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Inmigración a la Argentina: británicos



    1. En
      testimonios
    2. En memorias
    3. En
      biografías
    4. En novelas
    5. En cuentos
    6. En
      poesías
    7. Notas

    En esta monografía
    me refiero a los inmigrantes británicos que llegaron a la
    Argentina entre
    1850 y 1950, tomando como fuente testimonios, memorias,
    biografías
    y obras literarias.

    Entre los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre
    1850 y 1950, vinieron los británicos. Ingleses,
    irlandeses, escoceses y galeses se afincaron en nuestro
    país y "se dedicaron a tareas vinculadas con el progreso
    agropecuario e industrial y al desarrollo de
    su infraestructura física y de servicios"
    (1). Fundaron sus periódicos, influyeron en la enseñanza y en la alimentación.
    Trajeron su religión y sus
    costumbres. Se los evoca en testimonios, memorias,
    biografías
    y obras literarias, que evidencian la importancia de esta
    colectividad en la sociedad
    argentina.

    En
    testimonios

    Jorge Luis Borges se
    refiriò en reiteradas oportunidades a la
    inmigraciòn de sus mayores. Lo hizo en reportajes, en los
    que aludiò a su condiciòn de descendiente de
    ingleses y criollos (2). Ricardo Piglia considera que "Apoyada en
    la diferencia de los sexos, la familia se
    divide en dos linajes, habrìa que decir es forzada a
    encarar dos linajes: la rama materna, de ‘buena familia
    argentina’, descendiente de fundadores y conquistadores
    (‘Tengo ascendencia de los primeros españoles que
    llegaron aquì. Soy descendiente de Juan de Garay y de
    Irala’), de guerreros y de hèroes. La rama paterna,
    de tradiciòn intelectual, ligada a la literatura y a la cultura
    inglesa (‘Todo el lado inglès de la familia
    fueron pastores protestantes, doctores en letras, uno de ellos
    fue amigo personal de
    Keats’)" (3).

    En Borges,
    biografìa verbal (4), Roberto Alifano escribe cuanto el
    escritor le dijo sobre uno de sus antepasados: "El abuelo materno
    de mi padre, Edward Young Haslam, editò uno de los
    primeros periòdicos ingleses de la Argentina, Southern
    Cross, y se habìa doctorado en Filosofìa y Letras
    en la Universidad de
    Heidelberg. Sus medios no le
    permitìan estudiar en Oxford o Cambridge, por lo que
    marchò a Alemania,
    donde obtuvo su tìtulo despuès de haber realizado
    todos sus cursos en
    latìn. Muriò en Paranà, la capital de la
    provincia de Entre Rìos".

    Cuando Borges recibiò el Premio Jerusalèn,
    recordò en una entrevista a
    la hija de Edward Haslam, su "abuela inglesa, protestante, que
    sabìa de memoria la
    Biblia" (5). A ella se referirà tambièn en un
    reportaje realizado por Noemì Ulla, recordàndola
    como una persona
    estrechamente ligada a los libros con los
    que se iniciò literariamente. Dijo a la escritora que su
    verdadera educaciòn fue la biblioteca de su
    padre, "en gran parte de libros
    ingleses. (…) Yo recuerdo sobre todo la Enciclopedia
    Britànica, que sigo releyendo y que no he agotado
    aùn. Mi padre era profesor de Psicologìa en Lenguas
    Vivas, èl tenìa que dar las lecciones en
    inglès –mi abuela era inglesa- y era secretario en
    un Juzgado Civil de los Tribunales, pero èl era
    ademàs profesor de Literatura Inglesa"
    (6).

    Evoca el ambiente
    literario de su casa, relacionado con la extranjera:
    "Habìa un excelente ambiente en
    casa, un ambiente literario. Mi abuela era muy lectora, mi abuela
    inglesa sabìa de memoria la
    Biblia. Ellos habìan sido predicadores metodistas, gente
    de clase media en Inglaterra, de
    modo que Ud. citaba un versìculo bìblico y ella
    decìa: Libro de los
    Reyes, capìtulo tal, versìculo tal. O Libro de Job,
    capìtulo tal, versìculo tal, o El Evangelio
    segùn Marcos, capìtulo tal, versìculo tal, y
    seguìa adelante. En alemàn se dice Bibelfest, es
    una persona que
    està firme en la Biblia. Creo que Hafiz sabìa de
    memoria el Coràn, que Hafiz quiere decir ‘el
    recordador’. Hay mucha gente que sabe de memoria el
    Coràn y sè que muchos protestantes, como mi abuela,
    saben de memoria la Biblia. Se sigue la ùnica lectura, puede
    ser aprendida".

    Acerca del arribo de la inglesa a nuestro paìs,
    escribe Alifano: "La abuela paterna de Borges, Frances Haslam
    Arnett, llegò a la Argentina por una serie de curiosas
    circunstancias. Su ùnica hermana, mayor que ella, se
    habìa casado con un ingeniero ìtalojudìo,
    llamado Jorge Suàrez. Al fallecer su madre, los Suarez la
    hicieron viajar a Amèrica del Sur. Llegò a
    Paranà, la capital de
    Entre Rìos, despuès de un accidentado viaje (el
    barco estuvo a punto de naufragar en las costas del Brasil), a
    mediados de 1867. En Paranà fue donde Frances Haslam
    conociò al coronel Francisco Borges".

    La ascendencia de Jorge Luis y su hermana, Norah,
    determinò en què idioma se expresarìan: "En
    casa de los Borges se usaba corrientemente tanto el inglès
    como el castellano
    –afirma el biògrafo. Los niños
    sabìan que con la abuela materna, Leonor Acevedo,
    tenìan que hablar español;
    pero con Fanny Haslam lo debìan hacer en inglès.
    ‘Con el tiempo
    descubrì que esas dos maneras de hablar de un nieto se
    llamaban la lengua
    castellana y la lengua
    inglesa’, completò Borges".

    La abuela Fanny no sòlo le legò el idioma
    y la aficiòn a la lectura; le
    dejò tambièn material del que surgirìa
    algùn texto: "Siendo
    niño –evoca Borges- escuchè a Fanny Haslam
    muchas historias de la vida de fronteras de aquellos tiempos.
    Ella habìa vivido experiencias terribles y maravillosas al
    mismo tiempo, ya que,
    en los primeros años de la dècada del setenta, mi
    abuelo fue comandante en jefe de las fronteras norte y oeste de
    la provincia de Buenos Aires. Una
    de esas historias sirviò de base para mi relato Historia del guerrero y la
    cautiva. Mi abuela habìa conocido a varios caciques
    indios: Namuncurà, Simòn Coliqueo, Pincèn y
    Catriel".

    Lo criollo y lo europeo, mundos diferentes en los que se
    escindiò la existencia de Borges, aparecieron en las
    entrevistas
    que se le realizaron, demostrando que la inmigraciòn fue
    un tema importante, tambièn, para uno de los
    màximos escritores argentinos.

    Una destacada escritora dio a conocer las cartas de su
    abuela inglesa. "La abuela de María Elena Walsh, llamada
    Agnes, llegó a la Argentina con veinte años
    recién cumplidos, a trabajar como gobernanta. Se
    casó, y la vuelta a Inglaterra se fue
    retrasando. Estas cartas que le
    envió a su padre -bisabuelo de María Elena-
    llegaron nuevamente a la Argentina a manos de su papá, por
    intermedio de un pariente, y éste se las regaló a
    María Elena cuando niña para que recortara las
    estampillas. Pasaron mas de 50 años en sus manos antes de
    que sintiera curiosidad por las mismas y decidiera hacerlas
    traducir, para luego incorporarlas en su libro Novios de
    Antaño".

    En una de estas cartas, fechada en 1878, la abuela Agnes
    escribe a su padre: "Lamentamos saber que usted no ha estado bien,
    debe cuidarse querido papá y no tomar frío. Espero
    encontrarlo sano y gordo cuando vaya, aunque no se cuando
    llegará ese día, espero que sea el año
    próximo, y quizás le lleve algo para mostrarle…
    Mi hermano Walter consiguió su primer trabajo, espero que
    se porte bien y lo conserve. David dice que el de plomero es muy
    buen oficio, al menos en este país. Me sorprendo cada vez
    que recibo una carta suya, ya
    que aquí no es como en Inglaterra: a los carteros no les
    importa extraviar la correspondencia, y sólo por
    casualidad se recibe la que viene dirigida a domicilios
    particulares. Le ruego, papá, que escriba como antes a las
    oficinas de The Standard, ya que los editores son muy amigos de
    David y disponen de un buzón. ¡Hemos celebrado una
    gran Fête!, el centenario de un héroe argentino, el
    Gral. San Martín. Le envío un recorte de The
    Standard. El próximo domingo empieza el Carnaval y parece
    que será grandioso. David va a mandarle un recuerdo de La
    Plata" (7).

    Andrew Graham Yooll afirma que "los británicos se
    negaron tenazmente a ser categorizados como inmigrantes, lo que
    significaba un descenso en la clase social" (8), y que los
    escoceses son "unos melancólicos de su tierra.
    Partían porque su país los expulsaba y se
    refugiaban en éste añorando sus pagos. A pesar de
    esta añoranza, sabían que su lamento sería
    inútil, ya que jamás tendrían la oportunidad
    de volver a sus montañas. De esta manera, tanto los
    irlandeses como los escoceses se reunían en las
    respectivas fechas de sus comunidades para cantar, emborracharse
    y llorar por sus aldeas perdidas, asumiendo como podían a
    éste como su lugar de residencia" (9).

    En
    memorias

    En 1997, Germán Sopeña comentó el
    libro de una irlandesa nacida en Londonderry en 1922 y emigrada
    en 1945 a la Argentina. En el momento en que escribe el
    periodista, la inmigrante vivía en El Bolsón,
    Río Negro. Nos referimos a Maggie Pool, y a su obra, Where
    the devil lost his poncho (10), publicado en Edimburgo por The
    Pentland Press.

    A criterio de Sopeña, "Su relato tiene poesía,
    emoción y reflexiones de fondo. Su escritura no
    pretende más que contar las cosas como sucedieron. Pero en
    cada página late la observación fina de alguien que
    descubrió un mundo nuevo, lo hizo propio y lo vivió
    con intensidad en todo lo que hubo de malo y de bueno durante
    más de medio siglo".

    La autora llega a la Argentina "no bien terminada la
    guerra, como
    modesta secretaria de un organismo británico, casi con lo
    puesto y con sólo 12 libras esterlinas, que era la
    máxima cantidad de dinero que se
    permitía sacar de Inglaterra en aquel momento de crisis. Queda
    deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos Aires, por
    el tamaño de los bifes y los postres de un simple
    restaurant, donde se come lo que ninguna familia inglesa
    veía desde hacía años". La prosperidad cede
    paso a una realidad distinta: "luego vendrán los
    años difíciles del peronismo, de la
    falta de democracia,
    del terrorismo, de
    los gobiernos militares, de la guerra de las
    Malvinas y,
    como tremendo final, de la hiperinflación, que Pool
    describe con la visión del economista que subyace en toda
    ama de casa"

    Sin embargo, la evaluación
    de su vida en América
    es muy positiva. Agrega Sopeña: "Nada disminuye su
    amor por su
    segunda patria. Con los años se traslada a vivir a
    Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la
    atrapó y parece ser su punto de residencia definitiva en
    su larga vida iniciada –allá lejos y hace tiempo
    pero al revés que Hudson- en Irlanda y Escocia.
    ‘Aquí está el paraíso’, resume
    sobre el final. Lo transmite con la certidumbre de quien ha
    sabido ver mucho más allá de las vicisitudes de la
    vida cotidiana" (11).

    En
    biografías

    Sebastián Hamilton llega al puerto de Buenos
    Aires. "Todo comenzó allá por 1865, cuando el
    puerto de Buenos Aires funcionaba como una enorme puerta abierta
    a la inmigración. Se suponía que a
    través de esa puerta llegaría la
    civilización, la industria, el
    comercio, la
    cultura, todo
    lo cual contribuiría a aniquilar la barbarie. La historia después
    diría que eso sucedería más tarde, con el
    tiempo. ¿A la muerte de
    Rosas? Tal vez.
    Pero esta historia, la que narra don Sebastián comienza
    ese año, cuando Sebastián Hamilton,
    acompañado por su hermano Thomas, llega a la Argentina,
    donde su padre había adquirido tierras y donde William, su
    hermano mayor, ejercía la profesión de
    médico. Viajó de mala gana pero finalmente
    quedó seducido por la amplitud de las tierras pampeanas y
    por el estilo de vida de los gauchos, y obsesionado por la tierra que
    heredó. En el relato de esta historia familiar se
    intercalan los horrores de la epidemia de fiebre amarilla de
    1871, la violencia de
    la dictadura de
    Rosas y la
    evolución de Buenos Aires, que deja de ser
    una ciudad colonial para convertirse en una sofisticada
    metrópoli".

    "Esta saga familiar tienen lugar durante la segunda
    mitad del siglo pasado que fue una época de
    dramáticos cambios para la Argentina. Buenos Aires era una
    ciudad de múltiples contrastes: los primeros trenes
    quedaban detenidos por el paso de las tropas de ganado con
    destino al matadero; las negras que lavaban ropa en el
    río, detrás de la Casa de Gobierno,
    regresaban ya de noche por calles iluminadas por los primeros
    faroles a gas; la alta
    sociedad
    asistía a veladas líricas pero el sistema cloacal
    aún estaba en proyecto; esto,
    unido a las deficientes condiciones sanitarias,
    facilitaría la propagación de la epidemia que
    mayores estragos causó en la historia de la ciudad. En
    esos años el puerto recibirá inmigrantes de todas
    las latitudes, que adoptan esta tierra y sus
    costumbres como propias y echarán en ella sus
    raíces" (12).

    Acerca del protagonista de esta obra comentó
    Susana Pereyra Iraola: "El que da título al libro es el
    menor, el descreido, herido de secretas llagas. A medida que se
    interna a caballo en una interminable travesía, el aleteo
    de las lagunas, el horizonte y el cielo inabarcable maravillan
    sus ojos. La propia tierra, campo despoblado y rancho de adobe,
    se adueña de su vida para siempre. Convive con la
    brutalidad y el desamparo en sus peores formas; años
    después la familia conocería las más
    extremas durante la epidemia de fiebre amarilla, uno de los
    pasajes más estremecedores de un relato que no decae en
    intensidad" (13).

    La autora de Don Sebastián es Susan Wilkinson,
    nacida en Bombay y formada en Dublín, quien "en 1970 se
    estableció en Buenos Aires, trabajó en el Consulado
    Británico poco menos que un año y viajó por
    el interior del país. Conoció entonces, la tierra que
    habían habitado sus ancestros –su tatarabuelo
    llegó con sus cinco hermanos a la Argentina en 1866, y fue
    entonces que la rama familiar quedó dividida, algunos
    volvieron a la Irlanda originaria y otros quedaron para siempre
    aquí, formando parte de la extensa llanura de la Pampa".
    Uno de estos antepasados es Thomas Greene, el médico
    irlandés de veintiún años que llegó a
    bordo del Mimosa, junto a ciento cincuenta y tres inmigrantes
    galeses, precisamente en el año en que llega Don
    Sebastián.

    En Bahìa Blanca se desarrolla Los dones del
    tiempo, biografía escrita por
    Rubén Benítez. Esta obra es de especial
    interès para quienes habitan la ciudad bonaerense y para
    quienes, desde cualquier parte del mundo, quieran saber sobre la
    forma de vida de los inmigrantes en ese punto de la Argentina.
    Aporta datos sobre
    portugueses, asturianos, escoceses e ingleses en la provincia de
    Buenos Aires, a partir de fines del siglo pasado y hasta nuestros
    dìas (14).

    En
    novelas

    Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (15),
    una de las tres obras màs representativas del "Ciclo de la
    Bolsa". Se afirmó que "Quilito no se centra exclusivamente
    en la quiebra de la
    Bolsa y en sus derivaciones. (…) La difìcil y
    conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo
    fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para
    siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de
    relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia
    del argentino de hoy" (16).

    En la obra aparecen inmigrantes de distintas
    nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente.
    Siente predilecciòn por el personaje inglès
    –el escritor le atribuye ese origen, pero el padre del
    inmigrante es irlandés; esto nos hace pensar en la
    agrupación de ingleses, galeses, escoceses e irlandeses
    bajo una sola denominación. En él hace encarnar
    todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los
    italianos. El portuguès, en cambio, le
    parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con
    que lo evoca.

    Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su
    època, que consistìa en combatir la
    inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos
    y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los
    procederes que evidencian la decadencia moral y que
    llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte. En
    Quilito, escribe que la ola de emigraciòn europea nos
    aporta periòdicamente lo bueno y lo malo -al menos no
    piensa, como otros, que es todo malo-; Mister Robert, seguramente
    es el inmigrante ideal para el autor de las Novelas
    argentinas y para muchos màs. La oposiciòn entre
    los latinos incultos y el inglès culto nos hace pensar en
    Juvenilia (17), donde se hablaba de los vascos y del italiano,
    confrontados con la grandiosa figura de Monsieur Jacques.
    Evidentemente, el planteo no era nuevo; reflejaba, por otra
    parte, las preferencias del gobierno que
    –dice el historiador Exequiel Cèsar Ortega- "en lo
    social favorecerìa cada vez màs la
    inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas
    bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en
    particular" (18).

    Las cualidades del inglès no son tomadas como
    modelo por los
    jòvenes criollos que especulan en la Bolsa. Quilito
    "miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con
    làstima. No, no se verìa èl en ese espejo.
    Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la
    espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero,
    sentado en el banco de patas
    largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del
    trabajo, prisionero del deber; y asì todos los
    dìas, todos los dìas… hasta que la enfermedad le
    clavase en el lecho, la vejez le
    baldara o le sorprendiera la muerte.
    Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su
    vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que
    èl sembrara…".

    No sòlo Mister Robert era probo; tambièn
    lo era su familia: el inglès "no concurrìa a
    cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica,
    suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su
    familia: la mujer, un
    àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo
    patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de
    una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se
    estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar,
    como prenda pasada de moda, para no
    exponerse a la irrisiòn del pùblico".

    Tantas buenas condiciones no le garantizaron al
    inglès una vida tranquila. Fue arrastrado a la quiebra por
    los señoritos inùtiles, ya que "èl no
    traìa sino la inteligencia y
    el trabajo,
    que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna, menos cuando
    van refrendados por la firma del favoritismo".

    "Con El agua
    publicada póstumamente en 1968, culmina la importante
    producción de Enrique Wernicke(1915-1968)"
    (19). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un
    personaje evidencia por su descendencia: "Era una casa para vivir
    bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido
    bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don
    Julio pensaba que las chicas algún día se iban a
    casar y además, no olvidaba, él también
    tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se
    convive con gente bien educada… como él. O Julito. No se
    podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de
    un judío polaco, sin eso imperceptible, casi
    diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre inglesa en
    las venas’. (…) El viejo, esta noche, duerme solo. Julio
    está en el Norte. Bertita, su nuera, y las dos nietas, han
    ido al centro. Se quedarán ‘donde vive la
    polaca’ (nunca osó decirlo en voz alta don Julio). Y
    lo dejarán tranquilo" (20).

    Un personaje de Frontera sur, novela de Horacio
    Vázquez-Rial, dice que a Sarmiento le parecía mal
    que se abrieran escuelas italianas, o alemanas, o inglesas". Otro
    interviene: ""Era lógico que le pareciera mal. (…) No
    estaba loco. (…) Un Estado.
    Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con
    la escuela
    pública. Esto no puede ser eternamente un centón
    mal cosido. La gente que llegue tiene que adaptarse,
    recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina"
    (21).

    En Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, un sacerdote
    afirma: "Uno llega repleto de ilusiones. Como usted dice: con la
    Revista del
    Misionero en el bolsillo. Al final nos contentábamos con
    que juntaran las manos y repitieran Misericordia, Jesús,
    varias veces. Pero no era seguro que lo
    recordaran al día siguiente". Acerca de los anglicanos
    expresa: "Pobres diablos. ¿Cómo no van a sentirse
    desengañados? Ya sabemos cómo hacen para
    reclutarlos. ¿Acaso no les pintan todo esto como un
    paraíso repleto de aldeas? Me imagino las fantasías
    que traen. ¿Y qué encuentran a su
    llegada?".

    La viuda del reverendo Dobson evoca los planes que
    hacìan sobre la emigraciòn, alentados por noticias
    tendenciosas: "Despuès de pasar una tarde en la
    Uniòn Misionera, volvìan a casa con su marido por
    un sendero de gramilla perfumada. Llevaba seis meses de casada
    con Dobson. Hicieron un alto en el parque y abrieron un paquete
    de bollos. Charlaron del futuro viaje a Sudamèrica. Dobson
    dibujò la misiòn sobre el papel de los
    bollos. Habìa un grupo de
    canaleses entonando sus himnos y un paquebote en el horizonte.
    Los canaleses figuraban como ‘naturales amistosos’ en
    todas las publicaciones del Almirantazgo, de modo que
    agregò un nativo haciendo cabriolas. Su mujer le
    suplicò que dibujara una huerta. Dobson puso la huerta y
    metiò algunas ovejas. Estuvo tentado de añadir el
    cementerio, pero desistiò a ùltimo momento. Ella
    estudiò bien el dibujo y
    concluyò que nada faltaba. Tratò vanamente de
    hallrle algùn parecido con su aldea de Sussex. Pero igual
    le propuso: ‘Pongàmosle Abingdon’.
    Pensò emocionada: ‘El Señor es mi
    pastor’ ".

    Belgrano Rawson evoca el oficio de los escoceses en
    Tierra del Fuego: "Cuando les resultó evidente que
    habían echado mano a los mejores campos del mundo, los
    criadores de toda la isla resolvieron cruzar sus mediocres ovejas
    con padrillos europeos. Para entonces ya nadie soñaba con
    transformar a los lugareños en sus pastores perfectos. En
    realidad, a los parrikens les sobraban condiciones para el
    puesto: corrían treinta kilómetros de un
    tirón, podían dormir al sereno en invierno y
    resistían sin probar bocado como el más bruto de
    los galeses. Pero nada aborrecían más en el mundo
    que el trabajo de
    ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y
    junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes
    trajeron hasta los perros"
    (22).

    El inglés
    se titula una novela de Susana
    Cella. En 1892, Jimmy –"nacido James Radburne"-
    llegó a la Patagonia,
    "huyendo de la pobreza y los
    prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando
    oficios para sobrevivir y métodos
    para huir de las policías argentina y chilena". Se
    dirigió a esa región pensándola "como
    garantía de anonimato para pasados difíciles"
    (23).

    En 1866 se inicia la trágica historia americana
    de un personaje de la novela De
    aquí hasta el alba, de Eugenio Juan Zappietro,
    protagonizada por colonos, soldados e indígenas durante la
    Conquista del Desierto. Zappietro escribe sobre un
    irlandès, que llegò al desierto en 1866, y el socio
    granadino que lo traicionò. O’Flaherty "juraba que
    Argentina era el paìs del futuro. No se equivocò
    por mucho en cuanto a la tierra; se equivocò de hombres,
    pero una lanza araucana habìa terminado con èl para
    evitarle la amargura de comprobarlo".

    "Vivía con una muchacha de Glasgow, que no
    tenía miedo a empuñar un mosquete y lo había
    seguido muchas millas para tener una hacienda propia donde
    pensaban criar ganado Hereford. La tierra no daba todavía
    para esas aventuras y O’Flaherty puso un saladero en
    compañía de un granadino llamado Ozores, que le
    robó el negocio y trató de hacer lo mismo con la
    chica de Glasgow. Ella pudo huir y el granadino tuvo que matarla.
    El irlandés la enterró con todo el rito de su Eire,
    con azaleas que consiguió nunca se supo dónde, y se
    sentó a esperar la muerte".

    El granadino cambiò al irlandès por un
    caballo. O’Flaherty resistiò el asedio de sus
    "compradores" durante diez dìas, "hasta que se
    quedò sin municiones. Entonces, fabricò una lanza
    con un cuchillo toledano, recuerdo de su ex socio,
    atàndolo fuertemente al cañòn del Sharp".
    Asì, matò a los araucanos que quedaban y, cuando se
    enfrenta al caudillo, despuès de haber perdido un brazo,
    es el granadino quien lo entrega, pues "El araucano no
    bajò su brazo armado de cuchillo; estaba considerando que
    aquel pelirrojo hombre blanco
    era un dios; ni en toda la historia de su naciòn alguien
    habìa despachado a seis bravos con aquella terrible
    celeridad".

    El cacique termina con el traidor: "la gratitud era un
    sentimiento menor en el indio; la admiraciòn podìa
    màs. Metiò su lanza entre las costillas del
    español
    y los enterrò a ambos junto a la muchacha de Glasgow.
    Desde entonces –era leyenda ya- vagaba sin poder pegar
    ojo en torno a la posta,
    como si quisiera resucitar al hombre que
    habìa liquidado a su brigada" (24).

    En Barcelona se edita Frontera Sur, del hispano
    argentino Horacio Vázquez-Rial. "Prostitutas, fantasmas,
    jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos,
    héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos
    que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes
    gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de
    Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que
    llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora
    de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera
    ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es
    protagonista de este relato épico, junto al alemán
    Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de
    la
    organización obrera. Pero también aparecen en
    él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio
    Gardel, que definieron el espíritu de una época y
    de una ciudad apasionantes" (25).

    En esa novela, Horacio Vázquez-Rial evocó
    la inmigración irlandesa. Una joven de esa
    nacionalidad se presenta para un puesto de maestra: "Era una
    muchacha rubia, con pecas, casi una niña. Se sentó
    ante el tribunal familiar en el borde de una silla, con las manos
    juntas y las rodillas juntas, paseó sus ojos claros por el
    fondo de los ojos que la observaban y sonrió". Se llama
    Mildred Llewellyn y habla castellano con
    dificultad. Dice la joven: "Llego de Irlanda hace tres
    días y vengo aquí". Su empleador le enseña:
    "-Llegué –corrigió Roque, mostrando el pasado
    con el índice, en un lugar situado detrás de su
    hombro derecho-. Y vine".

    Durante la entrevista
    se desmaya: "La natural palidez de Mildred se acentuó de
    pronto. Roque vio nacer dos trazos morados sobre sus
    pómulos. (…) Ramón
    echó a correr hacia el fondo, pero, apenas pasada la
    puerta, le detuvo el ruido grave,
    como lejano, discreto de la caída del cuerpo de Mildred.
    Roque, que la alzó del suelo,
    pensó que jamás había conocido ser tan
    leve". Es que –como explica en su trabajoso castellano-
    había comido por última vez en el barco, ya que no
    había parado en el Hotel de Inmigrantes (26).

    En 1999 aparece la novela Moira
    Sullivan (27) de Juan José Delaney. En esta obra, el lenguaje,
    tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la
    protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a
    comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su
    relación con quienes la rodean. La anciana vive en su
    mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a
    él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y se repudio se patentiza en
    el aislamiento en el que se refugia. Aun cuando quisieran
    integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades
    como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la
    incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el
    tango, por los
    que sienten gran afición.

    La historia de esta mujer -que se
    inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX
    o al finalizar el anterior- es una historia en sí,
    desarrollada hábilmente, pero permite también al
    novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta
    historia se desenvuelve. Al hablar de los primeros años de
    la anciana, nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos,
    no sólo de los irlandeses, sino también de
    emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí
    en busca de la fuente laboral que
    significaban las minas carboníferas.

    Escribe Delaney asimismo acerca de la rígida
    educación
    religiosa que se impartía a niños y
    jóvenes. Muestra luego a
    la protagonista como una mujer decidida a trabajar en o que
    eligió, a no cejar ante los mandatos de la
    vocación, la que, empero, flaquea cuando las
    circunstancias se vuelven adversas, y llega a abandonar aquello
    que alguna vez le dio sentido a su existir. Abandona el cine,
    sí, pero el recuerdo de los años vinculados a
    él la acompaña y también la agobia, y los
    filmes que vio o aquellos en los que participó son
    evocados con la precisión con la que se dice que las
    personas mayores recuerdan hechos de sus años de juventud.

    Tiempo y espacio tienen gran importancia en la novela y
    son descriptos minuciosamente. El tiempo de la narración
    abarca alrededor de ochenta años, y permite al escritor
    deslizar críticas acerca de la realidad argentina. El
    espacio abarca desde la primera visión que el inmigrante
    tiene de la nueva tierra, hasta lugares precisos como el Barrio
    Norte, Villa Urquiza, Arrecifes, Areco, General Pinto y
    Junín. Distinta será la forma de vivir la
    inmigración en cada lugar, y distinta, también, la
    añoranza que los extranjeros sienten por su lejana
    Irlanda.

    Delaney se adentra en la vida de esta anciana luchadora,
    ya vencida, que encuentra en un niño de siete años
    una última razón para existir. Junto a ella,
    presenta a otros inmigrantes, algunos de los cuales resaltan como
    paradigmas de
    un modo de entender el destino; Cornelius Geraghty y Abraham
    Mullins son personajes que permiten al novelista mostrar otras
    opciones en el vasto mundo que se abre ante los recién
    llegados. Ellos se destacan en el panorama de la obra, que
    presenta no sólo a irlandeses, sino también a
    hombres y mujeres de diversas nacionalidades que llegaron a
    nuestra tierra en busca de un futuro mejor.

    Incorporado al elenco de un circo, Stéfano,
    protagonista de la novela de María Teresa Andruetto,
    "trabaja en la orquesta, tocando los solos en los números
    de acrobacia, un momento antes que los trapecistas se larguen de
    las hamacas y queden suspendidos en el aire". Una
    trapecista es galesa: "En el trapecio trabaja la mujer de pelo
    colorado. Se llama Tersa, Tersa Williams, y, ahora lo sabe, toca
    la armónica. Se encarama por las noches al trapecio, se
    cuelga cabeza abajo y hace sonar la armónica. (…)
    Había venido con su madre desde Gales, desde un pueblo que
    se llama Cardigan. (…) Piensa en ella todo el tiempo: le
    molesta la risa que tiene, y no le gustan las pecas, ni los
    dientes demasiado grandes, pero a pesar de eso, se
    acostaría con ella. (…) Tersa tiene veintiocho
    años. Su madre y ella vinieron desde Gales hasta Gaiman, a
    trabajar en la granja de unos parientes lejanos. Y se quedaron
    ahí, hasta que pasó el circo de Juárez"
    (28).

    En Tama, otra novela de Andruetto, vuelve a aparecer una
    galesa. Timoteo, "cuando era todavía un muchachito se
    enganchó en el ejército de Roca y se fue a servir
    al Sur a cambio de unas
    leguas, aunque se pareciera más a las víctimas que
    a sus compañeros de milicias. En una de esas andanzas
    robó, a los dueños de un molino de trigo, una
    galesa de las primeras que vinieron a este país y por
    temor al padre de la joven o por que ya estaba cansado de ir de
    un sitio a otro, dejó las leguas ganadas con sangre ajena y
    regresó con ella al Norte. La galesa se llamaba Clydwin
    Jones y era extraña como su nombre. (… La extranjera se
    resistió los primeros tiempos, hasta que la desidia
    terminó por ganarla y se dejó acariciar como una
    cosa, mientras el deseo del hombre que no había elegido le
    resbalaba más y mas. Jamás lograron vencerla ni la
    ternura, ni el dolor, ni la bronca que él puso
    empeño en demostrar y ni siquiera reaccionó cuando
    Linares se hizo asiduo visitante del prostíbulo donde una
    hembra desmesurada hacía estragos" (29).

    Hacia el sur se dirigen los galeses –escribe
    Andrés Rivera en Guido-: "a los que eran menos ricos, a
    los que sabían trabajar y callar, y ser ordenados, y
    recordar cómo era Gales, y cómo su idioma, se les
    deparó la Patagonia. Otro país, la Patagonia, en el
    Sur, en el confín del mundo, al que bautizaron, un
    manchón aquí y otro allá entre la
    uniformidad silenciosa de lagos, bosques y piedra, con nombres
    recios y venerables" (30).

    En
    cuentos

    En "Un sepelio atmosfèrico (Crònica de
    1891)", Juan Carlos Dàvalos relata el destino que un
    astrònomo inglès radicado en Salta eligiò
    para sus restos: "A toque de clarines, la ceremonia dio comienzo
    a las 3, hora en que el globo, totalmente hinchado,
    cernìase por encima de la muchedumbre apeñuscada.
    Debajo del globo, sobre una mesa, notàbase un bulto largo,
    especie de tùmulo cubierto por un amplio trapo negro:
    ahì estaba el cadàver de Mr. Stop (31).

    Un inglés
    protagoniza el relato que un personaje narra en el cuento "Al
    rescoldo", de Ricardo Güiraldes: "-Est’ era un
    inglés –comenzó el relator-, moso grande y
    juerte, metido ya en más de una peyejería, y que
    había criao fama de hombre aveso para salir de un apuro.
    Iba, en esa ocasión, a comprar una noviyada gorda y
    mestisona, de una viuda ricacha, y no paraba en descontar los
    ojos de güey que podía agenciarse en el negosio. Era
    noche serrada, y el hombre
    cabilaba sobre los ardiles que emplearía con la viuda pa
    engordar un capitalito que había amontonao comprando
    hasienda pa los corrales" (32).

    Pedro Orgambide describe, en "La señorita
    Wilson", a una inmigrante inglesa, acerca de la que manifiesta
    uno de los personajes: "Yo he visto a la señorita Wilson
    en la terraza, escuchando una sinfonía de Mozart que se
    empinaba por las paredes grises y subía hasta los cables
    tendidos y las antenas de
    televisión
    y las nubes de un atardecer en Buenos Aires. Y me pareció
    que la señorita Wilson sonreía. No con la sonrisa
    de sus sesenta años, sino -¿cómo decirlo?-
    con una sonrisa joven, la que tendría cuando estudiaba,
    cuando leía a Marlowe sin entenderlo o cuando veía
    cruzar, por la pradera inglesa, a uno de esos jinetes como los
    que tiene en los cuadritos" (33).

    En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan
    europea, llegó a la Argentina. En "La noche de la cruz de
    plata", Jorge Torres Zavaleta evoca otra contienda. En este
    cuento se
    narra la historia de una familia inglesa que vive en nuestro
    país. Tan argentino se siente el hijo que, cuando se
    declara la guerra de las Malvinas, se
    alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate,
    luchando contra los soldados de la nación
    de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la muerte del joven,
    "pensó que de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas la
    habían mutilado" (34).

    En "Pleamar", Oscar González evoca al
    capitán Griffith George, quien, tras naufragar en 1883, se
    radicó en la estancia "Los Yngleses", en el Partido de
    General Lavalle (35).

    William Bulfin, escritor irlandés que
    llegó a la Argentina en 1880 y fue director de The
    Southern Cross, es el autor de Tales of the pampas. Alejandro
    Clancy, el traductor de la obra, señaló que "Los
    irlandeses llegan por primera vez a la Argentina en 1840; es la
    primera inmigración grande que llega, junto a la de los
    vascos. (…) era otra Argentina, un país deshabitado, y
    entonces esos treinta mil irlandeses parecían una cantidad
    increíble".

    Acerca del libro, afirmó: "Cuentos de la
    Pampa –escritos por Bulfin a partir de 1880- narra
    cómo era la vida de los irlandeses y de los argentinos en
    el campo, cerca de los fortines. Los irlandeses –que sobre
    todo eran ovejeros- llegaban acá sin un centavo y
    empezaban haciendo las tareas manuales que no
    querían hacer los gauchos" (36). Esta es la historia que
    evoca el irlandés en sus páginas, ahora publicadas
    en edición bilingüe.

    Un personaje del cuento "Los afanes", de Adolfo Bioy
    Casares, menosprecia a las irlandesas: "Milena tenía el
    pelo castaño –lo llevaba muy corto-, la piel morena,
    los ojos grandes y verdes (menospreciaba los ojos azules de las
    Irish porteñas), las manos cubiertas de mataduras"
    (37).

    Juan José Delaney es el autor de Tréboles
    del Sur (38), obra que mereció elogiosos comentarios de
    Enrique Anderson Imbert y Rodolfo Modern. El escritor dedica a
    sus antepasados estos quince textos que transcurren a lo largo de
    más de un siglo. El tema común a todos estos textos
    es el de la inmigración irlandesa, de la esforzada
    búsqueda de un mundo mejor. En este libro presenta seres
    ficticios y hechos verosímiles, sin embargo, en él
    se evidencia una evocación de la realidad que surge de
    datos
    concretos que Delaney maneja con autoridad.

    El se muestra como un
    conocedor de todo cuanto atañe a su colectividad. Nos
    habla de la religión, de las
    lecturas que hacen los irlandeses, la música que los
    emociona, los internados en los que se albergan niños y
    niñas, las comidas típicas, las bebidas, la
    educación
    sexual –inexistente en un modo de vida puritano-, el
    idioma –que aparece como un obstáculo en el trato
    cotidiano y como una ventaja en cuanto a las perspectivas
    laborales-, las localidades en que se encuentran los inmigrantes
    de ese origen –Rojas, Moreno, Palermo, Flores y Villa
    Urquiza-, los pensionados, las fiestas patronales, los apellidos
    castellanizados y la historia de Irlanda.

    El autor nos dijo en una entrevista:
    "Como lector y autor, siempre me incliné por la literatura
    fantástica, pero la temática de este libro no me
    permitió alejarme de hechos históricos y concretos,
    como de situaciones que, de alguna manera, ocurrieron. Digamos
    entonces que, en general, los cuentos se
    inscriben dentro del realismo,
    aunque con ciertas vinculaciones con lo fantástico y lo
    psicológico".

    Sobre las fuentes a las
    que recurrió, comentó: "Toda la información que obraba en mi poder la
    había recibido por transmisión oral. Las memorias,
    nostalgias y anécdotas de mis padres, parientes y amigos
    mayores, en efecto, me habían dotado del material como
    para emprender la tarea sin incurrir en imprecisiones. No
    obstante ello, recorrí la escasa bibliografía que hay sobre
    el tema". Entre esa bibliografía se cuenta el
    semanario hiberno-argentino, The Southern Cross, "que registra la
    actividad cultural, religiosa, social y deportiva de la comunidad"; cuyo
    director, el padre Federico Richards, le "permitió
    generosamente revisar todo ese valioso material".

    Le preguntamos si entre esas historias había
    muchas protagonizadas, veladamente, por gente ligada a él.
    Nos respondió: "Como se dijo –y al menos en mi caso,
    doy fe de que es cierto-, todo texto
    literario es, esencialmente, autobiográfico. Por
    más que haya disfrazado mis historias, detrás de
    las palabras, está mi propia experiencia vital. Debo decir
    que también redacté sucesos de los que me hubiera
    gustado ser protagonista. Finalmente, no por nada dediqué
    el libro ‘a los irlandeses, vivos y muertos, que andan por
    mi sangre’ " (39).

    En uno de los textos, fechado en abril de 1929, una
    inmigrante escribe en la Argentina a una coterránea que
    recaló en Nueva York. La primera ve frustradas sus
    ambiciones, principalmente por el obstáculo que es para
    ella el desconocimiento del lenguaje,
    aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra agradecida:
    "no puedo pasar por alto la buena acogida que los irlandeses
    todos hemos tenido en este suelo;
    difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren
    recompensa", expresa la mujer. Le cuenta que el té es el
    único sedante para sus angustias y le pregunta si recuerda
    la bahía de Galway "y aquel hermoso y triste ‘Lament
    of the Irish Inmigrant’. Agrega: "Enseñé la
    canción a mis alumnos más avanzados pero me parece
    que no llegaron a captar su verdadero sentido". A vuelta de
    correo, la amiga le pregunta: "¿Tendrá algo que ver
    con tu nostalgia esa desértica inmensidad que llamas
    Pampa?" (40).

    En "Revelación", Augusto Mario Delfino presenta a
    una institutriz escocesa (41).

    En "Un hombre", Víctor Juan Guillot evoca al
    escocés Mc Dougall, "un antiguo administrador de
    yerbales, del que se contaban en voz baja muchas cosas"
    (42).

    En
    poesías

    Como puede habla castellano el inglés que evoca
    Leopoldo Lugones en la "Oda a los ganados y las mieses". No
    obstante, ejerce una beneficiosa influencia en los ganaderos a
    los que aconseja: "lo cierto es que en su media lengua trajo/
    Artes y ciencias que
    el paisano ignora./El transformó los bárbaros
    corrales,/ Las torpes hierras, las feroces domas,/ Y
    aseguró en las chacras invernizas/ que al pronto
    parecieron anacrónicas,/ Forraje fresco a los costosos
    padres, que entienden sus maneras y su idioma. Y el tronco
    muscular del eucalipto/ En que su duro y blanco brazo apoya,/ Se
    amorata de fuerza
    parecida/ Al levantarse desgreñado de hojas/ ‘Marido
    de la Pampa’ como dijo/ Sarmiento, con palabra creadora"
    (43).

    En su poema "En el día de la recolección
    de los frutos", Alfredo Bufano evoca a la inmigración
    inglesa, relacionándola con el tendido de los
    ferrocarriles: "Salud a ti, hombre de los
    ojos azules,/ el del imperio vasto como el mar,/ a ti que curtes
    tus brazos de hierro/ bajo
    el sol
    tumultuoso de esta tierra feraz./ Hombre rubio de la isla de
    Kipling/ que llenaste de sierpes de acero nuestra
    vasta heredad,/ y que hendiste los aires con fragores de ruedas/
    y de émbolos y dínamos en hondo trepidar/ y que
    llevaste el himno ronco de las locomotoras/ por toda nuestra
    ubérrima/ fecunda y proteiforme inmensidad"
    (44).

    …..

    Memorialistas, biógrafos,
    prosistas y poetas nos brindan su personal vivencia
    de este fenómeno social, que les atañe a ellos como
    británicos, como descendientes de quienes emigraron, o
    como espectadores de esa realidad, y a nosotros, como nación
    que recibió su aporte.

    Notas

    1. S/F: "Los galeses", "Los ingleses y escoceses, "Los
      irlandeses", en Para todos los hombres del mundo que quieran
      habitar el suelo Argentino. Buenos Aires,
      Clarín.
    2. Reportaje incluido en Mujica Làinez, Manuel:
      Los porteños. Buenos Aires, La Ciudad, 1979.
    3. Piglia, Ricardo:
    4. Alifano, Roberto: Borges. Biografìa verbal.
      Barcelona, Plaza & Janés, 1987.
    5. S/F: en Borges e Israel. El
      asiduo manuscrito". Buenos Aires, Embajada de Israel en
      Buenos Aires, 1987.
    6. Ulla, Noemì:
    7. Walsh, María Elena: "Novios de antaño".
      Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990. En
      María_Elena_Walsh La abuela Agnes.htm, página
      preparada con la colaboración de Mirta Toledo y Luis
      Mandel
    8. Graham Yooll, Andrew: "Los ingleses en la Argentina",
      en Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de
      2000.
    9. Roca, Agustina: "Peripecias británicas", en La
      Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de
      2000.
    10. Pool, Maggie: Where the devil lost his poncho.
      Edimburgo, The Pentland Press, 1997.
    11. Sopeña, Germán: "Tierra lejana", en La
      Nación, Buenos Aires, 13 de julio de 1997.
    12. S/F: Gacetilla de prensa acerca
      de Wilkinson, Susan: Don Sebastián. Buenos Aires,
      Vergara, 1996.
    13. Pereyra Iraola, Susana: "De Irlanda a la Argentina",
      en La Nación, Buenos Aires, 28 de julio de
      1996.
    14. Benítez, Rubén: Los dones del tiempo.
      Buenos Aires, Grupo Editor
      Latinoamericano, 1998.
    15. Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Madrid,
      Hyspamèrica, 1984.
    16. S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito, Madrid,
      Hyspamèrica, 1984.
    17. Canè, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL,
      1980.
    18. Ortega, Exequiel César: Cómo fue la
      Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra,
      1972.
    19. S/F: en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos
      Aires, CEAL, 1980.
    20. Wernicke, Enrique: El agua.
      Buenos Aires, CEAL, 1980.
    21. Vázquez Rial, Horacio: Frontera Sur.
      Barcelona, Ediciones B, 1998.
    22. Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1991.
    23. Cristoff, María Sonia: "Inglés en
      fuga", en La Nación, Buenos Aires, 19 de noviembre de
      2000.
    24. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el
      alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971.
    25. S/F: en Vázquez Rial: Frontera Sur.Barcelona,
      Ediciones B, 1998.
    26. Vázquez Rial, Horacio: op. cit.
    27. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos
      Aires, Corregidor, 1999.
    28. Andruetto, María Teresa: Stéfano.
      Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
    29. Andruetto, María Teresa: Tama. Córdoba,
      Alción Editora, 2003.
    30. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el
      Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
    31. Dávalos, Juan Carlos: "Un sepelio
      atmosférico", en Capítulo, CEAL,
      1980.
    32. Güiraldes, Ricardo: "Al rescoldo", en
      Capítulo. CEAL, 1980.
    33. Orgambide, Pedro: "La señorita Wilson", en La
      buena gente. Buenos Aires, Sudamericana.
    34. Torres Zavaleta, Jorge: "La noche de la cruz de
      plata", en El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor
      Latinoamericano, 1987.
    35. González, Oscar: "Pleamar", en El Tiempo,
      Azul, 1° de diciembre de 1996.
    36. S/F: en El Tiempo, Azul, 16 de noviembre de
      1997.
    37. Bioy Casares, Adolfo: "Los afanes", en Mi mejor
      cuento. Buenos Aires, Orión, 1973.
    38. Delaney, Juan José: Tréboles del sur.
      Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.
    39. González Rouco, María: "La epopeya
      irlandesa", en El Tiempo, Azul, 10 de abril de
      1988.
    40. Delaney, Juan José: Tréboles del sur.
      Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.
    41. Delfino, Augusto Mario: "Revelación", en
      Cuentos de Nochebuena..
    42. Guillot, Víctor Juan: "Un hombre", en
      Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    43. Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
      en Antología poética. Buenos Aires, Espasa-Calpe,
      1965.
    44. Bufano, Alfredo: "En el día de la
      recolección de los frutos", en Para todos los hombres
      del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires,
      Clarín.

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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