Indice
1.
Introducción
2. Los instintos, el poder y el
dinero
3. El estado de no necesidad y el
dinero
4. Los valores del
dinero
5. El dinero y el
psicón
6. Psicología, economía,
sociología y política
Generalidades
Este trabajo ofrece una síntesis
bastante apretada de una serie de temas vinculados con el dinero, la
economía y
el poder
–enfocados todos ellos desde una perspectiva
psicoanalítica–, acerca de los cuales vengo
investigando desde hace muchos años. Dichos temas los he
expuesto in extenso, con fines de divulgación, en mi
libro Poderoso
caballero es Don Dinero
(Editorial Lumen, Buenos Aires,
2003; 228 páginas).
En mis investigaciones
he introducido varios conceptos totalmente nuevos, tanto para los
psicoanalistas como para aquellos que no lo son.
Algunas de las ideas que expongo fueron, sin duda, intuidas por
Freud. Pero
él no investigó especialmente al respecto y, por lo
tanto, no percibió su alcance y trascendencia. La psicología –y
el psicoanálisis en particular– abarcan
un horizonte tan vasto que en general no es posible ocuparse de
profundizar todos sus aspectos. Y Freud orientó sus
investigaciones principalmente hacia el campo de las neurosis de
origen sexual, dejando otras cuestiones sin explorar.
He tomado los elementos de la teoría
psicoanalítica que me resultaban útiles y los he
desarrollado, incorporando nuevas ideas y postulados, con lo cual
creo haber elaborado una explicación suficientemente
convincente, original y útil de los manejos del dinero y
el poder, sus interrelaciones y su importancia para la
comprensión del psiquismo.
Por ser la mía una investigación que se desarrolló en
un plano más bien teórico y que
prácticamente carece de antecedentes, la bibliografía al respecto es
casi inexistente. Sólo cabe mencionar los aportes del
fallecido psicoanalista argentino Arnaldo Rascovsky sobre la vida
fetal, así como los del psicoanalista de origen
húngaro Béla Grunberger sobre el narcisismo, que
tienen un punto de contacto con algunas de las ideas que desarrollo.
La realidad es que hasta ahora nunca se llegó a
comprender en forma cabal la inmensa trascendencia
psicológica que el dinero tiene para todo el género
humano, la cual es de tal magnitud que, desde mi punto de vista,
se podría equiparar a la que posee la sexualidad.
Cuando comparo su "trascendencia" me refiero a la
influencia decisiva que ambos ejercen como motivadores del
comportamiento
individual y social.
Tanto la sexualidad como el dinero están dotados
de profundas raíces afectivas –es decir,
emocionales–, cuya explicación última se
encuentra en los imperiosos instintos fundamentales que rigen la
conducta de cada
uno de los seres humanos y de todos ellos colectivamente, como
suma de individuos articulados en estructuras
sociales.
Como psicoanalista pude comprobar, en forma reiterada,
que las problemáticas y los conflictos
suelen poseer un trasfondo económico –y "dinerario",
en particular– que, en algunos casos, puede ser manifiesto
y, en otros, bastante difícil de "descubrir", y que tiene
su origen en el psiquismo inconsciente.
Llegué así a la conclusión de que
detrás del manejo del dinero se encuentra siempre, como
componente ineludible, la búsqueda de poder y que
ésta es una necesidad universal y omnipresente.
Por eso me atrevo a decir que dicha búsqueda individual
tiene una vigencia aun más perdurable y decisiva que las
manifestaciones de la sexualidad, tanto para el ser humano
individual como para el desarrollo de la sociedad.
Reconozco que mis ideas sobre el dinero y sus profundas
raíces psicológicas resultan revulsivas y, casi sin
excepción, inicialmente producen grandes resistencias.
Siempre que las expuse generaron un fuerte rechazo por parte de
algunos participantes, que se esforzaban en buscar ejemplos y
argumentos para contrarrestarlas e, incluso, después de
haber aceptado intelectualmente la validez y utilidad de esas
ideas, intentaban mostrar que ellos mismos eran la
excepción de la regla o encontrar que algunos otros lo
eran.
"Yo no soy así" o "en el caso de Fulano (en el fondo, en
mi caso) no sucede esto" fueron frases frecuentemente
repetidas.
Los instintos y sus
funciones
La sexualidad –que está al servicio de la
procreación– tiende a satisfacerse para producir
placer, el cual se obtiene no sólo al concretar el acto
sexual, sino también a través de las
fantasías y de los actos previos a esa concreción
(seducción y juegos
sexuales, por ejemplo).
Análogamente, el enriquecimiento crea también una
sensación placentera de poder, que puede ser previa,
simultánea o posterior al acto de incrementar el patrimonio o
el poder económico personal.
El poder que se adquiere al enriquecerse es un poder potencial,
que implica expectativas de adquirir un poder concreto que
se podrá alcanzar en el futuro, a mayor o menor plazo.
El mero hecho de disponer de un poder potencial genera placer,
del mismo tipo
–aunque probablemente de menor intensidad– que cuando
las expectativas se concretan.
Hasta aquí, las similitudes. En cuanto a las diferencias,
el instinto sexual no permite acumular "capacidad de
satisfacción futura", cosa que sí puede hacer el
impulso instintivo de acumulación y enriquecimiento,
principalmente mediante el dinero (el cual se puede comparar con
un acumulador eléctrico o un tanque con combustible de
reserva).
El hecho de que el dinero sea quizás la
única forma de poder que es posible acumular casi
indefinidamente y que crece de manera prácticamente
ilimitada hace que el impulso de poseer riquezas se manifieste
con preferencia a través del dinero, poniendo en evidencia
que detrás de él actúa un verdadero instinto
de poder, que puede alcanzar un desarrollo exacerbado y
superlativo.
Origen del estado de no
necesidad
La exacerbación del deseo de poder en general
–apropiarse de cosas, dominar a otros, acumular riquezas y,
sobre todo, dinero– consiste en querer tenerlo todo, lo
cual, para el inconsciente, equivale al deseo de no necesitar
nada.
Este poder sin límites
que se trata de alcanzar, al que llamo Poder Absoluto, se origina
en el recuerdo reprimido (conservado en el inconsciente) de que
–por lo menos alguna vez–, durante la vida
intrauterina, hemos experimentado ese estado de no necesidad
total.
Para comprender en qué consiste éste,
basta pensar cómo es la existencia del nuevo ser que se
desarrolla en el vientre materno. Alojado dentro del útero
y protegido por el líquido amniótico, que
está contenido dentro de la placenta, el embrión
–y luego el feto– se encuentra admirablemente
resguardado de las contingencias exteriores habituales más
previsibles. Todo el organismo de la madre le sirve de
protección. Vive sumergido en una especie de "mar
primordial", alimentándose a través del
cordón umbilical.
Salvo enfermedades, accidentes u
otros imprevistos, el nuevo ser no sufre prácticamente
ningún tipo de contingencia y se limita a cumplir el
proceso de
desarrollo, no sólo biológico sino también
psíquico incipiente. Mientras tanto, no tiene hambre ni
experimenta frío, calor o
sufrimientos. Por lo menos durante períodos determinados
–cuya ocasión y duración aún no
conocemos y que seguramente son muy individuales–, no sufre
ninguna necesidad y vive en un estado de placidez
total.
A partir del nacimiento, el psiquismo humano es dominado
por un impulso que lo induce a tratar de recuperar el referido
estado, buscando incesantemente lo que constituye y simboliza un
verdadero Paraíso Perdido. Esto es, en última
instancia, a lo que todo ser humano tiende inconscientemente cada
vez que ejerce un acto de poder, especialmente cuando recurre al
poder idealizado del dinero, basado en el poder potencial que
–para la fantasía– el dinero tiene de hacer
posible adquirir todo lo que el individuo necesita o
desea.
Ese impulso instintivo primigenio y omnipresente que se
manifiesta fundamentalmente a través del dinero es lo que
he llamado "instinto de poder". ÉÉste, como todos
los instintos, es compulsivo; por lo tanto, su impulso no puede
eludirse, ni siquiera aunque no produzca placer, o aun cuando
genere sufrimiento o displacer.
El instinto de poder está al servicio de la
fantasía inconsciente, permanentemente activa en todo ser
humano, de recuperar el estado
psicobiológico de no necesidad total que
experimentó antes del nacimiento y cuyo "recuerdo"
conserva en el inconsciente.
Dentro de la concepción de los instintos que he
desarrollado, parto de tres
fundamentales, que son: a) el instinto de autoconservación
(o "de supervivencia"), b) el instinto sexual (o "de
conservación de la especie") y, por último, c) el
instinto de poder (o "de dominio").
Éstos son los principales, de acuerdo con la
clasificación que establecí. Los tres incluyen,
como casos particulares, a una extensa gama de instintos
secundarios o parciales, que cumplen con finalidades
específicas dentro del accionar de esos tres instintos
básicos.
Considero que, una vez lanzado el recién nacido al mundo
de la necesidad, su inconsciente no busca recuperar el estado
placentero de no necesidad a través de la muerte,
como podría suponerse si se aceptara la existencia de un
"instinto de muerte".
Por el contrario, el recién nacido recurre a los nuevos
medios de que
ahora dispone y que puede desarrollar, los cuales le permiten
alimentar la fantasía de "manejar" los objetos del mundo
exterior (el no yo), es decir, de ejercer poder sobre
ellos.
Por lo tanto, todos los actos humanos posteriores al
nacimiento son normalmente reafirmaciones de la propia vida, en
una lucha constante contra la muerte, con el objeto de recuperar
el estado de no necesidad a través del dominio y la
conquista de la realidad exterior.
Las acciones
humanas como actos de poder
Sostengo que todo acto humano es un acto de poder, aunque no se
realice (consciente o inconscientemente) como un acto de dominio
o posesión, e incluso aunque tenga otra finalidad
instintiva concurrente, como alimentarse o copular.
Habitualmente se considera que una acción es un "acto de
poder" sólo cuando excede lo necesario, aceptable,
conveniente o inocuo, es decir, cuando tiene cierto grado de
violencia,
arbitrariedad o unilateralidad. Pero mi definición es
mucho más amplia y general, y presupone que siempre, en
todas las acciones humanas, está presente el ejercicio del
poder.
El poder al que me refiero no es un poder concreto,
puntual, orientado a realizar o lograr cosas determinadas,
definidas y limitadas. Es el poder (o la capacidad) de "poder
hacer". Es un poder abstracto, direccional, que está
orientado a obtener cada vez más de lo mismo
–más poder–, a alcanzar el objetivo
(fantaseado inconscientemente) del Poder Absoluto, para
así recobrar el estado originario de no necesidad total.
Es el poder que conocemos y ejercemos en la vida cotidiana a
través de cualquier acción que
realicemos.
La energía que está detrás del
instinto de poder es algo así como un equivalente de la
libido o energía sexual. A aquella energía la llamo
"visadergo" (palabra formada a partir de la expresión
grecolatina vis ad ergo, que significa "fuerza para la
acción", o sea "fuerza impulsora").
2. Los instintos, el poder y
el dinero
El origen de los instintos
El instinto de autoconservación ya está en plena
actividad desde el mismo momento en que el recién nacido
lanza su primer vagido.
A partir de entonces el instinto sexual comienza a desarrollarse,
lo cual ha sido estudiado y divulgado ampliamente por el
psicoanálisis, como consecuencia del descubrimiento
freudiano de la sexualidad infantil.
El instinto de poder se origina automáticamente cuando se
experimenta por primera vez una sensación de necesidad, lo
cual seguramente sucede antes del nacimiento. Además, en
ese mismo momento aparece la noción incipiente de que
existe algo exterior –un no yo–responsable de esa
necesidad.
El instinto de poder intenta inmediatamente subsanar esa
incómoda
sensación de malestar, recurriendo a un mecanismo a la vez
biológico y psíquico que tiende a actuar y ejercer
algún tipo de dominio sobre el mundo que nos rodea y
también sobre nuestro mundo interno. (El mundo exterior
incluye tanto a los objetos inertes como a los seres vivos en
general y a los humanos en particular.) El objetivo que se logra
con ese dominio –que siempre implica cierto grado de
agresión, fuerza o violencia– consiste en tratar de
obtener la satisfacción de la necesidad de poder, para
recuperar el estado de no necesidad.
El instinto de poder que describo, que está en la
base de los otros dos, siempre impregna a éstos e
interactúa con ellos. Los tres instintos se van
especializando, convergen y divergen, influyen unos sobre otros,
comparten aspectos parciales y, en más de una
ocasión, actúan sinérgicamente (es decir, se
aúnan para contribuir a un objetivo común).
Sin embargo, detrás de todos ellos –incluyendo al
propio instinto de poder desarrollado– está siempre
la energía primigenia (la visadergo), que no es sino el
instinto de poder en su manifestación más general e
indiferenciada.
La censura y el poder
La censura se ejerce sobre el instinto sexual y principalmente
sobre el instinto de poder, de tal modo que, en el caso de este
último, supera incluso a la ejercida sobre aquél.
Una prueba de esto es que la represión de muchos aspectos
del instinto sexual haya comenzado a resquebrajarse en la
cultura
actual, mientras que la correspondiente al instinto de poder
sigue vigente en forma absoluta, hasta el extremo de que ni
siquiera se tiene conciencia de que
dicho instinto existe.
El poder se ejerce de muchas maneras. La más
antigua y primitiva es la fuerza, la violencia, que permite
apoderarse de bienes
necesitados o deseados, quitándoselos a los más
débiles. Pero el dinero hace posible conseguir esas mismas
cosas en forma más o menos pacífica, o sea
comprándolas.
En nuestro mundo "civilizado" no debería ser necesario
recurrir a la fuerza o la violencia, puesto que casi todo puede
comprarse con dinero, tanto los objetos como las voluntades. (No
obstante hace falta cierta dosis de violencia o agresión
–no necesariamente física– para
conseguir el dinero.)
Creo que sólo los vínculos emocionales
interpersonales (el amor, por
ejemplo) quedan al margen de esta posibilidad de ser "comprados",
aunque no se puede afirmar categóricamente que el dinero
no pueda influir en alguna medida también sobre ellos.
En la práctica, el dinero posee una versatilidad tal que
le permite obtener cualquier cosa, ya sea que se trate de bienes
concretos o de situaciones específicas de poder
político u otros.
El individuo se siente más poderoso cuando tiene
una cantidad de dinero determinada que si posee un bien que vale
ese dinero. Esto se debe a que el dinero es versátil y
"metamorfoseable" y le permite –en cualquier momento
futuro– comprar cualquier cosa que a él se le ocurra
y que pueda conseguir por esa suma.
Aunque aparentemente todo bien adquirido con ese dinero
"pesa" lo mismo que el dinero utilizado para pagarlo o
intercambiarlo, uno inclina más la balanza que el otro.
Aunque comercialmente ese bien y ese dinero son iguales,
psicológicamente "uno es más igual que el otro",
porque cuenta más (es decir, otorga más
sensación de poder) tener el dinero que el bien
correspondiente.
Lo que sucede es que, cuando aún no ha sido utilizado, el
dinero le suma, a su propio poder, el poder fantaseado en el
inconsciente que le atribuye a una cantidad determinada de dinero
la capacidad y la posibilidad de comprar todas y cada una de las
cosas a la vez.
Cabe aclarar que no sólo el dinero permite acumular poder
y, por lo tanto, es una forma de poder potencial. También
lo son: una herramienta, que puede ser utilizada en cualquier
momento para realizar distintas tareas; un arma, que sirve para
dominar o someter a otros; o un conocimiento,
que permite obtener poderes concretos, es decir, satisfacer
necesidades "puntuales".
Sin embargo, de todos ellos el dinero es el más
versátil, pues puede transformarse en "cualquier otra
cosa", transfiriendo su carga de poder intrínseco a las
cosas en las que se "convierte".
Los diversos tipos de poder
Los tipos fundamentales de poder que existen son
cuatro.
- El poder instintivo, que se traduce o expresa en los
demás tipos de poder, y cuyo objetivo inconsciente,
imperioso e ineluctable –siempre presente en todas las
situaciones y actos de la vida– consiste en alcanzar, de
cualquier forma que sea, el Poder Absoluto, recuperando
así, simultáneamente, el estado de no necesidad
total. - El poder concreto, que es aquel que se ejerce en
todos los actos de la vida, tanto en lo personal como en lo
familiar, social o político. Es el más conocido o
notorio; es el poder por antonomasia. - El poder potencial, que consiste en un poder que se
mantiene en estado de "suspensión", para ser aplicado en
el momento oportuno como poder concreto. - El Poder Absoluto, imposible de concretar pero
siempre anhelado y buscado por el inconsciente, y que
constituye una verdadera entelequia.
De estos cuatro tipos de poder el principal es el
instintivo, que está siempre detrás de todos los
actos humanos –es decir, del poder concreto y del
potencial– pues es el motor o impulsor
de éstos con vistas a alcanzar el Poder
Absoluto.
El dinero en la historia de la cultura
El primer cambio social
notorio a partir del trueque consistió en utilizar objetos
de valor
intrínseco, por su factura y la
calidad del
material con que estaban realizados, y que podían ser
conservados para intercambiarlos posteriormente por otras cosas.
En este sentido podemos considerarlos formas
predinerarias.
Se trataba de utensilios, herramientas,
armas, joyas,
etc., que –además del valor propio del material con
el que estaban hechos– tenían un valor agregado por
el trabajo que
había demandado su fabricación, y cuya durabilidad
permitía intercambiarlos varias veces, pero que de todos
modos eran objetos únicos y poco comparables entre
sí.
En los comienzos del uso del dinero se recurrió a una
cantidad limitada de productos
aceptablemente regulares y estables (es decir, fáciles de
comparar cuando eran del mismo tipo); por ejemplo, cueros, bolsas
de un mismo cereal, animales de la
misma especie, conchillas, etc. Estos objetos constituían
unidades de intercambio y, por lo tanto, dinero, aunque
rudimentario aún. En este caso el dinero era, a la vez,
mercancía (perecedera o no), y se lo utilizaba por lo
común de acuerdo con su valor intrínseco, es decir,
su valor como mercancía.
Con el tiempo, se
comenzó a utilizar exclusivamente un
dinero-mercancía no perecedero de forma y peso
preestablecidos que tenía mayor valor que su mera
composición, porque agregaba a ésta la
garantía de calidad y peso que le daba su emisor.
El dinero de "curso legal", que es el más conocido y por
lo tanto el considerado habitualmente, surgió en una
época mucho más tardía.
La aparición del dinero acompañó, a la vez
que estimuló, el surgimiento y el desarrollo de la
escritura, la
aritmética, los sistemas de pesas
y medidas y el pensamiento
abstracto.
Es curioso comprobar que el fenómeno de la
aparición del dinero y su uso "ingenuo" se reproduce y
recrea, en forma relativamente espontánea, entre los
niños.
Ellos suelen utilizar como medio de intercambio, en sus juegos,
elementos como botones viejos, tapitas de gaseosas, conchillas,
bolitas de vidrio,
marquillas de cigarrillos y chocolatines o figuritas
coleccionables.
Los niños adjudican distintos valores a cada
uno de estos elementos, según su tamaño, material o
forma, pero principalmente por la dificultad para de obtenerlos.
De esta manera pueden emplearlos en forma similar al dinero, con
la diferencia de que dichos valores los establece el propio
grupo que
circunstancialmente usa dichos elementos como "moneda" para sus
juegos.
Los instintos y sus componentes de poder
El dinero resulta ser la solución óptima para
realizar todo tipo de transacciones sin tener que recurrir al
robo, la violencia o el pillaje (por lo menos no en forma
directa).
Tanto el instinto de poder como el de autoconservación
exigen satisfacer necesidades tales como apropiarse de bienes
para acumular poder o asegurarse la supervivencia. Pero siempre,
aunque se los adquiera con dinero, es inevitable privar de esos
bienes a terceros. Esto produce un sentimiento de culpa,
generalmente inconsciente, que es censurado para evitar el
sufrimiento correspondiente. Algo equivalente sucede con el
instinto sexual, uno de cuyos aspectos es el "instinto parcial de
apoderamiento".
En consecuencia, "disimular" y encubrir el ejercicio
permanente del poder es un objetivo que el psiquismo de todo ser
humano "se plantea" constantemente en el nivel inconsciente. Esta
actitud
individual –que, al repetirse en todas las personas, se
convierte en colectiva– se cumple mediante la adopción
de nuevas formas de encubrimiento, que en cuanto se refieren a
los usos del dinero sirven para alejarse cada vez más de
las raíces que éste tiene en el psiquismo humano,
con lo cual se hace cada vez más difícil percibir y
hacer conscientes esas raíces y resulta más eficaz
la censura.
Como parte de este ocultamiento sistemático, los
mecanismos de complejización del dinero y sus usos
permiten continuar y facilitar el desarrollo de la
economía y, por lo tanto, de todo tipo de poder, tanto
individual como colectivo (económico, social y
político).
En la larga evolución histórica que
sufrió el dinero hasta llegar al sofisticado papel moneda
actual, a los cheques y las
órdenes de pago, e incluso al "dinero plástico o
electrónico", se le fueron incorporando características que lo hacían cada
vez más confiable. El objetivo declarado y declamado fue
siempre evitar falsificaciones o maniobras dolosas (por ejemplo,
reducir la cantidad establecida de oro o plata amonedados),
así como disminuir el riesgo de sufrir
pérdidas, robos o estafas. En el fondo se procuraba
así una mejor conservación del poder representado
por el dinero, con lo cual se lograba un objetivo
psicológico fundamental: disminuir la angustia producida
por el permanente temor a perder, en todo o en parte, la carga de
poder que el dinero contiene y simboliza.
Este temor se origina en que –como la
posesión de todo tipo de bienes y de dinero en particular
implica privar a los demás de esos bienes– todo
individuo teme, por lo menos inconscientemente, ser
víctima de lo mismo que él fantasea con hacer
víctima a los demás. Es decir, teme ser despojado,
a su vez, por los demás y entonces perder su dinero, que
es la manifestación más explícita y
–para él– convincente de su poder. De modo que
el desarrollo y la complejización del dinero tiende a
satisfacer esos objetivos
psicológicos fundamentales de encubrimiento.
Comúnmente se sostiene que la necesidad y el
deseo de acumular riquezas y dinero se debe ante todo a la
búsqueda de seguridad. El
comentario más habitual es que, si se dispone de dinero
suficiente, se está a cubierto de riesgos e
imprevistos que el dinero permite solucionar, lo cual se
relaciona con el Poder Absoluto y con el estado de no necesidad
total.
El encubrimiento de los fines del dinero
Al ponerse el poder del dinero al servicio de fines altruistas
(sublimación), se continúa ejerciendo actos de
poder, pero "disimulados" inconscientemente detrás de esos
actos social y moralmente aceptados.
La existencia del dinero responde no sólo a una necesidad
comercial –y, por lo tanto, económica–, sino
también a una necesidad interna, de carácter
psíquico, originada en el instinto de poder. En ambos
casos, si se eliminara el dinero en todas sus formas
(mercancías y metales preciosos
usados como medios de intercambio, monedas, billetes, etc.),
volvería a reproducirse el proceso histórico de su
aparición y desarrollo. El dinero volvería a surgir
como resultado de procesos
psicológicos que inevitablemente se traducirían en
la recreación
del dinero y, consecuentemente, en el surgimiento de procesos de
desarrollo
económico distintos, aunque equivalentes.
Obviamente, el impulso de acumular compulsivamente
riquezas –y, en particular, dinero– se ejerce en
forma notoria o evidente sólo a partir del momento en que
se han satisfecho las necesidades de sustento más
elementales.
Históricamente –desde los mandamientos de
los profetas bíblicos hasta el Derecho
Canónico–, todos aquellos que expusieron sus ideas y
teorizaron acerca del dinero siempre buscaron legitimar y aun
"sacralizar" su uso, en todas sus formas. Condenaron la usura, la
avaricia y la codicia, y pregonaron que el dinero debía
utilizarse para "el bien", a la vez que trataban de explicar el
origen de su poder.
Para ello consideraban que el dinero era un don divino o
un emergente de la tierra, un
equivalente o un producto del
trabajo, etc. Esto no significaba que optaran por una distribución más equitativa ya que,
según el Antiguo Testamento, los profetas podían
disponer de inmensos rebaños y gran cantidad de tierra de
pastoreo, cumpliendo obviamente –para sí
mismos– con el mandato del instinto de poder.
En cuanto a la relación entre el dinero y el
poder, el idioma castellano nos
revela que existe cierto grado mínimo de conciencia acerca
de la carga de poder que el dinero posee, tal como lo evidencian
las palabras "pudiente" y "potentado", en las que la
noción de riqueza se expresa fusionada con el concepto de
poder. Asimismo, en castellano contamos, entre otras muestras
notables, con el famoso poema satírico "Poderoso caballero
es Don Dinero", de Quevedo.
El equilibrio
psicobiológico
El ser humano busca permanentemente disminuir sus tensiones de
origen tanto interno como exterior. El equilibrio
biológico se mantiene mediante la homeostasis
(retroalimentación biológica), que
tiende a suprimir todo tipo de malestar físico. El
psiquismo, por su parte, tiende permanentemente a eliminar las
tensiones, descargándolas. Ambos mecanismos están
interrelacionados y generan permanentemente sensaciones o
representaciones de necesidad, y, por lo tanto, de tensión
psíquica.
Por ese motivo necesidad y displacer son equivalentes.
De esto se desprende que la carencia de tensiones puede ser
vivenciada como ausencia de displacer, o, dicho en forma
positiva, como puro placer.
Dado que toda la existencia del ser humano es un
constante intento de eliminar el displacer y todas las
energías instintivas están puestas al servicio de
ese logro, se puede inferir que cada acto que consigue eliminar
algo penoso es sentido como un acto de poder, de modo que la
sensación de máximo poder que tiene un ser humano
se produce cuando "percibe" que no necesita nada.
Esto explica que otros elementos sustitutivos del
dinero, como las drogas y
la
televisión, se mantengan vigentes como
sucedáneos del instinto de poder en la búsqueda del
estado de no necesidad total. Sucede que tanto la droga como
otros recursos
alternativos producen, en forma rápida aunque sólo
momentáneamente satisfactoria para el individuo, la
ilusión de haber alcanzado algo semejante a ese estado
intrauterino de no necesidad tan buscado
–inconscientemente– por el ser humano.
La "torta del poder"
Como dije, el poder plantea problemas
morales conflictivos que se reprimen, ya que toda "porción
de poder" que alguien ha llegado a poseer o a adquirir se la ha
debido quitar a otro.
El poder es como una gran torta formada por distintas capas de
espesor no uniforme. En esta imagen
metafórica de la torta, cada capa representa una forma de
poder, que puede estar representado, por ejemplo, por la fuerza,
los privilegios sociopolíticos o el dinero. De todas las
capas, la más gruesa y codiciada es la representada por el
dinero.
La torta del poder ya está cortada y repartida
entre todos los comensales, es decir, entre todo el género
humano; es por eso que, cuando alguien aumenta su propia
porción, debe privar de una parte a otros. Esto es
válido no sólo cuando la apropiación se
ejerce mediante la violencia o ciertas argucias, sino
también cuando se la realiza mediante el dinero, cuyo uso
incluye siempre una cierta dosis de agresión.
Gracias al trabajo humano, a la técnica y
–sobre todo– al empleo del
dinero en la economía, resulta posible la creación
constante de nuevos bienes y riquezas. Aunque en la
práctica no se distribuyen en forma equitativa entre
quienes los producen, dichos bienes y riquezas no necesariamente
se obtienen mediante el despojo de los demás, aunque las
más de las veces eso sea lo que ha venido sucediendo a lo
largo de la historia de la humanidad.
Manifestación, fusión y
represión de los instintos
En todos los casos, las satisfacciones instintivas generadoras de
placer no se mantienen por mucho tiempo, volviendo a generarse
una tensión (hambre, sueño, necesidad
fisiológica, deseo sexual o de otro tipo). El instinto de
poder es el único que nunca se satisface plenamente, ni
siquiera en forma momentánea, y siempre queda vigente un
grado de tensión o displacer.
En cambio, en el caso del instinto sexual es notoria la
existencia de un período refractario durante el cual no se
producen nuevas excitaciones o tensiones. Dicho período
es, en ese caso, generalmente mayor que en el instinto de
autoconservación, mientras que no existe en el caso del
instinto de poder.
También el instinto de autoconservación y el de
poder se satisfacen en forma simultánea, puesto que
aquél requiere permanentemente de actos de fuerza,
violencia y dominio, para crear las condiciones necesarias que
permitan sobrevivir al individuo. Obtener alimentos,
defenderse de ataques, construir viviendas y herramientas,
producir bienes y comerciar son, a la vez, actos de supervivencia
y de poder que, en la actualidad, generalmente están
encubiertos por el uso del dinero.
Por ejemplo, uno come carne, pero son otros los que
ejercen el acto violento de matar al animal; en realidad, uno
ejerce la violencia indirectamente, a través del dinero,
con el cual paga a otros que la ejercen en forma
directa.
Mencionando otras combinaciones posibles, habría
que decir que los instintos de autoconservación y sexual
también se fusionan en muchas ocasiones. Esto es lo que
sucede, por ejemplo, en aquellos casos en que se puede hablar de
la "función
erótica" de la comida.
Finalmente, los tres instintos se fusionan para tratar
de concretar la fantasía inconsciente de recuperar el
estado de no necesidad total. De modo que se podría decir
que la búsqueda de ese estado es, en última
instancia, el objetivo final de los tres instintos
fundamentales.
A este estado de no necesidad total hacia el que se
tiende lo llamo "MuktiMukti", palabra sánscrita que
significa "estado de bienaventuranza en el cual no existen el
deseo, la necesidad y el sufrimiento". Cada uno de los instintos
contribuye a la fantasía de alcanzar este estado final
mediante su respectivo objetivo último o final. El del
instinto de poder es, como ya dije, el Poder Absoluto. Por su
parte, el instinto de autoconservación tiene un objetivo
final conocido –aunque bastante olvidado en la actual
civilización occidental–: la Inmortalidad. De
allí surge la importancia que la creencia en la "vida
eterna" tiene para todas las religiones.
Por supuesto, el instinto sexual también tiene un
objetivo final propio: la fantasía inconsciente de la
procreación ilimitada, que
implica tanto una fantasía de placer y satisfacción
total como una fantasía de "expansión reproductiva"
total.
Es como si el individuo se propusiera inconscientemente volver a
ser único, repitiendo en el nivel macrocósmico, por
medio de la unión sexual con otro individuo del sexo opuesto,
todo el proceso de su propia gestación en el seno materno
mediante la reproducción celular a partir de un
óvulo y un espermatozoide.
Tal como se encontraba y sentía durante su desarrollo en
el útero materno, la reproducción indefinida y la
identificación con la especie convierten nuevamente al
individuo
–en su fantasía– en el único
"habitante" de un mundo sin necesidad.
En la función reproductiva el instinto sexual aparece
fusionado con el ejercicio del instinto de poder. Los hijos son,
por lo tanto, también una manifestación de este
último instinto; igualmente pueden llegar a serlo los
nietos, los descendientes en general e incluso los dependientes y
súbditos. Como caso extremo, puede mencionarse que
–como sucedía particularmente en la
Antigüedad– los rebaños de ganado, e incluso
los animales domésticos más variados, pueden llegar
a constituir, para sus dueños, no sólo una
manifestación de poder económico sino
también un símbolo de la potencia
reproductiva de sus propietarios.
3. El estado de no necesidad
y el dinero
La no necesidad total y la Mukti
Quiero aclarar que la Mukti y el tan buscado estado de no
necesidad total no son exactamente lo mismo, pero coinciden en
cuanto a su contenido afectivo, que en ambos casos consiste en
una sensación de bienestar y tranquilidad
total.
La diferencia fundamental es que el estado de no
necesidad total existió alguna vez y dejó una
huella indeleble en el inconsciente. En cambio, la Mukti es una
entelequia perseguida incesantemente por el psiquismo, a partir
de la fantasía inconsciente de recuperar aquel estado
originario de bienestar perdido.
Es muy importante dejar aclarada esa sutil diferencia
conceptual: la Mukti no es aquel estado originario que se
recuerda, pero sí es el que la fantasía
inconsciente trata de recuperar, de reconstruir, paso a paso,
recurriendo a todas las variantes del poder, incluso la droga, la
religión,
la mística, etc.
De todos estos medios el principal es el dinero, que permite
adquirir poder y, gracias a que hace posible tender al Poder
Absoluto, constituye un recurso –ilusorio como los
demás, pero medio al fin– para alcanzar la
Mukti.
El psicoanálisis tradicional carece aún del
concepto de Mukti, aunque puede rastrear los contenidos
traumáticos que marcaron a cada ser humano, generalmente
en su primera infancia.
Para ello el psicoanalista parte de un episodio actual
desencadenante, que produce una reactivación de dicho
contenido traumático, gracias a lo cual le resulta posible
analizarlo.
La movilización afectiva es la clave de la
comprensión y aceptación, por parte de cada
individuo, de la existencia de los contenidos traumáticos
y de su influencia en la vida. En particular, si se la utilizara
para poner en evidencia el instinto de poder, permitiría
hacer consciente la existencia de ese instinto tal como yo lo
entiendo.
Siempre se puede esclarecer la vinculación entre
los síntomas actuales del individuo, el estado de no
necesidad primigenio y la búsqueda de los sucesivos
objetivos parciales, con lo cual se pueden comprender mucho mejor
los motivos de las decisiones que dichos objetivos han implicado
generado a lo largo de la vida transcurrida, produciendo la
identidad
actual del individuo.
Los síntomas displacenteros siempre existen y
seguramente cualquier persona
confirmará que no está satisfecha acerca de
cómo transcurrió su vida, por más que en el
momento presente se sienta feliz y "realizada". Admitirá
haber sufrido multitud de fracasos y frustraciones que
habría querido evitar, y siempre lamentará no haber
hecho las cosas de otra manera y mejor. La búsqueda de la
Mukti es ineludiblemente esquiva, engañosa y frustrante;
por lo tanto, el psiquismo humano –que no tiene conciencia
de ella pero que sufre su acoso y su atracción– es
necesariamente inconformista.
La compulsión a la repetición
Cuando, en su impulso permanente por alcanzar la Mukti, el
psiquismo inconsciente tropieza con obstáculos de la
"realidad" interna o exterior que obstruyen el avance del
individuo, éste reincide una y otra vez en el mismo camino
hacia la Mukti, encontrándose con obstáculos
iguales o similares dificultades en para la satisfacción
de sus objetivos, lo cual constituye la neurosis.
El habitual fenómeno psíquico de la
compulsión a repetir los mismos actos, y a reiterar
insistentemente actitudes y
elecciones sin saber por qué lo hace, se produce porque el
individuo no tiene conciencia del impulso que lo fuerza a seguir
hacia adelante ni del objetivo final al que tiende ese
impulso.
En cambio, si toma conciencia de su objetivo final (la
Mukti), puede aceptar con más facilidad tanto sus fracasos
como la propia dirección adoptada para su recorrido (pues,
en realidad, ningún camino permite alcanzar la Mukti).
Podrá entonces seguir otra vía menos angustiante y
más útil para sí mismo e incluso para la
sociedad.
El estado de no necesidad, el narcisismo y el
Destino
El yo incipiente de todo ser individual aún no nacido (es
decir, que está en el vientre materno), percibe –de
alguna manera que hasta este momento resulta imposible de
precisar o definir– que está en un estado de no
necesidad. Esta percepción
coincide con lo que en psicoanálisis se llama "narcisismo
primario".
Éste caracteriza una etapa esencial del psiquismo
prenatal, en la que el yo incipiente aún no ha perdido su
carácter eminentemente biológico, pues
todavía no se enfrentó con una realidad exterior a
sí mismo, la del no yo.
Mientras el individuo por nacer se hallaba en ese estado
de no necesidad total, su yo incipiente tenía la
sensación de estar ejerciendo un poder que le
permitía asegurarse ese estado. Al nacer –y
quizás aun antes–, el individuo percibe que ha
perdido repentinamente ese poder y automáticamente se
comienza a desarrollar el instinto de poder que tiene como
objetivo devolverlo a ese estado primigenio.
Los esfuerzos por obtener el Poder Absoluto (lo cual
equivale, en última instancia, a alcanzar la Mukti) se
realizan a lo largo de un camino interminable y lleno de
obstáculos y, por lo tanto, se traducen en éxitos y
fracasos, que, respectivamente, producen satisfacción
(placer) o frustración (displacer, dolor, sufrimiento). Y
esto es relacionado por el psiquismo con lo que se suele llamar
"suerte" o Destino.
El Destino es sentido por el individuo como algo
antropomórfico; el psiquismo actúa como si
existiera una entidad exterior (la Providencia, el Destino, Dios,
el "yo ideal", etc.) que le brinda o no, según el caso,
una dosis de afecto que puede ayudarlo en su objetivo
instintivo.
Los afectos del individuo se proyectan para recibir una
respuesta, una "devolución" o un premio, de modo que la
persona pueda orientar sus actos y conductas a lo largo del
camino de su vida. El Destino es el presunto receptor inicial de
los afectos del individuo, y en retribución brinda
seguridad y otorga premios y castigos. Es por eso que personifica
a la suerte y el éxito,
e incluso a la fatalidad.
Economía y poder
El instinto de poder provoca en el individuo la angustia de
perder el mucho o poco poder que ha podido alcanzar, así
como su capacidad de obtener más poder. Este temor de
perder el poder tan laboriosamente conseguido no es otra cosa que
el miedo a regresar al momento del trauma del nacimiento,
ocasión precisa en la cual se produjo la pérdida
del estado de no necesidad prenatal.
Ahora, en pleno camino hacia la Mukti, el individuo teme
perder la relativa seguridad que haya llegado a alcanzar, como
parte del camino recorrido hacia su objetivo final, acerca del
cual no tiene conciencia pero que no por eso es menos
acuciante.
El temor a este tipo de pérdida se da principalmente en
relación con la situación económica. Ese
miedo actúa como un estímulo adicional –y,
muchas veces, como una racionalización– para
justificar la acumulación cada vez mayor de dinero, con el
argumento de disminuir la incertidumbre y la inseguridad.
Para dar una definición propia de la economía, yo
diría, en forma más bien metafórica, que es
el principal escenario donde –superando la
apropiación mediante la fuerza– se libra la batalla
de todos los tipos de poder de cada uno de los individuos de la
especie humana.
Aparte de la economía, hay otros escenarios
alternativos y estrechamente relacionados con la obtención
de formas elaboradas o "sofisticadas" de poder. Por su
importancia cabe mencionar la política y la
guerra,
así como la adquisición de conocimientos y de
habilidades prácticas (deportivas, por
ejemplo).
La magia del dinero en la cultura
Si se analiza el uso del dinero en una cadena de transacciones,
cada operación de compra o venta sucesivas
tiene la apariencia de un acto mágico, en el cual el
dinero permite transformar una cosa en otra y actúa como
una especie de catalizador, tal como sucede en ciertas reacciones
químicas.
Objetivamente, el dinero "transforma" una cosa en otra
sin modificarse a sí mismo; en este sentido es que cumple
la función de catalizador, pues permite realizar el
proceso y, al finalizar éste, esa cantidad de dinero
–que ha pasado a manos de otro– está
disponible nuevamente para volver a utilizarse en nuevas
transacciones, incólume y sin haber sufrido desgaste
alguno.
Si hipotéticamente el dinero tal como lo
conocemos fuera suprimido, se crearían con rapidez, y de
manera espontánea, nuevas formas de dinero, seguramente
siguiendo los lineamientos históricos conocidos. Esto se
debe a que el dinero es algo así como una
prolongación o extensión del psiquismo, a
través de la cual se ejerce el instinto de poder. Es una
prolongación en el mismo sentido en que un martillo, por
ejemplo, es una extensión del brazo y del puño, y
su principal función es concretar o intensificar una
acción.
Puede decirse que, así como el martillo (o
cualquier otra herramienta) constituye una prótesis del
cuerpo, el dinero representa una prótesis del psiquismo.
Ambos instrumentos permiten mejorar y suplementar funciones propias
del ser humano. En el caso del dinero, éste permite que el
instinto de poder actúe sobre la realidad exterior,
pasando del campo de los deseos fantaseados al mundo de la
acción concreta, tanto sobre la naturaleza
–que entonces se convierte en un objetivo de la
cultura– como sobre la sociedad, que es la
manifestación de la cultura por antonomasia.
La principal propiedad
psicológica del dinero consiste en transferir poder de una
persona a otra. Al finalizar su empleo a lo largo de una extensa
serie de transacciones comerciales, el dinero permanece
inalterado y todos los participantes han satisfecho sus
necesidades parciales de poder, mientras el dinero permanece como
un mero testigo.
Muchas veces me pregunté quién
sería el ser humano más poderoso del mundo y me
respondí que sería aquel que tuviera el mayor
patrimonio individual. Posteriormente tomé conciencia de
que el poder no se sustenta sólo en la posesión del
dinero sino, sobre todo, en la capacidad de actuar sobre el
dinero para adoptar resoluciones que modifiquen en mayor grado a
la sociedad y su cultura.
1. El valor numérico del dinero
Al dinero se le pueden asignar cinco valores, cada uno de los
cuales determina un uso o función que le es propio.
Ninguno de estos valores constituye un compartimiento estanco;
cada uno de ellos tiene límites imprecisos y se
interpenetra con el que le antecede y con el que le sigue. El
primero de ellos –el más conocido–, es el
más concreto, objetivo y cuantitativo. Los siguientes se
vuelven cada vez más abstractos, emocionales y subjetivos,
a medida que se pasa de uno al otro.
1. El valor numérico del dinero
Por lo pronto, el dinero tiene un "valor numérico"".
Éste consiste en que todos los que recurren a él
(la sociedad, el mercado, los
tenedores y los consumidores en general) le reconocen al dinero
un valor numérico explícito que remite siempre a un
nombre (pesos, rublos, euros, etc.) y a un valor inicial definido
(1, 10, 50, etc.), impreso, grabado o escrito. Es un contenido
cuantitativo que se le asigna al dinero en su uso comercial, para
expresar las equivalencias de las mercancías u otras
monedas que se pueden intercambiar por su intermedio. Se trata de
un valor relativamente estable, aunque convencional.
En la práctica, el uso del dinero como sistema de medida
comercial implica, por parte del usuario, por el mero hecho de
utilizarlo, la aceptación de un contrato
implícito (llamado "contrato de adhesión" en la
jerga legal), que no se puede transgredir sin cometer un acto
punible. Por dicho contrato el usuario acepta las condiciones
establecidas por el emisor para las piezas monetarias o los
billetes (tamaño, "ley"
metálica, valor numérico impreso, etc.) y no las
debe modificar o adulterar.
El valor podérico del dinero, en general
Paso ahora a referirme a un valor del dinero que es aquel que
relaciona el dinero con el poder, en todos sus tipos y variantes,
tal como he tratado de explicarlo hasta el momento, lo cual
constituye uno de los pilares de mi
investigación.
Concretamente, en el nivel inconsciente, el psiquismo le
atribuye al dinero un contenido de poder. En efecto, el dinero es
la más auténtica y eficaz expresión del
instinto de poder, tanto instintivo como concreto y potencial,
que permite ir en pos de la fantasía inconsciente del
Poder Absoluto. Por eso es necesario referirse al "valor
podérico" del dinero, en general.
Es oportuno recordar que el poder puede ser concreto o
potencial, y que también es siempre –por
supuesto– esencialmente instintivo. Esta
clasificación me lleva a profundizar en los tipos de valor
del dinero, continuando con su enumeración.
Por lo que acabo de decir, el valor podérico
general se subdivide en dos. El primero es el "valor
podérico adquisitivo", que se relaciona tanto con el poder
concreto como con el poder potencial del dinero, es decir, se
refiere a lo que habitualmente se conoce como "poder adquisitivo"
–concreto o potencial–, del dinero. El segundo es el
"valor podérico instintivo".
2. El valor podérico adquisitivo del dinero
Me ocuparé ahora del valor podérico adquisitivo,
que es el segundo de los cinco valores que pueden atribuirse al
dinero.
El valor podérico adquisitivo depende de los precios y no
es fijado por el individuo que, precisamente, puede hacer uso del
dinero gracias a que existe un sistema de precios, establecidos
no por él sino por otros. Por eso, análogamente al
valor numérico del dinero, el valor podérico
adquisitivo tiene un contenido eminentemente cuantitativo
–y, por lo tanto, objetivo–, que resulta de aplicar a
las cosas el valor numérico convencional del dinero. De
esta manera se constituye el sistema de precios de las cosas
(bienes y servicios).
Si bien el valor numérico es fijado por la
autoridad
monetaria, el valor podérico adquisitivo (o sea el
precio de las
cosas) es fijado por los mercados,
mediante un complejo sistema de consenso gradual que deriva en un
aceptable equilibrio.
Esto sucede tanto cuando se compra algo (recurriendo al
valor podérico concreto del dinero), como cuando se guarda
el dinero para utilizarlo en la ocasión en que se quiera o
decida hacerlo (en cuyo caso el dinero tiene un valor
podérico potencial). Ambos casos están incluidos en
el valor podérico adquisitivo.
Igual que el valor numérico, en condiciones "normales"
–inexistencia de inflación, por ejemplo–, el
valor podérico adquisitivo es relativamente estable, es
decir, en cada situación o circunstancia en que se usa el
dinero, el valor podérico adquisitivo de éste se
mantiene, con sólo ligeras fluctuaciones, a lo largo del
tiempo.
3. El valor podérico instintivo del dinero
Cuando el dinero se valora desde la perspectiva del poder
instintivo que intrínseca y necesariamente contiene, se
puede hablar del "valor podérico instintivo" del dinero.
Lo que se tiene en cuenta, en este caso, es en qué medida
el dinero le sirve a cada individuo como expresión de su
respectivo instinto de poder.
En este sentido, el valor podérico instintivo
atribuido al dinero es más subjetivo y personal que los
dos anteriores, y carece prácticamente de contenido
cuantitativo.
Esto es así porque, frente a la distancia infinita que
separa del Poder Absoluto a cualquier cantidad de poder, por
grande que sea el poder del dinero acumulado, éste
sólo puede ser valorado como "mucho" o "poco". Aunque al
aumentar la suma de dinero que se posee crece también el
poder conferido por su posesión, distintos valores
podéricos instintivos del dinero sólo pueden
compararse entre sí –uno es "mayor" o "menor" que
otro–, pero no pueden medirse
numéricamente.
Por lo tanto, al carecer de un contenido cuantitativo
estricto, el valor podérico instintivo del dinero no es
algo objetivo; por el contrario, es eminentemente subjetivo, ya
que tiene su origen en el inconsciente, está cargado de un
fuerte contenido emocional y posee características
sumamente personales.
4. El valor simbólico del dinero
El dinero tiene también un "valor simbólico", que
no alude directamente al dinero sino a "otra cosa". Este valor es
un contenido eminentemente afectivo que el psiquismo le asigna al
dinero. En tal caso, para el individuo puede significar, por
ejemplo, el orgullo de haberlo obtenido y de poder
"refregárselo por las narices" a alguien (al amigo
envidioso, al jefe o a un familiar), pero también puede
significar el esfuerzo, el sufrimiento e incluso la
humillación asociados a la obtención de ese dinero.
Lo que éste simboliza puede ser consciente, pero
generalmente no lo es.
En síntesis, lo que se valora
simbólicamente en el dinero no es el dinero como tal sino
lo que él representa para la autoestima de
su poseedor. Cuando al ganador de un torneo deportivo profesional
se le entrega un objeto como trofeo (una medalla o una copa, cuyo
valor es simbólico) se lo suele acompañar con un
premio en dinero. Este es un buen ejemplo de cómo la
sociedad suele reconocer y diferenciar los distintos valores del
dinero.
5. El valor psicónico del dinero
Ahora me ocuparé de describir detalladamente el quinto
valor, que es el más complejo y, también, el
más rico y trascendente desde el punto de vista
psicológico y social.
Este complejo uso afectivo del dinero, cuya influencia dentro del
psiquismo es notable, es lo que llamo "valor psicónico del
dinero". Se trata de un valor esencialmente dinámico y
enteramente subjetivo, que se establece por referencia a una
especie de "moneda psíquica", para designar a cuya unidad
acuñé el término "psicón".
Para referirme al psicón mediante un
símbolo análogo al "signo pesos", utilizo la letra
griega "psi", que tiene la forma de un tridente, y le agrego una
segunda línea vertical.
Defino el valor psicónico (o valor en psicones)
como el valor subjetivo –y, por lo tanto, afectivo–
que cada individuo le asigna al dinero en función de cada
momento de su vida y del uso económico que hace o piensa
hacer de una cantidad determinada de ese dinero en el preciso
momento en que se plantea la posibilidad de realizar una
transacción determinada, que es de carácter
concreto y objetivo.
El valor psicónico, que se le asigna al dinero en
ese instante, es de un contenido totalmente afectivo y refleja el
estado del psiquismo frente a esa transacción; por lo
tanto, es de carácter totalmente subjetivo.
En el caso del valor psicónico, el afecto que se
pone en juego se
refiere a una situación concreta planteada a raíz
de una posible transacción comercial (fantaseada o real)
en la que está en juego una cantidad determinada de
dinero, con sus correspondientes valores numérico y
podérico adquisitivo.
En este valor psicónico se integran los valores
(instintivo y simbólico), cuyo contenido es también
de carácter afectivo.
Por decirlo de otra manera: a partir del valor
numérico del dinero, que es totalmente objetivo, al
ascender en la escala de los
distintos valores del dinero cada valor siguiente resulta
más subjetivo que el anterior, hasta llegar al
último –el valor psicónico–, que es
totalmente subjetivo. Así como va aumentando éste,
también aumenta al contenido afectivo, que incorpora un
contenido subjetivo creciente al carácter objetivo del
dinero tal como se lo utiliza en economía.
De modo que el valor psicónico resulta ser el más
complejo de todos, pues incorpora a los demás,
integrándolos. El valor psicónico es, pues, algo
así como una síntesis, desarrollada en un nivel
superior de complejidad psíquica, de los demás
valores que caracterizan al dinero.
Resumen de los cinco valores
- Valor numérico: es el que está impreso
en cada pieza monetaria o billete, junto al nombre de la
unidad. - Valor podérico adquisitivo: es el que depende
de los precios, gracias a los cuales podemos comprar o
compramos concretamente. - Valor podérico instintivo: es la
expresión del instinto de poder. - Valor simbólico: remite a "otra cosa" que el
dinero en sí, y está esencialmente vinculado con
la autoestima. - Valor psicónico o valor en psicones: es una
síntesis integradora de los cuatro anteriores y se
caracteriza por ser permanentemente mutable.
5. El dinero y el
PSICÓNpsicón
Usos objetivos y usos psicónicos del dinero
Aunque se parte del hecho de que el dinero es un medio social de
intercambio, el valor psicónico le es asignado al dinero
–independientemente– por cada uno de los
participantes, en forma personal, intransferible (pues depende de
toda la historia de la persona hasta ese instante) y
circunstancial (ya que se refiere estrictamente al "aquí y
ahora"). Por eso le agrego el calificativo de "autorreferencial".
De modo que hay tantas valoraciones psicónicas
autorreferenciales como personas en juego en cada circunstancia o
en cada posible transacción.
Además, como acabo de decir, este valor
–que es producto de la mutable actividad
psíquica–, también varía sin cesar, y
por lo tanto es precario e inestable, es decir, constituye un
valor dinámico.
Dado que en toda posible transacción comercial siempre hay
por lo menos otro participante además de aquel cuyo
psiquismo le atribuye al dinero un valor psicónico
autorreferencial referido al momento, la relación entre
las partes hace más complejo el proceso, puesto que
éste deja de ser meramente unilateral para convertirse en
interactivo.
Naturalmente, el dinero utilizado en una
transacción comercial puede considerarse desde dos puntos
de vista: el de quien debe entregarlo o desprenderse de
él, y el de quien debe recibirlo. Pero en ambas
situaciones, y frente a la utilización o a la mera
posibilidad de disponer de un dinero, cada individuo tiene una
valoración afectiva de ese dinero que varía con la
velocidad del
pensamiento.
El psicón también desempeña un
papel importante en la determinación de los precios por
parte de la sociedad, en la cual los individuos contribuyen
–en mayor o menor medida– a una valoración
común y socialmente compartida del dinero y su poder
adquisitivo.
En efecto, el valor de mercado de cada cosa (precio) se expresa
en unidades de la moneda circulante (pesos, dólares,
rupias o lo que fuere); éstas, a su vez, se valoran en
psicones. De esta manera se desarrolla un proceso en el cual la
valoración en psicones es el resultado de una
valoración afectiva del precio asignado a las cosas; esta
valoración afectiva a su vez genera los mecanismos
sociales que permiten establecer, como resultado de la mayor o
menor demanda, ese
precio en el mercado.
Evaluación del concepto de psicón
Una conclusión general sería que el valor
autorreferencial en psicones que –"aquí y
ahora"– se le asigna al dinero depende de toda una
constelación de valores afectivos relacionados
específicamente con el dinero y, en particular, con el
esfuerzo que demandó obtenerlo, con la cantidad de que se
dispone en ese momento, con el trabajo que costará
reponerlo, con el placer que proporcionará el uso que se
espera darle en esa ocasión, con las otras cosas que se
debe renunciar al gastar el dinero en esa ocasión, con el
estado de ánimo en el momento y con toda una enorme
variedad posible de circunstancias (en su mayoría
inconscientes) que influyen sobre la valoración afectiva
acerca del uso de una cantidad de dinero determinada para un fin
determinado.
O sea: la valoración autorreferencial en psicones
del dinero gastado o por gastar es, en determinado instante
presente, a la vez producto del pasado, de ese presente y de las
expectativas y consideraciones relacionadas con el
futuro.
Aunque en una situación transaccional siempre hay
dos partes (si uno compra hay otro que vende), ); siempre existe
una "negociación" interna" previa, en la que
entran en juego los psicones. Ésta tiene lugar con gran
velocidad y, en su mayor proporción, se desarrolla en el
inconsciente de cada una de las partes.
Funcionamiento del psicón
La transacción se concreta sólo cuando ambas partes
llegan a una concordancia o un equilibrio entre los psicones que
uno entrega y el otro recibe en la operación. Si
así no fuera, el intercambio fracasaría se
frustraría sin que los participantes comprendieran
cabalmente el motivo del fracaso.
A veces quien ha realizado una operación comercial
evalúa, en forma consciente, su propia actitud o
comportamiento a lo largo de la transacción. Esta evaluación
narcisística no tiene una connotación comercial ni
se relaciona con el resultado concreto de la transacción.
La referida evaluación brinda una sensación
consciente de satisfacción o insatisfacción
–es decir, de placer o displacer– y se relaciona
exclusivamente con la actitud asumida por el psiquismo durante la
transacción; es decir, se vincula al aumento o la
disminución de la autoestima.
Origen psicológico del dinero
Esa carga afectiva que es el psicón la utiliza el
psiquismo humano para actuar sobre la "realidad" exterior u
objetiva. De esta manera trata de recuperar, mediante la
adquisición de objetos, su condición primigenia,
perdida definitivamente al nacer: el estado de no necesidad total
o Paraíso Perdido, situación en la que tenía
todo lo que necesitaba.
La búsqueda de este estado perdido se centra en
la obtención de objetos, que están cargados de
afecto y permiten satisfacer parcialmente las necesidades,
produciéndose una ilusión de aproximarse a ese
estado recreado que es la Mukti. Esta búsqueda de la no
necesidad, la tranquilidad, la seguridad, la protección,
el afecto proveniente del exterior y –sobre todo– el
poder a través de la posesión de objetos coincide,
en la historia evolutiva del individuo, con lo que en
psicoanálisis se llama etapa objetal, que viene a
continuación de la etapa anobjetal, característica
esta última de algún momento de la vida
intrauterina. Es en esta ocasión cuando comienzan, para el
individuo, la necesidad y la posibilidad de incorporar a su
psiquismo la existencia concreta del dinero.
A partir del nacimiento, el no yo comienza a definirse y
a volverse más complejo, por el contacto que el yo
establece con los objetos de la realidad exterior. Es entonces
cuando el individuo comienza a descubrir que existen ciertos
objetos que el yo puede controlar y manejar, y mediante los
cuales puede posteriormente influir –es decir, ejercer su
poder– sobre otros objetos o personas.
El primero de ellos es la materia fecal,
que el niño produce y "ofrenda" a su madre, recibiendo a
cambio el reconocimiento afectivo de ésta, principalmente
bajo la forma de una satisfacción de necesidades del
niño, tanto biológicas como afectivas.
Este mecanismo es, en realidad, un feed-back o "proceso de
retroalimentación", en el cual el efecto influye sobre la
causa y viceversa.
6. Psicología,
economía, sociología y política
La ontogenia y la filogenia
La palabra "ontogenia" se refiere al desarrollo físico
(biológico) de los individuos de una especie determinada a
través de su vida embrionaria, mientras que "filogenia"
alude a las características físicas
(biológicas) que fueron adoptando las especies antecesoras
a lo largo de la evolución. Esto se aprecia en el hecho de
que, en cierto momento de su desarrollo, el embrión humano
posee, por ejemplo, branquias y aletas rudimentarias como los
peces y,
más adelante, características propias de los
reptiles y mamíferos inferiores.
La ontogenia continúa imitando a la filogenia
incluso después del nacimiento (por ejemplo, el
niño primero gatea y luego adopta la postura erecta, y
también va reemplazando el olfato por la vista como
sentido predominante).
Considero que, en el campo de la evolución del
psiquismo humano, las características de cada individuo,
impresas en su psiquismo, determinan y explican las
características culturales, sociales y políticas
del conjunto de los hombres, o sea, de la especie humana. Por lo
tanto, no puedo resistirme a la tentación de decir que, en
el campo del psiquismo humano, "la filogenia (de la sociedad)
imita a la ontogenia (psíquica del individuo)". Aunque
esta frase sólo es aproximadamente correcta, al relacionar
las palabras "filogenia" y "ontogenia" con el psiquismo las uso
en un sentido menos restringido que en biología.
La "ontogenia" se refiere, así, al desarrollo
psíquico del individuo desde la vida intrauterina hasta la
madurez, y la "filogenia" abarca el desarrollo social
desde la prehistoria de la
humanidad –y, por lo tanto, de la sociedad– hasta
nuestros días. Por eso, creo que es mejor decir que "la
sociogenia imita a la psicogenia". Y en este caso, como lo he
dicho, el adagio es prácticamente el inverso del que se
utiliza en el campo de la biología.
Por lo pronto, el punto de partida es análogo: el
Paraíso Terrenal y el estado de no necesidad. Luego vienen
la expulsión del Paraíso y el nacimiento,
respectivamente, seguidos en ambos casos por la incesante
búsqueda del estado paradisíaco perdido, con todas
sus consecuencias: la lucha por la vida y el poder, y las formas
superiores de desarrollo económico, social y
político.
Por supuesto, en toda actividad o movimiento de
grupos humanos
están representados –en una especie de "promedio
social, político y cultural"– los pensamientos y las
tendencias instintivas y afectivas de todos los individuos que
integran esos grupos.
La influencia de los instintos en la cultura
El desarrollo, la estructuración y el afianzamiento de los
diversos instintos se producen gradualmente, en los primeros
años de la vida infantil, a través de la
interacción del niño con el mundo exterior
(principalmente con los padres, hermanos y amigos, pero
también con los maestros y el entorno social circundante).
El niño se enfrenta con actos de poder de todo tipo
(consejos, órdenes, prohibiciones, castigos) que ejercen
sobre él sus padres y su entorno.
El mundo familiar, e incluso el social –tanto en
escala reducida (familiar y local) como en el nivel de grandes
grupos y naciones–, se ha ido estructurando "a imagen y
semejanza" del mundo psíquico individual. Esto sucede
particularmente en cuanto se refiere al instinto de poder, que se
manifiesta en todos los niveles y es más ostensible cuando
los seres humanos se agrupan para ejercerlo a través de la
economía, la política y, sobre todo, las guerras.
La neurosis de la economía
El dinero constituye un medio insustituible para establecer nexos
y comunicaciones
sociales. Por eso –incluso aunque no tenga conciencia de
ello–, la sociedad estimula y desarrolla el uso del dinero
como una forma de promover su propia evolución, y
así contribuye al desarrollo de la sociedad y, por lo
tanto, de la civilización.
Las nuevas formas y estructuras socioeconómicas
aumentan constantemente en complejidad. Frente a ellas, el
psiquismo debe adaptarse, creando defensas; cuando no lo logra,
el resultado es la enfermedad, que no se limita al ámbito
de lo individual, sino que se extiende a lo social y
político. Esta situación genera un creciente
sentimiento de frustración y desprotección, cuyo
origen casi nunca es plenamente consciente.
La actual economía mundial puede considerarse
como un enfermo de neurosis. Un neurótico se caracteriza
por no saber cuál es la razón debido a la cual le
ocurren ciertas cosas que lo hacen sentirse infeliz. Tiene la
vaga sensación de que actúa guiado por un impulso y
de que hay algo que lo induce intensa, imperiosa e
inevitablemente a proceder como lo hace.
Se trata de un impulso interno e inexplicable, que la
persona quisiera controlar pero no puede, porque al ignorar su
origen y sus causas no sabe cómo hacerlo. Por eso se
fabrica explicaciones racionales que le proporcionan un marco de
coherencia y cierta tranquilidad. Trata de justificar que todo
"está bien", pero en el fondo siente que no es así
y que, en algún momento, la situación hará
crisis y todo
su sistema de vida, laboriosamente edificado, se
derrumbará.
La sociedad remeda estas características humanas
individuales y el displacer se expresa a través de
constantes conflictos bélicos que intentan detener, o al
menos controlar, las múltiples pero ineficientes organizaciones
creadas.
Consideraciones sobre algunas propuestas de cambio
social
Decía Carlos Marx que
el germen de la destrucción del capitalismo se
encuentra en las propias entrañas del sistema.
Pronosticaba que, en algún momento, la
concentración de la riqueza en muy pocas manos
sería tan enorme que, para redistribuirla más
equitativamente, resultaría inevitable una revolución
social.
Lo que en su época Marx no
sabía y sus seguidores ignoraban –y continúan
ignorando– es que el estado de enfermedad que padece el
sistema económico capitalista tiene todas las
características de una neurosis, la cual también se
puede atribuir a países o a determinados sectores o
grupos
sociales, pues es el reflejo de la neurosis inherente a todos
y cada uno de los seres humanos.
Además, el marxismo
siempre desconoció que la tendencia psíquica al
enriquecimiento por encima de las necesidades básicas
lleva y llevará siempre, inevitablemente, a distorsionar
los métodos de
redistribución de esa riqueza propuestos por los
teóricos de la "igualdad
social a ultranza" y del socialismo.
En la Antigüedad, ya Platón y
Aristóteles proponían sociedades
relativamente más justas y equitativas, pero al hacerlo
suponían que podía existir una clase dirigente
exenta de ambiciones personales. Sin embargo, ni ellos ni los
teóricos posteriores se plantearon jamás
cómo llegar a contar con esa clase de dirigentes
políticos provistos de normas
éticas y carentes de ambiciones personales y
comportamientos neuróticos del tipo descripto. Es decir,
nunca explicaron convincentemente de qué manera
resultaría posible liberarlos de la natural tendencia del
ser humano a acumular riquezas y lucrar con ellas, como una
manera de adquirir cada vez más poder y de tratar de
recuperar el estado de no necesidad total característico
de la vida prenatal.
La ética
puritana protestante preconizaba que el trabajo metódico
era el deber fundamental de la vida, y que la restricción
de los gastos (es decir,
el ahorro) era
una forma de ascetismo a través de la cual se glorificaba
a Dios. Esta justificación religiosa del principal
objetivo del capitalismo, que fue puesta en evidencia y estudiada
por el notable economista y sociólogo Max Weber
(1864-1920), muestra
cómo, para eludir la censura psíquica individual y,
a la vez, la censura social, el ser humano busca motivaciones
tranquilizadoras o aplacatorias que le permiten eliminar
–o, por lo menos, reducir– el sentimiento de
culpa.
La delegación del poder individual
Las personas se suelen agrupar siguiendo intereses
económicos e ideas políticas que son el resultado
de factores psicológicos individuales y colectivos. Nacen
así las empresas
comerciales, los partidos
políticos, los sindicatos,
las entidades religiosas, las sectas y sociedades secretas, los
lobbies de presión,
los clubes sociales y deportivos, los ejércitos y hasta
las naciones, siempre dotados de un carácter
corporativo.
Detrás de todas estas agrupaciones actúa
el poder en forma organizada, que es mucho más que la suma
del poder de cada una de ellas: es una forma de poder nueva y
superior, un poder social y colectivo. En él, los poderes
de cada individuo se apuntalan unos a otros, constituyendo una
especie de "entramado autosustentado".
En el caso del líder,
el dirigente político, el tirano paternalista, etc., el
individuo se identifica con él como una forma de sentirse
partícipe del poder que percibe, considera o fantasea que
el otro tiene. Le adjudica lo que él mismo no puede
alcanzar ni ejercer, lo que –para él– es su yo
ideal.
Se produce así, muchas veces, un "desvío"
de los objetivos conscientes altamente valorados por el individuo
hacia objetivos compatibles con sus posibilidades reales y
concretas, es decir, limitadas. Este desvío es producto
del hecho de que, en su búsqueda del Poder Absoluto, el
inconsciente no tiene reparos morales de ningún tipo. En
consecuencia, puede llegar a aprobar e idealizar transgresiones
que otros realizan y con las cuales el individuo se identifica,
aunque su superyó las repruebe.
Los líderes les dejan explícitamente
manejar a sus subordinados una fracción determinada del
poder que poseen. Crean así en ellos la ilusión de
que esa porción de poder que los subordinados reciben es
decisiva para el desarrollo o la "supervivencia" de toda la
estructura de
poder. De esta manera, quienes en realidad delegan la mayor parte
de su poder personal en los líderes se sienten
narcisísticamente dueños de un poder mucho mayor
del que realmente conservan.
En general, el individuo común y corriente no
tiene a quien reclamar ni ante quien protestar; en la
práctica los responsables no existen y las organizaciones
son una especie de ente "sin rostro", invulnerables para los
sojuzgados, salvo para quienes conspiran contra ellas.
Mi Ppropuesta para un cambio social
Tal vez haya cierto fatalismo en el planteo de que el ser humano
necesita ejercer su poder (principalmente a través del
dinero) para tratar de concretar su fantasía de recuperar
el estado de no necesidad total, alcanzando la Mukti.
En mi criterio eso se debe a que el desarrollo del psiquismo es
finalista. Esto significa que todas sus acciones están
orientadas hacia un fin último e ineludible, que, por
supuesto, es la Mukti. Sin embargo, hay posibilidades de cambiar
esto que parece tan ineludible.
Por lo pronto, hay que recuperar para el dinero su misión
originaria y esencial de medio (es decir, de intermediario), que
hace posible el intercambio de bienes y servicios necesarios para
la supervivencia del ser humano. Podrá así lograrse
depurar al dinero de sus aspectos espurios. Pero, para evitar el
desborde del instinto de poder dirigido hacia la
acumulación y el enriquecimiento ilimitados, es necesario
desplazar dicho instinto hacia objetivos de poder más
aceptables y útiles, tanto para la sociedad como para el
individuo.
Creo que la búsqueda y adquisición de
conocimientos puesta al servicio del "bien común"
podría tener un papel fundamental en este cambio.
Adecuadamente estimuladas, reconocidas y dirigidas por la
sociedad, tales actividades permitirían ejercer
satisfactoriamente el instinto de poder, acumulando poder en
forma de méritos, reconocimientos, premios y,
principalmente, prestigio.
De esta manera, el uso del dinero y de otras formas de
poder concreto que dependen de él perdería su
carácter hipertrofiado y el dinero quedaría
limitado a su función imprescindible.
La principal característica del conocimiento (y
por la que se diferencia esencialmente del dinero) es que se
puede orientar hacia la satisfacción de necesidades
altruistas –"espirituales", intelectuales y
prácticas– tanto de quien lo posee o adquiere como
de la sociedad, a la que beneficia. Esto es así porque,
aunque el
conocimiento, como toda actividad humana, es una
manifestación del instinto de poder, puede convertirse en
una sublimación de éste con más facilidad
que otras manifestaciones, la principal de las cuales es el
dinero.
Una primera ventaja del conocimiento
–insólita, por lo demás–, es que cada
persona que lo posee puede compartirlo con otros, sin que pierda
por ello su carga de poder. Es decir, el conocimiento conserva
las características del instinto de poder pero disminuye
su intensidad narcisística. Algo semejante es impensable
en el caso del dinero.
Además, el conocimiento puede crecer en forma
exponencial y otorga una sensación de poder cada vez mayor
a quienes lo poseen, incluso si lo comparten, aunque eso no
significa en modo alguno que no subsistan las competencias y
rivalidades inherentes al psiquismo humano.
Otra ventaja muy importante del conocimiento es que,
contrariamente a lo que sucede con el dinero, para obtenerlo no
es necesario despojar a nadie de ese mismo conocimiento,
precisamente porque se lo puede compartir.
Es más, cada aporte para incrementar ese
conocimiento tiende a unir, antes que a distanciar, a quienes
participan de su búsqueda, tendiendo a formar una especie
de "equipo universal". Por todo ello, la "adquisición" de
conocimientos no produciría habitualmente sentimientos de
culpa ni haría al individuo proclive a generar neurosis de
poder.
Esta posibilidad habría sido impensable antes del
advenimiento de las comunicaciones casi instantáneas
posibilitadas por Internet.
Para llevar a la práctica estas ideas se
debería comenzar por convocar a psicólogos,
sociólogos, educadores, trabajadores sociales,
profesionales competentes de cualquier especialidad y personas
con la cultura y la aptitud necesarias para integrar grupos de
trabajo dedicados a la formación de "facilitadores"
adecuadamente guiados.
Admito que se trataría de una tarea ardua y de
largo aliento, de una auténtica utopía cuya
concreción exitosa –si es que puede lograrse
algún día– quizá demande varias
generaciones.
Que esa utopía puede llegar a concretarse lo
muestra lo sucedido con las ideas fundamentales del
psicoanálisis. Éstas, después de más
de un siglo de presentadas por Freud, se han incorporado
–bien o mal comprendidas y aplicadas– al patrimonio
cultural de la humanidad y ejercen una considerable influencia
sobre la civilización actual.
Todo aquel que actúe siguiendo las pautas que se
desprenden de mi concepción debería, ante todo,
tener clara conciencia de que su actuación no está
necesariamente libre de neurosis de poder y, en particular, de
neurosis dineraria.
Posibilidades de desarrollo de mis ideas
Me atrevería a afirmar que el concepto de "ciclos
prenatales de necesidad y no necesidad", que estoy
continúo desarrollando, permitirá explicar
quizás el origen de la esquizofrenia y
de otras enfermedades mentales, dentro del marco de una nueva
disciplina a
la que llamo "biopsicología prenatal", dedicada a estudiar
el psiquismo a partir de sus raíces biológicas
prenatales.
A partir de mis ideas se pueden estudiar las tendencias
del ser humano basadas en los afectos, y así comprender el
motivo de actos que parecen tan "normales" que no merecen mayor
atención.
Aplicando mis ideas a la economía, me planteo
crear una nueva disciplina que llamo "psiconomía", la cual
se ocuparía de analizar y profundizar los mecanismos
psíquicos relacionados con el poder y el dinero en el
nivel tanto individual como colectivo, es decir, en sus
manifestaciones y aplicaciones al psiquismo de cada ser humano y
simultáneamente a la realidad económica, social y
política.
El estudio de la psiconomía implica ahondar en la
idea, que ya expliqué y desarrollé someramente, de
que existe cierto paralelismo entre la psicogenia y la
sociogenia, en el sentido de que ésta remeda a
aquélla, es decir, que la realidad económica y
social imita a la realidad psíquica, o –como se
podría decir– que la "socionomía"
(economía más sociología) reproduce la
"psiconomía."
Alberto Chab Tarab
Miñones 2060 (CP 1428) Cap.
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Fax (5411)
4783-4194
E-mail: albertochab[arroba]sinectis.com.ar
albertochab[arroba]hotmail.com
Página
Web: webs.sinectis.com.ar/albertochab
Curriculum vitae
del doctor Alberto Chab Tarab
Alberto Chab Tarab nació en Cuba en 1927 y
llegó a la Argentina a los
tres años de edad. Después de recibirse de
médico en la Universidad de
Buenos Aires, ingresó, en 1958, en el Instituto de
Psicoanálisis de la Asociación
Psicoanalítica Argentina (APA), a la cual se
incorporó luego, a partir de 1977, como miembro titular,
actuando como profesor, didacta y supervisor de casos
clínicos.
Durante dos períodos fue secretario, y luego presidente,
de la Mutualidad Psicoanalítica Argentina, cuya
reestructuración tuvo a su cargo. En 199394 fue miembro de
la comisión directiva de la APA y posteriormente
colaboró en la
organización de varios congresos nacionales,
latinoamericanos e internacionales de psicoanálisis, estos
últimos organizados por la International Psychoanalytical
Association (IPA). En la APA dictó diversos cursos y
seminarios sobre teoría psicoanalítica, procesos
grupales y familiares, así como sobre enfermedades
psicosomáticas.
Fundó y dirigió varios servicios hospitalarios de
psicoterapia y diversas instituciones,
entre ellas el Instituto de Análisis Motivacional, la Sociedad
Argentina de Psicodrama, el Centro de Investigación en
Medicina
Psicosomática y el Instituto de Terapéutica
Psicosomática. En la actualidad ejerce el
psicoanálisis como terapeuta individual, grupal, familiar
y para empresas, dicta cursos y conferencias y,
simultáneamente, realiza tareas de
investigación.
Categoría: Educación, cultura y
sociedad
Palabras clave: Psicoanálisis, Dinero, Poder,
Economía.
Moneda, Riqueza, Instinto, Freud, Sociedad.
Autor:
Alberto Chab Tarab
Miñones 2060 (CP 1428) Cap.
Tel. (5411) 4787-0776
Fax (5411) 4783-4194