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Miscelánea filosófica




Enviado por irichc23



    1. Esbozos
      espinozianos.
    2. La crítica de la
      sensualidad en el empirismo trascendente de
      Hume.
    3. El proyecto ilustrado: Dominio
      del mundo vs. Comprensión del mundo (hypothesis non
      fingo).
    4. El ocaso del
      superhombre.

    1. Esbozos
    espinozianos

    I. Spinoza y el análisis de las pasiones.

    ¿Puede alegrarnos una injusticia? Definamos
    primero los términos: podemos tomar "justicia" en
    un sentido externo, como orden establecido, o en su sentido
    más propio, el interno, que hace que aquélla se
    corresponda indefectiblemente con un sentimiento de
    satisfacción moral. La
    injusticia sería su opuesto, a saber, una pasión
    acompañada invariablemente de un sentimiento de
    insatisfacción moral.

    Dicho esto, alguien podría objetar que uno se
    alegra a menudo de cosas injustas, pero hablar así me
    parece jugar con las palabras. Si nos alegramos de tales cosas es
    porque, en el fondo, las consideramos justas, esto es: porque
    puede más en nosotros el sentimiento de poder que el
    de impotencia. Algo es bueno porque nos gusta, no nos gusta
    porque es bueno. Otro tanto ha de predicarse de la justicia.

    Para Spinoza no existe contradicción real en las
    pasiones, sino que el análisis de sus causas generatrices nos
    revela que aquélla es estrictamente nominal. No hay que
    aceptar, pues, que puedan darse al mismo tiempo el
    sentimiento de justicia y el de tristeza, como cuando se
    experimenta algo así como el "arrepentimiento". En todo
    arrepentido, según este planteamiento, habría un
    hipócrita o un impotente. En todo "malvado" que gozase
    haciendo el mal (y el mal para Spinoza no es otra cosa que la
    ausencia de bien), un estúpido y un ignorante.

    La virtud procede de la misma fuente que el vicio: la
    pasión. Es la acción la que nos mueve hacia la
    ética,
    la que posibilita la conversión de las pasiones en
    acciones y, en
    definitiva, la que propicia la convergencia perfecta de los
    planos estético y ético. El caso contrario, el de
    la escisión entre estética (pasión) y ética
    (acción), con su consiguiente necesidad de guardar las
    apariencias, será problematizado por el psicoanálisis freudiano.

    II. "No sabemos lo que puede un
    cuerpo".

    La división radical entre cuerpo y alma aparece
    en Sócrates
    por primera vez; el alma es el arjé socrático, el
    cambio que no
    cambia, el ideal de inmortalidad que observa el devenir del
    cuerpo en el mundo, etc. Para Spinoza no existe tal arjé,
    no hay un observador inmóvil ni se lo presupone, ya que (y
    esa es la tesis
    fundamental que recorre toda la Ética) los cambios en el
    cuerpo, léase: las pasiones, se corresponden
    geométricamente con los cambios en el alma.

    Eso no significa que podamos reducir el alma al cuerpo.
    El alma sería el cuerpo considerado como unidad de
    acción, siendo el hombre
    virtuoso aquel cuya alma es capaz de convertir las pasiones en
    acciones, de
    hacer valer su fuerza, de
    generar sus propios valores.
    Spinoza no orienta el alma hacia el cuerpo "in actu", hacia lo
    finito, sino hacia lo infinito, esto es, hacia Dios (el amor
    intellectualis). El cuerpo, a su vez, no ha de ser tomado
    históricamente, como devenir (en Sócrates,
    p.ej.), sino sub specie aeterni, como posibilidad continuamente
    abierta.

    Las posibilidades son infinitas en tanto que no se
    establece un límite radical entre la sustancia, los
    atributos y los modos, entre el creador y lo creado. Para Spinoza
    no hay emanación, sino inmanencia de todo con todo.
    Atributos y modos son expresiones de la sustancia, que, siendo
    infinita, no pierde dignidad en su trasvase. La idea de un
    infinito trascendente, como ya observara Hegel, es
    contradictoria, porque supone segregar lo infinito de lo finito,
    lo que hace que lo infinito no sea tal (pues excluye a lo
    finito).

    En este esquema conceptual la muerte
    sólo se admite como ausencia de vida, del mismo modo que
    el mal sólo existe como privación de bien. Pero no
    hay tal cosa como una "nada" o un anorreamiento, ya que, en la
    sucesión de causas y efectos, el presente está
    inextricablemente unido con el pasado y el futuro. Así,
    Spinoza recupera el sentido clásico de inmortalidad: "es
    inmortal aquel que en vida fue capaz de hacer y pensar muchas
    cosas".

    2. La
    crítica de la causalidad en el empirismo
    trascendente de Hume

    El tema central de la Enquiry de Hume es la
    relación de causalidad o, lo que es lo mismo, su
    problematización metafísica. Desde los orígenes de la
    especulación hasta los tiempos del autor, la
    correlación que parecen manifestar todas las cosas entre
    sí había sido interpretada como un signo
    inequívoco de la coherencia de la naturaleza. El
    orden en ella imperante, del que el hombre, en
    comunión con los demás seres, formaría
    parte, tenía que proceder, pues, o bien de un primer
    motor o causa
    primera (Aristóteles), o bien ser inmanente al
    mundo, tomado como unidad sustancial (Giordano Bruno, Spinoza), o
    bien derivarse de una razón suficiente (Leibniz). La tarea
    de Hume será demostrar, negativamente al menos, la
    inexistencia de una causa primera, la trascendencia de toda
    proposición fáctica (esto es, la imposibilidad de
    aprehender la realidad en sí) y la insuficiencia de
    cualquier razón ordenadora que pretenda pasar por
    universal.

    Hume establece como principio general el carácter a
    posteriori e injustificable de la relación causa-efecto.
    Si el orden de las ideas se deriva del de las impresiones, y las
    verdades apodícticas son, al cabo, tautologías,
    deducimos que éstas no son capaces de reflejar la realidad
    objetivamente, ni aquéllas pueden lograr el valor de
    verdad más que de un modo convencional o intersubjetivo.
    Las causas y los efectos son, para Hume, simples divisiones
    imaginarias que el hombre
    traza sobre el mundo, a modo de meridianos y paralelos, con el
    fin de lograr en él cierta capacidad de acción. No
    es, entonces, la causa la que genera el efecto, como nos
    enseña la razón práctica, sino que es el
    mismo efecto el que, retrotrayéndose por la fuerza de la
    Costumbre, se convierte en causa abstracta. Apunta Hume al "giro
    copernicano" de Kant al
    despreciar aquellas formulaciones oscuras sobre los entes que,
    sin embargo, descuidan el estatuto del sujeto, al que equiparan a
    una cosa más de la naturaleza. El
    sujeto en Hume, por el contrario, es fenomenológico,
    inmanente, carente de cualidades, compuesto tan sólo por
    las relaciones que establece con la realidad; una realidad, dicho
    sea de paso, puramente subjetiva, construida siempre de nuevo y
    sin más fines que serle útil al sujeto en cada
    momento.

    Concluimos. La crítica de Hume no sólo
    apunta a la metafísica, sino a la misma ciencia, que
    basa la certeza de los enunciados en su verificación
    empírica (esto es, en el grado de repetición de lo
    previsto por ellos), sin reparar en que es la experiencia la que
    sostiene al razonamiento y no a la inversa. No es que los hechos
    confirmen una teoría,
    sino que la conforman efectivamente desde el momento en que son
    tomados como reglas para otros hechos, hechos cuya regularidad
    nadie –excepto la regla- nos asegura. El sustrato de la
    racionalidad es la irracionalidad, lo inarmónico, lo
    caótico. Todo lo que no sea un hecho perece en su propio
    discurso, pero
    el hecho puro es inaprehensible, luego la única salida
    (¿racional?) del hombre es la
    ataraxia y la resignación irónica ante los
    acontecimientos.

    3. El proyecto
    ilustrado: Dominio del mundo
    vs. Comprensión del mundo (Hypothesis non
    fingo)

    El sistema de
    Newton se
    opone al principio de inercia de Galileo, que sin embargo asume
    de forma inconsistente. Pues, ¿cómo puede
    conciliarse la inercia, que es un principio pasivo de los
    cuerpos, con la gravedad o el poder de
    atracción, que son principios
    activos? Newton lo
    intentó infructuosamente mediante su teoría
    del éter, que pretendía explicar la
    transmisión de las fuerzas mediante la
    consideración física del
    vacío entre los cuerpos.

    Pero volvamos a Euler y a su defensa del espacio
    newtoniano. En el párrafo
    nueve de sus "Reflexiones sobre el espacio y el tiempo" pone el
    siguiente ejemplo:

    "Supongamos, a fin de fijar mejor nuestras ideas, que el
    cuerpo A está en un agua estancada
    y que, mientras permanezca en el mismo lugar, permanecerá
    también en la misma vecindad con las partículas de
    agua que le
    rodean, rigiéndose este cuerpo igualmente por la regla
    matemática
    como por la metafísica. Pero supongamos ahora que el agua
    empieza a correr. Según la regla matemática, el cuerpo permanecerá,
    no obstante, en el mismo lugar, a menos que sea arrastrado poco a
    poco por la fuerza del agua. Según la regla
    metafísica, este cuerpo debería seguir el movimiento del
    agua para mantenerse en vecindad con las mismas partículas
    de ella que le habían rodeado anteriormente. En este caso,
    por tanto, la regla extraída de la metafísica ya no
    será conforme a la verdad".

    Según Euler la metafísica leibniziana
    admitiría cambios sin movimiento
    (cuando el cuerpo se mantiene en el "lugar inicial" pero cambia
    la disposición de las partículas en torno a
    él) y movimientos sin cambio (cuando
    el cuerpo mantiene la misma relación con las
    partículas que le rodean al seguirlas en la corriente).
    Pero eso es una falacia, porque ¿cómo podemos decir
    que el cuerpo se mantiene en el "lugar inicial" cuando el estado de
    cosas de ese lugar ha sido alterado? ¿se trata del mismo
    "lugar" o, por el contrario, de uno totalmente distinto,
    según la perspectiva de la mónada? Y, por otro
    lado, aunque en el segundo caso, en el que el cuerpo es
    arrastrado por la corriente, éste mantenga la misma
    relación con su entorno más inmediato (las
    partículas de agua), ¿podrá decirse lo mismo
    respecto el lecho del río y el resto del mundo
    circundante?. De ningún modo, a no ser que consideremos
    que el universo puede
    ser empujado en el vacío por Dios para después ser
    frenado en seco, como proponía Clarke en su
    polémica con Leibniz. Pero, ¿qué nos obliga
    a admitir la existencia de ese vacío circundante?; y,
    sobre todo, ¿qué razón suficiente
    tendría Dios para actuar así?. Los puntos
    matemáticos y el espacio absoluto de Newton
    vendrían a ser, pues, meras abstracciones o redes conceptuales para
    atrapar una realidad que no se molestan en penetrar y que
    distorsionan al considerar parcialmente.

    Ésa es la actitud propia
    de la
    Ilustración: el reduccionismo, la limitación de
    la realidad a su manifestación presente y el olvido de su
    dimensión potencial: futura o histórica. Forma
    parte de la escatología ilustrada el anhelo de predecir
    con la máxima exactitud todo cuanto acontece en el mundo,
    pero nadie puede eliminar la historia sin destruir al
    mismo tiempo el pensamiento y
    la acción que la engendran. Es en d’Holbach donde
    mejor se aprecia el falseamiento de la filosofía anterior,
    pues vemos que toma de Spinoza la unidad e infinitud de la
    sustancia, que no conoce el azar, pero sólo en su
    dimensión extensa, olvidando la cognoscitiva (de nuevo,
    desprecio hacia la metafísica y hacia todo lo que pueda
    suponer una textura abierta en el pensamiento).
    Al mismo tiempo, toma de Leibniz la fuerza de la materia,
    olvidándose del principio de razón suficiente y
    convirtiéndola en tendencia sin dirección, algo contradictorio a todas
    luces. Y así llega a las siguientes conclusiones
    dogmáticas (Sistema de la
    Naturaleza):

    "Los hombres se equivocarán siempre, cuando
    abandonen la experiencia en favor de sistemas
    originados en la imaginación. El hombre es obra de la
    Naturaleza: existe en ella, está sometido a sus leyes y no puede
    liberarse o salir de ella ni siquiera por el pensamiento. En vano
    su espíritu quiere lanzarse más allá de las
    fronteras del mundo visible; siempre se verá obligado a
    regresar. Para un ser formado por la Naturaleza y circunscrito a
    ella, no existe nada más allá del gran todo del que
    forma parte y a cuyas influencias está sujeto. Los seres
    que se suponen más allá de la Naturaleza o
    distintos de ella serán siempre quimeras de las cuales no
    nos será jamás posible formarnos ideas verdaderas,
    ni del lugar que ocupan, ni de su manera de actuar. No hay ni
    puede haber nada fuera del recinto que contiene todos los
    seres.

    Que el hombre cese, pues, de buscar fuera del mundo en
    el que vive seres que le procuren la felicidad que la Naturaleza
    le niega. Que estudie esta Naturaleza, que aprenda sus leyes, que
    contemple su energía y el todo inmutable del que
    actúa, y que se someta en silencio a las leyes de las que
    nada puede sustraerlo. Que consienta ignorar las causas que
    están envueltas en un velo impenetrable para él.
    Que soporte, sin murmurar, las sentencias de una fuerza universal
    que no puede volver sobre sus pasos, ni puede apartarse
    jamás de las reglas que su esencia le impone".

    No encontramos, hasta Marx, a nadie
    capaz de conciliar la perspectiva materialista y la dinámica o histórica. El hombre es
    visto como una cosa más o disuelto en el universo
    monádico, que actúa sin su concurrencia. Tan
    fútil resulta la virtud en esa tesitura que La Mettrie
    puede afirmar en "El Hombre Máquina":

    "¿Qué les hacía falta a Canus
    Julius, a Séneca, a Petronio, para cambiar su intrepidez
    en pusilanimidad o en cobardía? Una obstrucción en
    la aurícula, en el hígado, un embozo en la vena
    aorta".

    Finalmente llegamos a Hume y a la crítica de la
    causalidad, que propició el giro copernicano de Kant hacia el
    idealismo.
    Comenta Husserl al respecto (La idea de fenomenología):

    "¿Debo decir que sólo los fenómenos
    están verdaderamente dados al que conoce, y que nunca
    jamás transciende éste el nexo de sus vivencias; o
    sea, que sólo puede decir con auténtico derecho:
    'Yo existo; todo no-yo es meramente fenómeno y se disuelve
    en nexos fenoménicos'? ¿Debo, pues, instalarme en
    el punto de vista del solipsismo? ¡Dura exigencia!
    ¿Debo, con Hume, reducir toda objetividad trascendente a
    ficciones que pueden explicarse por medio de la psicología, pero que
    no pueden justificarse racionalmente? Mas también
    ésta es una ruda exigencia. ¿Acaso la psicología de Hume no
    trasciende, como toda psicología, la esfera de la
    inmanencia? ¿Es que, bajo las rúbricas de
    "costumbre", "naturaleza humana" (human nature), "órgano
    sensorial", "estímulo", etc., no opera con existencias
    transcendentes (y transcendentes según confesión
    propia), cuando su meta es rebajar al grado de ficción
    todo trascender las "impresiones" e "ideas"
    actuales?".

    ¿Cuál fue la aportación de la
    Ilustración? ¿Tuvo ideas propias o
    bien se limitó a mutilar y radicalizar las ajenas?
    ¿Nos libró de prejuicios o abrió la veda a
    la irracionalidad? ¿Dignificó al hombre o
    abortó el proceso de
    divinización de éste que venía
    incubándose desde el Renacimiento,
    convirtiéndolo en objeto de sí mismo (pues eso y no
    otra cosa es el sujeto) y en lobo para el resto? Son preguntas
    abiertas.

    4. El ocaso del
    superhombre

    Sócrates pasó su vida buscando a Dios.
    Nietzsche
    transcurrió la suya haciéndonos creer que esperaba
    al superhombre, anunciándolo como su profeta. El
    superhombre, me pregunto, ese cínico-epicúreo tipo,
    de alma estoica, que engendraron sus lecturas de Luciano,
    ¿es un ideal alcanzable por la humanidad o más bien
    un artificio antropoteológico, un falso as?

    Aclarémoslo de una vez. El verdadero enemigo de
    Nietzsche,
    hombre bienestante de día y malpensante de noche, no era
    el cristianismo,
    sino el proletariado. Parece evidente que el de Rocken
    temía un resurgir religioso en las masas socialistas, algo
    que en parte ya se estaba dando. Fue Nietzsche y no otro el que,
    preocupado, y haciéndose eco de Dostoievski, dijo que el
    anarquista le recordaba demasiado al cristiano
    primitivo.

    De modo que el superhombre no es anarquista, porque no
    puede llegar a los más. Y no deben entenderse de otra
    manera el elogio idealizante y la definición clasista que
    hace Nietzsche del hyperanthropos como aristócrata moral.
    Lo opone a sus dos contrafiguras: la plebe, estúpida por
    naturaleza primera, y "los compasivos", estúpidos por
    naturaleza segunda. Naturaleza segunda, es decir, moral.
    Estúpidos, es decir, cristianos. La moral del
    esclavo, el esclavo de la
    moral.

    Así, pues, ¿qué es el superhombre?
    El superhombre no es nada. O, lo que es lo mismo, es cualquier
    cosa. Basta con desproveer al término virtud de todo
    significado para convertirlo en acomodaticio. Y el superhombre es
    acomodaticio.

    Por sencillo que parezca, esto la crítica actual
    NO LO VE, o, si lo ve, NO LO DICE, y se entretiene en
    exégesis alambicadas sobre la voluntad, lo trágico
    y el sexo de los
    ángeles. Tal vez, creo, porque sus intereses son los
    mismos que los del autor comentado: echar jarros de agua
    fría sobre la religiosidad, que aglutina las masas;
    constituir al individuo como una burbuja sobre el vacío;
    eliminar, en fin, la última barrera de escrúpulos
    que nos quedaba.

    Sócrates se equivocaba: nadie nos enseña a
    ser malos. Nietzsche, el anti-Sócrates, nos hizo cometer
    el mismo error: la vida y el devenir no son inocentes.

    No hay superhombre en Europa, pero en
    África hay superhambre

    BIBLIOGRAFÍA:

    B. de Spinoza. Ética.

    G. W. Leibniz / S. Clarke. La polémica
    Leibniz-Clarke.

    L. Euler. Reflexiones sobre el espacio y el
    tiempo.

    D. Hume. Enqury concerning human
    understanding.

    J.O. de la Mettrie. El hombre
    máquina.

    Barón d'Holbach. Sistema de la
    naturaleza.

    E. Husserl. La idea de fenomenología.

    F. Nietzsche. Aurora.

    F. Nietzsche. El ocaso de los
    ídolos.

    Daniel Vicente

    irichc23[arroba]hotmail.com

    <>

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