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Un cuento corto
de Guillermo Zenarruza
Seudónimo: Franco Baderés
Hércules fue el héroe conocido por su fuerza y
valor
así como por sus muchas y legendarias hazañas, hijo
de Zeus y de Alcmena, mujer del general
tebano Anfitrión. Hera, la celosa esposa de Zeus, decidida
a matar al hijo de su infiel marido, poco después del
nacimiento de Hércules envió dos grandes serpientes
para que acabaran con él. El niño era aún
muy pequeño pero estranguló a las serpientes. Ya de
joven, mató a un león con sus propias manos. Como
trofeo de esta aventura, se puso la piel de su
víctima como una capa y su cabeza como un yelmo. El
héroe conquistó posteriormente a una tribu que
exigía a Tebas el pago de un tributo. Como recompensa, se
le concedió la mano de la princesa tebana Megara, con
quien tuvo tres hijos. Hera, aún implacable en su odio
hacia Hércules, le hizo pasar un acceso de locura durante
el cual mató a su mujer y a sus hijos. Horrorizado y con
remordimientos por este acto, Hércules se habría
suicidado, pero el oráculo de Delfos le comunicó
que podría purgar su delito
convirtiéndose en sirviente de su primo Euristeo, rey de
Micenas. Euristeo, compelido por Hera, le impuso el
desafío de afrontar doce difíciles pruebas, los
doce trabajos de Hércules.
Desde que se había dado cuenta de lo viejo que estaba, no
volvió a ser el mismo de antes, sus caminatas nocturnas
las dejo de lado, su sonrisa se había vuelto parca y
hasta, no sabia porque, estaba casi todo el día
triste.
A pesar de compartir momentos casi agradables diariamente, se
sentía solo desde la mañana a la noche y, en
particular esa, era de lo peor.
Su viejo perro Felipe, que durante toda su vida le pareció
mas que una simple compañía, ahora rayaba en lo
cargoso y cada vez que se le acercaba se le hacia pesado y a
veces terminaba pegándole. El can, lejos de hacerse a un
lado lo miraba con cara triste y volvía al ataque con toda
la furia de sus mimos, su gran peso y sus caudales de baba.
-¡ Fuera Felipe!- Le decía
-¡ Que pesado, por favor!- Insistía.
Esa tarde se baño minuciosamente como era costumbre desde
que estaba solo, se afeitó recortándose con
prolijidad la barba y cuando estaba enjuagándose la cara
de espuma vislumbró casi por casualidad, como de reojo un
rostro por sobre su hombro dibujado en el espejo que no
veía desde su juventud.
Primero con asombro, luego con incredulidad y finalmente con odio
lo reto mirando fijo sus ojos de chocolate amargo que bien
recordaba con la fuerza de la bronca guardada por casi treinta
años. Desafiante lo increpó:
-¡ Y vos que mierda queres acá de nuevo!?-
-¡No te parece que suficiente daño me
has hecho ya!?-
El rostro cobrizo, tenue y con un brillo de ultratumba miro hacia
abajo, como ofendido y desapareció.
Alarmado Felipe, se dirigió corriendo hasta donde su amo
estaba pero solo recibió a cambio una
sarta de blasfemos insultos haciendo alusión a su perenne
compañía y demás.
Al intentar dormir se dio cuenta que debía aumentar la
dosis de alcohol ya que
el dichoso Febo no lo acogía en sus brazos mas bien
parecía Ares quien lo instigaba a dejarse llevar por
pensamientos belicosos, violentos recuerdos de hechos que nunca
ocurrieron.
Dos medidas de Cognac mas tarde se animó a iniciar una de
sus abandonadas caminatas sin mayor animo que el de conciliar el
sueño, salió del viejo edificio de calle Callao y
encaminó a la placita de siempre.
A su lado Felipe saltaba de alegría corriendo a
través de los charcos de alguna llovizna episódica
diurna que por supuesto él no vio.
Al llegar a la esquina misma, rozándole las rodillas
pasó un coche último modelo que por
poco no pisa a Felipe, de un tirón hacia atrás con
la correa evitó un accidente no sin ahorcar brevemente a
su compañero.
-Hijo de puta- Dijo por lo bajo, intentó ver la patente
para averiguar de quien se trataba pero al instante
recordó que no había llevado consigo sus anteojos
por lo que se sintió aun más impotente, mas viejo e
incapaz de ni siquiera iniciar una gresca ya que seguramente
llevaba las de perder.
Si se alteró por el hecho de casi ser atropellado por ese
vehículo, aun mayor fue su asombro al ver que a los metros
el coche
se detenía y regresaba en reversa.
Durante un breve periodo que no superó de seguro uno o dos
segundos, se paralizo de miedo, Buenos Aires era
una ciudad peligrosa y el horario para nada prudente para caminar
solamente acompañado de un viejo pointer que
carecía de dientes, fuerza o entusiasmo para
defenderlo.
Estático espero que ocurriese algo digno de un titulo
policial pero solo vio como el BMW negro con vidrios oscuros
retrocedía hasta hacer coincidir la ventana del
acompañante con su persona.
Mientras se agachaba para ver por la ventanilla, el vidrio opaco de
esta se bajaba eléctricamente y dejaba ver un interior
tapizado de color negro
así como asientos de similar característica.
Increíble lo que vio a continuación, era la misma
persona del baño, se vio cara a cara con el responsable de
su miserable vida
y además con un auto digno de una estrella de TV.
Paralizado por el horror, no atinó a decir una palabra,
las frases se mezclaban en su cabeza como naipes de casino, los
insultos se confundían de idioma, en su mente eran miles
las cosas que había para decir y solamente le salió
un pálido:
-Eh…-
El individuo del
rostro cobrizo, aceitoso y brillante a modo de disculpa
arriesgó:
-¿Se encuentra Ud. bien?-

Felipe miró a su amo como preguntándole lo mismo,
con su cara de viejo compañero que espera alguna respuesta
inaudita de quien siempre las daba.
Juan Manuel Ciares y Colomé era morocho, negro por decirlo
de algún modo, colombiano, sus padres emigraron a
Argentina en década del 60 por problemas con
la guerrilla de su país, desde muy niño tuvo que
aguantar los interminables relatos de su padre de masacres,
escondidas y otras vicisitudes vividas por ellos en Colombia , a
él la verdad poco le importaban y quería ser un
niño normal a pesar del color de su piel.
Como todo hijo de padres humildes pasó por la escuela
pública de su barrio donde compartió los siete
años de primaria con todo tipo de niños ,
la adaptación fue buena considerando la notable diferencia
de raza así como su extraordinaria inteligencia
.
Había mañanas enteras que no sabia que hacer porque
el aburrimiento era supremo, todo lo repetían hasta el
hartazgo y por lo general estaba distraído y tenia fama
entre los profesores de prestar poca atención .
No pasó mucho tiempo , en
realidad solo fueron tres años, que alguien notó en
él el don, un maestro que solía impartirles
elementales conocimientos de matemáticas creyó ver en ese
niño de color un genio al
preguntarle por una ecuación que solo se resuelve con
algún conocimiento
básico de matemáticas avanzada.
Juan no supo resolver el problema pero lo razono de tal forma que
era evidente que sabía mas de lo que aparentaba. El
maestro se sorprendió por poner a prueba a alguien tan
joven con algo tan complejo pero quedo absorto con la simpleza
con la que trato el inconveniente.
A partir de esa ocasión, Juan pasó a ser el mimado
de la clase con
ejercicios propios y recreos particulares más largos cosa
que, lejos de integrarlo a su clase, llevó a convertirlo
en el "niño genio" que todos en el grado odiaban y
envidiaban, él feliz con su posición, disfrutaba de
poder poner a
prueba su intelecto con nuevos desafíos.
El negrito sabio creció así entre peleas infantiles
para demostrar que además de inteligente era hombrecito y
constantes pruebas por parte de profesores propios y
extraños que le enseñaban cosas, desde su
panorámica poco útiles y algo complicadas.
Así fue que llegó a la universidad con
una beca completa para estudiar medicina no
del todo convencido de que fuera ese su futuro pero tratando de
cumplir con las expectativas de todos los que le brindaban su
apoyo, incluidos, por supuesto sus padres y el profesor
Torales, su descubridor que lo seguía de cerca.
Casi sin darse cuenta con solo 16 años se encontró
en una sala gigantesca llena de adolescentes y
adultos jóvenes alborotados por la experiencia de ser
universitarios, cargando libros de
todos los tamaños y vestidos informalmente pero acordes a
la ocasión. Él mismo se descubrió contagiado
del entusiasmo del primer día de universidad y aferrando
su cuaderno de espirales a la espera de una nueva barrera que la
vida seguro le pondría en esta etapa.
-Bienvenidos a Anatomía I- Dijo el
profesor de aspecto algo cansado y casi mecánicamente
continuó:
-Esta materia trata
sobre el cuerpo humano
desde el punto de vista organicista sin reparar casi en la
parte…- Y siguio así con una introducción de seguro memorizada por
años de ver pasar miles de caras y ver en cada una de
ellas un futuro colega y, porque no competidor.
Juan se encontraba emocionadisímo, al borde mismo de las
lagrimas, era tal su entusiasmo que no anotó palabra
alguna en su cuaderno sino más bien fue memorizando cada
una de las frases que salían de la boca del profesor.

Como un tifón entro en su casa de barrio Pergamino y
luego de besar brevemente a su madre y su padre comenzó a
relatar con una velocidad
vertiginosa los hechos ocurridos durante esa jornada para
él memorable:
-No saben lo que fue ir a la "facu", algo que no puedo describir,
el murmullo de la gente que sabe, el silencio de las salas que
vieron pasar a genios de la medicina…-
La emoción de Juan parecía no tener fin, sus padres
orgullosos lo escuchaban atentamente sin dejar pasar gesto
alguno, como si se tratase de alguien con poderes sobrenaturales,
y es que en realidad muy pronto caerían en cuenta de que
en realidad sí los tenia.
"Cuando se es chico, no se tiene la experiencia necesaria para
vivir de manera completa, al adquirir esa experiencia con los
años, se es demasiado viejo para aplicar esos
conocimientos" rezaba un pseudo-slogan televisivo, se
enfermó tanto de encontrarle razón a uno de sus
enemigos más viejos que la jaqueca comenzó a
atacarle, despacio, desde la nuca, subiendo lentamente hasta
hacerse generalizada en toda la cabeza, al sentir que le
dolía detrás de los ojos supo que tenia poco tiempo
para llegar al baño.
El vómito no
tardó en llegar como una súbita marea alta
inundando sus fosas nasales y despertando aun más asco y
dolor, era insoportable, con su aliento ácido y apenas
audible se dijo:
Televisión de mierda-
Infaltable, Felipe estaba a su lado como dando consuelo de algo
que no se consuela con nada, el perro olisqueaba el inodoro y
hasta aventuro una lamida al contenido nauseabundo.
-Perro de mierda, no podes ser tan asqueroso- Farfullo su amo que
sintió un nuevo acceso precedido de una nausea que le
recordaba tiempos de hombre
casado.
No tuvo que caminar mucho para encontrar su alivio, el Migral
estaba en el mismo baño y solo a unos pasos de ahí
se encontraba su añorado Cognac.
Sumido en una especie de letargo, llegaron imágenes
de tiempos pasados de batallas libradas en otras épocas,
lejanas casi remotas pero que ahora se veían tan
nítidas que las exploro como si se tratase de un viaje en
tercera persona.
Tan lejos le pareció aquella guerra que
creyó tener mas de cien años a pesar de estar
apenas cerca de los 50, las frases ya gastadas llegaron a su
mente nuevamente como si se tratase de algo recién
ocurrido:
-¡Cabo mueva su pelotón de ese agujero!-
-¡Están en zona de tiro por el amor de
Dios!-
Y luego los disparos, el estallido, el zumbido en su oído
derecho, la sensación de liquido caliente en todo su
cuerpo y el dolor de cabeza, ese maldito dolor que lo
acompañaría de por vida, como estigma de esa
temporada de caza humana que algunos idiotas todavía las
llaman guerra.

2. El León De
Nemea

"La primera prueba de Hércules fue matar al león
de Nemea, un animal al que no podía herirle arma alguna.
primero aturdió al león con su garrote y
después lo estranguló…"
Realmente se creía indestructible, muy fuerte en todo
sentido, nada lo afectaba de manera significativa y veía
pasar la vida con sorna.
Con 23 años, una apariencia física envidiable,
con su metro ochenta y pico, sus cabellos rapados, su cuerpo
torneado con entrenamiento
militar y ese aire de
superioridad que solo se adquiría luego de años en
la milicia, prácticamente se llevaba el mundo por
delante.
Disfrutaba mucho de ser parte de la elite argentina de los
uniformados, pero lo que más placer le provocaba era
pasearse de civil, exibirse en los boliches, dejar que las
jóvenes se hicieran ilusiones con él y hasta darse
el lujo de elegir con cual pasar la noche.
En más de una oportunidad se dejaba llevar por sus
instintos y provocaba alguna pelea con excusas tontas y con
resultados casi siempre favorables, las pocas veces que no
salía victorioso exhibía su credencial militar y el
asunto finalizaba a su favor. ¡Que buenas
épocas!
Cierta noche, se aventuró a ir con varios de sus amigos
del Colegio Militar a uno de eso bares de hippies a sabiendas de
lo que ahí encontrarían, al menos eso pensó
él.
De entrada se sintió con ganas de pelear, el lugar
realmente se prestaba, ambientado como una especie de bosque
encantado, se destacaba su barra de madera tallada
en forma natural, prolijamente lustrada y contrastando una serie
de tragos de varios colores
irregularmente dispuestos. En la pared opuesta, había un
centenar de frases escritas por los jóvenes, dibujos con
crayones que seguro el mismo bar proporcionaba, todos ellos
alusivos a la paz, el amor libre,
las drogas y
esas ridiculeces que caracterizaban a ese tipo de gentuza. Las
mesas, por llamarlas de algun modo, eran troncos de árboles
cortados y para sentarse no había una sola silla, se
echaban en el suelo o en
almohadones enormes que además de incómodos
destacaban aún más la condición de ocio que
reinaba en el ambiente. La
música,
por supuesto, era de algún grupo de vagos
norteamericanos que conbinaban sonidos modernos con instrumentos
orientales, o sea para sus oídos una verdadera basura.
– Veamos que se puede hacer acá – Les dijo a sus amigos
como instruyendo a un destrozo o algo similar.
Las caras de sus compañeros hablaban por si solas, no
había alegría en ellas, no se asomaba ni
remotamente a rostros de amigos que se iban a divertir sanamente
un viernes, no había intención de conocer alguna
"minita", nada de eso, en sus rostros curtidos se reflejaba el
odio, la adrenalina previa al combate y sus sonrisas eran muecas
sarcásticas.
– Ahí – Dijo, señalando con el mentón a un
grupo de adolescentes que fumaban marihuana con
poco disimulo en un rincón del local, el grupo se
componía de dos muchachos y tres jovencitas que
rondarían los 18 años.
Como en camara lenta se fueron acercando a ellos, en el camino,
apagó el cigarrillo con su bota, aprovecho para ver
más de cerca la vestimenta de sus víctimas y se
sintió con más asco.
Pero algo realmente fuera de lo comun le ocurrió en ese
momento, una sensación de angustia, una especie de dolor y
algo de mareo recorrió la superficie de su
cabeza…¿Qué pasaba?. Se descubrió a si
mismo observando con detenimiento una joven hippie de la mesa
vecina, ¿acaso la conocía?, no, no era eso. Se
plantó unos segundos en el lugar y la miró con
más detenimiento, no tendría más de 20
años pero parecía muy adulta, se encontraba
conversando con tres personajes que parecían salidos de
Woodstock, se movía con ademanes suaves y sus manos
flotaban, niveas, pulcras, bellísimas, parecía un
ángel. Petrificado se retrasó del pelotón
que avanzaba al objetivo,
decidido.
Nunca supo porque, pero hizo lo menos imaginado, casi sin
pensarlo, aflojó la tensión de su cara,
aventuró una sonrisa casual y con la naturalidad de quien
se siente seguro de cada uno de sus pasos, se acercó a
ella, llegó hasta el mismo espacio físico que
ocupaban aquellos que creía odiar, se sentó sin
esperar invitación y espontáneamente lanzó
un sincero:
– Hola, ¿qué tal? –
– Hola – Le contestó mostrando sus blanquísimos
dientes, perfectos.
-¿Que haces? – Dijo.
Él fue realmente sincero:
-Vine con unos amigos a armar despelote, pero te vi y se me
fueron todas las ganas-
-Qué bien- Contestó ella.
-Es que sos muy linda, mentira,
¡sos una belleza!- Se sintió cómodo, ya no
era el león, se veía como una oveja mansa, como uno
e ellos. Se creyó cerca de esa mujer que había
abierto una puerta en su alma que
creía sellada para siempre.
-¿Te parece?, a mi no me importa la apariencia
física-
Él volvió al ataque:
– No todos pensamos como vos, a decir verdad la mayoría de
la gente aún sin admitirlo se inclina a compartir momentos
con gente linda, desde todo punto de vista-
Siguió hablando:
– Cuando toman un empleado, cuando te preguntan la hora, cuando
pedís cambio, siempre juega su papel lo físico y,
creéme, ganan siempre los lindos-
La noche se pasó en un suspiro, charlaron de todos los
temas sin estar de acuerdo en ninguno de ellos, a todo lo que
él decía ella contestaba tranquilamente
haciéndole ver lo equivocado que estaba, él
defendía férreamente su posición pero a
medida que avanzaba el tiempo se sentía más
débil, menos seguro, mas… como llamarlo, sí
más enamorado.
La disconformidad de ambos bandos con este pacto de paz era
evidente, sus compañeros en vano esperaron que se
desencadenara el caos, quedándose parados casi toda la
velada y a su vez los amigos de ella fueron alejándose
lentamente hasta que solo quedaban ellos dos.
-¿Cómo te llamás?, ¿Donde
vivís? ¿Estudiás?-
Y ella:
-¿Te gusta lo que haces?, ¿No te dan ganas de poner
el mismo empeño en que haya paz?, ¿Me llevas a mi
casa?-
Casi perfecta, así la definió con sus padres,
diamante para pulir, fantástica, hermosa, solo le falta un
poco de orientación.
Ella por su parte comentaba con sus compañeras de
facultad:
– Es bueno, le falta darse cuenta de que puede, de que hay amor
en su corazón
Por supuesto el casamiento fue militar estricto, la mezcla de
invitados se confundía con la algarabía de la familia en
su mayoría feliz. Los novios parecían los
más enamorados del mundo, casi no hablaban y sus miradas
se perdían por minutos enteros como si nada existiese.
Todo parecía perfecto, ella moderaba lentamente el
carácter bélico de él.
Por su parte él se dedicó a tratar de ser un poco
más abierto a las ideas que diferían con las suyas.
Poco a poco, fueron
acercándose a un punto intermedio que al principio
parecía inalcanzable.
El león de la selva parecía domesticado, era ahora
un león de circo a lo sumo. En plena época del
proceso
militar, él se manejaba con criterios individuales pero
adquiridos de su relación matrimonial.
Ella lo cambió, lo domó.

3. La Hidra

En su segunda prueba, Hércules mató a la Hidra,
que vivía en un pantano en Lerna. Este monstruo
tenía nueve cabezas. Una cabeza era inmortal y, cuando le
cortaban cualquiera de las otras, crecían dos en su lugar.
Hércules quemó cada cuello mortal con una antorcha
para impedir que crecieran las dos cabezas y sepultó la
cabeza inmortal bajo una roca. Después mojó sus
flechas en la sangre de la
Hidra para envenenarlas.
Rápidamente Juan se convirtió en médico y
sin mayor esfuerzo ingresó con honores a la residencia de
Clínica Médica del Hospital Naval.
Era este el momento que había estado
esperando por años, la culminación de una serie de
esfuerzos, en su mayor parte por mantenerse dentro de los canales
normales sin destacarse demasiado, sin llamar la atención,
no quería que se repitiera aquello del "negrito genio" de
la primaria.
Pero ahora todo cambiaba, estaba matriculado, en un Hospital que
le brindaba todos sus pacientes y el entorno adecuado para dar
rienda suelta a todo lo aprendido, practicado y reservado.
Sin dejar de lado la medicina, comenzó un lento pero
efectivo aprendizaje de
sus otras facultades. Al principio solo escuchaba lo que los
pacientes le contaban, leía sus mentes y descubría
con facilidad el origen de sus dolencias físicas, por ello
era eficaz en los diagnósticos y preciso en los
tratamientos. Tratando de no llamar mucho la atención, de
a poco fue centrando sus aptitudes en el estudio del hombre como
un todo, a veces incluso se atrevía a manipular un poco a
los que consultaban por problemas que tenían un origen no
orgánico, charlaba con quienes lo consultaban y
rápidamente los convencía que estaban sanos.
Ocurrió una vez pues, que se encontraba cubriendo la
guardia central del edificio y en la madrugada lo llamaron a su
habitación por un dolor de pecho.
Mientras caminaba por el largo pasillo que separaba la sala de
guardia del resto del recinto, vislumbro que se trataba de una
persona de sexo masculino
de unos 38 años que seguramente padecía un infarto.
Cansado y algo dormido comenzó a interrogar al hombre que
se encontraba en la camilla con un intenso dolor, sudoroso y con
respiración dificultosa. Fue ahí
cuando se le presento el típico panorama del infarto:
familia
destrozada, interminables disbalances económicos,
disconfort del paciente ante los innumerables estudios
diagnósticos, tratamientos que además de caros le
resultarían incómodos y hasta dolorosos y mil
inconvenientes más.
Decidió entonces cortar por lo sano, mientras conversaba
con la persona deslizó suavemente la mano por su pecho y
mediante una manipulación de los tejidos y
fluidos, recanalizó la arteria obstruida, de inmediato
comenzó la mejoría y mientras ordenaba que se le
realice un electrocardiograma se sentó en una silla
junto al paciente a escuchar de sus problemas familiares.
Media hora más tarde, Juan se encontraba recostado en su
habitación sin mayores preocupaciones y con una tira de
papel milimetrado en la mano que rezaba la frase: NORMAL.
No pasó mucho tiempo para que todo el Hospital comentara
de sus supuestos dones de sanador, algunos lo llamaban
médico brujo, otros "el budú" y otros calificativos
que Juan se apresuraba a desmentir pero era en vano.
– Es la primera vez en casi 20 años de servicio que
veo pasar un residente que durante los tres años en el
Hospital Naval no cometió ni un solo error médico –
Le decía el jefe de Servicio.
– Dr. Juan Ud. tiene las manos benditas –Escuchaba de una
enfermera.

  • Juan, ¿cómo haces? ¡Que te
    parió! – Se reía un compañero de
    residencia.

Pero luego le llegaría el amor.

4. La Cierva

La siguiente prueba de Hércules fue capturar viva a una
cierva con cuernos de oro y
pezuñas de bronce que estaba consagrada a Ártemis,
diosa de la caza.
Llevaban casi tres años de casados sin novedades de
descendencia, esto inquietaba a las familias en particular a la
de él.
Ella, por su parte le restaba importancia y justificaba todo de
una manera muy natural.
– Es por el mundial de fútbol
este… – Dijo el primer año.
– Lo van a ascender a cabo, por favor imaginate los nervios –
Promulgaba el segundo.
– Todo llega en la vida…che ¿no seré yo?- Se
preocupaba el tercero.
Por su parte, él estaba muy concentrado en su carrera
militar y poco pensaba en los hijos.
– Vendrán cuando tengan que venir- Decía.
Como suele suceder en estos casos, es una amiga de la familia,
por lo general mayor, quien la aconsejó:
– Deberías ver un médico –
Y así fue como descubrió a Juan. Una mañana
salió decidida a saber lo que le ocurría, el
problema seguramente era de ella y debía solucionarlo.
Llego en colectivo al Hospital Naval sin turno, sin
orientación y como perdida entró el hall principal.
Ahí se dio cuenta que no tenía idea de que hacer.
Se encontró en un recibidor gigantesco en él
dominaba un mostrador enorme con varias señoritas
atendiendo a todo vapor las consultas de miles de personas
quizás tan perdidas como ella. Lo dejo de lado y
comenzó a caminar por un pasillo hasta dar a un
salón donde había un pequeño bufete y
enfrente cuatro ascensores.
Se sentó, pidió un agua
tónica y se detuvo a pensar un instante el siguiente paso
a dar.
A su derecha en una mesa muy cercana dos mujeres que
parecían enfermeras hablaban a viva voz:
-…y no se como pero se dio cuenta de inmediato que le estaba
mintiendo, ¿vos sabes lo que hizo entonces? Lo miró
fijo y le dijo que se deje de joder y que ya no fume porque la
próxima vez se moría y la cara del tipo…-
Y siguieron así por un largo rato:
– El otro día lo vi atender a una señora mayor que
te juro le había tomado la presión un
minuto atrás, no te miento era de 240/150,
¡altísima! Y ¿qué hizo el Dr. Juan?,
nada, te digo que nada, le tomó la mano, hablo algo
así de diez palabras, la mujer dijo que
sí y la mandó a su casa, cuando le tomé
nuevamente la presión… ¡Era norma!, ¿podes
creer?…-
Ella no pudo permanecer ajena a tales comentarios, sintió
que su sangre de hippie resurgió, esa rebeldía el
amor por lo esotérico, lo desconocido, dejó de lado
el protocolo militar
aprendido, tomó coraje y se acercó a la mesa de las
dos mujeres con decisión la hablo de la manera que
sabía hacer en sus épocas:
– Disculpen…-
Minutos más tarde se encontraba escuchando interminables
historias del tal Dr. Juan que parecía ser poco menos que
un milagrero, algunos relatos le parecían simplemente
inverosímiles, otros creíbles, pero en línea
general se sintió sorprendida y deseosa de conocerlo y
contarle su "problemita".
Fue entonces que muy convencida se dirigió nuevamente al
acceso del Hospital en busca de un turno para el
famosísimo médico. Como era de esperar, no
encontró forma de conseguirlo, parecía que la fama
había trascendido hasta hacer imposible una visita antes
de los cuatro o cinco días posteriores. No se daría
por vencida tan fácilmente, averiguo donde era el
consultorio y ahí se encaminó con la esperanza de
poderlo hablar al menos.
Tomando el ascensor más próximo llegó al
piso 8 y caminó brevemente hasta ver el cartel indicador:
CLINICA MEDICA, siguió un trecho más hasta ver una
puerta vaivén doble con la leyenda: COSULTORIOS EXTERNOS,
para sus adentros se dijo que iba por el buen camino, un poco
más adelante pudo ver entre varias personas que se
agolpaban sobre una puerta de acero inoxidable
y vidrio opaco el número 6, ¡ahí era!, por
fin conocería al famoso Dr. que hacía milagros.
Separado de la puerta donde se encontraba el médico, a
unos tres metros se encontraba un escritorio con una mujer gorda
con uniforme militar y cofia de enfermera que seguramente
auspiciaba de secretaria, se la veía molesta por la labor
ya que debía atender a varias personas a la vez, actuar
como filtro con aquellas que no tenían turno, que por lo
visto eran la mayoría, y ella era una de esas.
Se propuso actuar rápido, descaradamente y con
naturalidad. Simplemente se paró a un costado de la puerta
sin alborotarse y pacientemente esperó a que se
abriese.
En el momento que salió una persona del consultorio, sin
hacer mucho alarde, sin esperar invitación y con total
caradurez, entró decidida, mientras lo hacía
escucho a sus espaldas la voz seguramente de la secretaria que la
increpaba:
– ¿¡Y Ud. a donde se cree que va!?- A lo que ella
contestó con naturalidad y sin detenerse o voltear:
– ¡Voy a visitar a mi hermano!- ya adentro alcanzo a
escuchar a lo lejos:
– Su ¿ qué?- La puerta se cerró y ella
cayó en cuenta de lo que acababa de hacer, de lo que esa
gente ahí afuera podría pensar, de lo que le iba a
decir al médico de lo ansiosa y asustada que estaba.
El consultorio numero seis parecía un lugar agradable pero
formal, lo recorrió con la vista brevemente y
descubrió en él cosas que no se suelen ver en
lugares así, como por ejemplo infinidad de
fotografías pegadas sobre una pared, en su mayoría
gente sonriente y algunas notas alusivas como de
agradecimiento.
Había además del escritorio formal, detrás
del cual se veía a una persona de delantal blanco de
espaldas, una pequeña mesita a la izquierda con
pequeños adornos de tipo infantil que le impartían
un aire de pediatría, una camilla, algunos cuadros y nada
más.
No se percató que mientras recorría con la vista la
habitación, el médico volteo y la miraba con una
sonrisa.
De inmediato ensayo una
especie de disculpa por la irrupción pero se quedo en la
mitad cuando se percató que se trataba de una persona de
color que además la invitaba a sentarse por su nombre.
¿Cómo sabía su nombre?.
Ambos se sentaron y de inmediato Juan comenzó a hablar con
soltura, lenta pero ininterrumpidamente y ella escuchaba absorta
las palabras que manaban de su boca como si se tratase
verdaderamente de la verdad absoluta.
– Son muchas las mujeres que me consultan por problemas para
tener hijos, en la mayoría de los casos, como creo es el
tuyo, no suele encontrarse en ellas trastorno orgánico
alguno, más bien suelen ser inconvenientes relacionados
con la ansiedad, el entorno familiar y más raramente es el
varón quien tiene…-
Realmente no podía creer lo que sus oídos
escuchaban, ella no había articulado frase alguna y el
médico le hablaba de algo tan íntimo que por si
sola no habría sabido como empezar a decirlo.
Juan descubrió en ella además de una belleza
sublime un alma que busca algo, que persigue un ideal sin saber
de que se trata, creyó ver algo que no había
experimentado aún. Entonces, sin dejar de hablar y con
toda la parsimonia posible recorrió el perímetro de
su escritorio hasta donde se encontraba ella, se agachó
tomos sus manos entre las suyas y le dio paz.

5. La caza del
jabalí

…la cuarta prueba consistió en cazar a un gran
jabalí cuya guarida estaba en el monte Erimanto.
La respuesta de su marido era más que obvia, lejos de
enojarse se burló de su mujer, machista empedernido,
militar en grado extremo, obsoleto en sus excusas se negó
a ser siquiera atendido por un "medicucho" y revelar su vida
íntima que además consideraba perfecta.
-¿Pero que fumaste vos?- Irónicamente le preguntaba
a su mujer haciendo alusión a su pasado no del todo dejado
atrás.
– Me encuentro perfectamente bien, no necesito que un doctor me
lo diga – Y continuó con una perorata interminable
que desembocaría irremediablemente en una pelea.
Clásico, el super-macho argentino que deriva los
inconvenientes de pareja en su señora, que no asume el rol
para el cual fue destinado y se marea en sus propias
explicaciones.
Fue muy difícil el tiempo que siguió a esa
conversación ambos con el resentimiento de lo recibido
como agresión, se retrotrajeron a sus labores cotidianas
dirigiéndose mínimamente la palabra.
De noche al regresar él se encontraba con la cena lista en
el horno, la mesa pulcramente puesta, como le gustaba, pero
terminaba comiendo siempre solo.
Así se sucedieron los días, las semanas y los
meses, lo que se pudo resolver de una manera digna, humana y
adulta terminó por aflojar las correas del amor en otrora
plantado con esperanza de un fruto o dos.
Ella a pesar de su esposo, continuó yendo al médico
que por sobre todo auspiciaba de escucha, atento siempre a lo que
decía como si se tratase de un amigo.
En algun momento él se dio cuenta de lo que estaba
ocurriendo, de lo cerca que se encontraba de perderla para
siempre, de lo poco que tenía que hacer para recuperarla.
Aún sin compartir la opinión de su mujer se
dignó a hablar del tema de la forma más inaudita y
en el momento menos esperado.
Víspera de Navidad,
estaba la pareja realizando compras para el
evento y mientras recorrían vidrieras por calle Esmeralda,
ambos con cara de sueño y de relación distante,
como un flechazo pasó por su mente la idea de ser otro, de
complacer a su amada.
– ¿ y como sería el tema de ver al medico ese?
– Dijo como al pasar. La respuesta espontanea, impensada
pero esperable no tardó en llegar, ella lo abrazó,
lo besó en los labios con el ímpetu del tiempo
perdido…
Así pasaron las fiestas sin mayores sinsabores, ella
consideraba haberlo recuperado, creía estar en los mejores
momentos de pareja, todo parecía armonía, respeto y
felicidad.
Por su parte, él esquivaba el tema y, sin decirlo
directamente, fue aligerando su responsabilidad asumida ganando tiempo.
Las excusas eran diversas pero efectivas iban de lo más
cómodo hasta lo absurdamente irracional, daba la
impresión de no haber caído en cuenta de lo
prometido, no tenía en apariencia, la menor
intención de dejarse interrogar por nadie del tema.
Entonces, una tarde que parecía todo olvidado ella
volvió a la carga y lo enfrentó:
– Querido, ya han pasado meses desde que me prometiste ir al
médico por lo de…, bueno por lo que los dos sabemos, por
favor no creas que no me doy cuenta que lo estas dejando de lado,
tampoco te hagas ilusiones porque no pienso olvidarme,
simplemente sé sincero y hagámoslo de una vez –
A regañadientes accedió a ir con un turno el mismo
Lunes siguiente, una vez más el jabalí había
sido cazado.

6. El comienzo de la limpieza

A continuación, Hércules tuvo que limpiar en un
día la suciedad acumulada durante treinta años por
miles de rebaños en los establos de Augias. Desvió
el cauce de dos ríos, haciendo que corrieran por los
establos.
No eran tiempos fáciles para nadie, el país se
encontraba apesadumbrado, la población leía en los mensajes
televisivos la sombra de una guerra. Guerra
inútil, como todas, pactada de antemano, dibujada por
personajes oscuros que bajo la supuesta tutela de
países más experimentados se cubrían con
alusiones a los derechos de la patria que en
realidad nada tenían de honorables, era simplemente sed de
sangre.
Para Juan el momento era doblemente difícil, tapado de
trabajo,
consumido por el amor que no
podía ser correspondido y atormentado por el dilema
ético de ver en una paciente más que lo
estrictamente profesional. Y es que simplemente no podía
sacársela de la cabeza.
Sabía con exactitud el momento preciso en el que
había caído en las redes del amor, esa
misma mañana estuvo incesantemente pensando en esa
mujer de
modales suaves, de manos como la nieve y de mente frágil.
Casi por instinto trato de dejar de lado sus pensamientos a
sabiendas que arrebatarían su dormir e indefectiblemente
terminaría soñando ocasionales pasajes de una vida
paralela que no terminaba de creer que no fuera la suya.
La esperaba, claro que la esperaba, siempre la estaba buscando
entre sus pacientes y a veces hasta la encontraba ahí,
parada en el pasillo como un ángel recién bajado
del mismo cielo, esperando con ansiedad su turno para poder decir lo
que de antemano Juan sabia que iba a escuchar.
Y su marido, siempre presente en la conversación se
perfilaba como un rival fácil no le sería trabajoso
dejarlo a la deriva, mas que una pequeña charla no le
haría falta, pero nunca aparecía.
Esa mañana se levantó, como de costumbre, con el
tiempo justo
mientras se vestía lo atacó un sentimiento de
ansiedad, de alegría ese día ocurriría
algo.
Con el correr de la mañana se fue aclarando la
visión, era ella la que se presentaría, no sola
sino con él.
Maquiavélico se dispuso a ordenar su mente con el
propósito de desorganizar la de ese ser humano que
interfería con sus planes más elaborados, con sus
sentimientos, con su futuro y debía hacer algo.
Promediando la mañana se presentó la oportunidad
esperada, sobrio y profesional, llamó a la pareja desde la
puerta del consultorio con la ficha en mano. Mientras entraban
pudo ver en sus caras la ambigüedad de lo dispar, una con
encono esperando respuesta a lo que más deseaba, la otra
con evidente enojo solo deseando que se termine todo cuanto
antes. No podía haber elegido un marco mejor,
típico de una novela de Vargas
Llosa se representaba ante sus ojos la escena típica de lo
que suelen llamar "complejo de tres".
¡Qué fácil le había resultado entrar
en la mente de ella! Pero en contraposición era muy dura
la de él.
A medida que avanzaba la consulta se iba nublando su esperanza de
introducir en la cabeza de su oponente una semilla que como fruto
de la liberación de su amada y es que ¡era tan
fuerte esa persona!.
Había menospreciado a su rival, un error tan típico
que no pudo evitar reprenderse mentalmente mientras simulaba todo
su interés
en lo que la pareja le exponía.
La fuerza, el
entusiasmo y los colores puestos
en cada palabra de ella contrastaban con la hosquedad y la forma
parca, hueca de elaborar frases por parte de él.
Necesitaba más tiempo, decidió prolongar el asunto
con un inútil pedido de laboratorio,
aun a riesgo de quedar
mal con sus colegas por solicitar algo que no hacía falta,
y es que necesitaba re-elaborar sus pasos siguientes, algo que no
sucedía con normalidad pero que se hacia imperioso
considerar.
Mientras escribía en un pequeño papel, hablaba con
la pareja sin levantar la vista, percibiendo el malestar de
él y la ansiedad de ella.
Al despedirse se prometió trabajar más intensamente
sobre el tema, la limpieza debía ser profunda para no
dejar manchas, para que no queden rastros.

7. Apartar las aves

En su siguiente trabajo apartó una enorme bandada de
aves de picos,
garras y alas de bronce que vivían junto al lago
Estínfalo y atacaban a las gentes del lugar, y devastaban
sus campos y cosechas.
Creyó haber cumplido simplemente con concurrir a la
consulta, no era su intención realizarse prueba alguna,
consideró haber hecho suficiente, pensó que con eso
su mujer se encontraría complacida. En vano puso
empeño en convencerla que no hacía real falta
continuar con algo que la naturaleza por
si sola se encargaría de arreglar. Con ello reanudaron las
discusiones del tema; férrea posición
adquirió ella ante la negativa constante de él, no
hubo tregua esta vez y se desencadenó una especie de sitio
a una ciudad fortificada que parecía destinada a
permanecer en esa actitud de por
vida.
Para el observador descuidado los esposos gozaban de la salud de un matrimonio
perfecto pero en el seno mismo de esa pequeña comunidad
había sangre derramada todos los días, no
existía toque de queda, no se recogían los heridos
y por fuerte que pareciese alguno de los dos bandos de alguna
forma terminaba el día mal herido como su oponente.
– Vamos a ver si esta tarde te podes hacer los análisis
– Esta tarde tengo reunión del consejo por el tema de
Malvinas
– Bueno por la mañana, entonces te espero directamente en
el Hospital Naval –
– Podría ser si me autorizan la salida, hay mucho trabajo
de campo con esto de la supuesta guerra, ya sabes como es la
cosa… –
Ambos mantenían la temática de su esquema de
conducta, no era
fácil para ninguno, pero estaban lejos de rendirse.
¿Acaso las cosas ocurren casualmente? ¿No es por
algun designio divino que las personas se encuentran ante
caprichos de alguna fuerza superior que ofrece la salida
más insólita a las ventanas abiertas de la vida
diaria?
En el caso particular de ellos, fue la menos pensada, fue la
guerra que distanció las barreras y puso un alto el fuego
al tema principal de disputa, de la forma más inesperada,
de un día para el otro, le tocó a él ir a
las islas a combatir, le tocó a ella quedarse cual
Penélope esperando a su amado quizás no tejiendo
como la esposa de Ulises en la mitología griega, pero si escuchando a toda
hora Radio Nacional
que daba noticias de
las islas en forma de "comunicados".
Había mucho miedo en ese avión, a pesar de
transportar lo más selecto del personal de
intermedia militar de campo, parecía que se encontraba en
un transporte
escolar lleno de niños
que van a su primer día de clases. No faltaban llantos,
rezos de todo tipo y alguno que otro aprovechaba para
descansar.
Él, lejos de estar asustado, llevaba consigo una carga de
adrenalina y ansiedad que lo dejaba muy por encima del resto,
además era el cabo a cargo del pelotón y no
podía darse el lujo de mostrar emoción alguna.
Pétreo rostro de jugador de póker no evidenciaba
ningún tipo de sentimiento que pudiera ser negativo para
la misión que
se disponía a cumplir. Se trataba de sostener la base de
Goose Green (en Malvina del Sur) que se hallaba hostigada por los
británicos quienes ganaban en número y tecnología.
Era ese el momento para el cual se había preparado su vida
entera, tranquilo pero a la expectativa de lo que podría
ocurrirle.
Espíritu de luchador lo mantenía firme y hasta el
aterrizaje no se movió prácticamente,
escuchó a lo lejos la orden de descender y con el fondo
ensordecedor de los motores de
hélice puso pie por primera vez en Islas Malvinas.
Incesante traqueteo de máquinas
de matar se sentía por las noches, la muerte
visitaba cada pasillo de las tiendas sin ser vista, muchos de sus
compañeros, jóvenes que eran casi niños y
oficiales de alto rango perdían la vida a diario.
En cada misión de reconocimiento de zona volvían
con caras de tristeza y bajas importantes, así pasó
ese terrible día pardo y frío que con barro de la
anterior salida y escasez de
municiones le tocó reconocer última línea
acompañado de un pequeño grupo de
"colimbas" que daban la impresión de mearse en los
pantalones.
-¡Soldados a mis espaldas sin hacer ruido!-
Ordenaba al tiempo que avanzaba a pocos metros de la hondonada
provocada por un proyectil que seguramente había tenido
como blanco un helicóptero británico.
-¡Formación de uno!- Y se arrastraba sin que se
escuchase mas que su propia respiración agitada y algun
esporádico:
– Dios mío –
El panorama era terrorífico y de haber habido algo
más de temperatura
las moscas se habrían hecho un verdadero festín.
Los cuerpos mutilados de sus compañeros, apenas
reconocibles, la mayoría de ellos, yacían sobre el
pasto escarchado de ese suelo que se
decía ea argentino.
Por radio se le impartían instrucciones algo
encontradas:
-¡Avance!- y luego:
-¡Retroceda!, más tarde:
-¡Mantenga! mientras él veía como las fuerza
enemigas se alistaban para un nuevo ataque.
-¡Hay movimiento de
frente hacia usted!- informaba con precisión.
Y luego el infierno, el infame rostro de la muerte se
mostraba con toda naturalidad.
Las balas llegaban de todas partes, no había blanco
seguro y no
había lugar adonde apostarse, no había salida, el
sonido de
la radio se
escuchaba monocorde detrás del insostenible maquinar de
ametralladoras y fusiles, un colimba a su derecha entre lagrimas
y puteadas no paraba de disparar su F.A.L., acostado a
centímetros de él, como buscando
compañía pero sin darse cuenta que además de
no dejar escuchar la radio lo estaba dejando sordo.
-¡Cabo mueva su pelotón de ese agujero!-
-¡Están en zona de tiro por el amor de Dios!-
Repetía una y otra vez la radio, no era tan simple como
parecía no había escapatoria, intentó
convencer al operador del otro lado de la situación
solicitando refuerzos pero recibió un disparo.
Caliente, rojo y húmedo. Así se sintió una
herida de bala acertada en el cuello.
No fue un final malo, la guerra tuvo un epílogo esperado,
agradecidos fueron entregados a Argentina la mayoría de
los soldados atrapados con vida, los fallecidos y los
heridos.
Dentro de este selecto grupo se encontraba él lo que
apresuró su regreso a la patria, sin mayores honores que
el recibimiento cálido y preocupado de su esposa, algunos
amigos y familiares.
Mientras bajaba en camilla con el ensordecedor ruido de motores
de fondo y un ajetreo constante de aeródromo militar,
obligado a mirar hacia arriba vio un pequeño grupo de aves
que se alejaba como huyendo de algo que las azuzaba.

8. La entrega del toro

Para cumplir su séptimo trabajo, Hércules
entregó a Euristeo un toro furioso que Poseidón,
dios del mar, había enviado para aterrorizar a Creta.
En el Hospital Naval de Buenos Aires
el trabajo era
incesante, no había descanso, ni momento alguno para la
reflexión o intermedios que permitieran evaluar casos
complicados, se trabajaba a un ritmo devastador. Los heridos de
la guerra no paraban de llegar, casi siempre se trataba de
oficiales alto rango o soldados heridos en combate en forma
heróica, de una u otra forma eran personas que recibian
trato especial cosa que hacia doblemente trabajosa la labor del
personal.
Juan no era un privilegiado ni mucho menos, su actividad se
intensificó al punto de permanecer en el Hospital poco
menos que todo el día.
Los casos graves se multiplicaban las consultas se
restringían y siempre había algun enfermo en
particular que debía ser evaluado con periodicidad y
más exhaustivamente, en algunos momentos del día
realmente odiaba haber elegido esa profesión su tiempo
particular prácticamente no existía.
Como encargado de la sala 12 de Clínica Médica
tenía a su cargo cuatro camas además del ingreso
por guardia de ocho horas diarias y frecuentemente era consultado
por colegas de otras especialidades y de la suya
también.
El ingreso de un paciente en su sala herido de bala en la guerra
no le pareció raro ya que Cirugía no daba abasto
con los que a diario llegaban de las islas.
Se trataba de un paciente compensado, según le dijeron,
recientemente operado por recibir un proyectil en la zona del
paquete vasculonervioso con desgarro de la vena yugular, que se
recuperaba lentamente, además portaba una hipoacusia
derecha producto de un
trauma acústico por disparos cercanos.
Al leer el nombre del paciente no pudo evitar la sorpresa de lo
absurdo que el destino suele ser, era él, el marido de su
amada el que ahora caía en sus manos. Tal vez no era del
todo malo, penso que el hecho de poder manipularlo a su antojo
tenía que dar algun fruto, pero…¿era lo
correcto?. El dilema se volvió a plantear:
¿debería utilizar su don para beneficio personal y,
tal vez, en perjuicio de terceros?. Algo para decidir con la
marcha de los acontecimientos, creyó.
No le pareció ni remotamente casual, estaba segura que el
destino había puesto a su marido en manos del doctor que
él mismo evitaba ver, no supo con exactitud que
sensación se apoderaba de ella al entrar la sal 18 pero
había algo bueno en el ambiente.
La sala era sobria, sin mayores decorados con paredes blancas que
daban la impresión de recién pintadas y colgado de
la cabecera de la cama de su esposo había un cuadro de la
virgen del Rosario de San Nicolás, tres pacientes
más compartían la habitación y las camas se
separaban con biombos con cuadro metálico negro y una tela
amarillenta que le daba un aspecto de milicia a la
habitación.
Entró como tímida y vio el cuadro de su marido
recién salido del quirófano, adormecido pero con
evidencias de
dolor aun.
Llevaba su pijama a cuadros verdes y negros que más
parecía un uniforme de camuflaje que ropa de cama. Su
cuello se encontraba extendido hacia el lado derecho y se
evidenciaba un vendaje gigantesco con algunas manchas de sangre
seca, por alguna extraña razón creyó amarlo
más que nunca, el hecho de verlo indefenso, expuesto e
intentando en vano hablar con coherencia le resultó muy
tierno.
– Hola mi amor – Dijo al tiempo que se acercaba tomando su
mano.
– ¿Cómo estas hoy? – Él intentó
en vano hilar una frase alusiva o un saludo pero su boca no
respondió y un arroyo de baba se corrió por su
comisura.
Ella a la vez que lo limpiaba con una servilleta de papel, lo
consolaba:
– ¡Shh!, no intentes decir nada todavía por favor,
la operación salió muy bien, vamos a estar
excelentes a partir de ahora, te amo, no hables –
Una pequeña pero visible lágrima se escurrió
del ojo de él a modo de respuesta por lo que su más
preciado tesoro le acababa de decir, y es que a pesar de todo,
él también la amaba, nunca dejó de hacerlo,
amor era lo único que podía hacer entrar en su
mente cuando pensaba en ella.
Juan se dio cuenta que interrumpía un momento
íntimo y con un suave carraspeo se anunció entrando
decididamente a la sala. Creyó sentirse molesto pero en el
instante que ella se ponía de pie se recompuso.
– ¡Pero qué sorpresa!- Disimuló con orgullo
profesional.
– Si se trata de ustedes, las vueltas que da la vida,
¿no?-
Juan mentalmente recompuso el ritmo cardíaco de ella hasta
llevarlo a un suave golpeteo acompasado y la libró de toda
ansiedad, la hizo sentir cómoda y con las
típicas palabras suaves, lentas y pensadas comenzó
su oratoria con
intención de obtener la información que precisaba de la mente de su
rival.
– Bueno, la herida que el cabo recibió no reviste gravedad
alguna al menos por ahora, se trata de una lesión
superficial pero que lamentablemente afectó una
zona…-
Como un acorazado, él se negaba a ser abordado y Juan se
veía esforzándose por sacar en claro algo de su
cerebro. Aunque
en vano continuó su búsqueda durante toda la entrevista
que mantuvo en la pequeña sala.
Esa misma noche, que le pareció más larga que las
habituales, mientras repasaba el panorama de sus pacientes
miró por primera vez y con detenimiento la lista de
pacientes internados en toda la sala, quizás por el
destino mismo, caprichoso y cruel podía esta vez crear un
ambiente propicio, una situación interesante para lograr
su plan,
requeriría mucho trabajo, no despertar sospechas en el
resto del personal y planificar con detenimiento cada paso a
dar.
Terminó ganándole el sueño y en sus manos,
arrugado yacía un expediente médico con rojo
pintado en el frente la palabra :"TORALES".

9. La carnada humana

Para recuperar las yeguas de Diomedes, rey de Tracia, que se
alimentaban de carne humana, Hércules capturó al
rey, se lo ofreció como alimento a las yeguas y
después las condujo hacia Micenas.
Por supuesto que recordaba al profesor
Torales, su mentor de niño, también recordaba
agrias discusiones que había mantenido durante su adolescencia
entorno a la practicidad de lo correcto y la ética, que
según palabras de Juan, "pasó de moda antes que
existiese el hombre como
tal".
No esperaba que la vida le presentase una chance tan simple de
cumplir con su sueño, su tan anhelado sueño de
estar con la mujer amada
para la cual se creía hecho desde siempre, para la que
Juan había nacido y de quien podría depender su
existencia toda.
Para llevar a cabo su retorcido plan necesitaría estar en
el mismo espacio físico que sus dos víctimas (ahora
eran dos), otros elementos le harían falta pero la base y
los personajes se hallaban correctamente dispuestos para su
fin.
Entonces, Juan solicitó con alguna excusa programada el
traslado del profesor Torales a su sala, más exactamente a
la cama de al lado del esposo de ella.
Ni el mismo profesor que tanto conocía a Juan
sospechó algo malo, sino por el contrario, se
alegró que su "negrito sabio", a pesar de los años
y los hechos ocurridos, se acordase de su viejo amigo y lo
pidiese para acompañarlo en este momento difícil de
su vida como era estar enfermo.
El intelecto superior y la avidez por nuevos conocimientos de
Juan pusieron sobre aviso en la juventud del
profesor que estaba frente a una mente privilegiada, sostuvo
tenaz la necesidad de una educación especial y
siguió muy de cerca sus pasos e incluso lo
acompañó en más de una oportunidad a clases
magistrales de la facultad en las que con orgullo casi paternal
veía a su "negrito sabio" convertirse en un hombre de
cultura
amplísima y capacidad de aprendizaje
ilimitada.
También con desazón advirtió como su pupilo
se apartaba tenuemente de la línea de lo convencional
incursionando en temas controvertidos y, a sus ojos,
desperdiciaba la posibilidad de volverse realmente una mente
brillante para abrirse paso a lo desconocido.
En alguna oportunidad intentó discutirlo con Juan pero en
vano, hablaba de lo que no solo no conocía sino
además le temía. La reacción de su negrito
fue indescriptible ya que sintió como se introducía
en lo más profundo de su ser moviendo sus sentimientos y
sus voluntades como piezas de ajedrez. El
miedo se hizo dueño del profesor y sin insistir, se
alejó con una sensación paradójicamente
reconfortante.
Pero en ese momento todo parecía haber cambiado, lejos del
esoterismo que pareció apoderarse de la mente de Juan, se
dedicaba a practicar la medicina
convencional y más práctica que había: era
clínico, y más aún, sería a partir de
ese momento su médico.
Alegre, si, esa era la palabra, estaba contenta de verdad. No
creía que fuera a ser para bien nada de lo ocurrido, la
guerra, la herida de su esposo ni siquiera la internación,
pero una vez más se dejó llevar por su
espíritu libre y consolidó su onda de positividad
canalizándola en la recuperación de su amado.
El simple hecho de ver una cara conocida, la de su médico,
la llenó de la más simple y sincera felicidad, es
que no había otro mejor, no había nadie más
en quien pudiese confiar, no había un ser humano
más bueno y…¿De que se trataba todo esto?,
¿Qué clase de
pensamientos eran esos que súbitamente había en su
mente?, no, no podía ser ella misma, algo superior
comandaba sus sentimientos, no podía ver con claridad,
debía recurrir a su cable a tierra, a su
fiel compañero, al porro, marihuana era
la solución para casi todo.
Mientras trasladaban al profesor a la cama más
próxima a la de él, tuvo una sensación
similar a la vivida en sus días de cadete, cuando se le
enseñó a hacerle caso al instinto. Una especie de
deja-vu paso a vuelo rasante por su mente todavía aturdida
por el impacto y la cirugía, un presentimiento no del todo
alentador se le fue acercando lentamente hasta casi poder
tocarlo, algo andaba mal.
Al disfrutar de un cigarrillo de marihuana, ella se transportaba
a un mundo feliz, generalmente lo visualizaba en su antiguo bar
hippie, ambientado como una cueva de hadas, un bosque, algo
mítico que le otorgaba paz, en esta oportunidad no fue
así, su panorámica era distinta, no sabía
con exactitud que, pero algo la perturbaba manteniéndola
vigil, atenta, lejana al ambiente fabricado a propósito en
su departamento, ni la oscuridad reinante, ni la música suave, ni los
sahumerios la dejaban escapar de los pensamientos sucios que la
habían atormentado todo ese día. No podía
ser cierto que pensase algo sucio de su médico que, por
otra parte, sabía no la atraía. Algo raro estaba
pasando.
El sábado era el día indicado, a Juan le tocaba
guardia activa y durante el día entero estaría
prácticamente solo a cargo de todo el servicio y
solo una enfermera, que de noche aprovechaba para descansar,
podía significarle una mínima traba. Debería
pulir los últimos detalles, conseguir los elementos
necesarios y el resto dependía de él. Si, esa sería su oportunidad.

10. La muerte de la reina

Hipólita, reina de las amazonas, deseaba ayudar a
Hércules en su noveno trabajo. Cuando Hipólita
estaba a punto de dar a Hércules su cinturón, que
Euristeo quería para su hija, Hera dijo a las amazonas que
Hércules intentaba raptar a la reina y estas lo atacaron.
Entonces el héroe mató a su compañera,
creyendo que era responsable del consiguiente ataque, y
escapó llevándose el cinturón.
Era un simple intercambio, el plan de Juan consistía en
llevar de un cuerpo al otro las mentes de las personas que
deseaba manipular. La posibilidad de que el profesor esté
también le simplificó las cosas aun más.
Bajo los efectos de un poderoso anestésico tenía
pensado extraer del cuerpo del esposo de su amada su ser, su
esencia o bien su alma. Acto
seguido haría lo propio con el profesor, en cuyo cuerpo
depositaría la mente del cabo. Por último, y
más difícil, se llevaría a si mismo, su
experiencia, intelecto, su cerebro entero, hasta el cuerpo del
cabo y la mente del profesor al suyo.
Las posibilidades de que algo fallara existían pero
valía la pena correr el riesgo, la balanza se inclinaba a
su favor, todo se encontraba dispuesto para tener a la mujer que
deseaba a su lado.
La noche de ese sábado pasó por lado de la
enfermera de turno y, como nunca, la encontró despierta,
ensimismada en sus labores.
– Buenas noches – Dijo mientras mentalmente la
inducía en un sueño profundo. Cargando en su
maletín las drogas
necesarias se dirigió con paso seguro a la
habitación 12.
Con algo que no estaba en sus planes se encontró ni bien
cruzó la puerta, ella estaba sentada junto a su marido
conversando plácidamente. Saludo cortésmente y
tratando de disimular pensaba la forma de alejarla de
ahí.
– ¿Qué tal? – Dijo en forma casual.
– Acá estamos, doctor, contentos de ver como se recupera
con rapidez y esperando tenerlo en casa cuanto antes –
Algo sospechaba él ya que con el ceño fruncido y
cara de sorprendido preguntó sin ningún tipo de
gentileza:
– ¿Y usted que hace por acá a estas horas?, es la
primera vez que un médico visita a sus pacientes a la
madrugada, que yo sepa –
– Yo no soy un médico cualquiera – contestó con
evidente sorna.
– Soy un médico brujo – Sin mover un músculo
siquiera apagó las luces de la sala y transformó a
la mujer en un guiñapo durmiente en un abrir y cerrar de
ojos.
Él hizo rápidamente un diagnostico de
situación como había sido enseñado en
años de militar bien entrenado, no dejó que el
pánico
primase y se prometió actuar con rapidez. Vio a su lado
tres pacientes sumidos en un sueño profundo, demasiado
profundo tal vez. Su mujer respiraba acompasadamente mientras
dormía como narcotizada, no se veía más que
las sombras de todo y él en cama con un balazo en el
cuello.
Realmente era una batalla difícil de librar, casi sin
armas y con
solo su voluntad debería vencer a un oponente que contaba
con atributos no del todo parejos para la pelea.
– ¿Qué pretendes, negro de mierda? – Dijo
mientras ganaba tiempo y se iba levantando. Se sintió con
fuerzas para pararse y lo hizo.
De pie, parecía más difícil para Juan, se
dio con la novedad de que no solo no podía doblegar la
mente del cabo sino que además era casi imposible de
vencer en una batalla cuerpo a cuerpo.
Decidió entonces utilizar a su viejo amigo el profesor, de
un salto lo hizo levantarse de la cama y lo indujo a atacar a su
oponente.
– ¿Y este viejo que quiere? – Se preguntó
él en voz alta a la vez que lo veía acercarse con
decisión y furia que le recordaba algunos pasajes de la
guerra que acababa de dejar atrás.
De alguna forma, Juan se vio superado en las tareas que
debía realizar a la vez, no era fácil mantener a la
enfermera y a la mujer del cabo dormidas, inducir al profesor que
ataque a su enemigo y preparar los anestésicos que no
tenía idea como iba a inyectárselos a alguien que
se movía con la agilidad de una pantera.
Algo falló, en algún momento perdió la
concentración y se le escapó algun pequeño
elemento de los que con su don manejaba.
La luz se
encendió nuevamente y se pudo ver con claridad la pelea
desigual entre el viejo que portaba como toda arma un florero y
el cabo que con sus manos le hacía una llave en el cuello
y lo mantenía asfixiado mientras le gritaba:
– ¿¡Eso es todo lo que tenés para darme
basura!? –
– ¿!No se te ocurre nada más!? –
Si, claro que tenía más para dar, no se hizo
esperar la reacción del negro mago, Juan con el
último tirón que le quedaba de fuerza mental,
reaccionó despertando a la mujer y colocándola en
la posición de atacante.
Ella se puso de pie aun entre sueños y se dirigió
decidida a intentar matar a su marido.
Él se derrumbó ante la ofensiva vil que se le
presentaba como una bajeza sin razón y comprendió
que era ella la que el médico deseaba, no supo de que
manera reaccionar y bajó la guardia.

11. La erección de las columnas

En su camino a la isla de Eritia para capturar los bueyes de
Gerión, un monstruo de tres cabezas, Hércules
erigió dos grandes columnas (los peñones de
Gibraltar y de Ceuta, que bordean ahora el estrecho de Gibraltar)
como monumentos conmemorativos de su hazaña.
Degeneración cerebral progresiva, enfermedad de Alzheimer,
locura temporal, solo algunos justificativos que la ciencia
médica tradicional puso para titular al asesinato de una
mujer que visitaba a su marido enfermo, veterano de la guerra de
Malvinas, en manos de un profesor que se encontraba internado por
un problema de diabetes.
Nada de eso pudo consolar al más desdichado de los
concurrentes al funeral de ella, su esposo, todavía
convaleciente, no encontraba razón para seguir existiendo,
atónito miraba la tumba de su amor que se elevaba
majestuosa sobre las demás con ornamentación de
mármol típica y dos pequeñas columnas
sostenían la placa de bronce con su nombre y las
características fechas de nacimiento y
defunción.
"Devota esposa, amante fiel e irreparable pérdida para
toda tu familia",
injustificable muerte que no se compondría con las
más bellas frases ni todo el mármol del mundo.
Juan asistió al velorio con un sentimiento de culpa que lo
perseguiría de por vida, no es que fuera algo que
molestase su conciencia ya que
creía carecer de ella, sino que por su propio accionar no
llegó siquiera a poder expresar sus sentimientos a esa
mujer que ahora yacía bajo tierra.
Pensó que su vida no sería la misma y que
debía abandonar la medicina así como el resto de
sus prácticas paralelas, lo pensó un segundo tan
solo, luego lo desechó por completo.
Él esperó pacientemente que se retirasen todos los
concurrentes a sabiendas que lo querrían dejar un momento
solo, también esperó que Juan se quedase para poder
poner de una vez por todas las cartas sobre la
mesa.
Uno a uno fueron escapando del tortuoso acontecimiento que suele
ser la muerte de un ser querido.
La gente se iba y con rapidez subía sus vehículos
tratando de dejar atrás lo que más miedo da, Juan
intentó hacer lo propio pero fue interceptado por el viudo
de forma poco amistosa, fuertemente sostenido del brazo, escucho
las palabras que salían entre dientes apretados de la boca
del cabo:
– Vos negro de mierda te quedas acá –
– No creo que te vaya a servir de mucho – Contestó sin
demostrar miedo alguno. Sufría de pensar que era
invencible en el campo que más se tentaba a deslizar el
enfrentamiento, no había chance alguna de intentar
siquiera tocar la mente de ese hombre que parecía
amurallado, tampoco disponía de ánimo suficiente
como para probarse físicamente. También Juan estaba
de luto y se lo hizo saber mientras se alejaba el último
de los participantes de la despedida a ella:
– A mí también me duele –
– No, ahora vas a saber lo que es el dolor, ¡basura!
– Sintió que le decía al oído con
rabia y algo de aliento alcohólico.
Se preparó para lo peor y con el cuerpo tenso
esperó el golpe que se veía llegar de un momento a
otro.
Nunca llegó, Juan no recibió ni una palmada en su
cuerpo, si bien era intenso el dolor que le imprimía al
sostenerlo del brazo, esperaba recibir al menos un buen golpe de
puño o una patada, algo, pero no ocurrió nada de
eso.
El rostro del cabo se fue desfigurando delante de él en
una mueca infernal, con los ojos enrojecidos que parecían
querer salir de las órbitas, los dientes parecían
aterradores, crecían y se afilaban momento a momento,
además el cabello se erizó como por una
súbita ráfaga, no sabía con exactitud lo que
estaba ocurriendo pero lo invadió el pánico y en
vano intentó soltarse o maniobrar mentalmente la
situación, estaba perdido.
Casi de inmediato lo invadió una sensación de
pánico, un dolor corporal no determinado que al principio
se ubicaba en el pecho, opresivo o desgarrante, no lo supo
precisar, poco a poco se fue deslizando hasta entrar en la zona
del cuello en donde además lo asfixiaba, tenía
necesidad de respirar más pausadamente porque el aire
parecía negarse a entrar, el dolor fue creciendo hasta
hacerse insoportable, sintió que no aguantaría
más y que perdería el conocimiento,
y de hecho probablemente hubiera sido así sino hubiese
mediado un componente nuevo: al dolor, la sensación de
ahogo y el miedo se le sumó una tristeza infinita que no
sabía de donde provenía pero si quien se la
provocaba: ¡Era él mismo!.
En medio de la tortura que significaba encontrarse a merced de un
oponente muy superior, Juan descubrió al fin en donde
radicaba todo su poder: era un espejo.
Él nunca supo con exactitud como pero tenía la
capacidad de ser invulnerable, de dañar a los demás
de la forma que intentaban atacarlo, jamás se le
ocurrió siquiera ponerse a investigar si podía
beneficiarse con ello, él era militar y se debía a
su futuro, no tenía real necesidad de utilizar poder
mágico alguno por tentador que pareciese, no hasta ese
momento en el que concentró toda su energía, su
bronca y su dolor en lastimar a quien le había arrebatado
a su ser más querido.
Matarlo hubiera sido fácil, mejor dejar que viva con el
peso insostenible de la lesión que se provocó a
sí mismo y la que el cabo se encargaría de
proporcionarle.

12. El mundo sobre los
hombros

Después de que Hércules se llevara los bueyes,
fue a buscar las manzanas de oro de las
hespérides pero como no sabía dónde estaban
esas manzanas, pidió ayuda a Atlas, padre de las
hespérides. Atlas accedió a ayudarlo si
Hércules, sostenía el mundo sobre sus hombros,
mientras él conseguía las manzanas.
Bajo la tensión insostenible de la pena aplicada, Juan
continuó con su rutina diaria. Su actividad hospitalaria
lo mantenía ocupado pero no conseguía olvidar ni
por un instante aquello que le provocaba un dolor casi constante.
Como una película vieja en blanco y negro, sin
autorización le aparecían una y otra vez los
recuerdos trágicos de lo ocurrido con aquella mujer de
rostro infantil, ojos claros como la miel, manos de princesa que
se movían como con vida propia y un alma digna de un
ángel, su amada, que de suya solo tuvo para sí el
título ya que nunca siquiera alcanzó a expresarle
lo que sentía.
Había días en los que simplemente no podía
seguir adelante, y si lo hacía, era pura voluntad; los
pacientes le molestaban, el trabajo lo superaba y ya no deseaba
ver dentro de la gente por miedo a encontrarse con algo que no
desease.
Próspero y exitoso a merced de su fama ganada podía
darse algunos lujos y la vida la vivía con rapidez con la
esperanza de que terminase pronto. Como era de esperarse se
casó y muy bien, el amor llegó tarde y de una
manera tenue, pálida y con el sabor del segundo puesto en
el podio. Nunca supo porque, pero de él no tuvo noticias
más; mejor así.
En el fondo, Juan sabía que tarde o temprano
terminaría encontrándose con él, no
creía que fuese a ocurrir algo similar a lo de la
última vez, pero de solo pensarlo sintió deseos de
haber muerto ese día en el cementerio.
Así con la pereza de los años de adulto joven, fue
pasando el tiempo, lento pero indiscutible; parsimonioso y con
estigmas, el dolor no cesaba, nunca.
De esa forma dejó que el paso de la vida se
adueñase de él, trabajando a un ritmo cada vez
más lento y con las horas justas para poder escaparse a
tiempo.
Era exactamente lo que se propuso de joven no ser: médico
de consultorio, viejo, triste, aburrido y con pocas pulgas, sus
hijos le estorbaban y evitaba llegar temprano a su casa para no
tener que conversar con su mujer.
Hacía poco que había cambiado el coche,
compró uno de lujo, negro como su alma. Además lo
polarizo en los vidrios para no tener que ver tan claramente la
realidad, esa noche manejaba cansado y decidió dar un
rodeo mayor al habitual para hacer un poco más de
tiempo.
Manejando por Libertador, dobló hacia la derecha en una
esquina y aceleró.
No había semáforos en esa zona, piso el pedal
derecho un poco más y giró nuevamente a la derecha,
un poco pegado al cordón de la vereda tal vez, y al
hacerlo se dio cuenta de casi haber pisado a una persona que
llevaba un perro.

13. El ultimo
trabajo

Partes: 1, 2, 3
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