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Teoría y filosofía política sobre "villeros"e indocumentados




Enviado por drsirio_abogados



    Teoría y filosofía
    política
    sobre "villeros"e indocumentados

    Teoría sociológica de la
    exclusión social

    1. Las dimensiones complejas de la
      exclusión en un Barrio-Villa
    2. Inocentes, diferentes y excluidos:
      relatos de la inmigración "ilegal" en
      Argentina
    3. Villeros e ilegales: una mirada
      comparativa

    Introducción

    Como nunca en el pasado, el tema de la exclusión
    social se ha instalado en la Argentina de
    cambio de
    milenio. Se cuela en los discursos de
    la Iglesia, los
    sindicatos,
    los intelectuales, e incluso el Estado
    divisa un nuevo espectro. Hecho que resulta opaco a la
    comprensión de una sociedad que
    junto a otras del Cono Sur como Chile y
    Uruguay,
    siempre había exhibido orgullosa su singularidad en cuanto
    a integración social, en cierta
    contraposición al resto de América
    Latina.

    Las oportunidades estratégicas que abre la
    discusión sobre la exclusión están
    ciertamente neutralizadas por la falta de debate, por la
    resignación de lo aparentemente inevitable, por la
    crisis de
    relatos que incorporen una síntesis
    crítica y liberadora.

    Ausencia de relatos que sean teóricamente
    precisos y comprensibles, útiles y sobre todo
    teológicamente prometedores.

    ¿Pero qué entendemos por procesos de
    exclusión social? ¿Cómo podemos precisar
    mínimamente los límites de
    un concepto tan
    amplio?

    Explorando los textos que mencionan el término
    "exclusión social" surgen temas tan variados como
    pobreza, desigualdad, cambio
    económico, diferencia, estado de
    bienestar, segregación legal, gobernabilidad, poder,
    política,
    saber, diseño
    urbano, educación, integración, ayuda internacional, etc.

    Igualmente variados los procesos
    subyacentes: pobres, mujeres, negros, judíos,
    minorías sexuales, jóvenes y niños,
    discapacitados, ancianos, migrantes, enfermos de SIDA,
    entre
    otros tantos. ¿Podemos exponer acciones
    básicas de acción para llevarlas a la
    práctica?

    En este caso pretendemos arrojar un poco de luz a partir de
    un análisis comparativo de la
    segregación social. Por un lado, extranjeros explotados
    que viven clandestinamente, a quienes , si pretendemos definirlos
    simplificadamente, podremos llamarlos inmigrantes ilegales,
    aunque luego descubramos que esta denominación
    típicamente estatal se encuentra lejos de ser
    neutral.

    Por otra parte, núcleos más tradicionales
    de pobreza, sin
    trabajo con empleo
    precario, informal, en negro, sin salud o con acceso limitado,
    sin educación, o con gratuidad con dosis
    intensas de discriminación.

    Creemos que las actuales alternativas que se plantean
    desde los sectores de poder, evaden
    con frecuencia el problema real, que no sólo es complejo
    sino que además reviste una importancia
    creciente.

    Para despejar el concepto de
    exclusión social, debemos mencionar la pobreza en su
    sentido más económico, aunque no limitar la
    situación del excluido a este solo concepto.

    Las dimensiones
    complejas de la exclusión en un
    Barrio-Villa

    Los barrios-villas surgen de los expulsados de las
    economías regionales y concentran sus expectativas de vida
    en la ciudad de Buenos Aires o
    sus alrededores, denominado conurbano bonaerense. Espacios
    urbanos que rechazaba al recién llegado, al "cabecita
    negra", definiéndolo por su origen, color, acento,
    costumbres o su nuevo hábitat precario.

    La historia de estos barrios
    muestran avances y retrocesos; las personas de más edad
    perciben una transformación negativa del proceso y
    apelan a la memoria,
    cuando identifica su pasado con la solidaridad
    vecinal, los valores
    tradicionales que trajeron consigo desde sus lugares de origen. A
    ese pasado algo idealizado se opone un presente a través
    de representaciones que sugieren desintegración,
    intolerancia generacional, delincuencia
    cotidiana, auto-encierro y temor y limitación de la vida
    pública.

    Uno de los informantes recuerda aquel pasado "cuando
    en carnaval, era todo carnaval, donde todo era familiar y se
    hacían reuniones en varias casas y había respeto por los
    mayores"
    . Hoy en cambio cree que el barrio "… ha ido
    para abajo en todo sentido, en desprestigio, en todo (…) hay
    mucha delincuencia,
    (…) viven aglomerados, (…) los jóvenes andan en
    patotas con cerveza, vino,
    drogas (…)
    no pueden trabajar".

    Estos modos de ver y comprender la vida social en una
    barrio-villa, guardan obviamente relaciones complejas y directas
    con la trama real de la vida cotidiana dentro y fuera del barrio.
    Transformaciones asociadas a nuevas modalidades de la economía, el estado y la
    sociedad.

    Estos barrios no presentan una desocupación masiva pero sí una nota
    creciente del empleo
    informal o precario, limitado por una residencia barrial
    negativa, así como encontramos una fuerte desocupación entre los
    jóvenes.

    Desde afuera se los diferencia negativamente con la
    denominación de "villeros", de ser propensos a la
    delincuencia y al consumo o
    comercialización de drogas. Ello
    llega al extremo de la "exclusión" del barrio, de
    la pertenencia a un espacio común con el resto de la
    sociedad, la reticencia de remises, ambulancias, entrega de
    servicios de
    comida, etc.

    El rechazo que cristaliza el estigma barrial contribuye
    a profundizar la posibilidad de conseguir trabajo dada la
    desvaloración del barrio, lo cual explica cuando estos
    habitantes de barrios-villa en muchos casos encubren su
    procedencia, dando direcciones falsas.

    Algunos pobladores de estos asentamientos definen una
    división dentro del barrio entre merecedores y no
    merecedores
    del estigma. Lo que hay aquí es una
    necesidad de presentar una imagen de
    sí mismos que los distinga y exceptúe del estigma
    barrial. Sin embargo, debemos aclarar que muchos casos se
    identifican con la pobreza, la
    desocupación y la inacción o complicidad policial
    como causantes de situaciones que conforman la exclusión
    del barrio.

    La pregunta aparentemente obvia pero intrigante, simple
    y sutil, es ¿ cómo puede ser que un
    barrio villa sea o no sea una villa marginal a la vez?
    ¿pueden ser sus habitantes ser llamados "villeros" cuando
    los investigadores dudarían en catalogarlos de este modo,
    cuando los responsables de la política
    social los excluyen del inventario
    oficial de villas y excluídos?

    La propia configuración de los barrios villa lo
    sitúan en un reverso trágico y paradójico de
    los barrios cerrados. Aquí lo que prima no es ya una
    decisión de auto-aislamiento de un entorno que se percibe
    como peligroso, típico de sectores de clase alta.
    Contrariamente, el barrio se presenta diferenciado
    urbanísticamente como reflejo de su propia historia de
    apartamiento.

    Si en un primer extremo de la sociedad encontramos una
    refinada arquitectura de
    la seguridad como
    refugio ante los efectos de la exclusión circundante. En
    zonas como los barrios villa irrumpen los remiendos de una
    arquitectura
    precaria que se debate entre
    la inseguridad,
    la exclusión y el rechazo.

    Adentro y afuera definen en ambos casos –
    aunque con sentidos inversos – identidades
    socio-culturales, en un recorrido cuyos extremos recortados son
    el prestigio y el estigma, el privilegio y la pobreza.

    Incluso se hace una diferenciación de tipo
    moral entre
    "gente bien", con sus casas "limpias", "ordenaditas",
    "decente"
    y gente nueva del barrio villa como
    "desordenados", "viven apretados" y "ocupados en la
    delincuencia".
    Luego se diversifican las posiciones con el
    mote de zonas "mejores" a "peores", de "trabajadores" a
    "delincuentes" o "drogadictos", de la "calle al hogar y del hogar
    a la calle".

    Es cierto que se convierte en probable la
    frustración de los ¿villeros?, por el efecto de la
    exhibición de bienes de
    consumo y
    estilos de vida prometidos por los medios de
    difusión masiva
    y observados en las cercanías
    de zonas más acomodadas, aunque negados
    sistemáticamente por la realidad cotidiana de la
    segregación.

    La violencia
    sería la contracara activa de una frustración que
    otros aceptan pasivamente como resignación fatalista o
    como una oportunidad de acción colectiva.

    Estos factores no se reducen al aspecto económico
    del desempleo o la
    pobreza. De la falta de empresas
    importantes que generan trabajo y disciplina, el
    sindicato,
    la familia o
    la escuela,
    facilitan una socialización en grupos de base
    local o territorial tales como la "patota" o pandilla, que
    a cambio otorgan un reconocimiento (con mecanismos, valores y
    jergas propias, particularistas y diferentes de los dominantes)
    que el estigma externo de ghetto niega además de
    beneficios que no pueden lograr por vías
    alternativas.

    La ruptura de lazos que ligaban al barrio-villa con su
    exterior, dada la segregación urbanística y social,
    le da al barrio características de fuerte o
    refugio.

    En cuanto a la política estatal o de origen
    comunitario ciertamente existentes, deberíamos diferenciar
    las formas asistencialistas tradicionales de las acciones
    generativas que promueven una activa participación y
    compromiso de los beneficiarios sin perjuicio de incrementar su
    autonomía.

    Inocentes, diferentes y
    excluidos: relatos de la inmigración "ilegal" en
    Argentina

    Cambiemos de foco el análisis y discutamos un caso
    cualitativamente diferente de segregación. No busquemos
    trasladar en forma automática los conceptos del caso
    anterior sino desglosar primero la lógica
    interna de la exclusión del migrante.

    El tema nos orienta a vincular la ilegalidad con las
    cosas típicas de la vida del migrante, que van desde el
    extrañamiento inicial, pasando por un proceso de
    aprendizaje de
    carácter práctico, el cual culmina
    en el dominio
    más o menos completo, de los pequeños detalles que
    hacen a la inserción en la nueva cultura.

    Este proceso de aprendizaje es
    claramente continuo y dinámico, variando además su
    duración según los distintos casos y experiencias.
    Sin embargo podemos definir dos tipos ideales que se adaptan
    bastante bien. Nos referimos al migrante inocente y al
    experimentado
    .

    La etapa inocente se inicia con la partida. En
    ese momento se toma la decisión de alejarse de una
    cultura que se
    comprende y domina, que resulta familiar y evidente y que no
    parece esconder grandes secretos. Esto es particularmente
    dramático en el caso de los bolivianos, peruanos y
    paraguayos que llegan a nuestro país, ya que la oralidad
    es un patrón básico de las estructuras de
    su mundo en la vida cotidiana. Entones se reniega de la
    cultura diversa, se excluye a partir de la
    diferencia
    .

    No toda convivencia entre culturas diferentes implica
    imposibilidad de comprensión. Es en la medida en que la
    multiculturalidad se combina con estigmación, con
    denigración de las diferencias o con indiferencia, en el
    mejor de los casos, hace que se quiebre la posibilidad que
    facilite la inclusión.

    La intención política que
    institucionaliza al sistema parece
    refugiarse en el pretexto del control para
    poder excluir o incluir discrecionalmente
    .

    ¿Cuántos migrantes recién llegados
    comprenden la necesidad de la regularización?
    ¿Cuántos saben a quién dirigirse? O
    más genéricamente, ¿Cuánto puede
    aprender un migrante inexperto de la mano de un sistema
    impersonal, complejo y desinteresado, cuando no abiertamente
    descriminatorio?

    Por ejemplo, los empleadores exigirán DNI para
    lograr un contrato de
    trabajo, mientras que el estado exige
    un contrato de
    trabajo para abrir el accseso al DNI, queda implícito una
    paradoja insoluble a una restricción
    encubierta
    .

    Cuando más pobres son, más rechazados son
    y más probablemente tienden a convertirse en ilegales.
    Ahora aparece el ilegal trabajando en negro, en condiciones a
    veces de esclavitud,
    apropiaciones ocasionales del salario
    prometido, que en todos los casos es inferior a los a los
    mínimos pagados a los nativos.

    Los inmigrantes ilegales no sólo no cuentan con
    garantías que expresan aquellos umbrales, sino que lo
    jurídico actúa no ya como freno, sino como
    catalizador de la explotación. Por su parte la
    policía excede un papel
    represivo ante la transgresión efectiva del marco
    normativo y explota económicamente esta
    vulnerabilidad.

    El migrante experimentado, a resultas de la herencia recibida
    por familiares que viven o han residido en la ilegalidad, los
    hace acercar a organizaciones no
    gubernamentales, la mayoría de origen religioso. Como en
    otros casos, estas organizaciones
    toman el lugar que no ocupa el estado.
    La estrategia de
    recurrir a esas redes de asistencia no
    garantiza la documentación, pero su funcionamiento
    explicita un modo diverso de interacción, que tiende a
    producir una inclusión incipiente de los
    migrantes.

    Villeros e ilegales:
    una mirada comparativa

    Muy frecuentemente tiende a asimilarse el concepto de
    exclusión social al de la pobreza. Sin embargo, esta
    visión tiende a definir situaciones y no procesos. Ser
    un excluído
    no significa tener más o menos
    recursos de
    cualquier clase, sino ser o haber sido un sujeto inmerso en una
    relación social determinada. Cualquiera que sea la
    tendencia dominante y el resultado de las políticas
    sociales, existe siempre una convivencia de las tendencias a la
    separación y a la inclusión.

    Los de adentro o los de afuera se definen por procesos
    asociados al empleo, la atribución de normalidad, la
    distribución de territorios y recursos, las
    formas establecidas para su control y la
    participación política, etc.

    Esto implica que cualquier acción comunitaria o
    política pública debe considerar invariablemente la
    creciente diversidad de los actores que la componen, de la
    reciprocidad de sus problemas, de
    sus sub-culturas y valores.

    Es necesaria una revisión de las circunstancias
    actuales que estimulan la desintegración y por sobre todas
    las cosas la potencian, sin diferenciar a villeros o ilegales. Se
    evidencia así la complejidad de las formas que adhieren a
    los procesos de exclusión social, donde se mezclan e
    interconectan la pobreza, la precarización, la
    desocupación, el apartamiento legal-institucional, la
    auto-exclusión y la diferenciación
    interna.

    Esto implica la necesidad de promover acciones
    comunitarias y políticas
    públicas generativas que se orienten no sólo a la
    asistencia a la pobreza sino a la remoción del sistema
    vigente y concretar la integración a partir de facilitar
    la participación comunitaria, la multiplicación de
    las alternativas de vida, y la tolerancia hacia
    la diferencia de origen migratorio, de antigüedad, de
    historias personales o grupales. Una política dirigida a
    la inclusión debe partir en cada caso de un diagnóstico adecuado, que, desenredando la
    madeja imperante, identifique los ejes claves de
    segregación y las posibilidades de una
    transformación práctica.

    El objeto de este artículo es contribuir a una
    discusión, tendiente a buscar nuevas formas y métodos a
    los efectos de comenzar a normalizar esta desgarradora y
    vergonzosa realidad. Si por el contrario la indiferencia
    continúa transcurrirán muchísimos
    años o quizás nunca lograremos constituir una
    sociedad más justa y solidaria.

    Hugo Sirio

    Escobar – Buenos Aires
    – Argentina

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