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V. I. Lenin. El imperialismo,  fase superior del capitalismo



Partes: 1, 2

    (ensayo
    popular)

    EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS
    PEKIN 1975 . Primera edición 1966 – (4a
    impresión)

    1. Nota del
      editor
    2. Prologo
    3. Prologo a las ediciones
      francesa y alemana
    4. La concentración de la
      producción y los monopolios
    5. Los bancos
      y su nuevo papel
    6. El
      capital financiero y la oligarquía
      financiera
    7. El reparto del mundo
      entre las grandes potencias
    8. El imperialismo,
      como fase particular del capitalismo
    9. El parasitismo y la
      descomposición del capitalismo
    10. La critica del
      imperialismo
    11. El lugar
      histórico del imperialismo

    NOTA DEL
    EDITOR

    Se ha tomado como base de la presente
    edición de El imperialismo, fase superior del
    capitalismo
    el texto de la
    edición española de las Obras Escogidas de
    Lenin
    , en dos tomos, publicadas por Ediciones en Lenguas
    Extranjeras, de Moscú, en 1948. Este folleto ha sido
    editado después de haber sido confrontado con la
    versión china,
    publicada por la Editorial del Pueblo, Pekín, en
    septiembre de 1964, y consultado el original ruso de las Obras
    Completas de Lenin
    , t. XXII.
        Las notas incluidas al final del folleto han sido
    redactadas y traducidas según las de la edición
    china,
    publicada por la Editorial del Pueblo, Pekín.

    PROLOGO

      El folleto que ofrezco a la atención del lector fue escrito en Zurich
    durante la primavera de 1916. En las condiciones en que me
    veía obligado a trabajar tuve que tropezar, naturalmente,
    con una cierta insuficiencia de materiales
    franceses e ingleses y con una gran carestía de materiales
    rusos. Sin embargo, la obra inglesa más importante sobre
    el imperialismo,
    el libro de J. A.
    Hobson, ha sido utilizada con la atención que, a mi juicio,
    merece.

        El folleto está
    escrito teniendo en cuenta la censura zarista. Por esto, no
    sólo me vi precisado a limitarme estrictamente a un
    análisis exclusivamente teórico —
    sobre todo económico –, sino también a formular
    las indispensables y poco numerosas observaciones de carácter
    político con una extraordinaria prudencia, por medio de
    alusiones, del lenguaje a lo
    Esopo, maldito lenguaje al
    cual el zarismo obligaba a recurrir a todos los revolucionarios
    cuando tomaban la pluma para escribir algo con destino a la
    literatura
    "legal".

        Produce pena releer ahora, en
    los días de libertad, los
    pasajes del folleto desnaturalizados, comprimidos, contenidos en
    un anillo de hierro por la
    preocupación de la censura zarista. Para decir que el
    imperialismo es el preludio de la revolución
    socialista, que el socialchovinismo (socialismo de
    palabra, chovinismo de hecho) es una traición completa al
    socialismo, el
    paso completo al lado de la burguesía, que esa
    escisión del movimiento
    obrero está relacionada con las condiciones objetivas del
    imperialismo, etc., me vi obligado a hablar en un lenguaje
    servil, y por esto no tengo más remedio que remitir a los
    lectores que se interesen por el problema a la colección
    de mis artículos de 1914-1917, publicados en el
    extranjero, que serán reeditados en
    breve. Vale la pena, particularmente, señalar un pasaje de
    las páginas 119-120[
    ]:
    para hacer comprender al lector, en forma adaptada a la censura,
    el modo indecoroso de cómo mienten los capitalistas y los
    socialchovinistas que se han pasado al lado de aquéllos (y
    contra los cuales lucha con tanta inconsecuencia Kautsky), en lo
    que se refiere a la cuestión de las anexiones, el descaro
    con que encubren las anexiones de sus capitalistas,
    me vi precisado a tomar el ejemplo. . . ¡del Japón!
    El lector atento sustituirá fácilmente el Japón
    por Rusia, y Corea, por Finlandia, Polonia, Curlandia, Ucrania,
    Jiva, Bujará, Estlandia y otros territorios del imperio
    zarista no poblados por grandes rusos.

        Quiero abrigar la esperanza
    de que mi folleto ayudará a orientar en la cuestión
    económica fundamental, sin cuyo estudio es imposible
    comprender nada en la apreciación de la guerra y de la
    política
    actuales, a saber: la cuestión de la esencia
    económica del imperialismo.

    EL AUTOR  

    Petrogrado, 26 de abril de 1917

    PROLOGO A LAS EDICIONES FRANCESA Y ALEMANA

    Este libro, como ha
    quedado dicho en el prólogo de la edición rusa, fue
    escrito en 1916, teniendo en cuenta la censura zarista.
    Actualmente, no tengo la posibilidad de rehacer todo el texto; por
    otra parte, sería inútil, ya que el fin principal
    del libro, hoy como ayer, consiste en ofrecer, con ayuda de los
    datos
    generales irrefutables de la estadística burguesa y de las declaraciones
    de los sabios burgueses de todos los países, un cuadro
    de conjunto
    de la economía mundial
    capitalista en sus relaciones
    internacionales, a comienzos del siglo XX, en vísperas
    de la primera guerra
    mundial imperialista.

        Hasta cierto grado
    será incluso útil a muchos comunistas de los
    países capitalistas avanzados persuadirse por el ejemplo
    de este libro, legal, desde et punto de vista de la
    censura zarista
    , de que es posible — y necesario —
    aprovechar hasta esos pequeños resquicios de legalidad que
    todavía les quedan a éstos, por ejemplo, en la
    América
    actual o en Francia,
    después de los recientes encarcelamientos de casi todos
    los comunistas, para demostrar todo el embuste de las
    concepciones y de las esperanzas socialpacifistas en cuanto a la
    "democracia
    mundial".

        Intentaré dar en este
    prólogo los complementos más indispensables a este
    libro censurado.

    II

        En esta obra hemos probado
    que la guerra de
    1914-1918 ha sido, de ambos lados beligerantes, una guerra
    imperialista (esto es, una guerra de conquista, de bandidaje y de
    robo), una guerra por el reparto del mundo, por la
    partición y el nuevo reparto de las colonias, de las
    "esferas de influencia" del capital
    financiero, etc.

        Pues la prueba del verdadero
    carácter social o, mejor dicho, del
    verdadero carácter de clase de una guerra no se
    encontrará, claro está, en la historia diplomática
    de la misma, sino en el análisis de la situación objetiva
    de las clases
    dirigentes en todas las potencias
    beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay
    que tomar ejemplos y datos aislados
    (dada la infinita complejidad de los fenómenos de la vida
    social, se puede siempre encontrar un número cualquiera de
    ejemplos o datos aislados, susceptibles de confirmar cualquier
    tesis), sino
    indefectiblemente el conjunto de los datos sobre los
    fundamentos de la vida económica de todas
    las potencias beligerantes y del mundo entero.

        Me he apoyado precisamente en
    estos datos generales irrefutables al describir el reparto del
    mundo
    en 1876 y en 1914 (§ VI) y el reparto de los
    ferrocarriles en todo el globo en 1890 y en 1913 (§ VII).
    Los ferrocarriles constituyen el balance de las principales ramas
    de la industria
    capitalista, de la industria del
    carbón y del hierro; el
    balance y el índice más notable del desarrollo del
    comercio
    mundial y de la civilización democráticoburguesa.
    En los capítulos precedentes de este libro, exponemos la
    conexión entre los ferrocarriles y la gran producción, los monopolios, los sindicatos
    patronales, los cartels, los trusts, los bancos y la
    oligarquía financiera. La distribución de la red ferroviaria, la
    desigualdad de esa distribución y de su desarrollo,
    constituyen el balance del capitalismo
    moderno, monopolista, en la escala mundial. Y
    este balance demuestra la absoluta inevitabilidad de las guerras
    imperialistas sobre esta base económica, en
    tanto
    que subsista la propiedad
    privada de los medios de
    producción.

        La construcción de ferrocarriles es en
    apariencia una empresa
    simple, natural, democrática, cultural, civilizadora: se
    presenta como tal ante los ojos de los profesores burgueses,
    pagados para embellecer la esclavitud
    capitalista, y ante los ojos de los filisteos
    pequeñoburgueses. En realidad, los múltiples lazos
    capitalistas, por medio de los cuales esas empresas se
    hallan ligadas a la propiedad
    privada sobre los medios de
    producción en general, han transformado esa construcción en un medio para oprimir a
    mil millones de seres (en las colonias y en las
    semicolonias), es decir, a más de la mitad de la población de la tierra en
    los países dependientes y a los esclavos asalariados del
    capital en los
    países "civilizados".

        La propiedad privada fundada
    en el trabajo del
    pequeño patrono, la libre concurrencia, la democracia,
    todas esas consignas por medio de las cuales los capitalistas y
    su prensa
    engañan a los obreros y a los campesinos, pertenecen a un
    pasado lejano. El capitalismo se
    ha transformado en un sistema universal
    de opresión colonial y de estrangulacion financiera de la
    inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado
    de países "avanzados". Este "botín" se reparte
    entre dos o tres potencias rapaces de poderío
    mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos,
    Inglaterra,
    Japón), que, por el reparto de su botín, arrastran
    a su guerra a todo el mundo.

    III

        La paz de Brest-Litovsk,
    dictada por la monárquica Alemania, y la
    paz aún más brutal e infame de Versalles, impuesta
    por las repúblicas "democráticas" de América
    y de Francia y por
    la "libre" Inglaterra, han
    prestado un servicio
    extremadamente útil a la humanidad, al desenmascarar al
    mismo tiempo a los
    coolíes de la pluma a sueldo del imperialismo y a los
    pequeños burgueses reaccionarios — aunque se llamen
    pacifistas y socialistas –, que celebraban el "wilsonismo" y
    trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posibles bajo
    el imperialismo.

        Decenas de millones de
    cadáveres y de mutilados, víctimas de la guerra —
    esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el
    grupo inglés
    o alemán de bandoleros financieros recibiría una
    mayor parte del botín –, y encima, estos dos "tratados de paz"
    hacen abrir, con una rapidez desconocida hasta ahora, los ojos de
    millones y decenas de millones de hombres atemorizados,
    aplastados, embaucados y engañados por la
    burguesía. Sobre la ruina mundial creada por la guerra, se
    agranda así la crisis
    revolucionaria mundial, que, por largas y duras que sean las
    peripecias que atraviese, no podrá terminar sino con la
    revolución
    proletaria y su victoria.

    El Manifiesto de Basilea de la II
    Internacional, que, en 1912, caracterizó precisamente la
    guerra que estalló en 1914 y no la guerra en general (hay
    diferentes clases de guerra; hay también guerras
    revolucionarias), ha quedado como un monumento que denuncia toda
    la vergonzosa bancarrota, toda la traición de los
    héroes de la II Internacional.

        Por eso, uno el texto de ese
    Manifiesto como apéndice a esta edición,
    advirtiendo una y otra vez a los lectores que los héroes
    de la II Internacional rehuyen con empeño todos los
    pasajes del Manifiesto que hablan precisa, clara y directamente
    de la relación entre esta guerra que se avecinaba y la
    revolución proletaria, con el mismo empeño con que
    un ladrón evita el lugar donde cometió el
    robo.

    IV

        Hemos prestado en este libro
    una atención especial a la crítica del
    "kautskismo", esa corriente ideológica internacional
    representada en todos los países del mundo por los
    "teóricos más eminentes", por los jefes de la II
    Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay
    MacDonald y otros en Ingíaterra, Albert Thomas en Francia,
    etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de
    reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de
    clérigos.

        Esa corriente
    ideológica, de una parte, es el producto de la
    descomposición, de la putrefacción de la II
    Internacional y, de otra parte, es el fruto inevitable de la
    ideología de los pequeños burgueses,
    a quienes todo el ambiente los
    hace prisioneros de los prejuicios burgueses y
    democráticos.

        En Kautsky y las gentes de su
    calaña, tales concepciones significan precisamente la
    abjuración completa de los fundamentos revolucionarios del
    marxismo,
    defendidos por Kautsky durante decenas de años, sobre
    todo, dicho sea de paso, en la lucha contra el oportunismo
    socialista (de Bernstein, Millerand, Hyndman, Gompers, etc.). Por
    eso, no es un hecho casual que los "kautskistas" de todo el mundo
    se hayan unido hoy, práctica y políticamente, a los
    oportunistas más extremos (a través de la II
    Internacional o Internacional amarilla) y a los gobiernos
    burgueses (a través de los gobiernos de coalición
    burgueses con participación socialista).

        El movimiento
    proletario revolucionario en general, que crece en todo el mundo,
    y el movimiento comunista en particular, no puede dejar de
    analizar y desenmascarar los errores teóricos del
    "kautskismo". Esto es tanto más necesario cuanto que el
    pacifismo, y el "democratismo" en general — que no sienten
    pretensiones de marxismo, pero
    que, enteramente al igual que Kautsky y Cía., disimulan la
    profundidad de las contradicciones del imperialismo y la
    ineluctabilidad de la crisis
    revolucionaria engendrada por éste — son corrientes que
    se hallan todavía extraordinariamente extendidas por todo
    el mundo. La lucha contra tales tendencias es el deber del
    partido del proletariado, que debe arrancar a la burguesía
    los pequeños propietarios que ella engaña y los
    millones de trabajadores cuyas condiciones de vida son más
    o menos pequeñoburguesas.

    V

        Es menester decir unas
    palabras a propósito del capítulo VIII: "El
    parasitismo y la descomposición del capitalismo". Como lo
    hacemos ya constar en este libro, Hilferding, antiguo "marxista",
    actualmente compañero de armas de Kautsky
    y uno de los principales representantes
    de la política burguesa, reformista, en el seno
    del "Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania"[4],
    ha dado en esta cuestión un paso atrás con respecto
    al inglés
    Hobson, pacifista y reformista declarado. La
    escisión internacional de todo el movimiento obrero
    aparece ahora de una manera plena (II y III Internacional). La
    lucha armada y la guerra civil entre las dos tendencias es
    también un hecho evidente: en Rusia, apoyo de Kolchak y de
    Denikin por los mencheviques y los "socialistas-revolucionarios"
    contra los bolcheviques; en Alemania,
    Scheidemann, Noske y Cía. con la burguesía contra
    los espartaquistas[
    5];
    y lo mismo en Finlandia, en Polonia, en Hungria, etc.
    ¿Dónde está la base económica de este
    fenómeno histórico-mundial?

        Se encuentra precisamente en
    el parasitismo y en la descomposición del capitalismo,
    inherentes a su fase histórica superior, es decir, al
    imperialismo. Como lo demostramos en este libro, el capitalismo
    ha destacado ahora un puñado (menos de una
    décima parte de la población de la tierra, menos
    de un quinto, calculando "por todo lo alto") de Estados
    particularmente ricos y poderosos, que saquean a todo el mundo
    con el simple "recorte del cupón". La exportación de capital da ingresos que se
    elevan a ocho o diez mil millones de francos anuales, de acuerdo
    con los precios de
    antes de la guerra y según las estadísticas burguesas de entonces.
    Naturalmente, ahora eso representa mucho más.

        Es evidente que una
    supetganancia tan gigantesca (ya que los capitalistas se
    apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros
    de su "propio" país) permite corromper a los
    dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia
    obrera. Los capitalistas de los países "avanzados" los
    corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas,
    abiertas y ocultas.

        Esta capa de obreros
    aburguesados o de "aristocracia obrera", completamente
    pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir, por la
    cuantía de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el
    apoyo principal de la Segunda Internacional, y, hoy día,
    el principal apoyo social (no militar) de la
    burguesía.
    Pues éstos son los verdaderos
    agentes de la burguesía en el seno del movimiento
    obrero, los lugartenientes obreros de la clase capitalista
    (labour lieutenants of the capitalist class), los verdaderos
    portadores del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil
    entre el proletariado y la burguesía se ponen
    inevitablemente, en número no despreciable, al lado de la
    burguesía, al lado de los "versalleses" contra los
    "comuneros".

        Sin haber comprendido las
    raíces económicas de ese fenómeno, sin haber
    alcanzado a ver su importancia política y social, es
    imposible dar el menor paso hacia la solución de las
    tareas prácticas del movimiento comunista y de la
    revolución social que se avecina.

        El imperialismo es el
    preludio de la revolución social del proletariado. Esto ha
    sido confirmado, en una escala mundial,
    desde 1917.

    Durante los últimos quince o veinte
    años, sobre todo después de la guerra
    hispano-americana (1898) y de la anglo-boer (1899-1902), la
    literatura
    económica, así como la política, del Viejo y
    del Nuevo Mundo, consagra una atención creciente al
    concepto de
    "imperialismo" para caracterizar la época que atravesamos.
    En 1902, apareció en Londres y Nueva York la
    obra del economista inglés J. A. Hobson, "El
    imperialismo". El autor, que está situado en el punto de
    vista del socialreformismo y del pacifismo burgueses — punto de
    vista que coincide, en el fonda, con la posición actual
    del ex-marxista C. Kautsky — hace una descripción excelente y detallada de las
    particularidades económicas y políticas
    fundamentales del imperialismo. En 1910, se publicó en
    Viena la obra del marxista austriaco Rudolf Hilferding, "El
    capital financiero" (traducción rusa: Moscú 1912).
    A pesar del error del autor en la cuestión de la teoría
    del dinero y de
    cierta tendencia a conciliar el marxismo con el oportunismo, la
    obra mencionada constituye un análisis tebrico
    extremadamente valioso de la "fase moderna de desarrollo del
    capitalismo" (así está concebido el
    subtítulo de la obra de Hilferding). En el fondo, lo que
    se ha dicho acerca del imperialismo durante estos últimos
    años — sobre todo en el número inmenso de
    artículos sobre este tema publicados en periódicos
    y revistas, así como en las resoluciones tomadas, por
    ejemplo, en los Congresos de Chemnitz y de Basilea, que se
    celebraron en otoño de 1912 — salía apenas del
    círculo de ideas expuestas o, para decirlo mejor,
    resumidas en los dos trabajos mencionados. . .

        En las páginas que
    siguen nos proponemos exponer someramente, en la forma más
    popular posible, el lazo y la correlación entre las
    particularidades económicas fundamentales del
    imperialismo. No nos detendremos, tanto como lo merece, en el
    aspecto no económico de la cuestión. Las
    indicaciones bibliográficas y otras notas que no a todos
    los lectores pueden interesar, las damos al final del folleto.

    I. LA CONCENTRACION DE LA PRODUCCION
    Y LOS MONOPOLIOS

        El incremento enorme de la
    industria y el proceso
    notablemente rápido de concentración de la
    producción en empresas cada vez
    más grandes constituyen una de las particularidades
    más características del capitalismo. Las
    estadísticas industriales modernas
    suministran los datos más completos y exactos sobre este
    proceso.

        En Alemania, por ejemplo, de
    cada mil empresas industriales, en 1882, tres eran empresas
    grandes, es decir, que contaban con más de 50 obreros; en
    1895, seis, y en 1907, nueve. De cada cien obreros les
    correspondían, respectivamente, 22, 30 y 37. Pero la
    concentración de la producción es mucho más
    intensa que la de los obreros, pues el trabajo en
    las grandes empresas es mucho más productivo, como lo
    indican los datos relativos a las máquinas
    de vapor y a los motores
    eléctricos. Si tomamos lo que en Alemania se llama
    industria en el sentido amplio de esta palabra, es decir,
    incluyendo el comercio, las
    vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro
    siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de 3.265.623,
    es decir, el 0,9% . En ellas están empleados 5,7 millones
    de obreros sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%;
    caballos de fuerza de
    vapor, 6,6 millones sobre 8,8, es decir, el 75,3%; de fuerza
    eléctrica 1,2 millones de kilovatios sobre 1,5 millones, o
    sea el 77,2%.

        ¡Menos de una
    centésima parte de las empresas tienen más
    de 3/4
    de la cantidad total de la fuerza de vapor y
    eléctrica! ¡A los 2,97 millones de pequeñas
    empresas (hasta 5 obreros asalariados) que constituyen el 91% de
    todas las empresas, corresponde únicamente el 7% de la
    fuerza eléctrica y de vapor! Las decenas de miles de
    grandes empresas lo son todo; los millones de pequeñas
    empresas no son nada.

        En 1907, había en
    Alemania 586 establecimientos que contaban con mil obreros y
    más. A esos establecimientos corres pondía casi la
    décima parte (1,38 millones) del número
    total de obreros y casi el tercio (32%) del total de la
    fuerza eléctrica y de vapor*. El capital monetario y los
    bancos, como
    veremos, hacen todavía más aplastante este
    predominio de un puñado de grandes empresas, y decimos
    aplastante en el sentido más literal de la palabra, es
    decir, que millones de pequeños, medianos e incluso una
    parte de los grandes "patronos" se hallan de hecho completamente
    sometidos a unos pocos centenares de financieros
    millonarios.

        En otro país avanzado
    del capitalismo contemporáneo, en los Estados Unidos,
    el incremento de la concentración de la producción
    es todavía más intenso. En este país, la
    estadística considera aparte a la industria
    en la acepción estrecha de la palabra y agrupa los
    establecimientos de acuerdo con el valor de la
    producción anual. En 1904, había 1.900 grandes
    empresas (sobre 216.180, es decir, el 0,9%), con una
    producción de 1 millón de dólares y
    más; en ellas, el número de obreros era de 1,4
    millones (sobre 5,5 millones, es decir el 25,6%), y la
    producción, de 5.600 millones (sobre 14.800 millones, o
    sea, el 38%). Cinco años después, en 1909, las
    cifras correspondientes eran las siguientes: 3.060 estableci
    mientos (sobre 268.491, es decir, el 1,1%) con dos millones de
    obreros (sobre 6,6 millones, es decir el 30,5%) y 9.000 millones
    de producción anual (sobre 20.700 millones, o sea el
    43,8%).

        ¡Casi la mitad de la
    producción global de todas las empresas del país en
    las manos de la centésima parte del número
    total de empresas! Y esas tres mil empresas gigantescas abrazan
    258 ramas industriales. De aquí se deduce claramente que
    la concentración, al llegar a un grado determinado de su
    desarrollo, por sí misma conduce, puede decirse, de lleno
    al monopolio, ya
    que a unas cuantas decenas de em presas gigantescas les resulta
    fácil ponerse de acuerdo entre sí, y, por otra
    parte, la competencia, que
    se hace cada vez más difícil, y la tendencia al
    monopolio,
    nacen precisamente de las grandes proporciones de las empresas.
    Esta transformación de la competencia en
    monopolio constituye de por sí uno de los fenómenos
    más importantes — por no decir el más importante
    — de la economía del
    capitalismo moderno, y es necesario que nos detengamos a
    estudiarlo con mayor detaile Pero antes debemos eliminar un
    equívoco posible.

        La estadística
    norteamericana dice: 3.000 empresas gigantescas en 250 ramas
    industriales. Al parecer, corresponden 12 grandes empresas a cada
    rama de la producción.

        Pero no es así. No en
    cada rama de la industria hay grandes empresas; por otra parte,
    una particularidad extremadamente importante del capitalismo, que
    ha alcanzado su más alto grado de desarrollo, es la
    llamada combinación, o sea la reunión, en
    una sola empresa, de
    distintas ramas de la industria que representan en sí o
    bien fases sucesivas de la elaboración de una materia prima
    (por ejemplo, la fundición del mineral de hierro, la
    transformación del hierro en acero y, en
    ciertos casos, la elaboración de tales o cuales productos de
    acero), o bien
    distintas ramas que desempeñan unas con relación a
    otras un papel auxiliar
    (por ejemplo, la utilización de los residuos o de los
    productos
    accesorios, producción de artículos de embalaje,
    etc.).

        "La combinación — dice Hilferding
    — nivela las diferencias de coyuntura y garantiza, por tanto, a
    la empresa
    combinada una norma de beneficio más estable. En segundo
    lugar, la combinación determina la eliminación del
    comercio. En tercer lugar, hace posible el perfeccionamiento
    técnico y, por consiguiente, la obtención de
    ganancias suplementarias en comparación con las empresas
    'puras' (es decir, no combinadas). En cuarto lugar, consolida la
    posición de la empresa
    combinada en comparación con la 'pura', la refuer~a en la
    lucha de competencia durante las fuertes depresiones
    (estancamiento de los negocios,
    crisis), cuando la disminución del precio de la
    materia prima
    va a la zaga con respecto a la disminución de los precios de los
    artículos manufacturados"*.

        El economista burgués
    alemán Heymann, que ha consagrado una obra especial a las
    empresas "mixtas" o combinadas en la industria siderúrgica
    alemana, dice: "Las empresas puras perecen, aplastadas por el
    precio elevado
    de los materiales y el bajo precio de los artículos
    manufacturados". Resulta lo siguiente:

        "Por una parte, han quedado
    grandes compañías hulleras, con una
    extracción de carbón que se cifra en varios
    millones de toneladas, sólidamente organizadas en su
    sindicato
    hullero; luego, estrechamente ligadas a ellas, las grandes
    fundiciones de acero con su sindicato.
    Estas empresas gigantescas, con una producción de acero de
    400.000 toneladas por año, con una extracción
    inmensa de mineral de hierro y de hulla, con la producción
    de artículos de acero, con 10.000 obreros alojados en los
    cuarteles de las colonias obreras, que cuentan a veces con
    ferrocarriles y puertos propios, son los representantes
    típicos de la industria siderúrgica alemana. Y la
    concentración continúa avanzando sin cesar. Las
    empresas van ganando en importancia cada día; cada vez es
    mayor el número de establecimientos de una o varias ramas
    de la industria que se agrupan en empresas gigantescas, apoyadas
    y dirigidas por media docena de grandes bancos berlineses. En lo
    que se refiere a la industria minera alemana, ha sido demostrada
    con exactitud la doctrina de Carlos Marx sobre
    la concentración; es verdad que esto se refiere a un
    país en el cual la industria se halla defendida por
    derechos
    arancelarios proteccionistas y por las tarifas de transporte. La
    industria minera de Alemania está madura para la
    expropiación"*.

        Tal es la conclusión a
    que se vio obligado a llegar un economista burgués,
    concienzudo, por excepción. Hay que observar que considera
    a Alemania como un caso especial a consecuencia de la
    protección de su industria por elevadas tarifas
    arancelarias. Pero esta circunstancia no ha podido más que
    acelerar la concentración y la constitución de asociaciones monopolistas
    patronales, cartels, sindicatos,
    etc. Es extraordinariamente importante hacer notar que, en el
    país del librecambio, en Inglaterra, la
    concentración conduce también al monopolio,
    aunque un poco más tarde y acaso en otra forma. He
    aquí lo que escribe el profesor Hermann Levy, en su
    estudio especial sobre los "Monopolios, cartels y trusts", hecho
    a base de los datos del desarrollo
    económico de la Gran Bretaña:

        "En la Gran Bretaña,
    precisamente las grandes proporciones de las empresas y su alto
    nivel técnico son las que traen aparejada la tendencia al
    monopolio. Por una parte, la concentración ha determinado
    el empleo de
    enormes sumas de capitaí en las empresas; por eso, las
    nuevas empresas se hallan ante exigencias cada vez más
    elevadas en lo que concierne a la cuantía del capital
    necesario, y esta circunstancia dificulta su aparición.
    Pero por otra parte (y este punto lo consideramos como el
    más importante), cada nueva empresa que
    quiere mantenerse al nivel de las empresas gigantescas, creadas
    por la concentración, representa un aumento tan enorme de
    la oferta de
    mercancías, que su venta lucrativa
    es posible sólo a condición de un aumento
    extraordinario de la demanda, pues,
    en caso contrario, esa abundancia de productos rebaja su precio a
    un nivel desventajoso para la nueva fábrica y para las
    asocia ciones monopolistas". En Inglaterra, las asociaciones
    monopolistas de patronos, cartels y trusts, surgen en la mayor
    parte de los casos — a diferencia de los otros países, en
    los que los aranceles
    proteccionistas facilitan la cartelización —
    únicamente cuando el número de las principales
    empresas competidoras se reduce a "un par de docenas" . . . "La
    influencia de la concentración en el nacimiento de los
    monopolios en la gran industria aparece en este caso con una
    claridad cristalina"[*].

        Medio siglo atrás,
    cuando Marx
    escribió "El Capital", la libre concurrencia era
    considerada por la mayor parte de los economistas como una
    "ley natural".
    La ciencia
    oficial intentó aniquilar por la conspiración del
    silencio la obra de Marx, el cual
    había demostrado, por medio del análisis
    teórico e histórico del capitalismo, que la libre
    concurrencia engendra la concentración de la
    producción, y que dicha concentración, en un cierto
    grado de su desarrollo, conduce al monopolio. Ahora el monopolio
    es un hecho. Los economistas escriben montañas de libros en los
    cuales describen manifestaciones aisladas del monopolio y siguen
    declarando a coro que "el marxismo ha sido refutado". Pero los
    hechos son testarudos — como dice un refrán inglés
    — y, de grado o por fuerza, hay que tenerlos en cuenta. Los
    hechos demuestran que las diferencias entre los diversos
    países capitalistas, por ejemplo, en lo que se refiere al
    proteccionismo o al librecambio, condicionan únicamente
    diferencias no esenciales en la forma de los monopolios o en el
    momento de su aparición, pero que el engendramiento del
    monopolio por la concentración de la producción es
    una ley general y
    fundamental de la fase actual de desarrollo del capitalismo.

        Por lo que a Europa se
    refiere, se puede fijar con bastante exactitud el momento en que
    se produjo la sustitución definitiva del viejo
    capitalismo por el nuevo: fue precisamente a principios del
    siglo XX. En uno de los trabajos de recopilación
    más recientes sobre la historia de la
    "formación de los monopolios", leemos:

        "Se pueden citar algunos
    ejemplos de monopolios capitalistas de la época anterior a
    1860; se pueden descubrir en ellos los gérmenes de las
    formas que son tan corrientes en la actualidad; pero esto
    constituye indiscutibler~ente la época prehistórica
    de los cartels. El verdadero comienzo de los monopolios
    contemporáneos lo hallamos no antes de la década de
    1860. El primer gran período de desarrollo del monopolio
    empieza con la depresión
    internacional de la industria en la década del 70, y se
    prolonga hasta principios de la
    última década del siglo". "Si se examina la
    cuestión en lo que se refiere a Europa, la libre
    concurrencia alcanza el punto culminante de desarrollo en los
    años 1860-1880. Por aquel entonces, Inglaterra terminaba
    la edificación de su organización capitalista de viejo estilo.
    En Alemania, dicha organización entablaba una lucha decidida
    contra la industria artesana y doméstica, y empezaba a
    crear sus formas de existencia".
        "Empieza una transformación profunda con el
    crac de 1873, o más exactamente, con la depresión
    que le siguió y que — con una pausa apenas perceptible, a
    principios de la década del 80, y con un auge
    extraordinariamente vigoroso, pero breve, hacia 1889 — llena
    veintidós años de la historia económica
    europea". "Durante el corto período de auge de 1889-1890,
    fueron utilizados en gran escala los cartels para aprovechar la
    coyuntura. Una política irreflexiva elevaba los precios
    todavía con mayor rapidez y aun en mayores proporciones de
    lo que hubiera sucedido sin los cartels, y casi todos esos
    cartels perecieron sin gloria 'enterrados en la fosa del crac'.
    Transcurrieron otros cinco años de malos negocios y
    precios bajos, pero en la industria reinaba ya un estado de
    espíritu distinto del anterior: la depresión no era
    considerada ya como una cosa natural, sino, sencillamente, como
    una pausa ante una nueva coyuntura favorable".
        "Y el movimiento de los cartels entró en su
    segunda época. En vez de ser un fenómeno pasajero,
    los cartels se convierten en una de las bases de toda la vida
    económica, conquistan una esfera industrial tras otra, y,
    en primer lugar, la de la transformación de materias
    primas. Ya a principios de la década del 90, los cartels
    consiguieron en la
    organización del sindicato del cok, el que
    sirvió de modelo al
    sindicato hullero, una técnica tal de los cartels, que, en
    esencia, no ha sido sobrepasada por el movimiento. El gran auge
    de fines del siglo XIX y la crisis de 1900 a 1903 se desarrollan
    ya enteramente por primera vez — al menos en lo que se refiere a
    las industrias minera
    y siderúrgica — bajo el signo de los cartels. Y si
    entonces esto parecía aún algo nuevo, ahora es una
    verdad evidente para todo el mundo que grandes sectores de la
    vida económica son, por regla general, sustraídos a
    la libre concurrencia"*.

        Así, pues, el balance
    principal de la historia de los monopolios es el
    siguiente:

        1. 1860-1880, punto
    culminante de desarrollo de la libre concurrencia. Los monopolios
    no constituyen más que gérmenes apenas
    perceptibles.

        2. Después de la crisis de
    1873, largo período de desarrollo de los cartels, pero
    éstos constituyen todavia una excepción, no son
    aún sólidos, aun representan un fenómeno
    pasajero.

        3. Auge de fines del siglo XIX y
    crisis de 1900-1903; los cartels se convierten en una de las
    bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha
    transformado en imperialismo.

        Los cartels se ponen de
    acuerdo entre sí respecto a las condiciones de venta, a los
    plazos de pago, etc. Se reparten los mercados de
    venta. Fijan la cantidad de productos a fabricar. Establecen los
    precios. Distribuyen las ganancias entre las distintas empresas,
    etc.

    El número de cartels era en Alemania
    aproximadamente de 250 en 1896, y de 385, en 1905, abarcando
    cerca de 12.000 establecimientos*. Pero todo el mundo reconoce
    que estas cifras son inferiores a la realidad. De los datos de la
    esta dística de la industria alemana de 1907 que hemos
    citado más arriba se deduce que hasta esos 12.000 grandes
    establecimientos concentran seguramente más de la mitad de
    toda la fuerza motriz de vapor y eléctrica. En los Estados
    Unidos, el número de trusts era, en 1900, de 185; en 1907,
    de 250.

    La estadística norteamericana divide todas las
    empresas industriales en empresas pertenecientes a personas
    aisladas, a firmas y a corporaciones. A las últimas
    pertenecían, en 1904, el 23,6%; en 1909, el 25,9%, es
    decir, más de la cuarta parte del total de las empresas.
    En dichos establecimientos estaban ocupados, en 1904, el 70,6% de
    obreros; en 1909, el 75,6%, las tres cuartas partes del
    número total. La cuantía de la producción
    era, respectivamente, de 10,9 y de 16,3 mil millones de
    dólares, o sea el 73,7% y el 79% de la suma
    total.

        En las manos de los cartels y
    trusts se encuentran a menudo las siete o las ocho décimas
    partes de toda la producción de una rama industrial
    determinada; el sindicato hullero del Rhin y Westfalia, en el
    momento de su constitución, en 1893, concentraba el 86,7%
    de toda la producción del carbón en aquella cuenca,
    y en 1910, el 95,4%*. El monopolio constituido en esta forma
    proporciona beneficios gigantescos y conduce a la creación
    de unidades técnicas
    de producción de proporciones inmensas. El famoso trust
    del petróleo
    de Estados Unidos ("Standard Oil Company") fue fundado en
    1900.

        "Su capital era de 150
    millones de dólares. Fueron emitidas acciones
    ordinarias por valor de 100
    millones de dólares y acciones
    privilegiadas por valor de 106 millones de dólares. Estas
    últimas percibieron los siguientes dividendos: en el
    período 1900-1907: 48, 48, 45, 44, 36, 40, 40, 40% o sea,
    en total, 367 millones de dólares. Desde 1882 a 1907,
    obtuviéronse 889 millones de dólares de beneficio
    neto de los que 606 millones fueron distribuidos en dividendos,
    y el resto pasó al capital de
    reserva"[*].
    "En todas las empresas del trust del acero ("United States Steel
    Corporation") estaban ocupados, en 1907, no menos de 210.180
    obreros y empleados. La empresa más importante de la
    industria minera alemana, la Sociedad Minera
    de Gelsenkirchen ("Gelsenkirchener Bergwerksgesellschaft")
    tenía, en 1908, 46.048 obreros y
    empleados"[**].

        Ya en 1902, el trust del
    acero producía 9 millones de toneladas de
    acero[***].
    Su producción constituía, en 1901, el 66,3% y, en
    1908, el 56,1 % de toda la producción de acero de los
    Estados Unidos[****].
    Sus extracciones de mineral de hierro, el 43,9% y el 46,3%,
    respectivamente.

        El informe de la
    comisión gubernamental norteamericana sobre los trusts
    dice:

        "La superioridad de los
    trusts sobre sus competidores se basa en las grandes proporciones
    de sus empresas y en su excelente instalación
    técnica. El trust del tabaco, desde el
    momento mismo de su fundación, consagró todos sus
    esfuerzos a sustituir en todas partes en vasta escala el trabajo
    manual por el
    trabajo mecánico. Con este objeto, adquirió todas
    las patentes que tenían una relación cualquiera con
    la elaboración del tabaco y
    empleó para esto sumas enormes. Muchas patentes resultaban
    al principio inservibles y tuvieron que ser modificadas por los
    ingenieros que se hallaban al servicio del
    trust. A fines de 1906, fueron
    constituidas dos sociedades
    filiales con el único objeto de adquirir patentes. Con
    este mismo objeto, el trust creó fundiciones,
    fábricas de construcción de maquinaria y talleres
    de reparación propios. Uno de dichos establecimientos, en
    Brooklyn, da ocupación, por término medio, a 300
    obreros; en él se experimentan y se perfeccionan los
    inventos
    relacionados con la producción de cigarrillos, cigarros
    pequeños, tabaco rapé, papel de
    estaño para el embalaje, cajas, etc."*.
        "Hay otros trusts que tienen también a su
    servicio a los llamados developping engineers (ingenieros
    para el desarrollo de la técnica), cuya misión
    consiste en inventar nuevos procedimientos de
    producción y en comprobar los perfeccionamientos
    técnicos. El trust del acero abona a sus ingenieros y
    obreros premios importantes por los inventos
    susceptibles de elevar la técnica o reducir los gastos"**.

        Del mismo modo está
    organizado todo cuanto se refiere a los perfeccionamientos
    técnicos en la gran industria alemana por ejemplo, en la
    industria química, la cual se
    ha desarro llado en proporciones gigantescas durante estas
    últimas décadas. El proceso de concentración
    de la producción creó ya en l908 en dicha industria
    dos "grupos"
    principales, que, a su manera, evolucionaban hacia el monopolio.
    Al principio, esos grupos
    constituían "alianzas dobles" de dos pares de grandes
    fabricas con un capital de 20 a 21 millones de marcos cada una;
    de una parte, la antigua fábrica de Meister, en Höchst, y la de Cassella, en
    Francfort del Main; de otra parte, la fábrica de anilina y
    sosa en Ludwigshafen y la antigua fábrica de Bayer, en
    Elberfeld. Uno de los grupos en 1905 y el otro en 1908 se
    pusieron de acuerdo, cada uno por su cuenta, con otra gran
    fábrica, a consecuencia de lo cual resultaron dos
    "alianzas triples" con un capital de 40 a 50 millones de marcos
    cada una, y entre las cuales se inició ya una
    "aproximación", se estipularon "acuerdos" sobre los
    precios, etc.

        La competencia se convierte
    en monopolio. De aquí resulta un gigantesco progreso de la
    socialización de la producción. Se
    efectúa también, en particular, la socialización del proceso de inventos y
    perfeccionamientos técnicos.

        Esto no tiene ya nada que ver
    con la antigua libre concurrencia de patronos dispersos, que no
    se conocían entre sí y que producían para un
    mercado ignorado.
    La concentración ha llegado hasta tal punto, que se puede
    hacer un cálculo
    aproximado de todas las fuentes de
    materias primas (por ejemplo, yacimientos de minerales de
    hierro) en un país, y aun, como veremos, en varios
    países, en todo el mundo. No sólo se realiza este
    cálculo, sino que asociaciones monopolistas
    gigantescas se apoderan de dichas fuentes. Se
    efectúa el cálculo aproximado del mercado, el que,
    según el acuerdo estipulado, las asociaciones mencionadas
    se "reparten" entre sí. Se monopoliza la mano de obra
    calificada, se toman los mejores ingenieros, y las vías y
    los medios de
    comunicación — las líneas férreas en
    América, las compañías navieras en Europa y
    América — van a parar a manos de los monopolios citados. El capitalismo, en su fase
    imperialista conduce de lleno a la socialización de la
    producción en sus más variados aspectos; arrastra,
    por decirlo así, a pesar de su voluntad y conciencia, a los
    capitalistas a un cierto nuevo régimen social, de
    transición entre la plena libertad de
    concurrencia y la socialización completa.

        La producción pasa a
    ser social, pero la apropiación continúa siendo
    privada. Los medios sociales de producción siguen siendo
    propiedad privada de un número reducido de individuos. El
    marco general de la libre concurrencia formalmente reconocida
    persiste, y el yugo de un grupo poco
    numeroso de monopolistas sobre el resto de la población se
    hace cien veces más duro, más sensible, más
    insoportable.

        El economista alemán
    Kestner ha consagrado una obra especial a la "lucha entre los
    cartels y los outsiders", es decir, empresarios que no formaban
    parte de los cartels. El autor ha titulado dicha obra: "La
    organización forzosa", cuando hubiera debido hablar,
    naturalmente, para no embellecer el capitalismo, de la
    subordinación forzosa a las asociaciones monopolistas. Es
    instructivo echar una simple ojeada aunque no sea más que
    a la enumeración de los medios a que acuden dichas
    asociaciones en la lucha moderna, novísima civilizada por
    la "organización": 1) privación de las materias
    primas (. . . "uno de los procedimientos
    más importantes para obligar a entrar en el cartel"); 2)
    privación de mano de obra mediante "alianzas" (esto es,
    mediante acuerdos entre los capitalistas y los sindicatos obreros
    para que estos últimos acepten trabajo solamente en las
    empresas cartelizadas); 3) privación de medios de transporte; 4)
    privación de mercados; 5)
    acuerdo con los compradores para sostener relaciones comerciales
    únicamente con los cartels; 6) disminución
    sistemática de los precios (con objeto de arruinar a los
    "outsiders", es decir, a las empresas que no se someten a los
    monopolistas, se gastan millones para vender, durante un tiempo
    determinado, a precios inferiores al coste: en la industria de la
    bencina se ha dado el caso de bajar el precio de 40 a 22 marcos,
    es decir, ¡casi a la mitad!); 7) privación de
    crédito; 8) declaración del
    boicot.

        Nos hallamos en presencia, no
    ya de una lucha de competencia entre grandes y pequeñas
    empresas, entre establecimientos técnicamente atrasados y
    establecimientos de técnica avanzada. Nos hallamos ante la
    estrangulación, por los monopolistas, de todos aquellos
    que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad. He
    aquí cómo se refleja este proceso en la conciencia de un
    economista burgués.

        "Aun en el terreno de la
    actividad económica pura — escribe Kestner –, se produce
    cierto desplazamiento de la actividad comercial, en el sentido
    tradicional de la palabra, hacia una actividad organizadora
    especulativa. Consigue los mayores éxitos, no el
    comerciante que, basándose en su experiencia
    técnica y comercial, sabe determinar mejor las necesidades
    del comprador, encontrar y, por decirlo así, "descubrir"
    la demanda que se
    halla en estado
    latente, sino el genio [?!] especulador que por anticipado sabe
    tener en cuenta o intuir el desenvolvimiento en el terreno de la
    organización, la posibilidad de determinados lazos entre
    las diferentes empresas y los bancos" . . .

        Traducido al lenguaje
    común, esto significa: el desarrollo del capitalismo ha
    llegado a un punto tal, que, aunque la producción de
    mercancías sigue "reinando" como antes y siendo
    considerada como la base de toda la economía, en realidad
    se halla ya quebrantada, y las ganancias principales van a parar
    a los "genios" de las maquinaciones financieras. En la base de
    estas maquinaciones y de estos chanchullos se halla la
    socialización de la producción; pero el inmenso
    progreso logrado por la humanidad, que ha llegado a dicha
    socialización, beneficia . . . a los especuladores.
    Más adelante veremos cómo, "basándose en
    esto", la crítica pequeñoburguesa y reaccionaria
    del imperialismo capitalista sueña con volver
    atrás, a la concurrencia "libre",
    "pacífica", "honrada".

        "La elevación
    persistente de los precios, como resultado de la
    constitución de los cartels — dice Kestner –, hasta
    ahora se ha observado sólo en lo que se refiere a los
    principales medios de producción, sobre todo a la hulla,
    el hierro, la potasa, y, por el contrario, no se ha observado
    nunca en lo que se refiere a los artículos manufacturados.
    Como consecuencia de ello, el aumento de los beneficios se ha
    limitado igualmente a la industria de los medios de
    producción. Hay que completar esta observación con la de que la industria de
    transformación de las materias primas (y no de productos
    semimanufacturados) no sólo obtiene, como resultado de la
    constitución de cartels, ventajas en forma de las
    ganancias elevadas, en perjuicio de la industria dedicada a la
    transformación ulterior de los productos
    semimanufacturados, sino que ha pasado a mantener, con respecto a
    esta última industria, relaciones de
    dominación
    , que no existían bajo la libre
    concurrencia"*.

        Las palabras subrayadas por
    nosotros muestran el fondo de la cuestión, que de tan mala
    gana y sólo de vez en cuando reconocen los economistas
    burgueses y que se empeñan tanto en no ver y pasar por
    alto los defensores actuales del oportunismo, con C. Kautsky al
    frente. Las relaciones de dominación y de violencia
    violencia que
    va ligada a dicha dominación –: he aquí lo
    típico en la "nueva fase del desarrollo del capitalismo",
    he aquí lo que inevitablemente tenía que derivarse
    y se ha derivado de la constitución de los monopolios
    económicos todopoderosos.

        Citaremos otro ejemplo de los
    manejos de los cartels. Allí donde es posible apoderarse
    de todas o de las más importantes fuentes de materias
    primas, la aparición de cartels y la constitución
    de monopolios es sobremanera fácil. Pero sería un
    error pensar que los monopolios no surgen también en otras
    ramas de la producción en las cuales la conquista de todas
    las fuentes de materias primas es imposible. En la industria del
    cemento, la
    materia prima
    existe en todas partes. Sin embargo, también esta
    industria está extremadamente cartelizada en Alemania. Las
    fábricas se han agrupado en sindicatos regionales: el de
    Alemania del Sur, el renanowestfaliano, etc. Los precios
    establecidos son precios de monopolio: ¡de 230 a 280 marcos
    por vagón, cuando el valor de coste es de 180 marcos! Las
    empresas dan dividendos del 12 al 16%; además, no hay que
    olvidar que los "genios" de la especulación
    contemporánea saben canalizar hacia sus bolsillos grandes
    sumas de ganancias, aparte de las que se reparten en concepto de
    dividendo. Para eliminar la competencia en una industria tan
    lucrativa, los monopolistas se valen incluso de artimañas
    diversas: hacen circular rumores falsos sobre la mala
    situación de la industria; publican en los
    periódicos anuncios anónimos: "¡Capitalistas!
    ¡No coloquéis vuestros capitales en la industria del
    cemento!"; por
    ultimo, compran empresas "outsiders" (es decir, que no forman
    parte de los sindicatos), abonando 60, 80, 150 mil marcos al que
    "cede". El monopolio se abre camino en todas partes,
    valiéndose de todos los medios, empezando por el pago de
    una "modesta" indemnización al que cede y terminando por
    el "procedimiento"
    americano del empleo de la
    dinamita contra el competidor.

        La supresión de las
    crisis por los cartels es una fábula de los economistas
    burgueses, los cuales lo que hacen es embellecer el capitalismo a
    toda costa. Al revés, el monopolio que se crea en
    varias ramas de la industria aumenta y agrava el caos
    propio de todo el sistema de la
    producción capitalista en su conjunto. La
    desproporción entre el desarrollo de la agricultura y
    el de la industria, desproporción que es característica del capitalismo en general,
    se acentúa aún más. La situación
    privilegiada en que se halla la industria más cartelizada,
    la llamada industria pesada, particularmente el hierro y
    la hulla, determina en las demás ramas de la industria "la
    falta mayor aún de coordinación sistemática", como lo
    reconoce Jeidels, autor de uno de los mejores trabajos sobre "las
    relaciones entre los grandes bancos alemanes y la
    industria"**.

        "Cuanto más
    desarrollada está la economía nacional — escribe
    Liefmann, defensor acérrimo del capitalismo — tanto
    más se entrega a empresas arriesgadas o, en el extranjero,
    a empresas que exigen largo tiempo para su desarrollo o, finalmente, a las que sólo tienen
    una importancia local"
    .

        El aumento del riesgo es
    consecuencia, al fin y al cabo, del aumento gigantesco de
    capital, el cual, por decirlo así, desborda el vaso y se
    vierte hacia el extranjero, etc. Y junto con esto 106 progresos
    extremadamente rápidos de la técnica traen
    aparejados consigo cada vez más elementos de
    desproporción entre las distintas partes de la
    economía nacional, de caos, de crisis.

        "Probablemente — se ve
    obligado a reconocer el mismo Liefmann — la humanidad
    asistirá en un futuro próximo a nuevas y grandes
    revoluciones en el terreno de la técnica, que harán
    sentir sus efectos también sobre la organización de
    la economía nacional . . . [la electricidad, la
    navegación aérea]. Habitualmente, y por regla
    general, en estos períodos de radicales transformaciones
    económicas se desarrolla una fuerte especulación" .
    . .**

        Y las crisis — las crisis de toda clase,
    sobre todo las crisis económicas, pero no sólo
    éstas — aumentan a su vez en proporciones enormes la
    tendencia a la concentración y al monopolio. He
    aquí unas reflexiones extraordinariamente instructivas de
    Jeidels sobre la significación de la crisis de 1900, la
    cual, como sabemos, desempeñó el papel de punto
    crucial en la historia de los monopolios modernos:

        "La crisis de 1900 se produjo
    en un momento en que, al lado de gigantescas empresas en las
    ramas principales de la industria,
    existían todavía muchos establecimientos con una
    organización anticuada, según el criterio actual,
    establecimientos 'puros' [esto es, no combinados], que se
    habían elevado sobre las olas del auge industrial. La baja
    de los precios, la disminución de la demanda, llevaron a
    esas empresas 'puras' a una situación calamitosa que o no
    conocieron en modo alguno las gigantescas empresas combinadas o
    que sólo conocieron durante un breve período. Como
    consecuencia de esto, la crisis de 1900 determinó la
    concentración de la industria en proporciones
    incomparablemente mayores que la crisis de 1873, la cual
    efectuó también una determinada selección
    de las mejores empresas, pero, dado el nivel técnico de
    entonces, esta selección
    no pudo crear un monopolio de las empresas que habían
    conseguido salir victoriosas de la crisis. Precisamente de un tal
    monopolio persistente, y, además, en un alto grado, gozan
    las empresas gigantescas de la industria siderúrgica y
    eléctrica actuales, gracias a su técnica
    complicadísima, a su extensa organización, a la
    potencia de su
    capital, y, en menor grado, también las empresas de
    construcción de máquinas,
    determinadas ramas de la industria metalúrgica, las
    vías de comunicación, etc."*.

        El monopolio es la
    última palabra de la "fase más reciente del
    desarrollo del capitalismo". Pero nuestro concepto de la fuerza
    efectiva y de la significación de los monopolios
    contemporáneos sería en extremo insuficiente,
    incompleto, reducido, si no tomáramos en
    consideración el papel de los bancos.

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