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Crónicas de Sewell. Viajando en autocarril



    Crónicas de Sewell por
    Arturo Adasme Vasquez

    Viajando en autocarril

    1. Capitulo 1. Recuerdos de una
      vida anterior
    2. Segunda parte. Cuarenta
      años después…
    3. Parte tres: Don
      Pancho

    Capitulo 1.
    Recuerdos de una vida anterior

    Antes, cuando la gente que laboraba en el mineral vivia
    en los campamentos de coya, Caletones y Sewell, el acceso
    principal era por ferrocarril. La línea partía
    desde Rancagua, lo que es ahora mitad talleres y mitad teniente.
    La entrada principal era lo que se conoce por puerta 2. Desde
    ahí patria el ferrocarril, que arrastraba los carros de
    pasajeros y tambien de carga, con los suministros necesarios para
    la vida en los campamentos. Ah, pero tambien existía el
    autocarril, que era un vehículo con capacidad para unas 20
    0 25 personas, distribuidas en largos asientos y con puertas a
    cada lado de esta especie de mini-bus.socialmente, el
    autocarril era para el uso de la
    administración, y de los empleados y otras personas
    que por sus funciones dentro
    del sistema que
    existía en el campamento, eran de relativa importancia,
    por ejemplo. El cura, el mayor de carabineros, comerciantes
    dueños de emporios y almacenes,
    médicos, concesionarios, profesorado, y en algunos casos
    las visitas de los personajes importantes acabados de
    mencionar.

    Mientras que el viaje en tren era de una duración
    de 4 y hasta mas horas, de acuerdo a la estacion del año y
    las dificultades propias del clima imperante,
    el autocarril era con asientos enumerados, casi siempre por el
    orden de pedido que la gente hacia, es decir los que primero se
    anotaban tomaban los mejores asientos, los delanteros y al lado
    de la ventanilla ya que en ocasiones el movimiento
    propio del vehículo con sus bamboleos y quiebres bruscos,
    producía el temido mareo en aquellos pasajeros
    débiles de estómago, o que habían consumido
    alimentos
    demasiado cerca de la hora del viaje. La duración del
    viaje era de dos horas y el equipaje no estaba sujeto a la
    revisión de carabineros o de los serenos o vigilantes que
    la empresa
    tenia para cuidar el cumplimiento de los reglamentos de higiene ambiental
    y de seguridad que el
    departamento de bienestar mantenía en cada comunidad a lo
    largo de la línea de ferrocarril.

    Recuerdo que los gratos momentos de los viajes eran
    aquellos cuando, generalmente de subida, el vehículo se
    detenía por ahí, entre el desvío a Caletones
    y el túnel de Copado y el conductor detenía el
    motor,
    quizás para esperar línea o dejar vía libre
    a otro tren o autocarril. Entonces se producía la magia,
    en el silencio de la cordillera, cada uno con sus pensamientos,
    proyectos y
    recuerdos de la estadía en el valle. De pronto comenzabas
    a mirar el cielo y uno se daba cuenta de la grandeza del
    firmamento, con sus infinitas estrellas tantas como sueños
    hay en la mente de un niño, tanto tiempo ha
    transcurrido desde entonces, de aquel tiempo en que las cosas
    eran distintas, otros valores,
    costumbres adoptadas de los gringos, mejores estatus de vida y
    trabajo seguro para los
    padres, una vida social aparentemente sana en que las
    señoras se reunían a jugar Canasta y tomar el te, y
    donde el palitroque (bowling para los modernos), hizo que muchos
    matrimonios pasaran buenos ratos en esos campeonatos en donde el
    pisco con coca-cola o ginger ale lubricaba las gargantas de esos
    deportistas de salón, a pesar de que la Ley Seca era
    estricta para los obreros pero no asi para los que Bajaban y
    subían en autocarril , por esto era que dicho transporte era
    un símbolo de estar bien y de haber logrado una
    posición social bastante gratificante dentro del
    microcosmos que era el campamento minero.

    Corrían los años 60, epoca de transiciones
    en que a medida que los más pequeños
    crecían, el país tambien iba sufriendo cambios en
    sus estructuras
    sociales y en sus industrias
    principales.

    Recuerdo que un día el campamento se
    vistió de luto, decían que habían asesinado
    al presidente de Estados Unidos. Y
    algunos nos preguntábamos, ¿ y qué tiene que
    ver el presidente de EE.UU con nuestro campamento, acá en
    el rincón del mundo? Así de inocentes, por no decir
    ignorantes, éramos en ese mundo de
    fantasía.

    A pesar de todo, eran tiempos mejores, tal vez el dinero
    valía más, o la vida no era tan complicada, no
    habían cuentas que pagar
    a fin de mes, el alquiler o la cuenta de la luz, no se
    acababa el gas justo el
    día Domingo, ni cortaban el teléfono por no pago, claro que no
    había cuenta del cable ni tampoco multisalas de cine, menos
    aún moteles adonde escapar después de una regada
    velada. No señor, al que sorprendían en malos
    pasos, lo llamaban a la Oficina de
    Bienestar, y le ponían las cosas de la siguiente manera: o
    se casa, o se casa. O se va.

    Generalmente optaban los tortolitos por la primera o
    segunda opción, ya que la última era el exilio de
    este paraíso de american way of life…

    Recuerdo en especial los días Domingo, que
    comenzaban generalmente con la Misa a las 11 de la mañana,
    el padre Sánchez era el encargado de oficiar el ritual, la
    señora Sofía de Adasme tocaba el órgano y
    era la encargada del coro, el dentista Campbell pasaba el
    platillo de recolección, mientras que su hijo, John, era
    el acólito. Después de la misa había que
    rajar a almorzar ya que la función de
    la matiné comenzaba a las 13:30, y no había , por
    ningún motivo, que llegar atrasado, porque el pasillo era
    entre los muros de la galería, y llovían los
    "pollos", y hasta los palmetazos. Después venía la
    función de las 15:00 horas, película que se
    repetiría a las 18:00 y después a las 21:00 horas,
    para los papás, creía yo, pero en realidad debe
    haberse creado para las personas que cambiaban turno o que
    durante el día estaban trabajando. En la semana
    también había función en la mañana, a
    las 11:00, y era la hora más favorable para "calarse", ya
    que, Sotito, el sobrino de la concesionaria del teatro,
    doña Aida, y que era el administrador de
    la sala, generalmente hacia vista gorda y dejaba pasar a
    galería.

    Pero cuando llegaban las vacaciones de invierno, la cosa
    se ponia buena, ya que comenzaban a llegar las visitas del valle,
    de Rancagua, Santiago, o de otros lugares. El atractivo principal
    era la nieve y los paseos al cerro, sin olvidar las piscinas
    tanto del Teniente Club, como la del gimnasio de Sewell.
    También funcionaba una piscina en el local de la Cooperativa de
    Empleados Particulares, todas temperadas por supuesto, y con sus
    horarios bien estipulados para que todos tuvieran acceso a esta
    verdadera regalía que ofrecía la Empresa, que en
    aquellos tiempos se llamaba Braden Cooper Company, y los que
    mandaban eran mister tanto o mister otro, luego llegaron los
    gringos chilenos…,pero ese es otro capítulo.

    Viajando en autocarril. Segunda
    parte

    Cuarenta años
    después…

    Al recorrer esos antiguos derroteros me es
    difícil recordar cómo era en realidad el viaje
    entre el campamento y la ciudad, y es algo razonable ya que todo
    ha cambiado…el paisaje ya no es el mismo, ya no
    está el ferrocarril, la línea fue sacada de sus
    raíces y los durmientes que la mantenían atrapada
    ahora probablemente son vigas de alguna casa o sostienen un
    parrón, o quizás han pasado a ser parte de el
    mobiliario de una casa.

    El autocarril fue reemplazado por cómodos mini
    buses y el tren es un moderno (casi) bus pullman de asientos
    reclinables, donde no hace falta ir a reservar el asiento dos
    horas antes en el caso de que se deseara bajar de la
    montaña hacia el valle sentado, ni tampoco es necesario
    reservar pasaje en el bienestar para subir al campamento. Ya
    nadie espera el convoy con su cargamento de personas, madres con
    sus pequeños, trabajadores que vuelven de su bajada
    después de meses de estar peleando con la cordillera para
    sacar la riqueza de sus entrañas…

    Pero si se mira con los ojos de antaño, podemos
    ver la piedra de Copado, esa que alguna vez alguien
    derribó sin pensar que era como un faro pétreo que
    iluminaba el sendero que bordeaba el precipicio, paso obligatorio
    para llegar a Agua Dulce
    desde donde ya se veía el campamento con su forma de
    árbol iluminado, la gruta que a los pies de aquél
    tronco de edificios permanece aún hasta nuestros
    días, que sobrevivió a grandes nevazones, aluviones
    y cambios de jefaturas, al desalojo del campamento, huelgas,
    conquistas y derrotas…

    Pero así como los ojos se han vuelto más
    viejos, también la historia va dejando
    recuerdos y vivencias que si no se cuentan se diluyen en el
    tiempo dejando solamente una estela de que a veces es bueno creer
    que la vida siempre es buena en su momento y que todo tiempo
    pasado fue mejor o peor en la medida que el presente significa la
    promesa de una mejor vida para los que siguen luchando en las
    entrañas de la cordillera…

    El viaje por lo que ahora es el Tramo 5 no siempre era
    placentero, sobre todo durante esas nevadas tan grandes que en
    esos tiempos llegaban, donde los inviernos eran crudos y el
    campamento muchas veces quedaba aislado de todo contacto con el
    resto del país. Más nunca faltó el alimento,
    ya que los gringos, grandes previsores, de alguna manera se las
    arreglaban para que el harina, el azúcar
    o los cigarros llegaran a Sewell, ya fuera en un Capacho o
    abriendo una de las grandes bodegas de los comerciantes que se
    hicieron ricos como concesionarios de los almacenes que
    surtían el campamento, y que también fueron parte
    de la historia del mineral El Teniente, Braden Cooper Company en
    esos tiempos.

    Cada familia tiene una
    historia que contar, relato que estará lleno de nieve y
    ventisca, de turnos y vacaciones en el valle, aunque las mejores
    vacaciones eran las de invierno, época en que la
    acrópolis se transformaba en un centro de esparcimiento y
    amistad.
    Florecían las fiestas, malones, los paseos al cerro con un
    trineo artesanal hecho de la mejor manera posible, donde una pala
    o un pedazo de nylon eran tan buenos como el mejor de los
    toboganes de los extranjeros; las sesiones de natación
    en las diferentes piscinas que existían de agua temperada
    mientras que en el exterior la nieve caía o la escarcha
    brillaba con los potentes rayos de sol que entre las siete y las
    seis tocaban los techos de los edificios, llamados camarotes o
    casas en el sector de la Población Americana, especie de condominio
    que limitaba con el Hospital de Sewell, y con el camino que
    conducía hacia la Romana de la Mina, los edificios
    sesentas, el 31, la escuela femenina
    número 12, el moderno edificio 501 y mirando hacia el
    río, abajo, la cancha de tenis que alguna vez
    sirvió de escenario para los campeonatos de
    baby-fútbol que en el verano se realizaban.

    Cuentan los mayores de mi familia, que María
    Escobedo llegó desde la capital,
    oriunda del cajón del Maipo, casada con un español
    que llegó a trabajar en el mineral y con una fonda donde
    vendía la pensión a los mineros de aquél
    entonces y al tiempo quedó esperando un bebé.
    Cuando llegó el momento de dar a luz, el español
    fue a busca a un médico con tan mala suerte que producto de la
    nevada que en ese momento había en la cordillera,
    cayó en un hoyo donde murió debido al intenso
    frío y tal vez de alguna herida…María
    Escobedo tuvo que parir sola y en medio de la noche invernal, y
    nació Enriqueta. Siguió trabajando colmo una leona
    solitaria que cuida su cachorro y pasado un tiempo conoció
    a Francisco. Don Pancho, como posteriormente fue conocido por sus
    amigos. Seguramente lo que primero lo atrajo a María,
    fueron las ricas viandas que ella preparaba, y la choca que cada
    día Francisco consumía a la hora de colación
    en la Bodega de Materiales de
    Romana donde trabajaba. Pancho había sido contratado para
    transformar en tren de pasajeros algunos carros de carga que
    desde el valle corrían al campamento, con los famosos
    "enganches" de trabajadores que la empresa cada cierto tiempo
    realizaba por los campos de las provincias cercanas, y algunas
    críticas de unos diputados y dirigentes sindicales
    pensaban que no era una manera apropiada de transportar futuros
    trabajadores de la mina, o la fundición, dependiendo de su
    estatura, y de los callos de sus manos, no importaba el nivel de
    educación
    así es que Francisco en poco tiempo se hizo cargo de la
    bodega porque era un hombre
    instruido y de buen carácter.

    Francisco y María se casaron y desde el vientre
    de ella ocho crías fueron paridas, entre viandas y panes
    amasados, platos de quáker y de arroz con leche al
    desayuno, los porotos con riendas o con mazamorra, y los tazones
    de té en taza de " Recuerdo".

    Esta es una de las tantas historias que el mineral
    produjo, a la par de los lingotes de cobre que
    día a día el hombre
    extrae desde sus galerías.

    En estos días, frente a la calle Millán
    reposa una de las locomotoras, de tantas que acarrearon hombres y
    mujeres con sus sueños y desilusiones, con sus
    alegrías y pesares, porque si alguna vez el tren
    sirvió para subir a ganarse el sustento, o para bajar a
    ver el mundo de la vegetación y animales que
    desde Coya hacia abajo existía, también algunas
    veces provocó muerte y
    sufrimiento, como cuando cayó en Agua Dulce provocando
    mutilaciones y terror….eso fue un día
    Domingo….

    Continuará…

    Viajando en
    Autocarril.- Parte tres: Don Pancho

    Cuando conocí a Don Pancho, seguramente él
    ya me conocía hace más tiempo, quiero decir que por
    ser mi abuelo solamente tengo recuerdos desde lo tres o cuatro
    años en adelante hasta los nueve en que el partió
    como acostumbran a irse los varones en mi familia, sin aviso ni
    largas enfermedades.

    Recuerdo que su figura era imponente: gran estatura,
    prominente abdomen, pelo algo colorín y
    corto, ojos pequeños de esos que siempre sonríen y
    una dentadura blanca que hacía combinación con la
    expresión juguetona de la mirada. Ese era mi abuelo, el
    mismo que supo ganarse a María Escobedo mi abuela,
    mujer seria y
    guapa, de un carácter fuerte y sobre todas las cosas,
    católica, re-católica…

    No tengo idea en que momento ella decidió irse a
    la capital y dejar a mi abuelo solo en el campamento, pero ahora
    que lo pienso, jamás los vi juntos o tomados de la mano,
    menos besándose, ¿o será que los antiguos no
    hacían esas cosas?…y los ocho hijos, ¿en
    qué momento?…

    Bueno, mejor es no meterse en asuntos de casados, mucho
    menos cuando se trata de los antepasados. En todo caso dicen las
    malas lenguas que Don Pancho tenía una amante (me reservo
    el nombre), y que tal vez ese sería el motivo de su
    ostracismo marital, el hombre era "pillo de chey" como
    dirían los actuales mineros, y era un secreto a voces. La
    verdad era que en Sewell muy pocas cosas se podían ocultar
    ya que "pueblo chico…", y en esos tiempos la mentalidad
    era que "no faltando nada en la casa…", viejos sabios y
    carepalos.

    Él vivía en el edificio número 31
    en el cuarto piso, último piso, primera entrada (eran
    dos).En el tercer piso vivíamos nosotros, en el segundo
    Don William Write y en el primero el señor Medling, mejor
    conocido como el "Chemelín".

    Por supuesto que yo era el regalón de Don pancho
    (al menos eso creía yo), ya que después de hacer
    onces-comida subía hasta su departamento y mi abuelo
    leía sus novelas de
    vaqueros, sentado en un gran sillón y con los cuatro
    nietos generalmente escuchándolo con mucha atención hasta que uno a uno íbamos
    quedando dormidos.

    Pero lo mejor era cuando recibía nuestra visita
    en la bodega de materiales de romana, lugar donde se
    desempeñaba como encargado. Subir en el ascensor de
    contrapesos era una aventura formidable, para luego entrar en
    esas bodegas llenas de herramientas y
    repuestos, trajes de agua, picotas y carretillas, libros y
    formularios, y
    con sus grandes ventanas que nos permitían mirar el mundo
    desde la perspectiva de los grandes. Lo mejor era a la salida, en
    el carrito plano para 1 tonelada, con todos arriba y que con un
    pequeño empujón comenzaba a rodar por la pendiente,
    tomando velocidad poco
    a poco, hasta chocar con algún otro carro o desrielarse
    con un gran escándalo que era la señal para salir
    disparados en distintas direcciones a esconderse de las posibles
    represalias de los que ahí trabajaban…claro, ellos
    tenían que volver a enrielar el carrito, Sohar le
    llamaban, para luego llevarlo cuesta arriba esos 100 o 200 metros
    hasta la entrada de la bodega.

    Cuando murió Don Pancho, simplemente
    desapareció. Nunca más vimos su gigantesco porte ni
    escuchamos su voz de cuenta cuentos,
    porque eso era en realidad, un hombre bueno que entregaba
    sabiduría a la manera de los antiguos, por medio de
    cuentos e historias, fábulas y
    leyendas,
    porque detrás de cada relato siempre queda una enseñanza y está la entrega de
    valores: el valor y la
    caballerosidad, la fuerza ante el
    abusador y la risa por sobre todas las cosas, porque la
    alegría de vivir se demuestra en las pequeñas
    muestras de alegría, y ¿que más directo que
    una sonrisa de abuelo…?

    Don Pancho, donde te encuentres ahora deseo que sigas
    contando historias a tus hijos y tus nietos que a lo largo de la
    vida (¿de la muerte?) se
    te han ido sumando,¿ quién dice que después
    de esta etapa tan corta que es nuestro pasar por el mundo, al
    morir realmente nacemos a una vida eterna?.. Algunas
    explicaciones tendrás que haber dado pero no dudo que Dios
    solamente vio tu corazón y
    eso bastó para dejarte entrar a su
    Reino…

    Señor: Permite que alguna vez pueda ser como
    él con mis nietos…

    Dedicado a la memoria de
    Don Francisco Adasme Albornoz, Pancho, mi abuelo.

    Arturo Adasme Vásquez

    Rancagua. Chile

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