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El Profeta Jeremías




Enviado por dwdamian



    Índice

    2. Historia del profetismo
    bíblico

    3. Marco Histórico de
    Jeremías

    4. La persona y la actividad
    profética de Jeremías

    5. El libro de
    Jeremías

    1. El
    Profeta

    Etimología y denominaciones
    La palabra profeta deriva del griego "profétes", cuyo
    significado etimológico es el de "hablar en nombre de",
    "ser portavoz" de otro, y traduce a su vez en la literatura bíblica el
    término hebreo nabi´.

    • Si se relaciona con una raíz arcaica
      emparentada con nb (brotar con ruido,
      agitarse interiormente); el nabi sería el que habla con
      vehemencia y bajo el influjo de una potencia
      superior, para anunciar cosas inaccesibles a los
      mortales.
    • Otros recurren a una raíz nb (hablar),
      significaría entonces el "hablante" (por la
      divinidad).
    • Hay una tercera explicación, más
      sencilla y más plausible; relacionar el nabi con el
      acádico nabu, que presenta el sentido de "llamar". El
      nabi sería, pues, el "llamado"(por Dios).

    "No nos faltara la ley del
    sacerdote, ni el consejo del sabio, ni la palabra del
    profeta"

    Jr 18, 18

    Este texto de
    Jeremías engloba las tres instituciones
    que, junto con la monarquía, son las más importantes
    del Antiguo Testamento, a la vez que señala la tarea o
    misión
    que cada una de ellas desempeñaba. Los sacerdotes estaban
    adscritos a los santuarios, donde ejercían el ministerio
    cultural y enseñaban la ley y la tradición. Los
    sabios se dedicaban al estudio, al consejo y a la
    instrucción. Los profetas eran los pregoneros de la
    palabra de Dios. Mientras que el sacerdote (como el Rey) lo era
    por herencia y el
    sabio por propia iniciativa y dedicación personal, el
    profeta lo era por vocación. Lo que mejor define al
    profeta frente al sacerdote y al sabio es precisamente su
    carácter carismático, es decir, su
    condición de elegido y llamado directamente por
    Dios.

    La identidad
    profética
    El abuso de las palabras provoca el deterioro, la devaluación de su sentido y la
    ambigüedad. Es lo que sucede actualmente con la palabra
    "profeta", que para una gran mayoría es sinónimo de
    adivino, futurólogo, visionario y todo un repertorio de
    personajes esotéricos que pescan en los ríos
    revueltos de estos tiempos tan escasos de esperanzas y
    expectativas de futuro. Es verdad que los profetas
    bíblicos se refieren al futuro, pero también se
    refieren, mucho más frecuentemente, al presente y al
    pasado. Para aclarar confusiones y deshacer ambigüedades es
    preciso recuperar definiciones y perfilar identidades.

    Para definir con un mínimo de objetividad a los
    profetas es preciso recurrir a los relatos de vocación, ya
    que son el mejor medio de que disponemos para saber como se
    comprendieron a si mismos y como los vieron sus discípulos
    y contemporáneos. Aunque no se dispone de los relatos de
    vocación de todos los profetas, contamos con ejemplos
    abundantes y suficientemente representativos (Is 6; Jr 1; Ez 1-3;
    Os 1-3; Am 7,10-17; Jon 1,1-3; 3, 1-4). Estos relatos coinciden
    en destacar cuatro rasgos principales que nos permiten
    reconstruir el "perfil del profeta".

    Llamados y enviados por Dios
    Como se explicaba al principio, no se es profeta por propia
    iniciativa, por determinadas cualidades o condiciones heredadas.
    Se es profeta por decisión y elección de Dios.
    Todos los relatos de vocación coinciden en señalar
    la iniciativa divina que culmina en la "llamada" concreta a cada
    uno de los profetas. Estos, a su vez, perciben dicha "llamada", o
    vocación, en el marco de un encuentro especial con Dios
    que cambia radicalmente sus vidas, dándoles una nueva
    orientación. Por eso, a la llamada sigue normalmente la
    misión que constituye al llamado en un "enviado", es
    decir, alguien que no actúa ya por cuenta propia, sino por
    cuenta y en nombre de Dios. Es lo que expresan frases como:
    "¿A quien enviare? ¿Quién ira por nosotros?"
    (Is 6,8); "irás a donde yo te envíe, y dirás
    lo que yo te ordene" (Jr 1,7); "les comunicaras mis palabras,
    escuchen o no" (Ez 2,7); o los frecuentes estribillos de autoridad:
    "así dice el Señor", "oráculo del
    Señor", "palabra del Señor". Todo ello apunta a una
    misma dirección: el profeta es el "hombre de
    Dios". Por eso ha de hablar y actuar desde la fe y la experiencia
    de Dios.

    Misión pública
    La llamada y el envío convierten al profeta en un
    personaje público, que nos puede guardar para sí la
    experiencia de Dios, pues la misión lo sitúa
    pública y abiertamente ante unos destinatarios a menudo
    refractarios e incluso hostiles a su misión.
    Jeremías se sabe constituido profeta "frente a todo el
    país, frente a los reyes de Judá y a sus
    príncipes, frente a los sacerdotes y a los terratenientes"
    (Jr 1,18). Ezequiel es enviado "a los israelitas, a ese pueblo
    rebelde… a esos hijos obstinados y empedernidos" (Ez
    2,3-4). Amós recibe este encargo: "Vete y profetiza a mi
    pueblo Israel" (Am
    7,15). Esta misión pública exige al profeta
    enfrentarse abiertamente a personas e instituciones poderosas,
    debiendo superar los propios miedos y las amenazas de quienes
    pretenden amenazarlos.

    Ministerio de la palabra
    El profeta es también, y sobre todo, el "hombre de la
    palabra". Podríamos decir que la palabra es la herramienta
    más característica del oficio profético.
    Por eso, Jeremías pretende escapar del encargo divino
    argumentando con su incapacidad de hablar (Jr 1,6) e
    Isaías descubre en sus "labios impuros" (Is 6,5) un
    obstáculo insalvable. Es muy significativo que los tres
    grandes profetas: Isaías, Jeremías y Ezequiel
    reciban como "investidura" de su misión un gesto que los
    habilita para el ministerio de la palabra. De esta manera el
    profeta ya no hablara por su cuenta, ni dirá sus propias
    palabras, sino que se convertirá en un atento "oyente de
    la palabra" (Is 50,4-5) y en un fiel transmisor del designio
    divino: "Yo pongo mis palabras en tu boca" (Jr 1,9). A
    través del profeta y su ministerio, la palabra de Dios
    interviene en la historia y se encarna en
    ella para juzgarla, reconvertirla y salvarla.

    2. Historia del profetismo
    bíblico

    Introducción
    Tradicionalmente se creía que el fenómeno
    profético era un producto
    propio y peculiar de la religión yavhista.
    Sin embargo, los recientes hallazgos arqueológicos y
    literarios han sacado a la luz, aquí
    y allá, por todo el antiguo Oriente Medio indicios y
    ejemplos de manifestaciones proféticas más o menos
    afines al profetismo israelita. Se pueden citar entre otros, los
    videntes y mensajeros no profesionales de los archivos de Mari,
    el relato del viaje de Wen Amón a Fenicia, la estela de
    Zakir, rey de Jamat. El adivino Balaán y los profetas de
    Baal se mueven asimismo en un contexto similar.

    Al lado de los paralelismos y coincidencias
    estructurales, e incluso literarias, que existen entre los
    videntes y mensajeros extra bíblicos y los profetas
    israelitas, se dan a su vez diferencias esenciales. La fe en un
    Dios único y personal, creador del cosmos y Señor
    de la historia, junto con la referencia a la alianza como base de
    las relaciones especiales entre el Señor y su pueblo,
    colocan al profetismo bíblico en una categoría
    aparte.

    Orígenes del profetismo en Israel
    Aunque algunos textos tardíos pretenden remontar a
    Moisés el origen del profetismo, en realidad el
    fenómeno profético hace acto de presencia en Israel
    de la mano de Samuel, coincidiendo con el nacimiento de la
    monarquía (fines del S. XI a.C.). se podría decir
    que la monarquía y el profetismo nacen y mueren juntos.
    Son dos instituciones estrechamente relacionadas entre sí.
    De hecho, la edad de oro del profetismo coincide con los tres
    últimos siglos de la monarquía (VIII – VI
    a.C.), que a su vez corresponden a los llamados profetas
    clásicos, canónicos o escritores.

    De los profetas anteriores al siglo VIII, que
    constituyen el llamado profetismo preclásico o pre
    canónico, la Biblia ha conservado algunos relatos sueltos
    o agrupados en ciclos. El conjunto de datos nos permite
    diferenciar tres modelos
    proféticos:

    • Profetas individuales, vinculados a la corte y muy
      cercanos al rey. Es el caso de Natán, Gad o Miqueas
      hijo de Yimlá, que solo intervienen en asuntos
      relacionados con la política y las intrigas
      cortesanas
    • Grupos o fraternidades de profetas, que aparecen
      como discípulos en torno a un
      gran maestro, como Samuel, Elías y Eliseo.
      Actúan poseídos por el espíritu de Dios
      y llegan a estados de éxtasis contagiosos, provocados
      por ritmos musicales, danzas y gesticulaciones.
    • Profetas independientes, que viven entre el pueblo,
      alejados de la corte, aunque ocasionalmente intervengan ante
      los reyes. Entre estos podemos citar a Ajías de
      Siló, un profeta anónimo de Judá, a
      Elías, y frecuentemente a Eliseo. Este será
      seguramente el modelo que
      más influirá en los profetas
      escritores.

    El profetismo clásico
    A mediados del s. VIII a.C., entran en escena toda una
    pléyade de profetas, cuyas predicaciones serán
    consignadas por escrito en los llamados libros
    proféticos. A estos se los conoce mejor como profetas
    clásicos o canónicos. Cronológicamente
    hablando se pueden agrupar en tres momentos:

    1. Profetas preexílicos:
    1. Periodo asirio (s. VIII):
    2. Amós, Oseas, Isaías 1-39 y
      Miqueas

    3. Periodo babilónico (ss. VII-VI):

    Sofonías, Nahún, Jeremías y
    Habacuc

    1. Profetas exílicos (586 -538 a.C.):
    2. Ezequiel e Isaías 40-55

    3. Profetas post exílicos (ss. VI-II
      a.C.):

    Ageo, Zacarías 1-8, Isaías 56-66,
    Abdías, Malaquías, Jonás, Joel,
    Zacarías 9-14, Baruc y Daniel

    Géneros literarios proféticos
    Los libros proféticos contienen las palabras de los
    profetas y las palabras sobre los profetas. Esta doble clase de
    material da lugar a dos grandes géneros
    literarios: oráculos proféticos (las palabras
    de los profetas) y narraciones proféticas (las palabras
    sobre los profetas).

    Vocación y misión del profeta
    Aunque la forma literaria de los profetas parezca estereotipada,
    dichos relatos se basan en la vida. Por ello contienen
    habitualmente los siguientes puntos:

    1. Manifestación divina: expresa una experiencia
      de cercanía vivida como irrupción inesperada,
      diferente a la vivencia cotidiana de la presencia divina (una
      experiencia religiosa). Dios entra en la vida del llamado en un
      momento concreto de
      su historia.
    2. Palabra introductoria: la formula "la Palabra de Dios
      se dirigió a", utilizada muy a menudo, indica el
      carácter personal de la
      comunicación entre el Señor y el elegido. Su
      relación no se diluye en la impersonalidad del conjunto,
      es algo personal y concreto.
    3. Encargo: la misión que el Señor
      encomienda suele expresarse en imperativo para subrayar el
      carácter irresistible de la experiencia. La
      misión de portavoz, de embajador personal, no se le
      arroga a nadie, pero una vez conferida tampoco se relega con el
      olvido.
    4. Objeción: en todo relato de vocación
      aparece una objeción. No es humildad y mucho menos falsa
      modestia; es señal de libertad en
      la aceptación del encargo, pero muy a menudo recoge las
      dificultades reales del llamado. A veces suena como un grito de
      impotencia y tiene algo que ver con la función
      mediadora del profeta.
    5. Confirmación: el encargo de Dios supera la
      debilidad, los impedimentos e incluso las incoherencias del
      llamado. La misión se confirma, pues no dependía
      de las cualidades del profeta. Especialmente en este momento es
      la formula "Yo estoy contigo".
    6. Signo: no se encuentra en todos los relatos de
      vocación, pero sí en la mayoría. El signo
      externo que se ofrece no pretende satisfacer la curiosidad
      personal, ni siquiera proporcionar seguridad al
      llamado. Supone para él una especia de credencial de que
      el Señor ha hablado y se ha comunicado con él. El
      signo confirma la realidad de la experiencia vivida; el relato
      de vocación le acredita ante los oyentes. El profeta es
      un hombre indefenso, pertrechado únicamente con la
      fuerza y la
      debilidad de la Palabra.

    Toda vocación es una vivencia compleja que abraca
    la vida entera en profundidad, aunque se coloque en el momento
    inicial. Siempre conviene releerla desde el final, para captar la
    profundidad humana y espiritual que encierra: entonces se
    comprenderá que el encargo desinstala, que el mensaje
    resulta duro de pronunciar, que las objeciones son un eco de
    crisis y que
    la promesa de presencia divina se conjuga con una experiencia de
    silencio divino. La seguridad de la llamada conlleva
    búsqueda, opción, riesgo y plenitud
    de sentido y de vida.

    Tal vocación consagra al profeta como portavoz de
    Dios encargado de transmitir la palabra divina, que habla de
    salvación en la historia.

    3. Marco Histórico de
    Jeremías

    Introduccion
    El exilio constituyo una de las experiencias más profundas
    para el pueblo hebreo. A su luz los creyentes tuvieron que
    reformular su fe: el pueblo que ha puesto su origen en el acto
    salvador de Dios, que los libro de la
    esclavitud de
    Egipto, debe
    enfrentar desde esa fe la experiencia de la derrota, de la
    humillación y de una nueva esclavitud. Esta crisis
    teológica ha dejado una huella cultural indeleble en la fe
    y, por lo tanto, en la literatura del pueblo
    israelita.

    Jeremías vivió esta experiencia en sus
    comienzos, cuando todavía no se había asentado la
    esperanza de las formulas que más tarde acuñaron
    Ezequiel o el discípulo de Isaías los mensajes
    creyentes, cuyo rastro reconocemos en los textos
    proféticos citados, indican que muchos habían
    sucumbido en su fe; por ello, era necesario alimentar la
    esperanza. Pues bien, en este momento inicial conviene situar a
    Jeremías si queremos hacer justicia a su
    mensaje. Todo mensaje profético guarda relación con
    la historia; el de Jeremías es incomprensible fuera de
    ella. La tradición, que ha atribuido a Jeremías la
    composición de las lamentaciones ha contribuido a
    distorsionar la imagen de este
    profeta. Es necesario, por lo tanto, resumir brevemente los
    hechos más fundamentales de la historia
    universal y de Judá, para entroncar en sus
    líneas el mensaje de Jeremías.

    Situación internacional
    La situación internacional se caracteriza por el cambio de
    potencia dominadora: el imperio asirio sede el paso al nuevo
    imperio babilónico. Todo cambio de estas proporciones
    produce convulsiones ideológicas, políticas
    y culturales, que influyen en la vida de los
    contemporáneos. El diferente criterio sobre el poderío
    o decadencia del imperio de turno ya dividía los
    habitantes del pequeño reino de Judá.

    Asiria
    Senaquerib, conocido en el ámbito bíblico por el
    intento de conquistar Jerusalén, murió el 681 a.C.,
    asesinado por sus hijos. Le sucedió a Asaradón (681
    – 669 a.C.), que conquisto Egipto y se preocupo por dominar
    esa región. Murió al intentar sofocar un
    elevamiento egipcio. Asurbanipal (669 – 627 a.C.),
    enfrascado en guerras
    continuas, logro mantener la situación del imperio. El
    año 652 a.C., su hermano Shamash-Shum-Ukin se
    sublevó en Babilonia. Por el norte los Medos comenzaron a
    hacerse notar. En Siria y Palestina crecía el descontento.
    Quizás el mismo Manases colaboró en alguna
    rebelión ya que en las escrituras dice que fue llevado
    detenido a Babilonia, aunque pronto le permitieron regresar.
    Ocupado en tantas guerras, el rey Assur tuvo que desistir de
    luchar contra Egipto, en donde Psammético I fundo la
    dinastía XXVI (663 a.C.). Desde el año 630 a.C. su
    dominio desde
    Egipto fue simplemente nominal. A su muerte, un
    hijo suyo (Sinsariskun) a quien había dejado al frente de
    Babilonia se dio al trono al caldeo Nabopolasar y marcho contra
    un hermano suyo que reinaba en la capital.
    Sinsariskun se hizo con el poder y reino hasta el 612 a.C.; a el
    le tocó conocer la caída de Assur (614 a.C.) y la
    destrucción de Ninive (612 a.C.) por Medos y Caldeos. Tras
    él, Asurubalit (612 – 609 a.C.), se refugio en
    Jarán, siendo el ultimo rey de los Asirios.

    Babilonia
    A pesar de anteriores intento independentistas podemos considerar
    a Nabopolasar (626 – 605 a.C.) como fundador del
    imperio
    babilónico. Logro expulsar a los asirios (Sinsariskun), y
    se alió a los Medos. El año décimo de su
    reinado (616 a.C.) ataco el corazón de
    Asiria, pero los egipcios vinieron en ayuda de sus antiguos
    señores y tuvo que desistir. Junto a los Medos destruyo
    Assur el año 614 a.C. y Ninive el 612 a.C. tras solo tres
    meses de asedio. En todo este periodo los asirios contaron con la
    ayuda de Egipto. De hecho el Faraón Necao II, hijo de
    Psammético, vino en su ayuda el 609 a.C. y lo intento al
    menos otra vez el 605 a.C.. Este año, por enfermedad,
    Nabopolasar dejo el mando del ejercito caldeo a su hijo
    Nabucodonosor, que en Carquemis infringió una severa
    derrota a los aliados. Desde este momento Babilonia fue la
    única potencia política y militar de la
    región. Nabucodonosor no pudo perseguir entonces a los
    derrotados, porque tuvo que regresar inmediatamente a Babilonia a
    causa de la muerte de
    su padre; pero el año 604 a.C. ya estaba de nuevo en la
    llanura filistea y el año 603 a.C. convoco a todos los
    reyes de Siria para que le rindieran vasallaje. Era rey de
    Judá Joaquín. Nabucodonosor es el rey que tuvo
    mayor influencia en el reino de Judá y quien causo la
    destrucción de Jerusalén.

    Historia de Judá
    La historia del reino de Judá fluctuó entre el
    sometimiento o la independencia
    respecto a la potencia dominante. Todo dependía de la
    presión
    mayor o menor que pudieran ejercer Asiria o Babilonia en este
    ángulo de su imperio. El juicio bíblico sobre los
    reyes de Judá suele calificar negativamente a quienes
    más se sometieron (o tuvieron que someterse); solo los
    reyes que aprovecharon algunas coyunturas políticas
    favorables para reformas religiosas y administrativas son
    alabados.

    El largo reinado de manases (698 – 643 a.C.), que
    gobernó durante 55 años en Jerusalén y
    coincido con una fuerte presión de los asirios, es uno de
    los que merecen peores juicios. Políticamente se mantuvo
    sometido a Asiria: pagó tributo, permitió y
    practico la religión dominante, de modo que, por esto casi
    desapareció la religión judía. Le
    sucedió su hijo Amón (643- 641 a.C.) que
    siguió la política de su padre, hasta que
    ciudadanos de tendencia anti-Asiria le asesinaron. Pero o eran
    pocos o eran muy débiles porque la población mato a los asesinos y pusieron en
    el trono a su hijo Josías (641 – 609
    a.C.).

    Este rey llena, personalmente o en sus hijos, el periodo
    hasta la caída de Jerusalén. De sus primeros
    años sabemos muy poco, quizás porque era muy joven.
    El año 18 de su reinado (622 a.C.) encontró el
    "rollo de la ley", que fue el motor de ciertas
    reformas culturales. También reconquisto el territorio del
    norte, hasta lograr restablecer casi integras las fronteras de
    David. La euforia en Judá era grande. Según la
    tecnología
    deuteronómica, la promesa de Dios estaba condicionada al
    buen comportamiento
    del hombre. Por lo mismo si todo iba bien, era porque el rey era
    bueno y el señor estaba con el. En resumen, la
    admiración que Joasís provocaba entre la gente era
    muy grande. Un día (año 609 a.C.) intento cortar el
    paso de unos cuantos pelotones egipcios, guiados por el
    faraón Necao II, que venían en ayuda de los
    asirios, refugiados en Jarán. Lo intento en la
    estratégica fortaleza Mejiddo, pero murió en la
    batalla. Este hecho provoco en el pueblo una especie de crisis
    colectiva de fe: o Dios había abandonado a su buen
    servidor o la
    reforma que había emprendido no era buena. De hecho el
    movimiento de
    reforma se freno de modo definitivo.

    Quienes tenían el poder no nombraron rey a su
    hijo Elyaqin, sino que prefirieron a otro hermano de este, Joacaz
    (609 a.C.), tal vez por asegurar mejor la línea
    política mantenida por su padre. Reino tres meses,
    mientras el faraón anduvo por Siria y Mesopotamia; al
    volver, le llamó a Ribla, en Siria, y de allí lo
    llevo a Egipto como rehén. En su lugar, puso en el trono a
    su hermano mayor con el nombre de Joaquín. En tres meses
    Judá conoció a tres reyes y solo disfrutó de
    20 años de relativa libertad.

    Joaquín (609 – 597 a.C.) tuvo que estar sometido
    varios años al faraón, pagándole un fuerte
    tributo. La situación contribuyó a hacer de
    Joaquín un rey frío y despótico, que
    mereció una cordial antipatía por parte de
    Jeremías. Le toco vivir la consagración del dominio
    babilónico en la batalla de Carquemis (605 a.C.).
    Joaquín ofreció vasallaje a Nabucodonosor en Ribla
    (603 a.C.). El año 601 a.C. Nabucodonosor sufrió
    una derrota en Egipto y Joaquín aprovecho la
    ocasión para revelarse. O Nabucodonosor no le
    concedió mayor importancia o se entretuvo en otras luchas,
    por que no apareció hasta diciembre de 598 a.C.. En ese
    momento murió Joaquín probablemente asesinado por
    los partidarios de someterse al poder caldeo. No tenia muchos
    amigos. En caso de que su hijo Yoyaquín, con solo tres
    meses en el trono, se rindió ante Nabucodonosor y este,
    tras cambiarle el nombre por Jeconías, se lo llevo a
    Babilonia, poniéndolo en el trono de Jerusalén a un
    hijo de Josías, Mattanías, con el nombre de
    Sedesías. Así tuvo lugar la primera
    deportación en la que los personajes más notables
    de Jerusalén acompañaron al rey al destierro. Entre
    ellos había, probablemente, una conocida familia de la
    clase sacerdotal que tenia un niño llamado Ezequiel. El
    que regresaran estos deportados a Babilonia constituía una
    de las fuentes de
    esperanza para lo que todavía quedaban en
    Jerusalén.

    Sedecías (597 – 586 a.C.) era hijo de
    Josías. Fue el ultimo rey de la dinastía de David.
    Jeremías le trato con cierta benevolencia. Era de
    carácter débil y fue objeto de presiones por parte
    de los bandos de la época: de quienes promulgaban la
    sumisión o la resistencia
    frente a Babilonia. El año 594 a.C. tuvo lugar en
    Jerusalén una reunión internacional para organizar
    la resistencia, pero la ayuda de Egipto era débil, lo que
    oscurecía el futuro. Sedecías se vio obligado a
    enviar una embajada a Babilonia para asegurar su lealtad.
    Jeremías aprovecho la ocasión para enviar una
    carta a los
    desterrados. El año 589 a.C., Egipto decide intervenir en
    así. Sedecías no supo que hacer y consulto a
    Jeremías repetidas veces, quien le desaconsejo siempre la
    rebelión. Sedecías no pudo resistir las presiones
    de la corte y se rebeló. El 5 de enero del 587 a.C.
    vinieron los caldeos y sitiaron Jerusalén. La noticia de
    que los egipcios venían en ayuda hizo que se levantara
    brevemente el cerco y se aliviara la ciudad. Pero el 19 de julio
    de 586 a.C. los caldeos abrieron brecha en la ciudad.
    Sedecías escapo, pero lo capturaron junto a Jericó.
    Lo llevaron a Ribla y allí lo segaron, tras hacerle ver la
    ejecución de sus hijos. Tal vez fue deportado, pero se
    desconoce el lugar y el tiempo de su
    muerte. Un mes más tarde el general Nebuzardán
    destruyo el templo y el palacio y puso de gobernador a Godo
    lías.

    Con Godolías empieza el epilogo de la historia
    del reino. Como gobernador puso su sede en Mispá, lugar en
    donde había sido elegido Saúl. No pertenecía
    a la dinastía de David, quizás por ello, lo asesino
    Ismael con la ayuda de los amonitas. Ismael se llevo algunos
    cautivos hacia el territorio de Amón, entre los que
    figuraban el profeta Jeremías y su secretario Baruc. Juan,
    un cabecilla de la región, les dio alcance y los
    prisioneros se pasaron a su bando, camino de Egipto. así,
    la historia del reino de Judá narrada en el libro de
    Jeremías concluye allí donde había
    comenzado, en Egipto.

    En esta época conviene no olvidar un dato
    histórico que completa el ciclo de deportaciones: el
    año 582 a.C., Nabucodonosor decide una tercera
    deportación a Babilonia de 745 judíos, completando
    así el numero de 4600 exiliados en Babilonia.

    4. La persona y la
    actividad profética de Jeremías

    Introducción
    Aparentemente, Jeremías es el profeta cuya vida conocemos
    mejor. Numerosos textos hablan de las vicisitudes por las que
    atravesó. Además, este profeta no se limito a
    transmitir la palabra de Dios; también nos lego su
    palabra, dudas, inquietudes y temores. Su personalidad
    aparece así como una de las más sugestivas del
    Antiguo Testamento. Pero lo anterior no significa que podamos
    reconstruir su vida paso a paso. Basta ordenar
    cronológicamente los textos datados (o lo que se puede
    fechar con bastante probabilidad)
    para advertir numerosas lagunas:

    627/626 Vocación (1,4-10)
    627-606 Predicación a Israel (3,6-13)
    609 Oráculo sobre Joacaz (22,10-12)
    609/608 Discurso del
    templo (7,1-15; c.26)
    605 Oráculo contra Egipto (46,2-12)
    Discurso sobre la conversión (25,1-11)
    Redacción y lectura del
    volumen (c.
    36)
    Palabras a Baruc (c. 45)
    598 Palabras sobre Jeconías (22,24-30)
    Los dos cestos de higo (c. 24)
    Carta a los desterrados (c. 29)
    Oráculo contra Elam (49,34-39)
    594/593 Contra la rebelión (cc. 27-28)
    Maldición de Babilonia (51,59-64)
    587/586 Durante el asedio (21,1-10;34;37-39)
    Preso en el atrio de la guardia (32-33;39,15-18)
    586 Después de la caída de Jerusalén (c.
    39-40)

    Esta panorámica confirma lo dicho. Se poseen
    numerosos datos sobre la vida de Jeremías, pero no podemos
    reconstruirla con todo detalle. Algunos momentos aparecen de
    especial relieve (el
    año 605, marcado con la victoria de los Babilonias en
    Carquemis; el 598/597 con el tremendo problema de la primera
    deportación; el 594/593, con el intento de revelarse
    contre Babilonia; el año y medio de asedio). Pero entre
    estos años encontramos lagunas a veces muy largas, sobre
    todo la que va del 627 al 609, donde solo podemos datar con
    certeza un breve texto.

    Si a los pasajes seguros
    añadimos los que pueden fecharse con bastante
    probabilidad, es posible reconstruir bastante de la vida y
    actividad de Jeremías, aunque ciertos puntos sean
    hipotéticos, sujetos a critica y
    modificaciones.

    Vida
    Jeremías nació hacia el año 650 en Anatot,
    un pueblito a unos 6 Km. de Jerusalén, perteneciente a la
    tribu de Benjamín. Este dato es interesante porque
    Benjamín, unía políticamente a Judá,
    mantuvo una gran vinculación con las tribus del norte.
    Así se comprende que Jeremías concediese tanta
    importancia a las tradiciones de dicha zona: nos habla de Raquel
    y de Efraín, del santuario de Siló y, sobre todo,
    concede mucha importancia al éxodo, marcha por el desierto
    y entrada en la tierra
    prometida. Por el contrario, las tradiciones típicamente
    judías (elección divina de Jerusalén y de la
    dinastía davídica) no adquieren en este profeta
    especial relieve.

    El nombre, de etimología incierta ("Yahvé
    exalta" o "Yahvé abre" –el útero-), no era
    raro en su época. Pertenecía a una familia
    sacerdotal, que, tal vez a causa de la reforma de Josías,
    se habría tenido que instalar en Jerusalén y a la
    que se le había asignado un turno de servicio en el
    templo. A pesar de vivir en la capital, él sigue ligado al
    campo: se preocupo por la sequía, por la viña,
    rescato un campo de un tío suyo en Anatot, etc.. La
    vocación profética ha tenido en todos los profetas
    repercusiones personales. Amós para ser profeta fue
    arrancado de su ganado; Isaías dio a sus hijos nombres
    relacionados con su mensaje; Oseas formulo la historia entre el
    pueblo y Dios con la ayuda de su propia experiencia matrimonial.
    La predicación influyo en la vida personal de todos los
    profetas, al menos en ciertos momentos. Jeremías nunca
    pudo deslindar su vida personal del mensaje que predico: por la
    palabra sufrió cárcel, persecución,
    incomprensión, incluso su misión profética
    le exigió una vida celibataria. Llego a identificar su
    llamada al profetismo con su nacimiento. Podemos rastrear su
    lucha interior con Dios gracias a las llamadas "confesiones" de
    Jeremías. Normalmente se citan como tales: Jr 11,18-12,6:
    15, 10-21: 17,14-18: 18,18-23: 20,7-20. Son textos
    autobiográficos, sin relación clara con el
    contexto, que reflejan agudas crisis vocacionales en las que el
    profeta presenta su queja al señor. En ellas abunda un
    vocabulario relacionado con el uso de la narración de la
    vocación. Por otra parte, mantienen un cierto tono
    jurídico, que confiere fuerza a la protesta, ya que la
    presencia de Dios había sido prometida en la
    vocación. Su ausencia aparece como incumplimiento. Tales
    crisis de vocación se convierten en crisis
    existenciales.

    Actividad profética
    En la vida de Jeremías se suelen reconocer cuatro etapas,
    que marcan su actividad profética. Evidentemente los
    textos que se le asignan a cada etapa depende de la
    cronología que se adopte. El punto más debatido es,
    sin duda, el saber que textos pronuncio Jeremías en tiempo
    de Josías, ya que este es precisamente el punto en que
    difieren las distintas cronologías. Independientemente de
    esta discusión siempre se han interesado los
    investigadores por conocer el contenido del libro de
    oráculos jeremíacos quemado por Joaquín (Jr
    36). Con todas las salvedades del caso, creemos que el intento de
    atribuir algunos textos del libro de Jeremías a
    determinados periodos históricos de su vida puede ayudar
    al lector a colocar al profeta en su historia. Por ello no
    pretendemos ser exhaustivos ni mucho menos dejar zanjadas
    cuestiones debatidas. En verdad, las etapas vienen dadas por la
    historia de la época y no varían fundamentalmente
    en los autores; los textos que a cada uno se atribuyen
    si.

    • Primera actividad: bajo Josías (627 –
      622 a.C.)

    El año trece de Josías (627 a.C.), es
    donde sitúa el libro su vocación. A esta primera
    etapa se atribuyen algunos oráculos que se encuentran en
    Jr 2-6 (especialmente en 2 – 3) y 30-31 del libro. Son
    oráculos que originalmente fueron dirigidos al reino de
    Israel y que posteriormente se adoptaron también para
    Judá.

    En esta época Jeremías predica la
    necesidad de una conversión interna y amenaza con la
    indefinida figura del "enemigo del Norte", que solo a partir del
    año 605 a.C. se podrá identificar con el imperio
    caldeo.

    No hay ninguna alusión directa a la reforma de
    Josías, a pesar de que en su libro abunda el lenguaje
    deuteronómico. Es este uno de los mayores enigmas en torno
    a Jeremías, pues la reforma supuso un acontecimiento de
    tal magnitud que difícilmente pudo obviar en su
    predicación. Se supone, por lo tanto, que en el tiempo de
    la reforma (622 – 609 a.C.) cayó. Su silencio para
    unos significa apoyo a la reforma; para otros es clara
    oposición a la misma.

    Cuando Joacaz fue llevado a Egipto, Jeremías lo
    lloró.

    • Segunda actividad: bajo Joaquín (609 –
      597 a.C.)

    Cuando el año 609 a.C. Joaquín se
    instaló, por fin, en el trono de su padre, Jeremías
    reemprendió –al parecer- su actividad. Se aducen
    tres tipos de razones para explicar el hecho: a) por el desastre
    final de la reforma o por dificultades económicas sus
    conciudadanos vuelven al culto a los Dioses paganos; b) otros
    confían supersticiosamente en el templo; c) Joaquín
    es un rey injusto por el lujo desmedido al que se entrega y por
    los duros impuestos a los
    que somete a la población.

    La época de Joaquín es, quizás, la
    más rica en la predicación de Jeremías, por
    ser la más crucial. La conversión es todavía
    posible y aseguraría al pueblo la permanencia en la
    tierra. El
    discurso contra el templo marca el comienzo
    de la persecución cuando los caldeos aparecen como los
    dueños militares del imperio, Jeremías exige la
    sumisión a Nabucodonosor: sería señal de
    aceptación del castigo. La rebelión de
    Joaquín, tal vez tras la derrota de los babilonios en
    Egipto (601 a.C.), le sirve de ocasión para hablar contra
    las alianzas. La oposición de los falsos profetas y la
    consumación de la rebelión le lleva a considerar el
    castigo irrevocable.

    • Tercera actividad: bajo Sedecías (597 –
      586 a.C.)

    Jeremías sigue aconsejando la sumisión de
    los babilonios como medio de salvar el reino, la ciudad y la
    tierra. No hay otro camino. En la aceptación del castigo
    esta la esperanza para el futuro. Los exiliados
    permanecerán mucho tiempo, pero de ellos vendrá la
    salvación. Las persecuciones arrecian y su vida
    peligra.

    • Cuarta actividad: bajo Godolías (586…
      a.C.)

    Destruida la ciudad, la sumisión a Nabucodonosor
    es el único modo de salvaguardar los campos. Hay que
    evitar, a toda costa, volver a Egipto. Allí se produce el
    final del pueblo.

    Teología de Jeremías
    La base teológica de la predicación de
    Jeremías hay que ponerla en la teología de la
    alianza. Todo lo bueno que tiene Israel viene de ella y, por
    quebrantarla merecerá el castigo. No es extraña la
    importancia de la alianza en su predicación: Anatot es el
    lugar que conserva las tradiciones propias del santuario de
    Siló; en Jeremías han influido necesariamente
    tradiciones del norte tan importantes como las de Oseas y del
    Deuteronomio. Como en los demás profetas pre
    exílicos, el vocablo "alianza" no se repite demasiado en
    el libro de Jeremías.

    La realidad de la alianza se supone también en
    varias imágenes
    que sirven para acusar o para provocar la conversión:
    Israel es la esposa del Señor que, si fue fiel al
    comienzo, ahora es infiel, rea de traición y prostituta;
    al comienzo "camino tras" el Señor, pero ahora "camina
    tras" otros dioses, sin responder al "amor" del
    Señor. El cumplimiento de las estipulaciones de la alianza
    hace que Dios "habite" entre ellos y ellos en el país. La
    lealtad a la alianza exige "conocer" al Señor, "temerle",
    "obedecer su voz", permanecer "en su presencia"; Israel debe
    circuncidarse el corazón y observar la Torá; su
    reflejo en la vida social es esencial y exige verdad, justicia y
    preocupación por el pobre y el huérfano. Los
    responsables mayores de la ruptura de la alianza son los jefes
    religiosos y los profetas.

    "En los profetas de Samaría, he observado una
    inepcia: profetizaban por Baal y hacían errar a mi pueblo
    Israel. 14Mas en los profetas de Jerusalén he
    observado una monstruosidad: fornicar y proceder con
    falsía, dándose la mano con los malhechores, sin
    volverse cada cual de su malicia. Se me han vuelto todos ellos
    cual Sodoma, y los habitantes de la ciudad, cual
    Gomorra"

    Jr 23,13-14

    Judá debe aprender la lección y
    convertirse, pero la perversión fue general y el
    Señor denuncio la alianza, decidiendo el
    castigo.

    El mensaje de salvación
    Lo primero que hay que decir es que Jeremías predico
    salvación. Lo hizo en todos los tiempos y de modos
    distintos. Salvación predicaba cuando se alegraba de la re
    unificación de los reinos, especialmente de la vuelta de
    Israel, cuando exigía conversión a Judá,
    cuando le invitaba a aceptar el yugo de Nabucodonosor o cuando se
    refería a los desterrados en Babilonia. Era parte de su
    misión, expresada con los verbos "edificar y
    plantar".

    Se trata de una salvación paradójica,
    consecuencia de la obediencia o de la aceptación del
    castigo. Los falsos profetas, que predicaban "paz" sin paradoja
    engañaban al pueblo. La restauración tendrá
    las características de una nueva alianza. Pero esta nueva
    realidad hay que aceptarla en toda su dureza: si la nueva alianza
    es indefectible por sus instrumentos de ratificación y por
    el doble juramento divino, también significa que la
    Sinaí ha fracasado y ya no vale.

    Vocación de Jeremías
    La vocación de Jeremías responde perfectamente a
    los relatos de vocación profética antes
    enumerados.
    La narración de vocación del libro de
    Jeremías comprende la llamada propiamente dicha (Jr
    1,4-10), dos visiones (Jr 1,11-12,13-16) y una exhortación
    complementaria para llevar adelante su misión. Es posible
    que todas estas secciones tengan orígenes literarios
    independientes, pero el conjunto ofrece una visión
    completa de su vocación.

    La vocación de Jeremías se caracteriza por
    el protagonismo de la palabra. Frente a otras vocaciones que van
    acompañadas de la majestuosidad de una visión, como
    la de Isaías o la de Ezequiel, la de Jeremías
    sucede en la palabra y en forma de dialogo. La
    palabra lo elige, lo consagra y lo nombra; precede al nacimiento
    y a la historia. La misma palabra le confirma su vocación
    y le promete la asistencia divina: "Yo estaré contigo". La
    objeción que pone Jeremías es su dificultad con la
    palabra: "es joven y no sabe hablar".

    A pesar de su desamparo, a palabra contiene exigencias
    de totalidad: abarca la vida entera del profeta, se extiende a
    todos los pueblos, comprende todos los aspectos de la historia,
    tanto los amenazantes como los esperanzadores. Desde la eternidad
    Jeremías era conocido del Señor. Había
    contado con él en sus planes: desde antes de nacer estaba
    consagrado al Señor, desde siempre estuvo constituido como
    profeta de las naciones.
    "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te
    conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado:
    yo profeta de las naciones te constituí"

    Jr 1,16
    Ser profeta no era un oficio añadido, sino parte de su
    existencia. Por eso, cuando quiere olvidar el encargo, no puede y
    sufre
    su crisis existencial más aguda.

    La consagración de los labios es similar a la de
    Isaías, pero no se debe a motivos de impureza. Las
    dificultades de un profeta en materia de
    lenguaje no
    tocan su relación con Dios, sino el punto central de su
    misión. Pero el cumplimiento de la misma no depende de sus
    cualidades; no ha sido elegido por ellas. La tarea
    profética depende de Dios: el pone la palabra,
    señala el auditorio, concede la fuerza necesaria. En la
    vocación de Jeremías se subraya la iniciativa
    divina. El toque en los labios transforma los pensamientos
    humanos en mensaje divino; el portavoz queda constituido. La
    confirmación cierra el dialogo. Toma en serio la
    objeción del profeta y lo prepara para dificultades
    futuras; no debe sentir miedo cuando estas lleguen.
    También vuelve a colocar las cosas en su sitio, reforzando
    la iniciativa divina y reiterando sus planes. Su nombramiento
    como profeta de las naciones y más en concreto a la
    relación de su mensaje con la nación
    babilónica.

    5. El libro de
    Jeremías

    Problemas
    Es uno de los libros proféticos más complejos y
    ricos:

    1. por la variedad de géneros: oráculos
      contra Judá, narraciones de Jeremías, narraciones
      sobre Jeremías, "confesiones", carta, oráculos
      contra las naciones, acciones
      simbólicas, narraciones históricas…
    2. por el desorden cronológico en el que se
      presentan los textos.

    División
    Tal y como lo conocemos hoy, el libro de Jeremías se suele
    dividir generalmente en las siguientes secciones, aunque con
    títulos variados para cada una de ellas:

    1. Jr 1-24: Juicio contra Israel y
      Judá
    2. Esta sección se subdivide a su vez en Jr 1-6:
      redacción compacta y homogéneas de
      oráculos; Jr 7-24: complejo textual menos compacto,
      donde se mezclan los oráculos con otros géneros
      y que comienza con un discurso (Jr 7). Algunos autores
      prefieren subrayar la inclusión entre Jr 1 y 20
      (vocación de Jeremías) y la unidad de Jr 11-20,
      centrada en el compromiso personal del profeta en su
      predicación; en ella están las
      "confesiones".

      Jeremías no es siempre el sujeto de los
      sucesos narrados; en ellos se esta jugando el destino de la
      palabra de Dios y de su profeta. A este respecto conviene
      notar que Jr 36 y 45 sirven de marco y encuadran lo que se ha
      llamado "pasión de Jeremías" (Jr 37-44) o
      "últimos días de Jerusalén". Antes de
      este bloque se narran los peligros del profeta y la
      discusión con los profetas falsos (Jr 26-29), el libro
      de la consolación (Jr 30-33) y dos capítulos en
      los que se narra el primer ataque de Nabucodonosor a
      Jerusalén (Jr 34) y se contraponen a los desobedientes
      judíos con los obedientes recabitas (Jr 35).
      También esta sección comienza con un discurso
      de Jeremías (Jr 25).

    3. Jr 25-45: Palabra e Historia

      Constituyen la ultima parte del libro y su introducción en la escena de la"copa de
      las naciones" (Jr 25,15). Algunos de los oráculos
      contienen dataciones redaccionales (Jr 46,2; 47,1;
      49,34)

    4. Jr 46-51: Oráculos contra las
      naciones
    5. Jr 52: Apéndice histórico

    Repetición de 2 Re 24,18-2530 y en parte de Jr
    39. Conviene notar que el texto hebreo de Jr 51,64 dice
    literalmente "se fatigaron. Hasta aquí las palabras de
    Jeremías"; parece una glosa de Jr 51,58 (la fatiga de las
    naciones) donde terminaba el libro.

    Fuentes
    La discusión sobre la formación del libro de
    Jeremías ha estado
    presidida por la obra de S. Mowinckel. Desde la cárcel y,
    por lo tanto, con la única ayuda de una Biblia hebrea
    revolucionó los estudios sobre este libro
    profético, estableciendo cuatro fuentes independientes en
    su formación, a las que denomino con letras:

    1. La fuente A es el origen de los textos
      poéticos, oráculos o discursos,
      auténticos del profeta. Principalmente se encuentra en
      Jr 1-6 y en Jr 25.
    2. Los textos en prosa, que hablan de Jeremías en
      tercera persona los atribuyo a la fuente B. Se suele citar el
      nombre de Baruc como autor de estos textos, expresando
      así la convicción de que pertenecen a una
      escuela de
      discípulos de Jeremías. Sus textos se encuentran
      fundamentalmente en Jr 26-45
    3. La fuente C habría originado los textos en
      prosa caracterizados por el lenguaje deuteronomista y en los
      que Jeremías habla en primera persona. Se trata
      preferentemente de discursos y se encuentran un poco por todo
      el libro, a partir de Jr 7.
    4. La fuente D estaría constituida por los
      oráculos contra las naciones (Jr 46-51) Y Jr 52. los
      primeros serian auténticos en su núcleo, pero
      habrían sufrido una fuerte
      reelaboración.

    Siempre se ha discutido la extensión exacta de un
    texto concreto y su pertenencia a una fuente u otra.
    Fundamentalmente los estudios se han centrado en:

    1. Delimitar la extensión de los oráculos
      auténticos (fuente A) o, lo que es lo mismo, la
      extensión del "rollo primitivo"
    2. Establecer la relación entre los autores de la
      fuente B y C
    3. Fijar la autenticidad de algunos textos C, o estudiar
      la relación entre los textos C y A.

     

     

    Autor:

    Damián Distel

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