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Responsabilidad de los cristianos en la génesis del ateísmo




Enviado por vivianaendelman



    Responsabilidad de los cristianos en
    la génesis del ateísmo

    1. Inadecuada exposición de
      la doctrina
    2. Defectos en la vida
      religiosa
    3. Defectos en la vida
      Moral
    4. Defectos en la vida
      social
    5. Conclusiones para un
      anuncio de Dios que revele realmente su
      rostro
    6. Bibliografía
      consultada

    Inadecuada exposición
    de la doctrina

    -Por un lado, los manuales de teología, con su
    visión predominantemente metafísica
    y esencialista de Dios,
    con una imagen de Dios
    identificada con una verdad absoluta, fría y lejana
    apoyada en el tratado clásico que divide el Dios uno del
    Dios trino, en el que la existencia de Dios aparece como algo
    distinto de su presencia histórica y de su
    revelación, de su presencia trinitaria manifestada en el
    NT. Manuales que han
    contribuido a la despersonalización de la imagen de Dios,
    al considerarlo a no como persona que
    actúa en la historia de la
    salvación, al que sólo nos aproximamos desde la
    experiencia existencial y dinámica, sino como alguien que posee
    ciertos atributos metafísicos esenciales y que se deben
    reconocer con la razón, alguien inaccesible para la
    experiencia, incomunicable, que está al margen de toda
    aspiración humana (un Dios en sí de carácter
    abstracto y filosófico, no un Dios para
    nosotros)
    . Aquí debemos referirnos especialmente la
    concepción teológica aristotélica-tomista,
    que aportó a una laicización y
    racionalización de la imagen de Dios, determinada sobre
    todo por la ausencia explícita de la persona y obra de
    Jesús en cuanto a los contenidos y por un proceso
    racional de acercamiento a Dios ajeno al dato revelado como
    metodología, donde se observa una ausencia
    del carácter
    antropológico y pastoral, de la Escritura y de
    los ecos salvadores.

    -Y por otro, la teología abstracta y
    cosificante de Dios recogida en gran parte por la
    presentación pastoral de Dios en los catecismos
    con
    los que han sido adoctrinados los fieles. En estos catecismos los
    pensadores del medioevo también dejaron sus huellas y nos
    encontramos con una catequesis sobre Dios donde hay falta del
    mensaje salvador y abunda la exposición
    racionalista de la fe. Nos encontramos con una catequesis como
    transmisión de conceptos y abstracciones (aunque el motivo
    de fondo haya sido preservar la fe tradicional frente a
    determinadas corrientes y herejías). Una catequesis donde
    la fe es presentada como deber (carácter moralizante),
    como verdades que debemos creer más allá de la
    respuesta libre y dialogante de quien recibe y acepta la Palabra,
    descubriendo en ella el sentido más profundo de su
    existencia.

    Lejos de desarrollar la actitud de fe
    en cuanto adhesión personal y
    comunitaria del hombre con
    Dios, esta imagen de Dios presentada engendraría muchas
    veces en el creyente actitudes como
    el miedo o la sumisión por sobre la del amor.

    El Dios anunciado muchas veces no ha sido
    sólo el Dios de la fe, el Dios bíblico
    , sino
    una imagen de Dios en la que han entrado otros elementos
    culturales
    que pudieron ser en otro tiempo
    útiles a la interpretación del mensaje
    bíblico, pero que han sido desplazados por otra cultura. Por
    ejemplo, ante la imagen de Dios autocrática y lejana
    modelada por el ambiente
    cultural y social de la Edad Media o
    el Dios anunciado desde la razón cuando la cultura es
    racionalista, iluminista, intelectualista, surge un
    "lógico" rechazo a un Dios así presentado en una
    cultura interesada por la historia, por la existencia,
    la libertad y el
    futuro, y también antisobrenaturalista. En
    relación a esto, se hace evidente una falta de diálogo
    entre la fe revelada y nuestra cultura actual. Es decir, la
    imagen metafísica
    de Dios que aparece en la reflexión teológica de
    los manuales y la
    presentación de Dios en los catecismos tradicionales ya no
    son válidas, no sólo en relación a la imagen
    bíblica de Dios sino también por la misma
    transformación cultural que se ha producido.

    La inadecuada exposición de la doctrina ha dado
    como fruto imágenes
    distorsionadas de Dios que han despertado en el hombre la
    rebelión. Basta pensar en la imagen de un Dios castigador,
    que esclaviza y frena el desarrollo
    personal… ¿Qué relación puede tener
    el hombre con
    Dios si la imagen que tiene es la del injusto opresor? Por
    supuesto que a nadie le gusta relacionarse con quien lo oprime y
    le exige cosas "injustas", que lleven a la
    infelicidad.

    Defectos en la vida religiosa

    -La falta de experiencia personal y
    comunitaria del Dios vivo
    , la falta de verdadera
    conversión a Jesucristo en muchos cristianos lleva al
    antitestimonio y promueve el alejamiento.

    Muchos cristianos viven más preocupados por
    lo que no hay que ser que por lo que hay ser
    . No viven dando
    razones de la esperanza y de los valores
    cristianos sino más bien asustados, construyendo
    trabajosamente una vida interior y combatiendo los anti-valores.

    Estas actitudes, que
    son reflejo de imágenes
    distorsionadas de Dios, llegan a despertar el rechazo en el
    hombre.

    -También observamos que puede faltar a veces
    en los cristianos el descubrir a Dios en medio de la
    realidad
    , el tener una experiencia unificante entre la ciudad
    terrena y la ciudad celestial; por lo cual lejos se está
    del Dios que habla y actúa en la historia, del "Dios entre
    nosotros", y lejos se está de atraer a otros a la vida de
    fe.

    Tal como veíamos en la unidad anterior,
    con frecuencia el rostro de la Iglesia llega
    a ocultar el rostro real de Dios. Así sucede por ejemplo
    cuando se cae en un positivismo eclesiástico
    (raíz: teología abstracta y cosificante de Dios)
    que no muestra una
    profunda orientación y búsqueda de Dios
    detrás de tantos planes de pastoral y reorganizaciones
    administrativas o del apostolado en diversas áreas
    humanas. Evidentemente, este desplazamiento de lo
    teocéntrico por lo eclesiocéntrico o por lo
    antropocéntrico debilita el anuncio y por tanto, aunque
    sea indirectamente, gesta o refuerza el alejamiento de Dios de
    otros hermanos.

    -Es muy frecuente escuchar a personas que se han alejado
    de la Iglesia por
    determinadas actitudes de sacerdotes o religiosos,
    rebelándose de tal forma que han caído con los
    años en un ateísmo militante. Entre otros factores,
    esto también puede ser fruto de una imagen idealizada del
    clero, que no contempla la debilidad ni la acepta y además
    la generaliza.

    -Con frecuencia vemos que el reconocimiento y la
    práctica de la eclesialidad tienen deficiencias
    preocupantes
    . Hay quienes se presentan como muy devotos del
    Papa, pero prescinden de la presidencia efectiva de su Obispo
    respectivo en comunión con el Papa y con la Iglesia
    universal. A veces se rechazan o se seleccionan las
    enseñanzas de los Papas, acogiendo unas con entusiasmo y
    dejando otras en la sombra. Otras veces se vive el cristianismo
    en grupos selectivos
    configurados en torno a una
    persona, a unas doctrinas particulares o, incluso, a unas
    determinadas preferencias políticas.
    En tales casos se corre el riesgo de que lo
    decisivo no sea la fe apostólica y verdaderamente
    eclesial, que es la única que puede salvarnos, sino las
    propias ideas o preferencias sociales, políticas
    y hasta económicas. Los grupos, las
    comunidades, las mismas instituciones
    seglares o religiosas, que están llamadas a ser el
    florecimiento vital y la riqueza espiritual de la Iglesia, pueden
    degenerar, o por lo menos empobrecer su vitalidad cristiana,
    espiritual y apostólica, si se cierran sobre sí
    mismas sustituyendo el magisterio y la amplitud de la Iglesia
    universal por las tradiciones, las ideologías y hasta los
    intereses meramente humanos.

    Al faltar el espíritu de unidad, se
    contribuye al descrédito del Evangelio
    y a la
    creciente división de los hombres en vez de animarlos a
    creer en Dios y a vivir como hermanos.

    Defectos en la vida Moral

    – En nuestra sociedad actual
    se detecta un frecuente rechazo de toda normativa ética. Y,
    en algunos casos, esa actitud es
    comprensible como reacción espontánea a una
    presentación del mensaje moral de la
    Iglesia, hecha desde una visión demasiado legalista
    .
    En tiempos todavía próximos a los nuestros, la
    ley de Dios ha
    llegado a ser interpretada por algunos como algo escrito en
    tablas de piedra, amenazador para el hombre y exterior a
    él. (que nos es así como se nos muestra en la
    Biblia). Los mismos católicos, con frecuencia, viven y
    muestran un orden moral que,
    lejos de responder a las aspiraciones más hondas del
    hombre y estar al servicio de su
    plenitud como persona y su felicidad, parece algo mortificante
    para él.

    -Con frecuencia se presentan y se pretenden vivir
    los valores
    pero desarraigados de su fundamento
    (Dios creador) y del
    reconocimiento que sólo es posible la vivencia
    íntegra del mensaje cristiano con la fuerza del
    Espíritu Santo derramado en los corazones. Estos valores
    entonces aparecen como vacíos de contenido y de sus
    raíces cristianas. Y hasta parecen más una
    imposición, una simple conducta a la que
    el cristiano se "somete", pero que no tiene nada que ver con la
    responsabilidad de la libertad a la
    que ha sido llamado todo hombre.

    Quizás el drama de la ética de
    la modernidad tiene
    como uno de sus ingredientes decisivos la creencia de que
    valores que, históricamente, nacieron de la
    experiencia cristiana, como son la libertad, la solidaridad y la
    igualdad
    podrían sobrevivir por si mismos y como algo evidente,
    arrancados del humus en el que se habían
    desarrollado (como está pasando en la actualidad, por
    ejemplo, en el ámbito político-jurídico
    europeo). En un primer momento, pudieron efectivamente sobrevivir
    por inercia; más tarde sólo como retórica,
    para terminar, al final, disolviéndose.

    -Ante los recientes cambios culturales y sociales,
    podemos reconocer la carencia de una formación moral
    suficiente y a la altura de las necesidades de los nuevos
    tiempos
    en el seno de la comunidad
    católica. De esto se deriva la desorientación moral
    de no pocos católicos de buena voluntad, sobre todo en
    materias complejas, como la moral
    sexual y económica (ejemplo: situación donde una
    mujer con
    SIDA tiene un
    hijo a quien transmite la enfermedad y se propone una
    ligazón de trompas para evitar futuros embarazos).
    Incluso, en la búsqueda de una orientación en estas
    cuestiones, es frecuente encontrar divergencia de opiniones y
    enseñanzas en la catequesis o en el consejo moral. Todo
    esto conlleva el peligro de terminar en un subjetivismo o laxismo
    moral, una moral de situación o, en el otro extremo, un
    rigorismo que pareciera defender una fe ciega, o mandatos que no
    tienen un sentido de plenitud para el hombre, un moralismo
    legalista impuesto que
    sería más un medio de esclavitud que un
    cauce de realización humana auténtica.

    Afirmar, como lo hace la Iglesia, la verdad
    irrenunciable de los valores y normas
    fundamentales de su ética, puede parecer una
    pretensión excesiva que no deja lugar a otras ofertas
    morales. Y esta impresión tiene su origen, a veces, en una
    inadecuada presentación de la verdad revelada por
    Dios.

    -También encontramos, sobre todo en los
    últimos tiempos, que en algunos sectores católicos
    se ha enquistado una mentalidad difusa que, quizás
    surgida del buen deseo de acercar la Iglesia al mundo
    contemporáneo y hacerla más "amigable", ha
    asimilado esquemas de pensamiento,
    puntos de vista y modelos de
    acción de una cultura secularizada, haciéndose
    permeable a elementos que desfiguran la concepción de
    la verdad y la identidad
    cristiana
    . Se someten la doctrina cristiana, los criterios de
    juicio, a la sensibilidad e intereses de la nueva cultura en
    detrimento de un discernimiento desde la fe recibida y vivida en
    la Iglesia. Se logra como una "versión secularizada de lo
    cristiano" que no cuestiona la "mentalidad de este mundo", sino
    que va recortando y seleccionando los contenidos del mensaje
    cristiano según si resultan compatibles con el
    "espíritu de la época". Esta mentalidad laicizadora
    introduce dentro de la fe un germen de racionalismo,
    que rompe la unidad de conciencia
    personal de los católicos, amenaza la unidad visible de la
    Iglesia y, finalmente, conlleva un debilitamiento del anuncio
    radical de Dios haciéndolo ineficaz ante el ateísmo
    y motivador del mismo.

    Son graves las consecuencias que puede traer que los
    católicos recorten la moral
    cristiana, bajo disfraz de pluralismo o tolerancia, y la
    vayan diluyendo en el marco de una hipotética
    ''ética civil" basada en valores y normas
    "consensuados" por ser los dominantes en un determinado momento
    histórico. La sola aceptación de unos
    "mínimos" morales puede equivaler a entronizar en el lugar
    de "criterio de verdad" a la razón moral vigente, precaria
    y provisional.

    -Se debe reconocer que últimamente se ha
    debilitado la conciencia
    cristiana de las realidades últimas
    ; incluso la
    predicación y la catequesis no han dirigido toda la
    atención necesaria a estas realidades. Este
    debilitamiento vacía la conducta
    cristiana y la despoja de sus motivaciones más
    radicales.

    Defectos en la vida social

    – El hecho de que muchas personas consideren que la fe
    de los cristianos es algo que afecta exclusivamente al campo
    espiritual, entendiendo por espiritual una relación
    individual e íntima entre el hombre y Dios, nos debe
    llevar a reconocer que efectivamente hay cristianos que viven
    como ensimismados y en una profunda incoherencia entre su fe y su
    vida concreta
    . Y esto no siempre se debe a que el
    egoísmo o la debilidad personal les impida una vivencia
    más plena del Evangelio, sino que proviene de una mala
    lectura de los
    místicos, que defiende la separación entre la fe y
    la vida, que convierte la "huida del mundo" en lo central, como
    si la vida cristiana fuera tanto más perfecta cuanto
    más alejada de las realidades temporales, como si la vida
    espiritual no se refiriera a una realidad que afecta al hombre
    entero.

    Un hecho concreto que
    demuestra lo real de esta incoherencia entre fe y vida es la
    existencia de la corrupción. Me parece muy claro lo que
    expresaba recientemente el arzobispo de Resistencia,
    Mons. Giaquinta: "la incapacidad para desterrar la corrupción
    y la injusticia de la vida social de Argentina, un
    país con profundas raíces cristianas, demuestra que
    existe una incoherencia preocupante entre la fe anunciada y la
    vivencia cotidiana." Tras recordar los desafíos que
    vivieron los primeros apóstoles -no convertirse en otra
    secta judía o cómo hacer que los cristianos
    viviesen en el mundo según el Evangelio-, monseñor
    Giaquinta advirtió sobre la tentación de pensar que
    "lo importante es encuadrarse en los esquemas religiosos de la
    mayoría, y no la adhesión a la persona de
    Jesús, y por lo tanto, la conversión permanente a
    Él y a su Evangelio".

    -Una religión que tenga
    concepciones erradas de Dios, considerándolo como el
    primer principio de todas las cosas, impersonal y abstracto, o
    como un ser personal y todopoderoso pero que ha creado todo para
    luego permanecer inaccesible e indiferente a su obra, está
    "colaborando" con una separación Dios-mundo, un
    mundo que no tendría nada que ver con Dios. Si no se
    anuncia a Dios como ser personal que ha creado todo por amor, con
    quien está el hombre llamado al diálogo,
    un Dios que se revela al hombre, que le habla y le expresa su
    voluntad, es "lógico" que no se esté ayudando a
    descubrir el mundo como una obra buena creada por un Padre y
    confiada al gobierno del
    hombre. Y esto también habla de la responsabilidad de los cristianos en la
    génesis del ateísmo.

    Conclusiones para un anuncio de Dios que revele
    realmente su rostro

    En cuanto a la
    exposición de la doctrina

    -La Gaudium et spes, como remedio del ateísmo
    menciona primero la exposición adecuada de la doctrina
    (Nº21).

    -Me parece importante que los cristianos empecemos por
    plantearnos un análisis crítico del pensamiento y
    la catequesis tradicionales
    sobre Dios para advertir
    imágenes equivocadas y que han contribuido a la
    génesis del ateísmo.

    -Junto con esto, la actitud que no debe faltar, a mi
    entender, es superar la distancia entre la reflexión y la
    vida, para poder encarnar
    lo verdadero y rechazar las imágenes falsas de Dios que
    vayamos descubriendo. Es necesaria una fe crítica, pero
    sobre todo una fe viva que transforme la existencia y que esta
    existencia hable de Dios.

    La experiencia de Dios nos defiende de confundir la fe
    con ideas, conceptualizaciones, normas, ideología.

    -En la catequesis, un anuncio de Dios que revele
    realmente su rostro necesita tener como centro a Jesús. Lo
    que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de
    Dios y todo lo demás en referencia a Él. Lo que se
    transmite no es la propia doctrina o la de algún maestro,
    sino la enseñanza de Jesucristo, o más
    exactamente, a El mismo.

    El fin definitivo que debe perseguir la catequesis es
    poner a la persona no sólo en contacto sino en
    comunión, en intimidad con Jesucristo.

    -El desafío de la educación
    cristiana lo resumió recientemente Su Santidad Juan Pablo
    II: educar en la santidad: "Acompañad a vuestros alumnos
    con paciencia y sabiduría; esforzaos en abrir sus mentes y
    sus corazones a la verdad y al bien, educándolos en la
    auténtica justicia y en
    la paz. En definitiva, educadlos a la santidad". Para alcanzar
    este objetivo, el
    Papa destacó la "dimensión cristológica que
    debe llenar toda la acción educadora en la Iglesia y en el
    mundo". Afirmó que "vestirse de Cristo, Evangelio de
    salvación para los hombres de todos los tiempos, conlleva
    ponerle en el centro de la vida personal y comunitaria; en el
    centro de las actividades didácticas y de toda otra forma
    de apostolado. Conlleva, en particular, hacerse imitadores de
    Cristo para ser testimonios coherentes de Él, capaces de
    comprometer a los adolescentes y
    jóvenes a seguirlo sin titubeos".

    -Un anuncio que revele realmente el rostro de Dios debe
    estar apoyado en Aquél que es el principio inspirador de
    toda la obra catequística y de los que la realizan: el
    Espíritu del Padre y del Hijo: el Espíritu
    Santo
    : "El os lo enseñará y os traerá a
    la memoria
    todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26). Sin el Espíritu
    no podemos anunciar que "Jesús es el Señor".(1 Co
    12, 3)

    -La catequesis debe preocuparse no sólo de
    alimentar y enseñar la fe inicial, sino de suscitarla con
    la ayuda de la gracia, de abrir el corazón,
    de convertir, de orientar una adhesión integral a
    Jesús, de hacer crecer (a nivel de conocimiento y
    de vida) la semilla de la fe sembrada a través del
    Bautismo. Esto debiera inspirar el testimonio, el tono, el
    método
    catequístico. Máxime teniendo en cuenta que muchos
    bautizados llegan a la catequesis sin haber recibido alguna
    iniciación en la fe, y sin tener todavía
    adhesión alguna explícita y personal a
    Jesucristo.

    -Si bien los jóvenes y los niños
    son los destinatarios privilegiados de esta enseñanza, también los adultos,
    especialmente ante las nuevas situaciones y problemas que
    experimentan en la vida personal, familiar, social o
    económica, están necesitados de una
    enseñanza que ilumine y oriente la vida humana en el mundo
    de hoy con suficiente claridad, objetividad y vigor para que
    puedan vivir radicalmente el seguimiento de
    Jesucristo.

    -Solamente en íntima comunión con
    Jesús y los hermanos, en el contacto asiduo con la Palabra
    de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia, con
    espíritu de oración, los catequistas
    encontrarán luz y fuerza para
    una renovación auténtica de su
    enseñanza.

    -La Evangelización requiere un esfuerzo positivo
    para presentar los misterios de Dios y de nuestra
    salvación de manera que resulten comprensibles
    y
    despierten el interés de
    sus destinatarios.

    Es preciso, sin embargo, cuidar de no alterar ni
    omitir los contenidos fundamentales
    de la revelación y
    de la fe tal como son interpretados y vividos
    auténticamente por la Iglesia. La correlación entre
    el mensaje que se quiere anunciar y los factores sociales y
    culturales no se puede hacer de manera que las promesas de Dios
    queden alteradas a "gusto" de las expectativas o preferencias de
    la cultura determinada.

    No se debería aceptar ningún lenguaje que,
    bajo el pretexto que sea, aun supuestamente científico,
    tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco
    es admisible un lenguaje que
    engañe o seduzca. Al contrario, los grandes progresos
    realizados en el campo de la ciencia del
    lenguaje han de poder ser
    utilizados por la catequesis para que ésta pueda comunicar
    más fácilmente al niño, al adolescente, a
    los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido
    doctrinal sin deformación.

    Nos urge buscar las formas de ofrecer a los otros los
    acontecimiento fundamentales de nuestra salvación de
    manera sencilla, clara, transparentando lo más posible a
    Dios para que pueda manifestarse como es, sin reducir su Palabra
    sometiéndola a los filtros de la coyuntura.

    -En esta renovación, me parece fundamental el
    darle un lugar central a la Palabra, justamente para no
    recortar el anuncio de la Salvación.

    Desde el Dios bíblico se puede entender la propia
    vida como un proyecto amoroso:
    somos creados por amor, no fruto de la casualidad ni del azar, y
    destinados a un futuro de amor en el encuentro con el mismo Dios
    que nos ha creado. Él es nuestro origen y también
    nuestro destino. En este sentido, es bueno, antes que reconocer a
    Dios como todopoderoso, descubrirlo como Padre. No somos esclavos
    sino hijos. El poder de Dios aparece en las obras de Jesús
    al servicio de la
    debilidad humana y se expresa en la misericordia y el
    perdón. Su omnipotencia no fuerza nuestra libertad. Dios
    se muestra todopoderoso, especialmente cambiándoles el
    corazón, a quienes le abren libremente su
    vida.

    -También hay que prestar una particular atención a la enseñanza en las
    Facultades, Institutos y Escuelas de Teología
    , y
    también en las Escuelas de Formación de agentes de
    Pastoral y, sobre todo, en los Seminarios o en aquellas instituciones
    donde se forman intelectualmente los aspirantes al
    sacerdocio.

    Se necesita una formación que recupere la savia
    bíblica e instaure un diálogo fecundo con la
    racionalidad contemporánea, aunque con el discernimiento
    preciso para no dejarse "fascinar" por planteamientos o
    propuestas que desnaturalicen la enseñanza a cuyo servicio
    han sido llamados.

    -El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer
    al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos
    cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su
    fe.

    En cuanto a la vida religiosa

    Cuando la Gaudium et spes se refiere al remedio del
    ateísmo, luego de mencionar la exposición adecuada
    de la doctrina, expresa: "hay que buscarlo en la integridad de
    vida de la Iglesia y de sus miembros
    . A la Iglesia toca hacer
    presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con
    la continua renovación y purificación propias bajo
    la guía del Espíritu Santo. Esto se logra
    principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada
    para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas
    vencer. Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de
    la presencia de Dios el amor
    fraterno de los fieles, que con espíritu unánime
    colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de
    unidad." (Nº 21)

    Vivir y anunciar la fe en el actual ambiente de
    ateísmo, que cree poder prescindir de Dios, es un gran
    desafío para la evangelización. Nos pone en la
    necesidad de reflexionar sobre las exigencias internas de la
    misión
    evangelizadora. ¿Cómo ha de ser la Iglesia y cada
    cristiano para esta misión? La
    misión de evangelización en estos tiempos,
    ¿qué exigencias internas de fortalecimiento
    religioso y de purificación evangélica tienen?
    ¿Cómo ha de ser la Iglesia y cómo hemos de
    formar parte de Ella los cristianos para anunciar a Dios y su
    Reino en este mundo, para revelar realmente su rostro?

    -Y la primer exigencia que brota de esta responsabilidad
    es la necesidad de ahondar y purificar nuestra propia fe y
    esperanza en la salvación de Dios
    , haciéndolas
    más teologales, más profundamente religiosas y
    más comprometidas en la transformación de nuestra
    vida y nuestras maneras de estar en este mundo. Reconociendo de
    entrada que una mayor autenticidad purificada de la vida
    cristiana no se condice ni con el espiritualismo desencarnado ni
    con las actitudes secularizantes.

    -Purificar la fe para anunciar la verdadera "buena
    noticia". Creer en Jesús es creer que está vivo,
    pues sólo así Jesús se convertirá en
    el Señor de la propia vida y la fe no se apoyará en
    fantasías. Es la Resurrección lo que transforma el
    horizonte de nuestra vida y es lo que anuncia la Iglesia. Si no
    se cree en la Resurrección se rebaja el Evangelio a unas
    ideas, unas prácticas que, por otro lado, no serán
    nada eficaces al oponerlas al materialismo y
    secularismo de nuestros tiempos. Además, si Jesús
    vivo no está en el centro, el anuncio se convierte en
    palabras vacías, en la defensa sin razones de la
    esperanza, en la búsqueda de intereses personales… Y
    este anuncio no dará frutos de
    conversión.

    -El crecimiento de la fe, y más en el contexto
    adverso en que vivimos, necesita un esfuerzo positivo y un
    ejercicio permanente de la libertad personal que comience por la
    estima de la propia fe como lo más importante de nuestra
    vida. A partir de esta estima nacerá el interés
    por conocer y practicar cuanto está contenido en la fe en
    Dios y el seguimiento de Cristo en el contexto complejo y
    variante de la vida real de cada día.

    Descubrir a Dios vivo y presente en la realidad.
    El Dios vivo de la revelación es el Dios que se manifiesta
    en la historia o sea que está íntimamente unido al
    hombre en Cristo; se revela a través de sus obras. Por
    tanto, la experiencia de Dios necesita de un discernimiento,
    una capacidad crítica para descubrirlo en medio de la
    realidad que vivimos
    , una sensibilidad para captar e
    interpretar los signos de los tiempos. Esto requiere docilidad al
    Espíritu Santo, gracias al cual podemos tener experiencia
    de Dios y anunciar al Dios que escuchamos, vemos, experimentamos,
    tocamos y compartimos, del cual nos sentimos hijos. Y esta
    docilidad al Espíritu Santo permitirá descubrir
    nuevos métodos y
    un nuevo ardor en la evangelización, como manifestara Juan
    Pablo II.

    -Encontrarlo vivo en la Sagrada Escritura, en
    las celebraciones litúrgicas, los sacramentos, encontrarlo
    vivo en la oración, encontrarlo vivo en la Iglesia a
    través de los hombres que, al vivir en comunión con
    un Dios verdadero y haciendo su voluntad, muestran a
    Jesús.

    -La respuesta personal a la llamada de la fe tiene que
    realizarse en el intercambio y con el apoyo de los demás
    creyentes dentro de la comunidad de fe que es la Iglesia.
    En las actuales circunstancias sociales y culturales, esta
    necesidad aparece más evidente. En un mundo como el
    nuestro, quienes creen en Dios y en Jesucristo, pero viven
    alejados de la Iglesia, corren el riesgo de perder
    la fe en el Dios vivo y la esperanza en la salvación
    cristiana. La situación del cristiano poco o nada
    practicante es contradictoria y peligrosa. Poco a poco las ideas
    y criterios no cristianos que están en el ambiente
    deforman la pureza y apagan el dinamismo de la fe de quien no
    participa personalmente en la vida comunitaria de la Iglesia. Y,
    claro, finalmente, mas que combatir el ateísmo se termina
    adhiriendo a éste.

    -Es necesario redescubrir constantemente la importancia
    de realizar y anunciar la fe desde el amor comunitario, y
    creo que en esto es clave la oración de Jesús por
    sus discípulos: "Padre, que todos sean uno, como
    Tú, Padre, estás en Mí, y yo en Ti. Entonces
    el mundo reconocerá que Tú me has enviado y que yo
    les he amado como Tú me amas a mí." (Jn. 18,
    21-23).

    Jesús nos pide que nos amemos, que entre nosotros
    se vea el amor de
    Dios, que vivamos el amor de Dios, para que otros crean. Este es
    el corazón de nuestra vida cristiana. Como lo dice
    también Jesús: "Les doy un mandamiento nuevo: que
    se amen unos a otros como yo los he amado. Así
    reconocerán todos que son mis discípulos: si se
    tienen amor unos a otros". (Jn. 13, 34)

    Este amor funda la comunidad.
    Jesús construye su comunidad, su Iglesia, sobre el
    mandamiento del amor. "Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos
    los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de
    Dios ha llegado a su plenitud en nosotros" (1 Jn. 4,12)
    Así, en la experiencia del amor, conocemos
    auténticamente a Dios. Además, el amor con que nos
    amemos es el signo para que otros crean (cf Jn.
    17,21)

    – Además de la conversión personal, que va
    unida a una experiencia de fraternidad, a la práctica del
    amor mutuo, es necesario avanzar hacia una renovación
    de las estructuras
    eclesiales
    para que estén orientadas totalmente hacia
    Dios, y que hagan transparente el rostro del Dios vivo desde una
    fe que obra por el amor.

    No podemos los cristianos volcarnos prioritariamente a
    la acción y al obrar sin preocuparnos de ser comunidad con
    una unidad de vida manifestada en el amor fraterno. La comunidad
    es parte del ser cristiano y de este ser comunidad sigue la
    acción pastoral
    bajo la guía del
    Espíritu Santo. Como Cuerpo, debemos dejarnos conducir por
    la Cabeza y esto llevará a mostrar la identidad
    verdadera de la Iglesia.

    -Puesto que del Espíritu proceden todos los
    carismas que edifican la Iglesia, comunidad de cristianos (Cf. 1
    Co. 12, 4-11), es necesario vivir la consigna que San Pablo da a
    cada discípulo de Cristo: "Llenaos del
    Espíritu"
    .(Ef. 5, 18). Todo cristiano, al ejercer en
    la Iglesia y en nombre de la Iglesia su misión de
    anunciar, debe ser muy consciente de que actúa como
    instrumento vivo y dócil del Espíritu Santo. Y su
    actitud debe ser invocar constantemente este
    Espíritu
    , estar en comunión con Él,
    esforzarse en conocer sus auténticas
    inspiraciones.

    En medio de tanta crítica de todo lo
    institucional y del ser mismo de la Iglesia, los fieles deben
    esforzarse en aceptar el misterio de la Iglesia, con verdadero
    espíritu de fe, sin dejarse impresionar ni influir por
    quienes juzgan y discuten la vida de la Iglesia, las actuaciones
    del Papa, de los Obispos, de sacerdotes, etc. con criterios
    puramente humanos, que ignoran el carácter religioso y
    cristiano de tal ministerio.

    Sin negar que las críticas pueden ayudar para
    purificar y renovar la vida de la Iglesia
    (compuesta y
    dirigida por hombres débiles y pecadores), debemos estar
    atentos a que no nos lleven a distanciarnos afectivamente de la
    realidad concreta de la Iglesia para convertirnos en sus jueces,
    lo cual desfigura y empobrece nuestra fe. Solamente quien entra
    más profundamente en el misterio de la Iglesia, se anima a
    llegar a su corazón y se siente responsable de su vida en
    su contexto real, con humildad y paciencia, encontrará en
    ella misma la luz y el
    espíritu necesario para su verdadera
    renovación.

    Por ello, una de las exigencias que nos plantea como
    cristianos el momento presente, además de aceptar
    humildemente las críticas y las adversidades que nos
    purifican y estimulan, es desarrollar expresamente la
    adhesión a la Iglesia por encima de las tensiones o
    dificultades que puedan aparecer
    . Así es como han
    vivido los grandes testigos de la fe y los cristianos en las
    épocas difíciles. Así es como debemos vivir
    ahora nuestra pertenencia a la Iglesia por encima de las
    diferentes sensibilidades y preferencias personales.

    "Evangelizadores: nosotros debemos ofrecer… la
    imagen… de hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse
    más allá de las tensiones reales gracias a la
    búsqueda común, sincera y desinteresada de la
    verdad. Sí, la suerte de la evangelización
    está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado
    por la Iglesia. He aquí una fuente de responsabilidad,
    pero también de consuelo".

    (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 1967,
    Nº 77).

     En cuanto a la vida
    social

    El anuncio de Dios, la acción evangelizadora,
    incluye también la realización de este Reino en el
    mundo, aunque sea de manera fragmentada y deficiente, con hechos
    y signos que indiquen la presencia del amor de Dios y la certeza
    de la salvación que esperamos.

    En las actuales circunstancias, la Iglesia, todos los
    cristianos, nos debemos sentir urgidos a ofrecer con sencillez y
    confianza lo que, para nosotros, es el único camino de
    salvación, el que Dios ha dispuesto para ofrecerlo a todos
    los hombres: Jesucristo, Verdad y Vida.

    El anuncio del Reino implica primero que los
    cristianos lo hagamos realidad entre nosotros y con todos los
    hombres
    , de manera que aparezcan signos reales de la
    presencia del amor y de los dones de Dios como invitación
    a la fe, estímulo para la esperanza y anticipo de la paz y
    de la felicidad eterna que Dios ha preparado para todos (Cfr. Mc.
    16,20). Por eso, la conversión personal sigue siendo
    piedra angular para el cristiano y para la comunidad
    eclesial.

    Mostrando la posibilidad de vivir ya desde ahora las
    realidades del Reino, inspirando la convivencia humana en los
    valores del Evangelio, vinculándonos solidariamente con
    los demás, luchando contra todo aquello que es contrario
    al Reino en la vida concreta, se puede ayudar a los hombres a
    creer en el Dios de la salvación.

    -No podremos afrontar esta tarea si los cristianos y las
    comunidades cristianas, no vivimos gozosa e intensamente la fe
    y la vida del Evangelio, con toda su capacidad renovadora y
    liberadora
    . Es preciso que se avive la experiencia de la fe y
    de la gracia para que vivamos desde el reconocimiento efectivo de
    la soberanía de Dios y desde la esperanza de
    la vida eterna.

    -Debemos corregir toda forma de oposición
    entre las dimensiones espirituales o escatológicas del
    Cristianismo y
    su fuerza transformadora de la realidad
    . De lo contrario,
    estamos escondiendo lo más original y radical del
    cristianismo, su capacidad para transformar desde dentro del
    corazón de los hombres la realidad humana entera.
    Convertidos a Jesucristo y fieles a su Evangelio, los cristianos
    debemos hacer presente en nuestras vidas, proclamar con palabras
    y defender con decisión, el valor absoluto
    de la persona humana.

    -Mostrar el rostro real de Dios implica esperar otro
    mundo pero no desentenderse de éste
    . Los
    católicos han de mostrar, en la vida cotidiana y en la
    práctica real y social, que el servicio del hombre es el
    criterio de autenticidad de su fe y de su experiencia de Dios
    como Dios; y viceversa, que esta experiencia es la
    condición para un servicio verdaderamente reconciliador y
    liberador del hombre. Pues el cristiano, por la fe en Jesucristo,
    cree que la plenitud de la vida ha sido revelada en Él. No
    desentenderse de este mundo es un paso necesario para mostrar la
    equivocación que hay en pensar que Dios sólo puede
    ser afirmado a costa del hombre o que el hombre sólo puede
    realizarse al margen de Dios.

    -Hacer vida el Evangelio implica responder con verdad y
    honestidad a las
    circunstancias concretas que se viven. No podemos tener un
    anuncio eficaz ante la secularización, ante la
    expulsión de Dios de la vida pública, si como
    cristianos reducimos lo religioso al ámbito privado y del
    culto. ¿Cómo podemos anunciar si no la
    vinculación de todos los campos de la vida humana al
    Creador, a la presencia de Cristo?

    Tanto en la vida privada como en la
    pública,
    el cristiano debe inspirarse en la doctrina y
    seguimiento de Jesucristo. El estilo de la vida de
    Jesús y de sus discípulos quedó sintetizado
    en las Bienaventuranzas y en el Sermón de la
    Montaña. Todo ello es la consecuencia de una profunda y
    radical actitud de amor a Dios y al hombre.

    La luz del Evangelio y los valores del Reino de Dios
    irán impregnando la vida social
    si son anunciados y
    vividos por la comunidad cristiana, aunque sea con las
    dificultades y deficiencias propias de los hombres, sin son
    irradiados por medio de los cristianos que actúan de una u
    otra manera en los diversos sectores de la vida pública,
    social, cultural, económica, laboral o
    política.
    Los cristianos deberán buscar purificar estas dimensiones
    de las consecuencias de los pecados, confirmar cuanto en ellas
    hay de noble y verdadero, potenciar sus esfuerzos hacia las metas
    más altas de humanidad, anticipando de alguna manera la
    paz y la felicidad que Dios quiere definitivamente para todos sus
    hijos.

    Con el fin de intensificar la vida y la acción de
    la Iglesia y de los cristianos en los diferentes sectores y
    ambientes de la vida real, es necesario crecer hacia una Iglesia
    en la que todos encuentren su sitio y su
    misión.

    -Para "entrar" en este mundo secularizado, los
    cristianos deben permanecer lúcidos y coherentes en la
    fe
    , afirmando serenamente su identidad cristiana y
    católica, adhiriéndose de tal manera a Dios que
    puedan dar testimonio de Él en una civilización
    materialista que lo niega.

    En cuanto a la vida
    moral

    -Hay que partir afirmando que la moral cristiana no
    puede estar sustentada en el imperativo categórico de la
    ley, sino en
    la fe en Dios como creador y salvador que ama a los hombres.

    Tampoco debiera estar sustentada en apreciaciones puramente
    subjetivas, sino más bien en un convencimiento firme de
    que sólo en Dios el hombre encuentra la respuesta cabal a
    sus aspiraciones más profundas, porque ha sido creado a su
    imagen, según el modelo de
    Jesucristo
    .

    La Ley nueva de Cristo se traduce, en última
    instancia, en el seguimiento de una persona, la de Jesucristo;
    consiste en aceptar que El mismo es el Evangelio, la buena
    noticia de salvación comunicada y otorgada por Dios a los
    hombres.

    La vivencia del Evangelio es imposible sin la fuerza
    del Espíritu Santo
    que es, verdaderamente, la ley
    interior de la Nueva Alianza, aquella ley que Dios graba en la
    mente y el corazón de sus hijos para renovarlos y
    colmarlos de vida. Y esto es preciso anunciarlo: la moral
    cristiana muestra su autenticidad cuando el
    Espíritu es derramado sobre el creyente y dispone
    su interior para acoger la realidad ofrecida, le hace amarla y
    descubrir en ella su propia plenitud. Desde este anuncio hecho
    vida se podrá afirmar que el Espíritu no violenta,
    ilumina interiormente; no humilla, eleva; no hipoteca, capacita.
    Y así la vocación cristiana se descubrirá y
    se podrá mostrar como vocación a la libertad:
    ''hermanos, habéis sido llamados a la libertad"
    (Gál. 5,13). Sobre todo, desmintiendo la falsa
    oposición moral, valores-libertad.

    La ley de Dios (interpretada por algunos como algo
    escrito en tablas de piedra, amenazador para el hombre y exterior
    a él) se nos muestra, por el contrario, en la Biblia como
    una realidad viva. La ley de Dios es luz para la vida de todo
    hombre, una lámpara en el sendero de su vida (Cfr. Sal
    119, 105).

    -Los valores deben ser anunciados sin
    desarraigarlos de su fundamento
    , de sus raíces
    cristianas. El humus necesario para que los valores puedan
    mantener su vigencia es la experiencia de Cristo vivida en la
    Iglesia. Porque, sin la Iglesia, incluso Jesucristo está
    expuesto a quedar reducido a un discurso
    formal o a convertirse en un ejemplo de conducta del que, una vez
    extraída "una doctrina moral", resulta fácil
    prescindir, al tiempo que se
    abandona también el intento de vivir una vida conforme a
    la suya y la esperanza que El suscita.

    Los católicos podrán contribuir
    eficazmente a la ordenación moral de la sociedad
    clarificando y fortaleciendo por la fe cristiana los grandes
    valores éticos.

    -Es preciso tener en cuenta que la moral cristiana
    afecta al hombre en la integridad de sus dimensiones
    y, en
    consecuencia, abarca desde las normas morales inscritas en el
    corazón del hombre hasta los imperativos del comportamiento
    humano alumbrados por Cristo desde el mandamiento del amor a Dios
    y al prójimo.

    – Creer que Dios creó al hombre libre, capaz de
    decidir por si mismo y dueño de sus actos, implica
    reconocer y anunciar con firmeza la responsabilidad que
    el hombre tiene ante Él, ante sí mismo, los otros y
    el mundo
    . Las decisiones morales no pueden separarse de esta
    responsabilidad, la más importante de la vida. Es la
    responsabilidad que tiene todo hombre, como "imagen de Dios", de
    responder al llamado a realizarse en la verdad. Hay que afirmar
    particularmente que el hombre, por su inteligencia,
    reflejo de la luz de la mente divina, puede encontrar la verdad,
    llegando a formarse juicios de valor
    universal sobre si mismo, sobre las normas de conducta y su
    última meta. Negar que la verdad existe y se hace
    perceptible para el hombre equivale a sustraer toda
    orientación razonable a sus opciones libres.

    Porque existe la verdad y porque el ser humano
    está hecho para encontrarla en libertad responsable, es
    posible igualmente asentar la vida personal y colectiva en un
    conjunto de certezas sobre el ser y el sentido de la vida y
    actuar del hombre. Y en este punto, el cristiano ha de afirmar:
    fuera de la verdad, la existencia humana acaba
    oscureciéndose y puede llegar a falsearse a si misma. Sin
    la verdad, el hombre se mueve en el vacío, su existencia
    se convierte en una aventura desorientada. En la situación
    cultural contemporánea, es necesario, ante todo, recordar
    y proclamar estas certezas.

    -Hay que anunciar, especialmente en estos tiempos de
    laxismo moral , que en el ejercicio de su libertad, el hombre no
    puede desligarse de referencias objetivas, compromisos y
    responsabilidades, de tal manera que su actuación no se
    puede disociar de los imperativos y exigencias que, para bien
    suyo, han sido inscritos por Dios en su mismo ser personal, en la
    naturaleza de
    sus actos y en las demás realidades de la creación.
    La libertad humana es, pues, falible y limitada. En consecuencia,
    es necesario aquilatar continuamente la libertad para que pueda
    actuar responsablemente y acertar al tomar sus
    decisiones.

    La fidelidad a la conciencia*, rectamente
    formada (pues no es un oráculo infalible sino que es
    errónea), es el punto de partida y el lugar de encuentro
    donde los católicos y sus conciudadanos pueden ahondar en
    la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas
    morales que afectan hoy día a los individuos y a la
    colectividad.

    -La búsqueda del diálogo en el terreno
    moral
    es incompatible con el regateo o la transacción
    innegociable: no cabe aquí un consenso obtenido a costa
    de rebajar las exigencias morales cristianas
    . Pero debe
    quedar siempre claro que la propuesta moral que hace la Iglesia
    no pretende, de ningún modo, violentar la libertad humana,
    sino que le urge la necesidad de proteger los derechos fundamentales del
    hombre.

    La moral del Evangelio no puede renunciar a su original
    novedad, escándalo para unos y locura para otros (Cfr. 1
    Co. 1,23). Corresponde, por el contrario, a toda la Iglesia
    aportar la luz del Evangelio a las tareas cívicas y
    políticas y cooperar para que la conciencia y normas
    éticas vigentes en una sociedad se depuren, se aseguren y
    se enriquezcan en la dirección del humanismo
    cristiano. Pues, como señala el Concilio Vaticano ll: "no
    hay ley humana que pueda garantizar la dignidad personal y la
    libertad del hombre con la seguridad que
    comunica el Evangelio de Cristo confiado a la Iglesia". (GS
    Nº 41) .

    – Los cristianos han de vivir su vocación
    conscientes de que no vivirán en este mundo para siempre.
    El don supremo de la vida eterna es lo que da su justo valor a
    la vida presente
    , jerarquiza todos los bienes de
    la tierra y
    evita que alguno de estos bienes pase a
    ocupar el lugar de Dios, como realidad última y bien
    supremo.

    -La Iglesia tiene aún otro cometido respecto a la
    moral que profesa: ha de estar atenta a aquellas metas hacia
    donde la conciencia ética de la humanidad va avanzando en
    madurez
    , cotejar esos logros con su propio programa, dejarse
    enriquecer por sus estímulos y reinterpretar, en fidelidad
    al Evangelio, actitudes e instituciones a las que hasta ahora tal
    vez no había prestado la debida atención. Actuando
    de esta manera, la Iglesia vigorizará continuamente la
    fuerza de su propio mensaje promoviendo, a la vez, su
    credibilidad y significación para el hombre.

    Viviana Endelman Zapata

    Agosto 2003

    E-Mail:
    vivianaendelman[arroba]hotmail.com

    Bibliografía
    consultada

    Catechesi Tradendae (1979), Exhortacion
    Apostolica de Su Santidad Juan Pablo II sobre la Catequesis en
    nuestro tiempo.

    La verdad os hará libres (1990),
    Instrucción Pastoral de la Conferencia
    Episcopal Española sobre la conciencia cristiana ante la
    actual situación moral de nuestra sociedad,
    Madrid.

    Los católicos en la vida pública
    (1986), Instrucción Pastoral de la Comisión
    Permanente de la Conferencia
    Episcopal, Madrid.

    Testigos del Dios vivo (1985), Reflexión
    sobre la misión e identidad de la Iglesia en nuestra
    sociedad, XLII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal
    Española, Madrid.

    Viviana Endelman Zapata

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