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Bauhaus




Enviado por bettyna25



    Antecedentes e historia

    Los antecedentes de la Bauhaus se remontan al siglo XIX.
    Comienzan con las devastadoras consecuencias que la creciente
    industrialización, primero en Inglaterra y
    más tarde también en Alemania, tuvo
    en las condiciones de vida y en la producción de los artesanos y la clase
    obrera. El progreso tecnológico trajo consigo un cambio en las
    estructuras
    sociales; amplios sectores de la población se proletarizaron. Pero, de este
    modo, se pudo racionalizar y abaratar la producción de bienes.
    Inglaterra se
    alzó en el siglo XIX como la potencia
    industrial más prominente de Europa. En las
    grandes exposiciones universales, que desde 1851 exhibían
    los adelantos técnicos y culturales de las naciones, los
    ingleses estuvieron a la cabeza hasta bien entrados los noventa,
    siendo los indiscutibles vencedores.
    El escritor inglés
    John Ruskin fue uno de los primeros en observar
    críticamente la situación, que él
    pretendía mejorar mediante reformas sociales y renunciando
    al trabajo con máquina. Su ideal era el trabajo al
    modo medieval, tal como había descrito en su libro The
    Stones of Venice (1851-1853).
    Su más importante seguidor, admirador y más tarde
    también amigo, fue el polifacético William Morris
    cuya misión era
    traducir con éxito
    las ideas de Ruskin en hechos. Con Ruskin tenía en
    común el «odio a la civilización
    moderna» ya sus productos; por
    ello, debían ser inventados de nuevo cada silla, cada mesa
    y cada cama, cada cuchara, cada jarra y cada vaso. Morris
    fundó talleres de trabajo tan influyentes, que se
    podría hablar de un estilo propio desde el último
    tercio del siglo, el llamado Arts and Crafts Stil, inspirado en
    modelos
    góticos y orientales.
    Al mismo tiempo, los
    ingleses habían reformado, ya desde los años
    cincuenta, los procesos
    educativos para artesanos y las Academias. Los alumnos
    tenían que diseñar por sí mismos en lugar de
    copiar modelos dados.
    Mientras el movimiento de
    talleres de Morris representaba algo así como una
    utopía realizada, fuertes intereses económicos
    respaldaban la reforma educativa.
    Inglaterra quería mantener su liderazgo en
    el campo de las artes y oficios.
    En los años siguientes se fundaron numerosos
    «gremios de artesanos», que con frecuencia eran,
    además de gremios, comunas. Cuando Morris se dio cuenta de
    que con sus ideas reformadoras sólo lograba un éxito
    parcial y no llegaba a la masa de la población, se afilió al socialismo y
    llegó aser uno de los más importantes
    representantes del movimiento en
    la Inglaterra de los ochenta y los noventa.
    Lograr una cultura del
    pueblo y para el pueblo se convirtió en aquéllos
    tiempos en el desafío de casi todos los movimientos
    culturales innovadores, y apadrinó también la
    fundación de la Bauhaus. Ya desde la década de los
    setenta se intentó, en el continente, emular, mediante
    reformas propias, el progreso de Inglaterra en el campo de la
    producción industrial. Estaba claro que los fundamentos
    para un impulso de la
    industria de
    las artes se hallaban en la reforma de las escuelas y de la
    política
    educativa. En Viena se estableció el Museo
    Austríaco de Artes y Oficios, y también en
    Berlín se fundó un Museo de Arte Industrial,
    inaugurado en 1871.

    Su protectora y enérgica promotora fue la
    emperatriz Augusta, la anglófila esposa del emperador
    Guillermo I; Augusta quería poner remedio a la crisis en que
    se hallaban las artes industriales alemanas. A estos museos, en
    los que se coleccionaban para su estudio productos
    industriales, se les añadieron Escuelas. Pero hasta la
    década de los noventa no ganó terreno en Alemania un
    segundo empuje reformador, importado de Inglaterra a
    través de Bélgica.
    Con él se introdujo el Jugendstil (Modernismo),
    que dominaría Europa durante
    diez o quince años.
    En 1896 el gobierno prusiano
    envió a Hermann Muthesius por seis años a
    Inglaterra en calidad de
    «espía del gusto» con la misión de
    estudiar las causas del éxito inglés.
    A su regreso, y siguiendo su propuesta, se ampliaron con talleres
    las Escuelas de Artes y Oficios prusianas, y artistas modernos
    fueron llamados como profesores. Peter Behrens pudo reformar la
    Academia de Düsseldorf, Hans Poelzig la de Breslau y Bruno
    Paulla Escuela Superior
    de Berlín. Otto Pankok amplió con talleres la
    Escuela de Artes
    y Oficios de Stuttgart, Henry van de Velde tuvo a su cargo en
    Weimar una de las más
    eficaces Escuelas de Arte. El
    número de mujeres que accedían a estas escuelas y
    academias se multiplicó, con objeto de cubrir la demanda de
    mano de obra cualificada para la industria.

    Siguiendo el modelo
    inglés, se fundaron por toda Alemania'pequeños
    talleres privados que producían enseres de casa, muebles,
    textiles y utensilios de metal. Entre los más importantes
    estaban los talleres de artes manuales de
    Dresde, que más tarde se fusionarían, junto con los
    talleres de Munich en los Talleres Alemanes. Mientras que en
    Inglaterra los talleres de Arts and Crafts habían
    rechazado la producción con máquinas,
    ésta fue apoyada sin restricciones en Alemania. Richard
    Riemerschmid desarrolló un programa de
    fabricación mecánica de muebles y, algo más
    tarde, Bruno Paul producía muebles estandarizados.
    Estilísticamente los productos alemanes de final de
    siglo
    tampoco tenían parecido alguno con los ingleses de las
    Arts and Crafts, movimiento profundamente arraigado durante todo
    el siglo XIX. En estos años noventa Alemania
    adelantó a Inglaterra como nación
    industrializada, asegurándose este puesto hasta el
    estallido de la Guerra Mundial en
    1914.
    En medio de un clima fuertemente
    nacionalista, se buscaba un lenguaje
    estilístico en el mercado adecuado
    al prestigio mundial de Alemania. Estas ponderaciones, en la
    misma medida económicas, nacionales y culturales, llevaron
    a la fundación de la Werkbund (Liga de Talleres) alemana,
    que se convertiría en la más importante fusión
    entre arte y economía anterior a
    la Primera Guerra
    Mundial.
    Doce personas, unos representantes de las más prominentes
    empresas de
    arte industrial, y otros artistas, decidieron en Munich unirse en
    una liga, cuya meta
    era «el ennoblecimiento de las artes industriales en
    cooperación con el arte, la industria y la
    artesanía, ya través de la educación, la
    propaganda y
    los
    criterios lógicos ante cuestiones importantes»,
    «Calidad en
    el
    trabajo» era la meta principal
    y la consigna de la DWB {Liga Alemana de Talleres), cuyo objetivo era
    asegurar la supremacía alemana como potencia
    comercial. Entre los doce arquitectos y artistas fundadores de la
    Liga se encuentran los nombres más significativos de
    aquellos años: Richard Riemerschmid, Joseph Maria Olbrich,
    Josef Hoffmann, Bruno Paul, Fritz Schumacher, Wilhelm Kreis,
    Peter Behrens, Theodor Fischer, Paul Schultze-Naumburg y los hoy
    menos conocidos Adelbert Niemeyer, Max Louger, J.J.
    Scharvogel.
    No sólamente los talleres ya enumerados producían
    en aquel entonces según los diseños de artistas
    sino que también las empresas que
    formaban parte de la Liga de Talleres contaban en sus plantillas
    con artistas. La fábrica de galletas Bahlsen, de Hannover,
    encargó toda su producción -latas, anuncios,
    puestos de feria, arquitectura -a
    artistas; la AEG incorporó en su plantilla a Peter
    Behrens, quien diseñó desde la tetera hasta el
    edificio, el primer complejo de aspecto unitario para esta
    empresa.
    La misma Werkbund instalaba exposiciones, organizaba exposiciones
    itinerantes, publicaba catálogos anuales y colaboraba con
    escuelas de arte. Walter Gropius fue nombrado miembro de la
    Werkbund en 1912, tras haber alcanzado renombre con la
    edificación (en colaboración con Adolf Meyer) de
    una nueva fábrica, la fábrica de hormas de zapatos
    Fagus, en Alfeld, cerca de Hannover.

    La fábrica Fagus pasaría más tarde
    a la historia como
    el primer edificio con una curtainwall (pared cortina) : por
    delante del armazón del edificio «colgaron»
    los arquitectos una fachada de cristal, que incluso se sobreponia
    en las esquinas. El edificio de ladrillo cocido y cristal se
    adelantó con mucho a los años veinte y
    procuró al Gropius de veinte años un amplio
    reconocimiento como arquitecto. Poco más tarde
    tendría la oportunidad de erigir una fábrica
    modelo y un
    edificio de oficinas en la gran exposición
    de la Werkbund en Colonia. Aquí se proponía,
    elevando la construcción y recubriendo los miembros
    estructuradores del edificio, establecer símbolos de la
    voluntad y el espíritu de los tiempos.
    Los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial
    no fueron únicamente años de florecimiento
    científico, sino que, por primera vez en la Alemania del
    emperador Guillermo, también se organizaron incontables
    movimientos contraculturales y reformadores que afectaron a todas
    los capas sociales y generaciones, mientras que la Werkbund y los
    artistas del Jugendstil querían reconciliar «arte y
    máquina». Por vez primera se tomaba en serio a la
    juventud, se
    la consideraba como una edad autónoma y no sólo
    como un estadio preparatorio para la edad adulta.
    Más tarde se establecieron numerosas conexiones entre
    estas escuelas reformadoras y la Bauhaus. En la
    organización escolar se llevó a cabo la reforma
    pedagógica requerida por las escuelas de trabajo y las
    escuelas unitarias. Se fundaron multitud de escuelas privadas,
    que todavía existen. los jóvenes burgueses se
    organizaban en el movimiento de los boy scouts; sosteníar
    debates, eran vegetarianos, practicaban el nudismo y el
    antialcoholismo. Proliferaban las comunas y cooperativas,
    aunque con frecuencia durabar poco. Una de las pocas excepciones
    fue la colonia «Edén», dedicada a Ia
    plantación de frutales. Incluso Gropius, recurriendo a
    tales ideas, soñaría aún con una colonia
    propia.
    Críticos culturales conservadores como Paul Anton de
    lagarde y Julius long behn festejaron un éxito clamoroso.
    El pesimismo cultural de Nietzsche
    hallaba en el pueblo, pero también en el mundo del arte,
    cada vez más partidarios. Se formaron numerosos
    movimientos culturales conservadores: «Grupo
    Durero» (a partir de 1902) centraba sus esfuerzos en la
    educaciór popular, la conservación de la cultura y de
    los monumentos nacionales.

    El arquitecto Paul Schultze-Naumburg fundó el
    grupo
    «Conservación de patrimonio»; y la revista
    Kunstwart «<guardián de la cultura») se
    dirigía a un público educado y conservador.
    Posiciones fuertemente anti-judías, nacionalistas y
    germano-cristianas evolucionaban a la par.

    La emancipación de la mujer
    tenía ya repetidos triunfos en su haber. Las grandes
    ciudades eran con frecuencia cuna de tales «movimientos de
    huida burgueses», representados en el Berlín de
    antes de la guerra por el
    pintor Fidus y su círculo. La irrupción de la
    Primera Guerra
    Mundial fue recibida en Alemania con un entusiasmo casi
    unónime. Se alistaron numerosos voluntarios, entre ellos
    también muchos artistas de la vanguardia,
    como Otto Dix, Oskar Kokoschka, Franz Marc, Max Beckmann y August
    Macke. Mientras los intectuales alimentaban la esperanza de una
    renovación espiritual -a menudo en el sentido de Nietzsche -,
    la mayoría de la población esperaba, lo mismo que
    el emperador Guillermo II, que Alemania pudiera por fin
    acreditarse como potencia mundial. La Liga de Talleres hablaba de
    una «Victoria del diseño
    alemán».
    Hasta 1916-17 no se empezó a poner en tela de juicio el
    sentido de la guerra.
    Arquitectos y artistas publicaban manifiestos y panfletos. Se
    preparaba un giro de pensamiento,
    cuyo centro sería el «Arbeitsrat für
    Kunst» (Consejo de Trabajo para el Arte), fundado por el
    arquitecto Bruno Taut, con un grupo de seguidores, en noviembre
    de 1918, poco después de la revolución
    de noviembre.
    También Gropius, que en 1917 había hablado de la
    «urgencia de un cambio de
    frente intelectual» y que se fue a Berlín para tomar
    parte en las subversiones, escribió: «El ambiente
    está aquí sumamente tenso, y nosotros los artistas
    hemos de fraguar el hierro en esta
    época, mientras aún está caliente. La
    Werkbund la doy por muerta, ya no puede esperarse nada más
    de ella.» Gropius mantenía desde 1915
    correspondencia con la Escuela de Artes y Oficios de Weimar,
    fundada y dirigida por Henryvan de Velde. En 1914, antes de que
    estallara la guerra, había dimitido van de Velde a
    causa
    de fuertes tendencias xenófobas y había recomendado
    a Gropius, aliado de Hermann Obrist y August Endell, como
    posibles sucesores. La Escuela fue clausurada en 1915, pero
    había en Weimar una segunda Escuela a la que su director,
    Fritz Mackensen, quería añadir una clase de
    arquitectura,
    para la cual había pensado en Gropius. Al mismo tiempo,
    debía ser tenida en cuenta la Escuela de Artes y Oficios
    del Gran Ducado de Turingia con sus intereses en el arte
    industrial. Todavía estando de soldado en el frente
    publicó Gropius «Sugerencias para la
    fundación de un centro docente como oficina de
    orientación para industria, comercio y
    artesanía», trabajo que envió en 1916 al
    Ministerio de Estado del
    Gran Ducado de Sajonia. Gropius exigía una estrecha
    colaboración entre el comerciante, el técnico y el
    artista, al estilo de la Werkbund, pero al mismo tiempo citaba ya
    el ideal de los talleres de construcción medievales, donde se trabajaba
    con «espíritu igualitario» por «la
    unidad de una idea común». El mariscal de palacio
    rechazó la proposición, pues en su opinión
    desatendía lo artesanal.
    En lugar de un arquitecto, prefería tener un buen artesano
    industrial al timón de la Escuela, para que la
    pequeña y mediana industria de Turingia (alfarería,
    textil, cestería, ebanistería) alcanzaran mejores
    cotas de venta en el
    mercado.
    Gropius permaneció, sin embargo, en contacto con la
    Escuela. En 1917 reclamaba el profesorada de la Escuela de Bellas
    Artes (tal como había hecho Mackensen dos años
    antes) la ampliación del centro con una sección de
    arquitectura y arte industrial. En enero de 1919 todavía
    no se había nombrado a Gropius, de modo que éste
    trató de informarse en Weimar sobre la situación.
    Al mismo tiempo sostenía conversaciones con el Colegio de
    Profesores, que ahora apoyaban con unanimidad a Gropius como
    nuevo director. El mariscal de palacio y el gobierno
    provisional del entonces estado libre
    Sajonia-Weimar dieron también su aprobación.

    Antes de aceptar definitivamente el cargo, Gropius
    presentó en febrero una estimación de gastos y
    explicó sus intenciones: «Puesto que la Escuela de
    Artes y Oficios ha sido suspendida, es decir, que puede ser
    configurada de nuevo desde el principio, y uesto que hay cuatro
    puestos libres en la Escuela Superior de Arte, las circunstancias
    en estos momentos son inmejorables. Dudo que hoy por hoy se
    dé en toda Alemania otra ocasión semejante: la
    oportunidad de transformar, sin ataques radicales, una escuela de
    Arte conforme a las nuevas ideas vigentes.» A finales de
    marzo permitió el gobierno, a instancia de Gropius,
    la
    administración de ambas escuelas bajo el nombre
    «Bauhaus Estatal de Weimar». Como subtítulo se
    nombraban las antiguas denominaciones de las escuelas:
    «Unión de las antiguas Escuela Superior de
    Arte del Gran Ducado y Escuela de Artes y Oficios».
    Finalmente, el 12 de abril tuvo lugar el nombramiento de Gropius
    como director de la Escuela, con nombre y programa nuevos.
    Con ello se inauguró, mediante un ceremonioso acto, la
    más cuestionada y moderna escuela de arte de su
    tiempo.

    Su fundación, que se llevó a cabo entre
    los desórdenes de la revolución
    -a, menudo no estaba claro si se encontraba bajo la responsabilidad del mariscal de palacio o del
    Consejo de Gobierno -, no hubiera sido posible algo más
    tarde, cuando las fuerzas conservador-as se formaron de nuevo. En
    un manifiesto de la Bauhaus, distribuido por toda Alemania,
    aclaraba Gropius el programa y la meta de la
    nueva Escuela:
    artistas y artesanos debían levantar juntos la
    «construcción del futuro». La discusión
    sobre las «ideas modernas» había comenzado en
    1916 con un artículo de Wilhelm von Bodes, director
    general de los museos estatales de Berlín. Von Bodes
    había propuesto unir en una única
    institución las academias de arte, escuelas de artes y
    oficios y las escuelas superiores de arte. Con ello se
    evitaría el exceso de artistas independientes en paro, el
    entonces llamado proletariado de artistas. Muchos artistas, sobre
    todo arquitectos, hicieron suya esta idea. Theodor Fischer
    escribía en 1917 «Por el arte alemán de la
    construcción», el arquitecto Fritz Schumacher en
    1918 «La reforma de la
    educación
    técnico-artística», Richard Riemerschmid
    publicaba «Cuestiones de la educación
    artística»,los arquitectos atto Bartning y Bruno
    Taut escribieron en el folleto del Consejo de Trabajo «Un
    programa arquitectónico».
    Especialmente significativos para Gropius fueron los escritos de
    Taut y Bartning. Tautfue el primero en promocionar en su programa
    casas populares y la cooperación de todas las artes en la
    construcción, además de exigir construcciones
    experimentales y exposiciones para el pueblo.

    Un ejemplo de las ideas de Taut: «No hay frontera
    alguna entre el arte industrial y la escultura o pintura, todo
    es uno: construcción». De Gropius leemos:
    «Creemos juntos la nueva construcción del futuro,
    que será un todo conjunto. Arquitectura y escultura y
    pintura». Una fuente más importante,
    si cabe, para el programa Bauhaus de Gropius, fue la
    proposición de reforma del arquitecto atto Bartning,
    miembro del «Consejo del Trabajo para el Arte».
    Bartning publicó en enero de 1919 el «Plan de enseñanza para arquitectura y las artes
    plásticas en base a la artesanía». En
    él se declaraba la artesanía con fundamento de la
    educación.
    El «Consejo de Maestros» de Gropius se basa en un
    consejo similar al de Bartning, y de él también
    adoptó la jerarquía:
    aprendiz -oficial -maestro. Gropius tradujo las ideas
    reformadoras del primer programa de la Bauhaus, del
    período revolucionario y postrevolucionario, en el
    programa educativo de la Escuela.

    Pero la Bauhaus no pretendía solamente ser la
    unión de una academia y una escuela de artes industriales,
    la formación se peraltaba a través de la meta real
    y simbólica «construcción». Construir
    se convirtió para Gropius -siguiendo las ideas del Consejo
    -en actividad social, intelectual y simbólica.
    Reconcilió los, hasta entonces independientes oficios y
    especialidades, y los unió en el trabajo en común:
    la construcción allana diferencias de condición y
    acerca a los artistas al pueblo.
    Emblema del nuevo concepto de
    construcción era el grabado en madera de una
    catedral de lyonel Feininger aparecido en la portada de un
    manifiesto de la Bauhaus; en la aguja de la torre confluyen tres
    rayos, que representan las tres artes: pintura, escultura,
    arquitectura. Desde la aparición en 1912 del libro de
    Wilhelm Worringer Problemas
    formales delgático, se había actualizado la
    catedral como símbolo. También era para Adolf Behne
    y Karl Scheffler emblema del arte como un todo y símbolo
    de unidad social6. Bruno Taut, muy admirado por Gropius,
    presentó en su libro La corona de la ciudad (1915-1917) el
    dibujo de una
    catedral gótica como una imagen
    programática.
    Hans M. Wingler, que publicó el primer compendio sobre la
    Bauhaus, describió la obra de Gropius como «la
    síntesis -más que resumen -de ideas
    alcanzada en la Bauhaus; su obra fue eminentemente un acto
    creativo».

    Estos contenidos pertenecen al libro bauhaus 1919-1933,
    bauhaus archiv, por magdalena droste.

    De la misma forma que es perfectamente lógico
    tratar la obra de un artista desde aspectos monográficos
    determinados (Dürer pintor o Dürer grabador, Holbein
    pintor o Holbein ilustrador) nos parece igualmente lícito,
    aunque a primera vista pueda parecer sacrílego, tratarles
    aquí desde una supuesta vocación de
    diseñadores gráficos, que también la hubo en su
    personalidad.
    A este respecto, hay que tener en cuenta la aleatoriedad de la
    historia,
    más allá de nuestra libre interpretación.
    Según fuentes
    biográficas solventes Dürer, «que durante los
    últimos años de su vida se dedicó a la
    teoría,
    dentro de la tradición de los artistas italianos, fue
    durante mucho tiempo más conocido como teórico que
    como pintor», ofreciendo así una imagen que no se
    corresponde en absoluto con el
    conocimiento que del genio alemán tenemos
    hoy.

    El lema que hemos aplicado a la tipografía (la
    cuna fue Alemania y su preceptor Italia)
    podría perfectamente aplicarse a ambos artistas y,
    especialmente, a su actividad como grabadores. Sin la influencia
    del Renacimiento
    italiano y, por añadidura, del libro impreso italiano
    (especialmente el veneciano), tal vez las trayectorias de
    Dürer y Holbein se hubieran parecido lamentablemente a la de
    un Martín Schongaüer, por poner un solo
    ejemplo.

    Este artista, uno de los más grandes grabadores
    del siglo xv (1430-1491), nacido y residente durante toda su vida
    en Colmar, una pequeña y tranquila ciudad alsaciana,
    llegó a adquirir tal celebridad por la perfección
    de sus grabados, su ciencia
    compositiva y su ornamental caligrafía que se cuenta que
    el entonces joven Miguel Angel quedó asombrado
    contemplando La tentación de San Antonio, La
    Adoración de los Magos, La Muerte y
    Coronación, llegando a copiar alguno de ellos.
    El joven Dürer viaja a Colmar con la ilusión de
    aprender del maestro pero, muerto éste, hubo de resignarse
    a aprender de sus ayudantes la técnica del cobre. Sin
    embargo, el único reparo que Jlean E.Beovier pone a la
    vida ya la obra de Martin Schongaüer es «el hecho de
    no conocer Italia, y a
    través de ella la Antigüedad, perdiendo así la
    posibilidad de convertirse en divo renacentista y de superar el
    estilo germanizante de sus composiciones y su afición por
    el detalle (…). Por no estar atento a la inquietud espiritual
    animada por el Renaeimiento, sin conocer la belleza
    clásica que fue para Dürer una revelación.
    Lejos su vida de Italia, el hogar incomparable, reintegra a su
    manera la mitología en la vida cotidiana, recogiendo
    amables elementos del mundo laboral de su
    tiempo».
    Sea como fuere, el caso es que Dürer, después de sus
    viajes a
    Italia, fortalece su personalidad
    artística asumiendo la teoría
    renacentista de la individualidad. «Consciente de su
    valor
    artístico, crea con sus iniciales un monograma con el que
    firmará, a partir de 1496, todas sus
    obras».

    Si este famoso y perfecto monograma, imitado ya por sus
    contemporáneos, se dispone compositivamente de manera
    similar a las marcas de
    impresores cabe suponer que, en una mentalidad racional como la
    suya, este gesto de compromiso formal con la disciplina
    tipográfica implica a la vez un homenaje y una
    identificación con el medio transmisor de cultura que en
    su día repudiara Rafael.
    No es ninguna exageración afirmar que Dürer inicia
    con su monograma la Era Moderna del diseño
    de imagen de identidad
    corporativa. En efecto, ¿cuántas de las mejores
    muestras de monogramas comerciales de nuestro siglo son
    herederas, directa o indirectamente, de esta famosa imagen?.
    La inserción de la D dentro de la A es un hallazgo formal
    que participa claramente de la retórica geométrica
    con que el Renacimiento
    ilumina toda la cultura de la forma, así como el estudio
    que sobre el mejoramiento de los caracteres romallos y
    góticos dirige el propio Dürer, en las
    postrimerías de su vida, «a todo aquel que usa de la
    regla y el compás», desde su tratado Unterweisung
    der Messung, a «pintores, arquitectos ya todos aquellos
    orfebres, picapedreros, escultores que en alguna ocasión
    precisen colocar alguna inscripción sobre paredes
    majestuosas, redundará en beneficio de su trabajo el que
    puedan formar las letras correctamente».

    A continuación, fija reglas geométricas
    elementales para la justa proporción de las letras,
    insertándolas en cuadrados iguales. En un minucioso
    análisis de la A a la Z ofrece, en algunas
    letras concretas (A, E, C, D, G, K, M, N, Q R, S, Y, X, Z) varias
    soluciones
    alternativas.

    Desde una perspectiva tipográfica resulta no
    sólo alentador, sino también significativo, el
    interés
    que demuestran hacia el libro impreso y sus técnicas
    dos artistas alemanes, Dürer y Holbein, cuyo estilo se ha
    italianizado. No parece sino que Italia, en agradecida
    reciprocidad a la importación de la tipografía,
    exporte a Alemania el pensamiento
    humanista y la exaltación de las artes en
    categorías.
    En este sentido, el resumen ideológico a que Dürer
    Somete su densa experiencia plástica en los años
    finales de su existencia, editando cuatro libros a
    través de los cuales inmortaliza su participación
    en la dinámica renacentista empeñada
    en
    rastrear los orígenenes matemáticos de la forma,
    aparece como una especie de testamento formalizado en un objeto
    en el que Dürer cree abiertamente; el
    libro impreso.
    El caso de Hans Holbein, veintiseis años más joven
    que Dürer, es también significativo. Antes de ser
    reconocido y codiciado por las cortes europeas Holbein, en su
    juventud, se
    estableció en Basilea, donde alternaba su actividad como
    pintor con la de ilustrador de libros para
    los impresores suizos Amerbach y Froben, a quienes pintó
    sendos retratos.

    La influencia italiana queda patente en su más
    famosa serie de grabados xilográficos, La danza de la
    muerte, cuyo
    éxito «parece deberse al traramiento que dio a los
    temas con perfiles a la italiana sin los densos entornos
    habituales al grabado alemán o nórdico de la
    época.
    Sin embargo. el dato histórico más revelador (y
    menos divulgado) de la consciente participación de una
    artista en actividades específicas de diseño
    gráfico fueron la marca de impresor
    y, sobre todo, la enseña colgante que Holbein pintó
    para la fachada del establecimiento tipográfico de su
    cliente y amigo
    Johannes Fróben que hay que considerar como encargos
    plenamente publicitarios.
    La condición humanista que contempla con absoluto interés el
    dominio en
    todo tipo de materias está indudablemente en la base de
    las colaboraciones de cuantos artistas ensayaron las técnicas
    de reproducción para la nueva industria
    tipográfica.
    Esta colaboración se extendió a los
    artículos estrictamente comerciales que se
    producían en los que aparecen, como por azar, productos
    verdaderamente singulares, realizados sin duda por artistas de
    gran prestigio que no dudaban, por lo que parece, en participar
    en obras menores con todas sus consecuencias. Contemplando
    algunas de estas obras, se duda muy seriamente del supuesto
    anonimato en que se diseñaron la mayoría de
    impresos en el siglo xv, tal y como la tradición
    histórica de la Artes Gráficas se afana en demostrar.

    Aquí está, por ejemplo, un soberbio
    juego de
    cartas del
    tarot de finales del siglo xv, atribuido a Andrea Mantegna.
    Humanista riguroso, con una profunda influencia sobre la
    fascinante escuela veneciana, participó decididamente en
    la cualificación que al libro impreso le otorgaron los
    grandes artistas del siglo. Como sería casi habitual,
    Mantegna también dejó su huella en el libro de las
    dos maneras características del Renacimiento: a
    través de las soberbias ilustraciones de uno de los
    primeros y mejores grabadores ya través de la
    elaboración de un tratado sobre construcción de
    letras y qué decir de Leonardo da
    Vinci (uno de los exponentes humanos más completos del
    nuevo hombre
    renacentista, experto, atento e ingenioso observador de su
    tiempo) recogiendo, de una parte, sus experiencias en su famoso y
    secreto Tratado de la pintura y, de otra, aplicado en la tarea de
    ilustrar pacientemente el famoso tratado que sobre las
    proporciones escribiera Luca Pacioli.
    Y otros, en fin, como Giorgio Vasari: «Escribiendo al final
    de uno de los más fecundos períodos de la
    creación artística que había conocido
    nuestro mundo, Vasari, el Herodoto de la historia del
    arte, llama a su libro la historia de las artes del
    diseño. Con ello no entendía -como la palabra
    inglesa design-, sólo el sentido de la composición
    o esquema, sino, como lo permite la lengua
    italiana, también el sentido del dibujo.
    Como conclusión a tan espléndido período hay
    que señalar los tratados de
    leyes y
    normas
    teóricomatemáticos de composición,
    proporción y metodología aplicados al diseño
    tipográfico, que han sistematizado la arquitectura
    gráfica de los impresos hasta la actualidad.
    Pero hay algo mas. Durante el Renacimiento
    se perfila una actividad -el diseño
    gráfico- cuya especificidad no quedará
    suficientemente concluída y categorizada hasta casi
    quinientos años más tarde, en la segunda
    época de la Bauhaus, en Dessau, cuya aparente
    revolución formal de la tipografía tanto
    deberá, siquiera conceptualmente, al Renacimiento
    italiano.

     

    Beatriz Carreño

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