Indice
1.
Introducción
2. El Giro En La Concepción De Los
Derechos Humanos
3. De La Institución Escolar a La
Comunidad Educativa
4. Los Derechos Humanos en la
Acción Educativa
5. Apuntes Finales
6. Bibliografía
Las transformaciones que durante la última
década ha tenido la educación en
Colombia, son
acontecimientos que no sólo han conducido a un nuevo orden
legal, sino que han permitido el surgimiento y posicionamiento
de nuevas concepciones en el ejercicio pedagógico; todo
esto como muestra de una
tendencia que procura una mayor sintonía de los procesos
educativos con los del desarrollo
social. El nuevo contexto ha planteado nuevos retos en la
orientación de aprendizajes en la escuela:
fortaleciendo la creatividad
para la construcción de herramientas
didácticas, descentrando la mirada de los resultados y
fortaleciendo el desarrollo de
competencias.
Pero esta carrera hacia la calidad
educativa, también ha llevado a una comprensión
parcial o limitada de la sociedad, en
favor de los progresos económicos y tecnológicos y
dejando de lado, o ignorando, el sistema complejo
de relaciones sociales que, en el caso colombiano, se tejen en
medio de un conflicto
armado que se muestra carente de argumentos ideológicos y,
en otros casos, bajo paradigmas
negativos de ascenso social vertical como el narcotráfico y la corrupción.
Con este panorama puede decirse que la sociedad
Colombiana requiere, que frente a los procesos de
modernización económica se desarrollen procesos de
democratización social; es decir, fortalecimiento de la
acción ciudadana a través de procesos formativos
orientados por el Telos de una concepción moderna del
mundo, que permita la construcción de nuevas pautas en la
manera de resolver los conflictos
sociales y hacer de la vida colectiva una experiencia de
convivencia fundada en valores tales
como la Dignidad, la Solidaridad y la
Libertad.
La escuela, como espacio primario en la formación
de la persona, tiene el
reto de hacer de esos valores una constante en el proceso de
socialización y de esta forma generar
dinámicas de educación integral
que posibiliten la formación de individuos que no solo
sean capaces de interactuar frente al mundo de la ciencia y
la tecnología, sino que también tengan
la capacidad de convivir solidariamente en el marco de la
sociedad democrática y, en consecuencia, adoptar posturas
criticas frente a las estructuras y
formas de la
organización social.
Esta perspectiva marca el rumbo de
este ensayo donde
se quiere destacar la importancia de los Derechos Humanos
como parte constitutiva de un modelo de vida
Democrático, a partir de una nueva interpretación
de la escuela, acorde a los cambios sufridos en la
representación de mundo de occidente.
Presentaré el tema de los Derechos Humanos, como
producto de
una construcción histórica, y en consecuencia, como
un concepto en
constante evolución según los cambios
paradigmáticos que adopten las sociedades de
corte racional y en alguna medida lo que eso implica en los
procesos de formación de las personas [1]; seguidamente
abordaré el tema de la escuela colombiana vista por los
jóvenes, remitiéndome a los resultados del proyecto
Atlántida, para reflexionar sobre los retos que debe
asumir desde una perspectiva descentrada y compleja como es la
Comunidad Educativa [2]; finalmente el tema de la promoción y vivencia de los Derechos
Humanos en la escuela vistos como una acción constante en
los procesos pedagógicos y organizativos de la escuela,
atendiendo a las necesidades de la sociedad de hoy y sus
dinámicas [3].
Esta propuesta marca el inicio de una discusión
sobre la efectividad de la institución escolar, la
fundamentación de la Acción Pedagógica y el
reto de construir la llamada Comunidad Educativa como
expresión de las nuevas formas del pensamiento.
2. El Giro En La
Concepción De Los Derechos Humanos
La distinción tradicional de los Derechos Humanos
en derechos fundamentales, derechos económicos y sociales,
y derechos colectivos, como derechos distintos; hace evidente su
carácter de constructos
socio-históricos que obedecen a una concepción
racional del mundo y que están condicionados por las
transformaciones socio-políticas
surgidas de las dinámicas del desarrollo
humano. Esta visión ha sido en parte superada en la
declaración de Viena y el plan de
acción al definir que todos los Derechos Humanos son
universales, indivisibles e interdependientes", constatando
así, los giros en la concepción de mundo que
caracterizan la época actual. Un cambio que
invita a una mirada integral del hombre,
poniendo el centro de interés en
la Dignidad humana.
Con la concepción del mundo moderno (en
occidente), surgida del proceso de desencantamiento de las
representaciones religiosas del mundo, la razón
colonizó todas las esferas de la vida humana, potenciando
el desarrollo de los saberes definidos por la acción
teleológica, y a su vez limitando el desarrollo de otras
esferas que, como la social y la subjetiva, no se definen
exclusivamente desde la razón y menos aun desde la
racionalidad instrumental.
La aplicación del modelo racional en todas las
esferas del desarrollo humano ha propiciado dinámicas
sociales con tendencias homogenizantes, reduciendo la diversidad
de perspectivas que se generan en los mundos de vida cotidianos a
la perspectiva única del desarrollo científico y
tecnológico. Esta reducción del Mundo de la Vida, a
mundo de objetos, se destaca como una de las circunstancias
generadoras de la crisis de la
misma modernidad. Pues
si bien el Mundo de la Vida, constituye la base desde donde se
construyen los saberes especializados, sus dinámicas no
obedecen a una determinación estrictamente racional sino
que, por el contrario, surge en un plexo de relaciones complejas
que involucran no sólo distintas racionalidades sino otras
formas de pensamiento. En tal sentido, la concepción de un
mundo como expresión de una razón
monológica, individualista y egocéntrica, sobre la
que se construyó la modernidad, es en sí misma el
origen de su propia crisis, la cual ha suscitado distintas
lecturas sobre la época que actualmente
vivimos.
Para muchos es claro que el tiempo de la
Razón como única opción válida del
reconocimiento humano, ha cedido el paso a diversas
manifestaciones del pensamiento, que reconocen en ella los logros
alcanzados en el dominio de la
naturaleza y
la construcción de estructuras de organización social, pero le critican
seriamente el desconocimiento de los otros ámbitos de la
condición humana que no son cuantificables, ni posibles de
ser controlados con los métodos de
la ciencia
positiva. Igualmente se le reclama a la ciencia su poca eficacia en las
soluciones
efectivas a los problemas de
la humanidad y, su dedicación al desarrollo de complejas e
innumerables teorías
que pusieron al ser humano en la condición de objeto a
favor de la solución de problemas para la ciencia misma;
es decir, una ciencia de espaldas al desarrollo humano,
desconociendo el principio y fundamento de su razón de
ser.
Sin embargo, no se trata de desconocer totalmente a la
Razón como principio regulador de la acción humana,
sino de establecer los ámbitos propios de su influencia y
sobre todo de la forma que esta tiene en su proceso constitutivo:
como Razón Dialógica, producto de las relaciones
comunicativas que las personas entablan en la construcción
de sus mundos de vida y no como Razón Monológica,
centrada en un individuo solitario y aislado que solo se piensa a
sí mismo.
Esta discusión, en torno a la crisis
de la época moderna, ha dejado constancia sobre la
objetivación del sujeto y se ha señalado la
necesidad de construir nuevas miradas a los procesos del
desarrollo humano, instando, desde la segunda parte del siglo XX,
a las distintas disciplinas sociales al desarrollo de nuevas
formas para la comprensión de lo humano y a posicionarlo
como protagonista y eje central de los procesos de
desarrollo.
Esta vuelta de la mirada hacia el ser humano, nuevamente
como sujeto, pone en el centro de discusión el tema de los
Derechos Humanos, como expresión de una práctica de
vida que se orienta por las formas de representación del
Mundo.
De esta manera podemos comprender cómo los
Derechos Humanos, que surgen en correspondencia de una
concepción individualista del mundo, se fueron
complementando con reconocimientos de orden social,
económico y ambiental, para finalmente adoptar una postura
de integralidad centrada en la vida humana.
Con esta nueva concepción de los Derechos Humanos
se fortalece la noción de Vida Humana como algo mucho
más que la mera existencia biológica, potenciando
la idea del desarrollo como algo que se refiere a las personas y
no a las cosas, pues se enfatiza en que la vida humana se
desarrolla a través de la construcción de
satisfactores en correspondencia con las expresiones propias de
cada cultura.
En este sentido, Max Neef ha propuesto una
categorización de las necesidades humanas según
categorías existenciales y axiológicas. Las
primeras están referidas al Ser, Tener, Hacer y Estar; y
las segundas en relación con la subsistencia, la
protección, el afecto, el entendimiento, la
participación, el ocio, la creatividad, la libertad y la
identidad;
demostrando que las necesidades humanas son finitas y no
varían en el tiempo, pues ellas son las mismas para todos
los hombres y en todas las épocas de la historia, pues lo que
varía entre una época y otra, y de una cultura a
otra, son los satisfactores de esas necesidades. De allí
que podamos establecer que es en la interrelación de
prácticas socioculturales y el sistema de necesidades
donde se generan procesos de valoración colectiva sobre
los cuales se construyen los Derechos Humanos.
Dicho con otras palabras, los Derechos Humanos surgen de
la conflictividad social propia del sistema de relaciones que se
dan en el mundo de la vida y posteriormente buscan su
reconocimiento en los ordenamientos jurídicos. De esta
forma, en tanto que construcciones sociales, los valores en
que se soportan los Derechos Humanos, como la dignidad, la
solidaridad y la libertad, no constituyen un Telos de la
acción Humana, sino productos de
los desarrollos vivenciales.
Así, más que un conjunto de normas que
soportan un sistema de organización socio-política, los
Derechos Humanos son una expresión cultural que se traduce
en un estilo de vida democrático, cumpliendo una doble
finalidad: por un lado, establecer unas relaciones
pacíficas entre el Estado y la
sociedad, y por otro promover la convivencia solidaria entre los
ciudadanos. Esto implica que, como fenómeno cultural, la
responsabilidad de su construcción,
promoción, defensa y garantía, no son acciones de
competencia
exclusiva del Estado sino
que, algunas de ellas, involucran a todos los ciudadanos y
especialmente a las instituciones
cuyo propósito esta definido por la formación de
personas.
En este propósito de formar personas bajo una
concepción integral, que contemple todas las dimensiones
de su desarrollo, es la Escuela, una de las instituciones llamada
a liderar acciones que dinamicen la construcción de una
cultura fundada en el respeto por los
Derechos Humanos.
3. De La Institución
Escolar a La Comunidad Educativa
La escuela ha sido señalada tradicionalmente como
una institución que cumple con un papel
socializador. Se espera que los niños
que asisten a la escuela desarrollen los aprendizajes necesarios
para desempeñarse competitivamente en la sociedad y que
además fortalezcan la construcción de una imagen de mundo a
través de la internalización de las normas y
valores que la sociedad, de la que forman parte, requiere; lo que
significa que los contenidos y formas de la socialización
también varían según la época y la
cultura.
El "Proyecto Atlántida", realizado durante 1992 y
1994 en distintas regiones de Colombia, arrojó dos
conclusiones básicas de acuerdo a las dos dimensiones
construidas alrededor de la escuela como centro temático:
la dimensión social y la cultural. En relación con
la dimensión social se concluye que "el atraso es el
tiempo social de la escuela"; y en la dimensión
cultural que "existe una ruptura muy marcada entre el mundo de
los adultos y el mundo de los jóvenes".
La primera conclusión hace referencia al desfase
que existe entre sociedad y escuela. Mientras los procesos
sociales se han visto sometidos a una transformación
acelerada como consecuencia de los procesos de
modernización económica y los cambios en el sistema
político con la constitución de 1991, la escuela
permaneció anclada en las estructuras premodernas basadas
en una organización rígida, vertical y autoritaria,
circulando saberes estancados y ajenos a las necesidades del
mundo contemporáneo.
En un mundo donde la tecnología se ha puesto en
función
del entretenimiento y la recreación
de los niños y jóvenes, el aula de clase
tradicional, expuesto a la simplicidad de un profesor que
sólo dispone de un tablero y la palabra, resulta
totalmente insignificante y, por tanto, fuera de contexto para
los intereses de los jóvenes quienes, además,
reclaman la validación de sus saberes adquiridos fuera de
la escuela.
Por un lado, se tiene una sociedad involucrada en
procesos acelerados de modernización, con una crisis
permanente de gobernabilidad que afecta las dinámicas de
roles y los referentes de la representación social, y la
desestructuración de las familias que cada vez inciden
menos en la formación de los hijos; por otro lado, existe
una escuela encerrada en si misma, con estructuras visiblemente
verticales, fundada en la figura autoritaria del maestro y
proponiendo (o imponiendo) aprendizajes que no corresponden, ni
en forma ni contenido, a los procesos mentales que pueden
desarrollar las nuevas generaciones y que la sociedad requiere.
Todo esto genera un ambiente
escolar incomprensible para el ritmo de vida de los niños
y los jóvenes, haciendo de la función socializadora
de la escuela una acción altamente ineficaz, pues tanto
los conocimientos impartidos como los criterios formativos no
logran equipararse con los ritmos de una sociedad cada vez
más urbana y global.
En cuanto a la dimensión cultural, el desfase
escolar se muestra en la reducción de los sistemas de
lenguaje que
alejan a una generación de otra. En la perspectiva
juvenil, los docentes manejan lenguajes desenfocados de su
realidad y poco conocen sobre sus gustos y tendencias, lo que
necesariamente se traduce en un aumento de la brecha que separa a
jóvenes y adultos.
Los procesos de comunicación entre docente y estudiantes
resultan muy limitados, tanto en las relaciones de aprendizaje como
en los espacios cotidianos y extra-escolares. Por otro lado,
el lenguaje
corporal que se manifiesta en la estética del docente también es, a
juicio de los jóvenes, un signo de decepción, pues
para ellos resulta una figura social que no constituye un modelo
de imitación. De esta manera, los jóvenes
consideran que la escuela no les aporta mayor cosa en
términos del conocimiento y
la formación, para ellos es un lugar que sólo
resulta atractivo por cuanto es el único sitio permitido
por los adultos donde ellos pueden encontrarse con sus
pares.
Este desencuentro entre las dinámicas sociales y
las de la escuela constituye un reto frente a la necesidad de
fortalecer la construcción de aprendizajes, en contenidos
y formas, que les permitan a los jóvenes tener la
capacidad de desenvolverse en el mundo de la ciencia y la
tecnología, siendo realmente competitivo, creativo y
recursivo; pero además con convicciones éticas
soportadas en los valores democráticos, que hagan de
él una mejor persona y un ciudadano con capacidad de tomar
postura y participar en los asuntos que lo afectan como individuo
y como sujeto político.
En esta perspectiva, de reconstrucción social de
la escuela, se requiere un cambio interpretativo, que atienda a
los giros contemporáneos que ha sufrido la
representación racional del mundo y del hombre. Esto
implica dar el paso de una escuela que gira sobre si misma, en
una estructura
rígida y vertical, automarginada de los procesos de
transformación social y, en consecuencia,
descontextualizada socio-culturalmente, a una escuela que
construye su propia concepción como el resultado de una
acción integrada, en un cúmulo de relaciones
recíprocas frente a un interés común, como
es la transformación de la cultura, a través de la
Acción Pedagógica concertada. Esta nueva
concepción de la escuela constituye un reto a
través de la llamada Comunidad Educativa.
La ley General de
educación (115 de 1994) señala que la comunidad
educativa esta conformada por los estudiantes, padres de familia o
acudientes de los estudiantes, egresados, directivos, docentes y
administradores escolares. Los cuales podrán participar
según su competencia en el diseño,
ejecución y evaluación
del Proyecto educativo Institucional (PEI) y en la buena marcha
del respectivo establecimiento educativo.
Esta nueva mirada hacia la escuela la muestra como una
unidad integradora de los procesos sociales y culturales,
situándose en una actitud
propositiva frente a las dinámicas de socialización
y no rezagada de ellas. Este cambio de postura, en la
concepción educativa, resulta más acorde con las
representaciones de mundo generadas frente a la crisis de la
razón moderna. La escuela se muestra como una posibilidad
para el desarrollo de aprendizajes y la construcción de
valores y, también, como una responsabilidad que no es
exclusiva de los directivos y docentes, sino de todos aquellos,
que aun de forma indirecta, están involucrados con la
socialización de niños y jóvenes.
El reconocimiento de la diversidad de los actores que
conforman la comunidad educativa, permite distinguir las
diferentes responsabilidades que cada uno de ellos
desempeña en el proceso educativo del niño. Queda
claro que la responsabilidad del padre no es igual a la del
docente, ni la de éstos con la de los estudiantes. La
condición de los padres frente al proceso formativo de los
hijos no los convierte en maestros sustitutos dentro del hogar,
pues en esta relación priman los intereses formativos
sobre los desarrollos conceptuales del saber
técnico-científico. De igual forma en la
relación del docente con los estudiantes, por muy amistosa
y cercana que pueda llegar a ser, no sustituye las relaciones
afectivas del hogar –aunque si puede ser un
complemento—pues en el ámbito escolar el
interés por la construcción de aprendizajes prima
sobre el acompañamiento que necesariamente debe
complementar la formación de valores. En relación
con la función directiva y administrativa de la
institución escolar su interés se centra en la
gestión
y evaluación de estrategias para
el mejoramiento de la calidad, la ampliación de la
cobertura y el desarrollo de la eficiencia.
También los egresados tienen un papel en la dirección de la acción educativa
pues son ellos los que desde su experiencia pueden aportar
elementos de discusión sobre el desarrollo de los modelos
pedagógicos, el uso de la didáctica y la definición de
currículos. También podría integrarse a
estos propósitos de una educación integral, la
acción de las universidades, las ONGs, los movimientos
sociales y gremios de la producción, pues ellos también
contribuyen en la construcción de las representaciones en
los niños y jóvenes de las localidades.
Los acercamientos entre las distintas instancias que
participan de los procesos educativos de los niños y
jóvenes debe traducirse en acuerdos sobre el tipo de
persona que se quiere formar para una sociedad democrática
y en desarrollo constante, a partir de las acciones coordinadas y
contextualizadas, en función de las necesidades y
capacidades de cada comunidad.
Se trata de TRANFORMAR la escuela, de una
institución aislada y pre-ocupada por si misma, en un
centro donde confluyen los intereses de una comunidad en su
necesidad de construir procesos de desarrollo
económico, político, social y cultural,
apostándole a la construcción de aprendizajes desde
una imagen de mundo fundada en la solidaridad, la libertad, la
justicia, y la
dignidad; construir una representación de mundo que
permita a los individuos pensarse desde la idea de un NOSOTROS
integrado y solidario, y no de un YO centrado en sí mismo,
aislado e individualista, es hacer de la educación y
formación de los niños y jóvenes un asunto
de interés general y compromiso total, desconcentrando la
institución escolar y construyendo la COMUNIDAD
EDUCATIVA.
Este giro de la concepción educativa, de la
Escuela a la Comunidad Educativa, no sólo contribuye al
desarrollo de los aprendizajes necesarios en un mundo
globalizado, económica y culturalmente, sino a la
formación de personas con una concepción
democrática de la vida, pues las competencias de los
aprendizajes son fácilmente contextualizadas y encuentran
en cada ámbito de la socialización del niño
un refuerzo y no un distanciamiento.
4. Los Derechos Humanos en
la Acción Educativa
Se ha anotado que la democracia,
como sistema político y como forma de vida, está
soportada en valores como la dignidad, la libertad y la
solidaridad, y que estos no son teleológicos sino
vivenciales. Esto indica que la construcción de una
cultura de Paz, y de Derechos Humanos, desde el ámbito
escolar se inscribe tanto en las dinámicas de aprendizaje
como de formación. Dicho con otras palabras, el tema de
los Derechos Humanos y la necesidad de consolidar una cultura
democrática desde los procesos educativos requiere, no
solo la definición de un currículo que contenga las teorías y
conceptos apropiados sobre el tema sino, un cambio de actitud por
parte del docente en los procesos de enseñanza – aprendizaje, y la
adecuación de las estructuras en la organización
escolar que garanticen la participación real de todos los
actores que conforman una comunidad educativa.
La solidaridad –por ejemplo– fundada en el
reconocimiento del otro como sujeto con quien se comparte la
existencia, y con quien es posible establecer acuerdos para
desarrollar acciones de beneficio común, por encima de las
propias diferencias, no es meramente un concepto abstracto que se
aprende apelando a su definición: La solidaridad se
construye haciendo parte de experiencias donde el reconocimiento
de la propia perspectividad, y la de los otros, expresan modelos
de vida que marcan una huella en la conciencia y
posteriormente se externalizan como parte integral de la
personalidad. En ese sentido, la democracia en la escuela
debe entenderse como un atributo inmanente a la relación
entre docente y estudiantes, a los usos de lenguajes y a las
formas de organización interna de la comunidad
educativa.
La formación para una vida democrática, en
la relación pedagógica, parte del reconocimiento
mutuo entre Docente y Estudiantes, como interlocutores
válidos en el proceso de enseñanza –
aprendizaje. El estatus que mantiene el docente le otorga el
poder para
establecer las reglas de juego del
proceso educativo; sin embargo, ese poder debe traducirse en
Autoridad,
frente a sus estudiantes, demostrando su capacidad en el saber y
la superioridad de juicio, para adelantar planes de acción
coordinados en relación con los requerimientos
específicos de un grado escolar y las responsabilidades de
grupo. De
igual manera, las formas organizativas de las instituciones
educativas deben permitir la toma de posturas y el desarrollo de
acciones, que fomenten el desarrollo de debates y acciones en
torno a los conflictos e intereses de la comunidad educativa, y
el desarrollo de liderazgos democráticos.
Siendo así, la vivencia de los Derechos Humanos
en la comunidad Educativa, es un proceso de construcción
de valores inscrito en la relación pedagógica y que
se fortalece en su continua promoción; entendiendo que la
Promoción no es la difusión de lemas o argumentos
sobre los Derechos Humanos, sino que ella se refiere a la
búsqueda de compromisos en la que los valores que los
sustentan llegan al sentido de vida de las personas. De esta
manera, no sólo se pretende que las personas conozcan sus
Derechos y los mecanismos para su protección, sino que se
enfatiza en el reconocimiento de los deberes que les incumben,
pues ellas mismas pueden ser causantes de violaciones a los
Derechos Humanos. Si no se desarrollan estos compromisos,
asociados a deberes, el tema de los Derechos Humanos y la cultura
de paz, sería solamente un discurso
suspendido en el vacío sin un aporte real a la
construcción de nuevos sentidos en la convivencia
cotidiana.
Los compromisos que se generan desde los procesos
educativos deben ser acciones que respondan a la necesidad de
transformar una situación conflictiva, o de violencia, y
sobre las cuales se pueda ejercer un control directo y
realizar un seguimiento continuo. La importancia de los
compromisos radica en la necesidad de afectar, de forma positiva,
las estructuras donde se definen los planes de acción de
las comunidades educativas, que en el caso de la escuela son los
Proyectos
Educativos Institucionales (PEI).
Con esta perspectiva, el sentido de un programa para la
Construcción de una Cultura de Paz desde la Escuela, se
basa en los compromisos adquiridos entre quienes participan del
proyecto. Este proceso parte del reconocimiento mutuo de sujetos
que tienen capacidad de pensamiento y acción. Se trata de
construir situaciones que permitan una confrontación
personal sobre
el papel que cada quien juega en la dinámica educativa y desde la cual pueda
reconocerse y proponer el desarrollo de las propuestas más
apropiadas al contexto, potenciando el desarrollo de la
creatividad en el planteamiento de alternativas
pedagógicas.
Los cambios en la concepción de mundo, surgidos
con la crisis de la modernidad, han puesto al hombre, otra vez,
en el centro de las representaciones. Sin embargo, la nueva
imagen del hombre no lo muestra como un individuo frío,
aislado y omnipotente, sino como un ser de diferentes facetas que
se expresan en variadas formas del pensamiento, que le
posibilitan la construcción de mundos de vida compartidos
e integrados.
La nueva imagen del hombre es la de un hombre que se
piensa a sí mismo en proyección con los
demás y que se reconoce como un sujeto capaz de organizar
la vida material, social y subjetiva, según los criterios
racionales que construye en la convivencia con otros; pero que
también, en medio de ello, reconoce consigo la vivencia de
situaciones que no pertenecen al ámbito de la razón
y que no por ello son irracionales. Esta apertura de Horizontes
en la comprensión de sí mismo, ha posibilitado el
surgimiento de nuevas tendencias en la concepción del
desarrollo, y en consecuencia, en la de los Derechos Humanos y
los Proceso Educativos.
Educación y Derechos Humanos están
íntimamente ligados a los procesos de formación de
la cultura desde los espacios de socialización. Las nuevas
perspectivas de la educación requieren no solo la
preparación del niño en los saberes que el
desarrollo técnico-económico le exige sino,
también, la formación en los valores que la
democracia requiere.
Los Derechos Humanos, centrados en la Dignidad Humana,
constituyen una fuente de reflexión permanente sobre la
acción educativa y un marco de referencia en la
construcción de hábitos y pautas de convivencia
solidaria y resolución positiva de conflictos. En ese
sentido, las perspectivas para la construcción de una
cultura de Paz, parten del reconocimiento propio sobre las
limitaciones existentes y las probabilidades de cambio que se
pueden generar desde el papel que cada uno desempeña en la
sociedad. Todo ello se inscribe como una construcción
abierta y constante frente a las dinámicas impredecibles
de la vida humana.
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Autor:
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