el vapor Weser, con destino a Moisésville.
Ellos se alojaron en el Hotel de Inmigrantes, al que
describían como un edificio "enorme, vetusto, dividido en
muchas habitaciones. Con largas mesas y bancos
laterales". Se referían a los huéspedes como
"cientos y cientos de bocas hambrientas. (…) sin idioma,
cansados, confundidos".
No acompañó la suerte a los pioneros.
Cuando fueron al campo, pasaron "Días y días sin
masticar. Los niños
enfermaban…". Se refiere el escritor a la colonia santafesina a
la que se trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que
no tenían alimento ni dónde guarecerse: "Nada hay
donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni
semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en
representación del propietario, para entregar esas tierras
tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul
comercial argentino en París, que actuaba en nombre del
terrateniente" (15).
"En el año 1857 llegó el primer
contingente de inmigrantes que se ubicó donde hoy es la
Colonia San José en la provincia de Entre Ríos.
Eran terrenos del General Justo José de Urquiza, quien no
tuvo problemas en
destinarlos a la colonización". Estos pioneros valesanos,
saboyanos y piamonteses, originariamente destinados a Corrientes,
sufrieron desventuras: "Fueron ubicados en el Ibicuy, al Sur de
la provincia, pero al ver que eran terrenos inundables e
impropios para la agricultura,
remontaron el Uruguay en
barcazas y fueron radicados en mejor lugar, o sea, el actual, con
el beneplácito de Urquiza. Mientras Sourigues trazaba las
concesiones, el grupo recién llegado improvisó
viviendas debajo de los árboles
mientras que las mujeres se alojaron en el galpón que
Spiro tenía en la costa. Esto ocurría en julio de
1857, bajo el rigor del invierno" (16).
Johann Bodemann y su familia emigran desde Valais, rumbo
a Entre Ríos, en 1857. El relata que en el Maasland: "Si
no fuera por el capitán, no hubiéramos tenido nada
para comer. Un buen hombre ese capitán, igual que los
marineros. Los alimentos que
habíamos comprado, no llegaron, de tal forma que tuvimos
que conformarnos para el desayuno, de tomar café de
malta sin azúcar.
En cuanto al almuerzo, nunca fue bueno: carne salada o
jamón también muy salado, con arroz, habichuelas,
papas o arvejas. Para la cena teníamos que conformarnos
con un plato de sopa con arroz. Para el día entero no
teníamos más que una galleta, que no era otra cosa
que un pedazo de pan negro. Este era el modelo de
comida que tuvimos a bordo, desde el principio hasta el fin. En
breve, no hemos comido como comíamos en casa. No
había vino. Si queríamos tomarlo, hubiéramos
tenido que pagarlo tres veces su precio. La
botella de vino costaba cuatro francos, y la manteca dos francos
la libra. Pueden entender que nos abstuvimos de comprar con
semejantes precios".
"Nuestro barco era nuevo, flamante, andaba rápido
pero era muy pequeño, de manera que vivíamos muy
incómodos. Dormíamos hasta seis en la misma cama.
Claro que las camas eran más grandes que las de casa y
eran empaquetadas en los baúles. Cuando el tiempo era
lindo, nos quedábamos sobre el puente, pero cuando el
tiempo era feo, nuestra vida a bordo se volvía miserable:
el olor, el calor, los
gritos de los chicos. ¡Qué música! Muchos
lloraban, otros cantaban, otros reían, o se
disputaban".
"Había muchos enfermos. Todo cambiaba cuando
mejoraba el tiempo: se bailaba, se cantaba, se jugaba. El tiempo
pasaba pronto. Con nosotros viajaban jóvenes alegres,
quienes cantaban muy bien, más que todo al anochecer,
cuando la luna hermosa alumbraba el mar tranquilo, y la brisa
agradable soplaba del océano. Hemos visto una gran
variedad de animales marinos. A veces bailábamos
farándulas dando vueltas por todo el barco. Hemos pasado
así muchas noches sobre el puente, hasta las doce o la una
de la mañana, tan era eso hermoso".
En plena travesía, una mujer dio a luz. Relata
Bodemann: "Les tengo que indicar que durante el mareo, la mujer de
Heimen, de Niederwal, tuvo familia, una hermosa niña. No
pudimos ayudarla porque todos estábamos enfermos, nadie
podía tenerse parado, y menos, caminar. Fueron los
marineros quienes tuvieron que hacer de partera. El doctor mismo
estaba enfermo. Menos mal que todo pasó pronto. En todo
caso, a ese doctor le importaba un comino los pasajeros. Sin
nuestro buen capitán el servicio
hubiera sido muy miserable".
Al pasar la línea del Ecuador
–agrega-, los pasajeros debían someterse a una
costumbre marinera: "El trece de junio habíamos pasado el
ecuador, y estábamos del otro lado del hemisferio. Los
marineros hicieron un gran fuego para festejarlo. Al día
siguiente nos hicieron saber que todos debíamos someternos
al bautismo de la línea, como era la costumbre sobre todos
los barcos que cruzaban la línea del ecuador. Las personas
adultas tenían que sentarse sobre una silla, mientras los
marineros llegaban disfrazados: uno como cura con un gran libro
en las manos, otro como peluquero con una navaja de madera,
seguido por tres o cuatro hombres con grandes baldes de agua, y un
último con una sábana mojada que arrollaba de esta
manera: el peluquero pintaba de negro el cuerpo del bautizado y
lo rascaba con un cuchillo de madera. De pronto surgían
detrás de él, los hombres con baldes de agua que
vaciaban sobre la cabeza del bautizado. Después el cura
inscribía el nombre y el apellido en el gran libro. Una
vez esto cumplido, el capitán llegaba y le hacía
beber aguardiente. Fue así con cada uno de los hombres,
fueran presidentes de la comuna o simples ciudadanos.
Después le tocó el turno a los marineros, y para
terminar, al capitán. Muchos rehusaron este juego, pero
fueron más maltratados que los voluntarios. En cuanto a
las personas del sexo femenino
se les pedía solamente descalzarse y mojarse los pies en
un balde de agua fría. A los chicos no se les hizo nada.
Después los marineros nos pidieron la propina, se
vistieron con trajes de fiesta y se divirtieron".
Bodemann relata: "Hemos pasado la primera noche al
aire libre, a
pesar del invierno, que es fácil de soportar. Al segundo
día cada familia recibió una pequeña choza
de madera y bambú para protegerse de la lluvia. Todos los
días se mata ganado. La carne es buena. Cada familia
recibió también dos libras de harina y un poco de
sal, proveniente de la ciudad. Nos quedamos diez días al
borde del río y esperamos durante seis semanas la distribución de tierras y nuestra
instalación. (…) Hace seis semanas que hemos entrado en
la colonia. Al principio tuvimos que construir una choza de
urgente necesidad para abrigarnos. La he hecho con agua y tierra
de arcilla. Levanté las cuatro paredes y un techo de
bambú, nuevo y sólido. Muchos han construido sus
chozas únicamente con bambú. Después hice el
establo para el ganado y el jardín, revuelto a mano, donde
sembré la cebada. Me hice un jardín de una
hectárea aproximadamente. (…) Ahora que hemos sembrado
todo, empezamos a juntar la madera y el bambú para la
construcción de una casita más
grande y más linda que la primera, y a la cual
dedicaríamos más tiempo y trabajo" (17).
Antoine Bonvin, inmigrante valesano llegado en el
contingente anterior, escribe: "Nuestro embarque ha tenido lugar
el 22 de marzo. Desde entonces hemos sido conducidos por un tal
Martín Chafter, hombre de un carácter
duro y cruel, quien nos ha tratado malévalamente durante
todo el tiempo de nuestro viaje; podemos decir que sin la Bondad
Divina, habríamos perecido de miseria. Cuando no
permitía que se le escapara una gota de agua para aliviar
a un enfermo, lo consolaba diciendo que en el mundo había
bastantes de ellos; éste era el auxilio que se
tenía de él. Fuera de ésto, hemos hecho una
feliz travesía, no hemos sufrido grandes peligros sobre el
mar. Yo he tenido todo el tiempo buena salud. Hemos viajado 74
días sobre el mar…".
En Buenos Aires, Bonvin escribe: "Desde acá, nos
han embarcado sobre un vapor para transportarnos al Ibicuy, sin
que nadie haya podido posar sus pies en tierra. Llegamos al
tercer día; se nos desembarcó en una vasta llanura
que no tenía más que un poco de buen terreno; no se
veían ahí más que grandes pantanos o
bosques, pero de madera toda espinosa. El agua era
mala y llena de toda clase de insectos; un país muy
malsano donde jamás nadie podía prosperar. Se
tenía el peligro de verse devorado por las bestias
feroces, tal como el tigre, los cocodrilos y otros. Puedo decir
que en este momento estábamos todos desesperados de vernos
engañados de esta manera. Reclamábamos
inútilmente la promesa que nos había sido hecha
antes de nuestra partida: pero todo eso ya era inútil, ya
no se podía escapar, uno se creía exiliado en esta
isla".
Embarcan por tercera vez. Después de viajar trece
días, "Se nos desembarcó en un bosque donde hemos
quedado más de cuarenta días esperando que se
organicen para instalarnos en la colonia: a una legua del bosque,
en uno de los más hermosos lugares que se pueda ver, en
medio de vastas praderas de un admirable verdor con pastos en
abundancia, el suelo fértil y país muy sano…"
(18).
Los primeros días de los inmigrantes en esa
provincia son evocados por el francés Alejo Peyret, en
1878: "Hace veinte años, os encontrábais acampados
en la selva que cubría la margen del Uruguay, en el lugar
donde hoy se levanta la villa Colón. Hacía
frío; un sol de invierno calentaba a duras penas vuestros
miembros ateridos, el pampero silbaba en la arboleda y de noche
la helada hacía tiritar hasta las piedras. Nada se
había preparado para recibiros. Os fue necesario tomar
vuestras hachas para talar el monte y cortar paja a fin de
prepararos albergue, construir algo parecido a una tienda de
campaña apoyada al tronco de los algarrobos y
ñandubays en un recoveco del terreno. Un hacha y una azada
bastan al hombre para domar la naturaleza y
conquistar al mundo. Y bien. A pesar de aquellos sinsabores,
recuerdo que vosotros estabais contentos y pletóricos de
esperanzas. La alegría reinaba soberana en vuestros
vivaques y las canciones resonaban en la espesura del bosque.
Esperábais pacientemente que el agrimensor trazara las
‘concesiones’. Cuando llegó el momento de
instalaros en los terrenos que se os destinaban, se cargaron en
carretas de las estancias vuestros equipajes, se os dejó
en medio del campo, se os dijo: ¡Ya no tengáis
cuidado!" (19).
El español Francisco Izquierdo escribe en 1882:
"Los primeros días que pisamos la playa de Colón
formado en ese entonces por un verdadero bosque salvaje, sin
más habitantes que los nativos de semejantes sitios, sin
entrar en los detalles de las especies porque creemos que el
lector se dará cuenta de la clase de habitantes, y puede
imaginarse cuál sería la primera impresión
después de un viaje terrible en el mar, y los trasbordos
cuando se navegaba puramente en buques de vela, teniendo para
calmar nuestra primera mala impresión que recurrir al
librito o contrato lleno de
ofertas por el General Urquiza, en vista de los cuales nos
resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos
encontrábamos como tribus salvajes, apiñados bajo
los árboles, con nuestros hijos, sin más techo que
el de la naturaleza, y ni una visión de simples ranchos en
una estancia de algunas leguas a nuestro alrededor, teniendo de
voz solo cuando la visita de uno que otro poblador de los
alejados contornos (…) Así pasamos los primeros meses
hasta que nos empezaron a indicar los terrenos limpios donde
debíamos edificar nuestras chozas pues los materiales de
construcción nos eran completamente desconocidos . (…)
teníamos que luchar contra elementos formados por la
naturaleza, que son más formidables que los fraguados por
el hombre"
(20).
"En 1857, al llegar a nuestro país el primer
grupo de ‘Alemanes del Volga’, fue suscripto, entre
ellos y el Comisario General de Inmigración –Juan
Dillon- un convenio de radicación sumamente alentador, que
fue un gran aliciente para la instalación, en la
Argentina, de un gran número de familias de aquellos
agricultores alemanes que, en el siglo XVIII, habían
emigrado a Rusia, asentándose en la cuenca del Volga. El
convenio les otorgaba tierras fiscales (6 millas de campo),
manutención por un año, madera para construir sus
casas, arados, bueyes, vacas lecheras y la semilla necesaria. Sin
embargo, no fueron necesarias demasiadas facilidades para que
este pueblo esforzado y emprendedor de empeñosos
labriegos, se arraigara definitivamente en el campo argentino"
(21)
"El arribo de la primera columna realmente numerosa de
alemanes del Volga a la provincia entrerriana tuvo lugar (…)
entre el 5 y el 6 de enero de 1878. (…) Después del
accidentado arribo al puerto de Buenos Aires, las autoridades
permitieron al contingente alojarse en el Hotel de Inmigrantes
donde, de acuerdo a las memorias
obtenidas, fueron muy bien atendidos. (…) A raíz de la
demora en la asignación de los lotes, un grupo de
Wiesenseiter –que luego se agruparían aquí en
Valle María- decidió adelantarse a los hechos y,
retirándose del campamento provisorio donde el resto
practicaba aún su ‘resistencia
pasiva’, comenzaron a construir viviendas
subterráneas con techo de paja, a la manera de las
zimlingas de los tártaros, reiterando la misma respuesta
de sus antepasados en 1763. Posteriormente, una vez aclimatados,
el término siguió siendo, para los más
viejos, sinónimo de tapera –según la
denominación criolla- asimilando las funciones de
viviendas provisorias que ambas cumplían. En ese momento
tales construcciones fueron, al mismo tiempo, una manera de
protesta ya que las levantaron en el área que deseaban
para su futura aldea, cuya construcción todavía les
era negada por Navarro" (22).
Relata el pampista Mauricio Chajchir, en sus memorias:
en 1891 "se abrió el comité del Barón de
Hirsch. Fue una salvación para los judíos y
empezó el registro de las
familias. Aceptaban solamente familias con hijos varones. Los que
no los tenían, se daban maña. Hacían
inscribir a un soltero como hijo y la cosa marchaba".
El Galatz, buque de carga de bandera francesa alquilado
por el Barón Hirsch, emprende su viaje hacia la Argentina.
El cuarto día "empezó la tormenta con lluvia
huracanada. El buque se hamacaba cada vez más fuerte. En
la bodega el pasaje empezó a rodar mezclándose con
los bultos y fardos. Se levantaban olas de casi ocho metros de
alto que barrían la cubierta y se metían en la
bodega, cubriendo con agua salada a los niños y mayores.
(…) De repente llegó una orden urgiendo a todos los
barones a subir a cubierta para rezar. Rezaron los Teilim
(salmos) de memoria, con
tanto fervor como nunca más he visto en mi vida. Entre
nosotros venían tres hermanos Kaplán. El menor de
ellos estaba entre los mástiles, seguramente agarrado para
no caerse, y al romperse un palo le pegó en la cabeza y lo
mató. Después de tres días cesó la
tormenta y amaneció un día de sol. Salimos a
cubierta a secar las ropas, mientras los marineros barrían
y limpiaban los objetos destrozados".
Los inmigrantes dejan el Galatz para continuar el viaje
en tren, y luego abordan el Pampa, el cual "llevaba unas 5 o 6
vacas en cubierta para ser faenadas por el Shoijet y tener carne
kosher cada tanto, pero muchos no la comían pues las ollas
eran treif (impuras)".
Cuando llegaron fueron alojados en el Hotel de
Inmigrantes: "No sé de dónde surgió la
versión que los cocineros y el personal eran
judíos españoles y por consiguiente todo era
kosher. Y ¡ah! Por primera vez durante todo el viaje, todo
el pasaje disfrutó de una buena cena. Al día
siguiente una comisión de mujeres fue a investigar a la
cocina para ver si salaban la carne y se encontraron con una
cabeza de cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de
vomitar lo que habían comido la noche
anterior".
De Buenos Aires viajaron a Miramar y fueron hospedados
en el Hotel Atlántico, donde permanecieron hasta que se
inició el traslado a Entre Ríos. Chajchir escribe
en sus memorias: "Lo que recuerdo de allí y lo conservo
aún hoy día, es el gusto del té recocido y
endulzado con azúcar negra, la que no era refinada y que
hoy la llaman azúcar rubia. Ah! Hasta me parece que siento
el gusto y el olor del té recocido con azúcar
negra".
Recuerda en otro pasaje: "Nos habían dado matze
para cuatro días, por lo que una delegación
viajó a Villaguay y regresó al otro día en
el tren con 5 bolsas de harina. De inmediato, al primer
día hábil de la semana de Pésaj, jal-amoed,
o mejor dicho la noche antes, calentaron y amasaron con palos
improvisados. Una espuela de bota que se quitó un
peón sirvió para cortar las hojas".
Cuenta una travesura que hizo con otros
compañeros: "Yo sí que tomé clandestinamente
un vaso de leche. Un
día nos juntamos tres muchachos y fuimos por una senda a
una casita, de la que habíamos oído que
convidaban con leche a los visitantes. Fuimos repitiendo todo el
camino la palabra leche para no olvidarnos. Llegamos, el
más grande de nosotros dijo –leche-, largaron una
carcajada y nos dieron un vaso de leche a cada uno. Como no
sabíamos cómo decir gracias, hicimos una reverencia
en señal de agradecimiento. Y hubo más
carcajadas".
Luego de pasar un tiempo en Miramar, los inmigrantes
fueron conducidos a Entre Ríos: "En 8 carretas tiradas por
tres yuntas de bueyes nos trasladaron a los lotes que
después se llamaron Rosh-Pina. Era un día de mayo,
de mucho calor y sofocante. Se acomodaron a los gringos en las
carretas, mujeres, hombres, niños, cachivaches,
leña y además 8 chapas de zinc para cada familia,
para hacer las viviendas, porque en el lugar no había
absolutamente nada. Todos iban arriba en las carretas. (…) No
había alambrado alguno. La primera carreta volteaba los
cardos altos que crecen en tierra virgen. La última ya
marchaba por una huella. (…) Se armaron las carpas, una para
cada familia. A eso de la medianoche se largó a llover.
Por suerte no era fría. El temporal siguió como
unos ocho días. Cuando paró el temporal, la JCA
mandó maderas de sauce y blanquillo, también paja.
Un capataz con varios peones empezaron a hacer los ranchos. Las
paredes tenían que hacerlas los mismos colonos con adobes
o de chorizos según el gusto. Algunos se ingeniaron para
hacer las paredes cortando directamente de la tierra
húmeda y colocándolos con las raíces y
pastos que aún tenían. Y estos transformados en
paredes seguían creciendo" (23).
"El 1° de julio de 1897 llegó al puerto de
Buenos Aires el vapor Antoñina, cargado con catorce
familias integradas por sesenta y nueve personas. Diez familias
eran ucranias y cuatro polacas. Llegaban con sus muebles, sus
semillas y sus arados. (…)Se embarcaron en el puerto de Buenos
Aires en un viaje de una semana hasta Posadas y de ahí los
llevaron en carretones del Ejército al interior de la
provincia durante otra semana de viaje. Ellos dieron nacimiento a
la ciudad de Apóstoles, en Misiones, bajando el monte a
puro machetazo. (…) ‘El 27 de agosto de 1897, hace cien
años, este grupo llegó a la antigua
Reducción Jesuita de San Pedro y San Pablo
Apóstoles, donde se les dieron dos lotes por familia, cada
uno de 25 hectáreas, a pagar durante diez años a un
valor de un
peso por mes’ (…) Los comienzos para los inmigrantes
ucranios no fueron fáciles: los campos estaban repletos de
inmensos termiteros que atacaban los sembrados, como os que
aún se pueden ver en los campos correntinos. Los ucranios
tuvieron que instalarse en carpas que les facilitó el
gobierno y refugios hechos con ramas. Más trabajo les
costó preparar los campos con plaguicidas e insecticidas
que el gobernador Lanusse les vendió a pagar en cuotas. La
intensa fe cristiana del pueblo ucraniano organizó la
construcción de una iglesia en cada asentamiento"
(24).
Poco después, con destino a Apóstoles,
desembarcaron en la Argentina veinte familias polacas. "Luego de
permanecer algún tiempo en el legendario ‘Hotel de
los Inmigrantes’ arribaron al puerto de Posadas, y desde
ahí marcharon a pie durante varios días hasta la
recién fundada Colonia de Apóstoles, recorriendo
los 80 km que los separaban de su destino tras los carros que
transportaban sus pocas pertenencias. Fueron tiempos
difíciles para esos hombres, mujeres y niños que no
estaban acostumbrados al abrasador calor tropical y a los
mosquitos que laceraban su piel. Debieron
esperar dos años para poder comer pan, ya que las hormigas
y los carpinchos diezmaban los plantíos de maíz. Se
alimentaban principalmente con mandioca, porotos, batata y
aprovechaban la abundancia de animales silvestres que les
proveían de carne. Enfermedades como el
paludismo y el
cólera y las picaduras de serpientes segaron las vidas de
muchos hijos de aquellos primeros colonos, y los productos
logrados no siempre compensaban los sacrificios realizados"
(25).
Juan Faccioli, pionero friulano, fue uno de los
"integrantes de aquella primera migración
que dejaron testimonios escritos": "Según Faccioli, al
llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban
destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les
darían tierras que estaban habitadas por
aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes.
Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se
enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del
Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por
aborígenes: Algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y
aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una
colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey"
(26).
Un sitio en Internet proporciona
más información al respecto: El vapor "Pampa"
llegó a Buenos Aires el 28 de diciembre de 1878. Luego del
episodio que comentamos en el Hotel de Inmigrantes, Faccioli y
sus compatriotas "Puestos de acuerdo, fueron embarcados en un
vaporizo que en aquel tiempo hacía el trayecto desde
Buenos Aires hasta Paraguay por el
Río Paraná y cuyo nombre era precisamente
"Río Paraná". El grupo desembarcó en el
puerto de Goa, provincia de Corrientes, y desde allí
fueron trasladados a Reconquista en una balsa que se usaba para
traer hacienda, remolcada por un vaporizo de pequeñas
dimensiones. (…) Para pasar la noche, con la poca ropa que
traían tuvieron que improvisar una carpa entre los
pajonales, expuestos al ataque de las nubes de mosquitos que se
filtraban por todos lados. Toda la zona, sin camino, sin puente,
sin alambrados, estaba, cubierta por el agua de las grandes
crecientes de ese año" (27).
Penurias narra Mempo Giardinelli en Santo Oficio de
la Memoria, en
lo que respecta a la fundación de la capital
chaqueña. Cuenta la Nona: "Las primeras setenta familias
de inmigrantes friulanos, que remontaron en chalupas más
de mil kilómetros por el río Paraná,
llegaron allí el primer día del tórrido
febrero de 1878 y se internaron unas pocas leguas por el
Río Negro. Al día siguiente fundaron San Fernando
de la Resistencia, sustantivo este último que con el
tiempo sería designación única de la ciudad,
que fue italiana casi hasta finales de siglo".
La anciana se refiere al asedio indígena:
"Durante muchos años la única población que aguantó a la indiada
fue Resistencia. Más allá de los límites
municipales no era posible establecer ni una casa, e incluso era
peligroso alejarse unos pocos metros del centro. Era irreversible
la derrota de los indios, pero de todos modos resistían el
avance de los blancos, hartos de las promesas del gobierno, y de
los aventureros. Mataban inocentes a degüello y por docenas,
y familias enteras aparecían masacradas. Y cada blanco
muerto justificaba una campaña militar" (28).
En El laúd y la guerra,
Martina Gusberti relata que Resistencia "fue fundada por un
puñado de inmigrantes italianos que, remontando el
Río Negro y traídos por empresas
contratistas con el señuelo de poblar tierras
fértiles y prósperas, hallaron en cambio
terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados
de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano
abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios
días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra
inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no
tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias.
(…) La lucha contra los malones fue una pesadilla para esos
colonos sin armas, sin espíritu bélico, que
sólo querían esgrimir el azadón. Pero
sobrevivieron. Por eso, la ciudad se llamó Resistencia"
(29).
Al Chaco llegó Alice Le Saige de la Villesbrumme,
quien había nacido en Francia en 1841. "Al separarse de su
marido, emigró a la Argentina con sus dos hijos varones en
1888. Obtuvo del gobierno autorización para instalarse
como colonizadora en la zona de Arocena, en el Chaco, a 40
kilómetros de Resistencia, entonces población
incipiente. Hizo construir una casa, que alhajó con
muebles y adornos traídos de su país natal, y
dedicó las tierras que le habían sido concedidas a
la ganadería.
Se convirtió en una figura popular por su
distinción y audacia para enfrentar las dificultades de
esa vida peligrosa por la proximidad de indios mocovíes.
En 1895 recibió en hrencia las posesiones de su marido y
adquirió las tierras en concesión, más una
gran extensión, mejorando sus planteles e instalaciones y
conviritiendo a su establecimiento en el principal de la zona. Un
día de marzo de 1899 los mocovíes atacaron la casa,
matando a varios de sus ocupantes. Los demás huyeron, pero
Alice recordó que en la casa quedaba un niño al que
había criado y retornó para salvarlo, momento en
que fue lanceada. Sus compañerso lograron recoger el
cuerpo de la herida y llevarlo a casa de vecinos amigos, pero
falleció algunas horas después, en ese 13 de marzo
de 1899, mientras su casa y demás instalaciones eran
consumidas por las llamas" (30).
"Las primeras colonias de galeses se instalaron en
Puerto Madryn en 1865" (31). "A los que eran menos ricos
–escribe Andrés Rivera en Guido-, a los que
sabían trabajar y callar, y ser ordenados, y recordar
cómo era Gales, y cómo su idioma, se les
deparó la Patagonia.
Otro país, la Patagonia, en el Sur, en el confín
del mundo, al que bautizaron, un manchón aquí y
otro allá entre la uniformidad silenciosa de lagos,
bosques y piedra, con nombres recios y venerables"
(32).
A la Patagonia viajó en barco el asturiano
Nicanor Fernández Montes, luego de un tiempo en el Hotel
de Inmigrantes: "en una travesía marcada por olas de
veinte metros… (…) Su primer destino fue Río Gallegos,
donde no había ni veinte casas, y de ahí lo
mandaron de puestero a una estancia. (…) En la Patagonia no
había nada de lo que él sabía hacer, de modo
que tuvo que improvisar, como todos los integrantes de una
sociedad pionera. (…) Una vez, llegó a estar catorce
meses solo en un puesto… catorce meses…. Desayunaba,
comía, merendaba y cenaba cordero… no había otra
cosa; lo notable es que le gustaba" (33).
Calafate, fundado a principios de 1900, "era, hasta hace
algunos años atrás, un poblado de apoyo
logístico para estancieros que trabajaban con la lana. En
ese entonces este producto, era
la única industria que
daba origen a la vida diaria".
Varios pioneros "aún pueblan esta zona. Ellos
fueron inmigrantes, en su mayoría europeos de
países como Finlandia, Dinamarca, Inglaterra,
España,
Noruega, Yugoslavia, etc., en búsqueda de mejores
horizontes. La vida por aquellos tiempos era tan diferente a lo
que conocemos hoy, que para un citadino común es
difícil de comprender. Por ejemplo, vivir a varios
días de algún centro más o menos civilizado
en medio de la nada sin ferreterías, doctores, lugares
donde comprar municiones o alimentos, con comunicaciones
paupérrimas o simplemente gente con quien hablar! O que te
ayude a descargar una carreta luego de un viaje de semanas a la
intemperie. Por aquellos tiempos, sólo la gente dura
subsistía. Eran tiempos muy difíciles donde la
más mínima gripe era algo de alto riesgo".
"Varios poblados o parajes en Patagonia tienen una
historia parecida: cuando se hacía la esquila, la lana era
transportada en convoys de carretas con ruedas muy grandes
tiradas por caballos o bueyes y estas expediciones, por
así llamarlas, necesitaban algún lugar para
reabastecerse de agua, comida y algún lugar para dormir
bajo techo luego de varias penurias. Algunos lugares como La
Leona, Tapi-Aike (sobre la ruta 40) y otros parajes, aún
siguen operando hoy día pero con turismo o gente que pasa en
vehículos. (…) estos lugares casi siempre están
en la costa de algún río, esto era porque los
cruces eran complicados por la falta de puentes y de ahí
el gran diámetro de las ruedas. (…) Llevar lana de
alguna estancia cercana a Calafate, hasta Río Gallegos
tomaba unos 20/30 días a la intemperie".
"Las madres, por aquel entonces, no tenían otra
posibilidad que dar a luz a sus hijos sobre un cuero de oveja,
quizás totalmente solas, sin ningún tipo de
asistencia médica. La educación de los
chicos corría por cuenta de la familia,
muchas veces en aislación total del resto del mundo. Cada
cosa debía ser hecha con las manos con muchísimo
esfuerzo y con pocas herramientas que a su vez eran caras y
difíciles de obtener. (…) esta gente, no estaba en la
zona sólo cuando brillaba el sol, también estaban
en medio de la nieve, quizás aisaldos por varios meses.
Por ejemplo, frutas y verduras frescas eran objeto de lujo ya que
las mismas debían ser cultivadas en los meses de verano
haciendo alambrados para evitar el robo de comida por los zorros
u otros animales libres. Luchar contra pumas también era
algo normal ya que la pérdida de un caballo por el ataque
de un felino significaba un problema grandísimo! Actitudes como
éstas donde cada detalle, cada logro, demandaba mucho
trabajo personal, son las que dieron a esta gente una mejor
apreciación de la vida más plena y rica en
anécdotas. Lo que esta gente logró, fue una
verdadera epopeya de acciones
heroicas que han casi quedado en el olvido pero han forjado la
Patagonia de hoy y los descendientes aún habitan nuestras
tierras" (34).
"Los inmigrantes fueron, y siguen siendo, héroes
ignorados –afirma Julián Ripa-, artífices
oscuros de este sur lejano" (35).
Eleonora Britten de Lewis "fue la primera mujer que
vivió en la Argentina austral. En 1870 llegó con su
esposo, James Lewis, y su hijo Guillermo a Río Gallegos.
Desde allí se dirigieron a Ushuaia en una goleta a vela,
pasando por las Islas
Malvinas, donde los esperaba Tomás Bridges, con quien
iban a establecer una misión
evangélica. Instalados en la primitiva población de
la Tierra del Fuego, el primer hijo del matrimonio Lewis,
nacido allí, recibió el nombre de Ushuaia. La
señora Lewis colaboró con su marido en la atención del establecimiento misional, y
contribuyó al progreso de la colonia indígena"
(36).
En Tierra del Fuego vivieron el reverendo Dobson y su
esposa, personajes de Fuegia, novela de Eduardo Belgrano Rawson.
En ese lugar tan distante, ella evoca lo que la pareja imaginaba
en su país de origen acerca del sur argentino, alentada
por noticias tendenciosas: "Despuès de pasar una tarde en
la Uniòn Misionera, volvìan a casa con su marido
por un sendero de gramilla perfumada. Llevaba seis meses de
casada con Dobson. Hicieron un alto en el parque y abrieron un
paquete de bollos. Charlaron del futuro viaje a
Sudamèrica. Dobson dibujò la misiòn sobre el
papel de los
bollos. Habìa un grupo de canaleses entonando sus himnos y
un paquebote en el horizonte. Los canaleses figuraban como
‘naturales amistosos’ en todas las publicaciones del
Almirantazgo, de modo que agregò un nativo haciendo
cabriolas. Su mujer le suplicò que dibujara una huerta.
Dobson puso la huerta y metiò algunas ovejas. Estuvo
tentado de añadir el cementerio, pero desistiò a
ùltimo momento. Ella estudiò bien el dibujo y
concluyò que nada faltaba. Tratò vanamente de
hallarle algùn parecido con su aldea de Sussex. Pero igual
le propuso: ‘Pongàmosle Abingdon’.
Pensò emocionada: ‘El Señor es mi
pastor’ ".
Vivieron asimismo los escoceses que se dedicaron a la
cría de ganado. Leemos en otro pasaje de la novela:
"Cuando les resultó evidente que habían echado mano
a los mejores campos del mundo, los criadores de toda la isla
resolvieron cruzar sus mediocres ovejas con padrillos europeos.
Para entonces ya nadie soñaba con transformar a los
lugareños en sus pastores perfectos. En realidad, a los
parrikens les sobraban condiciones para el puesto: corrían
treinta kilómetros de un tirón, podían
dormir al sereno en invierno y resistían sin probar bocado
como el más bruto de los galeses. Pero nada
aborrecían más en el mundo que el trabajo de
ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y
junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes
trajeron hasta los perros"
(37).
…..
Así vivieron los pioneros en las provincias.
Durmieron a la intemperie, comieron lo que encontraron, y
aún así, prosperaron, valiéndose de su
esfuerzo y su optimsmo ante las circunstancias más
duras.
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Trabajo enviado por
María González Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada