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Inmigración italiana: actores y titiriteros



    1. Los
      Podestá
    2. Teatros
      porteños
    3. Juan
      Moreira
    4. Cocoliche
    5. Títeres de La
      Boca
    6. Títeres de San
      Carlino
    7. Teatro
      Sicilia
    8. Notas

    En esta monografía
    me refiero a los Podestá, hijos de italianos, a su
    historia y su
    legado, y a los titiriteros italianos de La Boca, que ejercieron
    gran influencia en Javier Villafañe.

    LOS
    PODESTA

    Ligurinos en el Plata

    Luis Ordaz se refiere al "matrimonio
    compuesto por el genovés Pedro Podestá y la
    también genovesa María Teresa Torterolo, dos
    jóvenes inmigrantes que se encuentran en Montevideo, a
    donde cada uno ha llegado por su propia cuenta y sin conocerse.
    Se casan en la otra Banda, pero piensan que en Buenos Aires
    existen más perspectivas para prosperar que en la
    pequeña Montevideo y cruzan el Río de la Plata. Ya
    en Buenos Aires,
    les nacen el primer hijo, Luis (1847), y el segundo,
    Jerónimo (1851). Tienen un almacén en
    el barrio de San Telmo y no les va mal, pero los nubarrones del
    horizonte de la época anuncian grandes tormentas. Los
    rosistas hacen correr el rumor de que si el general Urquiza llega
    a entrar en Buenos Aires, como amenaza, lo primero que
    hará será degollar a todos los gringos. Se trata de
    un recurso psicológico –que ya se emplea por
    entonces, como se ve- para mostrar la saña criminal del
    ‘salvaje unitario’ Urquiza y hacer entender
    precisamente a los gringos, que ya son muchos, que si la
    ocasión se presenta deben combatir decididamente por la
    ‘santa causa’ del ilustre Restaurador".

    "Pero el matrimonio
    Podestá-Torterolo toma al pie de la letra el rumor y,
    temeroso por la seguridad de su
    hogar argentino, se traslada otra vez al Montevideo del primer
    encuentro. Allí, con generosidad exuberante, a los dos
    hermanos bonaerenses se les agregan siete botijas montevideanos
    que responden a los nombres de Pedro, José Juan, Juan
    José, Graciana, Antonio, Amadea y, para cerrar la serie,
    Pablo Cecilio, que llega en 1875. Resulta curioso que hablando
    del circo criollo hayamos nombrado a figuras propulsoras y
    sobresalientes, en su mayoría, de toda una larga etapa de
    nuestro teatro".

    Ordaz evoca al fundador de esta familia de
    actores: "Los Podestá tienen como jefe, organizador y
    animador muy alerta e incansable a José J. Podestá,
    que no es el mayor de los hermanos, pero sí a quien todos
    respetan y siguen. (…) José J. (Pepe) es el primero que
    siente la atracción de los circos extranjeros que pasan
    por Montevideo y arrastra a sus hermanos hasta la playa cercana
    para repetir con ellos las pruebas. Los
    Podestá llegan a crear un circo de aficionados y hasta
    poseen una banda de música, pero
    también es José J. el que primero inicia como
    trapecista, especialmente contratado, la carrera circense que,
    más que carrera, es una pasión que corre por la
    sangre de sus
    venas y late, sin descanso, al compás de su impetuoso
    corazón".

    "Pronto los Podestá, ya todos juntos y
    encabezados por Pepe, por supuesto, forman su propio circo y en
    las andanzas son seguidos por la madre, aquella doña
    María Teresa que se ocupa ahora del mantenimiento
    de las ropas y en los días de lluvia hace tortas fritas
    para tomarlas con mate y olvidar así la frustrada función.
    El elenco fraternal se va ampliando con parientes, como ese
    Alejandro Scotti, que se casa con Graciana y llega a integrar el
    rubro Podestá-Scotti".

    "Después de mucho transitar los caminos de
    tierra con sus
    carretones, ofreciendo su arte de
    trapecistas, malabaristas, ecuyéres, forzudos y payasos,
    por las poblaciones del interior de Argentina y
    Uruguay, los
    Podestá se encuentran actuando en el Circo Humberto Primo
    de Buenos Aires (situado en la esquina de las calles Moreno y
    Ceballos, en un trozo del predio que hoy ocupa el Departamento de
    Policía). Entretanto, ya entregado por entero a la
    aventura del circo, Pepe, además de diestro trapecista
    (con sus hermanos José y Pablo compone un terceto audaz
    que figura en los programas como
    ‘Los cóndores del trapecio’), se convierte en
    el popular Pepino 88, payaso criollo que satiriza la actualidad
    política
    al compás de milonga y, de alguna manera, se contrapone a
    la elegancia impecable y al humor serio de ese tan querido clown
    inglés
    que se llama Frank Brown y se ha ganado a los espectadores
    menudos repartiéndoles caramelos" (1).

    En sus memorias,
    tituladas Desde ya y sin interrupciones (2), María Esther
    Podestá destaca que de los Podestá actores, el
    único que debe ser considerado argentino por derecho de
    suelo es su
    abuelo, Jerónimo Bartolomé. Los demás
    nacieron en Montevideo, adonde había marchado la pareja de
    inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un
    degüello de "gringos" durante el gobierno rosista.
    "La familia
    permaneció en Montevideo desde 1851 –dice
    María Esther-, y allí nacieron mis tíos
    abuelos Pedro, José Juan (Pepe), Juan Vicente, Graciana,
    Antonio Domingo, y Cecilio Pablo, quien artísticamente
    suprimiría su primer nombre".

    Recuerda a su padre, José Francisco, de quien
    dice que "como la mayoría de los Podestá, mi padre
    era músico, además de autor de comedias.
    Trabajó siempre, incansablemente, en los últimos
    años administrando las temporadas del teatro Smart de
    la calle Corrientes, rebautizado en 1967 en homenaje a la
    tía Blanca".

    En otra página nos habla de Pablo, quien
    prodigaba su talento en diversos campos del arte: "Pero no
    fue sólo como actor, cómico o dramático, que
    Pablo Podestá proyectó su singular personalidad
    artística. Hacia 1910, hallándose en gira por el
    interior del país, estrenó con su
    compañía, en el Olimpo de Rosario, una obra
    titulada Miseria, de la que era autor. También le
    pertenecía la música que completaba
    la pieza. Asimismo, había pintado el decorado. Es decir
    que simultáneamente fue autor, músico, pintor y
    actor, hecho no muy frecuente en el mundo del teatro. Del
    músico que era Pablo son difíciles de olvidar los
    acordes que compuso para el estilo de La piedra del
    escándalo, sobre los versos románticos de
    Martín Coronado. También Pablo esculpía con
    facilidad. Se conserva en el Museo del Teatro el busto que le
    hizo de niña a Eva Franco, en 1917,cuando las
    representaciones de Con las alas rotas, de Emilio
    Berisso".

    No podía faltar en estas memorias el
    homenaje a la tía Blanca, de quien dice la autora: "Blanca
    fue un crédito
    mayor de la familia. Me
    resisto a verla en el pasado porque ella avanzó en el
    tiempo y
    siguió actuando cuando muchos familiares habían
    dejado de hacerlo. Era una mujer
    fundamentalmente buena, de una imagen fuerte que
    encubría sus apacibles sentimientos. Como actriz tuvo la
    primera influencia de equilibrio de
    su padre y una segunda de Pablo, de quien fue primera actriz en
    temporadas memorables y a quien se acercó en equivalencia
    de temperamento".

    La sobrina valora los méritos actorales de la
    tía: "Tal vez Blanca, elegante e imponente, se
    debatió siempre entre su femineidad y una voz más
    bien ronca. Estaba más predispuesta para el drama que para
    la comedia, y generalmente dramas fueron los mejores aciertos en
    su carrera de estrella absoluta fuera de la órbita de
    Pablo. Nunca dejó de representar a autores argentinos pero
    después del veinte hizo una apertura al repertorio
    internacional, en una alternancia fulgurante de varias
    décadas sumadas a su ya larga e intensa carrera
    anterior".

    Aborda asimismo la cuestión del oficio y la
    importancia que tiene para el actor teatral el haberse iniciado
    en la infancia, como
    le sucedió a ella. Al respecto, comenta: "Quienes, como
    los Podestá, nos iniciamos niños
    en la carrera teatral, llegamos a una altura de nuestra
    profesión en que naturalmente el oficio (o sea la mecánica de la actuación sobre el
    escenario) nos permite, en la habitualidad, liberarnos de varias
    preocupaciones. Son muchas: moverse, simplemente moverse en
    escena, accionar las manos, colocarse de manera de no
    obstaculizar la acción ni la visual, saber escuchar y
    transmitir lo que se dice. Semejantes exigencias sólo se
    dominan con un ejercicio continuado y permanente".

    Teatros
    porteños

    En la segunda mitad del siglo XIX –afirma Ordaz-
    "se construyen en Buenos Aires numerosas salas teatrales, algunas
    de las cuales son copias fieles de las europeas de mayor
    prestigio. En primer término el Teatro Colón, el
    Colón primitivo, que data de 1857 (el nuevo y actual es de
    1908), siguiendo con los de la Opera y Variedades (1872), Liceo
    (1876), Politeama, (1879), Nacional de la calle Florida (1882),
    San Martín, de la calle Esmeralda (1887), Onrubia (1889),
    de la comedia (1891), Apolo, Casino, Argentino, Odeón
    (1892), Mayo (1893), sólo para nombrar algunos de los
    más sobresalientes construidos antes de 1900. Junto a
    ellos van creciendo tablados y tabladillos, de nivel menor, por
    lo común. Unos y otros poseen una misma característica: se hallan en manos de
    elencos extranjeros, particularmente españoles e
    italianos, pero también franceses, ingleses y de otras
    lenguas. En unos se ofrece el gran repertorio universal,
    clásico y moderno, animado por los artistas
    dramáticos y líricos de mayor fama mundial. En
    otros se componen las carteleras con zarzuelas, bodeviles y
    piezas de diversión de variado origen y, ya hacia fines de
    siglo, abunda en ellos el llamado ‘género
    chico’ hispano".

    María Esther Podestá enumera a los
    escritores que frecuentaban los teatros; entre ellos se destacan
    Martiniano Leguizamón, Martín Coronado, Gregorio de
    Laferrere, Roberto Payró, Florencio Sánchez y
    Enrique García Velloso. "Casi todos hurtaban horas al
    trabajo para esas reuniones. Unos tenían cátedras,
    otros hacían periodismo,
    unos terceros andaban en la actividad política. Muchos se
    equivocan cuando los engloban en una bohemia dorada y suponen que
    las horas les sobraban. Ninguno tenía fortuna personal. Todos o
    casi todos debían multiplicarse para
    sobrevivir".

    ¿Cómo reaccionaba el público de fin
    de siglo ante una obra? También recuerda esto la
    Podestá: si la obra gustaba, el público manifestaba
    "franca ingenuidad", "inocente entrega", pero si no estaba
    conforme, el auditorio tenía reacciones de otro calibre.
    La falta de aplausos o el silencio era la más leve.
    Solían abuchear, protestar en voz alta y con severos
    calificativos, retirarse del teatro, integrar "agresivos grupos en el
    vestíbulo para ulteriores recriminaciones a autores o
    artistas".

    Con el teatro convive un espectáculo que el
    crítico señala como "eminentemente popular": el
    circo. "Regularmente se presentan en Buenos Aires importantes
    conjuntos
    circenses extranjeros que obtienen gran éxito;
    pero más lo logran aún, en su medida, los circos
    criollos que plantan sus carpas en los baldíos de las
    esquinas ciudadanas y por los aledaños, y recorren de
    manera habitual las poblaciones del interior y llegan con sus
    carromatos hasta las localidades más lejanas".

    "Varios son los circos de esta especie que gozan de la
    atracción nunca tan popular como la de los espectadores de
    las gradas de madera
    levantadas alrededor del picadero, bajo el cobijo de una lona muy
    trajinada. Podrían nombrarse los circos de Rafetto (famoso
    forzudo y luchador, al que llamaban ’40 Onzas’) el de
    los Henault, los Anselmi, los Rivero, los Rossi, etc. Pero
    ninguno posee la trascendencia, en lo que a nuestro tema
    concierne, del de los Podestá".

    Juan Moreira

    Al hablar de nuestro teatro, surge la pregunta acerca
    del momento en el que se consolidó como un
    espectáculo nacional, superados ya los vacilantes
    años de los inicios. Angela Blanco Amores de Pagella
    escribió un libro al
    respecto, que fue publicado por el Ministerio de Cultura y
    Educación.
    En él diferencia dos etapas en el drama de nuestro
    país: "hablar de los orígenes del teatro nacional
    es referirse necesariamente a la producción que comienza en el siglo XVIII y
    perdura, sin absoluta continuidad, a lo largo del siglo XIX,
    hasta lograr una etapa contínua que se inicia con la
    representación que hicieron los hermanos Podestá en
    una recordada función
    circense sobre la novela de
    Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira, en forma de mimodrama en
    el año 1884" (3).

    "Paralelamente a la actuación de los
    Podestá en el Circo Humberto Primo –escribe Ordaz-,
    un celebrado circo de renombre internacional, el de los Hermanos
    Carlo, está cumpliendo una exitosa temporada en el antiguo
    Politeama (Paraná y Corrientes). Se trata de una
    compañía circense muy importante y sus directores
    están empeñados en demostrar que saben ser
    agradecidos. Para retribuir las atenciones que tiene con ellos el
    público de Buenos Aires, deciden ofrecer un programa de
    despedida que tenga algo que ver con el país y con su
    gente. Es muy común, por entonces, el juego en el
    picadero de mimodramas y pantomimas sentimentales, graciosas o
    con temas novelescos y heroicos. Partiendo de ese conocimiento
    puede entenderse mejor el propósito de brindar en
    pantomima Juan Moreira, novela de Eduardo
    Gutiérrez que marcara un suceso al aparecer en
    folletín, entre fines de 1879 y comienzos de 1880, en el
    diario porteño La Patria Argentina".

    "Se mantiene una entrevista con
    el autor de la novela y
    éste acepta la idea, y hasta se compromete a realizar la
    adaptación correspondiente. Sólo pone un reparo:
    los Carlo son todos extranjeros y el héroe gaucho, por lo
    menos, debe ser interpretado por un criollo. Se alcanza la
    solución del problema al proponerse la animación
    del personaje de Juan Moreira a José J. Podestá.
    Este no sólo acepta, entusiasmado, sino que también
    se lleva al elenco en pleno al Politeama para reforzar a los
    Carlo en el juego de esa
    nueva pantomima, muy original por ser criolla, de la que
    él va a ser el protagonista. (…) Los espectadores
    porteños pueden asistir a trece funciones de Juan
    Moreira, que se presenta por primera vez el 2 de julio de
    1884".

    En sus memorias, María Esther Podestá se
    refiere a esa función: "volvamos a 1884, cuando
    todavía se pensaba con mentalidad del siglo diecinueve. La
    monolítica troupe Podestá pasa íntegramente
    a trabajar en el barrial Politeama Circo Humberto 1° de
    Buenos Aires, ubicado en la calle Virrey Ceballos entre las de
    Moreno y Belgrano. Entonces ése era un lugar apartado. Hoy
    cuesta creerlo, debido al crecimiento humano y material de la
    ciudad".

    Allí los contrata Alfredo Cattáneo,
    representante de la compañía norteamericana de los
    hermanos Carlo. La actriz continúa la evocación:
    "Los Carlo deseaban que el elenco que encabezaban mis mayores
    ofreciese el Juan Moreira, que para ese propósito
    había arreglado el propio autor, el novelista Eduardo
    Gutiérrez, que había popularizado el novelón
    en entregas de folletín en el diario "La Patria
    Argentina". Como el estreno debía consumarse en beneficio
    de los hermanos Carlo, mis parientes entendieron que era una
    circunstancia propicia para destacar la armonía y
    cordialidad existentes entre los artistas circenses y acudieron
    gustosos a realizar el espectáculo. La decisión
    estuvo condicionada a la intervención integral de la
    familia, por
    encima de la suposición de que la participación
    personal de
    Pepe hubiera conformado a Cattáneo o a los Carlo. Respecto
    de esto hay distintas versiones. La pantomima Juan Moreira
    –agrega-, en cuya interpretación intervino de veras
    toda la familia Podestá, se estrenó el 2 de julio
    de 1884 y se repitió otras dos veces, con un éxito
    no advertido en otras piezas mimadas del repertorio de los
    Carlo".

    "Un día de 1886 –continúa Ordaz- la
    carpa trashumante de los Podestá se encuentra enclavada en
    Arrecifes (provincia de Buenos Aires) cuando alguien propone
    reponer Juan Moreira. A José J. Podestá le gusta la
    idea y Juan Moreira vuelve a ser jugado en pantomima, tal como
    había sido ofrecida por los Carlo en el Politeama
    capitalino"

    Por sugerencia de un francés, Don Pepe "se pone a
    la tarea de rearmar el libreto para que los intérpretes
    digan en voz alta lo que hasta entonces sólo debían
    pensar para realizar su juego pantomímico,
    agregándole nuevos parlamentos sacados de la propia
    novela de
    Gutiérrez. Así es como en la siguiente población en que levantan la carpa, que es
    Chivilcoy, los Podestá ofrecen, por primera vez hablado,
    Juan Moreira de Gutiérrez. Era el 10 de abril de
    1886".

    En 1890, "Juan Moreira adquiere una resonancia
    particular, pues ya no sólo atrae a los habituales
    espectadores populares, sino, también, y ¡de
    qué manera!, a las clases intermedia y más elevada.
    La presencia de esta última, colmando las incómodas
    sillas de los palcos enclenques, u ocupando directamente las
    rústicas gradas que rodean el picadero, sorprende y
    alborota al cronista artístico-social de una
    publicación porteña, Sud América, quien se pregunta, muy mortificado
    si el éxito no indica ‘relajación del gusto
    artístico o tendencia plebeya del espíritu’.
    Lo cierto es que al concluir ese año de 1890, tan rico en
    acontecimientos políticos, Juan Moreira logra en Buenos
    Aires el eco general que nunca había obtenido, merced a
    una representación muy bien articulada en la que
    participan los tipos e ingredientes del teatro más
    popular, desde el sainete hasta el melodrama romántico,
    sentimental y aventurero".

    Nos preguntamos por qué se considera que 1884 es
    el año que divide dos épocas del teatro argentino.
    Luis Ordaz manifiesta: "¿Qué significa y qué
    pasa con Juan Moreira, melodrama gauchesco-policíaco, para
    que pueda haber sido considerado, equivocadamente, desde luego,
    fundador del teatro nacional?".

    Angela Pagella sostiene que "si se ha estimado que con
    la consideración de Juan Moreira debe ponerse fin a esta
    serie de iniciadores es porque se entiende que el teatro nacional
    encuentra entonces la vena fecunda que lo hará perdurar en
    una actitud: la de
    ocuparse de una realidad social argentina; realidad que, por otra
    parte, había interesado ya a la poesía
    y a algunas manifestaciones novelísticas. A partir de esa
    fecha cobra impulso lo que se ha dado en llamar ‘teatro
    gauchesco’, teatro que llega un poco tardíamente
    –recuérdese no sólo la fecha de
    aparición de Martín Fierro –1872-, sino la
    prédica periodística de Hernández desde "El
    Río de la Plata" –1869-pero que afirma
    sostenidamente, desde otro género
    literario, el interés
    por esa realidad social".

    En sus memorias, tituladas Medio siglo de
    farándula (4), publicadas en 1930, José J.
    Podestá recordó la representación de 1884
    con estas palabras: "Se hacían otras pantomimas como Los
    Brigantes de la Calabria, en el que el sirviente, un inglés
    zonzo, era el héroe de la pieza; Los bandidos de Sierra
    Morena, en que el asistente del capitán hacía un
    tipo jocoso y simpático. También se representaban
    Los dos sargentos y Garibaldi en Aspromonte; de modo que, cuando
    se me propuso la representación de Juan Moreira no era un
    novel ni mucho menos en este arte".

    ¿Creería Podestá, al encarnar a
    Moreira, que estaba dando comienzo a una etapa del teatro
    argentino?

    Cocoliche

    Nace el personaje: "A fines de 1890 –afirma Ordaz-
    los Podestá se presentan en Buenos Aires con Juan Moreira
    hablado, en un corralón que hay en Montevideo y Sarmiento
    (donde en la actualidad existe un viejo mercado).
    Después de cuatro años, desde la
    presentación de Chivilcoy, el espectáculo se ha ido
    afirmando y completando con nuevas escenas y la inclusión
    de personajes como el calabrés Cocoliche y otros que
    corporizan tipos gauchescos de variado pelaje".

    Acerca del nacimiento del personaje, José J.
    Podestá escribe: "Una noche en que mi hermano
    Jerónimo estaba de buen humor, empezó a bromear con
    Antonio Cocoliche, peón calabrés de la
    compañía, muy bozal, durante la fiesta campestre de
    Juan Moreira, canchando con él y haciéndole hablar.
    Aquello resultó una nueva escena, fue muy entretenido y
    llamó la atención del público y aún de
    los artistas".

    "Por aquel tiempo
    había ingresado nuevamente a la compañía,
    sin puesto fijo, Celestino Petray, quien regresaba de la Patagonia en
    la mayor pobreza. Petray
    tenía una gran facilidad para imitar a los tanos
    acriollados, pero a pesar de sus tentativas anteriores para
    imponerse en el papel de
    gringo no triunfó hasta que en una ocasión, sin
    aviso previo, se consiguió un caballo inútil para
    todo trabajo, uno de esos matungos que por su flacura no sirven
    ni para cuero, y vestido estrafalariamente y montado en su
    Rocinante se presentó en la fiesta campestre de Moreira,
    remedando el modo de hablar de los hermanos
    Cocoliche".

    "Cuando Jerónimo vio a Celestino con aquel
    caballo y hablando de tal forma, dio un grito a lo indio y le
    dijo: -Adiós, amigo Cocoliche. ¿Cómo le va?
    ¿De dónde sale tan empilchao? A lo que Petray
    respondió: -¡Vengue de la Patagonia co
    este parejiere macanuto, amique! No hay ni que decir que aquello
    provocó una explosión de risa que duró largo
    rato. Si le preguntaban cómo se llamaba, contestaba muy
    ufano: -Ma quiame Franchisque Cocoliche, e songo cregollo hasto
    lo cuese de la taba e la canilla de lo caracuse, amique,
    ¡afficate la parata! – y se contoneaba coquetamente.
    ¡Quién iba a suponer que de aquel episodio
    improvisado, saldría un vocablo nuevo en el léxico
    popular!" (5).

    Décadas más tarde, Cocoliche aparece en
    Adán Buenosayres. Con motivo de cumplirse el
    cincuentenario de la novela, Graciela Cutuli publicò un
    trabajo en el que afirma que "Leopoldo Marechal llamò
    ‘Adàn Buenosayres’ a su alter ego literario,
    al personaje que le dio nombre a su novela màs monumental
    y lo consagrò como uno de los maestros de la prosa
    argentina. Hace cincuenta años, cuando languidecìan
    algunas vanguardias y estaban forjando su obra otros grandes
    autores de nuestra literatura, el libro se
    publicò en medio de un silencio casi generalizado: era la
    historia de un
    largo recorrido del protagonista, Adàn Buenosayres, desde
    su ‘despertar metafìsico’ en una casa del
    barrio de Villa Crespo hasta el solitario combate final de su
    alma frente al Cristo de la Mano Rota, en la Iglesia de San
    Bernardo. Era y es una novela extraordinaria, pero sufriò
    una ola de silencio, debida en parte a lo inèdito de su
    lenguaje y del
    fluir de su escritura, y
    en parte tambièn a que Marechal satirizò con
    agudeza en varios de sus episodios a muchos de sus colegas
    martinfierristas… sin que estos, que tanto se burlaran en el
    pasado de la ‘solemnidad literaria’, tuvieran el
    coraje de afrontarlo con el necesario humor" (6).

    En medio del silencio de la crìtica al que alude
    Cutuli, una voz se alzò para destacar los mèritos
    de la novela y la singular figura que la protagoniza. Dijo Julio
    Cortàzar, en 1949: "Una gran angustia signa el andar de
    Adàn Buenosayres, y su desconsuelo amoroso es
    proyecciòn del otro desconsuelo que viene de los
    orìgenes y mira a los destinos. Arraigado a fondo en esta
    Buenos Aires despuès de su Maipù de infancia y su
    Europa de
    hombre joven,
    Adàn es desde siempre el desarraigado de la
    perfecciòn, de la unidad, de eso que llaman cielo.
    Està en una realidad dada, pero no se ajusta a ella
    màs que por el lado de fuera, y aùn asì se
    resite a las òrdenes que inciden por la vìa del
    cariño y las debilidades. Su angustia, que nace del
    desajuste, es en suma la que caracteriza –en todos los
    planos mentales, morales y del sentimiento- al argentino, y sobre
    todo al porteño azotado de vientos inconciliables…"
    (7).

    Por la novela desfilan inmigrantes de las procedencias
    màs disìmiles. Entre ellos encontramos italianos,
    catalanes, gallegos, vascos, judìos, armenios, turcos,
    calabreses, sicilianos, sirios, andaluces, chinos, ingleses,
    alemanes y escandinavos. A algunos solamente se los menciona;
    otros, en cambio, son
    retratados minuciosamente en esta recorrida que el protagonista
    hace en abril de un año que no especifica.

    En el Segundo Libro, los personajes se trenzan en un
    debate acerca
    de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler,
    filòsofo villacrespense, exclama: "Estoy harto de
    oìr pavadas criollistas (…). Primero fue la
    exaltación de un gaucho que, según ustedes y a
    mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan
    los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a
    esa pobre gente del suburbio, complicàndola en una triste
    literatura de
    compadritos y milongueros!".

    Del Solar, uno de los líderes criollistas,
    contraataca: "La devoción al recuerdo de las cosas nativas
    –tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte– es
    lo único que nos va quedando a los criollos, desde que la
    ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son
    los mismos extranjeros los que se burlan de nuestro dolor!
    ¡Si es para llorar a gritos!. (…) Es verdad que la ola
    extranjera nos metió en la línea del progreso. En
    cambio, nos ha
    destruido la forma tradicional del país: ¡nos ha
    tentado y corrompido!".

    Adán Buenosayres piensa lo contrario. Sostiene
    "que nuestro país es el tentador y el corruptor, que el
    extranjero es el tentado y el corrompido". Afirma eso luego de
    haber visitado Europa y haber
    visto hombres "con un sentido heroico de la existencia". Al
    llegar aquì, los hombres encontraron "un sistema basado en
    cierto materialismo
    alegre que se burlaba de sus costumbres y se reìa de sus
    creencias. (…) los extranjeros hallaron en el paìs, no
    un sistema de orden,
    sino una tentadora invitaciòn al desorden. Casi todos eran
    ignorantes; no tenìan defensa. Y olvidaron su tabla de
    valores por
    aquel fàcil estilo de vida que les enseñaba el
    paìs. Y la obra de corrupciòn iniciada en los
    padres fue concluida en los hijos: los hijos aprendieron a
    reìrse de sus padres emigrados, y a ignorar o esconder su
    genealogìa. Son los argentinos de ahora, sin arraigo en
    nada".

    El protagonista comprende cuàl es su
    misiòn en esa circunstancia: "si al llegar a esta tierra mis
    abuelos cortaron el hilo de su tradiciòn y destruyeron su
    tabla de valores, a
    mì me toca reanudar ese hilo y reconstruirme segùn
    los valores de
    mi raza. En eso ando. Y me parece que cuando todos hagan lo mismo
    el paìs tendrà una forma espiritual".

    Otro de los lìderes criollistas expresa que "El
    paìs no necesita buscar su alma en el extranjero", pues se
    la darà el Espìritu de la
    Tierra.

    En el Libro Tercero, la polèmica se instaura, en
    otros tèrminos, cuando Marechal hace aparecer a Juan Sin
    Ropa, el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa
    –explica el folklorista Del Solar- "es el gringo desnudo
    que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano
    ignoraba: la lucha por la vida". En ese momento, "el vistoso
    gaucho fue borràndose para dejar sitio a un
    hombretòn forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a
    cuadros, botas amarillas, facòn ostentoso y un rebenque
    guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una
    efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron
    al punto la imagen
    risueña de Cocoliche".

    " Sono venuto a l’Argentina per fare
    l’América
    –declaró el aparecido-. E sono in América por
    fare l’Argentina. -¡Ajá! –le
    gritó Del Solar-. ¡Así quería verte!
    ¿No sos el gringo bolichero que con hipotecas y trampas
    robó la tierra del
    paisanaje? Cocoliche tendió y exhibió sus grandes
    manos encallecidas. –Io laboro la terra –dijo-. Per
    me si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento
    festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene
    razón el gringo – admitió Pereda. -¡Es
    un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha
    venido a enriquecerse!".

    "Y aquí la figura de Cocoliche se
    transformó a su vez en la de un anciano cuyas barbas
    patriarcales relucían como latón fino. Miraba como
    abriendo grandes horizontes, vestía un poncho de
    vicuña y un chiripá sombrío; y Adán
    Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie
    auténtica del abuelo Sebastiàn, el antepasado
    europeo de Adàn Buenosayres, quien le dice a Del Solar:
    "Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien veces el
    rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la
    tierra virgen y agrandè rebaños. Y no es mìa
    ni la tierra donde se pudren mis huesos"
    (8).

    En su trabajo "Del italiano al cocoliche" (9), Fernando
    Sorrentino se refiere a la presencia italiana en el Río de
    la Plata y a la forma en que evolucionó este idioma hasta
    convertirse en cocoliche, termino ligado a los
    Podestá.

    Escribe Sorrentino: "La Primera Junta de Gobierno Patrio
    que se formó en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810
    constaba de nueve integrantes. Seis de ellos portaban, como
    parece lo más lógico en una colonia hispana
    (Virreinato del Río de la Plata), apellidos provenientes
    de diversas regiones de España:
    Cornelio Saavedra, Juan José Paso, Mariano Moreno, Juan
    Larrea, Domingo Matheu, Miguel de Azcuénaga. Pero el
    tercio restante, a modo de involuntario vaticinio sobre la futura
    constitución poblacional del país,
    exhibía apellidos italianos: Manuel Belgrano, Manuel
    Alberti, Juan José Castelli".

    "En la Argentina basta mirar la nómina
    de un conjunto cualquiera de personas (un equipo de
    fútbol, el alumnado de un colegio, los miembros de una
    academia, las hordas de diputados y las catervas de senadores,
    las recuas y piaras de políticos, las gavillas de
    funcionarios públicos, los hampones de una banda) para
    advertir que los apellidos originarios de la segunda
    península mediterránea empatan en cantidad a los de
    la primera".

    "Digamos, grosso modo, que las huestes hispanas e
    itálicas reúnen algo así como el 80 % de
    todos los apellidos argentinos; el 20 % restante se reparte,
    ignoro en qué precisas proporciones, entre la mayor parte
    de los países de Europa y algunos del Asia.
    También viene a cuento la
    siguiente humorada de Borges: ‘A
    veces pienso que no soy argentino, ya que no tengo sangre ni
    apellido italianos’ ".

    "La gran inmigración italiana se produjo —con
    altibajos de máxima y de mínima— entre la
    segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX. El censo
    de 1887 reveló que los italianos constituían nada
    menos que el 32 % de los habitantes de Buenos Aires. Sólo
    fue suficiente una generación para trocar la nacionalidad:
    los hijos de esos italianos ya no se sintieron compatriotas de
    sus padres sino ciudadanos del país donde habían
    nacido. Naturalmente, supieron que su lengua no era
    el italiano sino el español".

    "En los siglos XIX y XX abunda, sobre todo en comedias y
    sainetes, el remedo jocoso e hiperbólico de la lengua
    española (la castilla) que empleaban los italianos. Esta
    jerga literaria artificial se denominó, muy
    afortunadamente, cocoliche, vocablo tomado de Cocoliche, un
    personaje que creó, en 1890, el acróbata y actor
    uruguayo José J. Podestá (1858-1937). Según
    parece —pues hay más de una versión—,
    el nombre del personaje se inspiró en el apellido de un
    peón del circo de los Podestá que se llamaba
    Francesco Cocoliccio y que hablaba fingiéndose compadrito
    argentino. Por ejemplo: Mi quiamo Franchisque Cocoliche, e songo
    cregollo gasta lo güese de la taba e la canilla de lo
    caracuse, amique".

    "Juan Carlos Rizzo (10), entonces niño de nueve o
    diez años, testimonia el uso, hacia 1940, del cocoliche
    (no literario sino espontáneo) por parte de los italianos
    (los tanos) que jugaban a los naipes en el comercio de su
    padre: ‘[Los criollos] jugaban al truco, al mus y al tres
    siete mezclándose con los tanos. Era gracioso escucharlos
    cuando imitaban los dichos de los gringos tratando de
    traducirlos… O cuando, a la inversa, eran ellos los que,
    acriollándose en una imitación muy graciosa del
    decir de nuestros paisanos, improvisaban sus versos. Muchas veces
    mi padre me llamó para que los escuchara… Io sono
    un criocho italiano/ que parla mal la castilla./ ¡Non se
    caiga de la silla,/ que tengue flor nella mano…!’.
    En seguida seguía el divertido contrapunto, que terminaba
    por transformarlos en auténticos payadores: ‘Y yo
    soy criollo, no gringo,/ y atajate, que te bocho:/
    ¿cómo se dice en tu lengua/ contraflor con treinta
    y ocho?’. Terminada esa partida, o la siguiente (porque el
    orden no viene al caso), uno de los truqueadores gringos
    respondía en tono de milonga pampeana: ‘Aquí
    me pongo a cantare/ co la guetarra a la mano/ e le canto
    ¡contraflore!/ Angárresela,
    paisano’.

    Renata Rocco-Cuzzi se refiere a cocoliche como la lengua
    que se hablaba en los conventillos: "En los mismos años
    30, el hermano de ‘Discepolín’, Armando,
    escribe sus grotescos denunciando el primer fracaso en la
    Argentina del ascenso social. El fundador del grotesco
    ríoplatense describe cómo los inmigrantes que
    vinieron a ‘hacerse la América’ en realidad
    quedaron encerrados en los conventillos hablando en cocoliche"
    (11).

    El término es utilizado en estudios literarios:
    Acerca de Gris de ausencia, de Roberto Cossa, señala
    Beatriz Trastoy: "no es sólo la interiorización del
    sainete sino su inversión. Cossa revierte el tradicional
    problema de los inmigrantes transplantados a un medio
    extraño y los muestra de
    regreso al país de origen, que tampoco pueden sentir ya
    como propio. El núcleo grotesco será entonces, la
    búsqueda de la identidad
    perdida en este doble proceso de
    desarraigo. Luego de vivir cuarenta años en la Argentina,
    la familia regresa a Italia: su
    sueño de inmigrantes se ha cumplido. Al igual que las
    cantinas que genoveses y napolitanos hicieron proliferar en
    ciertos barrios porteños, instalan en el Trastevere de
    Roma una
    trattoria (‘L'Argentina’), en donde sirven, vestidos
    de gauchos, platos típicos a los sones de los
    desvaídos tangos que el abuelo aporrea en su
    acordeón. La lengua, como factor de incomunicación
    y disociación, juega en la obra un papel
    fundamental. Chilo, necesita aferrarse a los ritos cotidianos
    para reafirmar su identidad de
    porteño cabal; compra todas las mañanas, durante
    veinte años, el Clarin de Buenos Aires y se obstina en no
    hablar y no querer entender el italiano. Más aún,
    toda palabra no comprendida tiene, para él, valor de
    insulto, de agresión. Su hermano y su cuñada
    conservan todavía las pautas lingüísticas
    cocolichescas de tradición saineteril que los incomunican
    con sus hijos Frida y Martín instalados, respectivamente,
    en Madrid y Londres" (12).

    TITERES DE LA BOCA

    Javier Villafañe armó su primer escenario
    "en su casa de Almagro con dos sillas y una frazada por
    telón – relata Jorge Göttling. Los
    títeres los armaba con medias y los argumentos
    surgían de su poder de
    observación. Javier Villafañe,
    nacido en 1909, asistió a las últimas funciones del
    payaso Frank Brown. Fue el pionero del oficio de titiritero cuyas
    claves descubrió en sus libros. Un
    buen titiritero hace títeres sin títeres. El teatro
    comienza por el corazón,
    se sube a la cabeza como un buen vino y se corporiza con las
    manos".

    "Usaba mameluco y zapatillas, como un reto o un
    desafío. En 1933 nace su máxima creación,
    Maese Trotamundos y habilita su carreta La Andariega, con la que
    recorrerá los caminos geográficos y sus rutas
    espirituales. Poeta, investigador, recopilador de las
    entrañables leyendas del
    país interior, Villafañe hizo de su vida la gran
    aventura. Comenzó en La Boca, pero como los genoveses
    inmigrantes, también él partiría con rumbo
    incierto" (13).

    Títeres de San Carlino

    En diálogo
    con Pablo Medina, Villafañe evoca los teatros de
    tìteres a los que asistìan los italianos de La
    Boca: "Teníamos entre diecisiete y diecinueve años
    y descubrimos los títeres de La Boca, con Wernicke,
    José P. Correch y José Luis Lanuza. Era un teatro
    estable con muñecos de origen italiano –‘los
    pupi’- que hablaban y decían los textos en
    genovés… A ese ámbito llegué por primera
    vez a los diecisiete años. ¡Qué
    impresión, quedé maravillado! Estos marionetistas
    representaban episodios de obras que duraban hasta un año.
    En estos espectáculos de los títeres de San
    Carlino, las marionetas pesaban entre 20 y 30 kilos y eran
    manipuladas por una barra. Este descubrimiento de los
    títeres de La Boca, tal vez, selló mi
    camino".

    "Desde ese momento visité reiteradamente a don
    Bastián de Terranova y a su mujer doña
    Carolina Ligotti –eran una pareja muy hermosa-,
    descendientes de antiguas familias marionetistas
    –titiriteros sus abuelos y sus padres-, quienes
    tenían en Sicilia uno de los más famosos teatros de
    marionetas. Representaban obras clásicas: Ariosto, de
    Torcuato Tasso, episodios de las aventuras de Orlando y Rinaldo,
    que duraban en episodios un año entero, y casi siempre,
    era su público –el mismo público- viejos
    italianos, nostálgicos marineros, obreros del puerto de La
    Boca y algunos curiosos como yo y como Raúl
    González Tuñón, que me había dedicado
    su libro El violín del diablo, en plena calle y con quien
    desde ese entonces, además de frecuentar el teatro de San
    Carlino, nos hicimos muy amigos".

    Recuerda la relación que lo unió a los
    titiriteros: "Estos viejos titiriteros de La Boca se convirtieron
    en grandes amigos míos. Los frecuentaba, y fui testigo de
    cómo, al igual que sus abuelos y padres, envejecieron y
    murieron al lado de sus marionetas. Conservo aún fresco en
    mi memoria el
    recuerdo imborrable de estos dos pioneros inmigrantes que
    despertaron en mí la pasión más perdurable
    por el teatro de muñecos. Desde ese instante y hasta hoy,
    con 80 años, sigo firme y fiel a ese mandato de la
    historia en constituirme en un humilde difusor de este arte
    milenario que es el títere" (14).

    El titiritero Sebastián Terranova "nació
    en Palermo en 1864. En 1890 partió hacia América.
    Estuvo primero en Brasil y
    allí casó con Carolina Ligotti, de su misma
    profesión. En 1910, vinieron juntos a Buenos Aires
    instalándose en el barrio de la Boca, donde Terranova
    dirigió el teatro de títeres San Carlino (que
    funcionó en 1910 en Olavarría al 600, y en 1919 en
    Necochea, entre Suárez y Brandsen). En dicho teatro, tuvo
    un gran ayudante en Camilo Verdine. Había reunido
    centenares de figuras y una gran variedad de escenografías
    y otros elementos para las representaciones teatrales, pero en
    1940, un desbordamiento del Riachuelo arrasó con los
    muñecos de su teatro y destruyó
    prácticamente todo" (15).

    Su esposa, Carolina Ligotti, "nació en Palermo,
    en 1874. Procedía de una familia de tradición
    titiritera. Se trasladó a Brasil donde
    casó con Sebastián Terranova, de su misma
    profesión. En la ciudad brasileña de San Pablo
    permaneció doce años, actuando siempre con
    títeres. En 1910, llegó a Buenos Aires con su
    esposo. Se instalaron en el barrio de la Boca, con el teatro San
    Carlino, y por último en el cine Irala,
    frente a la Plaza Brown, en la Vuelta de Rocha. Llegaron a tener
    centenares de títeres que encarnaban a los personajes de
    la caballería andante. La inundación de 1940
    arrasó con casi todos ellos y con la utilería
    teatral. Carolina Ligotti era también pianista de
    género clásico y moderno; actuó en cines del
    barrio bonaerense de Villa Crespo, en los intervalos en que
    dejó el teatro de títeres" (16).

    Como homenaje a la muerte de
    Villafañe, se publicó el artículo "Tristeza
    de Pinochos", en el que se destaca la influencia que los
    italianos tuvieron en el descendiente de españoles: "A los
    86 años falleció el maestro de titiriteros Javier
    Villafañe, que además supo ser dramaturgo, escritor
    y poeta. Fue en La Boca, barrio porteño de malandras y
    poetas, soñadores y pescadores, donde a sus 17 años
    y ayudado de sus amigos construyó el primer teatro de
    titeres. Sesenta y nueve años después, Ciudadano
    Ilustre de Buenos, falleció victima de un paro cardiaco en
    el Sanatorio Valle y fue velado en la Intendencia".

    "Dice la leyenda que en sus comienzos llevó sus
    historias como aquel titiritero de Serrat que iba de pueblo en
    pueblo, en un carro llamado 'La Andariega'. Corrían los
    años '30. Antes había estudiado con Don
    Bastián y Doña Carolina de Terranova, genoveses de
    La Boca. Saulo Benavente también le impartió
    lecciones y le aconsejó montar una carpa y convertirse en
    juglar medieval" (17).

    En "Un poeta que recorrió el mundo contando
    historias con la ayuda de sus títeres" relata Bibiana
    Ricciardi: "Escribió su primera obra para títeres,
    Juan Farolero, cuando estaba haciendo el servicio
    militar en El Palomar. Pero, según él mismo
    confiesa, estuvo muy influida por el trabajo del
    grupo de la
    Boca Los Títeres de San Carlino, a los que
    Villafañe admiraba. Ellos trabajaban con marionetas muy
    grandes. (…) Cuando programaron el repertorio para La Andariega
    pensaron en marionetas como las de la compañía de
    la Boca, pero eran demasiado grandes para el carro. Fue entonces
    cuando se les ocurrió utilizar muñecos de guante.
    ‘Pero acá en el año 33 no había
    tradición de guante, entonces tuvimos que hacerlos
    nosotros sin tener a quien recurrir’. Desde entonces
    Villafañe construye los muñecos con los que
    trabaja" (18).

    La obra El caballero de la mano de fuego, de Javier
    Villafañe, "fue inspirada por los títeres de un
    teatro de italianos que trabajaban en La Boca. La obra recoge
    varias leyendas de
    caballería que tanto abundaban en Palermo (Sicilia). Como
    todas las gestas de caballería, el tema es el rescate de
    una princesita por un valiente caballero" (19).

    Teatro Sicilia

    "También por esos años –relata Pablo
    Medina- descubrió (Villafañe) el teatro de Vito
    Cantone, de Catania, Italia, que se
    instaló en La Boca, en la calle Necochea 1339, sobre el
    ‘camino viejo’. Ahí estaba el Teatro Sicilia:
    teatro de títeres, seres de ficción construidos en
    madera,
    vestidos y ornamentados con terciopelo, seda y otras telas de
    múltiples colores. Cantone
    provenía de una dinastía aggiornada y muy antigua
    de la historia de los títeres sicilianos. Llegó a
    la Argentina con la gran inmigración de 1895" (20).

    Vito Cantone "nació en Catania, en 1878.
    Proveniente de familia de titiriteros, su abuelo materno Cayetano
    Crimi, fue autor del prólogo de Jerusalem Libertada,
    adaptada al teatro de títeres. En 1895, al fallecer su
    padre, Vito Cantone vino con su madre a Buenos Aires. De
    inmediato, se instaló con los títeres en el Teatro
    Sicilia, en Necochea 1339. En ese local representó el
    más variado repertorio de la dramática titiritera.
    Su madre, Nazarena Crimi, participaba con su canto en estas
    representaciones. Entre los personajes que desfilaban en escena
    figuraron Orlando, Reinaldo, Carlos Martel, Carlomagno, la
    princesa Bradamante, Herminio, Rogelio del Aguila Blanca, otros
    paladines de Francia, el
    emperador africano Agramonte. Asimismo, entre las obras que
    representó Cantone figuraron: El desafío de
    Barletta, Romeo y Julieta,
    Otelo, Don Juan Tenorio, El Romance de Tulio y Adelaida escrito
    por Juan Cantone, su padre (quien también había
    escrito las escenas de la Pasión de Nuestro Señor
    Jesucristo, que se representaba en las proximidades de Navidad). Vito
    Cantone fabricaba muñecos característicos de Catania, erectos y
    más altos que los de Palermo. Los primeros titiriteros de
    la Boca fueron sicilianos, y entre ellos, se contaron
    colaboradores de Cantone tales como Vito Correnti, José
    Macarigno, Salvador Costa, José Constancio Grasso, Felipe
    Puglionese, Nicolás Scuccimaro, Carmelo Nicostra, Leonardo
    Maccheroni y otros" (21).

    A Cantone, "Javier lo evoca con afecto: ‘El Teatro
    Sicilia, si mal no recuerdo, representaba viejos romances como
    ‘Carlo Magno Imperatore’, textos sobre los Paladines
    de Francia y
    tantos otros actos fantásticos del teatro. Cantone
    poseía además una voz muy grata, dulce, con
    inflexiones sonoras unas veces y marciales otras, según
    fuera el personaje representado" (22).

    En ese teatro trabajó Juan de Dios Filiberto: "el
    8 de marzo de 1885 nació el primero de los cuatro hijos
    que tuvo el matrimonio formado por Juan Filiberti y Josefa
    Roballo. Su primer contacto con la música lo tuvo a los
    seis años, cuando su padre lo llevó a la localidad
    de Lobos a visitar a un tío que era dueño de un
    local llamado ‘La Estrella’ (sí, el mismo
    donde murió Juan Moreira). Allí empezó a
    degustar el verdadero sabor a Tango. A los 9
    años tuvo que empezar a ayudar en la manutención de
    la familia. Hizo de todo: trabajó en un bazar,
    vendió diarios, billetes de lotería, fue ayudante
    en una confitería, calderero en los establecimientos
    navieros de Mihanovich, obrero en la fábrica ‘La
    Platense’, carbonero, estibador, herrero y ‘tocador
    de organito’ en el teatro de títeres
    ‘Sicilia’ " (23).

    …..

    Actuando o dando vida a títeres, los inmigrantes
    italianos contribuyeron al desarrollo del
    teatro argentino.

    Notas

    1. Ordaz, Luis: "El teatro. Desde Caseros hasta el
      zarzuelismo criollo", en Historia de la literatura argentina.
      Buenos Aires, CEAL, 1980.
    2. Podestá, María Esther: Desde ya y sin
      interrupciones. Buenos Aires, Corregidor, 1985.
    3. Blanco Amores de Pagella, Angela: Iniciadores del
      teatro argentino. Buenos Aires, Ediciones Culturales
      Argentinas, 1972.
    4. Podestá, José J.: Medio siglo de
      farándula – Memorias. Buenos Aires, Río de
      la Plata, 1930. Citado por Ordaz
    5. ibídem
    6. Cutuli, Graciela:
    7. Cortázar, Julio: en Adán Buenosayres.
      Buenos Aires, Sudamericana, 1984.
    8. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos
      Aires, Sudamericana, 1984.
    9. Sorrentino, Fernando: "Del italiano al cocoliche",
      Centro Virtual Cervantes Lunes, 31 de marzo de 2003
    10. Rizzo, Juan Carlos: Las Catorce Provincias (relatos
      del boliche). Buenos Aires, 2002, págs. 205-206. Citado
      por Sorrentino.
    11. Rocco Cuzzi, Renata: "Mitos del
      granero del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 26 de marzo
      de 2000.
    12. Trastoy, Beatriz: "Nuevas tendencias en la escena
      argentina, el neogrotesco", en Teatro del Pueblo Somi La
      Nona.htm diciembre 1987.
    13. Göttling, Jorge: "Biografías de Buenos Aires", en
      Clarín, Buenos Aires, 7 de agosto de 2003.
    14. Medina, Pablo: "Historias de ida y vuelta", en
      Villafañe, Javier: Antología. Obra y
      recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
    15. Petriella, Dionisio: en www.dante.edu.ar/diccionario.htm
    16. ibídem
    17. S/F: en Microsemanario Año: 6 Nro: 233 del 25
      de marzo al 7 de abril de 1996
    18. Ricciardi, Bibiana: "Un poeta que recorrió el
      mundo contando historias con la ayuda de sus títeres",
      en La Maga, Buenos Aires, 12 de enero de 1994.
    19. S/F: en La Voz del Interior on line.htm.
      Córdoba, 3 de octubre de 2002.
    20. Medina, Pablo: op. cit
    21. Petriella, Dionisio: op. cit.
    22. Medina, Pablo: op. cit..
    23. S/F: "Homenaje. Juan de Dios Filiberto", en Sucesos
      semanales.htm

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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