En esta monografía
me refiero a los inmigrantes británicos que llegaron a la
Argentina entre
1850 y 1950, tomando como fuente testimonios, memorias,
biografías
y obras literarias.
Entre los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre
1850 y 1950, vinieron los británicos. Ingleses,
irlandeses, escoceses y galeses se afincaron en nuestro
país y "se dedicaron a tareas vinculadas con el progreso
agropecuario e industrial y al desarrollo de
su infraestructura física y de servicios"
(1). Fundaron sus periódicos, influyeron en la enseñanza y en la alimentación.
Trajeron su religión y sus
costumbres. Se los evoca en testimonios, memorias,
biografías
y obras literarias, que evidencian la importancia de esta
colectividad en la sociedad
argentina.
Jorge Luis Borges se
refiriò en reiteradas oportunidades a la
inmigraciòn de sus mayores. Lo hizo en reportajes, en los
que aludiò a su condiciòn de descendiente de
ingleses y criollos (2). Ricardo Piglia considera que "Apoyada en
la diferencia de los sexos, la familia se
divide en dos linajes, habrìa que decir es forzada a
encarar dos linajes: la rama materna, de ‘buena familia
argentina’, descendiente de fundadores y conquistadores
(‘Tengo ascendencia de los primeros españoles que
llegaron aquì. Soy descendiente de Juan de Garay y de
Irala’), de guerreros y de hèroes. La rama paterna,
de tradiciòn intelectual, ligada a la literatura y a la cultura
inglesa (‘Todo el lado inglès de la familia
fueron pastores protestantes, doctores en letras, uno de ellos
fue amigo personal de
Keats’)" (3).
En Borges,
biografìa verbal (4), Roberto Alifano escribe cuanto el
escritor le dijo sobre uno de sus antepasados: "El abuelo materno
de mi padre, Edward Young Haslam, editò uno de los
primeros periòdicos ingleses de la Argentina, Southern
Cross, y se habìa doctorado en Filosofìa y Letras
en la Universidad de
Heidelberg. Sus medios no le
permitìan estudiar en Oxford o Cambridge, por lo que
marchò a Alemania,
donde obtuvo su tìtulo despuès de haber realizado
todos sus cursos en
latìn. Muriò en Paranà, la capital de la
provincia de Entre Rìos".
Cuando Borges recibiò el Premio Jerusalèn,
recordò en una entrevista a
la hija de Edward Haslam, su "abuela inglesa, protestante, que
sabìa de memoria la
Biblia" (5). A ella se referirà tambièn en un
reportaje realizado por Noemì Ulla, recordàndola
como una persona
estrechamente ligada a los libros con los
que se iniciò literariamente. Dijo a la escritora que su
verdadera educaciòn fue la biblioteca de su
padre, "en gran parte de libros
ingleses. (…) Yo recuerdo sobre todo la Enciclopedia
Britànica, que sigo releyendo y que no he agotado
aùn. Mi padre era profesor de Psicologìa en Lenguas
Vivas, èl tenìa que dar las lecciones en
inglès –mi abuela era inglesa- y era secretario en
un Juzgado Civil de los Tribunales, pero èl era
ademàs profesor de Literatura Inglesa"
(6).
Evoca el ambiente
literario de su casa, relacionado con la extranjera:
"Habìa un excelente ambiente en
casa, un ambiente literario. Mi abuela era muy lectora, mi abuela
inglesa sabìa de memoria la
Biblia. Ellos habìan sido predicadores metodistas, gente
de clase media en Inglaterra, de
modo que Ud. citaba un versìculo bìblico y ella
decìa: Libro de los
Reyes, capìtulo tal, versìculo tal. O Libro de Job,
capìtulo tal, versìculo tal, o El Evangelio
segùn Marcos, capìtulo tal, versìculo tal, y
seguìa adelante. En alemàn se dice Bibelfest, es
una persona que
està firme en la Biblia. Creo que Hafiz sabìa de
memoria el Coràn, que Hafiz quiere decir ‘el
recordador’. Hay mucha gente que sabe de memoria el
Coràn y sè que muchos protestantes, como mi abuela,
saben de memoria la Biblia. Se sigue la ùnica lectura, puede
ser aprendida".
Acerca del arribo de la inglesa a nuestro paìs,
escribe Alifano: "La abuela paterna de Borges, Frances Haslam
Arnett, llegò a la Argentina por una serie de curiosas
circunstancias. Su ùnica hermana, mayor que ella, se
habìa casado con un ingeniero ìtalojudìo,
llamado Jorge Suàrez. Al fallecer su madre, los Suarez la
hicieron viajar a Amèrica del Sur. Llegò a
Paranà, la capital de
Entre Rìos, despuès de un accidentado viaje (el
barco estuvo a punto de naufragar en las costas del Brasil), a
mediados de 1867. En Paranà fue donde Frances Haslam
conociò al coronel Francisco Borges".
La ascendencia de Jorge Luis y su hermana, Norah,
determinò en què idioma se expresarìan: "En
casa de los Borges se usaba corrientemente tanto el inglès
como el castellano
–afirma el biògrafo. Los niños
sabìan que con la abuela materna, Leonor Acevedo,
tenìan que hablar español;
pero con Fanny Haslam lo debìan hacer en inglès.
‘Con el tiempo
descubrì que esas dos maneras de hablar de un nieto se
llamaban la lengua
castellana y la lengua
inglesa’, completò Borges".
La abuela Fanny no sòlo le legò el idioma
y la aficiòn a la lectura; le
dejò tambièn material del que surgirìa
algùn texto: "Siendo
niño –evoca Borges- escuchè a Fanny Haslam
muchas historias de la vida de fronteras de aquellos tiempos.
Ella habìa vivido experiencias terribles y maravillosas al
mismo tiempo, ya que,
en los primeros años de la dècada del setenta, mi
abuelo fue comandante en jefe de las fronteras norte y oeste de
la provincia de Buenos Aires. Una
de esas historias sirviò de base para mi relato Historia del guerrero y la
cautiva. Mi abuela habìa conocido a varios caciques
indios: Namuncurà, Simòn Coliqueo, Pincèn y
Catriel".
Lo criollo y lo europeo, mundos diferentes en los que se
escindiò la existencia de Borges, aparecieron en las
entrevistas
que se le realizaron, demostrando que la inmigraciòn fue
un tema importante, tambièn, para uno de los
màximos escritores argentinos.
Una destacada escritora dio a conocer las cartas de su
abuela inglesa. "La abuela de María Elena Walsh, llamada
Agnes, llegó a la Argentina con veinte años
recién cumplidos, a trabajar como gobernanta. Se
casó, y la vuelta a Inglaterra se fue
retrasando. Estas cartas que le
envió a su padre -bisabuelo de María Elena-
llegaron nuevamente a la Argentina a manos de su papá, por
intermedio de un pariente, y éste se las regaló a
María Elena cuando niña para que recortara las
estampillas. Pasaron mas de 50 años en sus manos antes de
que sintiera curiosidad por las mismas y decidiera hacerlas
traducir, para luego incorporarlas en su libro Novios de
Antaño".
En una de estas cartas, fechada en 1878, la abuela Agnes
escribe a su padre: "Lamentamos saber que usted no ha estado bien,
debe cuidarse querido papá y no tomar frío. Espero
encontrarlo sano y gordo cuando vaya, aunque no se cuando
llegará ese día, espero que sea el año
próximo, y quizás le lleve algo para mostrarle…
Mi hermano Walter consiguió su primer trabajo, espero que
se porte bien y lo conserve. David dice que el de plomero es muy
buen oficio, al menos en este país. Me sorprendo cada vez
que recibo una carta suya, ya
que aquí no es como en Inglaterra: a los carteros no les
importa extraviar la correspondencia, y sólo por
casualidad se recibe la que viene dirigida a domicilios
particulares. Le ruego, papá, que escriba como antes a las
oficinas de The Standard, ya que los editores son muy amigos de
David y disponen de un buzón. ¡Hemos celebrado una
gran Fête!, el centenario de un héroe argentino, el
Gral. San Martín. Le envío un recorte de The
Standard. El próximo domingo empieza el Carnaval y parece
que será grandioso. David va a mandarle un recuerdo de La
Plata" (7).
Andrew Graham Yooll afirma que "los británicos se
negaron tenazmente a ser categorizados como inmigrantes, lo que
significaba un descenso en la clase social" (8), y que los
escoceses son "unos melancólicos de su tierra.
Partían porque su país los expulsaba y se
refugiaban en éste añorando sus pagos. A pesar de
esta añoranza, sabían que su lamento sería
inútil, ya que jamás tendrían la oportunidad
de volver a sus montañas. De esta manera, tanto los
irlandeses como los escoceses se reunían en las
respectivas fechas de sus comunidades para cantar, emborracharse
y llorar por sus aldeas perdidas, asumiendo como podían a
éste como su lugar de residencia" (9).
En 1997, Germán Sopeña comentó el
libro de una irlandesa nacida en Londonderry en 1922 y emigrada
en 1945 a la Argentina. En el momento en que escribe el
periodista, la inmigrante vivía en El Bolsón,
Río Negro. Nos referimos a Maggie Pool, y a su obra, Where
the devil lost his poncho (10), publicado en Edimburgo por The
Pentland Press.
A criterio de Sopeña, "Su relato tiene poesía,
emoción y reflexiones de fondo. Su escritura no
pretende más que contar las cosas como sucedieron. Pero en
cada página late la observación fina de alguien que
descubrió un mundo nuevo, lo hizo propio y lo vivió
con intensidad en todo lo que hubo de malo y de bueno durante
más de medio siglo".
La autora llega a la Argentina "no bien terminada la
guerra, como
modesta secretaria de un organismo británico, casi con lo
puesto y con sólo 12 libras esterlinas, que era la
máxima cantidad de dinero que se
permitía sacar de Inglaterra en aquel momento de crisis. Queda
deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos Aires, por
el tamaño de los bifes y los postres de un simple
restaurant, donde se come lo que ninguna familia inglesa
veía desde hacía años". La prosperidad cede
paso a una realidad distinta: "luego vendrán los
años difíciles del peronismo, de la
falta de democracia,
del terrorismo, de
los gobiernos militares, de la guerra de las
Malvinas y,
como tremendo final, de la hiperinflación, que Pool
describe con la visión del economista que subyace en toda
ama de casa"
Sin embargo, la evaluación
de su vida en América
es muy positiva. Agrega Sopeña: "Nada disminuye su
amor por su
segunda patria. Con los años se traslada a vivir a
Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la
atrapó y parece ser su punto de residencia definitiva en
su larga vida iniciada –allá lejos y hace tiempo
pero al revés que Hudson- en Irlanda y Escocia.
‘Aquí está el paraíso’, resume
sobre el final. Lo transmite con la certidumbre de quien ha
sabido ver mucho más allá de las vicisitudes de la
vida cotidiana" (11).
Sebastián Hamilton llega al puerto de Buenos
Aires. "Todo comenzó allá por 1865, cuando el
puerto de Buenos Aires funcionaba como una enorme puerta abierta
a la inmigración. Se suponía que a
través de esa puerta llegaría la
civilización, la industria, el
comercio, la
cultura, todo
lo cual contribuiría a aniquilar la barbarie. La historia después
diría que eso sucedería más tarde, con el
tiempo. ¿A la muerte de
Rosas? Tal vez.
Pero esta historia, la que narra don Sebastián comienza
ese año, cuando Sebastián Hamilton,
acompañado por su hermano Thomas, llega a la Argentina,
donde su padre había adquirido tierras y donde William, su
hermano mayor, ejercía la profesión de
médico. Viajó de mala gana pero finalmente
quedó seducido por la amplitud de las tierras pampeanas y
por el estilo de vida de los gauchos, y obsesionado por la tierra que
heredó. En el relato de esta historia familiar se
intercalan los horrores de la epidemia de fiebre amarilla de
1871, la violencia de
la dictadura de
Rosas y la
evolución de Buenos Aires, que deja de ser
una ciudad colonial para convertirse en una sofisticada
metrópoli".
"Esta saga familiar tienen lugar durante la segunda
mitad del siglo pasado que fue una época de
dramáticos cambios para la Argentina. Buenos Aires era una
ciudad de múltiples contrastes: los primeros trenes
quedaban detenidos por el paso de las tropas de ganado con
destino al matadero; las negras que lavaban ropa en el
río, detrás de la Casa de Gobierno,
regresaban ya de noche por calles iluminadas por los primeros
faroles a gas; la alta
sociedad
asistía a veladas líricas pero el sistema cloacal
aún estaba en proyecto; esto,
unido a las deficientes condiciones sanitarias,
facilitaría la propagación de la epidemia que
mayores estragos causó en la historia de la ciudad. En
esos años el puerto recibirá inmigrantes de todas
las latitudes, que adoptan esta tierra y sus
costumbres como propias y echarán en ella sus
raíces" (12).
Acerca del protagonista de esta obra comentó
Susana Pereyra Iraola: "El que da título al libro es el
menor, el descreido, herido de secretas llagas. A medida que se
interna a caballo en una interminable travesía, el aleteo
de las lagunas, el horizonte y el cielo inabarcable maravillan
sus ojos. La propia tierra, campo despoblado y rancho de adobe,
se adueña de su vida para siempre. Convive con la
brutalidad y el desamparo en sus peores formas; años
después la familia conocería las más
extremas durante la epidemia de fiebre amarilla, uno de los
pasajes más estremecedores de un relato que no decae en
intensidad" (13).
La autora de Don Sebastián es Susan Wilkinson,
nacida en Bombay y formada en Dublín, quien "en 1970 se
estableció en Buenos Aires, trabajó en el Consulado
Británico poco menos que un año y viajó por
el interior del país. Conoció entonces, la tierra que
habían habitado sus ancestros –su tatarabuelo
llegó con sus cinco hermanos a la Argentina en 1866, y fue
entonces que la rama familiar quedó dividida, algunos
volvieron a la Irlanda originaria y otros quedaron para siempre
aquí, formando parte de la extensa llanura de la Pampa".
Uno de estos antepasados es Thomas Greene, el médico
irlandés de veintiún años que llegó a
bordo del Mimosa, junto a ciento cincuenta y tres inmigrantes
galeses, precisamente en el año en que llega Don
Sebastián.
En Bahìa Blanca se desarrolla Los dones del
tiempo, biografía escrita por
Rubén Benítez. Esta obra es de especial
interès para quienes habitan la ciudad bonaerense y para
quienes, desde cualquier parte del mundo, quieran saber sobre la
forma de vida de los inmigrantes en ese punto de la Argentina.
Aporta datos sobre
portugueses, asturianos, escoceses e ingleses en la provincia de
Buenos Aires, a partir de fines del siglo pasado y hasta nuestros
dìas (14).
Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (15),
una de las tres obras màs representativas del "Ciclo de la
Bolsa". Se afirmó que "Quilito no se centra exclusivamente
en la quiebra de la
Bolsa y en sus derivaciones. (…) La difìcil y
conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo
fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para
siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de
relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia
del argentino de hoy" (16).
En la obra aparecen inmigrantes de distintas
nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente.
Siente predilecciòn por el personaje inglès
–el escritor le atribuye ese origen, pero el padre del
inmigrante es irlandés; esto nos hace pensar en la
agrupación de ingleses, galeses, escoceses e irlandeses
bajo una sola denominación. En él hace encarnar
todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los
italianos. El portuguès, en cambio, le
parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con
que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su
època, que consistìa en combatir la
inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos
y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los
procederes que evidencian la decadencia moral y que
llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte. En
Quilito, escribe que la ola de emigraciòn europea nos
aporta periòdicamente lo bueno y lo malo -al menos no
piensa, como otros, que es todo malo-; Mister Robert, seguramente
es el inmigrante ideal para el autor de las Novelas
argentinas y para muchos màs. La oposiciòn entre
los latinos incultos y el inglès culto nos hace pensar en
Juvenilia (17), donde se hablaba de los vascos y del italiano,
confrontados con la grandiosa figura de Monsieur Jacques.
Evidentemente, el planteo no era nuevo; reflejaba, por otra
parte, las preferencias del gobierno que
–dice el historiador Exequiel Cèsar Ortega- "en lo
social favorecerìa cada vez màs la
inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas
bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en
particular" (18).
Las cualidades del inglès no son tomadas como
modelo por los
jòvenes criollos que especulan en la Bolsa. Quilito
"miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con
làstima. No, no se verìa èl en ese espejo.
Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la
espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero,
sentado en el banco de patas
largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del
trabajo, prisionero del deber; y asì todos los
dìas, todos los dìas… hasta que la enfermedad le
clavase en el lecho, la vejez le
baldara o le sorprendiera la muerte.
Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su
vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que
èl sembrara…".
No sòlo Mister Robert era probo; tambièn
lo era su familia: el inglès "no concurrìa a
cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica,
suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su
familia: la mujer, un
àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo
patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de
una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se
estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar,
como prenda pasada de moda, para no
exponerse a la irrisiòn del pùblico".
Tantas buenas condiciones no le garantizaron al
inglès una vida tranquila. Fue arrastrado a la quiebra por
los señoritos inùtiles, ya que "èl no
traìa sino la inteligencia y
el trabajo,
que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna, menos cuando
van refrendados por la firma del favoritismo".
"Con El agua
publicada póstumamente en 1968, culmina la importante
producción de Enrique Wernicke(1915-1968)"
(19). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un
personaje evidencia por su descendencia: "Era una casa para vivir
bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido
bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don
Julio pensaba que las chicas algún día se iban a
casar y además, no olvidaba, él también
tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se
convive con gente bien educada… como él. O Julito. No se
podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de
un judío polaco, sin eso imperceptible, casi
diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre inglesa en
las venas’. (…) El viejo, esta noche, duerme solo. Julio
está en el Norte. Bertita, su nuera, y las dos nietas, han
ido al centro. Se quedarán ‘donde vive la
polaca’ (nunca osó decirlo en voz alta don Julio). Y
lo dejarán tranquilo" (20).
Un personaje de Frontera sur, novela de Horacio
Vázquez-Rial, dice que a Sarmiento le parecía mal
que se abrieran escuelas italianas, o alemanas, o inglesas". Otro
interviene: ""Era lógico que le pareciera mal. (…) No
estaba loco. (…) Un Estado.
Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con
la escuela
pública. Esto no puede ser eternamente un centón
mal cosido. La gente que llegue tiene que adaptarse,
recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina"
(21).
En Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, un sacerdote
afirma: "Uno llega repleto de ilusiones. Como usted dice: con la
Revista del
Misionero en el bolsillo. Al final nos contentábamos con
que juntaran las manos y repitieran Misericordia, Jesús,
varias veces. Pero no era seguro que lo
recordaran al día siguiente". Acerca de los anglicanos
expresa: "Pobres diablos. ¿Cómo no van a sentirse
desengañados? Ya sabemos cómo hacen para
reclutarlos. ¿Acaso no les pintan todo esto como un
paraíso repleto de aldeas? Me imagino las fantasías
que traen. ¿Y qué encuentran a su
llegada?".
La viuda del reverendo Dobson evoca los planes que
hacìan sobre la emigraciòn, alentados por noticias
tendenciosas: "Despuès de pasar una tarde en la
Uniòn Misionera, volvìan a casa con su marido por
un sendero de gramilla perfumada. Llevaba seis meses de casada
con Dobson. Hicieron un alto en el parque y abrieron un paquete
de bollos. Charlaron del futuro viaje a Sudamèrica. Dobson
dibujò la misiòn sobre el papel de los
bollos. Habìa un grupo de
canaleses entonando sus himnos y un paquebote en el horizonte.
Los canaleses figuraban como ‘naturales amistosos’ en
todas las publicaciones del Almirantazgo, de modo que
agregò un nativo haciendo cabriolas. Su mujer le
suplicò que dibujara una huerta. Dobson puso la huerta y
metiò algunas ovejas. Estuvo tentado de añadir el
cementerio, pero desistiò a ùltimo momento. Ella
estudiò bien el dibujo y
concluyò que nada faltaba. Tratò vanamente de
hallrle algùn parecido con su aldea de Sussex. Pero igual
le propuso: ‘Pongàmosle Abingdon’.
Pensò emocionada: ‘El Señor es mi
pastor’ ".
Belgrano Rawson evoca el oficio de los escoceses en
Tierra del Fuego: "Cuando les resultó evidente que
habían echado mano a los mejores campos del mundo, los
criadores de toda la isla resolvieron cruzar sus mediocres ovejas
con padrillos europeos. Para entonces ya nadie soñaba con
transformar a los lugareños en sus pastores perfectos. En
realidad, a los parrikens les sobraban condiciones para el
puesto: corrían treinta kilómetros de un
tirón, podían dormir al sereno en invierno y
resistían sin probar bocado como el más bruto de
los galeses. Pero nada aborrecían más en el mundo
que el trabajo de
ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y
junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes
trajeron hasta los perros"
(22).
El inglés
se titula una novela de Susana
Cella. En 1892, Jimmy –"nacido James Radburne"-
llegó a la Patagonia,
"huyendo de la pobreza y los
prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando
oficios para sobrevivir y métodos
para huir de las policías argentina y chilena". Se
dirigió a esa región pensándola "como
garantía de anonimato para pasados difíciles"
(23).
En 1866 se inicia la trágica historia americana
de un personaje de la novela De
aquí hasta el alba, de Eugenio Juan Zappietro,
protagonizada por colonos, soldados e indígenas durante la
Conquista del Desierto. Zappietro escribe sobre un
irlandès, que llegò al desierto en 1866, y el socio
granadino que lo traicionò. O’Flaherty "juraba que
Argentina era el paìs del futuro. No se equivocò
por mucho en cuanto a la tierra; se equivocò de hombres,
pero una lanza araucana habìa terminado con èl para
evitarle la amargura de comprobarlo".
"Vivía con una muchacha de Glasgow, que no
tenía miedo a empuñar un mosquete y lo había
seguido muchas millas para tener una hacienda propia donde
pensaban criar ganado Hereford. La tierra no daba todavía
para esas aventuras y O’Flaherty puso un saladero en
compañía de un granadino llamado Ozores, que le
robó el negocio y trató de hacer lo mismo con la
chica de Glasgow. Ella pudo huir y el granadino tuvo que matarla.
El irlandés la enterró con todo el rito de su Eire,
con azaleas que consiguió nunca se supo dónde, y se
sentó a esperar la muerte".
El granadino cambiò al irlandès por un
caballo. O’Flaherty resistiò el asedio de sus
"compradores" durante diez dìas, "hasta que se
quedò sin municiones. Entonces, fabricò una lanza
con un cuchillo toledano, recuerdo de su ex socio,
atàndolo fuertemente al cañòn del Sharp".
Asì, matò a los araucanos que quedaban y, cuando se
enfrenta al caudillo, despuès de haber perdido un brazo,
es el granadino quien lo entrega, pues "El araucano no
bajò su brazo armado de cuchillo; estaba considerando que
aquel pelirrojo hombre blanco
era un dios; ni en toda la historia de su naciòn alguien
habìa despachado a seis bravos con aquella terrible
celeridad".
El cacique termina con el traidor: "la gratitud era un
sentimiento menor en el indio; la admiraciòn podìa
màs. Metiò su lanza entre las costillas del
español
y los enterrò a ambos junto a la muchacha de Glasgow.
Desde entonces –era leyenda ya- vagaba sin poder pegar
ojo en torno a la posta,
como si quisiera resucitar al hombre que
habìa liquidado a su brigada" (24).
En Barcelona se edita Frontera Sur, del hispano
argentino Horacio Vázquez-Rial. "Prostitutas, fantasmas,
jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos,
héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos
que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes
gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de
Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que
llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora
de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera
ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es
protagonista de este relato épico, junto al alemán
Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de
la
organización obrera. Pero también aparecen en
él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio
Gardel, que definieron el espíritu de una época y
de una ciudad apasionantes" (25).
En esa novela, Horacio Vázquez-Rial evocó
la inmigración irlandesa. Una joven de esa
nacionalidad se presenta para un puesto de maestra: "Era una
muchacha rubia, con pecas, casi una niña. Se sentó
ante el tribunal familiar en el borde de una silla, con las manos
juntas y las rodillas juntas, paseó sus ojos claros por el
fondo de los ojos que la observaban y sonrió". Se llama
Mildred Llewellyn y habla castellano con
dificultad. Dice la joven: "Llego de Irlanda hace tres
días y vengo aquí". Su empleador le enseña:
"-Llegué –corrigió Roque, mostrando el pasado
con el índice, en un lugar situado detrás de su
hombro derecho-. Y vine".
Durante la entrevista
se desmaya: "La natural palidez de Mildred se acentuó de
pronto. Roque vio nacer dos trazos morados sobre sus
pómulos. (…) Ramón
echó a correr hacia el fondo, pero, apenas pasada la
puerta, le detuvo el ruido grave,
como lejano, discreto de la caída del cuerpo de Mildred.
Roque, que la alzó del suelo,
pensó que jamás había conocido ser tan
leve". Es que –como explica en su trabajoso castellano-
había comido por última vez en el barco, ya que no
había parado en el Hotel de Inmigrantes (26).
En 1999 aparece la novela Moira
Sullivan (27) de Juan José Delaney. En esta obra, el lenguaje,
tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la
protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a
comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su
relación con quienes la rodean. La anciana vive en su
mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a
él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y se repudio se patentiza en
el aislamiento en el que se refugia. Aun cuando quisieran
integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades
como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la
incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el
tango, por los
que sienten gran afición.
La historia de esta mujer -que se
inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX
o al finalizar el anterior- es una historia en sí,
desarrollada hábilmente, pero permite también al
novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta
historia se desenvuelve. Al hablar de los primeros años de
la anciana, nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos,
no sólo de los irlandeses, sino también de
emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí
en busca de la fuente laboral que
significaban las minas carboníferas.
Escribe Delaney asimismo acerca de la rígida
educación
religiosa que se impartía a niños y
jóvenes. Muestra luego a
la protagonista como una mujer decidida a trabajar en o que
eligió, a no cejar ante los mandatos de la
vocación, la que, empero, flaquea cuando las
circunstancias se vuelven adversas, y llega a abandonar aquello
que alguna vez le dio sentido a su existir. Abandona el cine,
sí, pero el recuerdo de los años vinculados a
él la acompaña y también la agobia, y los
filmes que vio o aquellos en los que participó son
evocados con la precisión con la que se dice que las
personas mayores recuerdan hechos de sus años de juventud.
Tiempo y espacio tienen gran importancia en la novela y
son descriptos minuciosamente. El tiempo de la narración
abarca alrededor de ochenta años, y permite al escritor
deslizar críticas acerca de la realidad argentina. El
espacio abarca desde la primera visión que el inmigrante
tiene de la nueva tierra, hasta lugares precisos como el Barrio
Norte, Villa Urquiza, Arrecifes, Areco, General Pinto y
Junín. Distinta será la forma de vivir la
inmigración en cada lugar, y distinta, también, la
añoranza que los extranjeros sienten por su lejana
Irlanda.
Delaney se adentra en la vida de esta anciana luchadora,
ya vencida, que encuentra en un niño de siete años
una última razón para existir. Junto a ella,
presenta a otros inmigrantes, algunos de los cuales resaltan como
paradigmas de
un modo de entender el destino; Cornelius Geraghty y Abraham
Mullins son personajes que permiten al novelista mostrar otras
opciones en el vasto mundo que se abre ante los recién
llegados. Ellos se destacan en el panorama de la obra, que
presenta no sólo a irlandeses, sino también a
hombres y mujeres de diversas nacionalidades que llegaron a
nuestra tierra en busca de un futuro mejor.
Incorporado al elenco de un circo, Stéfano,
protagonista de la novela de María Teresa Andruetto,
"trabaja en la orquesta, tocando los solos en los números
de acrobacia, un momento antes que los trapecistas se larguen de
las hamacas y queden suspendidos en el aire". Una
trapecista es galesa: "En el trapecio trabaja la mujer de pelo
colorado. Se llama Tersa, Tersa Williams, y, ahora lo sabe, toca
la armónica. Se encarama por las noches al trapecio, se
cuelga cabeza abajo y hace sonar la armónica. (…)
Había venido con su madre desde Gales, desde un pueblo que
se llama Cardigan. (…) Piensa en ella todo el tiempo: le
molesta la risa que tiene, y no le gustan las pecas, ni los
dientes demasiado grandes, pero a pesar de eso, se
acostaría con ella. (…) Tersa tiene veintiocho
años. Su madre y ella vinieron desde Gales hasta Gaiman, a
trabajar en la granja de unos parientes lejanos. Y se quedaron
ahí, hasta que pasó el circo de Juárez"
(28).
En Tama, otra novela de Andruetto, vuelve a aparecer una
galesa. Timoteo, "cuando era todavía un muchachito se
enganchó en el ejército de Roca y se fue a servir
al Sur a cambio de unas
leguas, aunque se pareciera más a las víctimas que
a sus compañeros de milicias. En una de esas andanzas
robó, a los dueños de un molino de trigo, una
galesa de las primeras que vinieron a este país y por
temor al padre de la joven o por que ya estaba cansado de ir de
un sitio a otro, dejó las leguas ganadas con sangre ajena y
regresó con ella al Norte. La galesa se llamaba Clydwin
Jones y era extraña como su nombre. (… La extranjera se
resistió los primeros tiempos, hasta que la desidia
terminó por ganarla y se dejó acariciar como una
cosa, mientras el deseo del hombre que no había elegido le
resbalaba más y mas. Jamás lograron vencerla ni la
ternura, ni el dolor, ni la bronca que él puso
empeño en demostrar y ni siquiera reaccionó cuando
Linares se hizo asiduo visitante del prostíbulo donde una
hembra desmesurada hacía estragos" (29).
Hacia el sur se dirigen los galeses –escribe
Andrés Rivera en Guido-: "a los que eran menos ricos, a
los que sabían trabajar y callar, y ser ordenados, y
recordar cómo era Gales, y cómo su idioma, se les
deparó la Patagonia. Otro país, la Patagonia, en el
Sur, en el confín del mundo, al que bautizaron, un
manchón aquí y otro allá entre la
uniformidad silenciosa de lagos, bosques y piedra, con nombres
recios y venerables" (30).
En "Un sepelio atmosfèrico (Crònica de
1891)", Juan Carlos Dàvalos relata el destino que un
astrònomo inglès radicado en Salta eligiò
para sus restos: "A toque de clarines, la ceremonia dio comienzo
a las 3, hora en que el globo, totalmente hinchado,
cernìase por encima de la muchedumbre apeñuscada.
Debajo del globo, sobre una mesa, notàbase un bulto largo,
especie de tùmulo cubierto por un amplio trapo negro:
ahì estaba el cadàver de Mr. Stop (31).
Un inglés
protagoniza el relato que un personaje narra en el cuento "Al
rescoldo", de Ricardo Güiraldes: "-Est’ era un
inglés –comenzó el relator-, moso grande y
juerte, metido ya en más de una peyejería, y que
había criao fama de hombre aveso para salir de un apuro.
Iba, en esa ocasión, a comprar una noviyada gorda y
mestisona, de una viuda ricacha, y no paraba en descontar los
ojos de güey que podía agenciarse en el negosio. Era
noche serrada, y el hombre
cabilaba sobre los ardiles que emplearía con la viuda pa
engordar un capitalito que había amontonao comprando
hasienda pa los corrales" (32).
Pedro Orgambide describe, en "La señorita
Wilson", a una inmigrante inglesa, acerca de la que manifiesta
uno de los personajes: "Yo he visto a la señorita Wilson
en la terraza, escuchando una sinfonía de Mozart que se
empinaba por las paredes grises y subía hasta los cables
tendidos y las antenas de
televisión
y las nubes de un atardecer en Buenos Aires. Y me pareció
que la señorita Wilson sonreía. No con la sonrisa
de sus sesenta años, sino -¿cómo decirlo?-
con una sonrisa joven, la que tendría cuando estudiaba,
cuando leía a Marlowe sin entenderlo o cuando veía
cruzar, por la pradera inglesa, a uno de esos jinetes como los
que tiene en los cuadritos" (33).
En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan
europea, llegó a la Argentina. En "La noche de la cruz de
plata", Jorge Torres Zavaleta evoca otra contienda. En este
cuento se
narra la historia de una familia inglesa que vive en nuestro
país. Tan argentino se siente el hijo que, cuando se
declara la guerra de las Malvinas, se
alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate,
luchando contra los soldados de la nación
de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la muerte del joven,
"pensó que de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas la
habían mutilado" (34).
En "Pleamar", Oscar González evoca al
capitán Griffith George, quien, tras naufragar en 1883, se
radicó en la estancia "Los Yngleses", en el Partido de
General Lavalle (35).
William Bulfin, escritor irlandés que
llegó a la Argentina en 1880 y fue director de The
Southern Cross, es el autor de Tales of the pampas. Alejandro
Clancy, el traductor de la obra, señaló que "Los
irlandeses llegan por primera vez a la Argentina en 1840; es la
primera inmigración grande que llega, junto a la de los
vascos. (…) era otra Argentina, un país deshabitado, y
entonces esos treinta mil irlandeses parecían una cantidad
increíble".
Acerca del libro, afirmó: "Cuentos de la
Pampa –escritos por Bulfin a partir de 1880- narra
cómo era la vida de los irlandeses y de los argentinos en
el campo, cerca de los fortines. Los irlandeses –que sobre
todo eran ovejeros- llegaban acá sin un centavo y
empezaban haciendo las tareas manuales que no
querían hacer los gauchos" (36). Esta es la historia que
evoca el irlandés en sus páginas, ahora publicadas
en edición bilingüe.
Un personaje del cuento "Los afanes", de Adolfo Bioy
Casares, menosprecia a las irlandesas: "Milena tenía el
pelo castaño –lo llevaba muy corto-, la piel morena,
los ojos grandes y verdes (menospreciaba los ojos azules de las
Irish porteñas), las manos cubiertas de mataduras"
(37).
Juan José Delaney es el autor de Tréboles
del Sur (38), obra que mereció elogiosos comentarios de
Enrique Anderson Imbert y Rodolfo Modern. El escritor dedica a
sus antepasados estos quince textos que transcurren a lo largo de
más de un siglo. El tema común a todos estos textos
es el de la inmigración irlandesa, de la esforzada
búsqueda de un mundo mejor. En este libro presenta seres
ficticios y hechos verosímiles, sin embargo, en él
se evidencia una evocación de la realidad que surge de
datos
concretos que Delaney maneja con autoridad.
El se muestra como un
conocedor de todo cuanto atañe a su colectividad. Nos
habla de la religión, de las
lecturas que hacen los irlandeses, la música que los
emociona, los internados en los que se albergan niños y
niñas, las comidas típicas, las bebidas, la
educación
sexual –inexistente en un modo de vida puritano-, el
idioma –que aparece como un obstáculo en el trato
cotidiano y como una ventaja en cuanto a las perspectivas
laborales-, las localidades en que se encuentran los inmigrantes
de ese origen –Rojas, Moreno, Palermo, Flores y Villa
Urquiza-, los pensionados, las fiestas patronales, los apellidos
castellanizados y la historia de Irlanda.
El autor nos dijo en una entrevista:
"Como lector y autor, siempre me incliné por la literatura
fantástica, pero la temática de este libro no me
permitió alejarme de hechos históricos y concretos,
como de situaciones que, de alguna manera, ocurrieron. Digamos
entonces que, en general, los cuentos se
inscriben dentro del realismo,
aunque con ciertas vinculaciones con lo fantástico y lo
psicológico".
Sobre las fuentes a las
que recurrió, comentó: "Toda la información que obraba en mi poder la
había recibido por transmisión oral. Las memorias,
nostalgias y anécdotas de mis padres, parientes y amigos
mayores, en efecto, me habían dotado del material como
para emprender la tarea sin incurrir en imprecisiones. No
obstante ello, recorrí la escasa bibliografía que hay sobre
el tema". Entre esa bibliografía se cuenta el
semanario hiberno-argentino, The Southern Cross, "que registra la
actividad cultural, religiosa, social y deportiva de la comunidad"; cuyo
director, el padre Federico Richards, le "permitió
generosamente revisar todo ese valioso material".
Le preguntamos si entre esas historias había
muchas protagonizadas, veladamente, por gente ligada a él.
Nos respondió: "Como se dijo –y al menos en mi caso,
doy fe de que es cierto-, todo texto
literario es, esencialmente, autobiográfico. Por
más que haya disfrazado mis historias, detrás de
las palabras, está mi propia experiencia vital. Debo decir
que también redacté sucesos de los que me hubiera
gustado ser protagonista. Finalmente, no por nada dediqué
el libro ‘a los irlandeses, vivos y muertos, que andan por
mi sangre’ " (39).
En uno de los textos, fechado en abril de 1929, una
inmigrante escribe en la Argentina a una coterránea que
recaló en Nueva York. La primera ve frustradas sus
ambiciones, principalmente por el obstáculo que es para
ella el desconocimiento del lenguaje,
aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra agradecida:
"no puedo pasar por alto la buena acogida que los irlandeses
todos hemos tenido en este suelo;
difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren
recompensa", expresa la mujer. Le cuenta que el té es el
único sedante para sus angustias y le pregunta si recuerda
la bahía de Galway "y aquel hermoso y triste ‘Lament
of the Irish Inmigrant’. Agrega: "Enseñé la
canción a mis alumnos más avanzados pero me parece
que no llegaron a captar su verdadero sentido". A vuelta de
correo, la amiga le pregunta: "¿Tendrá algo que ver
con tu nostalgia esa desértica inmensidad que llamas
Pampa?" (40).
En "Revelación", Augusto Mario Delfino presenta a
una institutriz escocesa (41).
En "Un hombre", Víctor Juan Guillot evoca al
escocés Mc Dougall, "un antiguo administrador de
yerbales, del que se contaban en voz baja muchas cosas"
(42).
Como puede habla castellano el inglés que evoca
Leopoldo Lugones en la "Oda a los ganados y las mieses". No
obstante, ejerce una beneficiosa influencia en los ganaderos a
los que aconseja: "lo cierto es que en su media lengua trajo/
Artes y ciencias que
el paisano ignora./El transformó los bárbaros
corrales,/ Las torpes hierras, las feroces domas,/ Y
aseguró en las chacras invernizas/ que al pronto
parecieron anacrónicas,/ Forraje fresco a los costosos
padres, que entienden sus maneras y su idioma. Y el tronco
muscular del eucalipto/ En que su duro y blanco brazo apoya,/ Se
amorata de fuerza
parecida/ Al levantarse desgreñado de hojas/ ‘Marido
de la Pampa’ como dijo/ Sarmiento, con palabra creadora"
(43).
En su poema "En el día de la recolección
de los frutos", Alfredo Bufano evoca a la inmigración
inglesa, relacionándola con el tendido de los
ferrocarriles: "Salud a ti, hombre de los
ojos azules,/ el del imperio vasto como el mar,/ a ti que curtes
tus brazos de hierro/ bajo
el sol
tumultuoso de esta tierra feraz./ Hombre rubio de la isla de
Kipling/ que llenaste de sierpes de acero nuestra
vasta heredad,/ y que hendiste los aires con fragores de ruedas/
y de émbolos y dínamos en hondo trepidar/ y que
llevaste el himno ronco de las locomotoras/ por toda nuestra
ubérrima/ fecunda y proteiforme inmensidad"
(44).
…..
Memorialistas, biógrafos,
prosistas y poetas nos brindan su personal vivencia
de este fenómeno social, que les atañe a ellos como
británicos, como descendientes de quienes emigraron, o
como espectadores de esa realidad, y a nosotros, como nación
que recibió su aporte.
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recolección de los frutos", en Para todos los hombres
del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires,
Clarín.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada