Monografias.com > Antropología
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Inmigracion y literatura. Los turcos



    1. En
      testimonios
    2. En
      biografías
    3. En sagas
    4. En
      costumbrismo
    5. En teatro
    6. En novelas
    7. En cuentos
    8. En
      poesías
    9. Notas

    En esta monografía
    me refiero a las obras en las que se evoca a los inmigrantes
    "turcos", los cuales, aunque nacidos en diversos países,
    en la Argentina fueron
    conocidos bajo esa denominación.

    "Procedentes de los países que constituían
    el Imperio Otomano, los así llamados ‘turcos’
    aparecen en el escenario local desde la década de 1880
    -señalan Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Catalogados en
    un principio como griegos y turcos, los contingentes
    incluían armenios, egipcios, iraquíes, libaneses,
    sirios, palestinos y turcos. Sea que fuesen de religión cristiana,
    musulmana o judía, gran parte de estos recién
    llegados hablaba una lengua
    común que, sumada a otras características culturales, los unificaba
    como árabes. Impulsados a abandonar el Medio Oriente, en
    particular Siria y el Líbano, por una multiplicidad de
    factores, los ‘turcos’ ya constituían una
    comunidad en
    formación’ en el cruce de los siglos: mientras el
    censo de 1895 sumaba 876 personas, el de 1914 reveló un
    grupo
    compuesto por 64.714 habitantes".

    "De los países árabes representados en
    nuestro país, la mayoría son sirios, también
    libaneses, armenios y palestinos en menor grado. En Buenos Aires los
    barrios elegidos para asentarse serían los de Palermo
    Viejo y Villa Crespo. Aunque los primeros –tal como
    ocurriría con la mayoría de los inmigrantes- se
    ubicaron cerca del puerto, por la calle Reconquista; con el
    tiempo,
    sumaron también San Cristóbal, Constitución y la calle Jujuy. En el
    interior del país los principales destinos fueron
    Tucumán, Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Santiago del
    Estero y Mendoza, constituyéndose en la tercera
    colectividad, después de la española y de la
    italiana".

    "A todos los italianos se los incluirá en "la
    categoría ‘tano’; del mismo modo que a los
    españoles se los llamará unánimemente
    ‘gallegos’, a todo aquel que venga del Imperio
    Otomano ‘turco’ (…). Este uso de rótulo
    sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso
    descalificar el ‘Otro’ " (1).

    En
    testimonios

    José Eduardo Abadi relata: "El abuelo paterno era
    juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país por
    razones políticas,
    se mudó a Milán con toda la familia. Al
    poco tiempo,
    llegó el fascismo y
    tuvieron que volver a emigrar… Así llegaron a la
    Argentina"
    (2).

    En "El café
    Izmir", Carlos Szwarcer afirma: "El Café
    Izmir, conocido por la intelectualidad argentina a partir de la
    publicación de la novela
    Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal en 1948, era
    ya famoso en los años ‘30 como centro inevitable de
    reunión de las oleadas inmigratorias y verdadera
    institución en el barrio. El local del lzmir fue
    construido a fines de 1932 sobre la base de tres habitaciones de
    un inquilinato de la calle Gurruchaga 432-436; su primer
    dueño habría sido Jaim Danón, quien le
    daría ese nombre en recuerdo de lzmir, su ciudad natal. En
    1940, Rafael Alboger se hace cargo del fondo de comercio y
    comienza su larga trayectoria de veinticinco años
    detrás de su mostrador".

    "Administrar un sitio plagado de diversidades
    étnicas, requería un anfitrión que fuera
    capaz de mantener un sutil equilibrio
    entre una ligera bonhomía, que atrajera a los
    parroquianos, y una fuerte personalidad
    que hiciera respetar su autoridad.
    Rafael Alboger había nacido el 30 de octubre de 1902 en
    Esmirna, Turquía. Hijo mayor de Haim Alboher y Reina
    Mizrahi, matrimonio
    judío sefaradí que trajo al mundo seis
    vástagos: Rafael (llamado "Bojor" o Alejandro), Alegre,
    Luna, Yaco, Isaac y un varón muerto de escarlatina a los
    14 meses. Fue lustrabotas en el histórico Café
    Tortoni, en Avenida de Mayo al 800 y luego mozo y maître
    del mismo durante la década del 20 y los primeros
    años del '30. Destino, providencia o casualidad,
    también para Leopoldo Marechal el Tortoni y el Izmir
    serían parte de su historia personal".

    "Quien regenteaba el lzmir fracasó
    económicamente, al punto que se fundió y al no
    pagar los alquileres complicó a Rafael -a quien
    había pedido el aval para el fondo de comercio-. Es
    así que Alboger se hizo cargo del café y su
    misión
    fue ‘levantar aquel negocio’ pagar lo que se
    debía y sobre todo, ‘si Dios lo ayudaba’,
    mantener a flote a su familia. La
    dueña del predio en el que estaba el café, Estrada
    viuda de Alvarez, confió en quien finalmente a fuerza de
    sacrificio y con la experiencia en el rubro gastronómico
    adquirida en el Tortoni, cumplió con los compromisos y
    salvó la casa que dejara en garantía".

    "Este es el origen de la relación entre el
    Café lzmir y la vida de los Alboger durante casi tres
    décadas. Allí, en Gurruchaga 432, Villa Crespo, se
    hizo cargo del legendario y exótico lzmir, en noviembre de
    1940".

    "En el barrio convivían representantes de las
    tres religiones
    monoteístas, por lo que algunas disquisiciones
    teológicas eran frecuentes en el lzmir, como las del
    judío Abraham, el musulmán Abdalla y el cristiano
    Jabil que defendían sus diferencias sobre el
    Mesías: ‘Los tres hombres ocupaban una mesa del
    Café lzmir, y la discusión mantenida en lenguaje sirio
    se mezclaba con otras voces de timbre igual en aquel recinto
    sobresaturado de anises y tabacos fuertes. Junto a la vidriera,
    un músico abstraído hería, como en
    sueños, el cordaje de una cítara negra con
    incrustaciones de nácar’ ".

    "En Gurruchaga al 400, a juzgar por los comentarios de
    vecinos de aquella época, ‘la gente se cruzaba de
    vereda de aquí a allá’ como si fuera
    ‘peatonal, una feria, un mercado
    persa’, relata José L. Los vendedores ambulantes
    ofrecían sus telas, ropa usada, plumeros y los más
    diversos artículos que uno pueda imaginarse, aunque lo
    más codiciado eran los manjares típicos, delicias
    paradisíacas para los sefaradíes".

    "En este torbellino urbano cada oficio callejero
    agregaba su cuota de variedad y así se cruzaban el
    zapatero remendón, con su caja de herramientas
    apoyada en la espalda, con el fabricante de yogur casero que
    hacía firuletes con su bandejón, apurando el
    reparto a su selecta clientela de los inquilinatos; al mismo
    tiempo los carros de verduleros, meloneros o cesteros pregonaban
    su mercancía arrimándose al
    cordón".

    "Allí, ‘enclavado en Gurruchaga’, en
    el centro de aquella febril actividad, se erguía altivo el
    lzmir, en cuya vereda hacían su parada no pocos de
    aquellos vendedores. Los testimonios muestran que la generalidad
    de los sefaradíes sentían orgullo por ese
    café tan pintoresco y sitio de recreación
    de gente mayoritariamente humilde. De los pocos que tenían
    ‘un buen pasar’ cuatro o cinco solían pedir
    ‘una vuelta’ de café o rakí
    (anís) para veinte o treinta parroquianos, visto esto como
    gesto de gentileza, camaradería o jadra (alarde,
    exhibición)".

    "En verdad muchos se demoraban allí por las
    charlas, el rakí, la música oriental, los
    naipes, el table (backgamon), etc., pero, a pesar de ello, la
    inmensa mayoría lo recuerda como un lugar ameno y
    respetado, tal como lo podemos recrear a partir del siguiente
    collage testimonial surgido de antiguos vecinos y
    habitúes: ‘el café lzmir en su momento era
    tradición…era importante…era una reliquia de Buenos Aires, de
    Villa Crespo. Ahí se sentaba gente grande de nuestra
    colectividad, iban camino al templo… a tomar un café.
    también la colectividad armenia, la griega, la
    musulmana…no había odios…en paz…en aquel tiempo eran
    todos respetados, amables…era un lugar donde gente de
    Montevideo venia y el lugar para ver a los 'yidios' era el lzmir,
    como punto de reunión…como punto de
    referencia’.".

    "De las tantas actividades que ofrecía el
    café, el esparcimiento obviamente era el Ieit motiv Sin
    embargo no podemos dejar de reconocerle, especialmente en las
    décadas del ‘30 y el ‘40, una de tipo social y
    hasta educativa: ‘se juntaban en una mesa a la
    mañana y empezaban a hablar, a leer el diario… Habla uno
    que leía el diario al revés, no me acuerdo el
    nombre; lo leía todo, todo, se ponía a leer
    así.. (con la hoja al revés), se ponía en el
    lzmir, en la ventanita… Se reunía la gente, como muchos
    no sabían leer’, él agarraba y leía al
    revés, pero leía como si fuera al derecho, no se
    equivocaba nunca. Lo ví yo’ afirma Jacobo .C."
    (3).

    Luis Norberto León nació en Buenos Aires.
    "Hace algunos años encaró por primera vez la
    aventura de escribir. A poco de terminar sus primeros cuentos le
    asaltó la idea de recopilar las experiencias familiares
    atesoradas desde su infancia en
    idioma sefaradí. Decidió entonces formar un taller
    de investigación donde recopila toda clase de
    material sobre el tema" (4).

    En "Un séder con el papú
    Menajem", evoca a su abuela turca: "Como todos los
    viernes cerca del mediodía, mi abuela me tomó de la
    mano invitándome a acompañarla. Hicimos el
    recorrido por la vereda arbolada. Tras cerrar la robusta puerta
    de calle caminamos a mi ritmo de niño, las tres cuadras
    hasta el mercado. Cruzamos
    la calle Velazco y entramos al largo y estrecho pasillo donde
    vivía el papú Menajem. Mi abuela estaba
    intranquila. El anciano le devolvía puntualmente la ollita
    vacía en que le dejaba comida los viernes, pero
    hacía dos semanas que no aparecía".

    "Esta vez tampoco estaba, y caminamos tres cuadras
    más hasta Yanovsky Hnos, la única fábrica de
    matzá que había, y desde Villa Crespo donde
    estaba la planta, enviaba a todos lados su producción. El dueño, y antiguo
    conocido, nos hizo pasar para mostrarme como era el procedimiento
    para producirla. Recuerdo la máquina como una cinta
    móvil, donde desfilaba una larga fila de
    matzá dorada, que después sería
    embolsada. ‘Diez de la común y dos de la
    dulce’, encargó mi abuela. La primera era para
    cocinar rebanadas de parida, sodra y otras comidas para la
    ocasión. La segunda reemplazaba a las galletitas, las
    comíamos con yarope, el exquisito dulce blanco (a
    veces con agregado de nuez molida) que hacían para la
    fiesta".

    "Tampoco este viernes encontramos al papú, me
    comentó mi abuela Masaltó decepcionada, mientras
    emprendíamos el regreso para retomar la planificación de tareas de la comida de
    Pésaj. La casa ya había comenzado a limpiarse,
    aunque no muy estrictamente, se procedía a una higiene de los
    estantes, vajilla y rincones varios, tratando de eliminar
    cualquier resto de pan antes de comenzar la festividad. Mi madre
    había comprado varias docenas de huevos, la harina
    especial y todos los implementos de cocina relucían
    esperando el envío de Yanovsky Hnos. En vísperas de
    Pésaj, solíamos comer en un sitio diferente al
    habitual, despejando el comedor para los aprontes y reservando
    espacio para depositar las comidas terminadas".

    "El lunes, mi abuela regresó de la calle llamando
    a mi madre en voz alta. Le dio la noticia que el papú
    Menajem estaba internado desde hacía más de una
    semana. Con los años no atiné a preguntar el grado
    de parentesco que tenía él con mi familia, aunque
    sospecho que había sido vecino de Karatash, el barrio de
    Izmir donde vivian".

    "Mi abuela decidió ir al hospital a visitarlo, y
    le llevó unos dulces; allí convenció a los
    médicos de que el estado del
    enfermo no era para nada preocupante como decían. Dos
    días después contratando un auto fue a buscarlo, le
    llevó ropa de mi abuelo, que a pesar de quedarle
    excesivamente grande, le daba el aspecto de hombre
    saludable. Lo ubicó en la sala del medio, la que usaba mi
    tío cuando era soltero, e hizo atenderlo con todo tipo de
    cuidados. La expresión del rostro del anciano rebosaba de
    gozo, y según nos confió, lo atendían
    así en Izmir hasta que su madre murió, treinta
    años atrás".

    "Así llegó la noche principal. El esperado
    primer séder donde el papú Menajem se animó
    a participar con el Siervo fuimos a paró en Aifto,
    aportando además algunas interpretaciones propias sobre el
    Éxodo y los rituales pascuales. Una noche
    espléndida, donde lo vi probar cada una de las comidas,
    compartiendo momentos alegres con nosotros, los más
    chicos, oponiendo resistencia a su
    visible debilidad".

    "A la mañana siguiente cuando me levanté,
    estaba el doctor Niño. Mi abuela había arreglado el
    día anterior para que viniera a darle su opinión
    sobre la salud de
    Menajem. Sin animarme a entrar, escuchaba su característica voz y las erres
    afrancesadas. Los niños
    tienen un verdadero instinto de defensa. Yo me ocultaba porque el
    doctor Niño, era de los que recetaban baterías de
    inyecciones de hígado y vitaminas sin
    que le temblara la lapicera.. Dijo a mi abuela que el anciano
    debía retornar al hospital para su inmediata atención. Él mismo lo
    llevaría en su auto. Cuando salió Menajem tomado
    del brazo por el doctor, usando la misma vestimenta con que
    llegó el día anterior, su cuerpo había
    envejecido aún más, caminaba con dificultad y
    sumamente encorvado, pero al descubrirme en un rincón
    observándolo, giró con esfuerzo su cabeza para
    mirarme y desearme saludoso ke´stés".

    "Nunca más vi al papú Menajem, que
    falleció ese mismo día. Nadie me contó de su
    partida, porque de esos temas no se hablaba con los niños
    (El Dió ke no mos traiga), mucho menos durante el segundo
    séder de Pésaj, que en esta ocasión
    careció de la alegría de otros años"
    (5).

    En "Mi abuela Vida",
    Victoria Mizrahi de Misistrano recuerda a su abuela,
    llegada desde lejos: "Doña Vida, ¡Abuela Victoria!,
    que personaje!. La conocí por primera vez cuando
    llegó desde Estambul, sola, con su pelo estirado y un
    pequeño rodete. Su traje gris de pollera y redingote le
    daba cierto aire de persona seria. No
    se por qué a su llegada me escondí detrás de
    una puerta de la que me sacó para darme caramelos que
    traía dentro de sus bolsillos. Esta escena nunca la
    olvidé. Mi hermana menor nació a poco de su arribo
    a Buenos Aires. Con su llegada nos acostumbramos a escuchar sus
    cantos. Los entonaba desde que comenzaba con sus tareas en la
    cocina, hasta la tarde que se dedicaba a pelar chauchas, arvejas,
    arroz o porotos. Desde su llegada, la cocina fue su ámbito
    habitual, ya que mamá la reservaba para ocupar los
    domingos. Tratando de calcular el tiempo, cuando mi abuela
    llegó, tenía casi sesenta años y yo
    sólo cinco. Compartimos 34 años de vida en
    común, ya que en 1963 cuando contaba con 94 años,
    dejó de existir después de un accidente. Yo ya
    tenía 39 años y dos hijos varones que la adoraban,
    fue su bisabuela, y aún hoy la siguen recordando con
    inmenso cariño" (6)

    Los padres de Alejandra Pizarnik deseaban que la hija se
    casara. Uno de los candidatos era un "turco". Recuerda Aurora
    Alonso de Rocha: "Sus padres le hablaban con interés de
    dos presuntos pretendientes, hijos de un almacenero alemán
    uno, y de un sedero sefaradí el otro. Buma se burlaba o
    enojaba. Un día le dijo a su madre que se iba a casar con
    los dos para tener aseguradas ropa y comida, la madre la
    miró ceñuda y disparó una rápida
    respuesta en idish. Me tradujo: ‘Que sean tres, así
    también hay vivienda’. Creo que, por lo menos en
    parte, las sutilezas de Buma nacían de la
    dialéctica, escondida en un mal castellano, de
    los Pizarnik. Gracias al ‘festejante’ sefaradí
    marroquí escuché por primera vez música
    judeo-española, que me dejó maravillada"
    (7).

    Al regresar de la tierra de
    sus mayores, dijo Julia Zenko: "Un instante puede mostrarte lo
    que pesan tus antepasados. Eso lo vi en esta última gira:
    conocí Letonia y Lituania, y también Estambul,
    donde vivió varios años una de mis abuelas, y
    reconocí olores de las comidas de mi casa, músicas,
    acentos. Es que soy una argentina tanguera sin una gota de
    sangre
    criolla" (8).

    Luna, una inmigrante turca centenaria, "A los 17
    años conoció a su marido, uno de los pocos al que
    sus hermanos –celosos ellos- dejaron acercarse.
    Víctor tenía hermanos en la Argentina que lo
    mandaron a buscar. Y ella se venía con él, pero en
    calidad de
    novia, jamás. De ninguna manera, le dijo su tía.
    Así fue como se casaron y pasaron su luna de miel en un
    barco rumbo a nuestro país. Fue un mes de viaje. Una
    inolvidable luna de miel junto con… su suegra. Sí, Luna
    dormía con su suegra en un camarote y Víctor en la
    bodega, con los demás hombres. ‘Nos veíamos
    en la cubierta y de noche, cada uno a su lugar".

    Estuvo a punto de volver a su tierra:
    "Corría el año 1921 y Luna, casada con
    Víctor desde hacía dos años, no lograba
    quedar embarazada. Vivía en Posadas, Misiones, pero su
    marido decidió mandarla de vuelta a casa. Así, dice
    la centenaria Luna, se acostumbraba en su país: la mujer que no
    tenía hijos se tenía que ir, y ella se iba,
    nomás. Con la valija y un pasaje en mano marchó sin
    chistar a la estación ferroviaria de Posadas. Pero, cosas
    del destino, el tren ya había partido. Fue cuando
    volvió con su marido a su casa que quedó
    embarazada".

    "Progresamos con mucho sacrificio –recuerda.
    Vivíamos en Posadas y mi marido andaba por los campos con
    un canasto en el que llevaba lencería para vender.
    Después pudimos poner nuestro propio negocio de venta de ropa y
    trabajamos muchísimo".

    Su experiencia se vuelve narraciones: "Recuerda cuando
    en su casita de Posadas llenaba un bracero con carbón por
    las noches, lo dejaba en medio del cuarto y reunía a sus
    chicos en torno de
    él. ‘Les contaba historias de cómo
    vivíamos en Turquía, el viaje en barco a la
    Argentina o simplemente cuentos‘
    " (9).

    En
    biografías

    Algunas obras dan cuenta del fenòmeno
    històrico y social de la inmigraciòn armenia. Entre
    ellas, las biografìas Hayrig (Detràs del silencio
    de un millòn y medio de voces) (10) y Hayrig II (11), en
    las que Eduardo Bedrossian relata la vida de su padre, Agop.
    "Este relato –afirma Nélida Boulgourdjian-
    trasciende la historia personal de Hagop
    Bedrossian para adquirir una dimensiòn colectiva que
    involucra a todo un pueblo" (12).

    Acerca de la primera parte de esta historia,
    afirmó María Isabel Clucellas: "bajo una estructura de
    doble faz, Bedrossian hijo narra en primera persona la odisea
    paterna. A partir de los primitivos años de paz y bonanza
    que corresponden al siglo pasado, el autor ilustra a sus lectores
    sobre la vida familiar en Geben, ‘un pedazo de la historia
    ancestral de los armenios’. Las montañas, la aldea,
    las casas con paredes de piedra, el calor de las
    reuniones en torno al hogar
    presididas por un narrador ocurrente y sentencioso que contaba,
    educando, historias y costumbres, reviven en páginas
    coloridas, amenas, donde anécdotas y sucesos van tejiendo
    una urdimbre de sólidas y justificadas nostalgias"
    (13)

    En Mis dos abuelas. 100 años de historias, Nora
    Ayala relata que su abuela criolla, que vivía en Misiones,
    tenía prejuicios contra los extranjeros. "Nosotros no
    vinimos a matarnos el hambre como los gringos
    –decía-, estuvimos siempre acá". La venta de la casa
    del Tata proporciona otra evidencia de su actitud; la
    vivienda "fue comprada por una familia turca, aunque
    Gerónima hubiera preferido que no cayera en manos
    extranjeras, pero ellos fueron los que pagaron y no había
    nada que hacer". Se rumoreaba que los compradores habían
    encontrado allí un cofre con monedas de oro; escuchemos a
    la criolla: "Teniendo en cuenta que los turcos que habían
    llegado al país poco tiempo antes, si bien eran gente
    trabajadora y honesta (a pesar de ser extranjeros) no
    podían tener dinero como
    para hacer semejante inversión, el rumor tenía visos de
    realidad" (14).

    "El criollaje vio invadido su escenario. Esa gringada,
    que se pensó iría a poblar el desierto, se
    concentró en la urbe y cubrió todos los puestos de
    trabajo. Hasta los policías eran extranjeros" (15). Hugo
    Chumbita relata que Elías Farache, un policía
    turco, hostigaba al gringo Vairoleto, hijo de piamonteses. "Entre
    los milicos abundaban estos turcos, que en realidad eran
    árabes, o hijos de, famosos por lo bravos"(16).

    En
    sagas

    En su libro La cita
    en Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí (17),
    Vittorio Alhadeff, "oriundo de la ciudad de Rodas, hace desfilar
    ante el lector diversos episodios del dominio turco y
    de la ocupación italiana del Dodecaneso. Pero la tremenda
    verdad de las guerras da
    paso a la crueldad del fascismo y del
    nazismo para
    cerrarse con la llegada en los años 40 a Buenos Aires,
    donde se refugian los últimos miembros de una familia que
    creyó en el trabajo y
    en el progreso" (18).

    En
    costumbrismo

    Escritor y periodista, Félix Lima nació en
    1880 y murió en 1943. Colaboró en "La
    Razón", "Tribuna" y "Crítica", entre otros medios, y
    publicó los libros
    titulados Con los nueve… Crónicas policiales (1908) y
    Pedrín. Brochazos porteños (1923).

    En el conventillo –señala Jorge Paez-
    había una "Difícl, precaria, inestable
    armonía, sin embargo, que habitualmente perturbaban los
    prejuicios étnicos y nacionales en el hervidero
    cosmopolita de los patios conventilleros. Félix Lima ha
    captado uno de estos momentos de quiebra en
    ‘Lo ha dicho l’Aquensia Stefani’, cuadrito
    incluido en su libro
    Pedrín (1923), que retrata con previsible fidelidad
    las peloteras entre italianos y ‘turcos’
    durante la guerra de
    Tripolitania" (19).

    El turco expresa conceptos como éste: "-Atienda
    qui voy disir yo: Turquía tiene tanto soldado como
    Alamania qui también Alamania inseñó pilear
    soldado turco a la última moda.
    ¡Quí vaya la gracia! Italia tira pique
    barco nosotro istá barco chico, piro Turquía
    más una dolor cabesa Italia pir
    la tierra. Si
    quieres más noticia soldado turco prigunta cómo fue
    la pilea con la Rusia. ¿Y la barco grande italiano qui fue
    pique la costa Trípoli?… ¿Quí desir
    osté, sañur, a eso?…". La discusión
    termina con "Ruptura de narices e intervención de las
    potencias extranjeras (representadas por un chafe)"
    (20).

    En 1943, Conrado Nalé Roxlo da a conocer El
    muerto profesional, firmado con su seudónimo Chamico.
    Acerca de esas páginas escribirá más tarde:
    "Carezco de vocación y aptitudes para el periodismo,
    aunque es la galera en que he remado siempre y, tal como van las
    cosas, seguiré inclinado sobre su borda hasta la hora del
    último naufragio. No me quejo. Mucho le debo al periodismo,
    donde tuve la suerte de encontrar amables e inteligentes
    cómitres que me permitieron remar con mi propio remo.
    Dicho en términos no tan dramáticos y
    náuticos, los directores de los muchos diarios en que
    trabajé me dejaron un rincón tranquilo, al margen
    del comentario de actualidad y de las noticias, donde dejar volar
    mis fantasías y soltar mis ocurrencias. Así
    nacieron muchas páginas que después pasaron al
    libro. Toda la obra humorística de mi alter ego Chamico,
    por ejemplo, tiene ese origen, y muchas cosas más"
    (21).

    En "Una conversación interesante", texto incluido
    en el volumen que
    mencionamos, uno de los personajes se refiere a un turco que se
    va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar ese matrimonio: "creo
    que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi se ha
    enterado de que Flores es casado en Turquía y, como usted
    sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha
    dado parte al comisario y al registro civil y
    hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del
    turco para que se presenten el día del casamiento y armen
    un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido"
    (22)

    En
    teatro

    "La urbe no consigue absorber del todo el aluvión
    tumultoso que avanza desde el puerto –afirma Luis Ordaz-, y
    si bien el inmigrante se va incorporando al medio que habita e
    integra. Éste (el medio) se conforma, asimismo, con dicha
    participación e incidencia. El inmigrante se adapta o no,
    pero, a la vez, impone un nuevo sentido a las cosas y hasta las
    nombra y condimenta con vocablos y giros que componen una nueva
    jerga de frontera. Italianos y españoles, particularmente,
    pero también ‘turcos’, polacos,
    ‘rusos’ (judíos de variadas procedencias),
    animan una población pintoresca por el enfrentamiento,
    habitualmente apacible y sin prejuicios de ninguna índole,
    de todas las nacionalidades, razas y credos. Todo esto resalta,
    de manera natural, en el ‘sainete porteño’ "
    (23).

    "En Mustafá, sainete que Armando Discépolo
    y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y
    estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se
    entusiasma ante la fusión, la
    ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas
    de vecindad porteñas" (24). Conversando con el turco que
    da nombre a la obra acerca del casamiento del hijo del primero
    con la hija del segundo. Destaca el clima amistoso
    del conventillo: "E lo lindo ese que en medio de esto batifondo
    nel conventillo todo ese armonía, todo se
    entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco;
    italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué
    parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co
    españole, andaluce co madrileño, napoletano co
    genovese, romañolo
    co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne
    jauja. ¡Ne queremo todo! (Abrazándolo.)
    ¿Verdá, otomano?… Eso que dicen que turco e
    taliano so como perro e gato, maccanéano.
    (Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco. (El
    turco sigue triste, frío, no se levanta de su silla.)

    Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero amore. (Parece
    que se va a fotografiar.)
    " (25).

    A criterio de Ordaz, "Don Gaetano se refiere, efusivo, a
    una parte verdadera e importante del conventillo, mientras la
    otra parte, que sirve para completar la visión, queda
    soslayada: ¿quiénes habitan las enormes casonas,
    cómo se vive en un conventillo?" (26).

    En
    novelas

    Hay turcos en una obra de Julián Martel. Afirma
    Noé Jitrik: "Durante 1890 escribiò La Bolsa; la
    ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos
    notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra
    realista y de actualidad no ha incluido como tema la
    revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el
    mismo año se publicò en Francia
    L'Argent, novela mediante
    la cual Zola investiga y condena el sistema
    financiero. (…) La Bolsa aparece en folletìn en La
    Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de
    1891, con gran èxito de pùblico y de
    crìtica".

    El crìtico considera que la obra fundamental de
    este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos
    puntos de vista, a pesar de su escaso valor
    literario: "La Bolsa es una obra literariamente poco importante,
    inmadura, pero que asì y todo expresa varias cosas de
    interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una
    tentativa por trascender la literatura del 80 en su
    fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra un
    escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por
    esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en
    tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos
    contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido
    polèmicamente con sus interpretaciones" (27).

    "La lectura
    màs superficial e ingenua de La Bolsa de Juliàn
    Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo
    –afirma Gladys Onega. (…) Martel traza con los más
    sombríos tonos naturalistas una realidad de la ciudad que
    absorbió el mayor pocentaje de inmigrantes creciendo en
    proporción geométrica frente al resto del
    país: la miseria, la enfermedad y la mendicidad eran
    lacras concretas de la sociedad
    superpoblada, que no se cebaban solamente en el lumpen que el
    autor selecciona como muestra del
    parasitismo que trae la inmigración, sino entre todos los
    habitantes de los barrios bajos del sur que se hacinaban en los
    conventillos; (…) en la abstractización del oro y del
    cosmopolitismo, Martel aísla y diseca casos extremos, los
    separa del contexto histórico, carga sobre ellos una culpa
    de la que son víctimas y finalmente ignora la
    situación real del resto de la población; los turcos con sus feces rojos y
    las bohemias idiotas o hermosísimas se han convertido en
    alegorías o en personajes pintorescos". (28).

    La ensayista se refiere a este pasaje: "El corazón de
    las corrientes humanas que circulaban por las calles centrales
    como circula la sangre en las
    venas, era la Bolsa de Comercio. A lo largo de la cuadra de la
    Bolsa y en la línea que la lluvia dejaba en seco, se
    veían esos parásitos de nuestra riqueza que la
    inmigración trae a nuestras playas desde
    las comarcas más remotas. Turcos mugrientos con sus feces
    rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus
    cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de
    oleografías groseramente coloreadas; charlatanes
    ambulantes que se habían visto obligados a desarmar sus
    escaparates portátiles pero que no por eso dejaban de
    endilgar sus discursos
    estrambóticos a los holgazanes y bobalicones que
    soportaban pacientemente la lluvia con tal de oír hacer la
    apología de la maravillosa tinta simpática o la de
    la pasta para pegar cristales; mendigos que estiraban sus manos
    mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus
    piernas sin movimiento,
    para excitar la pública conmiseración; bohemias
    idiotas, hermosísimas algunas, andrajosas todas, todas
    rotosas y desgreñadas, llevando muchas de ellas en brazos
    niños lívidos, helados, moribundos, aletargados por
    la acción de narcóticos criminalmente
    suministrados, y a cuya vista nacía la duda de
    quíén sería más repugnante y
    monstruosa; si la madre embrutecida que a tales medios
    recurría para obtener una limosna del que pasaba, o la
    autoridad que
    miraba indiferente, por inepcia o descuido, aquel cuadro de la
    miseria más horrible, de esa miseria que recurre al crimen
    para remediarse" (29).

    Alamos talados (30) fue distinguida en 1942 con el
    Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio
    Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la
    Comisión Nacional de Cultura.
    Marcela Grosso y Marta Baldoni señalan la importancia de
    la inmigración en la novela: "El
    poder se ve
    amenazado por la presencia de lo otro, del elemento
    extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos
    correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b)
    la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo
    del progreso y las nuevas costumbres" (31).

    La clase alta, representada fundamentalmente por los
    abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los
    inmigrantes, en general, aunque había excepciones: "El
    inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (…) o mirado
    con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la
    abuela y no compita en el circuito de producción económica. Decir
    ‘gringo’ es un insulto (…) El atributo
    ‘criollo’, en cambio, tiene
    connotaciones positivas (…) se convierte en una
    abstracción, en un símbolo de pureza racial y
    moral"
    (32).

    Cuando las penurias económicas obligan a la
    anciana señora a talar los álamos, allí
    está un inmigrante, posibilitando que el lector saque
    conclusiones sobre la personal postura del autor: "Con el pie en
    el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en
    una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi
    adolescencia"
    (33). Grosso y Baldoni sostienen que "La presencia invasora del
    inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que
    recorre el texto en
    varios capítulos". Acerca del propietario del
    vehículo comentan: "Claras son las connotaciones
    demoníacas que despliega este personaje (…) Las
    aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del
    agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro
    para el sistema. La
    compra de la vid y de la madera es
    sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco
    no compra sino que ‘se leva’. Caída,
    atropello, usurpación, tala, profanación, son los
    efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es
    quebrado sin posibilidades de restauración"
    (34).

    En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse
    en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance
    que sufrió el padre del protagonista, junto con otros
    pasajeros: "Un chorro de agua, un
    manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado.
    Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos
    claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro,
    sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (…) En
    tropel, árabes y turcos aparecían y
    desaparecían alrededor de mi padre. Corrían,
    gritando, aullando, perros mojados,
    perros
    azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que
    papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o
    gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo:
    ¡Piojosos! ¡Piojosos!" (35).

    En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor
    Renè Baròn entregò personalmente a Jorge
    Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad
    junto al rìo (36) como la mejor novela editada
    durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo
    otorgò -designado por la Sociedad
    Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo
    Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè
    Manauta.

    La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el
    profesor Elio C. Leyes -"escritor
    y presidente de la Universidad
    Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por
    el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario",
    quien "señalò que el libro bien podìa
    llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo
    parangòn –según dijo-con la celebrada obra de
    Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya
    profundizado tanto como èl" (37).

    El Gobierno de Entre
    Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General
    de Educaciòn, de lectura
    complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a
    partir del sèptimo grado, recomendando su
    utilizaciòn en la enseñanza.

    La obra està dedicada "a los inmigrantes
    àrabes –sirios y libaneses- y, por natural
    extensiòn, a españoles, italianos, alemanes,
    judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto
    otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un
    dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de
    ‘hacer la Amèrica’ ".Partiendo de su propia
    etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a
    hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.

    Un 10 de noviembre –nòtese la fecha
    elegida-, el autor fue, como de costumbre, a pescar. Ese
    dìa, algo inusual alterò la placidez de su hobby:
    un objeto centelleaba, entre las ruinas de una vivienda, a la
    luz del sol.
    Intrigado, se acercò a èl y vio que era un cofre.
    Una vez en su casa, lo abriò sin dilaciòn, y
    comprobò, con gran sorpresa, que era un libro de cuentos
    escrito en àrabe. Con su tesoro fue en busca de un editor,
    quien lo enfrentò a un problema: la obra no podìa
    editarse sin tìtulo, y el mismo debìa surgir de
    ella, como un resultado lògico. Una vez superado el
    obstàculo, nos hallamos ya en condiciones de emprender
    la lectura de
    estos papeles, a los que Isaac –empleando un recurso
    literario de larga data- no hizo màs que
    encontrar.

    La acciòn transcurre durante el año 1925.
    Cada acontecimiento se detalla prolijamente, ya que estos papeles
    eran un diario personal. El autor del diario, un joven, cuenta
    sus andanzas por el puerto, desde donde podìa observar la
    llegada de los inmigrantes de diferentes nacionalidades, a los
    que reconocìa por sus costumbres y fisonomìas,
    aùn cuando ellos no habìan descendido del
    barco.

    El protagonista evoca el momento en que los extranjeros
    arriban a la nueva tierra: "Los
    inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden
    aquí de manera diferente según sea su origen que
    nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin
    oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de
    equivocarnos". Seguidamente, describe el desembarco de italianos,
    alemanes, españoles, judíos y árabes,
    señalando las peculiares características de cada
    grupo.

    Sobre estos ùltimos, comenta: "Los àrabes
    –siriolibaneses- que disputan el tercer lugar a los
    alemanes en cuanto al nùmero de los que ingresan en estas
    regiones, son los màs independientes de todos. Es muy raro
    que arriben en parejas. Tan raro que nunca vi ninguna. Ellos
    emprenden el viaje solos y si descienden varios juntos de un
    barco y se comportan como parientes, es que se han hecho amigos
    durante el dilatado trayecto. En su mayorìa son
    cristianos, pertenecientes a la Iglesia Griega
    Ortodoxa".

    "Cuando recorren la angosta planchada por la que
    descienden, muestran el gesto adusto, expresivo de la
    trascendencia que para ellos asume el primer contacto con la
    nueva tierra. Siempre observo que lo hacen moviendo los labios. Y
    aunque en manera alguna puede oìrse màs que un leve
    murmullo, yo sè que estàn diciendo, con la profunda
    y religiosa unciòn de un ruego: ‘Ayùdame,
    Dios mìo…’ ". Luego, solos tambièn,
    acometeràn la empresa que
    alentaron en la intimidad de sus mejores
    sueños".

    A este pormenorizado relato de costumbres se suman, como
    hilos paralelos de la acciòn, las narraciones de cuanto
    sucedìa en Arabia –que el joven conocìa con
    dos meses de retraso- y en el mundo entero, hacièndose
    especial hincapiè en los adelantos de la ciencia y
    la tècnica (38).

    En La pradera de los asfódelos, Rubén
    Benítez evoca una Navidad de las
    de antes: "En Navidad la
    gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban
    alegres, salían a la calle y saludaban contentos.
    Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos
    que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don
    José, el que hizo el aparador, abría una sidra…
    ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está
    mal’ decía siempre después de probarla"
    (39).

    En 1998 apareciò Memorias para
    no olvidar (40), ùltimo libro de la trilogìa que
    Bedrossian escribiò acerca de la Cuestiòn Armenia.
    Las memorias se
    inician cuando los padres de Nersès, que poco antes
    cumpliò veintiùn años, deciden realizar,
    como le habìan prometido, el pedido de mano de una joven
    para que su hijo se case. La obra finaliza con el casamiento de
    esa pareja, unos meses despuès.

    Esta historia ìntima sirve de marco para otra
    màs abarcadora: la de los armenios en la Argentina.
    Distintos personajes van narrando las circunstancias en que se
    realizò la inmigraciòn, las atrocidades que
    debieron padecer en manos de los turcos, la tortura, las
    violaciones de religiosas y alumnas, y muchos otros episodios que
    indignan al lector y han quedado grabados por siempre en la memoria de
    este pueblo bueno y sufrido.

    Otros aspectos tambièn son descriptos: las
    comidas, la instrucciòn, la religiòn, el respeto a los
    padres y la consagraciòn a los hijos, los juegos con los
    que se entretenìan los armenios, sus visitas a la
    peluquerìa, al dentista, la llegada de un pariente al que
    hacìa años que no veìan… Hechos cotidianos
    que contribuyen a dar una imagen de una
    colectividad en un tiempo que pasò.

    La relaciòn con inmigrantes procedentes de otros
    paìses es evocada en estas pàginas, en las que se
    presenta una Barracas cosmopolita, en la dècada del 50, en
    la que los extranjeros conviven solidariamente. Agobiados por
    haber dejado a la familia, o
    de haber visto como la asesinaban, la relaciòn entre los
    armenios es resumida en ese dicho que reza: "Mejor un vecino
    cerca que un pariente lejos", y que ha llegado generalizada a
    nuestros dìas, en los que en algunos barrios,
    afortunadamente, todavìa se observa.

    Algunos inmigrantes cuentan historias a un auditorio
    siempre interesado. La mismas tienen que ver con la
    tradiciòn de su naciòn, con su trabajo o con
    circunstancias curiosas de la vida. Bedrossian las incluye en su
    obra, para que todos las conozcamos.

    Este libro es mucho màs que el recuerdo en
    tercera persona de un joven en una etapa feliz de su existencia;
    es la memoria de un
    pueblo que debiò dejar su tierra, a la que
    venera.

    En 1998, la novela Virgen, de Gabriel
    Báñez, resultó finalista del Premio Planeta.
    En ella evoca la confusión reinante, en la década
    del 30, en lo que respecta a las nacionalidades de los
    inmigrantes. La protagonista: "Durante esos primeros tiempos lo
    único que no logró explicar fue su propia
    nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba
    inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le
    estiraban hasta la gangosidad, y cuando los ucranianos,
    judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los
    sirios y loslibaneses resultaban turcos. Había llegado a
    un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo
    que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión
    elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad"
    (41).

    En Stéfano, novela de María Teresa
    Andruetto, aparece un turco tendero: "Stéfano le cuenta a
    Lina que en la tienda de rezagos hay un saxo, un instrumento para
    hacer música. Le ha pedido al dueño que no lo
    venda, él juntará el dinero para
    comprarlo". Vittorio pregunta al muchacho "cómo se llama
    ese instrumento que ha visto en la tienda del turco Rasú"
    (42).

    En Tama, otra novela de Andruetto, cuenta la narradora:
    "Durante los años que vivió con la galesa, mi
    abuelo estuvo vendiendo baratijas, tal como les había
    visto hacer con mayor suerte a los turcos que andaban por el
    Norte" (43).

    En
    cuentos

    En "Santana", uno de los Cuentos de la oficina, Roberto
    Mariani se refiere a los habitantes de un conventillo, entre los
    que se encuentran los turcos: "Una de estas antiquísimas
    mansiones actualmente agoniza en conventillo. En sus espaciosas
    habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún
    general de la Independencia
    abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed
    patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven
    apretujadas seis u ocho familias de las más diversas
    nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la
    beligerancia. Italianos, franceses, turcos, criollos. La
    última habitación la ocupa un griego relojero"
    (44).

    En la "Cantata para los hijos de Gracimiano", escribe
    Daniel Moyano: "Yo conocí a Gracimiana cuando ella
    todavía era una niña. Tenía la piel tan suave
    que se le paspaba con cualquier brisa, Vivía en el campo y
    vino a Chepes para ir a la escuela, aunque
    ya era un poco grande para eso. La admití loismo y le
    tomé cariño. Aprendió rápidamente y
    si no hubiera sido porque era linda, habría pasado
    desapercibida. No hablaba casi nunca y se movía como una
    sombra. Los obrajeros y los turcos más ricos de la zona
    querían casarse con ella. Su desgracia fue Gracimiano.
    Todavía iba a la escuela cuando lo
    conoció. Gracimiana envejeció a los treinta
    años, gastada por él y por los hijos.
    Después la perdimos de vista, pero quien tuvo la suerte de
    conocer a Anita, su hija, podía ver otra vez a Gracimiana
    con las mejillas paspadas por el aire"
    (45).

    En "El mundo, una vieja caja de música que tiene
    que cantar", Héctor Tizón describe al "Turco": "Con
    la negra barba cortada a golpes de tijera, el pelo sucio,
    abundante y revuelto de tal manera que pueda encajar dentro del
    pasamontaña y mantenerse allí por días y
    noches y días y sobre todo con su andar cauteloso,
    asentando con seguridad la
    planta de los pies evoca sin lugar a dudas largas
    travesías de camelleros en los arenales de Yemen, o en las
    faldas de Sinaí, o quién sabe dónde.
    Descendiente por rama directa de uno de los Reyes Magos
    –afirma que de Melchor- su abolengo se encuentra hoy
    podrido y desnaturalizado pero aún recorre con su hato a
    cuestas toda la Puna, cargado de quincalla y porquerías.
    Con sus mejillas abultadas y tensas por la coca se lo distingue
    en los caminos, omnipotente y grasoso, penetrando en todas las
    casuchas y haciendo un hijo en cada una. Este habitante de los
    desiertos y de los vientos practica la fornicación con
    entusiasmo y con fe –como un acto ritual y hospitalario o
    una prueba divina de la existencia- en las pacíficas
    indias. A esto deniomina mestizaje. Palabra que tiene para
    él un extraño sonido
    húmedo hondo y musical a un mismo tiempo. Alardea
    además de no haberse mojado el cuerpo en treinta y cinco
    años" (46).

    Un inmigrante, personaje de un cuento de
    José Mantel, relata su historia: "-Apenas tenía
    quince años cuando vine de Izmir con mi padre viudo. No
    tuvo suerte, y al tiempo decidió probar en otro lado,
    dejándome con una prima suya. No lo vi nunca más,
    no sé nada de él, ni siquiera si está vivo o
    muerto. La prima estaba casada con un mal hombre, que
    cuando se hacía ‘preto candil’ le daba
    ‘jaftonás’. Un día quiso pegarme a
    mí, y le partí la cabeza con un banco que
    había en la cocina. Salí de la casa, sabiendo que
    no podría volver más. Anduve por las calles, hasta
    que me arrecudjeron en una marmolería cercana al
    cementerio de la Chacarita. Todo el día cargaba bloques de
    mármol, pulía cruces y lápidas, tenía
    las manos destrozadas. A la noche dormía en un cuchitril
    ahí mismo, me entesaba en invierno y me atabafaba en
    verano. Una noche de calor
    insoportable salí a caminar por ahí y conocí
    al ‘Títere’ y su pandilla. Con ellos
    recorríamos el arroyo Maldonado molestando a mujeres y
    parejas, apretando a los desprevenidos que se atrevían por
    ese lugar. Me parecía divertido, pero una vez se les
    fueron las manos y los cuchillos. Ese día el Dió me
    iluminó, me di cuenta que la fama de ‘el
    turco’ como me conocían, y que tú viste el
    otro día cómo espantó a los ladrones, no me
    iba a llevar a nada bueno y me vine al lado de los
    ‘muestros’. No me equivoqué: de los que
    andaban conmigo algunos están en la cárcel de Las
    Heras, y hasta hay uno en Ushuaia. Lo que aprendí de todo
    esto es que hay que andar derecho y respetar a la mujer, por eso es
    que me atrevo a pedirte a Bula por esposa" (47).

    En dos cuentos de Carolina de Grinbaum aparece el turco
    comerciante. En "La inocencia de los culpables", escribe: "Nadie
    faltó al convite, desde el boticario, el Juez de Paz, el
    turco del almacén,
    el cura párroco, el comisario y algunos vecinos de vieja
    data. La cosa daba para gran jolgorio". En "Un amarillo
    hiriente", leemos: "Estaban sólo ellos y el pudor en la
    rústica cortina comprada al turco, única
    escenografía florida, entre esa aridez" (48).

    En
    poesías

    Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las
    mieses’ muestra una expansión jubilosa en la
    exaltación de la tierra, los hombres y los frutos, sin
    rehuir prosaísmos certeros de cordial resonancia. Desde el
    diálogo
    pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo
    o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y
    conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una
    convivencia con el mundo humano, animal o de humildad
    biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el
    diminutivo y las imágenes
    justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese
    vivo universo"
    (49).

    Canta al árabe: "Más allá viene el
    sirio buhonero,/ Balanceando a la espalda su bicoca,/ Al canto
    gutural de la sabida/ ‘Cosa linda barata’ que
    pregona" (50).

    En su poema "En el día de la recolección
    de los frutos", Bufano expresó: "Salud, hombres morenos que
    escuchásteis/ a los cedros del Líbano sonar,/ y que
    hoy en nuestros vientos creéis oír las voces/ de la
    patria que acaso ya no veréis jamás./ Hombres de
    los desiertos remotos/ a quienes en las pampas hoy vemos galopar/
    luciendo nuestro escudo en el pañuelo gaucho/ o en la
    rastra de plata o el mango del puñal./ ¡Hombres de
    ojos negros y lejanos;/ hermanos árabes que
    lloráis/ cuando en las noches nuestras agobiadas de
    estrellas,/ oís una guitarra gemir y sollozar"
    (51).

    …..

    Con sus costumbres y sus oficios, los turcos
    están presentes en la literatura argentina y en los
    testimonios que transcribimos parcialmente. Aunque unificados
    bajo una común denominación, supieron mantener las
    tradiciones de las tierras de las que provenían y
    contribuyeron al engrandecimiento de la nuestra.

    Notas

    1. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Ritos y
      retos de la alimentación
      argentina. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
    2. Aubele, Luis: "A boca de jarro", en La Nación, 23 de junio de 2002.
    3. Szwarcer, Carlos: "El café Izmir", en
      SEFARaires N° 14.
    4. S/F: en Refranes y expresiones sefaradías de
      la tradición judeo española de Esmirna. Buenos
      Aires, Milá, 2001.
    5. León, Luis: "Un seder con el papú
      Menajem", en SEFARaires
    6. Mizrahi, Victoria: "Mi abuela Vida", en
      SEFARaires
    7. Alonso de Rocha, Aurora: "Entonces la mujer",
      en El Tiempo, Azul, 25 de mayo de 2003.
    8. S/F: Reportaje a Julia Zenko en La Nación Revista 11
      de agosto de 2002.
    9. S/F: "Una mamá que hoy celebra sus 100
      años", en La Nación, Buenos Aires, 20 de octubre
      de 2002.
    10. Bedrossian, Hagop: Hayrig. Ediciones Akian. Buenos
      Aires, 1991.
    11. Bedrossian, Hagop: Hayrig II. Buenos Aires,
      1995.
    12. Boulgourdjián-Toufeksián,
      Nélida:Los armenios en Buenos Aires. Buenos Aires,
      Centro Armenio, 1997.
    13. Clucellas, María Isabel: en La Prensa, 8 de
      septiembre de 1991.
    14. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
      historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
    15. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op.
      cit.
    16. Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y
      leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta,
      1999.
    17. Alhadeff, Vittorio: La cita en Buenos Aires, Saga de
      una gran familia sefaradí. Buenos Aires, Grupo Editor
      Latinoamericano, 1997.
    18. Malinow, Inés: "Testimonio familiar", en La
      Nación, Buenos Aires, 4 de enero de 1998.
    19. Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires,
      CEAL, 1970.
    20. Lima, Félix: "Lo ha dicho l’Aquensia
      Stefani", citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos
      Aires, CEAL, 1970.
    21. Nalé Roxlo, Conrado: "Borrador de memorias",
      citado por Jorge B. Rivera en el prólogo a Chamico: El
      muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    22. Chamico (Conrado Nalé Roxlo): El muerto
      profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    23. Ordaz, Luis: "Armando Discépolo o el
      ‘grotesco criollo’ ", en Historia de la Literatura
      Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    24. Ordaz, Luis: ibídem
    25. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael:
      Mustafá. Citado por Páez, Jorge en El
      conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
    26. Ordaz, Luis: op. cit.
    27. Jitrik, Noè: "El ciclo de la Bolsa", en
      Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
      1980.
    28. Onega, Gladys: La inmigración en la literatura
      argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.
    29. Martel, Juliàn: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft,
      1956..
    30. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1990.
    31. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: "Guía de
      trabajo para el profesor", adjunta a Arias, Abelardo: Alamos
      talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
    32. ibídem
    33. Arias, Abelardo: op. cit.
    34. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: op.
      cit.
    35. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus
      Ultra, 1984.
    36. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al rìo.
      Buenos Aires, Marymar, 1986.
    37. S/F: Nota explicativa en Gonzàlez Rouco;
      Marìa: "Jorge Isaac: novelista de la inmigraciòn
      àrabe", en La Capital,
      Rosario, 24 de julio de 1988.
    38. González Rouco, María: "Jorge Isaac: la
      inmigración árabe", en www.monografias.com
    39. Benítez, Rubén: La pradera de los
      asfódelos. Bahía Blanca, Siringa,
      1989.
    40. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos
      Aires, Edición del autor, 1998.
    41. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1998.
    42. Andruetto, María Teresa: Stéfano.
      Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
    43. Andruetto, María Teresa: Tama. Córdoba,
      Alción Editora, 2003.
    44. Mariani, Roberto: "Santana". Citado por Páez,
      Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
    45. Moyano, Daniel: "Cantata para los hijos de
      Gracimiano", en Hernández, J.J., Tizón, H.,
      Blaisten, I. y otros: El cuento
      argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL,
      1980.
    46. Tizón, Héctor: "El mundo, una vieja
      caja de música que tiene que cantar", en
      Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros:
      El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    47. Mantel, José: "La historia de Yaquito
      Péres", en SEFARaires.
    48. Grinbaum, Carolina de: La inocencia de los culpables.
      Buenos Aires, e.g, 2003.
    49. Ara, Guillermo: "Leopoldo Lugones", en Historia de la
      literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    50. Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
      en Antología poética. Buenos Aires, Espasa,
      1965.
    51. Bufano, A.: "En el día de la
      recolección de los frutos", en "Para todos los hombres
      del mundo que quieran habitar el suelo
      argentino". Buenos Aires, Clarín.

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter