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Inmigración en la Argentina: los rusos



    1. En memorias
    2. Testimonios
    3. En
      biografías
    4. En novelas
    5. En cuentos
    6. En
      poesías
    7. En teatro
    8. En cine
    9. En
      historietas
    10. Notas

    En esta monografía
    me refiero a la presencia en testimonios, biografías y obras
    literarias de los inmigrantes que en la Argentina fueron
    conocidos como "rusos", aunque provenían de diferentes
    naciones. Incluyo asimismo a Witold Gombrowicz y Stephan Erzia,
    quienes, aunque regresaron a sus países de origen,
    vivieron aquí durante décadas.

    En 1998, la novela Virgen,
    de Gabriel Báñez, resultó finalista del
    Premio Planeta. En ella evoca la confusión reinante, en la
    década del 30, en lo que respecta a las nacionalidades de
    los inmigrantes, y señala quiénes eran llamados
    ‘rusos’: "los ucranianos, judíos, rumanos,
    lituanos y polacos eran rusos (…). Había llegado a un
    país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo
    que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión
    elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad"
    (1).

    En
    memorias

    Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en
    la provincia de Buenos Aires, y
    primer cronista de un asentamiento judío en la Argentina.
    "Dejó escrito su interesante testimonio sobre la llegada
    al país, en 1891", en el que manifiesta: "el vapor
    alemán Tioko me trajo a Buenos Aires de
    Hamburgo, junto con otros trescientos inmigrantes, después
    de una travesía de treinta y dos días. Aún
    antes de que el barco entrara en el puerto, al divisar desde
    lejos la ciudad envuelta por palmeras, nos sentimos dominados por
    la alegría. Las madres levantaban en alto a sus
    pequeñuelos, diciéndoles jubilosamente: -Miren,
    chicos; ahí está el paraíso, la tierra
    bella y verde que el bondadoso Barón de Hirsch ha comprado
    para vosotros" (2). Días después advertirían
    que la realidad poco tenía que ver con sus
    expectativas.

    Relata el pampista Mauricio Chajchir, en sus memorias: en
    1891 "se abrió el comité del Barón de
    Hirsch. Fue una salvación para los judíos y
    empezó el registro de las
    familias. Aceptaban solamente familias con hijos varones. Los que
    no los tenían, se daban maña. Hacían
    inscribir a un soltero como hijo y la cosa marchaba".

    El Galatz, buque de carga de bandera francesa alquilado
    por el Barón Hirsch, emprende su viaje hacia la Argentina.
    El cuarto día "empezó la tormenta con lluvia
    huracanada. El buque se hamacaba cada vez más fuerte. En
    la bodega el pasaje empezó a rodar mezclándose con
    los bultos y fardos. Se levantaban olas de casi ocho metros de
    alto que barrían la cubierta y se metían en la
    bodega, cubriendo con agua salada a
    los niños y
    mayores. (…) De repente llegó una orden urgiendo a todos
    los barones a subir a cubierta para rezar. Rezaron los Teilim
    (salmos) de memoria, con
    tanto fervor como nunca más he visto en mi vida. Entre
    nosotros venían tres hermanos Kaplán. El menor de
    ellos estaba entre los mástiles, seguramente agarrado para
    no caerse, y al romperse un palo le pegó en la cabeza y lo
    mató. Después de tres días cesó la
    tormenta y amaneció un día de sol. Salimos a
    cubierta a secar las ropas, mientras los marineros barrían
    y limpiaban los objetos destrozados".

    Los inmigrantes dejan el Galatz para continuar el viaje
    en tren, y luego abordan el Pampa, el cual "llevaba unas 5 o 6
    vacas en cubierta para ser faenadas por el Shoijet y tener carne
    kosher cada tanto, pero muchos no la comían pues las ollas
    eran treif (impuras)".

    Cuando llegaron fueron alojados en el Hotel de
    Inmigrantes: "No sé de dónde surgió la
    versión que los cocineros y el personal eran
    judíos españoles y por consiguiente todo era
    kosher. Y ¡ah! Por primera vez durante todo el viaje, todo
    el pasaje disfrutó de una buena cena. Al día
    siguiente una comisión de mujeres fue a investigar a la
    cocina para ver si salaban la carne y se encontraron con una
    cabeza de cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de
    vomitar lo que habían comido la noche
    anterior".

    De Buenos Aires viajaron a Miramar y fueron hospedados
    en el Hotel Atlántico, donde permanecieron hasta que se
    inició el traslado a Entre Ríos. Chajchir escribe
    en sus memorias: "Lo
    que recuerdo de allí y lo conservo aún hoy
    día, es el gusto del té recocido y endulzado con
    azúcar
    negra, la que no era refinada y que hoy la llaman azúcar
    rubia. Ah! Hasta me parece que siento el gusto y el olor del
    té recocido con azúcar negra".

    Recuerda en otro pasaje: "Nos habían dado matze
    para cuatro días, por lo que una delegación
    viajó a Villaguay y regresó al otro día en
    el tren con 5 bolsas de harina. De inmediato, al primer
    día hábil de la semana de Pésaj, jal-amoed,
    o mejor dicho la noche antes, calentaron y amasaron con palos
    improvisados. Una espuela de bota que se quitó un
    peón sirvió para cortar las hojas".

    Cuenta una travesura que hizo con otros
    compañeros: "Yo sí que tomé clandestinamente
    un vaso de leche. Un
    día nos juntamos tres muchachos y fuimos por una senda a
    una casita, de la que habíamos oído que
    convidaban con leche a los
    visitantes. Fuimos repitiendo todo el camino la palabra leche
    para no olvidarnos. Llegamos, el más grande de nosotros
    dijo –leche-, largaron una carcajada y nos dieron un vaso
    de leche a cada uno. Como no sabíamos cómo decir
    gracias, hicimos una reverencia en señal de
    agradecimiento. Y hubo más carcajadas".

    Luego de pasar un tiempo en
    Miramar, los inmigrantes fueron conducidos a Entre Ríos:
    "En 8 carretas tiradas por tres yuntas de bueyes nos trasladaron
    a los lotes que después se llamaron Rosh-Pina. Era un
    día de mayo, de mucho calor y
    sofocante. Se acomodaron a los gringos en las carretas, mujeres,
    hombres, niños,
    cachivaches, leña y además 8 chapas de zinc para
    cada familia, para
    hacer las viviendas, porque en el lugar no había
    absolutamente nada. Todos iban arriba en las carretas. (…) No
    había alambrado alguno. La primera carreta volteaba los
    cardos altos que crecen en tierra virgen.
    La última ya marchaba por una huella. (…) Se armaron las
    carpas, una para cada familia. A eso de
    la medianoche se largó a llover. Por suerte no era
    fría. El temporal siguió como unos ocho
    días. Cuando paró el temporal, la JCA mandó
    maderas de sauce y blanquillo, también paja. Un capataz
    con varios peones empezaron a hacer los ranchos. Las paredes
    tenían que hacerlas los mismos colonos con adobes o de
    chorizos según el gusto. Algunos se ingeniaron para hacer
    las paredes cortando directamente de la tierra
    húmeda y colocándolos con las raíces y
    pastos que aún tenían. Y estos transformados en
    paredes seguían creciendo" (3).

    Entre los inmigrantes que arribaron a nuestro
    país llegó Alberto Gerchunoff, de origen ruso,
    nacido en Tulchin, Vinnitsa, en 1883, quien se estableció
    con su familia en una colonia de Villaguay, Entre Ríos,
    después de que el padre fuera asesinado en Moisés
    Ville, Santa Fe. "En aquellos años ya distantes
    –recuerda en su "Autobiografía" (4), escrita en
    1914-, los judíos no emigraban, y la tentativa de
    colonización del Barón Hirsch iluminaba a los
    israelitas de Tulchin, como la esperanza mesiánica del
    retorno al reino de Israel".

    En sus páginas autobiográficas, se
    describe a sí mismo vestido a la usanza de la nueva
    tierra: "como
    todos los mozos de la colonia, tenía yo aspecto de gaucho.
    Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con espuela
    sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de
    luciente argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las
    boleadoras".

    En la colonia entrerriana a la que se trasladan luego de
    que el padre es asesinado, manifiesta un profundo gusto por el
    folklore: "En
    Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas
    comarcanas. La tradición del lugar, los hechos memorables
    del pago, las acciones
    ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a
    través de los relatos pintorescos y rústicos de los
    gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que abrieron mi
    corazón
    a la poesía
    del campo y me comunicaron el gusto de lo regional, de lo
    autóctono, saturándome de esa libertad
    orgullosa, de ese amor a lo
    criollo, a lo nativo que debió, más tarde, fijar mi
    inclinación mental. En aquella naturaleza
    incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego
    de la campiña surcada de ríos, mi existencia se
    ungió de fervor, que borró mis orígenes y me
    hizo argentino".

    El 21 de agosto de 1939, el escritor Witold Gombrowicz
    desembarcó en Buenos Aires; había sido invitado a
    la travesía inaugural del transatlántico Chorbry.
    El estallido de la segunda guerra
    mundial y la invasión de Polonia por las tropas
    alemanas lo obligaron a desterrarse; fue así como un corto
    viaje se transformó en un exilio de más de veinte
    años.

    Durante esos años, Gombrowicz vivió la
    difícil experiencia de integrarse a un país nuevo,
    que suscitaba en él juicios personalísimos referidos a diversos
    aspectos de su cultura. El
    extranjero nos observaba y surgía la inevitable
    comparación con la tierra que había abandonado; de
    esa comparación, algunas veces salíamos
    beneficiados, otras no. Alrededor de 1960, Radio Europa Libre le
    encargó que ofreciera una serie de charlas destinadas a
    sus compatriotas; Peregrinaciones argentinas (5) recoge aquellas
    referidas a nuestro país y a su realidad política y
    económica, así como también a sus bellezas
    naturales.

    A nuestro criterio, son tres los temas que pueden
    considerarse fundamentales en estas charlas. En primer lugar, la
    confrontación entre polacos y argentinos; algunos rasgos
    nuestros desconciertan al autor, ya que no logra entenderlos.
    Sobre la forma de encarar las dificultades, afirma: "Todas esas
    noticias me habrían aterrorizado de verdad si las hubiese
    leído en un periódico
    europeo, pero desde aquí todos esos sobresaltos toman un
    aire
    exótico, como si no se refiriesen a la Argentina, sino
    precisamente a Europa u otro
    continente lejano. Los paisajes de nuestra nación
    despertaron también la admiración del escritor;
    para dar una idea más clara de cuanto describe a sus
    oyentes polacos, habla de los ríos y los lugares
    argentinos comparándolos con aquellos que los
    radioescuchas conocen directamente. Por último, cinco
    capítulos se ocupan del existencialismo, al que Gombrowicz analiza en
    Polonia y en América.

    Con la amenidad típica de una exposición
    destinada a un público amplio y distante, las charlas del
    autor de Ferdydurke plantean importantes cuestiones para pensar,
    en un mundo convulsionado por sus contrastes y sus confusas
    ambiciones.

    María Arcuschín escribió De Ucrania
    a Basavilbaso (6) obra en la que rinde homenaje a sus antepasados
    y a quienes llegaron a América
    en busca de un futuro mejor, al tiempo que narra
    su propia vida en el seno de la colectividad judía
    entrerriana.

    Esta colectividad, hábilmente retratada en su
    obra, tiene muchos rasgos en común con otras
    colectividades que, desde lugares remotos del mundo, llegaron al
    país impulsadas por el anhelo de una existencia digna, la
    que por distintas razones no podían tener en sus tierras
    de origen. En este cúmulo de inmigrantes, sin embargo, los
    extranjeros presentados por Arcuschín son indudablemente
    singulares.

    La escritora evoca la gesta de quienes cruzaron el mar y
    los ecos que tuvo en los argentinos. Recuerda los relatos
    familiares sobre la razón que los llevó a emigrar:
    los antepasados ""Fueron casa por casa, puerta por puerta
    alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la
    urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de
    paz".

    En la obra se observa la incidencia del momento
    histórico y el ámbito geográfico en los
    personajes; la presencia de la autora en el texto; la
    religión y
    la
    educación, el trabajo y
    las diversiones, como así también las reiteradas
    agresiones que sufrieron los judíos de esa provincia, y
    las consecuencias que trajeron a la autora y su
    familia.

    Rosalía de Flichman escribió Rojos y
    blancos. Ucrania (7). En esta obra en evoca su infancia, en
    la que la amargura era una realidad cotidiana. Las persecuciones,
    la revolución, la guerra civil,
    las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las
    inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía
    debe enfrentarse a muy corta edad: "Los blancos están en
    la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los
    hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las
    niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios
    continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como
    somos despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos
    reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir,
    duele".

    Más adelante manifestará una preferencia,
    en su desgracia: "Quiero que vuelvan los rojos; cantan la
    ‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan
    pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados,
    asesinos". Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su
    país de origen por dos motivos: su condición de
    judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la
    amenaza constante a la que estaban sometidos, también
    significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya
    que la madre se apoyó "en instituciones
    judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de
    Rusia", y el hecho de ser pudientes les permitió una
    salvación que a otros estuvo negada.

    Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el
    padre, al que no ve desde hace años. Después de
    muchos trámites, emigran para reencontrarse con él.
    Por fin, llegan a Mendoza. Ha comenzado para Rosalía "una
    larga vida en la Argentina, una vida plena y feliz".

    "El gran cambio en las
    costumbres de los judíos ortodoxos se produjo cuando la
    segunda generación en el país, o sea la de mi padre
    –señala Benedicto Kaplan-. Así como los de la
    primera generación todos llevaban largas barbas, salvo
    algunos elegantes que se las recortaban en punta, los de la
    segunda generación se afeitaron casi sin excepción,
    cambiaron sus hábitos alimentarios, adoptando los de los
    gauchos. La religión se
    siguió practicando en las grandes fiestas. Aparecieron los
    primeros gauchos verdaderos: bombachas anchas en lugar de
    pantalones, faja con tiradores y facón, asados, mate y
    carreras cuadreras. En la generación tercera, o sea la
    mía, este tipo humano pintoresco se multiplicó en
    todas las colonias" (8).

    Mario Diament realizó un extenso reportaje a
    Máximo Yagupsky, que fue publicado con el título de
    Conversaciones con un judío. Entre otros conceptos, el
    entrevistado manifestó: "¿Cómo han venido
    aquí nuestros judíos? Escapando,
    prácticamente, de pogroms. Los que han venido a la
    Argentina, sobre todo. No los movía, como a los italianos,
    el buscar una vida más confortable o huir de la miseria.
    Allá los judíos eran pobres, pero estaban
    acostumbrados a la pobreza.
    Amaban la vida en el ghetto porque significaba la vida en
    común, en la gran familia, a tal extremo que mi abuela
    murió a los noventa y tantos años y hablando de su
    país de origen decía siempre ‘allí, en
    mi casa’. A pesar de que vivían en la miseria, era
    su hogar".

    Yagupsky afirma que "A los colonos, no acostumbrados a
    la vida en esas vastas llanuras, les resultaba muy difícil
    soportar la soledad, lejos de los centros de civilización.
    El único aliento a su angustia era ver que el gaucho los
    acogía con beneplácito. Y se estableció una
    amistad con el
    gaucho y hasta, por momentos, un afecto casi fraternal"
    (9).

    En Postales
    Imaginarias/2. Nuevos viajes
    alrededor de la Tierra antes de Internet, Ricardo Feierstein
    no refleja sólo la historia de sus mayores,
    sino asimismo la suya propia y la de quienes lo rodean, a
    través de una diversificada gama de recursos
    estilísticos.

    Encontramos aquí al autobiógrafo, que se
    refiere con nostalgia y ternura a Villa Pueyrredón, barrio
    al que llama -en una dedicatoria a Humberto Costantini- la
    "patria común" de ambos. En una visión
    retrospectiva, que se inicia en 1957 y se cierra en 1945,
    recuerda su adolescencia y
    su infancia
    –así, de acuerdo al recurso temporal elegido-, en
    las que tienen incidencia el despertar sexual, la familia,
    las raíces que llegan en la forma de viejos discos
    encontrados fortuitamente…

    El autor aparece también en el episodio acaecido
    en Córdoba, en 1963, en el que a una provocación
    antisemita le sucede un insulto, luego una puñalada; en
    fin, la historia de
    siempre, aunque cambien los personajes. Cuenta en "Primera
    sangre":
    "teníamos un poco de miedo, pro mezclado con sorpresa, esa
    sorpresa producida por algo inesperado, uno de esos hechos que
    escapan a la rutina y desconciertan; no entendíamos por
    qué gritaron "heil Hitler" cuando
    pasaron marchando con paso rígido por el camino,
    vociferaron una, dos, tres veces, cerca de nuestro grupo que
    conversaba y cantaba sentado en el césped. Y nos
    levantamos de un salto, porque esas voces recordaban una noche
    turbulenta, ancianos y niños marchando arracimados,
    aterrorizados; viejos rabinos con expresión de horror,
    fuego, sangre, una
    horrible pesadilla que habían contado nuestros mayores y
    que guiñaba sus ojos en las películas"
    (10).

    Testimonios

    El doctor Nicolás Rapoport narra sus recuerdos de
    la época en la que, siendo estudiante de medicina,
    colaboraba en la atención de los recién llegados en
    el hospital del Hotel de Inmigrantes. El relata: "Los que
    cursábamos medicina, a
    diario comprobábamos la angustia de los infelices,
    ignorantes del idioma, no entendiendo las preguntas que les
    dirigían los médicos en sus habituales
    interrogatorios. Los ojos tristes de los cuitados, las miradas
    despavoridas de los enfermos, nos sumían en íntima
    congoja y conmiseración. Todos los días los cuatro
    o cinco estudiantes judíos que asistíamos a los
    hospitales servíamos de intérpretes para llenar las
    historias clínicas. Era conmovedor ver cómo se
    iluminaban los ojos de los míseros al oír una
    palabra en idish o ruso. Revivían, lloraban dando escape a
    su dolor moral"
    (11).

    Un documento falso permitió indirectamente la
    llegada al país de Pedro Roth, "el mayor cronista
    gráfico de la plástica argentina", nacido en
    Budapest en 1938. El vivió en Hungría durante la
    Segunda Guerra
    Mundial y llegó a Buenos Aires –explica-
    "gracias a un negocio algo oscuro del doctor Liber, un primo
    segundo de Rosalía, mi madre, que le compró un
    pasaporte falso al cónsul argentino en Montecarlo el
    año de mi nacimiento. Puede que el funcionario fuese algo
    informal, pero le salvó la vida y nunca dejaremos de
    recordarlo. Bueno, Liber llegó e instaló una
    fábrica de jabón en San Martín. Mi madre, mi
    abuela Eugenia y yo llegamos en 1954 y nos establecimos en
    Florida" (12).

    En "La mesa de mis abuelos",
    Carlos Szwarcer evoca el Pésaj de los judìos
    inmigrantes: "Vivíamos en el corazón de
    Villa Crespo, un barrio del centro geográfico de la ciudad
    de Buenos Aires. (…) de todas las fiestas celebradas en
    ese espacioso comedor espejado, fue Pesaj la que dejó en
    mí la huella más profunda. Desde chico, algo simple
    y contundente me marcó en cada conmemoración: el
    significado de libertad que emanaba de su historia.
    Trascendió más allá de lo religioso, de la
    tradición o de lo simbólico, y cada año fue
    adquiriendo mayor dimensión".

    "Me aferro frecuentemente a la imagen de una
    familia que se encuentra en algún lugar de la memoria que
    hoy me parece paradisíaco, eran grandes momentos
    iluminados por la felicidad. Pasaron entremezclados en un
    carrusel interminable los Roshashaná, las Navidades, el
    Bar Mitzvá, los Años Nuevos, los cumpleaños
    o las Siete Candelas, pero además, irremediablemente, los
    midrash, los kadish y los entierros, mientras deshojábamos
    los fugaces calendarios, dagas del destino" (13).

    Los descendientes de una inmigrante cuentan la forma en
    que ella y sus hijos salvaron la vida: "Ana Dubroff vino
    vía Génova, con León (hijo) y Berta. Una
    señora que viajaba en el mismo barco se enfermó
    gravemente. Ana era o se hizo muy amiga y cuando el
    capitán del barco decidió que la enferma
    debía bajar en Génova por la gravedad de su
    estado, Ana
    decidió a su vez bajar con su familia y quedarse a
    cuidarla. El barco siguió su viaje y naufrago, sin llegar
    jamas a Argentina. Eso explica por que la familia
    Dubroff era de las pocas que arribo a Argentina sin samovar: la
    mayor parte de sus cosas se hundieron con el barco"
    (14).

    La escritora María Esther de Miguel conservaba en
    su casa un samovar que había pertenecido a sus
    antepasados. Ella dijo a Cristina Pizarro: "por parte de madre
    era más bien de las colonias que rodeaban a Basavilbaso,
    las moscas (…) En mi familia no eran católicos pero casi
    toda la familia después se hizo católica. Pero
    tengo una hermana que no es bautizada, mi única hermana".
    Entre los objetos que atesora, se cuentan "esa dulcera con todas
    las cucharitas, era de la familia de mi madre. Por ahí
    teníamos un samovar ruso de la familia. Un banco de mi
    abuela materna" (15).

    La actriz Mariana Briski recuerda que en Córdoba,
    su abuela tenía unas tacitas de té que había
    traido desde Rusia (16).

    En la nueva tierra, había reglamentos que
    cumplir. Samuel Watch, polaco, había llegado años
    antes; al arribar Raquel, "para poder bajar
    del barco se tuvieron que casar en el Hotel de Inmigrantes, casi
    sin conocerse" (17).

    Jacobo Randler, polaco, recuerda que el dormitorio del
    Hotel de Inmigrantes "era un salón enorme con cuchetas de
    a tres camas. Cuando vimos las camas perdimos las ganas de
    acostarnos. Con Melcer convinimos dormir afuera sobre unos
    bancos de
    cemento que
    había. (…) Al día siguiente nos levantamos muy
    temprano. El barco de piedra era muy duro y estábamos a la
    intemperie pero las camas estaban tan sucias y tenían
    tantos bichos que teníamos miedo de amanecer de nuevo en
    Polonia".

    Va a visitar a unos paisanos: "Al salir del Hotel de
    Inmigrantes, el bulto con mis cosas estaba en el depósito.
    Las personas de la Asociación de ayuda a los inmigrantes
    me habían anotado en un papel en
    castellano la
    dirección y el apellido de la familia que
    buscaba. Era una especie de volante donde estaba impreso que era
    un inmigrante recién llegado y se pedía a la gente
    que lo leyera me ayudara a llegar a esa dirección, que era en la calle Jean
    Jaurés de la ciudad de Buenos Aires. Me indicaron tomar el
    tranvía número 2 y que le mostrase el papel que
    llevaba al motorman para que me indicara dónde
    bajar".

    Encuentra a la familia que buscaba, uno de cuyos
    miembros le asegura el empleo y
    promete pasar a buscarlo al día siguiente. "Al volver al
    Hotel, Meltzer me estaba esperando. Me contó que
    había vuelto una de las personas de la Asociación
    de ayuda, que a él le habían conseguido en la casa
    de un relojero, a otros los habían ubicado con carpinteros
    o sastres, cada uno según su profesión y que a
    todos los iban a ir a buscar al día siguiente"
    (18).

    En septiembre de 2000, se inauguró Casa FOA en el
    Hotel de Inmigrantes. El estudio de Laura Ocampo y Fabián
    Tanferna, que tuvo a su cargo la ambientación de uno de
    los dormitorios, "antes que una reconstrucción
    histórica, prefirió hacer un homenaje a todos
    aquellos que vinieron con el coraje de iniciar una nueva vida"
    (19). Para ello, contaron con la colaboración de algunos
    de los inmigrantes que se hospedaron en el Hotel, quienes narran
    sus historias en sendas grabaciones. Entre estos hombres y
    mujeres estuvieron los húngaros Antonieta Rubido Zichy de
    Eicket, Américo de Gosztonyi, Esteban Bergner y Eugenio
    Weisz; y Ana Wasinger de Schaab, nieta de ruso
    alemanes.

    Después de viajar durante cuatro años, los
    húngaros Horogh llegaron al Hotel de Inmigrantes
    porteño. "Por fortuna apareció allí un
    señor descendiente de suizos –propietario de un
    molino harinero- que buscaba emplear a un técnico
    electricista, la profesión de Béla. Así fue
    que de inmediato consiguió trabajo y la familia se
    trasladó a Estación Matilde, un pequeño
    pueblo del interior de la provincia de Santa Fe" (20).

    En el Hotel de Puerto Madero, un panel reproducía
    las palabras del polaco Pablo Nowak (21). Este hombre,
    llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos
    asados que se hacían al mediodía y agradece las que
    califica como sus primeras buenas comidas en toda la
    vida.

    Relatado por el profesor Ochoa, conocemos el testimonio
    de una húngara: "Es curioso algún recuerdo de una
    muchacha, hoy día una señora ya de edad que vino a
    los trece años con sus padres y contaba que en el desayuno
    se le servían unos enormes tazones de café
    con leche o mate cocido con leche –cosa que ellos no
    conocían, el sabor a la yerba mate- y se servían en
    regaderas –ése era el concepto de ella.
    Se refería a esas enormes cafeteras que tienen mango de
    costado con un pico largo, por supuesto sin la regadera, pero el
    pico estaba y para la mentalidad de la chica se servía con
    regaderas. (…) Ella estaba muy enojada cuando llegó
    porque no había visto las palmeras y cocoteros que
    imaginaba en el Puerto de Buenos Aires –era la
    visión europea de América- y después, como
    había estado en muy
    buena posición y habían quebrado en Hungría
    tuvieron que venirse acá sin nada, pero les quedaba el
    recuerdo de la vida de buen pasar y pensó que ella
    venía a un hotel de tres o cuatro estrellas actuales y se
    encontró con que venía a este hotel de cantidad de
    personas, grandes dormitorios para todos –los hombres de un
    lado, las mujeres y los niños de otro- y sintió
    desagrado, desagrado que dice que se le fue cuando empezaron a
    comer. Dice que nunca habían comido –ni aún
    en su posición buena primaria en Hungría- como
    habían comido en el Hotel de Inmigrantes" (22).

    Entre los picapedreros de Tandil había yugoslavos
    y montenegrinos. Hugo Nario ha recogido testimonios de estos
    inmigrantes: "Algunos de los pobladores más antiguos que
    entrevisté, recordaban que la hora del desayuno
    (generalmente mate cocido con leche, galleta y queso) era
    anunciada por un empleado de la cantera que recorría sus
    inmediaciones tocando un largo cuerno. Al toque de cuerno los
    chicos dejaban sus juegos y se
    congregaban tras quien lo portaba, en una extraña
    procesión que se repitió diariamente mientras se
    mantuvo aquella relación de dependencia" (23).

    Aurora Alonso de Rocha evoca a los padres de Alejandra
    Pizarnik: "Sus padres eran judíos polacos; el padre,
    corredor de joyerías. Buma estudiaba hebreo y, como le
    gustaba todo lo extremado, contaba historias de pogromos,
    cosascos, incendios de
    aldeas. (…) Sus padres le hablaban con interés de
    dos presuntos pretendientes, hijos de un almacenero alemán
    uno, y de un sedero sefaradí el otro. Buma se burlaba o
    enojaba. Un día le dijo a su madre que se iba a casar con
    los dos para tener aseguradas ropa y comida, la madre la
    miró ceñuda y disparó una rápida
    respuesta en idish. Me tradujo: ‘Que sean tres, así
    también hay vivienda’. Creo que, por lo menos en
    parte, las sutilezas de Buma nacían de la
    dialéctica, escondida en un mal castellano, de
    los Pizarnik" (24).

    Los padres de Daniel Goldman, "ambos polacos, fueron
    sobrevivientes del Holocausto. Su padre fue un partisano
    (guerrilla que luchaba contra el nazismo en la
    Segunda Guerra Mundial) y
    su madre vivió tres años en un sótano
    después de escapar de un gueto. Se conocieron en Polonia y
    en 1948 emigraron juntos a un país que parecía
    sinónimo de una nueva vida. Pero en las valijas se
    trajeron todo el miedo, el espanto ante cualquier autoritarismo y
    un sentido profundo de que la vida es un tesoro a resguardar.
    Así es que en el hogar de los Goldman casi no se
    dormía: por las noches su madre visitaba los cuartos para
    asegurarse de que él y su hermana estuvieran bien, y a las
    4 de la mañana todos estaban desayunando. De día,
    las pesadillas se contrarrestaban con una educación amiga del
    idealismo"
    (25).

    Alejandro Kokocinski manifestó: " ‘Yo tengo
    una gran pasión por la Argentina. Me siento muy argentino
    (…) Mis padres eran dos refugiados corridos por la guerra, un
    polaco y una judía rusa’. (…) Los dos tuvieron la
    gran fortuna de que descarrilara el tren que los llevaba al campo
    de exterminio nazi de Treblinka ‘porque si no yo no
    estaría aquí’. Huyeron entre mil peripecias,
    estuvieron un año escondidos y llegaron a un campo de
    refugiados en Italia. (…)
    ‘En ese contexto dramático yo vine al mundo en
    1948’. (…) Papá Kokocinski organizó con
    otros soldados la liberación de su pareja. Escaparon
    todos. Llegaron a Génova y se escondieron. Querían
    ir a la Argentina. ‘El cónsul se apiadó y los
    dio un salvoconducto’. Una carreta del mar los trajo a
    Buenos Aires" (26).

    Norma Manzur afirma: "Aunque en ese entonces lo
    ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en
    nuestra familia. Las cosas importantes, serias y sobre todo las
    tristes se hablaban en idisch, idioma que nunca aprendí.
    La guerra en Europa mataba a los judíos y los padres,
    hermanos y otros parientes de mamá y papá no
    escaparon a ese destino. Sólo después que Gerardo
    viajó a Polonia al 50 aniversario del Levantamiento del
    Ghetto de Varsovia, supe que mis abuelos maternos murieron en el
    campo de concentración de Treblinka. Qué
    pasó con el resto de la familia, mi abuela paterna y mis
    dos tías y otros parientes cuyo registro nunca
    tuve, no lo sé" (27).

    "Yo tenía quince años cuando empezó
    la Segunda Guerra
    Mundial, y fui encerrado en el gueto de Lodz, con mi familia
    y miles de judíos más –dice el polaco Jack
    Fuchs. Allí estuve hasta que el gueto fue liquidado y nos
    deportaron a Auschwitz". Para este hombre, que
    tanto ha sufrido, el viaje tiene una connotación muy
    especial: "Hoy sé que volver a Lodz es como una
    peregrinación" (28), afirma, convencido de que debe viajar
    a su tierra también con su hija.

    En Villa Gesell vive Valeria Rodziewicz, "una
    encantadora ex enfermera polaca, sobreviviente de la Segunda Guerra
    Mundial". La anciana "nació en Wilno (Vilna hoy),
    Lituania, el 27 de diciembre de 1913. Por entonces, el territorio
    lituano pertenecía a la Rusia zarista".

    Recuerda la guerra. En Polonia, en 1939, "La comida
    escaseaba, sólo teníamos arroz y la carne de los
    caballos muertos esparcidos por las calles. Cuando los alemanes
    llegaron al hospital, me echaron, con el pretexto de que no
    figuraba como enfermera estable. De golpe me quedé sin
    trabajo y me instalé en un albergue para estudiantes. Para
    poder comer
    tenía que vender mi sangre para las transfusiones"
    (29).

    En "Breve historia de la llegada de mi abuelo a la
    Argentina", relata un nieto: "Nicolas Kot, hombre de origen ruso,
    más precisamente polaco, ya que en esos momentos (principios de
    1900) esas tierras de Rusia eran Polonia; llegó a la
    Argentina escapando de la guerra, creo, durante los años
    1927-1929, ya que nació en 1909 y a los 18 años se
    despidió de su novia y demás familia que hoy viven
    en Bielorusia. Llegó al hotel de los Inmigrantes en Buenos
    Aires, en donde se alojó por unos días y
    después salió rumbo a Córdoba, en busca de
    trabajo. Ahí conoció a mi Abuela Segunda Funes
    (nació en 1917, Córdoba). Durante el viaje …. le
    dió Fiebre Tifus, por lo cuál tuvo que hacer
    escala (…) en
    el Hotel Lloyd en Holanda. En la foto que encontré en
    Internet, se
    observa su estado actual, en su momento funcionó como
    hotel de inmigrantes, luego como reformatorio de chicos y luego
    como hotel. Es increíble el estado en
    que se encuentra…. y lo bien conservado. Hoy en la actualidad
    todos sus hermanos y los hijos de sus hermanos viven en
    Bielorusia, más precisamente en la ciudad de Pinsk y sus
    alrededores. Sus hijos, nietos, y bisnietos viven y vivieron en
    Argentina" (30).

    La disponibilidad de los alimentos antes
    negados provoca algunos incidentes, como el que relata Jorge
    Barón Biza. Su gobernanta era una refugiada del Este, a
    quien trajeron de su paseo por la ciudad de Río en una
    camilla. Ella "Nunca había probado bananas. Antes de la
    guerra las había visto, en confiterías europeas,
    envueltas en celofán. En las calles de Río, los
    vendedores le ofrecieron docenas de bananitas de oro por
    centavos" (31). Comió tantas que tuvieron que asistirla.
    Era la consecuencia del contraste entre la pobreza europea y
    la realidad americana.

    En una calle porteña vivió doña
    Catalina, la madre de Miriam Becker. En una sentida
    evocación que escribe poco después de la muerte de
    la rumana, la hija comenta que la anciana "De sus vecinos
    -españoles, italianos, argentinos del interior-,
    había descubierto que el mejor arroz con pollo lo
    hacía doña María, la gallega, pero sin
    panceta; lo rico que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como
    los preparaban los Brunetta –los italianos saben comer
    verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de
    doña Pepa eran mejores que con la picada común"
    (32).

    Alina Diaconú dijo en un reportaje: "A mí
    me obligaron un poco a vivir en el presente, porque si me quedaba
    pegada a la nostalgia, todavía seguiría escribiendo
    en rumano. Me gusta mucho la idea del desapego. Yo de
    algún modo creo que las cosas que me tocaron –dejar
    mi país natal, venir acá- me impulsaron a aprender
    eso. Me gustaría viajar con un bolsito de mano, nada
    más, como viaja Lucila. No necesitar demasiado de las
    cosas, de nada material. Cuando llegué a Buenos Aires,
    durante un año más o menos escribí en
    francés. Pero nunca dejé de escribir. Yo
    sabía que los idiomas podían cambiar, pero mi
    vocación no" (33).

    Escribe Diego Paszkowski: "Pienso con infinita tristeza
    en la gente que desprecia al distinto, al extranjero, al
    inmigrante, que hoy se refiere a, por ejemplo, coreanos,
    japoneses y chinos con las mismas expresiones miserables que hace
    cincuenta años habrán utilizado para con mi abuelo,
    judío polaco. ‘Hablan en su idioma’,
    escuché decir de unos y de otros a modo de excusa para
    segregarlos, pero sé por experiencia que, sólo dos
    generaciones después, quien esto escribe, nieto de aquel
    abuelo, enseña a escribir a jóvenes futuros
    artistas en la mismísima Universidad de
    Buenos Aires" (34).

    Por la ciudadanía argentina optó el polaco
    León Poch, quien en la nueva tierra se propuso transmitir
    las tradiciones judías por medio del dibujo, su
    "lenguaje". En
    su libro Cosas y
    casos judíos manifiesta: "Espero lograr transmitir a los
    lectores el amor y el
    orgullo que siento por el rico quehacer de mi pueblo, sobre todo
    a los jóvenes, porque ellos han de continuarlo"
    (35).

    Al regresar de la tierra de sus mayores, dijo Julia
    Zenko: "Un instante puede mostrarte lo que pesan tus antepasados.
    Eso lo vi en esta última gira: conocí Letonia y
    Lituania, y también Estambul, donde vivió varios
    años una de mis abuelas, y reconocí olores de las
    comidas de mi casa, músicas, acentos. Es que soy una
    argentina tanguera sin una gota de sangre criolla"
    (36).

    La música era la
    pasión de un antepasado de Ana María Shua: "un
    muchacho joven, polaco, bohemio, pobre y enamorado de la música.
    También un excelente tejedor, especialista en fajas, ducho
    en la destreza textilera de entrelazar los hilos de goma con los
    de algodón. No sólo de pan vive el hombre: el
    tío vivía también de su amor a la
    música. Se las había arreglado para que lo tomaran
    como comparsa en el Colón. Sus patrones apreciaban su
    trabajo, pero cuando había ensayo
    general, el hombre
    desaparecía. Inútil amenazarlo con el despido: nada
    le producía tanta felicidad como estar disfrazado,
    compartiendo el escenario con los mejores tenores del mundo.
    ¡Estuve a un metro de Tchaliapin! Gritaba entusiasmado.
    ¡Ian Kepura me cantó casi al oído!
    decía, con una alegría inmensa" (37).

    El Chango Spasiuk es el responsable de Polcas de mi
    tierra, "relevamiento de un siglo de música traída
    por los inmigrantes ucranianos" (38). Al fallecer su padre, el
    Chango Spasiuk lo despidió con lo que el hombre amaba: la
    música: "Cuando todos se fueron, le pregunté a
    mamá qué le parecía y ella me dijo que si
    quería tocar, que tocara. Entonces le metí
    nomás. Le dí duro. Te imaginás –dice a
    Leila Guerriero-, a las tres de la mañana, tocando el
    acordeón en el velorio de mi papá, es una imagen loca y se
    puede interpretar mal, pero por qué no iba a tocar, si mi
    papá amaba la música" (39).

    Juan Szychowski, de once años de edad, y una
    veintena de familias polacas pioneras, "Luego de permanecer
    algún tiempo en el legendario ‘Hotel de los
    Inmigrantes’ arribaron al puerto de Posadas, y desde
    ahí marcharon a pie durante varios días hasta la
    recién fundada Colonia de Apóstoles, recorriendo
    los 80 km que los separaban de su destino tras los carros que
    transportaban sus pocas pertenencias. Fueron tiempos
    difíciles para esos hombres, mujeres y niños que no
    estaban acostumbrados al abrasador calor tropical
    y a los mosquitos que laceraban su piel. Debieron
    esperar dos años para poder comer pan, ya que las hormigas
    y los carpinchos diezmaban los plantíos de maíz. Se
    alimentaban principalmente con mandioca, porotos, batata y
    aprovechaban la abundancia de animales
    silvestres que les proveían de carne. Enfermedades como el
    paludismo y el
    cólera y las picaduras de serpientes segaron las vidas de
    muchos hijos de aquellos primeros colonos, y los productos
    logrados no siempre compensaban los sacrificios realizados"
    (40).

    "El 1° de julio de 1897 llegó al puerto de
    Buenos Aires el vapor Antoñina, cargado con catorce
    familias integradas por sesenta y nueve personas. Diez familias
    eran ucranias y cuatro polacas. Llegaban con sus muebles, sus
    semillas y sus arados. (…)Se embarcaron en el puerto de Buenos
    Aires en un viaje de una semana hasta Posadas y de ahí los
    llevaron en carretones del Ejército al interior de la
    provincia durante otra semana de viaje. Ellos dieron nacimiento a
    la ciudad de Apóstoles, en Misiones, bajando el monte a
    puro machetazo. (…) ‘El 27 de agosto de 1897, hace cien
    años, este grupo
    llegó a la antigua Reducción Jesuita de San Pedro y
    San Pablo Apóstoles, donde se les dieron dos lotes por
    familia, cada uno de 25 hectáreas, a pagar durante diez
    años a un valor de un
    peso por mes’ (…) Los comienzos para los inmigrantes
    ucranios no fueron fáciles: los campos estaban repletos de
    inmensos termiteros que atacaban los sembrados, como os que
    aún se pueden ver en los campos correntinos. Los ucranios
    tuvieron que instalarse en carpas que les facilitó el
    gobierno y
    refugios hechos con ramas. Más trabajo les costó
    preparar los campos con plaguicidas e insecticidas que el
    gobernador Lanusse les vendió a pagar en cuotas. La
    intensa fe cristiana del pueblo ucraniano organizó la
    construcción de una iglesia en
    cada asentamiento" (41).

    En Jujuy se afincó el yugoslavo evocado por
    María Edith Lardapide Olmos en "Historia de vida": "Don
    Milo tomó contacto con la empresa de
    Joseph Kennedy y allí tuvo una importante responsabilidad: hacían el trazado de las
    líneas férreas en el inmenso altiplano boliviano,
    donde, cuando cae el sol, pareciera
    poderse tocar con las manos. Sus empleados eran nativos
    aimaráes y quichuas" (42).

    En
    biografías

    En El angel del Capitán, de Chuny Anzorreguy,
    Miro Kovacic decide exiliarse. Un amigo le sugiere dirigirse al
    Instituto Croata de Cirilo y Método,
    donde se entera de que "Un país sudamericano había
    puesto a disposición del Instituto diez mil visas para los
    croatas que la necesitaran. No a los largos trámites. No a
    las profundas investigaciones.
    No al interminable papelerío". A fines del 47, en Trieste,
    se completa el viaje iniciado mucho antes: "Subimos al tren Nada,
    Mía y yo. Nos internábamos en la oscuridad absoluta
    buscando al sol" (43).

    En Mis dos abuelas. 100 años de historias, de
    Nora Ayala, aparece el botero Mihanovich, que llegaría a
    ser un poderoso empresario.

    En 1868, dos inmigrantes conversan: "-Eugenio, estuve
    pensando en una cosa que podemos hacer –dijo
    Nicolás, el compañero de cuarto-. Los barcos que
    llegan a este puerto de Buenos Aires no pueden arrimar al muelle,
    que por otra parte es muy precario, y mi idea es comprar un bote
    para trasladar a la gente. Los que hay son pocos, viejos e
    inseguros, y quién te dice que no sea ése el camino
    para hacer una pequeña fortuna, ésa que
    soñamos en el barco que nos trajo de Europa. He visto un
    bote que podríamos comprar con los pocos ahorros que
    tenemos entre los dos. Yo, de eso entiendo porque en mi
    país, mis parientes siempre fueron marinos".

    "Eugenio se quedó un rato pensativo. Allá
    en Bagnasco había quedado Irene con el pequeño
    César, hacía casi un año, y las calles de
    Buenos Aires no estaban empedradas con monedas de oro. Tampoco la
    fortuna esperaba a los muchachos jóvenes como él,
    con muchas ganas de trabajar. Hasta ahora, privándose
    hasta de lo indispensable, sólo había juntado unos
    pocos pesos que no le alcanzaban para traer a Irene y el
    bebé. La estadía enla pobre pensión de La
    Boca, que había imaginado breve, se había
    prolongado, y amigos, sólo tenía a ése que
    había conocido en la tercera clase del ‘Conte
    Biancamano’, que también venía solo y que al
    igual que Eugenio soñaba con traer a su familia, aunque en
    su caso, soltero, se tratara de sus padres y hermanos que
    habían quedado en Doli, un pequeño pueblo de
    Yugoeslavia. (…) Eugenio Gemesio había venido para
    ‘hacerse la América’ y confiaba que lo
    lograría, ya se vería cómo. Con el
    compañero de pensión seguirían siendo
    amigos, pero socios, no. La propuesta de remar con Mihanovich no
    le interesaba" (44).

    Sobre la vida y la obra del artista ruso Stephan Erzia,
    escribió Ignacio Gutiérrez Zaldívar. En su
    libro Erzia,
    leemos: "En el mes de abril de 1927 Stephan Erzia, con 50
    años de edad, llegó a la Argentina. El Presidente
    de la Nación
    Marcelo Torcuato de Alvear, que lo conoció y admiró
    en París facilitó su entrada al país.
    Así lo expresó el artista en una carta dirigida al
    Ministro de Educación de Rusia,
    en mayo de ese mismo año: ‘Acá en Buenos
    Aires, me recibieron muy bien, tienen gran interés
    por el arte ruso. Quiero
    hacer acá una gran exposición
    que se abrirá a principios de
    junio. Los críticos de arte me
    ofrecieron un muy buen lugar para la exposición en forma
    gratuita y hasta el Presidente de la República
    aceptó estar en la inauguración. Nosotros llegamos
    primero a Montevideo, sin tener la visa para entrar en la
    Argentina, pero la prensa nos dio
    tanta atención que recibimos muchas
    invitaciones’ ".

    "Erzia, pensaba quedarse aquí una corta
    temporada, pero finalmente se radicó por 23 años…
    Aquí descubrió, al poco tiempo de llegar, la
    madera que se
    convirtió en su material predilecto para sus esculturas:
    el quebracho, que venía desde el Chaco para ser utilizado
    como combustible de las cocinas y calderas
    porteñas; madera que por
    su dureza fue bautizada por los ingleses como ‘hulla
    roja’. Dijo el artista en una nota publicada en la revista
    ‘Aquí está’, en abril de 1938:
    ‘Adiviné al instante las posibilidades que
    ofrecía para la escultura. La variación de sus
    coloraciones, rojo, negro, blanco, dan a las figuras un encanto
    especial…’ ".

    El afirmó, en otra oportunidad: ‘Pero yo
    soy buen ruso y buen argentino. Y quiero a este país que
    me ha dado su hospitalidad y me ha brindado el material
    más hermoso que pude obtener para mi trabajo’ ".
    (45).

    En
    novelas

    En Aventuras de Edmund Ziller, Pedro Orgambide presenta
    –ademàs de muchos inmigrantes de diferentes
    nacionalidades- a un narrador nieto de un ruso, quien afirma:
    "descubro que Ziller se parece de una manera cruel a mi propio
    abuelo, al pobre abuelo loco, al chiflado que vivìa en un
    triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco
    años yo lo vi sin comprender la tempestad y el
    desgarramiento del exilio (…) oculto por la enfermedad y la
    locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y
    que un dìa los devuelve, crèame, como las olas de
    la `playa" (46).

    En Donde sopla la nostalgia, novela de
    Mauricio Goldberg, Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David
    emigran de Polonia, donde "Otra vez los gritos de
    ‘yid’ atronaban la calle. El viaje había sido
    inútil. Se culpó por haberla dejado sola mientras
    él iba al mercado.
    Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si
    no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra
    había terminado pero no su odio por los judíos.
    (…) el celo polaco podía dejar atrás a los
    alemanes si de matar judíos se trataba. (…)
    También de Polonia debían irse" (47).

    En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor
    Renè Baròn entregò personalmente a Jorge
    Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad
    junto al rìo (48) como la mejor novela editada
    durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo
    otorgò -designado por la Sociedad
    Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo
    Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè
    Manauta.

    La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el
    profesor Elio C. Leyes -"escritor
    y presidente de la Universidad
    Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por
    el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario",
    quien "señalò que el libro bien podìa
    llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo
    parangòn –según dijo-con la celebrada obra de
    Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya
    profundizado tanto como èl" (49).

    El Gobierno de Entre
    Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General
    de Educaciòn, de lectura
    complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a
    partir del sèptimo grado, recomendando su
    utilizaciòn en la enseñanza.

    La obra està dedicada "a los inmigrantes
    àrabes –sirios y libaneses- y, por natural
    extensiòn, a españoles, italianos, alemanes,
    judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto
    otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un
    dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de
    ‘hacer la Amèrica’ ".Partiendo de su propia
    etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a
    hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.

    Se refiere al arribo a la nueva tierra: "Los
    inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden
    aquí de manera diferente según sea su origen que
    nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin
    oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de
    equivocarnos". Seguidamente, describe el desembarco de italianos,
    alemanes, españoles, judíos y árabes,
    señalando las peculiares características de cada grupo.

    Describe el desembarco de un polaco enfermo:
    "Llegó la segunda tanda de ‘polacos’. Uno,
    vino enfermo. Lo bajaron dificultosamente del barco, lo llevaron
    casi arrastrándolo sobre la larga planchada y luego,
    alzándolo en vilo, lo trasladaron hasta debajo de los
    árboles
    donde se hallaban, en varios grupos, los
    demás. (…) De vez en cuando retorcíase y
    gemía, sin abrir los ojos. (…) Media hora
    después, llegó la ambulancia. Un carretón
    tétrico, tirado por cuatro alazanes bien alimentados, muy
    parecido a otro que sirve de fúnebre pero del que tiran
    unos caballos renegridos. Casi podría decirse que la
    variante consiste tan sólo en el color de los
    animales. Lo
    cargaron al enfermo sin que él se diese cuenta.
    Mantenía los ojos cerrados y los miembros blandos, sin
    fuerza,
    exhalando de vez en cuando un gemido corto". Un largo rato
    después, el narrador recibe el legado del polaco: una
    bolsa conteniendo una colchoneta, varios tarros ennegrecidos por
    el humo de las fogatas y un paquete con hierbas de varias clases
    (50).

    Hay rusos en el Chaco. Magdalena Kramenenko, uno de los
    personajes de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se
    interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando
    los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías,
    deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes,
    madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente
    judías porque también hacía unas paellas que
    te dejaban de cama. Y no te cuento las
    mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de
    granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o
    la Príncipe di Nápoli, mamma mía.
    También hacía unos guisos carreros que le
    enseñó tu papá, muy delicados, porque
    tenían las dosis exactas de hierbas, especias
    exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor,
    el morfi con amor es otra cosa" (51).

    El libro de los recuerdos, de Ana María Shua, "es
    la novela de
    una familia argentina, con sus abuelos inmigrantes, hijos
    comerciantes y nietos atorrantes. Una sucesión de afectos
    y de envidias, de nacimientos y de penas, de matrimonios
    públicos y de amores prohibidos. Sin grandes
    escándalos, sin secretos horrendos ni crímenes
    brutales: con la cuota de humor, de fracaso y ternura que
    corresponde al país que, vaya uno a saber por qué,
    eligieron nuestros abuelos o sus padres para sufrir y gozar"
    (52).

    Es el patriarca de esta familia el abuelo que, en la
    juventud,
    debió empezar a llamarse Gedalia Rimetka, dejando de lado
    su nombre verdadero. En Polonia, donde comía papas todos
    los días, esperó escondido que falleciera
    algún paisano más o menos parecido para heredar su
    identidad, y
    poder así emigrar: "Murió Gedalia Rimetka,
    medianamente joven, de bigotes. Con su documento fue el abuelo al
    consulado de América, la verdadera, la del Norte, y le
    dijeron que no. No lo bastante joven murió Gedalia, no lo
    bastante joven como para pasar por el abuelo. En Polonia siempre
    hacía frío, siempre había nieve. Cuando se
    derretía la nieve, había mucho barro. El barro
    también era frío. El barro de Tomachevo
    cruzó el abuelo, que quería cruzar el mar. Y
    llegó al consulado de esta pobre América.
    Allí, le habían dicho, no se fijan mucho, no
    entienden nada, les da lo mismo. Allí también es
    América, aunque no tanto. Lo que vale es salir de Europa,
    lo que vale es cruzar el mar. Desde una América ya
    será posible llegar a la otra. Y no se fijaron, o no les
    importó, o no entendían nada, y el abuelo pudo
    ponerse en camino para cruzar el mar" (53).

    En La isla se expande, Carolina de Grinbaum presenta a
    una familia judeo-polaca: "No puedo dejar extraviados en el
    ingrato olvido al matrimonio
    judeo-polaco y su hija, gnomos que poblaban uno de los cuartos
    intermedios dentro de esa casa de sorpresas. La mujer, aun en
    su corpulencia y aparente acritud, era modesta hasta lo
    invisible, tan hacendosa y esforzada que lindaba con lo
    increíble. El hombre, como corresponde a su naturaleza de
    duende, siempre oculto. Enfermo y resignado trataba de cubrir con
    su propio y esmirriado cuerpo el panorama tétrico de los
    frecuentes accesos, escupitajos y demás síntomas
    evidentes del mal que lo volcaría inexorablemente al fin.
    Marianita sentía cariño y respeto, en
    especial hacia esa esposa y madre, geniecillo movido por el amor. En un
    afán constante por tratar de alimentar y alegrar a la
    familia, la señora Matilde –ése era su
    nombre- pasaba largas horas dentro de la cocina, manipulando
    ollas y sartenes de las que finalmente extraía los mejores
    manjares elaborados a la manera europea. Al suponer que para
    obtener esos excelentes resultados frotaba las cazuelas como lo
    hiciera el legendario Aladino con su lámpara maravillosa,
    no dejaba de observarla. Gracias a Matilde adquirió buen
    gusto y habilidad para la cocina" (54).

    En la Semana Trágica de 1919 –cuenta uno de
    los personajes de Vázquez Ríal- "se desató
    la caza del ruso. Asi lo llamó la prensa. Eso del
    ruso… es un término muy amplio, que alude al
    judío, el polaco, el húngaro, al que se supone
    comerciante, o bolchevique, o terrorista, no importa lo
    incongruentes que parezcan estos términos… (…) los
    jóvenes que poco después serían organizados
    en la Liga Patriótica, armados, tomaron al asalto el
    barrio de Once, el barrio judío, identificándose
    con un brazalete celeste y blanco, apedreando tiendas y
    deteniendo a cuanto peatón con barba se les pusiera a
    tiro" (55).

    Gabriel Báñez relata que la Zwi Migdal era
    una organización de trata de blancas que
    tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi
    todas las pupilas "venían de Varsovia, engañadas
    por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la
    nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que
    avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban
    puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica
    del contrato: la
    prostitución o el remate" (56).

    Ricardo Feierstein es el autor de La logia del umbral
    (Buenos Aires, Galerna, 2001), novela sobre la inmigración judía a lo largo de cien
    años. Entre los personajes están los pioneros que
    llegaron a la Argentina en el vapor Weser, con destino a
    Moisésville. Ellos se alojaron en el Hotel de Inmigrantes,
    al que describían como un edificio "enorme, vetusto,
    dividido en muchas habitaciones. Con largas mesas y bancos
    laterales". Se referían a los huéspedes como
    "cientos y cientos de bocas hambrientas. (…) sin idioma,
    cansados, confundidos".

    No acompañó la suerte a los pioneros.
    Cuando fueron al campo, pasaron "Días y días sin
    masticar. Los niños enfermaban…". Se refiere el escritor
    a la colonia santafesina a la que se trasladaron desde el Hotel.
    Allí comprobaron que no tenían alimento ni
    dónde guarecerse: "Nada hay donde todo debiera estar: ni
    carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un
    hombre del lugar, en representación del propietario, para
    entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a
    través del cónsul comercial argentino en
    París, que actuaba en nombre del
    terrateniente".

    En la obra cuenta el proyecto de
    cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a
    caballo desde Moisesville, provincia de Santa Fe, mediante postas
    de dos jinetes por vez, con una caja de madera de cerezo que
    contiene tierra de la primera colonia judìa en la
    Argentina y ‘una mezuzà, estuche de hueso con un
    trozo de papel escrito con letras hebreas’, hasta la Plaza
    de Mayo, donde la enterraràn bajo la
    Piràmide.

    Cuando el miembro màs joven de este grupo
    està por concretar la iniciativa de su familia y de
    èl mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible
    explosiòn lo "revolea por el aire. Todo se
    vuelve negro –rememora-, el rugido ensordecedor parece
    indicar que, con la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado
    el fin del mundo. En ese instante, cien años de vida
    familiar y comunitaria se atropellan para desfilar ante los ojos
    desorbitados de mi conciencia en
    fuga" (57).

    En la Argentina, Stéfano, el protagonista que da
    nombre a la novela de María Teresa Andruetto, trabaja en
    un circo, en el que trabaja también un húngaro: "A
    Stéfano le asombran las costumbres de esta gente, lo que
    comen, la ropa que usan, el modo en que hablan; gente venida de
    todas partes que se ha ido sumando al circo. Uno de los payasos
    es húngaro, son de Lignano el domador y el viejo Lucca, y
    la contorsionista es brasileña" (58).

    José Martín Weisz relata en …mientras
    los violines tocaban csárdás. Un viaje a
    Hungría, la historia de un judío húngaro que
    debió dejar su tierra, y el viaje que él realiza
    con su hijo, muchos años después. Martín "ha
    viajado con frecuencia a Europa debido a su trabajo, y en esos
    viajes siempre
    ha pensado en acercarse a Hungría, pero lo ha detenido el
    temor a enfrentarse por sí solo con el pasado de su
    familia. Lo ha asediado una irracional fantasía de que los
    nazis lo apresarían y lo harían jabón. (…)
    Quería ir a Hungría a visitar la tierra de sus
    ancestros, pero había llegado a la conclusión de
    que no podía hacer ese viaje solo, necesitaría de
    la compañía de su padre para realizarlo. No tanto
    la de su madre, que también era húngara, sino
    sólo la de su padre. Quería que fuese un viaje de
    hombres, de amigos, de compañeros, en esta
    excursión a ese pasado. (…) El paso siguiente era
    cómo convencer a este hombre de ochenta y cuatro
    años, que siempre había expresado su desprecio por
    ese país que no había dudado en apoyar al invasor
    nazi y que había colaborado para mandar tantos
    judíos a la muerte. No iba
    a ser fácil" (59).

    Pensión "La Rosales" se titula la novela de Juan
    Jorge Nudel. "Nacido en Remedios de Escalada, el barrio
    constituye uno de sus temas preferidos, asì como la
    interacciòn de los grupos y el
    impacto de la vida cotidiana en la interioridad de sus
    personajes". Sobre estos temas versa la novela que nos ocupa, en
    la que presenta a muchos seres humanos que poco tienen en
    comùn, salvo vivir en el mismo lugar. "Aunque los lectores
    ingresaràn en una calle donde nunca estuvieron, es posible
    que encuentren algùn vecino relatando un recorrido que
    podrìa ser el propio".

    El autor evoca "historias de barrio que muestran, en el
    quehacer cotidiano, caminos que se abren y cierran, soledades y
    compañìas (buenas y malas), diàlogos y
    monòlogos en busca de una escucha que acompañe el
    deseo de continuar hablando". Por la obra desfilan los
    responsables de un cineclub, en el que se proyecta la
    pelìcula "Titanic", hecho que da lugar a las
    consideraciones de uno de los personajes. Encontramos
    tambièn a los Goldman, una familia judìa que
    sòlo observa tres de las fiestas de su religiòn, y
    a la prostituta que llegò desde Europa engañada,
    pensando que su futuro serìa muy distinto del que
    encontrò en Amèrica.

    Nudel presenta asimismo la carta de un
    torturador a su hijo, en la que le dice, en resumidas cuentas, que
    sòlo quiso apartarlo del mal camino, y una sesiòn
    de terapia en la que una mujer se queja de
    la vida que lleva junto a su marido y a su hijo, situaciòn
    en la que se evidencian las falencias de la paciente.

    Como estas, otras tantas historias, escritas con agudeza
    y don de observaciòn por este hombre que ingresa a la
    literatura con
    condiciones que el lector advertirà desde el inicio de la
    novela (60).

    En
    cuentos

    Alberto Gerchunoff dejò, en el cuento "El
    dìa de las grandes ganancias", testimonio de su
    època de vendedor ambulante, durante la adolescencia.
    "Necesitaba poco para abandonar el comercio a que
    me dedicaba. Era yo entonces alumno del colegio nacional.
    Habìa dado examen de primer año,
    encontràndome imposibilitado para continuar los cursos. Me
    faltaba el dinero para
    la matrìcula, carecìa de libros, del
    traje de cierta apariencia, a fin de que los camaradas de aula no
    se burlasen demasiado de mi aspecto gringo. Fueron estas
    circunstancias que me relacionaron con el jocundo Rondelli y
    nuestro convenio comercial quedò establecido sin
    intervenir leyes ni
    escribanos" (61).

    En "Las noches de Goliadkin", H. Bustos Domecq
    –seudónimo de Jorge Luis Borges
    y Adolfo Bioy Casares- evoca el exilio argentino de una princesa
    rusa. Goliadkin relata su historia: "pretendió haber sido
    caballerizo, y después amante, de la princesa Clavdia
    Fiodorovna; con un cinismo que me recordó las
    páginas más atrevidas de Gil Blas de Santillana,
    declaró que, burlando la confianza de la princesa y de su
    confesor, el padre Abramowicz, le había sustraído
    un gran diamante de roca antigua, un nonpareil que, por un simple
    defecto de talla, no era el más valioso del mundo. Veinte
    años lo separaban de esa noche de pasión, de robo y
    de fuga; en el interín, la ola roja había expulsado
    del Imperio de los Zares a la gran dama despojada y al
    caballerizo infidente".

    "En la frontera misma empezó la triple odisea: la
    de la princesa, en busca del pan cotidiano; la de Goliadkin, en
    busca de la princesa, para restituirle el diamante; la de una
    banda de ladrones internacionales en busca del diamante robado
    –en implacable persecución de Goliadkin. Este, en
    las minas del Africa del Sur,
    en los laboratorios de Brasil y en los
    bazares de Bolivia,
    había conocido los rigores de la aventura y de la miseria;
    pero jamás quiso vender el diamante, que era su
    remordimiento y su esperanza. Con el tiempo, la princesa Clavdia
    fue para Goliadkin el símbolo de esa Rusia amable y
    fastuosa, pisoteada por los palafreneros y los utopistas. A
    fuerza de no
    encontrar a la princesa, cada día la quería
    más; hace poco supo que estaba en la República
    Argentina, regenteando, sin abdicar su morgue de
    aristócrata, un sólido establecimiento en
    Avellaneda. Sólo a último momento, sacó el
    diamante del secreto rincón donde yacía escondido;
    ahora, que sabía el paradero de la princesa, hubiera
    preferido morir a perderlo" (62).

    "Con El agua
    publicada póstumamente en 1968, culmina la importante
    producción de Enrique Wernicke (1915-1968)"
    (63). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un
    personaje evidencia por su descendencia: "Era una casa para vivir
    bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido
    bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don
    Julio pensaba que las chicas algún día se iban a
    casar y además, no olvidaba, él también
    tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se
    convive con gente bien educada… como él. O Julito. No se
    podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de
    un judío polaco, sin eso imperceptible, casi
    diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre
    inglesa en las venas’. (…) El viejo, esta noche, duerme
    solo. Julio está en el Norte. Bertita, su nuera, y las dos
    nietas, han ido al centro. Se quedarán ‘donde vive
    la polaca’ (nunca osó decirlo en voz alta don
    Julio). Y lo dejarán tranquilo" (64).

    En un cuento de Susana Goldemberg, dice un inmigrante al
    despedirse de su familia: "Argentina. El nombre raro. Otro
    país. Del otro lado del mar. Papá trató de
    explicarme: -Es un país grande, rico, generoso.
    Allí respetan a todos los hombres del mundo que quieran
    trabajar sus tierras. No importa en qué templo o en
    qué idioma le hablen a Dios" (65).

    En su cuento "El cardenal", Márgara Averbach
    escribe: "Yo siempre habìa querido un cardenal. En ese
    entonces, habìa muchos en los àrboles de la casa de
    las tìas, como flores rojas màs ràpidas que
    las otras. Y el abuelo, -que había nacido en una ciudad de
    Europa y después se había visto obligado a
    convertirse en gaucho judío, una conjunción
    inimaginable para él, supongo- me habìa prometido
    cazar uno para mì ese verano. Era el mejor de los
    cazadores, un hombre alto, lento. Se agachaba para tocarme con
    una gracia infinita que mi torpeza iba a envidiarle para siempre.
    El me había enseñado a andar a caballo. Me
    había subido a ese paraíso de crines y cuero de
    oveja, me había puesto las riendas en la mano izquierda,
    me había mirado con confianza y me había dicho
    Adelante. La promesa, el pájaro, era solamente, uno de sus
    muchos trucos de magia" (66).

    De otro agricultor judío, "Aarón" y su
    esposa dice María Inés Krimer: "Vivía en un
    campito con su mujer, Clara.
    Nadie pudo explicar por qué terminaron ahí,
    perdidos en el medio de la pampa, cuando parientes y amigos se
    habían dirigido a las colonias de Santa Fe, Entre Rios y Chaco"
    (67).

    El bisabuelo de Zahira Juana Ketzelman llegó a
    Azul con su familia, pero, molesto por la actitud de los
    lugareños para con sus hijas casaderas, se fue de esa
    localidad (68).

    Marcelo Birmajer evoca su experiencia en la primaria. A
    propósito de un hecho que está relatando, dice: "La
    historia transcurre en el colegio Doctor Hertzl, una
    institución judío-laica donde cursé hasta el
    cuarto grado de la escuela primaria.
    No pasé de cuarto grado porque el estudio
    simultáneo del inglés,
    el hebreo y el castellano, sumado a una confusa situación
    familiar, me dejó varado en una dislexia
    consistente en escribir el castellano de derecha a izquierda,
    como el hebreo; y el hebreo de izquierda a derecha, como el
    castellano. Sin duda podría haberme presentado como
    atracción en un circo grafológico, pero no era la
    habilidad más indicada para cursar regularmente el cuarto
    grado" (69).

    Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un
    cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: "A
    la semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar
    todas las noches en la habitación contigua. Vos me
    explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir
    sola porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis
    la llevarán a la casona del fondo del campo"
    (70).

    En "El baile", Jorgi relata: "Había sido
    Mariuska, hija de una princesa rusa con veleidades de artista
    plástica, la que lo inició en pormenores del arte.
    Con tal de conquistarla al fin, le siguió el tren.
    Después de haberla conocido –recién
    finalizada la Segunda Guerra Mundial-
    en un bailongo de la Boca, simuló interesarse por la
    pintura"
    (71).

    El pequeño protagonista de "Historia con tango y
    misterio", de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos
    emigraron de Rusia. El padre le contesta: "Por el ejército
    del zar. Cada vez que aparecían por la aldea donde
    vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en
    alguna guerra en la otra punta del país" (72).

    En "Hamlet en el
    gueto", Samuel Pecar, el "Sholem Aleijem argentino", evoca los
    años que pasan mientras el padre de familia medita acerca
    de la posibilidad de emigrar. El narrador expone la
    situación del protagonista: "Máximo Jirik no se
    dirige a Israel para hacer
    negocios.
    Máximo Jirik es un idealista, señor. Si él
    ha resuelto dejar la Argentina, donde siempre vivió bien,
    ¡más que bien!, no será por el sucio
    afán de apilar dinero en otro
    país, enclavado, para colmo, en la barriga de Asia, y cercado
    de enemigos con el alfanje entre los dientes. No; a Máximo
    Jirik no le interesan los business. Israel lo atrae con la magia
    de sus múltiples lazos históricos, sentimentales,
    telúricos…". Al finalizar el cuento, el hombre
    aún sigue evaluando las ventajas y desventajas, mientras
    su familia sufre las consecuencias (73).

    Hilel Resnizky dedica Peregrinación entre patrias
    a la memoria de sus
    padres y su hermano, "como homenaje a la judería
    argentina, que supo unir valores". El
    volumen consta
    de tres partes, cada una de las cuales muestra "características distintas que van de un
    realismo
    sentimental a un surrealismo
    –o metarrealismo- de mirada alerta".

    "Argentino y Judío a mucha honra pretende
    presentar esbozos, aunque sean aislados, de la epopeya de la
    colonización judía en la Argentina". Aparecen
    entonces los gauchos judíos, los conservadores y
    radicales, la discriminación, el tesón, la
    victoria y la desazón que caracterizaron a toda una
    época. "Vieja Patria y Hombres Nuevos es también
    realista, pero por ser más cercana en el tiempo y el lugar
    a los hechos que describe es tal vez menos piadosa, como una
    fotografía
    tomada de cerca, que no escatima el detalle de las arrugas".
    Algunos descendientes de los colonos, perseguidos y torturados
    por motivos racistas o ideológicos viajan a Israel, y
    encuentran allí salvación, aunque la convivencia no
    es del todo sencilla. "Un Poco Más Acá del
    Más Allá es abiertamente surrealista" y trata
    cuestiones inherentes al ser humano en general, ubicadas en
    escenarios muy distintos de aquellos en los que
    transcurría la acción de las narraciones
    anteriores, utilizando recursos
    relacionados con lo onírico y lo
    fantástico.

    La llegada a la Argentina, huyendo de una tierra
    inhóspita; la partida a Israel, en amargas condiciones, y
    algunos relatos en los que se indaga otra realidad, son la
    esencia de este volumen
    interesante tanto para judíos cuanto para gentiles
    (74).

    En
    poesías

    Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las
    mieses’ muestra una
    expansión jubilosa en la exaltación de la tierra,
    los hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros
    de cordial resonancia. Desde el diálogo
    pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo
    o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y
    conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una
    convivencia con el mundo humano, animal o de humildad
    biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el
    diminutivo y las imágenes
    justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese
    vivo universo"
    (75).

    En la "Oda a los ganados y las mieses", Leopoldo Lugones
    canta al ruso Elìas, que vive en paz en la nueva tierra:
    "Pasa por el camino el ruso Elías/ Con su gabán
    eslavo y con sus botas,/ En la yegua cebruna que ha vendido/ Al
    cartero rural de la colonia,/ Manso vecino que fielmente guarda/
    Su sábado y sus raras ceremonias,/ Con sencillez sumisa
    que respetan/ Porque es trabajador y a nadie estorba"
    (76).

    En su poema "En el día de la recolección
    de los frutos", Alfredo Bufano homenajea a los rusos con estos
    versos: "Salud, hijos
    del Volga y de Siberia,/ y de todas las tierras que ayer fueron
    del Zar;/ salud, mas no
    al que viene/ haciendo tremolar/ banderas empapadas de sangre,
    fuego y muerte/ sino
    al que viene a amar y a trabajar,/ y al que llega con sed de
    justicia/ o
    fatigado en busca de un regazo cordial;/ porque esta tierra
    nuestra, grande, sagrada y bella,/también la damos para
    descansar" (77).

    De Rusia parte Jacobo Fijman, a los cuatro años
    de edad, en 1898. Mucho tiempo después escribiría:
    "¡Ah! Yo soy uno de esos caminantes/ Que aún no han
    encontrado su camino;/ Pero he gustado un luminoso vino/ en
    huertos generosos y fragantes" (78).

    Tamara Kamenszain, descendiente de rusos, es la autora
    de El ghetto. Ese libro, dedicado a su padre, incluye el poema
    "Arbol de la vida", en el que expresa: "Mi duelo, lo que estoy
    viendo/ es el Gran Buenos Aires desde un cementerio
    judío./ Con cara de cansado pasa arrugando un rabino/ la
    página de kaddish en el bolsillo./ En mangas de camisa
    lejos de esta pira de piedras/ asará los restos del
    domingo sobre otro mausoleo./ En la puerta la florista se
    persigna/ ante un cortejo de parientes y vecinos/ solideos
    improvisados, mujeres de llanto fácil/ se congregan en la
    fila de los deudos/ no es por mi duelo, me segregan, los estoy
    viendo/ no me sumo a esa muchedumbre abatatada/ me resta a
    contramano mi pérdida solitaria/ por Quilmes y Ezpeleta
    hasta La Tablada flotando/ bajo el humo de chorizos arrebatados,/
    de calles barrosas sin apisonar/ vías muertas y, al final,
    una tarima evangelista. ‘Pare de sufrir’ anuncia la
    humorada del cartel/ cuando piedra sobre piedra entierro/ mal
    traducida la fotocopia de kaddish/ en el fondo de mi cartera que
    me dice/ la tradición a expensas de tu muerte/ una verdad
    menos que revelada/ no hay rabino que ayune ganas de saber/ no
    hay duelo lo que estoy viendo es lo que es/ calles del Gran
    Buenos Aires transidas de domingo/ un vehículo negro pasea
    en relieve el
    nombre de su cochería/ de éste al otro lado del
    suburbio lo que estuve viendo/ se distancia. En el campo sin
    límites
    de la mirada/ verde sobre verde avanza el paisaje de todos/ todos
    cuelgan sobre ese horizonte la esperanza de estar vivos/ somos
    una muchedumbre abatatada volcando sobre los colectivos/ un
    pasaje de salida. Me fui del cementerio/ yo tampoco merezco otro
    domingo en tinieblas./ Mi duelo, lo que estoy viendo/ será
    de aquí en más este verdor que te dedico./ Hoy
    florecen en las copas de los árboles
    todas mis raíces" (79).

    La madre de Susana Szwarc, nacida en Polonia,
    vivió en Siberia. En "Declive", la poeta expresa: "Por el
    ojo de la cerradura vemos/ cómo deja la palangana en el
    suelo: tiene
    agua. Ahora/
    no se ve. Hasta que levanta la mano/ blanca, la misma con que la
    prisionera (jovencita/ en Siberia) llevaba maderos hacia el
    barco.// ¿Y las niñas?, en la escuela/
    atrás de la vía.// Tiene una gillette y el ojo
    apoyado en la cerradura mira/ su negra axila de abeja-madre.
    Arrasa. Algo se corre./ En el encuadre, un ojo mira al otro./Si
    me estiro veo/ la palangana (llena) de estrellas y abedules/
    también blancos: habría nevado./ ( El hermano,
    sobre la nieve, corre/ a la muchachita y ahora los ojos ya no
    ven.)// Atrás de la vía:/ campanas.// Va a salir.
    Hay que correrse. Abre la puerta y desparrama/ el agua
    (turbia) al gallinero. Nubes la alejan, hacen pasillos./ hasta
    que tiende más ropa en punta de pie. Los brazos en alto.
    Abrocha.// ¿Cómo hallar ahí donde
    posarse?".

    En "Bíblica", evoca: "Madre es anciana./ Madre es
    anciana y se ha/ embarazado./ Habrá una hermana nueva. //
    Madre embarazada/ vomita y sus dedos aprietan./alambres/ del
    gallinero.// Por su boca sale la nieve/ de Siberia y aquí
    -lejísimo-/el pueblo entero se llena de blanco/ barro.//
    Madre ríe y las hijas reímos/ mientras mascamos/ un
    poco de brea/ como si el mundo la nieve la brea/ fueran/ nuestra
    pertenencia.// Y madre/ sabia en los vagones/ nos avisa:/ si uno
    tiene que vivir vive/ si uno tiene que morir se/ muere.//
    ¿Porqué? le decimos las nacidas/ pero ella se
    distrae por el buey/ quieto entre las vías./ Y anuncia:/
    este tren habrá de detenerse/ Podremos parir"
    (80).

    Enrique Novick describe, en "Balada para un padre
    ausente", el efecto que la música de su tierra
    tenía en el padre enfermo de Alzheimer:
    "Cuando le/ cantaba,/ próximo/ a su lecho,/ canciones/
    antiguas/, sin nombre/ ni dueño,/ que hablan/ de una
    aldea/ con hornos/ de piedra,/ cerca de las/ casas,/ sus pisos/
    de tierra,/ Marc Chagall/ brotando/ de acequias/ y techos;/ que
    él/ acompañaba/ con su voz/ pausada,/ rescatando/
    estrofas/ tras un gesto/ austero,/ y un temblor/ extraño/
    que escurría/ en su cuerpo,/ peces
    abismales/ y negros,/ hasta ser un eco/ más/ entre los
    ecos,/ que suelen/ merodear/ por mi cerebro"
    (81).

    Paulina Vinderman habla a su padre en un poema: "-Anoche
    soñé que sacaba un pasaje para Bulgaria-/ quiero
    decirle./ Llego a una ciudad amplia y resuelta, apoyada en un/
    mar interior (un mar de manual, con
    muchos barcos enhiestos.)/ Inexplicablemente la ciudad
    está callada/ y resuenan mis pasos sobre las calles./
    Universidad, dice un cartel,/ y otro me envía a las ruinas
    de un templo griego/ que instala la armonía en mi
    ceguera." (82).

    En su poemario Las huecos de tu cuerpo, Manuela
    Fingueret evoca a su madre, llegada desde otra tierra, que
    vivió entre los años 1917 y 1988. La hija le dice:
    "Suspendida del verano/ como las/ glicinas de la calle Leiva/
    ‘flor quieta y desnuda’*/ tus pies se arrastran/ en
    la noche/ como una alucinación/ que se desliza/ por las
    paredes/ del hotel de inmigrantes y/ tu cuerpo se estremece/ hija
    entre tantas/ en una aldea/ de Lituania".

    En otra estrofa, expresa: "Es sólo/ un
    mediodía de febrero/ el calor impacienta/ exige/ un
    espacio entre las piedras/ donde encuentro/ tus juegos
    inconclusos/ en esa aldea de Lituania/ cuando/ sólo eras
    Basia/ una joven en tránsito/ hacia otras calles.
    ¿Cómo hacer de la distancia un soplo’/
    ¿Un leve movimiento
    pendular/ para abrazarnos?"". Más adelante, se lamenta:
    "¡Soy tu madre!, decías, ¡sólo
    mírame!/ Y no pude/ Eloim/ con ese modo callado de ser
    mujer/ con esa máscara suplicante/ plegada sobre/ la vieja
    tabla de lavar/ al ritmo/ del barco a vapor/ buscando/ una aldea
    de Lituania" (83).

    En "Corrientes esquina gueto", evoca la realidad del
    inmigrante polaco: "Cada quien/ con las voces del mercado/
    recién llegado de Varsovia/ pepinos en vinagre/ o el
    buzón de la esquina// Una tierra prometida/ untada sobre
    pan Goldstein/ entre pastrom caliente/ y el mar rojo atravesado/
    por Corrientes/ o por Serrano/ a la espera de Moisés/ que
    no sabe idish/ para descifrar los mandamientos" (84).

    Mónica Sifrim escribe: "No señor. En mis
    antepasados no hay diabéticos, hipertensos,/
    cardíacos ¿Cómo explicarle? De cada diez
    antepasados míos,/ uno moría en las revoluciones,
    otro en las cámaras de gas/ y cuatro o
    cinco de melancolía./ Ya sé que no se heredan tales
    males. La mandrágora deja/ ese letargo de naranjas agrias.
    Luego talco, y a mover los/ genes fresquecitos./ Pero cuando
    llegan oleajes de dolor oleajes de dolor oleajes/ se descubre un
    vago parecido: ¡Mire qué bonita!/ Mete el brazo en
    el horno como lo hacía su tatarabuela" (85).

    En
    teatro

    "La urbe no consigue absorber del todo el aluvión
    tumultuoso que avanza desde el puerto –afirma Luis Ordaz-,
    y si bien el inmigrante se va incorporando al medio que habita e
    integra. Éste (el medio) se conforma, asimismo, con dicha
    participación e incidencia. El inmigrante se adapta o no,
    pero, a la vez, impone un nuevo sentido a las cosas y hasta las
    nombra y condimenta con vocablos y giros que componen una nueva
    jerga de frontera. Italianos y españoles, particularmente,
    pero también ‘turcos’, polacos,
    ‘rusos’ (judíos de variadas procedencias),
    animan una población pintoresca por el enfrentamiento,
    habitualmente apacible y sin prejuicios de ninguna índole,
    de todas las nacionalidades, razas y credos. Todo esto resalta,
    de manera natural, en el ‘sainete porteño’ "
    (86).

    "En Mustafá, sainete que Armando Discépolo
    y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y
    estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se
    entusiasma ante la fusión, la
    ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas
    de vecindad porteñas" (87). Conversando con el turco que
    da nombre a la obra destaca el clima amistoso
    del conventillo: "E lo lindo ese que en medio de esto batifondo
    nel conventillo todo ese armonía, todo se
    entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco;
    italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué
    parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co
    españole, andaluce co madrileño, napoletano co
    genovese, romañolo
    co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne
    jauja. ¡Ne queremo todo!" (88).

    A criterio de Ordaz, "Don Gaetano se refiere, efusivo, a
    una parte verdadera e importante del conventillo, mientras la
    otra parte, que sirve para completar la visión, queda
    soslayada: ¿quiénes habitan las enormes casonas,
    cómo se vive en un conventillo?" (89).

    En
    cine

    Alberto Gerchunoff escribió Los gauchos
    judíos en 1910, para celebrar un momento culminante de
    nuestra historia. Décadas más tarde, el libro fue
    llevado al cine. Al
    respecto, Jorge Miguel Couselo afirma que "La briosa
    versión de Los gauchos judíos (Jusid, 1975), con la
    originalidad de una interrelación folclórica nunca
    tocada por el cine
    argentino, sufrió el torpe tronchamiento de la censura,
    que no admitió en imágenes
    pasajes que cuatro generaciones de estudiantes leyeron en la
    prosa de Alberto Gerchunoff" (90). Sobre el film escribe Ricardo
    Manetti: "La pantalla también devuelve (…) el retrato
    nostálgico y épico de la gesta de los inmigrantes"
    (91).

    En abril de 2001 se estrenó Un amor en
    Moisésville (92), film dirigido por Antonio Ottone
    –que también escribió el guión- y
    protagonizado por Víctor Laplace y Cipe Lincovsky. Sobre
    esa película se afirmó: "Antonio Ottone regresa al
    cine de la mano de una historia ambientada en tiempos en los que
    un contingente de la colectividad judía procedente de
    Europa desembarcaba a principios de siglo en la provincia de
    Santa Fe. Víctor Laplace y Cipe Lincovsky hacen un
    homenaje desde sus personajes" (93).

    En
    historietas

    En Caras y Caretas, "en 1927 Hersfield publicó a
    ‘Abraham Kancha, experto en Uper’ un personaje mitad
    criollo, mitad judío, que lo presentaba así:
    ‘¿Romperme una hoieso? Ni vos, ni la negro Kin
    Charol, ni Firpo, ni nadie mi dieja groggy’ "
    (94).

    …..

    Procedentes de diversas naciones, los inmigrantes que en
    la Argentina fueron llamados "rusos" contribuyeron al
    engrandecimiento de la nueva tierra.

    Notas

    1. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1998.
    2. Alpersohn, Marcos: Memorias de un colono argentino,
      en Judaica N° 50. Tomado de Senkman, Leonardo: La
      colonización judía. Buenos Aires, CEAL,
      1984.
    3. Chajchir, Mauricio: "Viaje al país de la
      esperanza. Relato de un viajero del Pampa", en La
      Opinión, Buenos Aires, 8 de agosto de 1976, reproducido
      en Asociación de Genealogía Judía de
      Argentina, Toldot #8. Noviembre de 1998.
    4. Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en
      Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de Ricardo
      Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.
    5. Gombrowicz, Witold: Peregrinaciones argentinas.
      Madrid, Alianza Tres, 1987.
    6. Arcuschín, María: De Ucrania a
      Basavilbaso. Buenos Aires, Maymar, 1986.
    7. Flichman, Rosalía de: Rojos y blancos.
      Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
    8. Caplán, Benedicto: "Shalom Argentina. Primera
      Parte: manos para labrar la tierra", en
      lavaca_orgShalom.htm.
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      Buenos Aires, Fraterna, 1986.
    10. Feierstein, Ricardo: Postales
      imaginarias/2. Nuevos viajes alrededor de la Tierra antes de
      Internet. Buenos Aires, Acervo Cultural, 2003.
    11. Jankilevich, Angel: "Historia de los Hospitales de
      Comunidad de
      la Ciudad de Buenos Aires", en
      www.aadhhosorgar.htm.
    12. Aubele, Luis: "A boca de jarro. Pedro Roth ‘Soy
      un testigo privilegiado’ ", en La Nación, Buenos
      Aires, 23 de febrero de 2003.
    13. Szwarcer; Carlos: "La mesa de mis abuelos", en
      SEFARaires N° 12, abril de 2003.
    14. Rotstein, Enrique y Fabio: "Fanny Dubroff y David
      Rotstein", en
      horacio/ anc-cast.htm
    15. Pizarro, Cristina: "Con María Esther de
      Miguel". Entrevista
      realizada el 25 de febrero de 2003.
    16. Watch, Ana: Clara, una niña judeoargentina
      víctima del nazismo.htm
    17. Randler, Jacobo: "Mis primeros pasos en la
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      21 de mayo de 2003.
    18. Ocampo, Laura y Tanferna, Fabián:
      "Testimonios", en Casa FOA 2000. Desembarcadero y Hotel de
      Inmigrantes.
    19. Masjoan, Lía: "Nosotros. Contratiempos y
      alegrías de inmigrantes húngaros", en El Litoral
      on line, Santa Fe, 4 de mayo de 2002.
    20. Nowak, Pablo: Panel en El Hotel de Inmigrantes,
      2000.
    21. Markic, Mario: "En el camino", TN, 12 de septiembre
      de 2002.
    22. Nario, Hugo: "Cortando piedra", en Todo es historia,
      N° 178, Buenos Aires, Marzo de 1982.
    23. Alonso de Rocha, Aurora: "Entonces la mujer",
      en El Tiempo, Azul, 2003.
    24. Fondevila, Fabiana: "Los personajes del año",
      en Clarín Viva. Buenos Aires, 8 de diciembre de
      2002.
    25. Algañaraz, Julio: "Pintor y aventurero", en
      Clarín Revista,
      Buenos Aires, 8 de junio de 2003.
    26. Manzur, Norma: Lazos y Nudos. Cuentos,
      Buenos Aires, Editorial Milá, 2003.
    27. Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en
      Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.
    28. Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: "El
      día que fue arrasada Varsovia", en La Nación,
      Buenos Aires, 1° de septiembre de 2002.
    29. S/F: "Breve historia de la llegada de mi abuelo a la
      Argentina", en Breve historia del arribo de mi abuelo a la
      Argentina.htm.
    30. Barón Biza, Jorge: "La historia, un
      disparate", en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de
      1999.
    31. Becker, Miriam: "La última idishe mame", en La
      Nación Revista, Buenos Aires, 23 de marzo de
      1997.
    32. Guerriero, Leila: "Ser patriota del universo", en
      La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2
      2002.
    33. Paszkowski, Diego: "En qué pienso", en
      Clarín, 12 de enero de 2003.
    34. Poch, León: Cosas y casos judíos.
      Buenos Aires, Milá, 2003.
    35. Kiron: "El canto es magia", en La Nación
      Revista, Buenos Aires, 27 de octubre de 2002.
    36. Shua, Ana María: "Por amor a la
      música", en Clarín, Buenos Aires, 18 de mayo de
      2003.
    37. Plaza, Gabriel: "Polcas de mi tierra", en "La
      compactera", La Nación, Buenos Aires, 22 de agosto de
      1999.
    38. Guerriero, Leila: "Chango Spasiuk. Chamamé por
      el mundo", en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de
      enero de 2001.
    39. S/F: en el folleto informativo del Museo
      Histórico Juan Szychowski, Apóstoles,
      Misiones.
    40. Skliarevsky, Fernando: "Misiones, Cien años de
      inmigrantes", en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de
      octubre de 1997.
    41. Olmos, María Edith Lardapide: "Historia de
      vida", en El Tiempo, Azul, 8 de junio de 1997.
    42. Anzorreguy, Chuny: El ángel del
      capitán. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
    43. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
      historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
    44. Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: Erzia.
      Buenos Aires, Zurbarán Editores, 2003.
    45. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
      Aires, Editorial Abril, 1984.
    46. Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos
      Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
    47. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos
      Aires, Marymar, 1986.
    48. S/F: en La Capital,
      Rosario
    49. Issac, Jorge E.: op. cit.
    50. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
      Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
    51. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos.
      Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (contratapa).
    52. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos.
      Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
    53. Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos
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    54. Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur.
      Barcelona, Ediciones B, 1998.
    55. Báñez, Gabriel: op. cit.
    56. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
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    57. Andruetto, María Teresa: Stéfano.
      Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
    58. Weisz, José Martín: …mientras los
      violines tocaban csárdás. Un viaje a
      Hungría. Buenos Aires, Milà, 2002.
    59. Nudel Pensión "La Rosales". Buenos Aires,
      Editorial Milá, 2002.
    60. Gerchunoff, Alberto: "El día de las grandes
      ganancias", en Cuentos de
      ayer. Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I,
      Nº 8, 1919.
    61. Bustos Domecq, H.: "Las noches de Goliadkin", en H.
      Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento
      policial. Buenos Aires, CEAL, 1981.
    62. S/F: en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires,
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    63. Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL,
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    64. Goldemberg, Susana: Cuentos de la bobe. Buenos Aires,
      Sudamericana.
    65. Averbach, Margara: "El cardenal", en Aquí
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      2001.
    66. Krimer, María Inés: "Aarón", en
      El Tiempo, Azul, 9 de febrero de 1997.
    67. Ketzelman, Zahira Juana: en el grillo
    68. Birmajer, Marcelo: No es la mariposa negra. Buenos
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    69. Jorgi, Sebastián: "Tardes del Lorraine", en
      Tardes del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del Valle,
      1996.
    70. Jorgi, Sebastián: "El baile", en Fuga y
      vigilia. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996.
    71. Califa, Oche: "Historia con tango y
      misterio", en Un bandoneón vivo. Buenos Aires,
      Sudamericana, 2002.
    72. Pecar, Samuel: La última profecía y
      otros textos. Buenos Aires, Milá, 2001.
    73. Resnizky, Hilel: Peregrinación entre patrias.
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    74. Ara, Guillermo: "Leopoldo Lugones", en Historia de la
      literatura
      argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    75. Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
      en Antología Poética. Buenos Aires, Espasa-Calpe,
      1965.
    76. Bufano, Alfredo R.: "En el día de la
      recolección de los frutos", en Para todos los hombres
      que quieran habitar el suelo
      argentino, Buenos Aires, Clarín.
    77. Fijman, Jacobo: "Caminante" (poema inédito) en
      Clarín, Buenos Aires, 14 de diciembre de
      2002.
    78. Novick, Enrique: "Balada para un padre ausente", en
      La Prensa, Buenos Aires, 10 de enero de
      1999.
    79. Vinderman, Paulina: "Bulgaria", en Bulgaria. Biblioteca
      Virtual Beat 57.
    80. Fingueret, Manuela: Los huecos de tu cuerpo. Buenos
      Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1992.
    81. Fingueret, Manuela: "Corrientes esquina gueto", en
      Esquinas. Catálogos. Buenos Aires, 2001.
    82. Kamenszain, Tamara: El ghetto. Buenos Aires,
      Sudamericana, 2003.
    83. Szwarc, Susana: en Bailen las estepas. Buenos Aires,
      Ediciones de la Flor, 1999.
    84. Sifrim, Mónica: Novela familiar. Buenos Aires,
      Ediciones Ultimo Reino, 1990.
    85. Ordaz, Luis: "Armando Discépolo o el
      ‘grotesco criollo’ ", en Historia de la literatura
      argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    86. ibídem
    87. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael:
      Mustafá, citado por Páez, Mario, en El
      conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1990.
    88. Ordaz, Luis: op. cit.
    89. Couselo, Jorge Miguel: en Historia de la literatura
      argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    90. Manetti, Ricardo: "El cine de la digresión",
      en Cien años de cine. Buenos Aires, La Nación
      Revista, Tomo II.
    91. Ottone, Antonio, dir.: Un amor en Moisés
      Ville. Abril de 2001.
    92. S/F: "Un amor en Moisés Ville", en
      Película Cinemark archivos/Cinemark-Ottone.htm
    93. S/F: "Caras y Caretas" de Adrián Ignacio
      Pignatelli. Publicado en Historia de Revistas Argentinas. Tomo
      II . AAER

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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