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Fuentes de la moralidad




Enviado por vivianaendelman



    Fuentes de la moralidad

    Siguiendo el Catecismo de la Iglesia
    Católica (nn. 1750-1756) y la Enclíclica Veritatis
    Splendor nn. 76-78.

    Las fuentes o
    elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos
    son:

    -el objeto elegido.

    -el fin que se busca o la intención

    – las circunstancias de la acción.

    El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende
    deliberadamente la voluntad. Especifica moralmente el acto del
    querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue
    conforme o no conforme al bien verdadero.

    El objeto del obrar no es una cosa, sino una
    acción finalizada, el significado objetivo del
    obrar (por ejemplo: el objeto de robar un caballo no es el
    caballo, sino el acto de robarlo). Por eso dos actos
    idénticos físicamente, exteriormente
    indistinguibles, pueden pertenecer a especies morales diferentes.
    Como puede ser el caso de una mujer que ha de
    tomar la píldora por motivos médicos no anticonceptivos. Su acción exterior es
    idéntica a la que la toma sólo para hacer
    infecundos los actos conyugales, pero es una acción
    moral
    distinta. La diferencia tiene que ver con un dato objetivo, el
    significado objetivo del acto, que no viene captado por el plano
    físico exterior, sino por la razón práctica
    a partir de la persona que
    actúa. (Un ejemplo clásico es la legítima
    defensa. En el caso en que mato defendiéndome, el objeto
    de mi elección no es el matar al otro, sino la
    protección de mi vida con medios
    proporcionados.)

    Buscando precisar aún más en qué
    consiste el objeto, es importante detenerse en la diferencia que
    hay entre el significado verdadero, iluminado por la Veritatis
    splendor y el Catecismo de la Iglesia
    Católica, y lo que se propone erróneamente desde la
    teoría de la acción:

    El objeto de un acto de alcance moral
    está constituido propiamente, no por el contenido
    puramente físico del acto, como señalábamos.
    El objeto moral, es decir, el objeto sobre el que se apoya la
    razón práctica, no es jamás simplemente el
    objeto material (físico) del acto, sino este acto mismo en
    cuanto que está sometido al imperio de la voluntad y, en
    consecuencia, en cuanto que es realizado por la persona en un
    contexto humano. No es, pues, la naturaleza
    física
    objetiva de un acto la que, por sí misma, determina su
    alcance moral; es más bien la relación del acto con
    la voluntad lo que resulta decisivo. Acá se distinguen las
    diferentes perspectivas:

    -comprender la acción como un hacer: suceso
    físico que provoca efectos exteriores al hombre.
    (teoría
    de la acción). El aspecto físico del acto viene
    determinado por la observación exterior de lo que
    sucede.

    -comprender la acción como un obrar, no como algo
    que sucede fuera de mí, sino como la elección que
    hago. Las elecciones tienen también un carácter
    inmanente: cuando obro, elijo algo perteneciente a mí
    mismo. El obrar produce un efecto sobre el que lo escoge al
    realizar una acción determinada. Por ejemplo: cuando
    miento elijo ser un mentiroso. El aspecto moral del acto es el
    acto visto desde el interior del sujeto.

    Desde esta distinción previa, se puede reafirmar
    que la moralidad del acto humano depende sobre todo y
    fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la voluntad
    deliberada. Así pues, para poder
    aprehender el objeto de un acto, que lo especifica moralmente,
    hay que situarse en la perspectiva de la persona que
    actúa. En efecto, el objeto del acto del querer es un
    comportamiento
    elegido libremente. Y en cuanto es conforme con el orden de la
    razón, es causa de la bondad de la voluntad, nos
    perfecciona moralmente y nos dispone a reconocer nuestro fin
    último en el bien perfecto, el amor
    originario. Así pues, no se puede tomar como objeto de un
    determinado acto moral, un proceso o un
    evento de orden físico solamente, que se valora en cuanto
    origina un determinado estado de
    cosas en el mundo externo. El objeto es el fin próximo de
    una elección deliberada que determina el acto del querer
    de la persona que actúa. En este sentido, como
    enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, hay
    comportamientos concretos cuya elección es siempre errada
    porque ésta comporta un desorden de la voluntad, es decir,
    un mal moral.

    La intención se sitúa del lado del sujeto
    que actúa. Es un movimiento de
    la voluntad hacia un fin, fin que designa el objeto buscado en la
    acción, que apunta al bien esperado de la acción
    emprendida.

    La intención es el fin que la persona tiene
    presente, cualquiera que sea el resultado efectivo de la
    acción. Desde el punto de vista de la moral, no
    es necesario que se alcance el fin propuesto para que el acto sea
    calificado moralmente por éste; la intención,
    incluso no realizada, es por sí sola un factor de
    moralidad.

    La intención no se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones
    tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar
    viarias acciones hacia
    un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin
    último. Por ejemplo, un servicio que
    se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo, pero
    puede estar inspirado al mismo tiempo por el
    amor de Dios
    como fin último de todas nuestras acciones. Por otra
    parte, la acción del servicio puede
    estar también inspirada por la intención de obtener
    un favor o satisfacer la vanidad.

    Una intención buena (por ej: ayudar al
    prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento
    en sí mismo desordenado (como la mentira). Por el
    contrario, una intención mala sobreañadida (como la
    vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser
    bueno (como la limosna). O sea: un fin malo basta para corromper
    un acto que, considerado en su solo aspecto exterior,
    sería aceptable (como orar y ayunar para ser visto por los
    hombres).

    Las circunstancias, comprendidas en ellas las
    consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral.
    Contribuyen a agravar o disminuir la bondad o malicia moral de
    los actos (por ejemplo: cantidad de dinero
    robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por
    miedo a la muerte).
    Las circunstancias no pueden modificar la calidad moral de
    los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción
    que de suyo es mala.

    Es erróneo juzgar la moralidad de los actos
    humanos considerando solo la intención que los inspira o
    las circunstancias (ambiente,
    presión
    social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su
    marco. Hay actos que en sí y por sí mismos son
    siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto;
    por ejemplo: la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el
    adulterio.

    Las circunstancias o intenciones nunca podrán
    transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su
    objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como
    elección.

    Los objetos del acto humano que contradicen radicalmente
    el bien de la persona han sido denominados en la tradición
    moral de la Iglesia "intrínsecamente malos": lo son
    siempre y por sí mismos, es decir por su objeto,
    independientemente de las ulteriores intenciones de quien
    actúa y de las circunstancias. Hay comportamientos
    concretos (como la fornicación) que siempre es un error
    elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la
    voluntad, es decir, un mal moral.

    Por eso, las circunstancias o intenciones nunca
    podrán transformar un acto intrínsecamente
    deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o
    justificable como elección.

    El bien procede de la integridad de las condiciones, es
    por la causa entera (bonum ex integra causa), mientras que el mal
    resulta de la falta de una sola de ellas. Es decir, que para que
    un acto sea bueno es necesario que concurran todos los factores
    de la moralidad, a saber, la bondad del objeto, la rectitud de la
    intención y la conveniencia de las circunstancias. Para
    que un acto sea malo basta o bien que su contenido objetivo sea
    reprensible o bien que el fin que se persigue a través de
    éste no sea honesto, o también que las
    circunstancias no sean del todo apropiadas.

    Sucede frecuentemente -afirma Santo Tomás de
    Aquino- que el hombre
    actúe con buena intención, pero sin provecho
    espiritual porque le falta la buena voluntad. Por ejemplo, si una
    persona roba para ayudar a los pobres, si bien la
    intención es buena, falta la rectitud de la voluntad
    porque las obras son malas.

    Concluimos que la buena intención no autoriza a
    hacer ninguna obra mala. El fin no justifica los medios.
    Un fin subjetivo, aunque sea bueno, no justifica el uso de
    medios
    intrínsecamente malos para conseguirlo. No está
    permitido hacer el mal para obtener un bien. Así, por
    ejemplo, no se puede justificar la condena de un inocente como un
    medio legítimo para salvar al pueblo.

    Y la razón por la que no basta la buena
    intención, sino que es necesaria también la recta
    elección de las obras, reside en el hecho de que el acto
    humano depende de su objeto, o sea de si éste es o no es
    ordenable a Dios, a Aquel que "sólo es el Bueno", y
    así realiza la perfección de la persona. Por tanto,
    el acto es bueno si su objeto es conforme con el bien de la
    persona en el respeto de los
    bienes
    moralmente relevantes para ella. Si el objeto de la acción
    concreta no está en sintonía con el verdadero bien
    de la persona, la elección de tal acción hace
    moralmente mala a nuestra voluntad y a nosotros mismos y, por
    consiguiente, nos pone en contradicción con nuestro fin
    último, el bien supremo, es decir, Dios mismo.

    Viviana Endelman Zapata

     

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