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El Pensamiento Utópico




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    Indice
    1.
    Prólogo

    2.
    Introducción

    3. Evolución histórica de
    la literatura utopista

    4. El valor de la
    utopía: del realismo maquiavélico al pensamiento de
    Popper

    5. Conclusión
    final

    6.
    Bibliografía

    1.
    Prólogo

    Cierra los ojos y verás un mundo mejor,
    Un edén sin injusticia, Que
    sólo se halla en tu interior.
    Quien no ha soñado alguna vez con vivir en un mundo
    perfecto, un paraíso perdido donde ser felices sin
    esfuerzo, donde gozar de toda libertad para
    realizarnos como personas, un jardín idílico exento
    de autoridad y
    opresión, con un orden perfecto e infalible que haga de
    nuestra vida un fantasía perpetua. Sin duda, este deseo
    brota de todo mortal porque forma parte de su ser. La vida sin
    sueños no tendría sentido, y como sueños que
    son, las utopías aportan ese sentido a nuestra existencia
    cuando la realidad se muestra
    insuficiente.

    No obstante, la historia nos ha
    enseñado que, pese a lo inocente de su apariencia, los
    sueños tienen un precio. Un
    coste demasiado elevado que la humanidad ha tenido que pagar por
    errores que nunca debieron cometerse. Se trata pues de una
    fantasía peligrosa, una ilusión demasiado
    comprometedora, capaz de proyectarse mas allá de la mera
    intelectualidad individual e implicar al mundo en toda su
    universalidad. Por ello, siempre ha existido una cuerda
    sensación de prudencia frente a esta cuestión.
    Porque la utopía, además de necesaria es
    inevitable, pero, sobretodo, porque su poder
    trasciende más allá del sueño que la origina
    y nos somete sin apenas darnos cuenta.

    Así pues, el pensamiento utópico, con su
    idealismo
    político, sus profecías y, sobre todo, con su fe en
    el cambio y la
    evolución social, nos concierne mucho
    más de lo que a menudo juzgamos, porque además de
    una esperanza, constituye una finalidad en sí mismo y,
    como tal, forma parte de nosotros, de cada ser humano,
    floreciendo cuando más se necesita e impulsándonos
    en nuestro camino hacia el clímax social.

    Con todo esto, parece obvio que, desde el inicio de sus
    días, el hombre ha
    imaginado, ha conjeturado y ha fantaseado. Por ello, el
    pensamiento utópico es y será siempre
    contemporáneo a todas las generaciones. Porque si bien es
    difícil dejar algún día de soñar,
    más difícil será que la humanidad abandone
    sus ansias de superación.

    2. Introducción

    Definición del concepto
    Para comprender y asimilar las implicaciones del concepto de
    utopía, es necesario conocer la definición exacta.
    De este modo, es conveniente evitar los matices subjetivos y las
    posibles connotaciones emocionales que éste puede
    suscitar, partiendo de su origen etimológico y analizando
    su evolución a lo largo de la historia. Así pues,
    la Real Academia Española recoge y define brevemente esta
    noción, del siguiente modo:
    Utopía o utopia. (Del gr. oὐ,
    no, y τόπoς, lugar: Lugar que no
    existe).

    1. f. Plan, proyecto,
      doctrina o sistema
      optimista que aparece como irrealizable en el momento de su
      formulación.

    Es decir, entiende la utopía como aquel plan,
    proyecto, doctrina o sistema óptimo o conveniente, que
    aparece como quimérico desde el punto de vista de las
    condiciones existentes en el instante de su enunciación.
    No obstante, realizando un recorrido más extenso y
    detallado por sus connotaciones sociológicas, las
    utopías, concebidas como proyectos de
    ciudades ideales, visiones de fundamento ético o estados
    de perfecto orden, son también, al mismo tiempo,
    suscitadoras de ideologías activas, imágenes
    estimulantes e inspiradoras de acciones
    concretas, capaces de modificar la realidad existente. Por otro
    lado, las utopías son, o por lo menos intentan serlo,
    sistemas
    racionales capaces de concebir nuevos modos de organización social. En cualquier caso,
    implican siempre una voluntad de trascender lo existente y son, a
    la vez, una evasión del presente y una crítica de
    ese mismo al compararlo con lo que podría ser. Por eso
    todas ellas pretenden encarnar, como dice M. Buber, "la
    visión de lo justo en un tiempo perfecto".

    Por otro lado, como se deduce del comentario
    etimológico que encabeza la definición de la RAE,
    la palabra utopía es un vocablo de raíces griegas.
    Sin embargo, pese a lo arcaico de su origen, no se empezó
    ha usar con el sentido que actualmente le otorgamos, hasta que
    Tomas Moro la tomó como topónimo para mencionar a
    la isla fantástica que imaginó en su célebre
    novela, y en
    cuyo contexto estableció su modelo de
    estado ideal. A partir de aquí, y debido a la gran
    importancia y difusión que esta obra tuvo entre los
    intelectuales de la época, el término se
    popularizó. Así, por una relación de
    semejanza, pasó de ser, simplemente, algo que no se
    encuentra en ningún lugar, a referirse a todas aquellas
    organizaciones, intenciones, proyectos o
    doctrinas, que por su excesivo idealismo o su aparente
    irracionalidad, resultan impracticables o imposibles de implantar
    en la realidad y el contexto histórico en que se formulan.
    De este modo, con el tiempo, ha acabado surgiendo, por
    contraposición al ya conocido concepto de utopía,
    su opuesto: el de distopía o antiutopía (aún
    no aceptado oficialmente, pero sí frecuentemente usado por
    quienes conocen el tema), que pretende reseñarse en la
    estructura
    social idealista que, en lugar de aportar el súmum del
    bienestar, la justicia y la
    libertad, desemboca en el caos y la sinrazón, provocando
    así la pérdida definitiva de los valores
    morales y éticos imperantes hasta el
    momento.

    Aproximación a la utopía
    social
    Como se ha podido observar en el punto anterior, la
    definición de utopía resulta quizá demasiado
    amplia y abstracta para tomar el concepto en toda su
    extensión. Por ello, para comprender el sentido del
    trabajo, es conveniente reducirlo a su dimensión puramente
    social. Así pues, es preciso decir que, desde que el
    hombre es
    hombre, y su capacidad de autocrítica le ha permitido
    analizar su entorno, ha intentado encontrar el estado
    ideal, justo, libre y seguro. Un estado
    perfectamente organizado y fructífero, donde todos los
    ciudadanos dispongan de medios
    suficientes para cubrir sin dificultades las necesidades
    biológicas e intelectuales que precisen. Nace así
    el pensamiento utópico.

    No obstante, en caso de ser viable, llegar a este
    clímax social no parece tarea fácil. Y es que el
    peso de la historia, cae con fuerza al
    contemplar como tras un vasto repertorio de variados e
    incomparables modelos, nunca
    hemos sido capaces de establecer esta deseada comunidad. No hay
    más que ver, por ejemplo, la variante práctica del
    ideal comunista de Marx. Un ideal
    que sirvió de excusa para que, países como la
    antigua Unión Soviética, China o
    Cuba entre
    otros, desembocaran en regímenes socialistas totalitarios,
    donde el poder del estado acabó militarizando la
    cotidianeidad de una sociedad segura
    pero ideológicamente reprimida; el absolutismo
    monárquico de la edad media,
    donde la implacable inflexibilidad de una voraz sociedad dividida
    en estamentos, acabó sumiendo en la miseria a la inmensa
    mayoría de la población. Una población que vio
    como"el privilegio"del poder y la abundancia, se otorgaba a unos
    pocos elegidos de la nobleza y el clero; o sin ir más
    lejos, la actual sociedad capitalista, que más allá
    de las evidentes desigualdades que oculta, y bajo el pretexto de
    la democracia y
    una ambigua libertad, parece haber olvidado que el hombre es un
    ser social que necesita dar y recibir. Y es que, en una sociedad
    donde priman los intereses particulares, es difícil velar
    por el bien de la colectividad. De este modo, y tras contemplar
    con resignada frustración los continuos fracasos en los
    distintos modelos de organización social, han sido
    numerosos los teóricos que han puesto su genio y lucidez
    al servicio de la
    humanidad para intentar cambiar con sus distintas propuestas el
    rumbo de aquella sociedad en la que vivieron. No todas han
    logrado llegar a ponerse en práctica y tampoco todas han
    sido entendidas y aceptadas por la humanidad, pero por
    descabelladas, atrevidas o incoherentes que hayan sido, comparten
    una intención renovadora y progresista que en su momento
    dio lugar al ideal utópico del que ahora nos hacemos
    eco.

    Estas inquietudes, como digo, han estado presentes desde
    el inicio de nuestros días, ya que son consecuencia
    directa de la vida en sociedad. Aun así, su importancia no
    es verdaderamente relevante hasta que, por medio de la escritura, no
    se plasman estos ideales de forma argumentada y detallada. Es por
    ello que para realizar un estudio medianamente exhaustivo de
    estas tendencias ideológicas y llegar a comprenderlas en
    toda su extensión, es necesario tomar como base a la
    literatura, ya
    que ha sido ésta la que ha albergado, desde siempre, las
    obras de los grandes teóricos de la historia. Así
    pues, tomando modelos distintos tanto por su época como
    por su contenido, son de vital importancia en el ideal
    utópico La República de Platón,
    Utopía de Thomas More, El manifiesto comunista de K. Marx
    y F. Engels, así como diversas obras del fructífero
    siglo XX, como El señor de las moscas de W. Golding o
    antológicos modelos de antiutopía como Un mundo
    feliz de A. Huxley o 1984 de G. Orwell.

    3.
    Evolución histórica de la literatura
    utopista

    Como hemos podido observar en anteriores apartados, la
    literatura es una buena base para entender el proceso que ha
    seguido el pensamiento utópico a lo largo de la historia.
    Por ello, es preciso conocer el significado de algunos de los
    clásicos que nos dejaron en herencia los
    grandes ideólogos de la humanidad, para asimilar el rumbo
    que ha ido tomando nuestra sociedad con el paso de los
    años. Así, hay que partir de las culturas
    grecorromanas que fundaron la filosofía, para poder
    comprender los valores
    que apuntalaron la moral del
    medievo y, a su vez, advertir las lagunas y aciertos de estos
    últimos, para juzgar con la mayor integridad, la
    mentalidad que cambió el mundo de los siglos
    posteriores.

    Para lograr este propósito, son de vital
    importancia las ideas que reflejó en sus diálogos
    el que fue sin duda uno de los primeros y más grandes
    filósofos de nuestra cultura.
    Platón y su conocida obra "La República",
    constituyen, probablemente, el punto de partida del pensamiento
    utópico en su vertiente literaria. Posteriormente, y en
    pleno auge del humanismo
    renacentista, cabe destacar también, el genial pensamiento
    que plasmó T. More en "Utopía", la república
    dominada por la razón que ideó en su novela el
    conocido autor para impugnar las desigualdades que generó
    su sociedad. Y finalmente, en medio del creciente ideal
    capitalista generado por la revolución
    industrial, es necesario analizar también la
    aparición del ideal socialista, expresado detalladamente
    en el "Manifiesto Comunista" de K. Marx y F. Engels. Estas obras,
    añadidas a algunas de las surgidas en el ya pasado s. XX,
    como "1984" de George Orwell o "Un Mundo Feliz" de A. Huxley,
    constituyen la columna vertebral de la literatura utopista a lo
    largo de la historia y por este motivo, resulta interesante
    detenerse brevemente en cada una de ellas y comprender su
    significado dentro del contexto en que fueron presentadas ante la
    humanidad.

    Es obvio, sin embargo, (y sin ánimo de restarles
    importancia), que las obras anteriores no son más que
    buenos ejemplos de los muchos que nuestra cultura ha ido
    generando desde el inicio de sus días, por ello, pasar por
    alto la importancia de escritos como "La Ciudad de Dios"
    (San
    Agustín de Hipona, 413-427), "La Ciudad del Sol" (T.
    Campanella, 1623), "Nueva Atlántida" (F. Bacon, 1627),
    "Leviatán" (T. Hobbes, 1651),
    y un largo etcétera de válidas propuestas que
    podrían ilustrar sin problemas el
    propósito que nos ocupa, parecería una insensatez.
    No obstante, más allá de las repercusiones que
    éstas puedan haber tenido, lo realmente importante es
    saber que la esencia de todo pensamiento contemporáneo
    tiene su origen en el pasado y por tanto, entender nuestro mundo
    es entender el mundo de nuestros ancestros.

    La utopía
    clásica

    En este período de nuestra historia (s. VI a.C.), se
    origina, en la región este del continente europeo, el
    nacimiento de la filosofía y el pensamiento occidental.
    Concretamente en la ciudad jonia de Mileto y más adelante
    en las principales polis de la antigua Grecia, se
    produce el cambio ideológico que provoca la
    transición del discurso
    mítico al discurso racional. Esta renovación
    conocida tradicionalmente como el paso del mito al logos,
    supone sin duda el inicio de nuestra cultura y la fuente de saber
    que nos ha servido a lo largo de generaciones, como axioma
    precursor de todo pensamiento científico y moral. Es por
    ello, que debemos partir de esta célebre etapa para
    realizar el recorrido por la utopía literaria.

    El trabajo de los primeros sofistas y la
    evolución durante años de las teorías
    y doctrinas formuladas en aquellos primeros siglos de conocimiento
    racional unido a una época de bienestar y estabilidad
    social, facilitó la consumación de grandes ciudades
    estado (principalmente Atenas) que se autogobernaban bajo los
    preceptos de la democracia. Así, en un entorno
    relativamente favorable, fueron surgiendo los primeros grandes
    pensadores y, con ellos, la aparición de los primeros
    clásicos de la literatura universal. Cada vez más
    preocupados por la vida en sociedad y la moral humana, fueron
    perdiendo interés
    por la observación de la naturaleza y se
    implicaron cada vez más en los gobiernos de sus ciudades.
    De este modo, en el 437 a.C. nace uno de los filósofos con
    mayor peso de la antigüedad. Platón, discípulo
    de Sócrates y
    miembro de una familia bien
    estante, elabora los primeros diálogos escritos y deja
    para la historia la primera gran herencia del conocimiento
    universal (cabe destacar "La República"), rebatiendo la
    demagogia política y dudando de
    la honestidad de la
    democracia ateniense.

    "La República" de
    Platón

    Este clásico de la literatura antigua, es la obra que
    refleja la concepción ideal del estado perfecto
    según Platón. En "La
    República", expone todas sus reflexiones entorno a la
    política de su tiempo, y propone una organización
    distinta que acabe con las injusticias y asegure la estabilidad
    de la nación.
    Debido a su nacimiento en la cultura que acunó la
    filosofía y el arte del saber,
    este diálogo ha
    sido valorado y estudiado desde su aparición en el s. IV
    a.C. por pensadores y estudiosos de todos los tiempos y, por
    ello, puede considerarse como la semilla de muchas de las
    tendencias políticas
    que han ido surgiendo a lo largo de la historia. Esta
    crítica constante de la obra, ha suscitado opiniones muy
    diversas entorno a su autor, que ha sido acusado incluso, de
    promover el totalitarismo y la tiranía de los gobernantes,
    así como de justificar el social-comunismo o el
    fascismo del
    pasado siglo. Es indudable que su riqueza conceptual, hace de "La
    República" un punto de partida para las ideologías
    de la posteridad y seria erróneo dudar de las influencias
    que haya podido tener en estas tendencias políticas, pero
    antes de condenar o reprochar las afirmaciones que mantuvo
    Platón en sus escritos, sería más prudente
    conocer el contexto político y social que
    condicionó sus ideas, así como algunos de los
    rasgos más trascendentales de su vida, que a buen seguro
    influyeron en su modo de entender el mundo y ayudarían,
    sin duda, a advertir el significado que el célebre
    filósofo pretendió otorgar a su obra.

    Platón, 427-347
    a.C.

    Aristóteles de Atenas, apodado Platón
    por la amplitud de sus espaldas, nació, como su mismo
    nombre indica, en Atenas en el año 427 a.C., en el seno de
    una noble familia que, capaz de proporcionarle los mejores
    maestros, le orientó en sus aficiones hacia la literatura
    y el estudio. A los veinte años conoció a
    Sócrates y gracias a una larga convivencia, se
    inició con él en la filosofía. Educado para
    la política, desestimó esta opción al
    contemplar como la democracia ateniense se alzaba sobre valores
    distintos a los suyos y tras intentar con escaso éxito
    organizar la política de otras polis (como Siracusa),
    donde incluso llegó a ser vendido como esclavo.
    Siguió la enseñanza de Sócrates, y tras su
    muerte (-
    399), viajó a Egipto y al
    sur de Italia,
    conociendo el pitagorismo y entablando amistad, en
    Sicilia, con Dión, sobrino del tirano de Siracusa
    Dionisio. A su regreso a Atenas fundó la Academia (- 387)
    y posteriormente, volvió a Siracusa (- 367), intentando en
    vano que el nuevo tirano aplicara en la ciudad su modelo
    político.

    El pensamiento de Platón abarca numerosas
    dimensiones del conocimiento humano pero sus inquietudes abarcan
    sobre todo la concepción del hombre y su relación
    con el mundo y la sociedad. Así se apoya en la
    afirmación socrática de que el hombre está
    hecho para la ciencia. Es
    decir, concibe la ciencia como
    un conjunto de verdades universales e inmutables que el hombre
    debe conocer para comprender el mundo en que vive. De ahí
    se extrae la aparición de dos mundos. El de las ideas o
    auténtico y el sensible, que es el que percibimos y supone
    tan sólo una sombra confusa del primero. Así la
    misión
    de los filósofos, que conocen la existencia de este otro
    mundo es captar las verdades que en él se albergan y
    mostrarlas a los demás ciudadanos, rescatándolos de
    la inocencia en que viven. Por otra parte, la concepción
    que Platón tiene del hombre está en consonancia con
    su visión de la naturaleza. De esta forma, piensa que el
    hombre es un alma inmortal encerrada en un cuerpo que la recluye
    y que esta alma de vida eterna, es la que proporciona el saber
    científico al individuo, pues es ésta la
    única que ha contemplado el mundo de las ideas y pese a
    haberlas olvidado al unirse al cuerpo, es capaz de sugerir
    ciertos recuerdos al contemplar la realidad del mundo sensible.
    En cuanto a la sociedad, Platón mantiene que está
    fundamentada en la naturaleza humana y no es sino una
    prolongación del organismo humano individual. Así,
    se estructura en tres estamentos básicos: los
    filósofos (poseen la capacidad de dirigir y gobernar la
    sociedad), los militares (tienen la misión de protegerla),
    y los productores (deben trabajar para proporcionar los medios
    necesarios para sostenerla).

    Este pensamiento surge en medio de una crisis
    política en Atenas, tras la democrática guerra del
    Peloponeso y la democrática derrota frente a Esparta,
    llegando a la democrática condena de Sócrates y la
    también democrática pérdida de los valores
    tradicionales. Quizá por este motivo y buscando
    solución a estos problemas, Platón sale en defensa
    de Sócrates, elabora su teoría
    de las ideas, establece la justicia "en sí" como
    fundamento del orden socio-político, eleva el eros a
    categoría ideal, presenta la figura del filósofo
    como modelo del ser humano capaz de regir la polis, y se afana
    por hallar un prototipo de la misma.

    Este conjunto de teorías y argumentos
    extraíbles del pensamiento platónico, se ven
    claramente reflejados en las numerosas obras que el
    filósofo escribió a lo largo de su dilatada vida,
    pero por encima de todas las demás destaca "La
    República", donde recoge todas estas dilucidaciones para
    mostrar su concepción del estado político ideal.
    Nace así la utopía literaria.

    Resumen de la obra
    "La República" es una continua reflexión entre
    personajes sobre la política y las relaciones entre los
    gobernantes y ciudadanos que constituyen la nación. En
    ella, Platón propone en boca de su maestro
    Sócrates, y mediante el uso de sucesivas intervenciones
    dialogadas con otros interlocutores, un modelo de estado
    perfecto, que consolide la estabilidad de la nación y
    garantice la seguridad y la
    justicia de todos los ciudadanos. Esta extensa obra, que se
    encuentra fragmentada en diez libros, es
    como muchos dicen un tratado de política pero no seria
    correcto, sin embargo, atribuirle sólo esta
    definición, pues además de dilucidar sobre los
    orígenes y consecuencias de las distintas formas de
    estado, se pretende indagar en el hombre que las crea. De este
    modo, cada libro abarca
    temas distintos, pero con el único fin de diseñar
    el gobierno perfecto
    y mostrar las entrañas del Ser del hombre.

    Las primeras cuatro fracciones del diálogo son un
    esbozo de los problemas que surgen al tratar el concepto de
    justicia y pretenden discernir los modos más eficaces de
    lograrla y los seis restantes se centran en una compleja exposición
    del pensamiento platónico en su más intenso nivel
    de profundidad.
    Libro I: Inicia la obra con un elogio a la ancianidad de
    Céfalo a Sócrates. Se alaban las características más nobles del
    hombre, la moderación, la sensatez, la cordura, y se da
    comienzo a una reflexión sobre la importancia de la
    justicia en la vida de los hombres y tras acordar su papel en el
    seno del estado, se procede a una búsqueda de sus
    características.
    Libro II: Tras dar comienzo al tema de la justicia, dos
    personajes más, Glaucón y Adimarco, alientan a
    Sócrates a encontrar y exponer la verdadera naturaleza de
    la justicia, alienando el concepto de cualquier valoración
    u opinión popular. Para ello se intenta comprender los
    motivos que la originan y las razones de su
    perturbación.
    Es en este libro donde se plantean las analogías entre las
    nociones de hombre y estado. Paralelismo que fundamentará
    el sentido de todo el diálogo. Se presenta, además,
    una brillante disertación sobre la educación y su
    importancia dentro de los deberes del estado, siendo ésta
    la base que constituirá el futuro de las posteriores
    generaciones encargadas de dirigirlo.
    Libro III: Llegados a este punto, se genera una discusión
    entorno a la concepción del estado justo. Se concluye
    entonces, que sólo puede obtenerse mediante una estricta
    distribución de labores y su pertinente
    educación
    desde la más tierna infancia para
    evitar las sublevaciones que pudiera motivar la
    incomprensión del individuo respecto al lugar que ocupa en
    la sociedad. Una educación especializada y precisa que
    aún discriminando oriente a cada miembro en función de
    las aptitudes con que ha sido dotado.
    Libro IV: En este libro, que pone fin a las cavilaciones que
    motiva el concepto de justicia, se revelan las conclusiones
    extraídas, y se promulgan los principios que
    deben regir el estado justo. "Producir la justicia es establecer
    en las partes del alma la subordinación que en ella ha
    querido poner la naturaleza. La injusticia es dar a una parte
    sobre las demás un imperio que va en contra de la propia
    naturaleza". Este principio, según Platón, armoniza
    las relaciones entre los hombres, pero su conocimiento tan
    sólo está reservado a los intelectos más
    capaces y, por ello, el gobernante debe extraerse de aquellos que
    lo posean.
    Libro V: En este libro, Platón vuele a hacer referencia a
    la educación como punto de partida del estado ideal,
    centrándose esta vez en los niños y
    las mujeres ( a estas últimas les proporciona la
    posibilidad de desempeñar roles distintos a los
    tradicionalmente asignados, si demuestran capacidades para ello).
    Así, una vez diseñado el estado perfecto, se baraja
    la opción de ponerlo en práctica, y como el rumbo
    de éste dependerá de la predisposición de
    los ciudadanos a seguir el orden establecido, el poder de
    orientarlos mediante el correcto uso de la pedagogía debe residir en los únicos
    capaces de administrarlo racionalmente: los filósofos. Sin
    embargo para entender el papel de estos sujetos en "La
    República", es preciso saber que, para Platón, el
    filósofo es aquel individuo cuya capacidad de
    abstracción permite descubrir la idea del bien supremo y
    llevarla a la realidad del estado ideal. Así la gestión
    y la
    organización del gobierno perfecto deben residir en la
    razón y la justicia que sólo el filósofo
    puede proporcionar.
    Libro VI: En este punto, Platón reflexiona sobre la idea
    del bien. Concepto que aporta sentido al mundo de las ideas, fin
    en sí mismo de toda aspiración humana, y base del
    conocimiento verdadero. Expone además su popular
    teoría de las cuatro fases del conocimiento. Fases que
    discurren desde las primeras impresiones sensitivas, hasta la
    contemplación del Ser Supremo y que constituyen el proceso
    que, según Platón, sigue todo saber desde que es
    percibido mediante sensaciones, hasta que asimilado por el hombre
    en su punto máximo.
    Libro VII: Expuestos ya algunos de los principales cánones
    de las tendencias platónicas, en este magnífico
    libro, el filósofo escribe uno de los pasajes más
    admirados de su obra. El mito de la caverna, es un paradigma de
    las teorías previamente argumentadas, en el que
    Platón simboliza el mundo real bajo la perspectiva de su
    pensamiento. Propone dos mundos. El primero, una caverna donde
    los hombres viven encadenados desde su nacimiento, contemplando
    tan sólo las sombras que una hoguera situada en la entrada
    proyecta del exterior y otro mundo al que ni pueden acceder ni
    conocen los hombres y que abarca toda realidad ajena a la
    caverna. Sin embargo, un día estos dos mundos
    interaccionan cuando uno de los hombres logra escapar y, al
    contemplar el exterior y entender el engaño en que
    vivía, advierte que las sombras que antes veía y
    que creía verdaderas, no eran sino el reflejo de las
    figuras que discurrían ante la hoguera proyectando una
    sombra distorsionada. Esta analogía de muestro mundo
    ejemplifica, mediante un genial arquetipo, la teoría del
    conocimiento (muestra el procedimiento que
    sigue el saber en su recorrido desde las primeras percepciones
    hasta la consecución de la verdad suprema) y explica la
    relación entre los dos mundos que mantiene el autor en sus
    tratados: el
    sensible, encarnado por la caverna, y el de las ideas,
    representado por el exterior.
    Libro VIII: Este libro se centra en una comparación entre
    el estado justo e ideal formulado y el resto de sistemas
    políticos dominantes en la época. De ese modo, se
    analizan los principios que les sustentan así como el
    talante de los individuos que los crean. Concluye con una
    reflexión acerca de los niveles de decadencia
    política que abarca desde la Timocracia espartana, la
    Oligarquía y la Democracia, culminando en la figura del
    tirano. Llegados a este punto, finaliza el paralelismo
    hombre-estado iniciado en el segundo libro del
    diálogo.
    Libros IX y X: Estos dos últimos volúmenes, se
    ocupan de asentar más profundamente las conclusiones
    alcanzadas por Sócrates y sus acompañantes.
    Así, el libro IX se encarga de explicar las repercusiones
    del estado perfecto en la vida individual de los hombres, es
    decir, pretende conjeturar las consecuencias que su
    instauración en el mundo real pudiera ocasionar sobre una
    sociedad como la suya. De otro modo, el libro décimo
    analiza las diferencia entre poesía
    y filosofía, afirmando la primacía de esta
    última en lo que a educación y adoctrinamiento se
    refiere, asignando así al poeta un lugar más
    humilde en el terreno de la creación
    artística.

    De esta forma se clausura una de las más grandes
    obras del pensamiento filosófico que resulta,
    además, de vital importancia para comprender el
    pensamiento utópico. Con una espléndida belleza
    narrativa, Platón concluye "La República" y sienta
    para la posteridad algunas de las claves para entender los
    entresijos de nuestra cultura y sus inquietudes
    filosóficas.

    Valoración
    crítica

    Una vez conocido el contexto, el autor y la obra, es el momento
    de valorar su contenido y la importancia que esta ha tenido en
    los siglos venideros. Hay que reiterar entonces, que "La
    república" es, además de una utopía social,
    un tratado de política y una reflexión sobre el ser
    humano. Por ello encontramos en su interior una gran cantidad de
    afirmaciones y principios de muy diversos ámbitos,
    destinados todos ellos a un mismo propósito: encontrar la
    perfecta organización social y el estado de cosas ideal
    para la vida del hombre. En este sentido, hay que decir que
    Platón no escribió su obra sin conocimiento de
    causa, pues, como cuenta en su biografía, fue
    educado desde la más temprana edad para participar
    activamente en la política de su tiempo. Con esto, no es
    de extrañar que algunas de sus conclusiones no fueran ni
    sean todavía entendidas por la gente, ya que su
    visión fue fundada desde la perspectiva del poder y no del
    pueblo, provocando así una posición demasiado
    autoritaria y rígida respecto a los ciudadanos. Por ese
    motivo, han sido muchos los teóricos que han comparado la
    república de Platón con un vasto cuartel, dominado
    por un severo adoctrinamiento de los individuos en función
    de los intereses del estado. No es extraño que así
    haya sido, pues es cierto que este estado ideal se apuntalaba en
    la educación de sus miembros, convirtiéndolos en
    simples empleados de la nación, pero hay que entender que
    Platón suprimió gran parte de las libertades por el
    bien de la estabilidad y la justicia públicas.

    Este ultimo término, la justicia, abarca casi
    cuatro libros del total del diálogo, y es uno de los
    pilares entorno los cuales se organiza el estado. Para
    Platón, esta noción tan básica y presumible
    en nuestro tiempo, era una de las más conflictivas y
    complejas a las que debía enfrentarse el gobierno (tanto
    es así que en algunos fragmentos del diálogo llega
    a equiparar el estado perfecto con el estado justo). La justicia
    distinguía al bueno del mal gobernante, al tirano del
    filósofo, así pues, su consecución
    debía estar por encima de cualquier otro obstáculo
    y por ello, resultaba necesario conocer cuál era el
    núcleo generador de toda arbitrariedad. Este núcleo
    no era otro que la iniciativa individual, que de tener poder
    suficiente, podía comprometer a todo el estado.
    Así, el autor concluye que, para asegurar el acierto de la
    nación, es necesario controlar los actos particulares,
    suprimiendo si es necesario su libertad de actuación y,
    para lograrlo, el único medio realmente efectivo y acorde
    con las circunstancias, era el adoctrinamiento de las masas,
    mediante una pedagogía discriminatoria y selectiva, que
    dividiese y educase a cada miembro según su capacidad de
    servicio a la comunidad.

    Para justificar este pasaje, Platón idea una
    curiosa metáfora capaz ejemplificar su afirmación.
    Dice que cada ser humano, al nacer, se compone de un determinado
    metal. Así, los más valiosos tienen oro y deben
    encargarse de dirigir y gobernar a sus congéneres. Los de
    plata, son también especiales y deben contribuir con sus
    ayudas a comandar la nación. Finalmente los de cobre y
    bronce, que no poseen por naturaleza el don de los anteriores,
    deben trabajar para mantener el estado, ocupando un lugar
    más humilde entre los ciudadanos. Con este paradigma, se
    intenta argumentar la educación discriminatoria y la
    desigualdad entre los individuos, pero se hace hincapié
    también, en un elemento digno de
    consideración.

    Y es que, si bien es cierto que no hay igualdad de
    oportunidades, no se fundamenta el clasismo, es decir, no por
    pertenecer a un grupo social
    determinado se otorga una educación u otra, sino que la
    pedagogía se distribuye única y exclusivamente en
    función de las aptitudes y las habilidades personales.
    ¿Acaso no es esto justicia? Probablemente no lo
    sería si el encargado de tomar las decisiones de
    índole pública fuera alguien incapaz de asumir
    semejante responsabilidad, pero Platón, que no
    acostumbraba a dejar cosas al azar, contempló
    también esta posibilidad y tras discernir la complejidad
    de la cuestión, concluyó que una labor de tan ardua
    dificultad sólo podía ser asumida por los mejores
    filósofos, entendidos claro está, como aquellos
    seres capaces de encontrar la verdad entre la confusión y
    descubrir la idea del bien supremo, desde la cual llevar a la
    práctica la vida y el estado ideal.

    Con estos elementos y otros derivados de los ya
    expuestos, Platón creyó haber encontrado la
    organización política perfecta superando los
    sistemas que fracasaban en las regiones vecinas, pero pese a ser
    una obra realmente admirable, no llegó a funcionar en los
    lugares donde se intentó implantar. Probablemente por
    motivos ajenos a la responsabilidad de Platón, pero sin
    duda por uno en especial. Esta concepción de estado ideal,
    era impracticable. No es posible encontrar la perfección
    humana (por lo menos no hay constancia de ello), y el modelo
    platónico exigía esta figura en la cumbre del
    gobierno. Necesitaba una especie de divinidad que administrase
    justicia sin el más mínimo margen de error y es
    obvio que ni el más sabio y honrado de los
    filósofos habría reunido tales
    atribuciones.

    Es aquí donde encontramos el talón de
    Aquiles de la idealizada república de Platón.
    Apostó por una justicia perfecta y consideró por
    tanto que, de ser obtenida, los demás principios
    debían estar a su servicio. Por ello, alienó a los
    ciudadanos de gran parte de su autonomía y suprimió
    algunos de sus derechos hacia el estado,
    desestimó la capacidad de éstos de decidir y
    escoger su propio gobierno (conocedor de las carencias de la
    democracia) y, en definitiva, consideró al pueblo un
    colectivo susceptible de la demagogia, incapaz de decidir
    correctamente por sí sólo. Pero apostar por un
    estado justo era una utopía, una idea que un personaje de
    la talla de Platón sólo pudo contemplar confiando
    plenamente en sus propias capacidades. Debió pensar que
    él mismo podría repartir la supremacía del
    bien entre los ciudadanos, y como él algunos de los
    grandes sofistas que había conocido. Pero un rebaño
    no puede confiar a ciegas en la bondad de su pastor, necesita
    unas mínimas garantías de poder cambiar el rumbo de
    su vida si lo estima necesario.

    Por ello, "La República" promulga unos principios
    inaceptables en el ámbito de las libertades. Porque lejos
    de buscar un mundo donde cada cual campe a sus anchas, el hombre
    es un ser que nace libre y, aunque es obvio que somos sumamente
    influenciables, debería ser obvio también que
    tenemos derecho a escoger nuestro futuro y decidir con
    autonomía, aunque a costa de ello, nuestros errores
    comprometan a nuestros semejantes. Sin embargo, esta
    última afirmación, no debe ser tomada para alegar
    contra Platón, pues fue algo parecido lo que le
    obligó a adoptar en su obra una actitud tan
    rigurosa.

    La condena a muerte de su mentor, por un jurado popular
    y bajo la aparente aprobación de un sistema
    democrático, hizo ver a Platón que a veces es mejor
    contener al pueblo para evitar que sus errores modifiquen el
    destino de los inocentes, ya que su debilidad frente a los
    poderes de la demagogia, la falacia y la retórica de los
    gobernantes, hacen de él un colectivo demasiado
    vulnerable. El problema está en decidir quien dirige a
    este colectivo y quien establece la diferencia entre lo bueno y
    lo malo. Platón lo sabía y por eso intento
    minimizar al máximo estos conflictos
    mediante el adoctrinamiento de los ciudadanos y la
    instauración del filósofo como sabio administrador del
    bien y la justicia. Así, es probable que cometiera
    errores, pero no olvidemos que Platón argumentó
    todas sus aserciones y, si bien resulta sencillo discrepar de
    alguno de los principios expresados, no lo es en absoluto rebatir
    congruentemente el modelo de estado que propuso en "La
    República".

    La utopía
    renacentista

    El renacimiento
    fue un movimiento
    cultural surgido en el s. XIV que se caracterizó por una
    ferviente admiración del pensamiento clásico. Una
    etapa de nuestra historia en la que los miembros ilustrados del
    arte y la cultura, pretendieron una renovación completa en
    todas las dimensiones del saber. Una renovación que
    más que basada o inspirada en los modelos grecorromanos,
    adoptó íntegramente su pensamiento imitando su arte
    y su concepción del mundo, dando lugar al nacimiento del
    humanismo. Así, se propició el retorno al idealismo
    de lo bello, volvieron a la vida las proporciones, la serenidad y
    el equilibrio
    natural que habían definido en sus tratados algunos de los
    más conocidos filósofos clásicos y, en
    definitiva, se supeditó de nuevo la creación
    espontánea, al orden y las leyes
    estéticas marcadas por los antiguos. No obstante, en este
    clima
    renovador, surgen como es lógico, numerosos autores
    descontentos con el rumbo de su sociedad. Eruditos personajes que
    dedicaron su tiempo a intentar cambiar las cosas, ofreciendo a
    sus semejantes nuevos modos de concebir el mundo. Así,
    después de unos siglos de leve sequía cultural, y
    en pleno imperio renacentista, se publicaron obras de vital
    importancia que cambiaron el rumbo del conocimiento humano.
    Algunas de estas obras fueron, por ejemplo, "La ciudad del sol"
    de T. Campanella, publicada en 1623 o "La nueva
    Atlántida", que escribió F. Bacon en 1627, pero
    probablemente, la que tuvo mayor repercusión entre el
    público de la época, fue la "Utopía" de
    Thomas More, obra ilustre que vio la luz en
    1517.

    "Utopía" de Thomas
    More

    Este clásico de la literatura utopista, del mismo modo que
    el anterior, adquiere pleno sentido en el contexto
    histórico en que fue creado, pues no es igual la ideología de una mente
    contemporánea, que la ideología de una mente del s.
    XVI, pero aún así y salvando las diferencias entre
    ambos períodos, ésta conserva aún toda su
    vigencia en la actualidad. Tanto es así, que no es posible
    analizar el pensamiento utópico en su recorrido por el
    tiempo, sin conocer sus repercusiones, ya que, más
    allá de las influencias que sin duda ejerció en
    posteriores escritos y sin olvidar a los clásicos (entre
    los que cabe destacar a Platón y en especial sus
    diálogos entorno a "La República") que le sirvieron
    de precedente, supuso sin duda, el nacimiento de la utopía
    moderna.

    Por todo esto, y para comprender con la mayor
    precisión posible el sentido que More quiso dar a la que
    fue sin duda su obra maestra, es necesario conocer cuáles
    fueron los rasgos que pudieron marcar o influenciar su vida y
    pensamiento.

    Tomas More,
    1478-1535

    Sir
    Thomas More nació el 6 de febrero de 1478 en Cheapside
    (Londres). De pequeño entro de paje del cardenal Morton
    quien recomendó su ingreso en Oxford (donde estudió
    literatura y filosofía) y más tarde, en 1501, fue
    elegido miembro del parlamento, para ocupar posteriormente
    importantes cargos en la
    administración londinense. Aún así y
    pese a sus responsabilidades públicas, More tuvo tiempo
    para cultivar sus inquietudes religiosas y literarias, de este
    modo, en 1516, escribió su novela más valorada:
    "Utopía".

    Entre tanto, en Inglaterra,
    Enrique VIII sucedió a su padre, Enrique VII. El nuevo rey
    fue coronado el 28 de ese mismo mes y consiguió que More
    entrase a su servicio tras mediar con el cardenal Wolsey,
    así, en 1517 fue nombrado miembro del Consejo del Rey,
    teniendo que renunciar a sus otros cargos. En la Corte se
    ganó el aprecio de los reyes, de los que obtuvo cada vez
    más confianza. En 1529 sucedió como Canciller a
    Wolsey, quien había sido destituido por oponerse al
    propósito de Enrique VIII de anular su matrimonio con
    Catalina para poderse casar con Ana Bolena. Thomas More
    contestó claramente al rey su desacuerdo en la
    cuestión del divorcio,
    aunque como laico, creyó no deber entrometerse en un
    asunto que estimó competencia de
    las autoridades eclesiásticas. El Parlamento pronto se
    doblegó al poder real y en 1533 sirvió como
    instrumento para forzar al clero a presentar un acta de
    sumisión por el que delegó en el rey la potestad
    legislativa en materia
    eclesiástica. Ante esta situación More
    presentó su dimisión como Canciller, lo que le
    supuso la pérdida de privilegios y cargos, además
    de la incomprensión por parte de su familia. Ante la
    declaración del Papa, el Parlamento aprobó el Acta
    de Sucesión otorgando un poder total al rey sobre sus
    súbditos. Así, a More se le pidió
    presentarse a jurar el Acta el 13 de abril de 1534. Éste
    aceptó los derechos de sucesión que fijaran el
    Parlamento y el rey, pero se negó a aceptar algo que fuera
    contra la autoridad papal, como era la unión del rey con
    Ana Bolena. Durante cuatro días estuvo custodiado por el
    abad de Westminster, obstinado en desoír los consejos y
    amenazas de amigos y enemigos, para ser encarcelado en la Torre
    de Londres. Allí estuvo quince meses, escribiendo varias
    obras espirituales con las que se preparó para el
    martirio. Sufrió además la incomprensión de
    su familia, que vio cómo los obispos y doctores del reino
    habían aceptado el matrimonio del rey. El 1 de julio de
    1535 fue acusado de traidor por negarse a atribuir al rey su
    "justo" título de jefe supremo de la Iglesia de
    Inglaterra. En el juicio se hizo cargo de su propia defensa, pero
    fue ejecutado el 6 de julio. Su cabeza se colocó a la
    entrada del puente de Londres y tras ser recuperada por su hija
    Margarita, fue sepultada en San Dunstand, hoy día iglesia
    protestante. Su cuerpo primero fue enterrado en el recinto de la
    Torre para luego ser arrojado a una fosa común donde fue
    imposible localizarlo. Tras su muerte, Erasmo de Rótterdam
    definió a More como el más santo de los hombres que
    vivieron en Inglaterra. Tres siglos después, el 29 de
    diciembre de 1886, el Papa León XIII le beatificó.
    En el cuarto centenario de su muerte, se promovió un
    proceso de canonización y finalmente el 9 de mayo de 1935
    Pío XI le declaró santo.

    More fue, por tanto, un concienciado luchador que se
    opuso con el poder de las ideas y siempre desde el lado del
    diálogo, a las injustas y despóticas leyes que
    imperaban en su época, revelándose incluso contra
    su propio rey y dando la vida por sus convicciones ante todo un
    estado reprimido. Todo este conjunto de vivencias y sinrazones,
    aportaron al pensamiento ya de por sí destacado de More,
    una riqueza y una perspectiva de la realidad existente, lo
    suficientemente amplia como para hacerle acreedor de las
    carencias y virtudes del sistema político y la estructura
    social en que vivió. Así, lejos de restar sumido y
    ante la imposibilidad de alzar su voz para cambiar las cosas,
    decidió plasmar sobre el papel su modelo de estado ideal,
    en la que ha pasado a la historia como una de las obras cumbre
    del pensamiento utópico.

    Resumen de la obra
    "Utopía"es un relato en prosa donde el autor, que alterna
    las reflexiones personales con los diálogos entre
    personajes, expone las experiencias de un curtido viajero (Rafael
    Hitlodeo), que afirma haber visitado una isla cuya
    población ha logrado poner en práctica una
    república ideal dónde la justicia, la seguridad y
    las libertades, son una realidad.

    Todo
    se inicia, cuando More (por entonces miembro del parlamento
    inglés), es destinado a Brujas para
    parlamentar e intentar obtener un acuerdo, con motivo de los
    recientes conflictos que habían ocurrido entre el rey
    Enrique VIII y Carlos, príncipe de Castilla. Durante su
    estancia allí un buen amigo (Pedro), le aconseja recibir
    en su casa a un marinero que según parece, no tiene igual
    en cuestión de vivencias y mundologías. More que es
    un hombre de sobrado interés por todo tipo de saberes, no
    pone objeción alguna a la proposición de su amigo y
    acepta recibir en compañía de éste, al
    curioso aventurero. Así, una mañana se
    reúnen en casa de More, y de forma dialogada, se inicia un
    casi monólogo del invitado que de un modo
    extraordinariamente razonado, preciso y plagado de sentido
    común, expone algunos de sus viajes y
    anécdotas con personajes de importancia en los gobiernos
    del continente. En esta primera parte del diálogo, el
    autor se muestra sorprendido por los pulcros razonamientos de su
    interlocutor, y tras preguntarse porque una persona como
    Rafael, con una mente de semejante capacidad intelectual y una
    lógica
    tan admirables no estaban todavía al servicio de
    algún rey falto de buen consejo, se acaba concluyendo que
    las lecciones no son de ayuda, cuando el que las precisa no
    pretende acierto en sus decisiones sino beneficio en sus actos.
    Así, tras comprobar con pesimismo la vaga importancia de
    los hombres honrados e ilustrados en los gobiernos europeos de la
    época y las numerosas injusticias que estos
    cometían sobre su pueblo, Rafael certifica haber vivido en
    un lugar donde todas las carencias de los estados del viejo
    continente, habían sido subsanadas y corregidas desde la
    mas absoluta y contundente racionalidad. Una república
    perfecta, ubicada en una recóndita isla llamada
    utopía, que por las vagas influencias recibidas a lo largo
    del tiempo, había restado intacta desde que su fundador
    (un sabio, amante de los libros y la cultura clásica),
    instauró la perfecta organización política
    que hasta el momento había mantenido en paz y perfecto
    bienestar a todos sus habitantes. Es en este momento cuando se
    procede, en boca del erudito Rafael, a describir con considerable
    lujo de detalles, el funcionamiento de algunas de las instituciones
    políticas y estructuras
    sociales que rigen la república de utopía. Para
    ello, el autor divide esta descripción en varias parcelas que, bien
    delimitadas, contribuyen a una mejor comprensión del
    texto:

    Las ciudades y en especial Amurota: En este primer punto
    se describen los rasgos más significativos de las
    ciudades, centrándose en la más grande de todas
    ellas, Amaurota. La perfecta organización de las ciudades
    (planificadas por el fundador Utopo), es idéntica y
    sólo se distinguen por las pequeñas modificaciones
    que requiere el terreno. Así, por ejemplo, Amaurota esta
    situada sobre la leve pendiente de una colina, regada por dos
    ríos que enmiendan los problemas de abastecimiento de
    agua. Posee
    una estructura de murallas, fosos y torres de guardia que
    garantizan la seguridad de los ciudadanos, y los edificios, de
    igual tamaño y parecidas características, se
    sitúan formando manzanas perfectamente alineadas, con
    amplios patios ajardinados en su interior e idéntica
    distancia entre fachadas. Las viviendas no constituyen una
    propiedad
    individual, por ello, cada cierto tiempo se intercambian entre
    los vecinos para evitar desigualdades, incitando así a que
    las amplias calles que la recorren, sean como los pasillos de una
    gran casa comunitaria.

    Los magistrados: Los gobernantes de cada ciudad son
    elegidos democráticamente mediante una serie de
    representantes rigurosamente clasificados según su rango
    en una pirámide de poderes. De este modo en cada ciudad se
    parte de la unidad familiar como el núcleo de poder
    político más pequeño. Cada treinta familias
    se elige un juez que será renovado cada año,
    llamado Sifogrante o Filarca y estos, en grupos de diez,
    escogen un Traniboro o Protofilarca que los presida en el senado.
    Finalmente, cada uno de los cuatro distritos en que se divide la
    ciudad, propone su candidato a príncipe y los doscientos
    Sifograntes que componen el senado, tras la realización de
    un estricto juramento, se reúnen para designar cual de
    ellos será el próximo soberano de carácter
    vitalicio. Una vez designado el cuerpo del gobierno, la ley establece que
    todos los traniboros con la colaboración de dos
    sifograntes invitados de forma sucesiva, deben celebrar, cada
    tres días, un consejo bajo la presidencia del
    príncipe, donde deliberar sobre los asuntos de
    índole pública y proponer las soluciones y
    normas
    más convenientes para la población. Estos consejos,
    pese a su frecuencia son muy respetados y se siguen todas las
    normas necesarias para evitar la tiranía. Así, los
    asuntos de mayor interés se debaten con tiempo y son
    consultados con las familias mediante los Sifograntes antes de
    ser decretados, pues la conspiración a espaldas del pueblo
    es considerada un crimen capital.

    Las relaciones
    públicas entre los utopianos: En este apartado, se
    explica el funcionamiento de la vida social de los utopianos, las
    relaciones mutuas que se establecen entre ellos y las reglas de
    distribución de los bienes de la
    isla. Como se relata en puntos anteriores, la vida en
    utopía se reduce a la organización familiar, de
    este modo, entre los miembros se establecen relaciones de
    subordinación. Las mujeres al alcanzar la edad
    núbil son entregadas al marido mudándose a casa de
    éste y los hijos y bisnietos permanecen en el seno
    familiar bajo la tutela del más mayor de sus miembros. Los
    miembros de cada familia son contabilizados (no se permite que el
    número de adultos sobrepase los dieciséis
    miembros), y el excedente se redistribuye en ciudades de menor
    población o, en caso de una superpoblación global,
    se funda una colonia con los sobrantes fuera de las fronteras de
    la república. Por otro lado, los bienes materiales que
    precisa cada familia, los recoge el patriarca de forma gratuita
    en los mercados
    comunitarios, donde cada familia expone el fruto de su trabajo.
    Los alimentos, sin
    embargo, son producidos por familias que sucesivamente se
    desplazan a casas rurales para trabajar la tierra, se
    sirven en comedores comunitarios distribuidos entre desayuno
    comida y cena. En estos comedores los gobernantes y los ancianos
    (que gozan del mayor de los respetos en Utopía), tienen un
    trato prioritario. En la república, la generosidad es uno
    de los principales valores, por eso, cuando hay excedente de
    algún producto,
    éste se presta a ciudades vecinas o incluso a naciones
    cercanas. Otro tema interesante es el trato a los enfermos.
    Éstos gozan de los cuidados más atentos, pero
    cuando se estima que no tienen curación se les recomienda
    morir del modo menos doloroso y molesto posible, procurando
    así su propio bien y el de la comunidad, que no tiene que
    mantener a un individuo sentenciado. Así pues, es evidente
    que aceptan la eutanasia como
    alternativa médica, pero no por ello asienten el suicidio
    voluntario, que es considerado un acto ignominioso y se paga con
    una vil despedida, arrojando el cuerpo a una
    ciénaga.

    Los viajes de los utopianos: En este aspecto, las leyes
    son bastante estrictas y se regula escrupulosamente la
    circulación de individuos por las ciudades. De este modo
    es difícil alterar el orden establecido y resulta
    más sencillo mantener la equitativa distribución de
    los bienes. Pese a todo, los viajes están permitidos y
    pueden realizarse pidiendo un salvoconducto que advierta a los
    príncipes de las ciudades implicadas y delimite la
    duración de la estada. Sin embargo, quebrantar estas
    normas puede llegar a condenarse con la esclavitud. En
    Utopía además, se suelen recibir visitas de
    embajadores que acuden en representación de naciones
    divinas. Embajadores que pese la diferencia de costumbres (suelen
    ir engalanados con piezas de oro y otras piedras que en
    utopía carecen de valor
    material), son recibidos con cordialidad con el fin de mantener
    buenas relaciones con sus respectivas naciones.

    Los esclavos: Los utopianos contemplan la esclavitud
    como un castigo ejemplar y a su vez provechoso para el bien
    público. Aún así, no consideran esclavos
    más que a convictos de un gran crimen en la propia
    república o a los esclavos comprados a bajo precio en
    países extranjeros (estos, no obstante, son tratados con
    mayor humanidad). Esta clase de personas es sometida trabajos
    más severos y no tiene los mismos derechos que los
    demás ciudadanos. Los utopianos no se rigen por demasiadas
    leyes, pues su organización no las requiere. Por ello no
    es fácil caer en el crimen y llegar a la esclavitud, pero
    las pocas normas que hay son llanas, muy claras y se siguen con
    rigidez. Así, por ejemplo, se castiga a las parejas que se
    entregan al amor fuera del
    matrimonio, aunque si tras haberse casado, se argumenta que sus
    caracteres son incompatibles, puede solicitarse el divorcio, que
    será o no concedido según el parecer de los
    magistrados. Éstos son sumamente justos y debido a lo
    superfluo del dinero, es
    imposible comprarlos, por tanto las garantías de su
    imparcialidad son absolutas. Así, se estima que sus
    condenas, que van desde simples amonestaciones hasta la muerte,
    serán siempre equitativas y justas.

    El arte de la guerra: Los conflictos bélicos no
    son bien vistos por los ciudadanos, pero eso no impide que sean
    adiestrados de vez en cuando para poder afrontarla si fuere
    necesaria. Los motivos que pueden requerirla son la defensa de
    sus fronteras, la expulsión de invasores en territorios
    amigos y la liberación de pueblos dominados por la
    opresión de la tiranía, aunque para lograr la
    victoria en la guerra siempre anteponen el ingenio y el
    engaño a la bestialidad de la sangre. Por
    tanto, es frecuente la contratación de mercenarios y
    pueblos guerreros, que son capaces de dar su vida a cambio del
    baldío dinero de los salvaguardados utopianos. Aún
    así si la situación lo requiere los propios
    utopianos deben hacer la guerra, aunque generalmente, este acto
    suele ser voluntario para aportar mayor valentía al
    ejercito. Las batallas suelen desarrollarse fuera de las
    fronteras de la república. Así, las ciudades no
    sufren daños y resulta más sencillo derrotar a los
    enemigos, que en caso de ser vencidos, no sufren saqueos ni
    vejaciones, destinando todos los beneficios a las naciones
    más desfavorecidas.

    Las religiones de los utopianos:
    Las creencias religiosas son libres en Utopía y por ello,
    son diversas las que coexisten en la isla. Unos adoran a
    determinados astros, otros veneran a célebres antepasados,
    pero en general, la mayoría no aceptan nada de eso y
    contemplan la existencia de una fuerza superior a la
    comprensión humana. Una fuerza de cuyo poder se deriva
    toda la creación, a la que se refieren con el nombre de
    Padre atribuyéndole consideraciones divinas. Esta especie
    de numen que es en sí mismo origen y fin de todas las
    cosas, es por así decirlo, la base de la religión mayoritaria
    entre los utopianos, pero se venera junto a los demás
    dioses por considerar que todos son uno sólo (conocido
    bajo el apelativo de Mitra), entendido desde puntos de vista
    distintos. Así, se consigue una cierta unidad religiosa
    que facilita el entendimiento entre los fieles. Sin embargo tras
    la llegada de Rafael y sus compañeros a la isla, muchos de
    los ciudadanos se convirtieron al catolicismo y, aunque esto
    supuso la aparición de algún pequeño
    conflicto, la
    cautela y el respeto con las
    demás creencias facilitó la convivencia con los
    demás cultos, decretando que, quien sobrepasara los
    limites marcados por la ley seria desterrado o sometido a la
    esclavitud. La aparición del cristianismo
    en la isla derivó en una iglesia parecida a la nuestra
    pero con diferencias significativas respecto a la nuestra. Ajenos
    a los poderes papales, los utopianos nombraron a sus propios
    sacerdote y no encontraron objeción alguna en permitirles,
    como al resto de ciudadanos, contraer matrimonio con las
    jóvenes más selectas de la ciudad. Tampoco negaron
    la participación de las mujeres en el sacerdocio, aunque
    son pocas las que hay y sólo viudas o de avanzada
    edad.

    Con estos puntos y el contenido que más
    ampliamente expone en ellos el autor, se llega al final de la
    obra previa muestra de una breve conclusión final. En
    ella, el autor en boca de Rafael Hitlodeo, da fin a la
    descripción de su utopía política, valorando
    las virtudes de sus instituciones y el acierto de algunas de sus
    costumbres. Todo esto comparando el modelo definido en la obra,
    con el de los "florecientes" estados de la Europa
    renacentista. Finalmente, More Realiza una ligera
    intervención para puntualizar su desacuerdo con alguno de
    los acontecimientos relatados por el docto viajero, pero dejando
    constancia de los aspectos positivos que en el relato se
    habían expuesto.

    Valoración
    crítica

    Como se puede deducir del resumen anterior, la obra no es sino la
    representación escrita de un estado ideal imaginado por T.
    More. Es decir, la descripción a grandes rasgos de una
    utopía política, capaz de contestar a las
    limitaciones y carencias de los sistemas absolutistas que
    asolaban con su injusto reparto de privilegios, a las poblaciones
    de la Europa medieval. No obstante, en ella, el autor parte de
    una premisa que, en lugar de hacer más digna la
    convivencia, actúa como una arma de doble filo. Intenta
    racionalizar todos los actos efectuados por los ciudadanos,
    alejándolos de todo sentimiento, emoción o
    disturbio, que impida la consecución de un gobierno
    dominado por una razón que el propio estado se encarga de
    definir. Así, a diferencia del punto de partida de
    platón en su república, la prioridad no es
    garantizar la seguridad de la población a costa de reducir
    sus libertades, sino dotar de sentido a todas sus acciones aunque
    esto conlleve un control que
    suprima en gran medida su autonomía como individuos. Es
    posible que esta obsesión del autor por suprimir las
    libertades individuales supeditándolas a la comunidad, sea
    fruto de las injusticias que vivió durante su vida entre
    las clases altas de la burguesía y la nobleza inglesa,
    contemplando como las excentricidades de un rey más
    preocupado por su propia existencia que por el bien de su
    nación, hacían imposible controlar a las masas de
    una país que caía, como sus vecinos, en la
    tiranía del dinero. Por eso, es el dinero uno
    de los factores que mejor definen la concepción de la
    utopía de More. Éste desaparece, quedando relegado
    a un papel secundario. Para ello, crea una especie de
    república comunista donde se elimina la propiedad privada
    y una estricta distribución de trabajos comunitarios
    garantiza la producción de las materias primas. Es en
    este punto donde la obra de More cojea levemente al no quedar
    demasiado claro el modelo de organización laboral entre los
    ciudadanos. El autor habla de una distribución equitativa
    del trabajo en función de las capacidades de cada
    individuo. Así, cada uno desarrolla su oficio u
    ocupación según sus aptitudes y las necesidades del
    estado. Hasta aquí todo parece correcto, pero si tenemos
    en cuenta que Utopía es una nación de abundancia
    donde el dinero no se usa como remuneración,
    ¿qué tipo de compensación reciben los
    ciudadanos por las labores que desempeñan? Porqué
    si tienen todo cuanto necesitan, seria fácil caer en la
    inoperancia y no desempeñar el trabajo
    pertinente. Así pues, desahuciado el sentimiento de
    necesidad, este estado perfecto sólo sería posible
    en un mundo de hombres reflexivos y racionales, que supieran
    valorar sus ventajas a largo plazo resistiéndose a los
    siempre tentadores placeres de la pereza y la comodidad. Un mundo
    que por fortuna o por desgracia no es el nuestro, ni el que
    inspiró en su día al autor. De todos modos, y pese
    las contradicciones que aparecen a lo largo del relato (por
    ejemplo en cuanto al número de habitantes de las
    ciudades), Utopía aporta una nueva y genial forma de
    concebir el mundo, sentando algunas de las bases del comunismo
    (posteriormente desarrollado por Marx en el s. XIX), y sacando a
    relucir algunos tabúes en materia eclesiástica como
    la aceptación de la figura de la mujer en el
    sacerdocio, la permisividad del matrimonio en los
    clérigos, o el siempre controvertido asunto del divorcio.
    Este último de especial interés, pues resulta
    curioso que lo consienta en su utopía, cuando fue su
    rotunda negativa de aceptar la separación entre el rey
    Enrique VIII y su esposa, uno de los motivos que le costaran la
    decapitación el 6 de julio de 1535. Además de la
    importancia que posee la religión en la república,
    aparecen también aspectos que pueden sorprender a un
    lector de nuestro tiempo. Tales son, por ejemplo, los
    relacionados con la esclavitud o sobre todo los de índole
    médica. Entre estos últimos, cabe destacar por
    encima de todos, los referidos a la eutanasia. More imagina un
    estado en cuyos hospitales, la manutención de enfermos
    cercados por la muerte resulta inaceptable o deshonesta. Es
    decir, no se obliga a los moribundos a aceptar un final
    inminente, ni siquiera se les trata peor por no hacerlo, pero se
    considera honorable resignarse la muerte cuando la vida ya no
    resulta digna, incitando de ese modo a morir, a todos aquellos
    que ya no albergan esperanzas de curación. Este hecho,
    según se relata en el libro, enaltece al enfermo y, a su
    vez, reduce los gastos de la
    hacienda pública recayendo así en el bien de la
    propia comunidad.

    Toda esta serie de elementos que aparecen en el texto
    original y que, como es lógico, sería imposible de
    reflejar en su totalidad sin extenderse demasiado, fueron
    descritos por un filósofo del s. XVI y, como tal, es
    necesario reiterar que su pensamiento es distinto al que impera
    en nuestros días. Por ello algunos aspectos de la obra
    como, por ejemplo, los relacionados con la mujer (siempre
    subordinada a la tutela del padre o el marido), nos pueden llegar
    a parecer machistas o insensatos, así como otros de muy
    diversa índole, absurdos e infantiles, pero no debemos
    olvidar que además de los importantes cambios
    ideológicos sufridos, Utopía es una obra literaria
    fruto de la genialidad y la ironía de un autor, y como
    tal, no tiene porqué representar el ideal de
    perfección pretendido por More (quizá solo quiso
    mostrar las nefastas consecuencias de un estado gobernado por la
    razón y desahuciado de todo sentimiento emocional).
    Así se observa en el muestrario de nombres y
    topónimos con que bautiza a algunos elementos del escrito
    , o en la última página de su obra donde
    irónicamente corta la intervención de Hitlodeo,
    recomendándole un descanso antes de seguir profundizando
    sobre las costumbres utopianas. Sin embargo, este distanciamiento
    del autor respecto a su propia utopía queda posteriormente
    matizado con una última afirmación:

    "Entre tanto, y si bien no puedo asentir a todo lo que
    expuso Rafael Hytlodeo, aunque él sea hombre de una
    extraordinaria erudición, y gran conocedor de la
    naturaleza humana, confesaré con sinceridad que en la
    república de Utopía hay muchas cosas que deseo,
    más que confío, ver en nuestras ciudades".
    Estas argumentaciones aportan pruebas
    suficientes para considerar a "Utopía" como una
    sátira aguda y sutil de la sociedad de la época, e
    incluso a riesgo de
    equivocarnos, de su Inglaterra natal, pero ante todo manifiesta
    una voluntad de trascender lo presente y alegar a favor de un
    futuro mejor. Por lo tanto, es comprensible que difiramos de
    ciertos contenidos y connotaciones subjetivas pero, por encima de
    todo, no debemos olvidar que son precisamente algunos de esos
    rasgos idealistas, los que han hecho de esta obra un
    clásico universal de la literatura utopista.

    La utopía
    socialista

    Sería imposible constatar el momento preciso en que
    nació el ideal social-comunista, probablemente porque la
    naturaleza de esta tendencia vaya ligada al pensamiento del
    hombre desde el momento en que éste se constituye en
    sociedad. Por ello, es necesario realizar un breve recorrido por
    la historia y observar cuales han sido los precursores de las
    teorías que en el s. XI, K. Marx y F. Engels llevaron a la
    cumbre con sus publicaciones.
    Tras siglos de desigualdades y explotaciones obreras, en la edad
    media empezaron a tomar forma las vagas ideas de constituir
    comunidades donde la propiedad privada y los intereses
    individuales quedaran definitivamente abolidos. Así con la
    llegada del renacimiento,
    Thomas More deja caer (como hemos comentado en el apartado
    anterior), en su obra más conocida, "Utopía", la
    posibilidad de suplantar el sistema de intereses particulares,
    por una sociedad "comunitarista" capaz de fomentar las relaciones
    fraternales y acabar con las desigualdades que suscitaba el
    dinero y la propiedad privada. Nacía así la
    utopía moderna y se daba comienzo a una tendencia
    política.

    Más adelante, en el año 1764,
    Césare Beccaria (un autor hoy prácticamente
    olvidado), escribía un libro de gran repercusión en
    la época, titulado "De los delitos y las
    penas". Entre tanto, en pleno auge de la
    ilustración, ya habían ido surgiendo autores
    que contemplaban en sus escritos ideas similares a las descritas.
    Así, por ejemplo, Morelly, además de criticar los
    estados de su tiempo, teorizaba a favor de una sociedad en la que
    los bienes estuvieran en común y aspiraba nada menos que a
    la abolición de la idea misma de bien y mal. Así se
    empezaba a vislumbrar la idea moderna social-comunista,
    predicando al mismo tiempo la abolición de la propiedad
    privada y la abolición de toda moral tradicional. Pero
    Beccaria era más realista y pese a confiar en el estado
    comunista, centró su obra en una cuestión de la que
    hasta el momento, pocos se habían percatado. El derecho de
    la sociedad a castigar a los ciudadanos. Partiendo de la premisa
    que la justicia genera inevitablemente injusticias, dio la
    palabra a los delincuentes y propuso sustituir la pena de muerte
    y la tortura, por los trabajos forzados. Este hecho parece no
    guardar demasiada relación con el tema concerniente, pero
    fue el acontecimiento que motivó por primera vez, la
    aparición de la palabra socialista en Europa, como un
    calificativo peyorativo que definía, según las
    figuras conservadoras de la época, la actitud de
    Beccaria.

    De esta forma y sentadas ya las bases del movimiento, la
    necesidad de realizar un proyecto razonable acorde con las
    circunstancias del momento, unido a la consternación
    provocada por los vagos resultados obtenidos por la Revolución
    Francesa (había declarado la igualdad entre los
    hombres, pero no una mejora en la vida de las clases
    trabajadoras), ocasionó la aparición del socialismo
    utópico. Esta tendencia ideológica, fue encabezada
    por autores como Saint-Simón (1760-1825), Charles Fourier
    (1771-1837) y Robert Owen (1771-1858), que defendieron la idea de
    constituir una sociedad emancipada, capaz de garantizar la
    igualdad entre ciudadanos. Sin embargo, la iniciativa socialista
    de estos personajes, que llegaron aplicar sus tesis en
    pequeñas comunidades, fue tildada de utópica por
    dos autores que pasarían, con el tiempo, a encabezar estas
    teorías. Marx y Engels, años más tarde,
    contestaron las propuestas del socialismo utópico,
    considerándolo una simple fantasía de la sociedad
    futura que, si bien eran útiles para amonestar las
    penurias de la época, eran completamente irrealizables.
    Así, lejos de contentarse con una crítica
    infundada, elaboraron un programa conocido
    con el nombre de "Manifiesto Comunista", que promulgaba la
    teoría del socialismo científico en
    sustitución del utópico.

    Con todos estos avances en el pensamiento socialista, se
    llegó a la culminación del ideal social-comunista,
    pretendido no como una utopía irrealizable, sino como una
    revolución
    de los modos de
    producción tradicionales, capaz de eliminar las
    desigualdades que la propiedad privada y el capitalismo
    habían ocasionado a lo largo de la
    historia.
    "El Manifiesto Comunista" de K. Marx y F. Engels

    "Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo.
    Contra este espectro se han conjurado en santa jauría
    todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar,
    Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes
    alemanes.
    No hay un solo partido de oposición a quien los
    adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo
    partido de oposición que no lance al rostro de las
    oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos
    reaccionarios, la acusación estigmatizante de
    comunismo.
    De este hecho se desprenden dos consecuencias:
    La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una
    potencia por
    todas las potencias europeas.
    La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la
    luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus
    tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa
    leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su
    partido.
    Con este fin se han congregado en Londres  los
    representantes comunistas de diferentes países y redactado
    el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua
    inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa."
    Con esta contundente declaración, iniciaban Marx y Engels
    el Manifiesto del partido Comunista. Declarando así,
    definitivamente, la guerra al capitalismo y proponiendo al mundo
    una alternativa distinta a la sociedad de clases.

    Este revolucionario manifiesto, supuso entonces la
    consumación de la utopía socialista que desde
    hacía años se había intentado llevar a cabo.
    No obstante, lo verdaderamente significativo del trabajo
    desarrollado por estos dos teóricos, fue el hecho de creer
    en la viabilidad de su ideal y elaborar un proyecto serio y
    científico, capaz de superar las carencias del socialismo
    utópico y convertirse en una alternativa política
    factible.

    Así en 1846, los gobiernos del viejo continente
    advertían la consumación del comunismo y se
    esforzaban por contener a los alentados ciudadanos que por fin
    veían una salida a tantos años de
    sublevación clasicista, mientras que Marx y Engels
    seguían aunando esfuerzos para provocar un impacto
    aún mayor en la Europa del capital.
    Sin embargo, no sería hasta medio siglo después
    cuando, por primera vez, una revolución social como las
    pretendidas por Marx, acogió su ideal socialista fundando
    la primera potencia comunista de la historia. Fueron los
    bolcheviques, en 1917, quienes tras derrocar del poder a los
    zares, instauraron en Rusia y bajo la dirección de Lenin, un sistema
    político basado en las doctrinas marxistas. El cambio
    social fue rotundo pero de nuevo la avaricia de un líder
    sumió al país en una represión militarista
    que marcaría el destino del siglo XX. Más tarde se
    extendería este sistema por algunas naciones
    asiáticas e iberoamericanas, de las que cabe destacar dos
    de las que aún se mantienen en vigor, China y Cuba
    respectivamente. No obstante estos proyectos políticos que
    tantas esperanzas despertaron entre el proletariado de aquellos
    años, no funcionaron y sólo sirvieron para
    justificar las injusticias de líderes totalitarios que
    acabaron arruinando la economía y la
    libertad de aquellos estados.

    Ante semejantes resultados, son muchos los que creen que
    el fracaso se debió al carácter inviable del ideal,
    pero es más probable que todo fuera debido a una mala
    aplicación de sus principios. De todos modos, el
    socialismo científico que pasó a manos de Marx
    (pues ha sido éste su máximo representante a lo
    largo de la historia), tras la publicación de su mejor
    obra, "El Capital", seguirá siendo una utopía
    mientras no llegue el momento de su instauración tal y
    como lo quisieron sus creadores. Por ello, y para concluir esta
    introducción del mismo modo en que se
    inició, acabaremos con una de las afirmaciones que
    dejó para la historia el célebre Karl Marx:
    ". . . no me cabe el mérito de haber descubierto la
    existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre
    ellas. . . Lo que yo he aportado de nuevo ha sido
    demostrar:

    Que la existencia de las clases
    sólo va unida a determinadas fases
    históricas de desarrollo de
    la
    producción;

    Que la lucha de clases conduce,
    necesariamente, a la dictadura
    del
    proletariado;

    Que esta misma dictadura no es de
    por sí más que el tránsito hacia la
    abolición de todas las clases y
    hacia una sociedad sin clases. . ."
    K. Marx, 1818-1883

    Marx
    nació en Trier el 5 de mayo de 1818. Estudió en el
    gimnasio jesuita de esta misma ciudad y luego, de 1835 a 1841,
    estudió derecho, filosofía e historia en Bonn y
    Berlín. En 1836 se comprometió con Jenny Von
    Westphalen y se alejó de su familia. Intensificó
    sus estudios de filosofía y en 1841 obtuvo el doctorado de
    tal especialidad en la Universidad de
    Jena.

    Los estudios de filosofía, historia y ciencia
    política que realizó en esa época le
    llevaron a adoptar el pensamiento de Friedrich Hegel.
    Así, Cuando Engels se reunió con él en la
    capital francesa en 1844, ambos descubrieron que habían
    llegado independientemente a las mismas conclusiones sobre la
    naturaleza de los problemas revolucionarios. Comenzaron a
    trabajar juntos en el análisis de los principios teóricos
    del comunismo y en la organización de un movimiento
    internacional de trabajadores dedicado a la difusión de
    aquellos. De este modo, en 1847, Marx y Engels recibieron el
    encargo de elaborar una declaración de principios que
    sirviera para unificar todas estas asociaciones e integrarlas en
    la Liga de los Justos (más tarde llamada Liga Comunista).
    El programa que desarrollaron (conocido en todo el mundo como el
    Manifiesto Comunista), fue redactado por Marx basándose
    parcialmente en el trabajo preparado por Engels, y representaba
    la primera sistematización de la doctrina del socialismo
    moderno. Las proposiciones centrales del Manifiesto, aportadas
    por Marx, constituyen la concepción del materialismo
    histórico, concepción formulada más
    adelante en la "Crítica de la economía
    política" (1859), y concluyen que la clase capitalista
    será derrocada y suprimida por una revolución
    mundial de la clase obrera que culminará con el
    establecimiento de una sociedad sin clases.

    Poco después de la aparición del
    Manifiesto, estallaron procesos
    revolucionarios (las revoluciones de 1848) en Francia,
    Alemania y el
    Imperio Austriaco, por lo que el gobierno belga expulsó a
    Marx temeroso de que la corriente revolucionaria se extendiera
    también por el país. En 1849 fue arrestado y
    juzgado bajo la acusación de incitar a la rebelión
    armada. Aunque fue absuelto, se le expulsó de Alemania y
    se cerró su revista. Pocos
    meses después, las autoridades francesas también le
    obligaron a abandonar el país y se trasladó a
    Londres, donde permaneció el resto de sus
    días.

    Una vez instalado en Inglaterra, se dedicó a
    profundizar en sus ideas, publicando nuevos escritos, y a alentar
    la creación de un movimiento comunista internacional.
    Durante ese período, elaboró varias obras que
    fueron constituyendo la base doctrinal de la teoría
    comunista. Entre ellas se encuentra su ensayo
    más importante, "El capital" (volumen 1, 1867;
    volúmenes 2 y 3, editados por Engels y publicados a
    título póstumo en 1885 y 1894 respectivamente), que
    constituye un análisis histórico y detallado de la
    economía del sistema capitalista.

    Los últimos ocho años de la vida del
    filósofo estuvieron marcados por la miseria financiera y
    por un envejecimiento prematuro a partir del cual vivió
    cada vez más retraído de trabajar en sus obras
    políticas y literarias. Los manuscritos y notas
    encontrados en Londres después de su muerte, ocurrida el
    14 de marzo de 1883, revelan que estaba preparando un cuarto
    volumen de El capital que recogería la historia de las
    doctrinas económicas; estos fragmentos fueron revisados
    por el socialista alemán Karl Johann Kautsky y publicados
    bajo el título de Teorías de la plusvalía (4
    volúmenes, 1905-1910).

    Resumen de la obra
    "EL Manifiesto Comunista" formulado por K. Marx y F. Engels, fue
    una declaración orientada a extender el ideal socialista
    por todos los países del continente europeo. Por ello,
    consta de varios prólogos o prefacios, que fueron enviados
    junto al manifiesto, en función del país donde iban
    a ser editados. Así consta que se elaboraron unos siete
    prólogos que precisaban la intención del escrito en
    el contexto en que iba a ser leído. Uno a la
    edición alemana de 1872, otro a la rusa de 1882, uno
    más a la edición alemana en 1883, cinco años
    después, en 1888, se realizó un nuevo
    prólogo para la edición inglesa, en 1890 otro para
    la alemana, uno más para la edición polaca de 1892
    y, finalmente, un último prefacio para la italiana de
    1893.

    Estas introducciones que acompañaban al escrito
    en función del estado y el año en que se publicaba,
    eran simples preludios de lo que se promulgaba en el cuerpo de la
    declaración y como tales, compartían la misma
    voluntad exhortativa, con las pequeñas fluctuaciones que
    cada entorno exigía.

    El documento original, titulado "Manifiesto del partido
    comunista", constaba de cuatro puntos orientados a los distintos
    ámbitos de la sociedad, y seguía el siguiente
    esquema:

    MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
    I -. BURGUESES Y PROLETARIOS
    II-. PROLETARIOS Y COMUNISTAS
    III-. LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA
    1-.EL SOCIALISMO REACCIONARIO
       a ) El socialismo feudal
       b ) El socialismo pequeño
    burgués
       c ) El socialismo alemán o socialismo
    "verdadero"
    2-.EL SOCIALISMO CONSERVADOR O BURGUES
    3-.EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO CRITICO-UTOPICOS
    VI- ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE LOS DIFERENTES PARTIDOS DE
    LA OPOSICIÓN
    Resumir cada uno de los apartados llevaría a una
    dilatación excesiva de este resumen, por ello es mejor
    realizar un repaso por sus puntos principales destacando los
    rasgos más significativos. Así pues, es importante
    resaltar los cuatro que forman la columna vertebral del
    documento.
    I-. Burgueses y proletarios: Este primer capítulo que
    encabeza el documento, realiza un estricto y extenso
    análisis de la dirección que ha ido tomando la
    sociedad con el paso del sistema feudal al capitalismo
    burgués. Mediante la presentación del antagonismo
    entre la clase burguesa y la obrera, se expone la tesis marxista
    de que la eterna lucha entre clases que motivó el
    alzamiento de la burguesía por encima de la nobleza,
    provocará inevitablemente una revolución social que
    alzará a la nueva clase oprimida, el proletariado, por
    encima de una burguesía cuyas leyes acabarán
    devorándola. En este apartado, además de elogiar el
    poder de la burguesía para dominar con su mejor arma, el
    capital, a la sociedad de la época, se critica duramente
    la pérdida de valores que ésta motiva, y se resalta
    la inexorable necesidad de provocar un cambio revolucionario que
    será llevado a cabo por una mayoría social
    incontenible: el proletariado.

    "Sustituyó, para decirlo de una vez, un
    régimen de explotación, velado por los cendales de
    las ilusiones políticas y religiosas, por un
    régimen franco, descarado, directo, escueto, de
    explotación."
    II-. Proletarios y comunistas: Concretado ya colectivo al que se
    dirige básicamente el manifiesto y contestado el desalmado
    poder opresor de la burguesía, esta segunda sección
    se centra en definir las analogías entre el proletariado y
    el partido comunista. Así, con una clara voluntad de
    identificar al prometedor movimiento obrero con el ideal
    promulgado en el documento, se inicia el discurso con una clara y
    definidora pregunta:

    "¿Qué relación guardan los
    comunistas con los proletarios en general?"
    Una vez contestada esta pregunta e identificados los obreros con
    el partido comunista, el escrito vierte todo su interés en
    una ferviente exhortación contra la burguesía. Se
    objetan, mediante sólidas argumentaciones, todas las
    acusaciones que este colectivo había ido volcando sobre el
    comunismo y se promulga su triunfo político como la
    única alternativa realmente justa al discriminatorio
    sistema vigente.
    Para finalizar, se reconoce que el modo de llegar a la
    consumación del estado socialista es complejo y
    fluctúa en función del momento histórico en
    que es llevado a cabo, pero aún así presenta un
    seguido de principios que bien podrían llevarlo a cabo.
    Así se mencionan diez normas aplicables en cualquier
    estado progresista:
    1.a Expropiación de la propiedad inmueble y
    aplicación de la renta del suelo a los
    gastos públicos.
    2.a Fuerte impuesto
    progresivo.
    3.a Abolición del derecho de herencia.
    4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y
    rebeldes.
    5.a Centralización del crédito
    en el Estado por medio de un Banco nacional
    con capital del Estado y régimen de monopolio.
    6.a Nacionalización de los transportes.
    7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de
    los medios de producción, roturación y mejora de
    terrenos con arreglo a un plan colectivo.
    8.a Proclamación del deber general de trabajar;
    creación de ejércitos industriales, principalmente
    en el campo.
    9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e
    industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las
    diferencias entre el campo y la ciudad.
    10.a Educación pública y gratuita de todos los
    niños. Prohibición del trabajo
    infantil en las fábricas bajo su forma actual. 
    Régimen combinado de la educación con la
    producción material, etc.
    Con este ejemplo de los principios que podrían aplicarse,
    se clarifica todavía más el modelo de estado que
    promovían Marx y Engels, concluyendo este capítulo
    con un breve enunciado que afirma la utopía socialista
    como un sistema ideal capaz de acabar con la lucha de clases y,
    de ese modo, con la necesidad misma de establecer un gobierno que
    las dirija.

    III-. Literatura socialista y comunista: Esta parte del
    manifiesto está encaminada a comentar la evolución
    de la literatura socialista con el paso de los años. Se
    inicia con el socialismo reaccionario del que destaca, junto a
    otros dos, al feudal, mostrando como fueron los propios miembros
    de la nobleza quienes lo usaron para arremeter contra el
    creciente poder de la burguesía, aliándose con un
    incrédulo proletariado que nunca llegó a
    creérselo. Se hace referencia también al socialismo
    clerical cuyos miembros, siempre ligados al feudalismo
    medieval, apoyaron la desfachatez del aristócrata, para
    mantener los bienes de que habían disfrutado hasta la
    fecha. En segundo lugar se analiza también el socialismo
    "pequeñobugués". Este movimiento literario, se
    reconoce como un digno medio de crítica contra la nueva
    burguesía, capaz de reprochar las contradicciones del
    nuevo régimen de producción, y según
    palabras del propio manifiesto, el motor que "Ha
    desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden
    justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de
    modo irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la
    división del trabajo, la concentración de los
    capitales y la propiedad inmueble, la superproducción, las
    crisis, la inevitable desaparición de los pequeños
    burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la
    anarquía reinante en la producción, las
    desigualdades irritantes que claman en la distribución de
    la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones
    contra otras, la disolución de las costumbres antiguas, de
    la familia
    tradicional, de las viejas nacionalidades." Pero, pese a su
    incipiente labor en la denuncia del sistema burgués, se
    critica duramente su cobardía a la hora de proponer
    soluciones, pues su mayor logro sería volver al antiguo
    sistema de producción feudal, en lugar de sugerir una
    renovación en todos los ámbitos de la sociedad.
    Para concluir, y como colofón final del socialismo
    reaccionario, se menciona una última variante. El
    socialismo alemán o "verdadero" socialismo. Esta corriente
    literaria que llegó Alemania con las doctrinas de la
    conflictiva sociedad francesa, fue tomada y estudiada por los
    filósofos e intelectuales del país. Así, en
    poco tiempo, su literatura ya había adoptado este
    pensamiento socialista desde la visión del pueblo que no
    padece el conflicto, es decir, desde una perspectiva
    completamente imparcial e inocente ajena a la realidad. Pero
    cuando la nación alemana y prusiana sintió en sus
    carnes el empuje burgués y comprendió que el
    sistema imperante se tambaleaba, los gobiernos vieron en aquellas
    doctrinas socialistas el bálsamo idóneo para paliar
    las embestidas del nuevo orden. Así, la literatura
    socialista fue adoptada por los altos cargos gubernamentales,
    perdiendo toda su inocencia para convertirse en una arma
    más del poder político contra la temida
    burguesía. De este modo, el ideal socialista, se vio de
    nuevo sumido en la contradicción y en lugar de abanderar
    la revolución proletaria, abrazó el conservadurismo
    feudal de los poderes nobiliarios para contrarrestar el
    capitalismo burgués.

    Criticada ya literatura del socialismo reaccionario, se
    abre un segundo punto destinado al socialismo burgués o
    conservador. Este breve apartado, centra las miradas en un grupo
    de la burguesía que, consciente del peligro que
    entraña el descontento proletario, predica una serie de
    medidas que apacigüen los ánimos y contribuyan a la
    estabilidad de su sistema de producción. Para ello,
    destapan una literatura demagoga, que pide leves reformas en
    favor de una burguesía más conservadora que proteja
    y ampare los intereses del proletariado. Así, lanzan
    gritos como ¡Pedimos el librecambio en interés de la
    clase obrera! o ¡En interés de la clase obrera
    pedimos aranceles
    protectores! Arengas retóricas y contradictorias que
    desatan la burla de los autores del documento al contemplar la
    hipocresía con que argumentan y amagan el único
    interés de mantener el sistema capitalista. Así, al
    final del fragmento, encontramos una irónica frase que
    bien define la opinión de Marx y Engels sobre estos
    escritos:

    "Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en
    efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir
    siéndolo… en interés de la clase
    trabajadora."
    Finalmente, el capítulo destinado a la literatura
    socialista, concluye con una última mención del
    socialismo y el comunismo crítico-utópico. Este
    movimiento idealista es identificable con el socialismo
    utópico mencionado en el punto 2.3 (la utopía
    socialista). Así es la diana de duras críticas por
    su excesivo contenido utópico. En el manifiesto se habla
    de su aportación a las doctrinas socialistas, sobre todo
    por el hecho de haber tenido la valentía de proponer un
    sistema social con principios semejantes a los marxistas, pero se
    arremete contra el modo en que autores como Owen, Fourier o
    Saint-Simón, lo intentaron llevar a cabo. Y es que es en
    este sentido, donde encontramos la principal diferencia entre el
    socialismo utópico propuesto por estos autores y el
    científico de Marx y Engels. Los primeros tenían
    los ideales correctos, pero descuidaron el peso de la historia en
    la sociedad e inventaron el proceso que esta debía seguir
    hasta llegar a su doctrina, mientras que los segundos,
    promovieron en sus escritos un estudio científico basado
    en el materialismo
    histórico, que, partiendo de un profundo conocimiento de
    los procesos que motivan la evolución social, permitiera
    llegar al conocimiento de los principios básicos que
    motivarían este cambio. Es decir, tildaron de ilusorio y
    fantástico el socialismo utópico por estar basado
    en las creencias de sus ideólogos y, por ello, presentaron
    en este manifiesto, un proyecto científico y contrastado
    que, en su opinión, estaba más cerca de la realidad
    que de la utopía.
    IV-. Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la
    oposición: El manifiesto del partido comunista finaliza
    con este último capítulo, la arenga que realiza no
    sólo al proletariado sino a toda la sociedad. Así,
    se constata el rumbo que tomarán los partidos comunistas
    en los distintos estados europeos, alegando que estará
    siempre del lado de las fuerzas políticas más
    revolucionarias con el fin de derrocar siempre el sistema de
    propiedad imperante en cada momento. Con esto se anticipa la
    inevitable proximidad de una revuelta proletaria en Alemania,
    más poderosa aún que las sucedidas en Francia o
    Inglaterra. Una revolución comunista que alzará por
    fin al proletariado en la cumbre del poder instaurando un sistema
    de producción y propiedad que cambiará el mundo de
    los años venideros. Muestra de todo ello es el
    último fragmento del escrito que anticipa lo acontecible y
    clama por la revolución:

    "Los comunistas no tienen por qué guardar
    encubiertas sus ideas e intenciones.  Abiertamente declaran
    que sus objetivos
    sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo
    el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases
    gobernantes, ante la perspectiva de una revolución
    comunista.  Los proletarios, con ella, no tienen nada que
    perder, como no sea sus cadenas.  Tienen, en cambio, un
    mundo entero que ganar.

    ¡Proletarios de todos los Países, unios! ."

    Valoración crítica

    Como hemos visto en el resumen, el manifiesto fue una clara
    declaración de principios del social-comunismo
    científico ante la sociedad de un s. XIX que se
    rendía a los pies del hegemónico poder
    burgués. Este documento destinado a la exaltación
    del proletariado y a la revolución de éste contra
    los poderes del estado, sembró una profunda inquietud en
    los gobiernos europeos de la época, que veían como
    una tormenta comunista se abalanzaba sobre sus naciones. Tanto es
    así que, aún hoy, su contenido permanece vigente y
    es capaz de dibujar una sociedad que parece no haber cambiado
    tanto como pensamos. Por ello, son tantos los pensadores que no
    dudan en tildar de utópico y demagógico el discurso
    que se promulga. Quizá porque sea cierto (pues la clara
    voluntad persuasiva y la idealista sociedad que presenta, son
    evidentes), pero por encima de todo esta reacción contra
    su ideal de perfección, es motivo del conflicto de
    intereses que ocasionaría su instauración en una
    sociedad como la de su nacimiento.

    Pero Marx, que había estudiado la
    evolución social y los motivos de su cambio a lo largo de
    la historia, conocía bien el rumbo que estaba tomando su
    propuesta y anticipaba claramente en el manifiesto como se iba
    producir la transición a su modelo comunista. Consciente
    de las lacras capitalistas, vaticinó una revuelta
    proletaria capaz de acabar con el imperio de la burguesía
    y, sin vacilaciones, afirmó rotundamente que esta
    revolución sería inevitable y no dependería
    del curso de los acontecimientos, pues era una consecuencia
    directa de los procesos históricos. Pero las cosas no
    fueron como le hubiera gustado a Marx. Por un lado acertó,
    pues no pasaría mucho tiempo hasta que los proletarios
    bolcheviques se alzaran en el poder tras derrocar salvajemente a
    los zares rusos, pero sus doctrinas no fueron llevadas a cabo y
    el ideal comunista no fue más que una justificación
    del estado militarista y totalitario que Lenin, y años
    después Stalin, usaron para saciar sus ansias de dominar
    el mundo. Este hecho, unido a la expansión capitalista de
    América
    y Europa, rezagó al prometedor comunismo de Marx y Engels
    a un segundo plano, marginado por las nuevas formas de la
    creciente economía y abatido por las derrotas que
    sufrió el ideal tras la segunda guerra
    mundial.

    No obstante, la utopía socialista, abrió
    los ojos de cuantos consideraban al capital como único
    motor de la evolución social. Mostrando un nuevo horizonte
    capaz de ofrecer modernas y esperanzadoras alternativas a la
    más abundante y castigada clase: los asalariados. Por eso
    su aportación a nuestra historia fue tan importante.
    Porque defendió a los débiles criticando las
    lagunas en que se ahogaba la burguesía y lo que es
    más loable, ofreciendo una propuesta seria y sensata que,
    pese a todo, muchos no supieron o no quisieron entender.
    Aún así, Marx pecó de impetuoso y se
    dejó llevar por un pensamiento demasiado radical.
    Probablemente acicateado por la pasividad de predecesores como
    Owen o Fourier, presentó la violencia revolucionaria como
    única elección, confrontando su política con
    los ordenes tradicionalmente establecidos y así, aunque
    alió su partido con otras fuerzas gubernamentales, nunca
    llegó a tener el apoyo de las clases bien estantes.
    Además, algunos de sus principios eran demasiado atrevidos
    y conducían a una política reformista que ninguna
    de las sociedades de
    la época hubiera podido asimilar. Por lo tanto, era
    difícil conseguir el convencimiento absoluto de la
    población respecto a sus ideas y la utopía de los
    inicios, se convertía en una apuesta demasiado arriesgada
    que ningún gobierno estable quería
    asumir.

    Todo esto ha llevado a una devaluación de los valores socialistas que,
    como es natural, han sido considerados por los vencedores de la
    historia, como una delicada utopía que sucumbió
    ante sus propias quimeras. No es extraño que así
    haya sido, incluso es lógico que el lugar que estas ideas
    ocupan en nuestra sociedad no sea el más privilegiado
    (pues no debemos olvidar que el mundo se mueve por intereses
    económicos y éstos sólo obtienen
    justificación dentro de un sistema capitalista), sin
    embargo, el comunismo bien entendido es y será siempre la
    voz del proletariado, y no debemos olvidar que la fuerza de la
    mayoría es, por naturaleza, más poderosa que el
    dinero de unos pocos. Por ello el manifiesto comunista que vio
    por primera vez la luz en 1848, mantiene hoy, en contra de lo que
    piensan muchos, toda su vigencia. Porque si el proletariado era
    mayoría hace 150 años, más mayoría es
    en nuestros días, y por que si el candente librecambio
    burgués avivaba las desigualdades entonces, más las
    aviva la globalización económica de nuestro
    tiempo. Sin embargo, y por fortuna, la expansión
    económica del siglo XX y sus repercusiones en el nuevo
    siglo que acontece, nos ha aportado una estabilidad que aleja
    considerablemente la sombra comunista del socialismo
    científico, pero no por ello se ha resistido a
    desaparecer, pues mientras haya lucha de clases (y no hay duda
    que la habrá), seguirá planeando sobre nosotros la
    alternativa que hace ya un siglo y medio, nos propusieron K. Marx
    y F. Engels.

    Con todo esto, parece obvio que las revoluciones
    marxistas llegarán algún día a completarse y
    sólo así, contemplando la marcha proletaria en su
    camino por las desigualdades del capitalismo, comprobaremos si
    los principios del "Manifiesto comunista" fueron o no una mera
    utopía.

    La utopía del siglo XX: la
    antiutopía

    Tras la abundancia de textos utópicos en el renacimiento y
    los años posteriores, la llegada del siglo XX no fue sino
    una sucesión de adaptaciones más o menos elaboradas
    de las obras ya conocidas. Por ello, la utopía idealista y
    esperanzadora que plasmaron sobre el papel More, Campanella o
    Bacon, perdió interés y los autores modernos, que
    empezaban a despertar del sueño, contemplaban horrorizados
    las atrocidades que las guerras
    mundiales y el peligroso rumbo del progreso, estaban causando en
    las sociedades "civilizadas". En este conflictivo y
    descorazonador contexto, la utopía parecía ya no
    tener sentido y con ella el sentimiento de llegar a un mundo
    perfecto, tan lejano que ni siquiera merecía la pena
    soñar despiertos. Así, con la llegada de este
    pesimismo generalizado, en Europa nacía una nueva
    literatura que contestaba a las utopías de antaño:
    la antiutopía. Estas obras, dominadas por una consternada
    desilusión, no eran simples modelos de la antítesis
    utópica, sino utopías como las ya conocidas
    observadas desde una perspectiva distinta. Bajo este manto
    ideológico que influía el pensamiento de todos los
    escritores e intelectuales contemporáneos, surgieron obras
    maestras de la literatura universal. Novelas
    fantásticas que tras una aparente cercanía a la
    ciencia ficción, constituyeron verdaderas profecías
    de nuestro tiempo, con las que nos hemos sentido identificados
    desde su publicación. Entre estos escritos, destacan por
    sus acertadas visiones, dos de las más celebres
    antiutopías de la historia de la literatura. "Un mundo
    feliz" de Aldous Huxley y " 1984" de George Orwell, mostraron al
    mundo las garras de una sociedad perfectamente desastrosa y
    expusieron con fidelidad y cordura los peligros que
    entrañaría vivir en un mundo ideal.

    Sin embargo, para poder conocer con certeza el sentido
    de estos escritos y poder discernir entre sus aspectos
    sarcásticos y sus verdaderas intenciones, es necesario
    conocer también la relación que existe entre la
    utopía y su respuesta actual, la
    antiutopía.

    La antiutopía
    Cuando la utopía resulta insuficiente para referirnos a
    las distintas concepciones de estado ejemplar y, sobre todo, a
    las repercusiones negativas que pudiera comportar la sociedad
    perfecta, surge el termino de antiutopía (también
    substituible por otros semejantes como distopía,
    contrautopía o atopía), que aparece para contestar
    los contraproducentes efectos que un mundo ideal y perfecto
    podría acarrear sobre la humanidad. Buscar una
    definición ecuménica y precisa de estas nociones no
    es, en absoluto, tarea fácil, pues más allá
    de su significado enciclopédico, poseen una riqueza
    conceptual demasiado extensa. Por ello, establecer una
    distinción entre utopía y antiutopía nos
    remite a la ambigüedad de su significado. La utopía,
    como muestra el primer punto (definición del concepto),
    debe entenderse como un proyecto irrealizable e ideal, que
    aplicado a la sociología o la política, se
    entiende como el plan que pretende la consecución de una
    sociedad o un estado perfectos. Pero cuando esta
    perfección se torna en contra de los propios individuos
    anulando sutil y eficazmente sus mecanismos de autonomía,
    aparece una consecuencia contraria a la voluntad de la
    utopía. Sin embargo, esta cara oscura del pensamiento
    utópico, no es por definición su antónimo,
    sino una perspectiva distinta del idealismo inocente con que
    mirábamos inicialmente la utopía. Ésta es,
    probablemente, la clave del antagonismo entre la utopía y
    la antiutopía. Cada término responde a un punto de
    vista distinto sobre un mismo objeto, la visión idealizada
    de la sociedad perfecta. Esta sutil diferencia esta motivada por
    el siempre relativo significado de la palabra
    "perfección". Así, por ejemplo, para Platón
    la perfección se fundamentaba en la infalibilidad de la
    justicia, por lo tanto, para él, el estado perfecto era el
    estado justo. No obstante, para Marx, la sociedad ideal pasaba
    por la completa igualdad entre los ciudadanos, sin fronteras
    económicas ni clasistas. De esto se deduce algo curioso, y
    es que la utopía platónica, probablemente
    suponía una antiutopía para la concepción
    social marxista, y el socialismo científico que Marx y
    Engels concibieron como única utopía real y viable,
    a buen seguro, era para Platón una antiutopía con
    nefastas consecuencias para el bien de la nación.
    Así pues, el paralelismo entre utopía y
    antiutopía durante la historia a sido tan sutil como
    conflictivo, y su escaso carácter universal las ha
    mantenido siempre cercanas al relativo subjetivismo
    individual.
    Sin embargo, pese a las analogías y peculiaridades de su
    significado, la antiutopía fue de gran ayuda para acoger
    las corrientes literarias que, invadidas por la
    frustración y el desengaño generalizado, invadieron
    el idealismo utópico con su oscura visión
    futurista. Brotaban de ese modo las primeras obras de la
    literatura antiutópica y la utopía romántica
    quedaba rezagada a los ilustrados autores del renacimiento,
    cediendo así terreno ante las nuevas ideas del siglo
    XX.

    "1984" de G.
    Orwell

    Eric
    Arthur Blair, nació en 1903 en Motihari (india), hijo
    de una familia británica. Prestó sus servicios en
    la Policía Imperial India destinado en Birmania, de 1922 a
    1927, fecha en que regresó a Inglaterra. Enfermo y
    luchando por abrirse camino como escritor, vivió durante
    varios años en la pobreza,
    primero en París y más tarde en Londres y a
    raíz de esta etapa empezó a escribir algunos
    escritos bajo el pseudónimo de George Orwell. Su agudo
    sentido crítico y el feroz realismo con
    que describió la sociedad de su tiempo, le lanzó a
    la fama con prestigiosas novelas como "Homenaje a
    Cataluña" (1938), "Rebelión en la granja" (1945) o
    "1984" (1949) entre otras. Esta última de gran
    interés por su inquietante y aterradora descripción
    de un futuro permanentemente vigilado por el Gran
    Hermano.

    En 1984, Orwell realiza la descripción de un
    tétrico y opresivo futuro con fecha concreta. Todo empieza
    tras una gigantesca revolución que alza en el poder a un
    curioso partido totalitario presidido por el Gran Hermano. Una
    vez instaurado el sistema político a seguir, se inicia una
    política opresora que acabe con la autonomía y las
    libertades de conciencia y,
    para ello, se establece un tiránico control sobre los
    individuos desde cada uno de los cuatro ministerios que rigen el
    gobierno. El ministerio de la verdad, encargado de adaptar la
    historia, controlar las noticias y gestionar la educación
    y el arte. El ministerio de la paz, responsable de los asuntos
    bélicos, el ministerio del amor, responsable de mantener
    la ley y el orden, y el ministerio de la opulencia, encargado de
    administrar la economía. En esta sociedad controlada hasta
    límites
    insospechados, todos los ciudadanos que son considerados como
    tales (no lo son los proles, a quienes se separa y margina para
    no perturbar la conciencia colectiva), se encuentran bajo una
    total anulación ideológica, que ha sido llevada a
    cabo gracias a la creación de una "neolengua" y el
    "bipensar", capaces de suprimir toda forma de contestación
    hacia el estado y darle la razón en todo momento,
    amparándose en la ambigüedad. Todos los ciudadanos
    salvo uno. Winston Smith, que trabaja en el ministerio de la
    verdad reconstruyendo la historia para adecuarla a la Verdad del
    partido, ha sido capaz de conservar su autonomía y, a
    raíz de algunas disidencias con el gobierno, empieza a
    dudar de la sociedad y se rebela contra el partido ingresando en
    un grupo opositor junto a la mujer que le ha conducido a la
    desobediencia más allá del mero pensamiento, Julia.
    En este instante de la obra, el autor nos da algunas pistas sobre
    la situación general del mundo en que se desarrolla la
    acción. Estamos en Londres, pero el Reino Unido ha
    desaparecido y el Gran Hermano gobierna con su partido uno de los
    tres estados que han surgido, Oceanía.
    Los otros dos son Eurasia y Eastasia y se encuentran en guerra
    constante dos contra uno, pero con la peculiaridad de que los
    aliados pueden pasar al bando enemigo sin mayor trascendencia.
    Sin embargo las victorias en la guerra no son demasiado
    prioritarias, pues ésta es tan sólo un mecanismo de
    control sobre los pueblos. Así, al final de la obra, se
    llega al castigo del protagonista y finalmente a la
    capitulación. Pero por encima de todo, Orwell nos deja con
    una inquietante afirmación que, aunque hoy nos suene a
    broma, debería incitarnos a una reflexión sobre la
    sociedad en que vivimos:

    "El Gran Hermano te vigila"
    Cuando Orwell escribió esta obra maestra de la ciencia
    ficción, fueron muchos los que no dudaron en acusarle de
    atentar contra el comunismo soviético, arremetiendo contra
    la política socialista y criticando desde una perspectiva
    aliada la que podía llegar a ser la antiutopía
    comunista del futuro. Pero no era ese el propósito de
    Orwell. El autor no estaba en contra del socialismo, ni
    pretendió en ningún momento arroyar su
    ideología. Lo que intentó Orwell con sus escritos
    fue mostrar al mundo los peligros que una política como la
    llevada a cabo por Stalin, Hitler o Franco
    tras la Segunda Guerra
    Mundial podría suponer para nuestro mundo. Por ello,
    en su novela, el autor realiza una serie de comentarios y toma
    unas determinadas actitudes que
    contribuyen a asociar su relato con algunos hechos vividos en la
    Europa de mediados de siglos. Es obvio que Orwell, como ciudadano
    británico, describe su visión del mundo desde la
    perspectiva aliada, por ello su protagonista, Winston Smith, fue
    bautizado con el nombre del líder ingles de la
    época, Winston Churchill, unido a un apellido común
    y luchaba contra el totalitarismo de un gobernante opresor y
    déspota fácilmente identificable con la figura de
    Stalin. Además, algunos fragmentos del libro, así
    como ciertos procedimientos de
    las autoridades, encuentran analogías en acontecimientos
    reales que han pasado a la memoria de
    la historia. Así, por ejemplo, el proceso de
    reconstrucción del pasado para ajustarlo a la voluntad del
    partido, no es más que una recreación
    de lo que hicieron los estalinistas con Trotski cuando este
    dejó de interesarles, retocando las imágenes en las
    que aparecía junto a Lenin con el propósito de
    borrarle de la conciencia colectiva, como si nunca hubiera
    existido, o más sorprendente aún, la curiosa
    rivalidad que se establece en la obra entre las tres naciones
    existentes con un continuo cambio de identidad
    entre aliados y enemigos, es, simplemente, la narración
    simbólica de lo ocurrido tras la famosa firma entre Stalin
    y Hitler (tanto nazis como comunistas no encontraron
    objeción alguna en lo sucedido). Con todo esto parece
    evidente que la intención del autor al escribir "Mil
    novecientos ochenta y cuatro", no fue simplemente la de criticar
    con alegorías interesadas la política socialista,
    ni realizar una profecía catastrofista de nuestro tiempo
    (pues las afirmaciones que realizó estaban ya presentes en
    el seno de la Europa de la posguerra), sino mostrar su repulsa a
    todas las formas de totalitarismo que por desgracia habían
    conquistado la escena política europea del modo más
    contundente posible. Mostrando las consecuencias que una sociedad
    como aquella llegaría a infundir sobre las generaciones
    más próximas y dejándonos como único
    y valioso legado algunas reflexiones sobre nuestro mundo que
    quizá todos debiéramos tener presentes para evitar
    un futuro que podría echársenos encima:
    "¿cómo sabemos que dos y dos son cuatro, que la
    fuerza de la gravedad funciona, o que el pasado es inalterable?
    Si tanto el pasado como el mundo externo existen sólo en
    la mente, y la mente es controlable, ¿qué pasa si
    eso es así?"

    "Un mundo feliz" de A.
    Huxley

    Si
    "1984" fue, y sin duda es todavía, considerada una obra de
    arte de la ciencia ficción, que menos se podría
    decir de "Un mundo feliz" de A. Huxley. Esta genial novela que
    surgió de la exasperada mente de un autor dominado por
    la
    drogadicción, fue inquietante en su tiempo por los
    nefastos hechos que auguraba y sigue siéndolo hoy
    día por la impotencia con que contemplamos su
    proximidad.

    Aldous Leonard Huxley nació el 26 de julio de
    1894, en Godalmine, cerca de Londres, hijo de una familia ligada
    al mundo del arte y la cultura y nieto del sabio inglés
    Thomas Huxley. En 1916 editó The Burning Wheel, un
    poemario que reunía lo mejor de su producción
    adolescente y en el resto de su vida publicó más de
    treinta libros, entre novelas, poesía, relatos, ensayos
    filosóficos y literarios, de los que Contrapunto (1928)
    fue su novela más difundida. Más tarde, sus
    escritos serían recopilados y publicados en colaboraciones
    periodísticas y tras mantener contacto con personalidades
    de la época, sería iniciado espiritualmente por
    Prabhavananda, líder de una orden hindú del que se
    distanció por culpa de los continuos experimentos del
    autor con dos drogas
    psicodélicas: la mezcalina y el LSD. Finalmente,
    sería esta última sustancia la que
    envolvería su muerte, en 1963, el mismo día del
    fallecimiento de J. F. Kennedy.

    Sin embargo, de su vasta bibliografía cabe destacar
    la novela que
    mejor representa su aportación a la literatura de nuestro
    tiempo. "Un mundo feliz", publicada en 1932, le
    proyectaría años más tarde como gran el
    profeta de la era tecnológica por su cuestionamiento de
    las dudosas ventajas que el progreso y los avances
    científicos tendrían sobre las nuevas
    generaciones.

    "Breave New World" (es este el título original de
    la obra), es una genial novela que ejemplifica la demencia del
    progreso en manos del estado. La historia se desarrolla en una
    nación universal creada por una especie de dios mortal
    conocido con el nombre de Henry Ford. Este mundo alienado del
    pasado y los valores morales de nuestra sociedad, se sustenta en
    tres grandes pilares que, a su vez, le dotan del falso sentido
    que le ha sido arrebatado. Por una parte está la
    adoración a este creador que "abrió" los ojos de la
    humanidad instaurando su sistema perfecto. En segundo lugar
    destaca el soma, la droga que les
    ayuda a evadir las preocupaciones y les somete con su
    efímera felicidad a la voluntad del estado y, por
    último, el sexo, que una
    vez exento de connotaciones impúdicas u obscenas, es
    practicado desde la infancia para aliviar tensiones como un
    juego
    más, carente de prejuicios. Estos tres elementos que
    conforman la estructura del estado, son como una religión
    para los ciudadanos y unido a las demás imposiciones del
    sistema contribuyen a la concepción de una nación
    deshumanizada, una nación que debido a su carácter
    universal se traduce la en degradación de un mundo
    paradójicamente feliz.

    Esta deshumanización generalizada es llevada a
    cabo mediante un proceso que brillantemente advirtió
    Huxley en su tiempo: el condicionamiento genético. Los
    individuos son creados en serie y en laboratorios especializados
    que, mediante un proceso bioquímico logran alumbrar seres
    humanos divididos en cinco castas (alfa, beta, gamma, delta y
    épsilon), moduladas, a su vez, en otras dos subdivisiones
    (más y menos). De este modo los individuos alfa
    más, son atractivos e inteligentes y su trabajo
    está basado en el intelecto, mientras que los
    épsilon menos, son feos y su intelecto sólo les
    permite desempeñar labores con esfuerzo físico. Sin
    embargo, con la llegada de la adolescencia
    son sometidos a unas sesiones de hipnopedia que condicionan su
    modo de pensar adecuándolo las características de
    su casta y sometiéndolo a los requerimientos del estado y,
    con ello, su vida posterior es feliz independientemente de la
    clase a la que pertenezcan. En este adulterado entorno, es
    difícil encontrar individuos con autonomía capaces
    de contraponer sus ideas a las del estado, pero como en "1984",
    un personaje de nombre curioso, Bernard Marx, salpica la trama
    con su incertidumbre. Bernard es un ser creado por laboratorio,
    pero con una característica que le hace sentir distinto.
    Su condicionamiento es de alfa más, pero debido a un fallo
    en el proceso, es más bajo y fuerte de lo normal. Este
    hecho motiva en él un sentimiento de rechazo que le
    impulsa a dudar de la sociedad y a viajar a la reserva, lugar
    donde conocerá a Jhon (junto a Bernard el único
    personaje importante que no toma soma) y se convertirá en
    un "salvaje", popular por su rebeldía ante el estado.
    Estos hechos le llevarán a reunirse con el máximo
    dirigente de la nación y a conocer, de primera mano, la
    verdad sobre el pasado oculto de su mundo (la existencia de la
    religión, los clásicos de la literatura y un
    seguido de conocimientos que habían sido amagados para no
    perturbar la estabilidad social). Al final de la obra, Jhon se
    suicida al no poder soportar la presión
    que ejerce sobre él la sociedad y su entorno (recordemos
    que no podía evadirse, puesto que no tomaba soma) y
    Bernard, que es destinado a una isla alejada de la
    civilización por sus desobediencias, descubrirá que
    es feliz conviviendo con seres normales como
    él.

    Como hemos podido ver en este breve resumen, el mundo
    feliz de Huxley es, en ocasiones, muy parecido a "1984" de
    Orwell. Por ello, cuando pretendemos realizar la
    valoración de una de estas obras surge, por doquier, la
    otra. Esto es debido a las ineludibles semejanzas que encontramos
    entre ambas y a las repercusiones que en nuestros días
    están teniendo estos escritos. Así, si en "1984"
    decíamos que Orwell debió pensar en el fatal
    desenlace del totalitarismo de Stalin y sus falacias comunistas,
    en "Un mundo feliz" encontramos un juego de palabras que nos
    recuerda inevitablemente al socialismo marxista. Esto queda
    reflejado, por ejemplo, en el nombre de dos personajes
    básicos en la trama: el protagonista, Bernard Marx y su
    superior, Sirojini Engels. No resulta sencillo averiguar con que
    propósito bautizó Huxley a sus personajes de este
    curioso modo, incluso es difícil saber si lo hizo con
    alguna intención concreta, pero es evidente que, al
    hacerlo, creó una correspondencia entre su
    antiutopía y el social-comunismo marxista. Probablemente
    porque, como Orwell, el autor era un ciudadano británico
    que veía como el comunismo soviético (basado en las
    doctrinas del socialismo científico), avanzaba en su
    camino opresor por las libertades de una Europa devastada por la
    guerra, convirtiéndose en una superpotencia y amenazando
    al mundo con su política militarista e intransigente. Sin
    embargo, pese a las críticas (interesadas o no) que
    pudiera recibir este libro, es indudable que se trata de una obra
    maestra y, si nos despojamos de prejuicios, nos daremos cuenta de
    la lucidez con que Huxley vislumbró algunas de las
    atrocidades de nuestro tiempo.

    Y es que aunque resulte curioso, mas allá de la
    historia y del mundo imaginado por Huxley, se esconde, a modo de
    anticipo, un preciso retrato de nuestra sociedad. Organizada
    desde una "élite" dudosamente preparada, estamos sometidos
    a una injusta distribución clasista que nos divide
    limitando nuestro poder de actuación y adquisición.
    No obstante, y como se remarca en la genial novela, el
    inconformismo y la insatisfacción no inquietan a los
    ciudadanos, pues en el fondo, la creencia generalizada de una
    falsa libertad y la permisividad de que disponemos para lograr
    placeres efímeros y fugaces, disfraza las desigualdades y
    logra acallar las voces de los pocos cuerdos cuyo inconformismo
    no ha sumido ante las vagas recompensas que ofrece nuestra
    comunidad. Así, las clases altas (poseedoras de la inmensa
    mayoría del capital) son felices por que tienen el mando,
    el poder para solventar sus necesidades y la capacidad de
    satisfacer sus caprichos. Las medias están dispuestas a
    ignorar su subordinación, a cambio de sentirse superiores
    al sublevado vecino. Además, disponen de medios
    suficientes para desatar sus ansias de consumo y
    sosegar de ese modo, las pocas inquietudes que aún brotan
    de su resignada voluntad y las bajas, por que consideran que
    satisfechas sus necesidades básicas, pueden consolarse con
    la idea de que siempre habrá alguien en peores
    condiciones, y les basta con tener sus programas
    favoritos para que, a modo de bálsamo y en peligrosa
    combinación con su minante rutina, logren evadir la
    monotonía, sin tiempo para pensar en soluciones milagrosas
    o panaceas universales.

    Es así un mundo también feliz el que nos
    rodea. Con ciudadanos a su vez convencidos de su bienestar y
    satisfechos con la vida que quizá el destino, y no el
    estado en este caso, les ha otorgado. Educados con la idea de
    permanecer agradecidos a su sociedad por la falsa
    autonomía que les ha concedido. No hay soma pero si
    prozac, flunitrazepan y un vasto repertorio de antidepresivos
    cuyo uso se está generalizando sin que apenas nos demos
    cuenta del efecto que tienen sobre nuestra integridad
    intelectual. Quizá por este ligero símil, la obra
    de Huxley ha sido tan valorada, analizada y, sobretodo,
    considerada como una de las grandes antiutopías de su
    generación, siendo así una válida muestra de
    los peligros comportados por una sociedad idealizada entorno al
    siempre conflictivo concepto de la felicidad y poniendo de este
    modo en duda, el significado de esta noción en la vida de
    los individuos. Por todo esto, y como punto final a este
    comentario, no estaría de más reflexionar sobre el
    rumbo que le estamos dando a nuestro mundo, y que mejor forma que
    hacerlo con una cuestión que debería brotar de la
    inquieta mente de todo ser humano: ¿Vivir para ser felices
    o ser felices para vivir?

    Para acabar este recorrido por las antiutopías
    del siglo pasado, es digno de ser contemplado y analizado el
    contenido de una obra que, pese a no ser tan popular en este
    ámbito como las anteriores, resulta sumamente interesante
    por el contexto y el planteamiento con que se lleva a cabo. "El
    señor de las moscas", que dista considerablemente de
    "1984" y "Un mundo feliz"en lo que trama se refiere, posee en sus
    páginas una continua sucesión de reflexiones sobre
    el ser humano en su dimensión social, que hacen de la
    novela algo más que una simple historia de
    aventuras.

    "El señor de las moscas" de W.
    Goldin

    William Goldin nació en 1911 en St. Columb Minor
    (Cornwall) y posteriormente, estudió en Oxford donde,
    años después, impartiría seminarios de
    lengua inglesa. Trabajó en el teatro como actor
    y autor, aunque prefirió dedicarse a la enseñanza
    hasta que decidió alistarse en la marina durante la
    Segunda Guerra Mundial.
    Fruto de estas experiencias y una vez retirado de las acciones
    bélicas, se centró de nuevo en la literatura y,
    así, en 1954 una genial obra, "El señor de las
    moscas", le encumbraría definitivamente. Esta novela, que
    reflejaba gran parte de las vivencias de Goldin durante la
    guerra, mostrando el paso de la inocencia infantil a la barbarie
    generalizada en unos niños extraviados y alejados de la
    civilización, sería considerada como una de las
    grandes obras de la literatura del siglo XX. Más tarde,
    seguirían otras novela de similares temas como "Los
    herederos" (1955) y Martín el náufrago (1959),
    así como distintos ensayos e incluso una obra de teatro,
    "The brass butterfly" (1958), que le harían justo
    merecedor del premio novel de literatura en 1983 y el
    nombramiento de Sir en 1988.

    "El señor de las moscas", describe la
    evolución de unos treinta niños que, tras un
    accidente aéreo, resultan abandonados y sin supervisión adulta en una isla desierta a
    la espera de ser rescatados. Todo empieza cuando el avión
    en el que viajaban se precipita sobre un islote en medio del
    océano causando la muerte de todos los adultos que en
    él se encontraban. Tras tomar conciencia de lo sucedido,
    Ralph y Piggy (dos de los supervivientes), deciden ir en busca de
    los demás compañeros de viaje. Para ello, advierten
    la necesidad de encontrar un instrumento capaz de infundir
    autoridad y atraer a todos los presentes por lejos que se
    encuentren. Así, tras una breve espera, hayan una caracola
    con la que hacerse oír. El experimento funciona y, tras un
    intenso sonido, la
    caracola logra reunir a todos los supervivientes evidenciando la
    ausencia de adultos entre los jóvenes robinsones. En este
    punto se inicia la aventura que Golding ha preparado para los
    chicos. Rápidamente surge la necesidad de establecer unas
    normas y elegir un jefe que tome las decisiones. Fruto de estas
    primeras deliberaciones, resulta elegido Ralph, y con él
    son promulgadas las primeras normas: mantener una hoguera
    permanentemente encendida para facilitar la visión de la
    isla y con ella el rescate, acudir inmediatamente a la plataforma
    cuando alguien haga sonar la caracola para solicitar una
    asamblea, mantener una distribución de trabajos equitativa
    y rigurosa, etc. Además de las primeras normas, se acuerda
    también una división en dos grupos básicos
    para realizar los trabajos pertinentes. Un grupo de cazadores
    liderado por Jack, y otro encargado de construir las
    cabañas y demás menesteres cuya figura más
    representativa será Ralph.

    Así, durante los primeros días y una vez
    realizadas las bases de la convivencia, todo parece transcurrir
    de un modo cívico y correcto, y es que, aparentemente, no
    hay motivos para lo contrario. La isla es fecunda y abundante en
    fruta y demás alimentos, no hay constancia de que animales
    peligrosos pongan en riesgo la supervivencia de los accidentados,
    la temperatura no
    es un inconveniente, pueden bañarse tranquilamente en la
    playa y todo parece idóneo para vivir en paz. Sin embargo,
    un día interaccionan un conjunto de casualidades que
    desembocan en el primer gran conflicto. Los cazadores, encargados
    de mantener viva la hoguera, descuidan su tarea y un
    vehículo que peinaba la zona no advierte signos de vida en
    la isla. Los chicos lo ven pero, faltos de tiempo para enmendar
    el lapso, contemplan impotentes como se desvanece una brillante
    ocasión de ser rescatados. Ante esto, Ralph se ve obligado
    a amonestar severamente a los responsables y con ellos a su
    líder, Jack. Este último, sin embargo, no acepta la
    reprimenda y, lejos de asumir su culpa, advierte la posibilidad
    de desacatar la autoridad de Ralph.

    Así, con su grupo de cazadores, decide ir por
    libre desbancándose del resto del grupo y dando lugar,
    inconscientemente, al inicio de una "microguerra" en la que el
    civismo inicial es substituido, sin remedio, por el salvajismo
    más primitivo. Durante los días posteriores, las
    diferencias entre los dos grupos crecen y, además, un
    nuevo temor surge con los rumores de que una bestia campa a sus
    anchas por la isla. La bestia, el señor de las moscas, no
    es otra cosa que un puñado de estos insectos, pero la
    creciente incertidumbre y la muerte de uno de los supervivientes
    en un fuerte tormenta (Simon), hacen que el miedo ofusque con sus
    falsas creencias la mente de los chicos. De este modo, cuando los
    grupos ya estaban completamente formados y separados, los
    cazadores bajan a la plataforma y, tras una encarnizada pelea,
    roban las gafas de Piggy para hacer una hoguera usando sus
    lentes. Sin embargo, una vez sosegado el ambiente,
    Ralph y su grupo suben a la colina en busca de las gafas.
    Allí, una nueva pelea se apodera de la escena, pero esta
    vez con una nefasta consecuencia. Uno de los cazadores lanza una
    gran roca con la ayuda de una palanca y Piggy resulta herido de
    muerte con la caracola hecha pedazos junto a él. El primer
    homicidio es
    consumado y el salvajismo que atisbábamos en un principio,
    se instaura en la isla. Esta muerte, unida al fallecimiento de
    Simon en una tormenta y el sometimiento de los últimos
    miembros del grupo a la tiranía de los cazadores, despoja
    a Ralph de todo apoyo y, tras la consumación del poder en
    el seno de la "tribu" de los cazadores, Jack inicia una
    cacería humana cuyo fin reside en la muerte de Ralph.
    Éste logra evadir las acometidas de sus enemigos
    escondiéndose entre los arbustos de la isla pero, tras
    contemplar como resulta imposible dar con su "presa", los
    cazadores incendian gran parte de la isla para obligarle a salir
    de su refugio.
    Finalmente, la carnicería no llega a consumarse debido a
    la llegada de un marine que, al observar la columna de humo en la
    isla, acude al rescate devolviendo a todos los supervivientes a
    la civilización.

    Como se deduce de este resumen, Golding esconde una
    reflexión sobre la bondad del ser humano tras la
    máscara de una novela de aventuras, substituyendo aspectos
    sociológicos y psicológicos por metáforas y
    símbolos que aporten mayor sutileza al dramatismo del su
    escrito. Todo es relevante en la obra pero sin duda el
    planteamiento inicial merece ser analizado por su genialidad.
    Parece que la base de la trama sea un desgraciado accidente de
    cuyas enriquecedoras experiencias se pueda extraer un feliz
    desenlace con brillantes aventuras, pero Golding prefiere ver la
    otra cara de la moneda. Para ello, estrella el avión en un
    paraíso. Una isla desierta rica en alimentos, agradable en
    cuanto temperatura y alejada de peligrosos animales o fieros
    aborígenes que pongan en peligro la supervivencia de los
    robinsones. Con todo esto, los obstáculos que la
    naturaleza pueda poner, quedan minimizados y la supervivencia
    queda en manos de la propia bondad individual. Pero, Golding
    precisa de otro factor en su experimento. Para constituir una
    comunidad realmente original, es preciso empezar de cero, sin
    normas previas y sin influencias externas. Así pues, no es
    válida la figura de un adulto que contamine con sus
    prejuicios sociales la singularidad del nuevo colectivo y el
    grupo de niños con su inocencia infantil y su vago
    conocimiento de las sociedades civilizadas, es el punto de
    partida perfecto para esta nueva sociedad. Con este primer
    esbozo, el autor insinúa, casi sin darnos cuenta, el
    inicio de una utopía. Una especie de vergel
    paradisíaco donde iniciar una nueva vida sin
    preocupaciones, sin trabajo duro, con tiempo libre y espacio para
    jugar y divertirse. Pero pronto empieza a turbarse el
    sueño. Los niños desean ser rescatados y
    estableciendo este hecho como máxima prioridad, se
    organizan para convivir del mejor modo posible hasta que llegue
    el momento de la salvación. Hay quien piensa que la
    utopía se rompe más tarde con la llegada de los
    primeros conflictos pero, lo cierto, es que ya se ha roto. Cuando
    rechazan el nuevo edén y se organizan para ser rescatados,
    rechazan ya la idea misma de la utopía. No desean otra cos
    que volver a sus anteriores vidas aunque ello implique un retorno
    a los problemas de siempre. No obstante, Golding no se conforma
    con esta muestra de las tendencias humanas hacia lo conocido, y a
    raíz del descuido que motiva la extinción de la
    hoguera y, con ella, de la esperanza de un rescate, desencadena
    la barbarie entre los chicos. Les da un motivo para la discordia
    y relata como la utopía del principio pasa del rechazo
    inicial a su peor consecuencia: la antiutopía. El
    descontento se torna desafío, el desafío
    alejamiento, el alejamiento odio y el odio desemboca en
    salvajismo y homicidio. Esta sucesión puede ser tildada de
    surrealista y exagerada pero, no debemos olvidar, que aunque todo
    transcurra en unas pocas semanas, la situación es extrema
    y los protagonistas solo niños de unos doce años de
    edad. Además, lo que Golding pretende no es realizar la
    reproducción realista de una convivencia,
    sino mostrarnos la insignificante línea que nos separa de
    los animales, la delgada franja que delimita la bondad y la
    maldad de nuestra condición humana cuando se nos pone a
    prueba. Muestra de todo ello es, que al final, en lugar de
    describir un desenlace definitivamente trágico y
    espectacular, devuelve a los chicos a sus casas con la
    experiencia a sus espaldas y dejando atrás constancia del
    escaso civismo que reside, por naturaleza, en el corazón de
    los individuos. Y es que al contrario de lo que muchos puedan
    pensar, Jack y los cazadores, no tienen por que ser chicos
    especialmente conflictivos, simplemente la libertad, la
    tentación del poder y el libertinaje que la ausencia de
    autoridad ocasiona, les indujo a cometer atrocidades que,
    seguramente, no habrían cometido en un sistema organizado
    y controlado como el nuestro. Por ello, la obra de Golding es
    sencillamente genial, porque más allá de las
    críticas que pueda suscitar o merecer, nos muestra la
    evolución del ser humano en las condiciones que muchos
    hemos deseado en momentos de incertidumbre, los peligros de las
    libertades y la dificultad de la convivencia aún en el
    seno de un paraíso perdido. Porque es fácil
    aferrarse a la idea de que los protagonistas eran niños
    vulnerables e inocentes, demasiado inexpertos y frágiles
    ante la hostilidad de una situación tan nueva, pero si lo
    pensamos con frialdad, porque difícilmente unos adultos
    habrían podido establecer en aquel idílico
    contexto, la utopía que Golding preparó para los
    jóvenes supervivientes.

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