Monografias.com > Antropología
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Inmigración y literatura: los asturianos



    1. Los motivos
    2. Somao
    3. En el mundo
    4. En la
      Argentina
    5. Testimonios
    6. Novelas
    7. Cuentos
    8. Notas

    En esta monografía
    cito a Luciano Méndez Muslera, quien explica los motivos
    por los que los asturianos dejaron su tierra, y me
    refiero a los testimonios, biografías y obras
    literarias de la Argentina y del
    extranjero, en los que aparece la inmigración de ese origen que llegó
    a América
    entre 1850 y 1950.

    Los
    motivos

    En el sitio "Asturias en la emigración", Luciano
    Méndez Muslera enumera los motivos que llevaron a los
    asturianos a emigrar; habla de la imitación e
    inculcación, la salida de los hidalgos segundones y gente
    acomodada, los "ganchos" o agentes de los armadores, la
    evasión del reclutamiento
    militar, y los motivos económicos o de población (1).

    "Según aumentaba el movimiento
    emigrador – explica Méndez Muslera-, parece que se fue
    rebajando la edad a la que se embarcaba, son dos los motivos
    principales, por un lado está la imitación del
    vecino del pueblo que se marcha y triunfa en América, volviendo con fortuna, por otro
    lado se les inculca a los niños
    la idea de que al llegar a los quince años tienen que
    partir para América, al lado de algún pariente o
    amigo. Este ‘echarles de casa’, que
    caracterizó la educación aldeana
    de Asturias, es el signo que encontramos con mayor imperativo
    entre la colonia asturiana del Uruguay. Se
    les decía: ‘tienes que ir a la escuela y
    aprender mucho para que luego te vayas a América’
    ".

    "La salida de hidalgos segundones y gente acomodada
    cuando la emigración no era aún masiva, ha servido
    de apoyo a planteamientos como el que la emigración desde
    las provincias del norte de España
    excepto Galicia, no se debía a la falta de trabajo, ni a
    causa alguna física o
    económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban
    a causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos,
    santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños
    capitales y una formación cultural adecuada".

    "Uno de los motivos de la salida de los campesinos
    asturianos hacia la emigración –continúa
    Méndez Muslera-, era la propaganda
    ‘ilícita’ de los agentes o armadores por sus
    anuncios y reclamos notoriamente falsos. Estos agentes de los
    armadores, se dedicaban a hacer publicidad de los
    próximos viajes y
    también a arreglar los papeles para la salida de los
    campesinos. Ya avanzado este siglo esta especie de Agencias de
    Viajes para
    Ultramar pasaron a estar sometidas al control de las
    Inspecciones de Emigración (la de Asturias se hallaba en
    Gijón), recibiendo el nombre de ‘Oficinas de
    Información y Despacho de Pasajes para
    Emigrantes’ condición que obligaba a llevar un
    Libro de
    Registro’, con los datos relativos
    al comprador de cada uno de los pasajes y un ‘Copiador de
    Cartas
    con la correspondencia relativa al mismo asunto; ambos libros
    tenían que ser visados por la Inspección
    correspondiente".

    Luciano Méndez Muslera menciona como motivo de
    emigración de los asturianos la evasión del
    reclutamiento
    militar: "el sistema de
    reclutamiento era de tiempos de Carlos III y consistía en
    tomar a un mozo de cada cinco de reemplazo (de ahí que se
    les defina con la palabra ‘quintos’ a los reclutas)
    quedando así vinculado a la tropa por un período de
    ocho años, aunque por diversas causas económicas
    del estado
    español
    en aquellos tiempos, se llegaron a conceder licencias temporales
    (preferentemente durante las cosechas)".

    Los españoles no estaban de acuerdo con esa
    reglamentación: "El sistema de
    ‘quintos’ fue muy contestado (motín 1773
    Barcelona) y también fue rechazado por algunas localidades
    como Madrid, así como también por profesiones como
    licenciados, clérigos, maestros de escuela, etc".
    Como en todo reglamento, siempre había excepciones: "el
    sorteo no se hacía con rigor y el quinto sorteado era
    sustituido por un pobre o vagabundo, si el médico no lo
    declaraba incapacitado. Esto dio lugar a que los más
    desamparados o sin influencia alguna fuesen al servicio
    militar". Además, "en 1837 quedó establecido que se
    podía sustituir la obligación militar por una
    cantidad de dinero, (…)
    estas cantidades estaban muy por encima de las posibilidades de
    los campesinos asturianos".

    El período de reclutamiento, ya largo, se
    extendió décadas más tarde: "En el
    año 1885 se estableció también que la
    duración del servicio
    militar se fijara en doce años, desde la entrada en la
    caja de reclutas hasta el término de la segunda reserva".
    Y se agrega una nueva alternativa: "También se crea la
    figura del sustituto, otra de las posibilidades de librarse del
    servicio militar; los quintos destinados en ultramar
    podían buscarse un sustituto, que debería ser de la
    misma zona, soltero o viudo sin hijos y sin sobrepasar los
    treinta y cinco años. Esto dio lugar a que los
    dueños de las caserías llegaran a amenazar a sus
    inquilinos con perder la casería que tenían en
    régimen de alquiler si uno de sus hijos no hacía el
    servicio militar en sustitución de un hijo del
    dueño de las fincas". Recién en la segunda
    década del siglo XX deja de llevarse a cabo esa
    práctica: "Estas reglamentaciones siguieron en vigor hasta
    1912 en que se suprimieron y aparecieron otras formas de servicio
    militar".

    No sólo la posibilidad de ser reclutados alarmaba
    a los jóvenes: "Esta larga duración era suficiente
    para animar a la emigración, pero a esto se
    añadían las guerras
    (Cuba,
    Filipinas, carlistas en España y
    otras guerras
    coloniales, sobre todo la de Marruecos que fue la que más
    alto grado de emigración produjo). Esta emigración
    llegó a ser tan alta que en el sorteo de quintos de 1892
    había un 78% de ausentes en el municipio de Soto del
    Barco. En el período de 1915 a 1920 en Asturias se
    llegó al mayor número de prófugos
    (exceptuando Canarias) llegando a ser más del doble de la
    media nacional. El emigrante no manifestaba que su viaje era una
    forma de evadirse de la ‘quinta’ (ni en el momento de
    la partida ni tampoco después, para no ser tachado de mal
    patriota)".

    "Es de tener en cuenta también los factores
    económicos –dice Méndez Muslera-; con la
    desamortización de Mendizábal se agrava la
    situación de los campesinos, al elevar los propietarios
    las rentas de las caserías, forzando a los campesinos a
    emigrar, a la vez que impedía también el que los
    colonos pudieran acometer mejoras en la explotación.
    El
    periódico ‘El Carbayón’ el 13 de
    enero de 1881 escribía ‘Dénles (a los
    labradores) tierra
    fértil que cultivar y arrendamientos ventajosos,
    más estimación y menos desdén,
    alívienlos de los impuestos y
    disminuyan el precio de
    arriendo; entonces la emigración disminuirá, porque
    nadie va a buscar lejos lo que puede hallar en su hogar’
    ".

    "También el factor poblacional es de tener en
    cuenta, ya que en la segunda mitad del siglo XIX las altas tasas
    de fertilidad alcanzadas no permitían ofrecer tierras a
    los hijos a través de nuevas particiones de
    caserías por alcanzar éstas una extensión
    mínima. Esto añadido a la elevación de las
    rentas y de los impuestos forma
    otro pilar fundamental como causa de
    emigración".

    Somao

    El puerto de Somao fue durante el siglo XIX el "lugar
    por donde salieron de Asturias con rumbo a América los que
    hoy conocemos como ‘indianos’; Somao a una distancia
    de unos 10 km de este puerto del concejo de Muros del
    Nalón; envió a muchos de sus parroquianos a la
    emigración que durante esa época partía
    hacia México y
    Cuba
    principalmente".

    "Después muchos de ellos regresaron a su tierra
    con mayor o menor fortuna, algunos enviaban desde el otro lado
    del charco dinero para
    aumentar el nivel de vida de su pueblo, incitando también
    la formación de nuevos indianos. Todo esto fomentó
    la prosperidad del pueblo, consiguiendo nuevas escuelas (pagadas
    por estos) y grandes casas (algunas con panteones en su interior)
    y hasta hoteles, según nos
    cuenta Aurelio de Llano Roza de Ampudia en su libro
    ¿Bellezas de Asturias, de Oriente a Occidente’
    (Año 1928): ‘Alrededor de muros se extienden huertas
    pobladas de árboles
    frutales y tierras bien cultivadas. Luego de pasar Somao, sitio
    donde hay bonitos hoteles y la
    vista alcanza extensos paisajes, el terreno que se ve a una y
    otra mano del camino, poco productivo’. Lo que nos da la
    idea del por qué este pueblo tuvo tanta emigración"
    (2).

    En el
    mundo

    "Valentín Andrés Alvarez en el libro
    ‘Asturias’ de editorial Nebrija (1978) dice:
    ‘Para hablar con exactitud de Asturias, hay que combatir,
    previamente, un error. Asturias no termina en los límites
    que se señalan dentro del mapa de España; es
    muchísimo más, porque nos pertenece; es Asturias un
    gran trozo de Madrid, donde hay más de setenta mil
    asturianos, y una gran parte de Cuba, de la Argentina y de
    Méjico, un barrio de Nueva York, casi toda la ciudad de
    Tampa, y etc,. etc. Si pensamos en el número de asturianos
    que hay por el Mundo y en la riqueza que poseen, nos damos cuenta
    de que Asturias tiene, fuera de sus límites,
    acaso tanto como dentro de ellos. Puede asegurarse que si un buen
    día todos los asturianos realizasen el sueño de
    regresar a la ‘Tierrina’, no cabrían en ella;
    habría que ensanchar las ciudades, aumentar las villas y
    multiplicar las aldeas; y si trajesen consigo las riquezas que
    poseen, Asturias sería, además de la tierra
    más poblada, la más rica" (3).

    En la
    Argentina

    Refiriéndose al siglo XIX, Marcelo Alvarez y
    Luisa Pinotti señalan que "la última década
    del siglo será testigo de un desembarco masivo,
    especialmente de gallegos, vascos, asturianos y catalanes" (4).
    "Los asturianos se instalaron en las provincias andinas, en el
    noroeste de nuestro país" (5).

    Los españoles trajeron a la Argentina su
    tradición culinaria, en la que se destacan los aportes de
    las diferentes regiones: "Los nuevos inmigrantes reforzaron el
    aire de familia’ de
    la cocina argentina, pero con las pautas alimentarias de la
    época, que si bien marcan una continuación del
    patrón tradicional no eran simples cristalizaciones del
    tiempo de
    Garay ni de fines del siglo XVIII, cuando arribara la
    penúltima oleada: los guisos, los pucheros y cocidos, la
    cebolla y el ajo, el azafrán y el pimentón,
    chorizos y morcillas están de regreso en su versión
    original. El puchero a la española, presente en el
    menú de pensiones y restaurantes de la colectividad,
    recupera la carne de gallina y los garbanzos que la iconoclasia
    criolla había reemplazado por carne de vaca, porotos y
    maíz.
    (…) los asturianos (aportan) la fabada (alubias de gran
    tamaño acompañadas en la olla por morcillas,
    chorizos, cebollas y tocino)" (6).

    Según lo que comían, Santiago de Estrada
    podía reconocer la procedencia de los habitantes de los
    conventillos: "Encienden carbón en la puerta de sus
    celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos
    comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y
    genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y
    gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda"
    (7).

    Testimonios

    Pedro Fernández, asturiano de diecinueve
    años embarcado ilegalmente en La Coruña hacia la
    Argentina en 1899, escribe en su diario: "dieron a cada viajero
    un plato de loza y un tarrito también de la misma materia,
    juntamente con un tenedor y una cuchara. Cada uno iba a buscar su
    comida en el plato, la cual era bastante buena consistiendo en
    carne de buey y de cerdo, patatas, garbanzos, arroz, habas,
    bacalao y algunas otras sustancias alimenticias bien
    condimentadas por un viejo y divertido cocinero español;
    ¡y que apretones llevábamos cuando íbamos a
    buscarla! con dos horas de anticipación ya la mayor parte
    de nosotros provistos del servicio de mesa que nos habían
    dado rodeábamos la cocina cuando apenas había
    principiado a hervir la comida y antes de principiar a repartirla
    cada uno empujaba a los demás para llegar primero al
    caldero que contenía el rancho; ¡cuántos con
    el apuro se quemaban las manos viéndose por este motivo a
    tirar con plato y comida! Los que como a mí no les gustaba
    el pan comíamos el primer plato a toda prisa no haciendo
    caso aunque la comida de tan caliente como estaba llevase consigo
    pedazos de piel del
    paladar o de la garganta pues nada se sentía con tal que
    llegásemos al reenganche, como allí se decía
    cuando se volvía por otro plato de comida. Por la
    mañana nos apresurábamos a buscar el café
    armados cada uno con su tacita, en la cual nos daban
    también el té al anochecer. Cuando a alguno se le
    rompía alguno de los servicios de
    mesa robaba a otro lo que necesitaba, este hacía lo propio
    con los demás, y así sucesivamente todos de modo
    que todo se volvía robos de platos y tazas,
    viéndose uno obligado a guardarlos con más cuidado
    que si fuesen oro si no quería exponerse a tener que
    esperar a que alguno de sus amigos comiese para luego servirse
    él de sus utensilios y para que le prestasen era menester
    que la amistad fuese
    íntima. Yo también fui víctima de un robo de
    esta clase pues aunque tuve buen cuidado de guardar el plato bajo
    el colchón de mi cama, esto no impidió que me lo
    robaran viéndome por esto obligado a servir la comida y
    bebida en la tacita que a lo sumo tendría capacidad para
    medio cuartillo; en esta situación estuve dos días
    pero luego comprendí la necesidad de hacer como los
    demás y en efecto, fingiendo irme a dormir a mi camarote
    desde él robe un plato de unas alforjas que cerca de
    mí tenían colgadas unos leoneses y con esto
    salvé la situación".

    "Las camas consistían en unos cajones parecidos a
    la mitad de un ataúd que sirve de último reposo
    hombre y
    muchas veces al verme acostado venía a mi memoria el
    más triste de los recuerdos humanos ¡la muerte! El
    colchón no era otra cosa que un saco lleno de yerba seca,
    y por almohada teníamos unos pedazos de corcho unidos
    entre sí por unas cintas y cubiertos de lona, a los cuales
    llamaban salvavidas, además a cada persona le dieron
    una manta o cobertor para cubrirse" (8).

    El asturiano Modesto Montoto escribe en su diario, el
    viernes 14 de octubre de 1927: "a las cinco zarpó el
    ‘Alfonso XIII’. A causa de la lluvia y niebla
    consiguiente no me fue posible admirar nuestras costas. Con el
    corazón
    lanzo un adiós a los míos, a la Santina de
    Covadonga y a Asturias" (9).

    Por evadir el reclutamiento vinieron los tres hermanos
    asturianos Fernández Montes, enviados por su madre, quien
    quedó en España con sus otros hijos. Nicanor
    Fernández Montes viajó en barco a la Patagonia,
    luego de un tiempo en el
    Hotel de Inmigrantes: "en una travesía marcada por olas de
    veinte metros… (…) Su primer destino fue Río Gallegos,
    donde no había ni veinte casas, y de ahí lo
    mandaron de puestero a una estancia. (…) En la Patagonia no
    había nada de lo que él sabía hacer, de modo
    que tuvo que improvisar, como todos los integrantes de una
    sociedad
    pionera. (…) Una vez, llegó a estar catorce meses solo
    en un puesto… catorce meses…. Desayunaba, comía,
    merendaba y cenaba cordero… no había otra cosa; lo
    notable es que le gustaba" (10).

    Fue asturiana la madre de Jorge y Aída Luz, acerca de
    quien dice el hijo: "Mamá fue muy cobijadora con nosotros.
    Papá nos quería pero no era de hacernos caricias,
    nada. Entonces vos te vas adonde el sol más
    caliente".

    Cuando Jorge Luz fue a conocer
    a su abuela asturiana, la anciana le dijo: "Nin… –que
    quiere decir nene-. Nin, nenu, nenín, que guapín
    eres al hablar… me dices de vos, como a los reyes".

    Volvieron décadas después: "Mamá se
    vino de Asturias cuando tenía doce años. Cuando
    ella tenía cincuenta y pico la llevé a Asturias a
    ver a su mamá. Mi abuela. Ella tenía una cocina muy
    grande y nos quedábamos a la noche, en plena
    montaña, con la cocina encendida. Estaba todo el campo
    verde, lleno de almendras, nueces, guindas. La despedida fue fea.
    Cuando íbamos camino al aeropuerto, de vuelta a Buenos Aires,
    mamá venía llorando, y le dije: ‘Mamá,
    la viste, no le pidas más a la vida’. A los cinco
    meses de llegar acá, murió mi abuela"
    (11).

    Un famoso café
    porteño fue comprado por un asturiano. En
    "El café Izmir",
    Carlos Szwarcer relata: "El Café Izmir, conocido por
    la intelectualidad argentina a partir de la publicación de
    la novela
    Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal en 1948, era ya
    famoso en los años ’30 como centro inevitable de
    reunión de las oleadas inmigratorias y verdadera
    institución en el barrio. El local del lzmir fue
    construido a fines de 1932 sobre la base de tres habitaciones de
    un inquilinato de la calle Gurruchaga 432-436; su primer
    dueño habría sido Jaim Danón, quien le
    daría ese nombre en recuerdo de lzmir, su ciudad natal. En
    1940, Rafael Alboger se hace cargo del fondo de comercio y
    comienza su larga trayectoria de veinticinco años
    detrás de su mostrador. (…) En noviembre de 1969, el
    asturiano Jesús Rodríguez se hizo cargo del fondo
    de comercio y los
    años setenta serían testigos de la lenta
    desaparición de los viejos "turcos". "…Alboger
    tenía imán… mientras vivió el café
    estuvo a full…" aseguran con añoranza sus viejos
    clientes. El
    "espíritu oriental" ya no existía, y los
    habitués, a excepción de un pequeño grupo, eran
    otros: los empleados y albañiles de la zona. Los motivos
    de tal metamorfosis fueron varios: el cambio de
    dueño, de estilo, de sociedad, etc. Y
    lejos de las madrugadas, los discos de pasta, las orquestas con
    odaliscas, los refranes y los dichos en ‘ladino’,
    comenzó a languidecer y a cerrar sus oxidadas cortinas
    metálicas a las 18 horas y los sábados al
    mediodía. Sus paredes se descascararon perdiendo el
    color y la vida.
    El lugar de reunión e inspiración, y parte del alma
    y de la cultura
    porteña, cerró definitivamente sus persianas el 9
    de octubre de 2000. El lzmir figura entre los 39 cafés
    citados en el libro Los cafés de Buenos Aires,
    publicado por la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares y
    Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos
    Aires y entre los 21 citados como ‘emblemas
    porteños’ en La Guía Total de Buenos Aires,
    de Diciembre 2000" (12).

    Biografías

    En la biografía Los dones
    del tiempo (13), Benìtez relata la historia de la asturiana
    Cecilia Caramallo. En esa obra, el escritor vuelve al tema
    abordado diez años antes en La pradera de los
    asfódelos (14): la inmigraciòn y, màs
    especìficamente, la vida de los inmigrantes en
    Bahìa Blanca, sus expectativas cumplidas y fallidas, sus
    recuerdos, sus abnegaciones.

    La historia no es relatada
    linealmente, desde los primeros dìas de la anciana, sino
    que ella, a los ochenta y dos años, mientras pule el
    bronce de la tumba de su marido, dialoga con èl y se
    retrotrae a su infancia
    asturiana. Asì se inicia un racconto que nos hace saber
    cuàl fue la formaciòn espiritual que recibiò
    de niña, y en què àmbito.

    Su primera maestra fue su abuela. La figura de la abuela
    como depositaria de una tradiciòn aparece frecuentemente
    en la literatura de
    inmigraciòn, quizàs porque los padres y las madres
    de esos chicos estàn ocupados en otros quehaceres, o han
    emigrado. La abuela de la protagonista de Benìtez custodia
    una tradiciòn cuando todo parece perder
    sentido.

    Otro de los personajes que forma a esta niña es
    el pastor que le cuenta la historia del mendigo que
    apareciò y desapareciò misteriosamente y que
    transformò en generosa a una persona
    miserable. Este pastor, don Higinio, enseña a partir de
    los hechos cotidianos el orden de un cosmos regido por leyes que a
    menudo podemos comprender.

    Es importante tambièn en Los dones del tiempo el
    "extraño oficio" –así lo denominó
    Syria Poletti (15)-, que consiste en escribir cartas, de parte
    de los analfabetos, para quienes han emigrado. En la novela, es el
    cura de la aldea quien escribe las cartas de la madre de la
    protagonista y le agradece sus periòdicos envìos de
    dinero. Las caracterìsticas de las cartas estàn
    relacionadas con la situaciòn peculiar en la que son
    escritas; en una de ellas, la madre señala que no puede
    seguir contando porque el cura tiene otras cosas que hacer y no
    puede seguir escribiendo.

    Amèrica aparece –al igual que en todas las
    obras de emigraciòn- como el destino soñado, que
    desconcierta a los extranjeros con su forma de entender la vida y
    las distancias. Para un portuguès, para una asturiana, las
    tierras son enormes, la cantidad de ganado es tal que debe dormir
    a la intemperie. Son realidades difìciles de aceptar para
    quienes vienen acostumbrados a lo exiguo, a lo mìnimo.
    Recuèrdese al respecto la sensaciòn de la
    protagonista cuando ve que tiran comida. Piensa què
    hubieran hecho en su aldea con aquello que derrochaban los
    argentinos.

    Pero, aunque el libro de Benìtez tiene puntos en
    comùn con otras obras de inmigraciòn –sobre
    todo en lo que se refiere a la vida en Europa y el
    viaje-, brilla con propios destellos porque èl, que
    comparte con muchos descendientes de inmigrantes una historia
    similar, sabe darle a cada uno de sus libros una
    originalidad que lo diferencia de otros escritores y que hace que
    reconozcamos su pluma.

    Es original en la asociaciòn de la
    inmigraciòn a los viajes griegos, a la tradiciòn
    latina. Eso ya lo habìamos visto en La pradera… y
    aquì se reitera sabiamente. Vincula a su tierra con un
    tiempo remoto e ilustre, y nos hace pensar que, màs
    allà de la distancia o de la situaciòn social y
    econòmica, hay muchas coincidencias entre el presente y el
    pasado, entre Europa y
    Amèrica. Muchas màs que las que uno podrìa
    percibir.

    Otro aporte original del autor bahiense es la
    relaciòn de los hechos narrados con su lugar de
    residencia. En Bahìa Blanca, en Pelicurà, se
    desarrolla la acciòn y esta circunstancia la vuelve de
    especial interès para quienes habitan la ciudad y para
    quienes, desde cualquier parte del mundo, quieran saber sobre la
    forma de vida de los inmigrantes en ese punto de la Argentina.
    Aporta datos sobre la
    vida de portugueses, asturianos, escoceses e ingleses en la
    provincia de Buenos Aires, a partir de fines del siglo pasado y
    hasta nuestros dìas, en que la anciana transita con su
    coche causando espanto a los transeùntes y a los otros
    automovilistas.

    La historia, vista desde los intereses de los pioneros,
    tiene cabida en esta obra. La zona de la frontera aparece como el
    escenario de una gesta heroica que tuvo por objeto expulsar al
    indìgena, cuya crueldad Benítez destaca. Los
    malones y sus terribles consecuencias son evocados por el
    escritor quien, relatando la historia de la Iglesia del
    Carmen, pinta un cuadro patètico de esas tenebrosas
    èpocas, en las que sólo los huincas parecían
    sufrir. El relato dentro del relato ya habìa aparecido
    cuando la protagonista evoca su infancia;
    aparece tambièn en la adultez, siempre relacionado con la
    religiòn y la caridad.

    Y aunque la biografìa nos deja adivinar un
    exahustivo trabajo de documentaciòn, un paciente estudio
    de fuentes
    històricas, no serìa lo que es sin el estilo con
    que ha sido escrita. Quizàs porque compartimos una misma
    nostalgia, una misma herencia de
    sueños, los descendientes de inmigrantes comprendemos con
    mayor intensidad aquello que Benìtez describe. Puede ser.
    Pero su estilo es tan logrado que no hace falta estar relacionado
    con lo que narra para vibrar; episodios como la despedida de la
    protagonista de su pequeño amo minusvàlido, o como
    el acercamiento entre ella y su futuro esposo nos transmiten la
    tristeza, la alegrìa, todos los sentimientos, con fuerza y
    autenticidad. Ademàs de conocer mucho el alma humana y
    saber describirla, conoce mucho el idioma. Su riqueza de
    vocabulario es llamativa y hace que la historia atraiga
    aùn màs, hacièndonos pensar que lo moderno y
    lo històrico no tienen por què estar reñidos
    con la elegancia y el buen gusto.

    La vida de su madre es el tema que Jorge
    Fernández Díaz eligió para su libro.
    Mamá (16). La asturiana Carmen Díaz, nacida en
    1932, empezó a trabajar siendo muy pequeña:
    "cumplía con su rutina de hierro.
    Aprendió a ordeñar, llena de prevenciones, en la
    edad de las primeras muecas. Su madre, que no andaba para
    remilgos, la obligó de mala manera a perderle respeto a la
    vaca, ese monstruo gigantesco e imprevisible. Cada madrugada,
    Carmina andaba a pie cuatro kilómetros hasta una
    cabaña, ordeñaba la pinta y bajaba con la leche para sus
    hermanos. Luego regresaba para limpiar la boñiga y cuidar
    que las vacas de Teresa no pastaran en los sembradíos,
    hasta que los tábanos del mediodía las picaban y
    ponían nerviosas, y entonces mamá las metía
    de nuevo en la cuadra y llenaba de pasto el pesebre. La
    mayoría de los días madre e hija araban la tierra
    descalzas. Muy de vez en cuando su tío Rogelio les
    regalaba un par de alpargatas".

    Carmina y sus hermanos "comían polenta de un
    plato que apoyaban sobre las piernas, sentados en un
    escaño de madera que
    daba vuelta por las cuatro paredes de aquella cocina de campo sin
    mesa ni sillas. (…) Es que el hambre no era, en aquellos
    tiempos, una metáfora. Comían en platos esmaltados
    día tras día el mismo menú: cuecho, polenta
    sin leche rebajada
    con agua. Algunas
    veces cocinaban un potaje de arvejas, papas y garbanzos, y como
    escaseaba la harina, sólo conocían el pan por
    referencias. María, cuando iba a alguna amasada,
    pedía que le pagaran con pancitos, que los niños
    acompañaban con leche en tazas sin asas. Pero ésos
    eran días de fiesta. Las más de las veces Carmina y
    sus amigos y hermanos se agarraban el estómago,
    hacían cualquier cosa y codiciaban cualquier bocado,.
    Mamá era como un gato: trepaba los manzanos y los perales
    ajenos y los sacudía. Luego se cargaba el delantal y
    echaba a correr antes de que los vecinos la descubrieran. Robaban
    manzanas, peras, nueces y castañas, y comían las
    moras que crecían entre espinos al borde de los
    senderos".

    El padre de los niños, esposo de María, "a
    veces volvía de Gijón o de Oviedo, y rechazaba los
    potajes desabridos que comían todos y pedía huevos
    fritos, lujo que se comía delante de sus hijos hambrientos
    y zaparrastrosos". Durante la Guerra Civil,
    los franquistas "entraban por la fuerza a las
    casas y se robaban las gallinas y los pocos comestibles que los
    aldeanos almacenaban con temor apocalíptico en sus
    despensas".

    A los quince años viaja hacia América. La
    pasó mal en el viaje. En el barco, a ella, "como al resto,
    le daban de comer guisos decentes y bifes duros, pero Carmen
    vomitaba hasta el café y las tostadas. Parecía como
    si (…) hubiera olvidado el estómago en Asturias. Entre
    todos los manjares eligió unas manzanas deliciosas de
    Río Negro, que la mantuvieron viva, aunque perdió
    cerca de diez kilos en dos semanas".

    Aquí la esperaban sus tíos, con los que
    vivió haciendo las veces de hija adoptiva y criada. Sus
    tíos "importaron a una hija de España porque el
    médico que operó a Consuelo de un fibroma tuvo al
    final que extirparle los ovarios. (…) Pedía una
    niña, y prometía cuidarla y educarla hasta que mi
    abuela pudiera viajar". Al llegar la asturiana, la tía le
    dice: "Aquí no volverás a pasar hambre, querida".
    "Le abrió una camita disimulada dentro de un mueble del
    comedor, y Carmen durmió, por primera vez en mucho tiempo,
    diez horas seguidas. Consuelo la despertó con medialunas,
    la bañó y despiojó, le dio ropa y zapatos
    nuevos (…) y la llevó a la peluquería".
    También al médico: "Carmen venía con una
    bronquitis aguda, estaba desnutrida, mal desarrollada y
    probablemente raquítica. Le prescribieron jarabes,
    vitaminas y
    una dieta a base de alimentos ricos
    en hierro y
    calcio".

    Pero todo tiene su precio.
    "Pasados los primeros días, Marcelino envió a
    Consuelo con un mensaje: Carmen debía levantarse a las
    cinco, prepararles el desayuno y servírselos en la cama.
    Luego tendría que acompañarlos a la escuela, donde
    se dedicaría a limpiar el patio, a barrer las aulas, a
    cepillar los escalones, a fregar los mármoles y a encerar
    la dirección. Cumplida la tarea,
    recibiría un billete colorado y visitaría la feria
    de la calle Guatemala para
    hacer las compras,
    después limpiaría toda la casa y prepararía
    el almuerzo. Haría su tarea escolar y a las seis de la
    tarde entraría en la primaria para adultos que funcionaba
    en horas nocturnas del Fidel López". Para colmo, "semana
    tras semana, en ausencia de Mino y de Consuelo, el hidalgo
    acosaba a su sobrina en el juego mudo,
    casi chaplinesco, del gato y el ratón".

    Luego vendrá la discriminación en la escuela, y el honor de
    llevar la bandera a pesar de todo: "En esas aulas mamá
    sintió por primera vez los dardos de la discriminación. Todos preguntaban en la
    escuela, con morbosa curiosidad, quién era esa
    ‘galleguita’, y sus compañeras, grandulonas y
    maliciosas, se divertían burlándose de su
    ignorancia y haciéndole la vida imposible". Entonces
    intervenía la maestra: "La señorita Valenzuela, una
    maestra cabal y de buen corazón,
    las retaba con el puntero en la mano y trataba por todos los
    medios que la
    campesina se integrara. Pero no era tarea fácil". El
    esfuerzo de la protagonista tuvo su premio: "Sé que muchas
    de ustedes no están de acuerdo. Pero quiero gratificar a
    esta alumna que no es argentina y que tanto perseveró en
    aprender lo nuestro. Ninguna se atrevió a contradecir a la
    señorita Valenzuela, y mi madre llevó la bandera de
    ceremonias en un acto cualquiera que sus tíos observaron
    uniformados, firmes y solemnes, henchidos de orgullo y de
    argentinidad".

    Con los tíos y la adolescente vivía un
    asturiano, que tocaba la gaita a escondidas, en el sótano
    de su casa porteña, por temor al hermano que le
    había prohibido ejecutar ese instrumento, evidencia de su
    condición de inmigrantes. El anciano "cuando su hermano no
    estaba en casa, entraba en el dormitorio de los tíos,
    levantaba la trampa del sótano disimulada bajo la cama
    matrimonial, bajaba cinco escalones, prendía la luz,
    cerraba la tapa y tocaba su música en la
    clandestinidad durante horas".

    Estos asturianos despreciaban a los provincianos. Cuando
    muere Evita, Carmina "llevó crespón y fue conducida
    en ómnibus escolar hasta el Congreso, subió las
    escaleras y vio de cerca el ataúd con aquella
    fantástica muñeca dormida. No entendía
    mucho, pero veía llorar a los cabecitas negras y, a pesar
    de los desdeñosos comentarios que se pronunciaban en el
    living de su casa, Carmen asociaba a esa mujer con el
    esplendor, y supuso que si los pobres morían de pena, ella
    debía acompañarlos en el sentimiento. No siempre
    fue así: los españoles desarrapados despreciaron a
    los ‘negros’ del interior en cuanto pudieron hacer
    pie, y los españoles que se quedaron en la madre patria
    despreciaron a los sudacas que osaban regresar en cuanto la
    economía
    rescató a España del quebranto. Todo es hijo del
    miedo, la estupidez humana también".

    El padre del narrador, asturiano como su esposa, "odiaba
    a los argentinos, quienes trataban despectivamente a los
    españoles, y también a la República
    Argentina, culpable de no ser Asturias. (…) Durante
    décadas, (…) los argentinos eran los mejores del mundo y
    los españoles unos muertos de hambre. Ese rencor se
    cocinó a fuego lento y mi padre lo tomó como un
    veneno homeopático. Conozco muchísimos
    ‘argeñoles’ envenenados por esa misma
    sustancia sin antídotos".

    A su padre, Jorge Fernández Díaz le dedica
    su libro con estas palabras: "Para Marcial, mi héroe. Y
    para todos los ‘argeñoles’, esa extraña
    raza de mártires". Sobre su madre escribe: "Había,
    en esos tiempos, mujeres que al ser madres borraban el gusto, la
    coquetería, la ambición, la razón, los
    deseos, el cuerpo, los resentimientos y hasta los viejos temores
    para fundirlos en una única y magnífica materia:
    el amor
    excluyente hacia sus hijos. Mamá fue una de esas mujeres,
    y lo pagó caro".

    Fernández Díaz evoca el Centro Asturiano
    de Buenos Aires: "esa Asturias de ficción donde los
    desterrados simulan vivir en aquel tiempo y en aquella patria".
    Su padre encontraba allí la felicidad perdida: "Lidiaba
    con mi país de lunes a viernes, pero reverdecía con
    el suyo los sábados y domingos: mi padre se hizo ciudadano
    ilustre de una patria fantasmal construida por la colonia
    argentina de asturianos".

    Pero "no había tentaciones, ni desavenencias ni
    educación
    ni esplendores peronistas ni calores humanos que lograran
    domesticar la nostalgia de aquella emigrante constitutiva que
    seguía pensando en una sola cosas: volver". Marcial, quien
    luego sería su marido "permitía que, como la mar,
    el destino tomara decisiones en su nombre, sabiendo de ante mano
    que es ilusoria la autodeterminación de los individuos, y
    se dejaba llevar así por las corrientes marinas. A ese
    fatalismo se debe la mansedumbre con que aceptó
    trasplantarse, huir frívolamente de su tierra y padecer
    cincuenta años de añoranzas".

    Con los años, llega la tristeza de ver partir a
    una paisana de vuelta a España, y comprobar que esa
    mujer
    –así como de joven sintió nostalgia de la
    tierra que dejaba-, a los setenta y dos años, siente
    nostalgia de la Argentina.

    Agobiados por los problemas
    económicos, después de cincuenta y dos años,
    Mimí y Jesús, dos hermanos asturianos, regresan a
    su tierra, donde "canjean los pesares de la segunda
    morriña". Desde allí, la mujer,
    nostalgiosa de la Argentina, escribe a su amiga: "Tengo setenta y
    dos años y no aguanto los pies fríos. Quiero estar
    en mi casa. (…) Si no me voy de acá me muero en pocas
    semanas. Me muero de pena, Carmina". Pocos meses después,
    "se hizo la luz". La mujer escribe,
    entonces: El Estado
    español nos garantiza los remedios gratis de por vida, y
    cuando nos pagaron el retroactivo de un año, unas 600 mil
    pesetas, creímos tocar el cielo con las manos.
    Jesús está haciendo algunos amigos, ya no tengo los
    pies fríos, Carmina. Pero no podemos sacarnos de la cabeza
    el barrio, la calle, los sonidos. Nunca vamos a poder sacarnos
    de adentro ese sentimiento, nunca vamos a poder".

    La narración, estructurada en capítulos
    con nombres de los personajes, surge del reportaje que Jorge
    Fernández Díaz, director de la revista
    Noticias, efectuó a su madre durante más de
    cincuenta horas; "Comencé a garabatear frases e ideas
    sobre su azarosa biografía en un
    cuaderno Rivadavia de tapa dura cuando me contó que
    hacía lagrimear a su psiquiatra", escribe el
    hijo.

    Ese dolor de la inmigrante, y su fe en el futuro, que la
    hizo salir adelante en un mundo en el que poco apoyo
    tenía, son homenajeados por Fernández Díaz
    en una obra que nos hace sentir admiración por esta mujer
    que logró tanto contando sólo con su
    tenacidad.

    Novelas

    De 1891 es Su único hijo, segunda y última
    novela larga
    de Leopoldo Alas Clarín. En ella aparece un indiano, es
    decir, un asturiano que regresa enriquecido de América.
    Alas relata lo que siente la esposa de este hombre, al ver
    en el teatro a una
    mujer lujosamente vestida: "Tal vez la que más envidiaba a
    la de Valcárcel era la mujer del americano Sariegos, el
    más rico de la provincia, que podría aturdir a
    todos los Valcárcel del mundo envolviéndolos en
    papel del
    Estado y en
    acciones del
    Banco y otras
    mil grandezas; pero Sariegos no permitía tales
    despilfarros, que en él no lo serían, y su
    señora tenía que contentarse con un lujo muy
    mediano. Por eso rabiaba ella".

    Pero también rabiaba él, aunque por otro
    motivo: "se puso de pronto a aborrecer a Emma, porque
    tenía la culpa de lo que en aquel momento su esposa
    estaría maldiciéndole y detestándole a
    él por avaro; y además, aunque parezca raro,
    también miraba con envidia el aderezo de la abogaducha.
    Mas luego se hizo superior a sentimientos tan humillantes para
    él" (17).

    En Santo Oficio de la Memoria,
    Mempo Giardinelli habla de un oficio que desempeñaban los
    asturianos. En 1886, "Había muchos policías,
    allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por
    qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban
    pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y
    linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se
    movían como luciérnagas nerviosas" (18).

    Cuentos

    María del Carmen García es autora de los
    "cuentos de
    gringos" que se encuentran reunidos en el volumen titulado
    Cuentos de
    criollos y de gringos (19). En uno de los textos allí
    reunidos, la autora presenta a unos asturianos: "Algún
    tiempo atrás habían llegado a Buenos Aires como
    otros tantos inmigrantes, esperanzados en un futuro sin miseria
    ni guerras. Primero llegó él; un año
    después ella. Ela era joven y bonita, pequeña y
    ágil en sus movimientos, alegre de carácter.
    El era alto y hosco, de hablar poco y trabajar mucho. Se
    habían conocido de niños en la aldea de Asturias en
    la que nacieron y se encontraron en Buenos Aires gracias a los
    oficios del padrino Manuel y como era de suponer se casaron en un
    septiembre lluvioso de 1910".

    Los recién casados "Se acomodaron en una pieza de
    pensión en La Boca, paso obligado para todo humilde
    recién llegado, después del Hotel de Inmigrantes y
    antes de alcanzar el soñado terrenito propio. El trabajaba
    duro en el puerto y ella esperaba ansiosa la llegada del primer
    hijo que iniciaría la larga serie de descendencia que
    aspiraba a tener. Muchos hijos deseaba ella; creía que
    así debía sercasi como un principio de
    supervivencia de la especie. Había visto en su aldea a
    muchas madres enterrando a sus hijos, algunos recién
    nacidos, otros ya en la infancia y ella no quería que le
    sucediera lo mismo".

    La asturiana "por las mañanas lavaba la ropa
    compartiendo los piletones del patio con las demás
    pensionistas. Allí las mujeres daban rienda suelta a sus
    comentarios mientras soñaban con el día feliz en
    que tuvieran su propia casa. (…) Para la primavera de 1914 ella
    supo que otro hijo estaba en camino y se llenó de
    alegría; recuperó el gusto por cantar las coplas de
    su infancia, agradeciendo a Dios por vivir en esta tierra de paz
    tan lejos del terror de la guerra que se
    derramaba sobre Europa".

    Una decisión equivocada de la mujer hará
    que esa felicidad dure poco.

    …..

    Dejaron su tierra en busca de un futuro mejor, la
    añoraron y algunos regresaron a ella. Otros viven en
    América. Son los asturianos, los que han quedado
    eternizados en obras literarias, y en testimonios de inmigrantes
    y sus descendientes.

    Notas

    1. Méndez Muslera, Luciano: "Asturias en la
      emigración", en www.telepolis.com/indianos.
    2. Méndez Muslera, Luciano: "Somao, el pueblo
      indiano de Pravia", en "Asturias en la emigración", en
      www.telepolis.com/indianos.
    3. Alvarez, Valentín Andrés: Asturias.
      Nebrija, 1978. Citado por Méndez Muslera, Luciano en
      "Asturias en la emigración", en
      www.telepolis.com/indianos.
    4. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Buenos
      Aires, Grijalbo 2000.
    5. S/F: "Para todos los hombres del mundo que quieran
      habitar el suelo
      argentino". Buenos Aires, Clarín.
    6. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op.
      cit..
    7. Estrada, citado por Páez, Jorge, en El
      conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
    8. Méndez Muslera, Luciano: "Salida del
      emigrante", en "Asturias en la emigración", en
      www.telepolis.com/indianos.
    9. Méndez Muslera, Luciano: op. cit
    10. Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a
      empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar
      del Plata, 26 de noviembre de 2000.
    11. Guerriero, Leila: en La Nación Revista.
    12. Szwarcer, Carlos: "El café Izmir", en
      SEFARaires, N° 14 y 15.
    13. Benítez, Rubén: Los dones del tiempo.
      Buenos Aires, GEL, 1998.
    14. Benítez, Rubén: La pradera de los
      asfódelos. Bahía Blanca, Siringa,
      1989.
    15. Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires,
      Losada.
    16. Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
      Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
    17. Alas, Leopoldo: Su único hijo. Barcelona,
      Bruguera, 1984.
    18. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
      Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
    19. García, María del Carmen: "Ojos
      gitanos", en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos Aires,
      Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny Fasola
      Castaño.

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter