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Vida y muerte de Sócrates




Enviado por rafaelelias8



    1. Sócrates: horas antes de
      su muerte
    2. Sigamos, pues, a Platón y
      dejémonos llevar de él.

    Sócrates,fundador de la filosofía
    ática, nació hacia el año 469 a. de J.C.,
    procedente de una familia humilde
    perteneciente al demo de Alopece. Su madures coincidió con
    el gobierno de
    Perícles, época conocida como el siglo de oro de
    Grecia.
    Atraídos por el esplendor de Atenas, acudían a ella
    los personajes más eminentes de la Hélade, llegaban
    de todas las regiones de la península, se reunían
    en el ágora de la ciudad, que era el lugar de los grandes
    foros. Allí hacían demostración de
    sabiduría, les llamaban, los sofistas. Sócrates
    se acercaba a ellos para aprender de su ciencia, sin
    embargo, persuadido de que más bien la negaban,
    estudió la dialéctica para combatirlos con sus
    propias armas.

    La juventud
    dorada de Atenas sentía gran atracción por aquellos
    sofistas que impresionaban al publico con sus actitudes
    teatrales. Se vestían con largo manto de púrpura,
    como los antiguos rapsodas, y se presentaban en publico, no para
    recitar los poemas
    homéricos, sino para lucir su destreza en la
    retórica, como elocuentes oradores que podían
    defender o refutar cualquier cosa, con la misma habilidad, mala o
    buena que fuese, Su arte y su
    doctrina la enseñaban a los jóvenes mediante un
    salario, y
    llegaban a reunir de este modo una envidiable fortuna.

    Los mas renombrados fueron: Gorgias de Leontino, en
    Sicilia, Protágora de Abdera,. Pródico de Geos,
    Hippias etc. Jactabanse de poseer conocimientos universales, y
    discutían capciosamente sobre las cuestiones mas opuestas,
    pretendiendo que acerca de cualquier problema podía
    sostenerse el pro y el contra, lo justo o injusto, y acabando por
    negar la existencia de verdades universales, así en los
    dominios de la teoría
    como en los de la practica.

    Sócrates, en cambio, no
    pretendía divulgar ninguna doctrina en especial, por que,
    según afirmaba insistentemente, lo, único que
    sabía, era que no sabía nada.
    Su divisa
    reproducía la máxima "conócete a ti
    mismo",
    inscrita en el frontón del templo de Delfos,
    en la cual resumió la finalidad fundamental de los
    estudios filosóficos, es decir, la naturaleza de la
    virtud y el vicio, el modo conducente a lograr la fuerza del
    carácter, el dominio de
    sí, la justicia para
    con los semejantes y la piedad hacia los Dioses.

    Nuestro filosofo, que no escribió nada, daba sus
    enseñanzas paseándose por la plaza publica;
    trabando conversación con la gente, ponía en
    juego la
    ironía, que fingiendo ignorar, interrogaba. Así
    como la mayéutica o arte de llevar a sus interlocutores a
    dar por si mismo con la verdad. En sus conversaciones, mas bien
    que transmitir una verdad, insita a sus discípulos a que
    indaguen por si mismo, y que en sus reflexiones, aprendan a
    buscar el camino de la investigación y de la exactitud, si es que
    esta ultima existiera como verdad absoluta.

    Así, pues, lo que propiamente constituye la
    enseñanza socrática es el aprendizaje de
    un método
    para buscar la verdad, y su preocupación, es la
    formación moral del
    ciudadano. Cree que no hay malos a sabiendas, es decir, que
    quienes obran mal lo hacen creyendo que es el bien. De
    aquí que Sócrates considere indispensable la
    sabiduría para adquirir la virtud. Su misión fue
    servir de conciencia a la
    ciudad de Atenas para descubrirles sus vicios e incitarla a la
    virtud. Se compara con ello con un jinete que espolea a su
    cabalgadura para hacerlas marchar por el buen camino. Sin
    embargo, los hombres no gustan de que se les diga la verdad,
    cuando esta es desagradable.

    Sócrates se conquistó con su actitud, entre
    las almas ruines de sus compatriotas. Odios y enemistades que, a
    la postre fueron el motivo fundamental de su condenación.
    En efecto, acusado de haber introducido en su patria Dioses
    nuevos y señalado por sus detractores como corruptor de la
    juventud, fue enjuiciado y condenado a beber la cicuta, -brebaje
    venenoso que utilizaban los atenienses para ejecutar a los
    sentenciados a muerte– después de defenderse en su
    apología, escrita por Platón y
    en los últimos momentos de Sócrates, narrados por
    su discípulo mas ilustre Fedón.

    El pensamiento
    Socrático, que tan profunda influencia a ejercido en la
    filosofía de todos los tiempos, nos es conocido gracias a
    las obras de Platón y algunos de los escritores de
    Jenofontes, particularmente los memorables o
    conversaciones con su maestro, en la que este es presentado como
    un ciudadano probo y piadoso; La apología,
    destinada a demostrar la inocencia del filosofo Ateniense y El
    banquete
    , relato de una comida durante la cual expone
    Sócrates su teoría acerca del amor.

    SÓCRATES: HORAS ANTES DE SU
    MUERTE

    Empieza el alba, la nave de Delos llegaba. Fedón
    el discípulo más ilustre y querido de
    Sócrates, fue el primero en llegar al ágora de
    Atenas, punto de reunión de los condiscípulos para
    despedir en la cárcel, quien fuera en ese momento, su gran
    maestro, y poder estar
    con el en su ultimo día de vida terrenal. Uno por uno van
    llegando con la tristeza de saber que verán por ultima vez
    a su filosofo. El bueno de Apolodoro, Critóbulo y su padre
    el rico y generoso Critón, Hermógenes y
    Epígenes; el cínico Antístenes, que tanto
    aprenderá en ese día; Ctesipo y Menéxeno;
    Simias , Cebes y Fedondas, los tres tebanos; Euclides y
    Terpsión; megarenses ambos, el primero creador de esa
    escuela que
    sirvió de cenáculo a los socráticos en el
    momento de miedo y cobardía que siguió a la muerte del
    maestro. Todos están allí. Faltan tal vez algunos
    cobardes, y Platón está enfermo y no ha podido
    acudir.

    Lo encuentran como era ya una costumbre, sentado en el
    habitáculo de la prisión, pero esta vez estaba
    desatado pues en su ultimo día, el reo recibe
    consideraciones especiales. Se frota las piernas, adoloridas por
    las cadenas que ha soportado en la prisión todo el
    tiempo en
    espera de la ejecución de la sentencia

    Su mujer Xantipa,
    sentada junto a él, prorrumpe en gritos al ver entrar a
    cada uno de sus amigos. Son esos gritos que en los países
    latinoamericanos se oyen siempre, sin ningún pudor, en los
    entierros: ¡Ay, Sócrates, que es la última
    vez que habláis! ¡Ay, que por última vez ves
    a tus amigos!
    Sócrates no puede sufrirlo más y le ruega a
    Critón,- que como hombre rico
    que era se habría hecho acompañar de sus esclavos-,
    que se llevasen a la infeliz Xantipa, la cual tenía: nos
    dice Platón, a su hijo más pequeño en
    brazos. Hay que observar que esta conducta no era
    entonces tan dura como nos parece a nosotros, ya que la mujer distaba
    de estar a la misma altura social que el marido, y, por otra
    parte, bastaba con que los amigos llegasen para que la mujer
    desapareciera, conforme a las costumbres de los atenienses.
    Sócrates se incorporó en su asiento, apoyó
    los pies en el suelo y mirando
    con estima y afectividad a sus discípulos empieza su
    acostumbrada conversación y doctrinaje. Esta actitud del
    maestro, muy común en el, y en este caso se trataba nada
    menos de no confundir la buena disposición que el
    tenía para el encuentro de la muerte con el suicidio. No en
    vano Sócrates moría en un punto en que el despego
    del vivir podía convertirse en una peligrosa epidemia. Era
    necesario llenar la vida de espontaneidad religiosa, para que no
    venciese la muerte.
    Es probablemente el Sócrates histórico el que en
    nombre de la religión tradicional
    se opone al misterio que dice que el cuerpo es una
    cárcel o tumba del alma,
    y que lo mejor que podemos
    hacer es huir de ella y buscar la verdadera resurrección y
    libertad. Es
    ética
    tradicional, vieja religión, lo que Sócrates en
    Platón toma del pitagorismo y enarbola como razón
    suprema. –Lo Dioses – dice –
    son nuestros amos; nosotros somos tan suyos como si
    fuéramos su rebaño y ellos nuestros pastores. No
    podemos, pues, disponer de nosotros mismos ni hacernos
    daño-.
    Era en la religión
    heredada, donde Sócrates buscaba la razón suprema
    para resistir a la desesperación que iba a invadir el alma
    antigua. Y esto, sin dejar de afirmar, desconcertadamente, que
    el filósofo debe acudir gozoso a la muerte. Sus
    discípulos no comprenden todavía bien las dos
    cosas: si la muerte es deseable, ¿por qué no-
    buscarla? si no lo es, ¿cómo se explica la
    serenidad ante ella?
    Sócrates estaba aquí, como en todo lo demás
    de su vida, en un equilibrio tan
    difícil, que resultaba incomprensible aun para sus
    más fieles discípulos. En el fondo, su
    filosofía consistía esencialmente en ese desprecio
    del instinto que nos liga desesperadamente a la vida.

    Platón sabía que había que buscar
    para Sócrates una razón en su sacrificio, y
    creyó que lo mejor era fundamentar su serenidad en la fe
    en la inmortalidad y en la providencia de los Dioses. Pero, en
    realidad, Sócrates no necesitaba esta fe para correr hacia
    la muerte. Es este uno de los momentos más extraños
    en los últimos días de Sócrates. .
    Sócrates se exalta. Critón le dice de parte del
    verdugo que no se excite en la conversación pues si se
    acalora, el veneno tardará más en hacer efecto.
    «No le hagáis caso -dice Sócrates-, que se
    ocupe de su menester y que prepare lo que haga falta, aunque sea
    ración doble y aún triple »
    No es
    precisamente con base en creencias con lo que Sócrates
    corre hacia la muerte, sino privado por el cultivo de la
    filosofía del instinto que se agarra a la vida.
    «Los que cultivan bien la filosofía -dice- , los
    demás no se dan cuenta de que lo único que cultivan
    es la muerte.»
    La filosofía socrática
    se nos descubre en estos momentos últimos como una
    verdadera preparación para la muerte. Todo lo que la
    filosofía socrática tiene aparentemente de vulgar
    se convierte en cosa sublime y extrahumana. Tanto que, acentuando
    mucho lo que se había iniciado en Pitágoras y en
    los misterios, y en general en las doctrinas helénicas de
    inmortalidad, el alma queda separada del cuerpo.

    No cabe duda que este aspecto de Sócrates fue
    Platón el que mejor lo comprendió y el que supo
    recogerlo como herencia. La
    filosofía se convierte así en una
    sublimación de la corriente religiosa purificatoria, se
    hace la purificadora por excelencia, la que por anticipado,
    mientras Dios llega a liberarlo, nos purifica del contacto con el
    cuerpo. En lo que no consiste esta pureza es precisamente en la
    verdad, con lo que la doctrina tiene un sello intelectualista que
    revela su origen socrático.

    Cuando le preguntan acerca del entierro, Sócrates
    dice una frase alada como una flecha: «Como
    queráis, que no me escaparé de vuestras
    manos.»
    Los discípulos sienten crecer su
    asombro. Sócrates habla de sus funerales con una calma y
    una naturalidad que están bien lejanas de los lamentos de
    los héroes homéricos.

    Cuando se acerca el momento supremo, no podemos menos de
    seguir literalmente a Platón- Fedón-59 ss
    -Podrá, haber una poetización, lograda, como las
    estatuas antiguas, suprimiendo detalles individuales, o
    añadiendo por el contrario rasgos de valor general.
    Pero cuando la poesía
    se ha convertido sustancialmente en realidad, cuando es una
    escena poética donde se ha conservado un hecho, mientras
    que la realidad y los hombres mismos se han convertido en polvo,
    la crítica histórica se convierte en una nimiedad,
    en una impertinente exigencia.

    Sigamos, pues, a Platón y dejémonos
    llevar de él.

    «Después de hablar así,
    Sócrates se levantó y pasó a otra
    cámara para bañarse, y Critón le
    siguió, y nos mandó aguardar. Estábamos,
    pues, hablando unos con otros acerca de todo lo que se
    había dicho y repasándolo, y nos
    lamentábamos de cuán gran desgracia nos
    había sobrevenido, en la creencia de que íbamos a
    pasar el resto de nuestra vida como huérfanos privados de
    su padre .
    Luego que se hubo bañado y trajeron junto a él a
    sus hijos y llegaron las mujeres de su casa, habló con
    ellos en presencia de Critón y les dió las
    órdenes que quiso; despidió a las mujeres y los
    niños,
    y vino hacia nosotros. Ya era cerca de la puesta del sol, pues
    había gastado mucho tiempo dentro. Llegó ya
    bañado, se sentó, y no le dio tiempo de hablar
    mucho, cuando llegó el servidor de los
    once y, de pie junto a él, le dijo:
    -Sócrates, no pensaré de ti lo que pienso de otros
    que se enfurecen contra mí y me maldicen porque les traigo
    la orden de beber el veneno,según obligan los magistrados
    .De ti ya he conocido este tiempo en todo que eres el hombre
    más noble, paciente y bueno de cuantos jamás
    vinieron aquí, y ahora sé bien que no te enojas
    contra mí, sino contra los culpables, que ya los conoces,
    Ahora, pues, como sabes lo que vengo a comunicarte,adiós
    ,y procura soportar sencillamente lo inevitable.
    Y llorando dio la vuelta y se marchó .
    Sócrates, mirándole, dijo:
    Salud
    también a ti, y yo haré lo -que me dices.
    Y luego a nosotros nos dijo: ¡Que amable es! Todo el tiempo
    solía visitarme y a veces hablaba conmigo, y era un hombre
    excelente, y ahora, qué noblemente me llora.
    Mas ea, Critón, obedezcámosle, y que alguien traiga
    el veneno si ya está molido, y si no, que lo maje el
    hombre.
    Y Critón dijo: Me parece a mí, Sócrates, que
    todavía está el sol más
    alto que los montes y que aún no se ha puesto. Y
    además sé que otros lo han bebido ya muy tarde
    después de recibir la orden, luego de cenar y de beber y
    de gozar a alguien que acaso les apetecía. No tengas
    prisa, que aún hay tiempo.
    Y Sócrates dijo: Con razón esos que tú dices
    lo hacen, pues creen que ganan algo con hacerlo, y con
    razón yo no lo haré, pues no me parece que
    sacaría otro provecho con beber un poco más tarde
    que el que se rieran de mí por aferrarme a la vida y andar
    ahorrando lo que ya nada es. Así que -dijo-
    obedeceré y no me desatiendas.
    Critón, entonces. hizo una señal al esclavo que
    estaba cerca, y el esclavo salió, y después de
    gastar un poco de tiempo ,volvió acompañado por el
    que había de dar el veneno, que lo traía disuelto
    en una copa. Cuando Sócrates le vio, dijo al hombre:
    -Vamos, amigo, tú que sabes de esto, ¿qué es
    lo que hay que hacer?
    -Nada más -dijo- que dar unas vueltas después de
    beber, hasta que te venga en las piernas pesadez, y entonces has
    de acostarte y de esta manera hará su efecto.
    Y con esto alargó la copa a Sócrates. Él la
    tomó, y muy serenamente, sin temblar ni alterársele
    ni el color ni el
    rostro, sino, según solía, mirando de reojo como un
    toro, al hombre dijo: -¿Qué dices sobre si con esta
    bebida es lícito hacer una libación? ¿Se
    puede o no?
    -Disolvemos, Sócrates, lo que pensamos que es lo justo
    para beber.
    -Comprendo -dijo él-, más es lícito y
    necesario orar a los Dioses que sea feliz el traslado desde este
    mundo hacia allá; lo cual yo les suplico, y así
    sea. Y diciendo así, aplicó la copa a los labios y
    con toda sencillez apuró la bebida. Y la mayoría de
    nosotros,que hasta entonces había podido contener el
    llanto, cuando, vimos que había bebido, ya no pudimos
    más y las lágrimas me brotaban con fuerza -cuenta
    Fedón, el testigo sobre cuya fe lo refiere Platón-
    y a hilo, de manera que me hube de cubrir con el manto y
    gemía por mí mismo, que no por él, sino por
    mi desgracia de perder tal amigo. Y Critón aún
    antes que yo, como no era capaz de contener las lágrimas,
    se levantó y salió.
    Apolodoro ,que en todo el tiempo anterior no había cesado
    de llorar ,entonces se puso a lamentarse y gemir y enfurecerse, y
    no dejó de quebrantar el ánimo de ninguno de los
    presentes, excepto del mismo Sócrates.
    Y él dijo: -¿Qué hacéis, hombres
    desconcertantes? Precisamente por ese motivo despedí a las
    mujeres, para que no cometieran estos excesos, pues en verdad
    tengo oído que
    se debe morir en religioso silencio. Así, pues, no
    alborotéis y conteneos.
    Y nosotros al oírle tuvimos vergüenza y retuvimos el
    llanto. Y él ,después de haber dado unos paseos,
    dijo que le pesaban las piernas y se acostó boca arriba,
    que así le había mandado aquel hombre, y en
    seguida, el que le bahía dado el veneno le tocó, y
    dejando pasar un poco de tiempo, le examinaba los pies y las
    piernas, y después le apretó fuertemente los pies y
    le preguntó si lo sentía, y él dijo que no.
    Y después le volvió a tocar las piernas, y subiendo
    así, nos mostró cómo se enfriaba e iba
    poniendo rígido. Y le iba tocando y dijo que cuando le
    llegase hacia el corazón
    entonces se extinguiría.
    Ya estaba frío el bajo vientre, cuando Sócrates se
    descubrió, pues estaba cubierto con un velo, y dijo y esto
    fue su última palabra: Critón, a Esculapio le
    debemos un

    pagádselo y no lo
    descuidéis.
    Así será -le
    dijo Critón-; y mira si tienes algo más que
    decir.
    A esta pregunta que le hizo ya no respondió, sino que
    después de pasar un poco tiempo se movió, y el
    hombre le descubrió, y tenía ya los ojos parados; y
    viendo esto Critón, le cerró la boca y los
    ojos.
    Esta fue la muerte de nuestro amigo, hombre del que podemos decir
    que fue el mejor de cuantos en su tiempo conocimos y
    además el más prudente y el más
    justo.

    El sacrificio del gallo a Esculapio se ha interpretado
    de varias maneras. La verdadera inteligencia
    de este piadoso encargo, está en la interpretación
    pesimista de la vida que tantas veces aflora en los griegos. El
    gallo se ofrendaba a Esculapio, precisamente en agradecimiento
    por la salud recuperada; y así, si Sócrates
    consideraba que había llegado el momento de hacer este
    sacrificio en acción de gracias, es que se encontraba
    curado de una enfermedad, de la enfermedad que es la vida. Nunca
    se había expresado con semejante pesimismo, pero de la
    autenticidad de esta actitud nos sirve de prueba la serenidad con
    que mira a la muerte.
    Lo más terrible de la muerte de Sócrates es que
    Atenas continuó su marcha como si nada hubiera sucedido.
    La misma fatalidad que guiaba su evolución desde la religiosidad hacia el
    racionalismo y
    desde lo fecundo y genial hasta la esterilidad, siguió
    dominando todopoderosa después del asesinato o error
    judicial; y ni el discípulo más genial,
    Platón, se atrevió a arrostrarla como lo hizo
    Sócrates, pues por el contrario se dejo llevar por la
    creciente marea racional e intentó nada menos que gobernar
    este mundo.
    Sócrates murió, y ni la tierra
    tembló ni se oscureció el sol, y la razón se
    siguió haciendo, a pesar de la terrible conciencia que a
    él le llevó a arrostrar la muerte, la dueña
    de los secretos de la vitalidad helénica .
    Son falsos los cuentos que
    los fieles discípulos soñaron tal vez, y más
    tarde la tradición filosófica procuró
    recoger. Se nos ha dicho que los atenienses se arrepintieron
    enseguida, y que el luto llegó a cerrar las palestras y
    gimnasios, aquellos recintos donde habían resonado tantos
    diálogos del maestro. Desde luego que el fracaso
    íntimo de la restauración democrática en sus
    objetivos
    religiosos dejó muy pronto al descubierto lo
    incomprensible de la muerte de Sócrates.

    Ante una injusticia tan grande, se daba expresión
    con esas historias al afán de venganza de la muerte de
    Sócrates. Así surge la leyenda de que los
    atenienses condenaron la muerte o desterraron a los acusadores,
    arrepentidos de su decisión, y en cuanto a Meleto, hasta
    se llegó a decir que le condenaron a muerte.
    Estas fantasías son tanto más explicables cuanto
    que ya en Jenofonte se interpreta tendenciosamente el mal fin del
    hijo de Anito, como si fuera una especie de castigo por la
    iniquidad que cometió el padre del joven contra
    Sócrates y Antistenes por su parte, convertido en el
    vengador oficial de su maestro y contra el que se centran los
    tiros de los restauradores pronuncia una frase que debió
    impresionar: «Las ciudades perecen cuando no saben
    distinguir los buenos de los malos.»
    Un paso más en las historias vengativas, y surge la de que
    los de Heraclea expulsaron de su ciudad a Anito el mismo
    día que llegó. Era como una maldición que
    perseguía a los culpables del crimen. Pero aunque el
    sentido de la justa venganza quede satisfecho, no hay que hacerse
    ilusiones de que todas estas historias sean verdades.

    Poco puede añadirse a la sublime prosa
    platónica, en la que quedó para siempre, como en
    inmortal relieve, la
    última escena de la vida del maestro. La filosofía
    antigua no supo conformarse, sin embargo, con el admirable relato
    platónico, aunque los añadidos no tienen la menor
    verosimilitud. Por ejemplo:

    Hallamos en la tradición la historia del famoso manto
    filosófico, de ese manto que fueron los cinicos los
    encargados de glorificar y convertir en una especie de
    hábito o librea del filósofo.
    En este contexto se cuenta que: después de beber la
    cicuta, Apolodoro quiso ceder al maestro su hermoso manto para
    que se acostase sobre él.
    «Pero, ¿cómo? -dijo Sócrates-,
    ¿habrá sido bueno mi manto para vivir y no lo va a
    ser para morir?»
    Los Cínicos heredarían el manto de la verdadera
    filosofía socrática.
    La muerte de Sócrates, que tan sobria como elevadamente
    nos ha contado Platón, les pareció a todos los
    discípulos, tanto los presentes como los ausentes,
    hermosa, y la memoria de
    sus últimas plática, produjo en todos imborrable
    impresión. Los más íntimos entre los
    discípulos quedaron sorprendidos ante la inaudita
    serenidad con que no alteró su vida mientras esperaba la
    fatal nave de Delos, en estos treinta días de plazo que
    prolongaron, con la angustia de los discípulos, pero con
    la actitud sublime y equilibrada de este genio
    pensante.

    Solo una pequeña leyenda brota sobre la ignorada
    tumba de Sócrates. Se cuenta que un muchacho espartano
    llegó a Atenas lleno de devoción hacia
    Sócrates. Cuando se hallaba ya a las puertas de la ciudad,
    supo que Sócrates había muerto; preguntó
    entonces por su tumba, y cuando se la señalaron,
    después de hablar con la estela y lamentarse,
    esperó la noche y durmió sobre ella. Antes de que
    amaneciera del todo, besó el polvo de la tumba y se
    volvió a su patria.
    Pálida leyenda, pero bastante religiosa es, si se piensa
    que tuvo fuerzas para surgir sobre el sepulcro de quien con
    arcaico pesimismo y pleno uso de razón dijo después
    de ser condenado a muerte: «Vosotros salís de
    aquí a vivir; yo, a morir; Dios sabe cuál de las
    dos cosas es mejor.»

     

     

     

     

    Autor:


    Rafael Elías Fernández
    Chagín

    Barranquilla – Colombia-

     

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