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Tareas docentes para un enfoque personológico del proceso de enseñanza?aprendizaje de la Electrónica Básica




Enviado por leandro



    1. Resumen.
    2. Los procesos de
      enseñanza y aprendizaje, desde un enfoque
      personológico.
    3. Tareas docentes, ¿para
      aprender y para dirigir el aprendizaje?
    4. Tareas de
      enseñanza y tareas de aprendizaje.
    5. Características de
      las tareas de enseñanza y de las tareas de aprendizaje
      en el proceso de formación de
      profesionales.
    6. Relación tareas de
      enseñanza–tareas de
      aprendizaje.
    7. Conclusiones.
    8. Bibliografía.

    Resumen.

    El reconocimiento de que el aprendizaje
    constituye, además de un proceso de
    apropiación de la experiencia
    histórico–social, un proceso de naturaleza
    individual, hace que muchas de las tradicionales concepciones
    relacionadas con la enseñanza, deban de ser
    reconsideradas. En el presente artículo se defiende, que a
    la luz de tal
    reconocimiento, se considera metodológicamente necesario
    distinguir entre la actuación de los profesores y la de
    los estudiantes en el contexto educativo; de aquí que en
    lugar de adjudicarle a la tarea docente una doble funcionalidad
    (como medio para aprender, para los estudiantes, y como medio
    para dirigir el aprendizaje, para los profesores), se deba hacer
    referencia a tareas de enseñanza y tareas de
    aprendizaje.

    Palabras claves: tareas, tareas docentes, tareas
    de enseñanza, tareas de aprendizaje, enseñanza,
    aprendizaje, métodos,
    medios,
    procedimientos, problemas,
    resolución de problemas, ejercicios, metodológico,
    enfoque personológico, acciones,
    formación de profesionales, actuación.

    Introducción.

    En el proceso de perfeccionamiento de los sistemas
    educacionales, tanto desde el punto de vista curricular, como
    desde su concepción metodológica, se tiene cada vez
    más presente la naturaleza individual del aprendizaje de
    los estudiantes, entendiéndose éste, de modo
    global, como un proceso de construcción personal. Ello
    encuentra sustento en el enfoque personológico que reside,
    justamente, en la aplicación de la estructura y
    el funcionamiento de la
    personalidad, para explicar cualquier fenómeno
    relacionado con el hombre
    (Bermúdez Serguera, R. y Rodríguez Rebustillo, M.,
    1996). Donde se incluyen, por supuesto, los procesos de
    enseñanza y aprendizaje que desarrollan profesores y
    estudiantes, respectivamente.

    Tal enfoque encuentra sustento en la concepción
    dialéctico–materialista del determinismo,
    según la cual, las causas externas actúan a
    través de las condiciones internas (Rubinstein, S. L.,
    1966). O sea, la necesidad de asumir un enfoque
    personológico para estudiar cualquier proceso relacionado
    con la actuación humana, se justifica en el papel mediador
    de su personalidad
    ante los influjos externos que impulsarán su desarrollo. A
    decir de S. L. Rubinstein (1966), "las características internas propias de un
    fenómeno condicionan selectivamente los estímulos a
    que dicho fenómeno resulta sensible".

    Desde esta perspectiva, ¿cómo son vistos
    los procesos de enseñanza y aprendizaje?

    Los procesos de
    enseñanza y aprendizaje, desde un enfoque
    personológico.

    La escuela
    histórico–cultural pone su énfasis principal
    en la interiorización de lo socio–histórico
    como la esencia del aprendizaje humano. Así, para los
    seguidores de esta escuela, el aprendizaje "… es una forma de
    la actividad de conocimiento
    que tiene como objetivo
    conocer o asimilar el sistema de
    conocimientos científicos y las actividades
    correspondientes a ese sistema" (Neuner, G. et. al, 1981,
    pág. 66).

    Con ello se reconoce, en primer lugar, que constituye un
    proceso de apropiación de la experiencia
    histórico–social y de los fines y condiciones en que
    tiene lugar el mismo. "El aprendizaje está determinado por
    la existencia de una cultura, que
    condiciona tanto los contenidos de los cuales los educandos deben
    apropiarse, como los propios métodos, instrumentos,
    recursos
    (materiales y
    subjetivos) para la apropiación de dicho contenido,
    así como los espacios y las situaciones específicas
    en que se lleva a cabo el mismo" (Castellanos Simons, D. et. al,
    2002, pág. 26).

    Quedan definidos así, los condicionantes externos
    del aprendizaje, algo que como tendencia se observa en los
    seguidores de esta escuela. Sin embargo, a esto se contrapone el
    hecho de que cada estudiante aprende y progresa de acuerdo con su
    ritmo y potencialidades personales, y por tanto, que el
    aprendizaje depende esencialmente del ser que aprende y no de
    forma directa de lo que desea o se propone el que enseña
    (Gimeno Sacristán, J. y Pérez Gómez, A. I.,
    1992; Bermúdez Serguera, R. y Rodríguez Rebustillo,
    M., 1996; Valle Arias, A. y González Cabanach, R., 1998;
    González Serra, Diego J., 2000; Pozo, J. I. y Gómez
    Crespo, M. A., 2001; Castellanos Simons, D. et. al,
    2002).

    En palabras de Doris Castellanos (2002) "… el
    aprendizaje tiene, al mismo tiempo, una
    naturaleza individual: sus mecanismos son sumamente
    personales y constituyen un reflejo de la individualidad de cada
    personalidad. El perfil singular de las potencialidades y
    deficiencias (fuerzas y debilidades) del aprendiz, sus
    capacidades, ritmos, preferencias, estrategias y
    estilos de aprendizaje, unidos a la historia personal, los
    conocimientos previos y la experiencia anterior (que va
    conformando un conjunto de concepciones, actitudes,
    valoraciones y sentimientos con respecto al mismo), condicionan
    el carácter
    único e individual de los procesos que pone en juego cada
    persona para
    aprender" (Castellanos Simons, D. et. al, 2002, pág.
    26).

    Prescindir de las variables
    internas, de la estructura peculiar de cada individuo, de sus
    características evolutivas, al despreciar la importancia
    de la dinámica propia del aprendizaje, las
    situaciones y contextos socioculturales en que aprende, los tipos
    de contenidos o aspectos de la realidad, es reducir la
    enseñanza a preparar y organizar las contingencias de
    reforzamiento que facilitan la adquisición de los esquemas
    y tipos de conducta deseados
    (Gimeno Sacristán, J. y Pérez Gómez, A. J.,
    1992).

    Como consecuencia directa de lo antes planteado, el
    proceso de enseñanza–aprendizaje debe entenderse y
    diseñarse considerando la actuación tanto de quien
    enseña, como de quien aprende. Ello se evidencia como
    tendencia en la literatura consultada en la
    que, aunque desde diferentes perspectivas, se reconoce que este
    proceso se desarrolla a través de "… la actividad de
    dirección del profesor y la de aprendizaje
    de los alumnos" (Labarrere Reyes, G. y Valdivia Pairol, G. E.,
    2001, pág. 24); de "… acciones o estrategias de
    enseñanza por el lado del profesor, y acciones o
    estrategias de aprendizaje por el lado del alumno… " (Mejorando
    el aprendizaje de nuestros alumnos, 1997, pág. 16); "…
    el diseño
    de actividades de aprendizaje y enseñanza
    específicas" (Pozo, J. I. y Gómez Crespo, M. A.,
    2001, pág. 59). Ahora bien, ¿qué
    consecuencias trae consigo este enfoque, en la visión de
    las tareas que desarrollan profesores y estudiantes, como
    célula
    del proceso de enseñanza–aprendizaje?

    Tareas docentes,
    ¿para aprender y para dirigir el
    aprendizaje?

    Numerosos autores (Davídov, V. V., 1987;
    Concepción, M. R., 1989; Medina Rivilla, A., 1995;
    Álvarez de Zayas, C. M., 1996, 1999; Garcés, W.,
    1997; Silvestre, M., 1999; Fuentes
    González, H. C., 2000; Concepción, I., 2000;
    Sánchez, G., 2000; Zilberstein, J. y Silvestre, M., 2000;
    Cañal de León, P., 2000; Travé
    González, G. y Cuenca López, J. M., 2000;
    Rodríguez, R. A., 2001; Zaldívar, M. E., 2001;
    Zilberstein, J. y Portela, R., 2002), identifican la tarea como
    medio para dirigir y propiciar el aprendizaje de los
    estudiantes.

    V. V. Davídov señala que "(…) el
    dominio por
    parte de los escolares del procedimiento
    teórico generalizado de solución de cierta clase de
    tareas concretas particulares, constituye la
    característica sustancial de la tarea docente"
    (Davídov, V. V., 1987, p. 15). Con ello, destaca la
    funcionalidad de la tarea docente como medio para aprender a
    resolver determinadas tareas concretas particulares, que
    podrían ser, por ejemplo, problemas propios de determinado
    contexto. O sea, las tareas docentes son vistas por este autor
    como medio para la construcción del sistema
    cognitivo–instrumental necesario para la resolución
    de problemas, propios de determinado contexto.

    Para Medina Rivilla, A. (1995), "Las tareas… son
    núcleos de actividades, secuenciadas y estructuradas que
    permiten organizar la acción. Las tareas organizan la
    experiencia y estimulan el aprendizaje del alumno…" (Medina
    Rivilla, A., 1995, p. 468).

    Autores como Silvestre, M. (2000); Zilberstein, J. y
    Silvestre, M. (2000); Zilberstein, J. y Portela, R. (2002), por
    su parte, consideran las tareas docentes "(…) como aquellas
    actividades que se orientan para que el alumno las realice en
    clases o fuera de esta, implican la búsqueda y
    adquisición de conocimientos, el desarrollo de habilidades
    y la formación integral de la personalidad" (Silvestre,
    2000, p. 35).

    En esta definición quedan explícitamente
    delimitadas, a criterio de los autores, las funciones de cada
    uno de los polos que intervienen en el proceso de
    enseñanza–aprendizaje: los profesores diseñan
    y orientan las actividades (tareas docentes); los estudiantes las
    realizan, y en consecuencia, adquieren conocimientos, desarrollan
    habilidades y en general, forman integralmente su
    personalidad.

    Haciendo aún más evidente la función
    que se le adjudica a la tarea docente dentro del proceso de
    enseñanza–aprendizaje, M. R. Concepción
    (1989), citando a N. E. Kuznetzova, establece que las mismas
    constituyen un medio para dirigir el proceso y procedimientos de
    la actividad por parte del profesor, y el medio para dominar los
    conocimientos y las habilidades para los estudiantes
    (Concepción, M. R., 1989).

    En los criterios analizados, se evidencia una doble
    funcionalidad de la tarea docente atendiendo a cada uno de los
    polos que interviene en el proceso de
    enseñanza–aprendizaje: 1) como medio para aprender
    (para los estudiantes) y 2) como medio para dirigir el
    aprendizaje (para los profesores). Sin embargo, se considera que
    este desdoblamiento de sus funciones tiene algunos riesgos
    metodológicos.

    En primer lugar, no se tiene en cuenta la gestión
    que desempeña la persona que enseña y la que
    aprende. La actuación del profesor en el proceso de
    enseñanza–aprendizaje está dirigida a
    modificar la actuación de los estudiantes a partir de que
    estos construyan los conocimientos, las instrumentaciones,
    así como planes futuros, objetivos y
    propósitos firmes; haciéndolos transitar por la
    "ruta" más óptima, comprendida entre su desarrollo
    actual y potencial. Dicha actuación se desarrolla
    entonces, a través de acciones encaminadas a estos fines y
    que difieren de las que realizan los estudiantes cuando se les
    presenta la tarea.

    Por su parte, la actuación de los estudiantes, en
    el contexto donde se desarrolla su aprendizaje, se dirige a la
    construcción autónoma y consciente del sistema
    cognitivo–instrumental, que les permita una
    actuación efectiva en su futuro contexto laboral y vital
    en general, con la ayuda de sus compañeros y bajo la
    dirección del profesor. Puede inferirse, por tanto, que
    las acciones desarrolladas por profesores y estudiantes no tienen
    idéntica finalidad: primer argumento que justifica la
    necesidad de distinguir entre aquellas tareas desarrolladas para
    dirigir el aprendizaje, de aquellas desarrolladas para
    aprender.

    En segundo lugar, la actuación
    metodológica que desarrollan los profesores se estructura
    a través de métodos, procedimientos y medios que le
    permiten desarrollar las acciones encaminadas a modificar la
    actuación de sus estudiantes, y que son expresión
    metodológica del sistema cognitivo–instrumental que
    configura su personalidad. El aprendizaje de los estudiantes
    estará mediado, a su vez, por métodos,
    procedimientos y medios, que constituyen expresión
    metodológica del repertorio cognitivo–instrumental
    de cada uno de ellos. Ello justifica, no sólo que la
    actuación ante las tareas que desarrollan profesores y
    estudiantes no tenga idéntica finalidad, sino que esta
    posee un marcado carácter personológico, que obliga
    a distinguir las acciones resultantes de ejecutar la tarea por
    parte del profesor, o por parte del estudiante.

    En tercer lugar, la clasificación dada por M. R.
    Concepción (1989) y que asumen muchos de los autores
    consultados (Garcés, W., 1997; Rodríguez, R. A.,
    2001; Pérez Días, J. R., 2001; Zaldívar, M.
    E., 2001) según la cual las tareas docentes pueden ser
    ejercicios o problemas, se realiza considerando un único
    polo de los que intervienen en el proceso de
    enseñanza–aprendizaje: los estudiantes. O sea, pese
    a la doble funcionalidad hecha explícita anteriormente en
    las definiciones operacionales dadas, ahora es clasificada
    atendiendo a cómo pueden ser vistas por los estudiantes:
    como ejercicio o como problema.

    Incluso, aún cuando esta clasificación se
    realice considerando sólo a los estudiantes, resulta
    inconsistente si se analiza a partir de los niveles de
    actuación. Clasificar las tareas que deben desarrollar los
    estudiantes como ejercicios o problemas, exclusivamente, es
    considerar que su actuación siempre tiene lugar a un nivel
    aplicativo (nivel que predomina durante la resolución de
    ejercicios o problemas, independientemente de que durante dicho
    proceso de resolución tenga también lugar la
    construcción de conocimientos e instrumentaciones),
    desestimando el nivel contemplativo (que predomina en las fases
    iniciales del estudio de los objetos) y en el que la
    actuación no siempre puede dirigirse a través de
    problemas y son necesarias preguntas que lleven de la
    contemplación viva al pensamiento
    abstracto. Así lo considera Álvarez de Zayas, C. M.
    (1999), cuando expresa que "la explicación de un concepto y su
    correspondiente comprensión por el alumno, la
    realización de un ejercicio o de un problema por
    éste, son ejemplos de tareas docentes" (Álvarez de
    Zayas, C. M., 1999, pág. 116).

    Otro criterio que se considera lícito esgrimir
    para justificar la necesidad de distinguir y, en consecuencia,
    diseñar la dinámica del proceso de
    enseñanza–aprendizaje considerando las tareas que
    desarrollan tanto profesores como estudiantes, lo constituye el
    hecho de que con mucha frecuencia en la literatura didáctica y metodológica se modela
    el proceso de resolución de tareas elaboradas para los
    estudiantes, y optimizar así su aprendizaje (Fridman, 1979
    citado por Labarrere, A., 1996; Gil, D., 1998; Vivero, O., 1999;
    De Jong, O., 1999; Acuña, C. E., 2000; García, J.,
    2000; Fuentes, H. y Álvarez, I. B., 2001;
    Rodríguez, F. A., 2001; Verdugo, H., 2002), mientras que
    no ocurre lo mismo para con las tareas que deben desarrollar los
    profesores para dirigir este aprendizaje; lo que se considera que
    es asumir, tácitamente, que los docentes poseen en todo
    momento los conocimientos y las instrumentaciones necesarios para
    dirigir y optimizar el aprendizaje de sus estudiantes.

    Asumir a priori que con el diseño de tareas para
    los estudiantes y con la modelación de su proceso de
    resolución, se garantiza el aprendizaje de los mismos, es
    desestimar aquellas acciones que debe desarrollar el profesor
    para dirigir ese aprendizaje y sin las cuales, éste
    sería deficiente o no se produciría. La "calidad" de la
    tarea diseñada para el estudiante no es absoluta,
    ésta está mediada por las tareas que a su vez
    desarrolla el profesor para dirigir ese aprendizaje.

    La desestimación de las acciones
    metodológicas que desarrolla el profesor para dirigir el
    aprendizaje de los estudiantes y que pueden estructurarse en
    tareas, es uno de los elementos que justifica que muchos de los
    resultados de investigación en el campo
    metodológico y didáctico no puedan ser introducidos
    en la práctica pedagógica, pues su funcionalidad se
    ve limitada por la preparación de los docentes en ese
    nuevo contexto, pues, por ejemplo, las tareas, los métodos
    o los medios elaborados para dirigir el aprendizaje de los
    estudiantes, no se acompañaron de aquellas tareas que, a
    consideración del autor, podían hacer más
    eficiente su aprendizaje.

    Existen otros criterios relacionados con las tareas, y
    que se alejan de los analizados en el bloque anterior. Es el
    caso, por ejemplo, de Fuentes González, H. C. (2000), que,
    ubicándola dentro del proceso de formación de los
    profesionales, considera que la tarea "… puede ser interpretada
    como operación o como procedimiento dependiendo de que
    estemos considerándolo como actividad o como el método con
    que se enfrenta el problema" (Fuentes González, H. C.,
    2000, pág. 16). Criterio que no se comparte, pues equivale
    a considerarla instrumentación o recurso, propio del
    proceso de resolución de problemas, y no como cualquier
    actividad diseñada para enseñar o aprender, como
    coinciden en señalar la mayoría de los autores
    consultados.

    Los criterios apuntados ya, unido al análisis de las tendencias en la
    designación de las actividades diseñadas para
    enseñar y aprender, justifican la necesidad hacer tal
    distinción.

    Tareas de
    enseñanza y tareas de aprendizaje.

    Haciendo o no explícitos criterios como los
    apuntados, en la literatura científica consultada, con
    cada vez más frecuencia, se evidencia como tendencia hacer
    la distinción entre las actividades que desarrollan los
    docentes para dirigir el aprendizaje, y las desarrolladas por los
    discentes para aprender. Se habla así, de tareas de
    enseñanza aprendizaje (Fuentes González, H. C.,
    2000), de tareas escolares protagonizadas por los alumnos
    o por el profesor (Cañal de León, P., 2000;
    Travé González, G. y Cuenca López, J. M.,
    2000), de actividades de enseñanza y actividades
    de aprendizaje (Travé González, G. y Cuenca
    López, J. M., 2000), de tareas docentes y tareas
    discentes (Bermúdez Serguera, R. y Rodríguez
    Rebustillo, M., 1996), de tareas de
    enseñanza y de aprendizaje (Pozo y
    Gómez Crespo, 2001; http://boj.cnice.mecd.es/~
    blamas/tareas_de_aprendizaje_relacionad.htm). En todos los
    casos, más que distinguir las actividades o tareas
    según el contexto donde se desarrollan (escolares,
    académicas, docentes), se hace la distinción
    atendiendo a la actuación de cada uno de los protagonistas
    del proceso de enseñanza–aprendizaje.

    Ya que el carácter bilateral del proceso de
    formación de profesionales se ha hecho evidente hasta
    ahora a través de la designación de proceso de
    enseñanza–aprendizaje, las tareas, que como células
    estructural el mismo, se identificarán como de
    enseñanza y de aprendizaje.

    Por tareas de enseñanza serán entendidas
    aquellas desarrolladas por los docentes con el objetivo de
    dirigir, de manera óptima, el proceso autónomo y
    consciente de construcción de conocimientos e
    instrumentaciones por parte de los estudiantes, en cuyo orden y
    organización se evidencia el método
    empleado por éstos para estructurar el proceso.

    La actuación metodológica de los docentes,
    que se materializa al desarrollar estas tareas, se
    instrumentará a través de procedimientos y medios,
    que se estructuran en función de los medios materiales y
    del repertorio cognitivo–instrumental de que
    disponga.

    Las tareas de enseñanza devienen particiones que
    se realizan a la actuación que, en general, realiza el
    profesor para dirigir el proceso de aprendizaje, tomando como
    indicador fundamental, el cumplimiento de objetivos parciales
    dentro del proceso de enseñanza–aprendizaje que se
    desarrolla específicamente en la clase. Ello presupone que
    al analizar el sistema de tareas empleadas, no deben aparecer
    discontinuidades en dicha actuación y que globalmente este
    sistema apunte al cumplimiento de un objetivo, que a su vez,
    integre los que orientaron a cada una de las tareas por separado.
    Su carácter elemental dentro del proceso de
    dirección del aprendizaje está dado, además,
    en que las acciones que permiten desarrollarlas cumplen la
    condición de ser las necesarias y suficientes para lograr
    el objetivo parcial que la orienta.

    Ya que la finalidad de las mismas es la de dirigir el
    aprendizaje de los estudiantes para que su actuación en el
    contexto laboral y vital, en general, esté en
    correspondencia con las exigencias de los mismos, éstas
    estarán dirigidas a promover su actuación en el
    contexto educativo, a un nivel contemplativo o aplicativo
    (Bermúdez Seguera, R. y Rodríguez Rebustillo, M.,
    1996). De aquí que estén relacionadas con la
    formación de conceptos o con la actualización y
    sistematización de conocimientos e instrumentaciones de
    modo general.

    Como parte de las tareas de enseñanza que
    desarrollan los docentes, está el diseño,
    adecuación, contextualización o, simplemente, la
    utilización de las ya existentes, de actividades
    destinadas a promover la construcción autónoma y
    consciente del sistema cognitivo–instrumental de cada
    estudiante, las que se conceptualizarán como tareas de
    aprendizaje.

    Las tareas de aprendizaje serán, por tanto,
    aquellas que diseñadas en una primera etapa por el
    profesor, promueven en los estudiantes una actuación
    encaminada a construir autónoma y conscientemente, un
    repertorio cognitivo–instrumental que le permita
    desempeñarse eficientemente en determinados
    contextos.

    Para dirigir la actuación de los estudiantes
    hacia la formación de conceptos, tanto por vía
    inductiva como deductiva, es frecuente la utilización de
    preguntas, que estructuradas atendiendo a los procesos del
    pensamiento y a la lógica
    de la ciencia,
    los guíen hacia tal objetivo. Dichas preguntas devienen
    instrumentación de los procedimientos que utiliza el
    profesor en la formación de conceptos. Lo anterior
    justifica que estas preguntas clasifiquen como tarea de
    aprendizaje, propias de esta etapa primaria en la
    construcción de conocimientos e instrumentaciones. O sea,
    aquellas preguntas que con carácter de necesidad y
    suficiencia utiliza el profesor para encauzar la formación
    de un concepto, devienen tarea de aprendizaje.

    Esta construcción se complementa con la
    aplicación de éstos a la solución de
    problemas, como mejor criterio de que se poseen. Ello hace que
    sea tradicional la sistematización de éstos, a
    través de la resolución, tanto de ejercicios, como
    de problemas. Ejercicios y problemas completan la
    clasificación hecha de tareas de
    enseñanza.

    Ahora, ¿qué elementos distinguen los
    ejercicios de los problemas?

    Hacia la distinción entre ejercicios y
    problemas.

    A grandes rasgos puede decirse, que tal
    distinción está dada por la subdivisión del
    nivel aplicativo, en reproductivo y productivo (Bermúdez
    Seguera, R. y Rodríguez Rebustillo, M., 1996). Durante la
    resolución de ejercicios, prima la reproducción de los conocimientos e
    instrumentaciones, durante la resolución de problemas, su
    aplicación.

    Un análisis más profundo de esta
    distinción se realizará tomando como indicador
    fundamental el proceso de resolución. "Al resolver un
    determinado problema se recurre a operaciones ya
    pre–existentes y a conocimientos que rebasan el marco de
    los términos que proporciona el problema en
    cuestión, mas lo que en este sentido se hace tiene siempre
    su razón de ser en el análisis del problema que se
    trate. En el proceso del pensar, esos factores externos de que se
    hecha mano se unen con los términos del problema"
    (Rubinstein, 1966. P. 69). O sea, siendo consecuentes con los
    presupuestos
    psicológicos asumidos, el proceso de resolución de
    problemas presupone tanto la aplicación del patrimonio
    instrumental de cada estudiante como la actualización del
    mismo.

    Presupone además, actualización de
    conocimientos. "La actualización de los conocimientos
    necesarios para la solución de un problema dado implica el
    análisis tanto de este último como de los
    conocimientos que pueden ser tomados en consideración,
    presupone el acto sintético de relacionar el problema y
    los conocimientos, y el análisis tanto de los
    términos del problema como de los conocimientos que se
    usan para la solución del mismo" (Rubinstein, 1966. p.
    70).

    La exigencia de los problemas no está relacionada
    sólo con la esfera cognitivo–instrumental, como se
    ha hecho explícito. El proceso de resolución de
    problemas exige, además, direccionalidad en la
    actuación de los estudiantes: precisión de
    objetivos, propósitos firmes, motivaciones relacionadas
    con los contenidos de los mismos, etc.

    La diferencia esencial que puede establecerse entre
    ejercicios y problemas radica, precisamente, en que los primeros
    no exigen actualización del patrimonio
    cognitivo–instrumental del sujeto que se implica en su
    solución, ni precisa de un alto nivel de direccionalidad
    en la actuación. Su objetivo fundamental es la
    sistematización del sistema de acciones y operaciones
    necesarias para la ejecución de una determinada
    actuación, y así llevar la instrumentación
    hasta el nivel de habilidad.

    El análisis de los indicadores
    tomados para clasificar la tarea de aprendizaje de
    carácter aplicativo, en ejercicio o problema, evidencia
    que la misma resulta relativa, ya que, como apuntan varios
    autores (Rodríguez Expósito, F., 2002; Pozo y
    Gómez Crespo, 2001 ), tal distinción no sólo
    depende de sus características propias, sino del sistema
    cognitivo–instrumental que posee quien la enfrenta. "Una
    tarea es meramente repetitiva (ejercicio) o novedosa (problema)
    en función no sólo de sus propias
    características sino de los conocimientos de la persona
    que se enfrenta a ella" (Pozo y Gómez Crespo, 2001,
    pág. 57).

    El resolver problemas profesionales exige de la integración de teoría
    y práctica, por lo cual, para que las tareas de
    aprendizaje preparen a los estudiantes para ello, éstas
    deben propiciar, tanto una actuación encaminada a obtener
    el producto
    material como resultado del cambio de
    aquellos objetos externos sobre los que se actúa (tareas
    de aprendizaje prácticas); como a obtener los
    conocimientos, no como resultado de haber variado los propios
    objetos, sino de su modelación por el sujeto, y de extraer
    de ellos la información nueva (tareas de aprendizaje
    teóricas).

    A pesar de la distinción realizada, la tarea (sea
    de enseñanza o de aprendizaje), sigue
    considerándose como célula del proceso
    (Álvarez de Zayas, C. M., 1999), ahora con la
    particularidad, que las primeras lo son del proceso de
    dirección del aprendizaje y las segundas, de aprendizaje
    como tal. Aunque como se argumentará posteriormente,
    existen como unidad y lucha de contrarios, en su relación
    dialéctica.

    En la tarea de aprendizaje está presente un
    objetivo, el que se traza cada estudiante una vez que ésta
    se le presenta, mediado "… por sus motivaciones e intereses,
    por la satisfacción o autorregulación de cada uno
    de ellos en la ejecución de la tarea…". Hay un sistema
    de cognitivo–instrumental a construir, bien a través
    de aquellas destinadas a la formación de conceptos, o a la
    sistematización de conocimientos e instrumentaciones
    construidos a un nivel primario.

    El modo en que cada estudiante ejecuta las acciones que
    conducen a la solución de la tarea, evidencia el
    método seguido por éste. Este método, en un
    inicio, puede imitar al del profesor, pero a medida que el
    estudiante construye su sistema cognitivo–instrumental, lo
    puede utilizar con independencia
    y versatilidad en la solución de nuevos
    problemas.

    La enseñanza, como proceso de dirección
    del aprendizaje, y que se fracciona en tareas que desarrollan los
    docentes (tareas de enseñanza), es guiada por un objetivo,
    de aquí que en éstas esté presente un
    objetivo, derivado del primero. Hay también un sistema de
    conocimientos e instrumentaciones, del que en gran medida,
    depende la efectividad con que se dirija el aprendizaje, y que,
    unido a las motivaciones, intereses, nivel de satisfacción
    con la labor que realiza, configura la personalidad de
    docente.

    En método se manifiesta en las acciones a
    través de las que el docente ejecuta su actuación,
    el que se instrumenta a partir de procedimientos y
    medios.

    Características de las tareas de
    enseñanza y de las tareas de aprendizaje en el proceso de
    formación de profesionales.

    Para hacer que las tareas de aprendizaje se planteen
    como problemas en vez de cómo ejercicios y para que
    tiendan a promover una actuación que modele la de los
    futuros profesionales en su contexto de actuación,
    integrando teoría y práctica, se ofrecen a
    continuación varios criterios, resultado de la
    sistematización teórica realizada con la literatura
    científica que se consideró pertinente (Pozo y
    Postigo, 1994 citados por Pozo y Gómez Crespo, 2001;
    Rodríguez Rebustillo, M., Moltó Gil, E. y
    Bermúdez Serguera, R., 1999; Gil Pérez, D.
    1999):

    Plantear tareas abiertas, que admitan varias vías
    posibles de solución o incluso varias soluciones
    posibles, potenciando la emisión de hipótesis y la adopción
    de sus propias decisiones sobre el proceso de
    resolución.

    Modificar el formato o definición de los
    problemas, evitando que el alumno identifique una forma de
    presentación con un tipo de problema.

    Plantear las tareas, no con un formato académico,
    sino ubicadas en sus futuros contextos de actuación
    profesional, con lo cual deben adquirir significado para los
    estudiantes.

    Que su proceso de resolución exija la
    integración coherente de teoría y práctica,
    evitando que las tareas prácticas aparezcan como ilustración, demostración o
    ejemplificación de unos contenidos previamente presentados
    a los estudiantes.

    Que exijan la utilización de métodos,
    procedimientos y un sistema cognitivo–instrumental
    característico de los profesionales de su futuro contexto
    de actuación; así como de medios técnicos
    (materiales, instrumentos, dispositivos, etc.), propios de ese
    contexto.

    Por su parte, las tareas de enseñanza deben
    desarrollar los docentes, para dirigir un proceso de aprendizaje
    autónomo y consciente, se caracterizarán
    por:

    Encauzar la formulación de conceptos, a
    través del correspondiente sistema de
    preguntas.

    Promover la emisión de hipótesis por
    parte de los estudiantes acerca de las posibles vías de
    solución de la tarea planteada.

    Encauzar la construcción de conocimientos e
    instrumentaciones, que permitan el empleo de
    métodos, procedimientos y medios característicos
    del profesional del futuro contexto laboral del
    estudiante.

    Fomentar la cooperación entre los estudiantes en
    la realización de la tarea, así como incentivar la
    discusión y los puntos de vista diversos.

    Proporcionar a los estudiantes la información que
    precisen durante el proceso de solución, realizando una
    labor de apoyo, dirigida más a hacer preguntas y fomentar
    en los estudiantes el hábito de preguntarse, que a dar
    respuestas a sus preguntas.

    Posibilitar la autorregulación de los estudiantes
    durante el proceso de solución de la tarea,
    haciéndolos conscientes de los conocimientos e
    instrumentaciones que poseen.

    Valorar la reflexión y profundidad de las
    soluciones alcanzadas por los estudiantes y no sólo la
    rapidez con que son obtenidas.

    Relación
    tareas de enseñanza–tareas de
    aprendizaje.

    Es nuestra consideración que el proceso
    docente–educativo en general y el de
    enseñanza–aprendizaje en particular, pueden ser
    vistos como una serie sucesiva de tareas (docentes, según
    Álvarez de Zayas, C. M., 1999), justifica la
    distinción hecha entre las tareas que desarrollan
    profesores y estudiantes (tareas de enseñanza y tareas de
    aprendizaje, respectivamente), en su relación
    dialéctica.

    Atendiendo a lo apuntado, el proceso de
    enseñanza–aprendizaje presupone una
    complementación entre tareas de enseñanza y de
    aprendizaje. Desde el punto de vista temporal, éstas
    pueden desarrollarse simultáneamente o no. Durante el
    proceso de formación de conceptos, por ejemplo, es
    frecuente que el profesor, por vía inductiva o deductiva,
    guíe los procesos del pensamiento de los estudiantes a
    través de preguntas que realiza y que, en este caso,
    estructuran la tarea de enseñanza que desarrolla. Pero,
    simultáneamente, los estudiantes responden a estas
    preguntas y van construyendo teóricamente los
    conocimientos.

    Algo similar ocurre cuando se planifica la
    realización de actividades experimentales abiertas, para
    las cuales se debe promover una actuación de los
    estudiantes encaminada a la emisión de hipótesis,
    análisis de los medios con que cuenta para actuar, la
    conformación de las acciones que le permitirán
    resolver el problema experimental planteado, etc. En tal sentido,
    el profesor debe diseñar problemas y preguntas, que
    guíen la actuación de los estudiantes. La
    actuación de los estudiantes, en este caso, es el
    resultado de su implicación en la realización de
    una tarea de aprendizaje, mientras que a la actuación del
    profesor concierne la ejecución de tareas de
    enseñanza.

    Cuando se trata de promover en los estudiantes, durante
    un determinado período de la clase, una actuación
    que transcurra en un nivel contemplativo, prima en el mismo el
    desarrollo de tareas de enseñanza
    exclusivamente.

    Durante la sistematización de conocimientos e
    instrumentaciones, con la resolución de ejercicios y/o
    problemas, predomina la actuación independiente de los
    estudiantes, por lo que las tareas que se desarrollan son,
    básicamente, tareas de aprendizaje.

    Conclusiones.

    El reconocimiento del aprendizaje como un proceso de
    apropiación individual de la experiencia
    socio–cultural, se encuentra determinado, entre otros
    elementos, por los contextos y situaciones específicas en
    que se lleva a cabo el mismo, hace necesaria la distinción
    metodológica entre la actuación de los profesores y
    la de los estudiantes en el contexto educativo; de aquí
    que, en lugar de adjudicarle a la tarea docente una doble
    funcionalidad (como medio de aprehensión, para los
    estudiantes y como medio de dirección del aprendizaje para
    los profesores), se deba hacer referencia a tareas de
    enseñanza y tareas de aprendizaje.

    La actuación de los docentes en el contexto
    educativo tendrá el objetivo de dirigir la de los
    discentes para que tenga lugar a nivel contemplativo o
    aplicativo. Niveles que pueden tomarse como indicador para la
    clasificación de las tareas que se desarrollan en dicho
    ámbito.

    La distinción realizada entre tareas de
    enseñanza y tareas de aprendizaje reafirma el criterio de
    Alvarez de Zayas, C. M. (1999), según el cual, el proceso
    docente–educativo en general y el de
    enseñanza–aprendizaje en particular, pueden ser
    vistos como una serie sucesiva de tareas.

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    Datos del autor:

    Leandro Arias Labrada. (

    Profesor del Departamento
    Eléctrica–Economía. Facultad de Ciencias Técnicas.
    Universidad Pedagógica "José de la Luz y
    Caballero", Holguín, Cuba.

    Licenciado en Educación, especialidad
    Física y Electrónica, y aspirante al grado
    científico de Doctores en Ciencias
    Pedagógicas.

     

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