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Gnoseología




Enviado por alexpacaya



    1. El conocimiento
      inconsciente
    2. El conocimiento
      consciente
    3. El mundo de las
      ideas
    4. Conclusiones
    5. Bibliografía

    INTRODUCCION

    En el desarrollo y
    la exposición de la teoría del
    conocimiento en un autor determinado juega un papel de
    primera importancia la terminología. Vocablos que
    significan una cosa precisa en una autor, tienen, o al menos
    pueden tener, un significado muy diverso en otro. Quizá a
    esta inconsideración se haya debido que el texto
    agustiniano sea interpretado conforme al gusto de la época
    en que se escribe, sin detenerse en analizar el concepto propio
    de cada expresión. Es necesario constatar, ante todo, que
    la imposición de las categorías medievales al
    pensamiento
    agustiniano lo perjudicó enormemente. Hoy nos vemos,
    debido a la presión
    del mundo medieval que sufrimos por doquier en amalgama tomista,
    casi imposibilitados para acercarnos sin prejuicios a la
    temática agustiniana.

    En este trabajo se ensaya una definición de
    términos que, aunque no exhaustiva, puede dejar al menos
    en claro que la terminología de Agustín no es
    constante y que muchos vocablos se emplean en diferentes
    sentidos. Esta advertencia conduce a la conciencia de que
    el intérprete debe considerar cada texto en
    concreto para
    poder definir
    el significado auténtico de la palabra en
    cuestión.

    Además de esta precisación se expone una
    perspectiva general de la formación del conocimiento.
    Agustín parte en toda su teoría
    del concepto de
    visión y a ella asemeja todo conocimiento,
    tanto sensible, imaginativo, como intelectual. Así se
    comprende con facilidad suma que la luz y la iluminación tenían por necesidad que
    ingresar dentro de su sistema.
    Después de este concepto general, en que la visión
    y sus elementos se trasladan a todos los órdenes del
    conocimiento humano, pasamos a distinguir los tres campos netos
    del conocimiento. Los autores a veces olvidan que el mundo
    imaginativo es medio entre el sensible y el inteligible y no lo
    consideran. Aquí se trata de colocarlo en su puesto y de
    mostrar su existencia real en el pensamiento de
    Agustín. Si es cierto que dio la palma al platonismo en
    esa distinción -sensible e inteligible-, no negó
    nunca esa tercera que parece clara en los grandes tratados de
    conjunto, De Trinitate, De Genesi ad litteran y en los primeros
    años en De musica. Con los textos y la insinuación
    ofrecida en ellos queda margen abierto a la inteligencia
    de los capítulos que seguirán como prueba concreta
    de éste y realización palmaria del
    mismo.

    Capitulo I

    EL CONOCIMIENTO INCONSCIENTE

    1. La distinción de San
      Agustín entre conocimiento natural y adventicio, o
      conocimiento ingénito y adquirido, se
      traduciría hoy por conocimiento inconsciente y
      conocimiento consciente. Pero la existencia del conocimiento
      inconsciente se propone como un hecho que necesita pruebas.
      Probar la inconsciencia de la mente humana en sus relaciones
      con el mundo externo conduce a estudiar la conexión
      entre la teoría
      del conocimiento y la ascética. No puede decirse
      que la mente no se conozca, aunque no piense en sí
      misma, en terminología agustiniana, que non se noscat,
      etiamsi non se cogitet. Que en muchas ocasiones obra sin
      conciencia
      es claro a todas luces. ¿Cómo pierde la mente
      su conciencia, la consciencia de sí misma y de
      los
      valores? He aquí el punto de intersección
      entre la teoría del conocimiento y la
      espiritualidad agustiniana. El amor a
      sí mismo y a las cosas materiales
      aparta la mente de sí, le hace ocuparse en otras cosas
      y pensar en ellas, perdiendo de esta suerte su consciencia.
      Cuando se trate, por tanto, de tomar consciencia, será
      preciso alejarse de todo aquello que ha servido de
      obstáculo al propio conocimiento. La primera prueba
      del conocimiento inconsciente será mostrar la
      existencia real de la inconsciencia,

      Por otra parte, la insistente invitación a
      entrar en sí mismo, a tornar a la propia morada y a
      intuirse, es demostración palmaria de que no se ha
      perdido plenamente el
      conocimiento, de que existe un algo latente, que sirve de
      reclamo a la consciencia. Es necesario hablar aquí de
      presencia constante, distinta de la consciencia. La Metafísica del conocimiento halla en
      esta distinción su fundamento más
      sólido.

      El conocimiento no es un mero dato
      psicológico, sino que se enraíza en la
      entraña ontológica de la mente humana, es una
      experiencia vital e inconsciente. Lo psicológico
      carecería de sentido sin el substratum
      ontológico, base del conocimiento.

      Agustín, al llamar memoria a
      este conocimiento, insinúa su latencia, mejor, la
      latencia de su contenido. En la memoria
      está presente algo de lo que no se tiene conciencia,
      existe una presencia, pero no una consciencia. Esta
      distinción la han olvidado la han olvidado los
      autores. Esa presencia se da en el
      conocimiento inconsciente asimilado por Agustín a
      la memoria
      y designado con ese mismo nombre, en un alcance más
      profundo y real. Ese conocimiento anterior a la conciencia es
      un estricto a priori.

    2. METAFISICA DEL CONOCIMIENTO

      La interioridad agustiniana necesita
      también su fundamento y lo halla en este nuevo
      concepto. Los autores han hablado de "interioridad
      reflexiva", de "subjetividad inmanente", de "inmanencia
      filosófica", a propósito de esta
      presenciabilidad continua. El estudio de la memoria
      sui
      ha sido abordado directamente en muy pocos
      artículos. Se tiene la impresión, al leer tan
      diversas versiones, de que se imponen categorías al
      pensamiento y no se toma el concepto en su pureza original.
      El verbo "nosse" en Agustín tiene una
      significación bien definida como presencia
      ontológica del ser racional a sí mismo, como
      conocimiento inconsciente. No se trata de un inmanentismo, ni
      de un subjetivismo, sino de un sentido amplio. La mente es
      siempre inmanente a sí misma, porque "nihil tam
      praesentius sibi quam se. Es en la mente misma donde la
      trascendencia se toca con la inmanencia y esto es necesario
      ponerlo de relieve,
      para que se note la continuidad del pensamiento agustiniano
      en los diversos órdenes, natural y
      sobrenatural.

      Como todo a priori la memoria sui exige pruebas y
      es el conocimiento consciente el que las ofrece. Comienzan
      éstas por el amor y el
      apetito que la mente tiene de conocerse a sí misma.
      Amándose y deseando conocerse muestra que
      de algún modo ya se conocía, pues su esencia
      consiste en ser, vivir y entender como es, vive y entiende un
      ser racional, viviendo y entendiendo. La mente es reflexiva,
      es una potencia
      activa, dinámica, capaz de conocerse a
      sí misma y mediante su conocimiento capaz de conocer
      los demás objetos. Ese primer conocimiento que tiene
      de sí misma, por ser racional, es inconsciente, ya que
      únicamente aparece cuando piensa conscientemente en
      sí misma. La existencia de ese inconsciente es una
      verdad tan clara que Agustín rehusa abordarla de
      frente. Sabe que mens se non potest amittere, y que, sin
      embargo, es ocasiones huye de sí misma y no tiene
      consciencia de su presencia. La continua llamada a la
      interioridad reflexiva, consciente, tiene por fundamento la
      presencialidad de la mente a sí misma. La primera fase
      de la espiritualidad se concretará, por tanto, en
      llamar a la consciencia, en reintegrar la mente a sí
      misma, haciendo que esté a lo que está, age
      quod agis.

      De lo dicho se desprende que la memoria sui es un
      conocimiento informe,
      es decir, no formado, no expreso, sino impreso, es la pura
      presencialidad de sí a sí, es además un
      requisito previo a todo otro conocimiento. No es una notitia,
      según el término de Agustín, sino parens
      notitiarum, es, en una palabra, un medium quo del
      conocimiento consciente. Sin ella todo otro conocimiento es
      imposible. Si la relacionamos con la memoria Dei brilla de
      inmediato su naturaleza
      ontológica íntima. La memoria sui se concentra
      sobre la mutabilidad y temporalidad de las cosas y tiene su
      correlato en la scientia, mientras que la memoria Dei juzga
      de lo inmutable y eterno, y evoca en lo consciente, a la
      sapientia agustiniana. Como puede apreciarse la unidad del
      pensamiento de San
      Agustín es admirable. La razón y la fe se
      interceptan, y sin confundirse ni obstaculizarse, se
      exigen.

    3. LA MEMORIA
      SUI

      Inmanencia y trascendencia en el interior del
      hombre:
      he

      aquí los dos polos del misterio, tanto en el
      orden natural, como en el sobrenatural. Aquel Dios, interior
      intimo meo et superior summo meo, se hace en la mente humana
      problema abierto a la discusión. Sin esta
      solución agustiniana, fundamento y base natural del
      sobrenatural, es inconcebible, al parecer, la relación
      entre esos dos elementos. Dios está en mí y
      Dios está sobre mí. Y Dios, para
      Agustín, en este caso significa los valores
      trascendentales. A esta identificación le
      conducía su teoría platónica de la
      participación. El misterio del sobrenatural, se
      enraíza en este natural y quizá en él
      halle un cierto vislumbre. Los actos de la mente, entender y
      amar, a los que precede un recordar -memoria-, actos vitales,
      inmanentes, dinámicos, se desarrollan también
      en el orden sobrenatural.

      A propósito de la memoria Die los autores han
      hablado de "introducción de Dios en la historia
      humana" (Guitton), de "tirante ontológico entre Dios y
      el hombre"
      (Cilleruelo), de "vivir humanamente, es decir,
      inteligentemente en Dios" (Morán). Todo ello nos
      descubre que la Inmanencia y la trascendencia se tocan en el
      interior del hombre y
      que en lo natural es la memoria Dei el punto de
      intersección. En el orden sobrenatural tendrá
      también su correlativo.

      La espiritualidad que depende en gran parte de ese
      doble elemento, bebe en esta misma fuente y de ella toma su
      impulso. Conciencia de sí mismo, evocada por la
      memoria sui, y consciencia de la presencia de Dios, reclamada
      por la memoria Dei. Una espiritualidad vital, porque es Dios
      su centro y hacia Él se dirige el alma con su ser
      dinámico, inteligente. Esta conciencia quedó
      debilitada por el pecado de origen y por la atracción
      de las cosas terrenas y así el hombre
      viene a la luz mente
      sopita. Sin embargo, le queda ese tirante ontológico
      que le liga a Dios y le llama constantemente a la consciencia
      mediante su presencia. Estos dos términos, consciencia
      y presencia, han sido confundidas por los autores al tratar
      de la memoria Dei. De este fundamento ontológico
      arranca el impulso y la vitalidad del espiritualismo
      agustiniano. En la metafísica de la presencia tiene su
      punto de apoyo. Y siendo esta espiritualidad una llamada a la
      consciencia de los
      valores que metafísicamente cada hombre posee,
      todos están llamados a una comunión vital,
      espiritual de los mismos, a comulgar en el espíritu
      con toda la humanidad y a trabajar porque todos los hombres
      sean conscientes de su mundo interno y eterno. Es la
      aplicación de la doctrina de la memoria Dei al
      monacato agustiniano y al apostolado. Se ha llamado "la
      comunidad de
      espíritus viajeros".

      A todos estos interrogantes se extiende la
      problemática expuesta hasta ahora. Los hechos que
      demuestran la existencia de la memoria Dei son innumerables:
      el ansia de felicidad -verdad – unidad – bondad y
      demás trascendentales, la distancia entre la
      razón y la verdad según la cual juzga, la
      inquietud constante y la tensión continua hacia algo
      absoluto. Todo esto supone un cierto conocimiento radicado en
      la esencia misma de la naturaleza
      racional, conocimiento previo, inconsciente, pero con un
      contenido real. Hablar de la "función reguladora" de las nociones
      agustinianas (Gilson) y de "categorías" aplicables a
      las cosas, pero sin un contenido, es desviarse del sentido
      auténtico de los textos agustinianos. En ellos se
      distinguen perfectamente las "ideas" de las "nociones", dos
      conceptos frecuentemente identificados en los
      estudios.

      La luz de la verdad, según la cual la mente
      juzga, es ni más ni menos la memoria Dei y en ella ve
      e intuye, resolviéndose positivamente de este modo el
      ya casi insoluble problema de la iluminación agustiniana. Esta
      iluminación natural reclama en el orden sobrenatural
      una nueva luz y esto hace que Agustín se traslade del
      campo de la razón al de la fe con facilidad suma y sea
      a veces imposible una neta separación entre ambos. El
      decantado innatismo y el presunto ontologismo de los textos
      agustinianos hallan también aquí una salida
      airosa. "Sindéresis" y "primeros principios"
      se redujeron a una máscara de la profunda,
      metafísica y bien pensada doctrina agustiniana de la
      memoria Dei. Y es que se negaron a admitir un conocimiento
      natural, real, oscuro, inconsciente, por metafísico y
      ontológico.

    4. LA MEMORIA DEI
    5. EL COGITO

    El Cógito se ha hecho ya clásico en todo
    los estudios de filosofía. Y a él van unidos
    indefectiblemente dos nombres: San Agustín y Descartes. No
    es nuestro intento hacer un parangón aquí entre
    ambos pensadores. Admitimos, sí, que los dos partieron de
    un mismo punto, pero llegaron a destinos diversos. Si es uno
    mismo el enunciado, son distintos los "designios", las
    intenciones.

    San Agustín, lógico en su sistema, ha
    creído necesario asegurar la evidencia y la certeza del
    Cógito sobre dos conocimientos metafísicos,
    precedentes e infalibles: la certeza de la propia presencialidad
    de la mente a sí misma y de la presencialidad del
    absoluto. En su lógica
    ha hecho uso del Cógito para probar la existencia de Dios,
    para trazar la distinción entre el hombre y la bestia,
    para firmar en el alma su propia inmaterialidad. La trascendencia
    y la certeza absoluta del mismo la tenía consolidada desde
    el momento en que admitía la absolutez de la memoria Dei,
    manteniendo el mundo interno.

    Apoyado sobre esa doble base, el Cógito era la
    roca firme contra el ataque de los académicos. En
    realidad, fue el escepticismo el que enseñó a
    Agustín esta construcción del pensamiento y esta
    búsqueda e invención de algo absoluto. Lo mismo le
    ocurrió más tarde a Descartes.
    Pero Agustín aprendió no sólo del
    escepticismo, sino también del neoplatonismo y del
    estoicismo. Con esta doble experiencia se lanzó a la
    lucha. Con la evidencia de la propia existencia, los argumentos
    del escepticismo serían ya inconsistentes.

    En los primeros escritos se insinúa el
    Cógito y se enuncia ya con cierta precisión.
    Más tarde los resultados serán definitivos. Las
    verdades que emanan de esa certeza son innumerables. Siendo el
    primer dato inmediato la conciencia aparece como el puente entre
    el conocimiento inconsciente y el conocimiento consciente, entre
    la metafísica (inconsciencia) y la psicología
    (consciencia). A él se recurrirá siempre en busca
    de certeza, porque él la recibe de la certidumbre
    absoluta.

    CAPITULO II

    EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE

    1. Es digno de nota que en toda la obra agustiniana el
      término "sensación" no se emplea ni una sola
      vez. Los términos que podemos traducir por esa palabra
      son innumerables. Apuntamos entre otros: sensus, sentire,
      sensus formatus vel informatus. Sin embargo, a pesar de que
      el vocablo no haga su aparición, Agustín ofrece
      definiciones preciosas sobre la realidad que comporta. La
      definición, passio corporis per se ipsan non latens
      animan, nos lleva de la mano a pensar en la intencionalidad
      de las sensaciones. Agustín nos previene,
      distinguiendo ciencia y
      sensación, pero al fin opta por exigir también
      en la sensación una no-latencia, mejor aún, una
      consciencia de parte del alma. Los sentidos
      no sienten, si el alma no está presente, no
      está al acecho, a la puerta. En escolástico,
      diríamos que sienten materialmente, pero no
      formalmente. Esta distinción tan neta, empero, no
      entra en los conceptos de Agustín. De ahí se
      deduce que su pensamiento sea que "sentir es primordialmente
      del alma e instrumentalmente del cuerpo", sentire non est
      corporis, sed animae per corpus. La voluntad es la autora de
      esa intencionalidad, de esa consciencia aún en el
      campo de la sensación.

      Si, pues, sentir es propio del alma por medio del
      cuerpo, las relaciones entre estos dos elementos se presentan
      de inmediato, y el problema discutido entre los
      intérpretes sobre la unión sustancial en el
      compuesto humano cobra nuevo impulso. La instrumentalidad de
      los sentidos,
      su ser de nuncios, nos relaciona con ese otro punto,
      suscitado por la aparente contradicción entre las
      definiciones dadas en De quantitate aminae y en De musica. La
      solución, para nosotros, es fácil,
      lógicos con nuestra teoría general de
      interpretación. Lo externo, por consiguiente, el
      objeto que actúa sobre los sentidos, órganos
      receptores de la passio y de la difficultas, es una llamada
      de atención, un toque de alerta al alma.
      La mente humana, enriquecida con las primeras nociones y los
      derivados inmediatos de las mismas, necesita un
      estímulo para tomar consciencia de la realidad
      externa. El objeto externo actúa de revelador, de
      suscitador de la consciencia y gracias a él la mente
      es capaz de conocer el mundo externo, percibiendo que cuanto
      le rodea está en conformidad con su mundo interno y
      con el mundo eterno que porta en sí. Por eso no son
      los sentidos los que se engañan al llamar y anunciar,
      sino la razón o la mente al juzgar de los datos del
      sentido. Y se engaña no por sí misma, sino por
      su adhesión a lo material, por su falta de
      purificación. Esta insinuación sobre el
      papel
      instrumental de los sentidos, como llamada a la consciencia
      del objeto, está en íntima relación con
      la intencionalidad del conocimiento.

      Siendo la intencionalidad algo esencial, intentio
      animi, para la sensación propiamente dicha, el sujeto
      de la misma no puede ser otro que el viviente, que el animal,
      porque sentire non est nisi viventis, y sentire animantis
      est. Es necesario, empero, admitir que esto, válido en
      todo género
      de sensaciones -ya que también los animales
      sienten-, en el hombre tiene un desarrollo
      diverso, puesto que su unidad dinámica, vital, no permite la
      escisión entre sus diferentes partes. Siente
      efectivamente el animal, pero cada uno según la
      especie a que pertenece. El hombre siente, pero como
      racional, y por eso cuando no usa bien de la razón,
      los sentidos son un peligro, pues le degradan. A esto se debe
      la desconfianza que muestra a
      veces la obra agustiniana sobre el valor
      criteriológico de los sentidos.

    2. LA SENSACIÓN EN GENERAL

      Poco podemos añadir a cuanto hemos dicho en
      el capítulo precedente. El estudio de los sentidos en
      particular es una aplicación práctica a la
      teoría general de la sensación. No nos
      proponemos con este nuevo apartado desligar los sentidos de
      su función específica, sentir, sino
      simplemente poner de relieve su
      unidad, su armonía, su colaboración y su
      desarrollo unísono en la vida del espíritu. Los
      sentidos, por radicar en órganos diversos, aptos cada
      cual para sentir su objeto, constituyen un campo de análisis experimental de primera
      importancia. Agustín se demora con frecuencia en su
      estudio y los considera uno a uno. Comienza afirmando que son
      cinco y los distingue en superiores e inferiores,
      según su mayor o menor vecindad a la razón.
      Prevalecen por su inmaterialidad más apreciable la
      vista y el oído, y en ellos descubre el Santo
      vestigios más cercanos de la vida intelectual. No sin
      motivo reduce todo el conocimiento a la visión y exige
      siempre una luz. Estudiando luego los órganos propios,
      concluye en los sensibles, o sea, en los objetos propios de
      cada sentido. Y si hay objetos que llama comunes, solamente
      pueden decirse tales en cuanto radican en una misma realidad
      material, no en cuanto son aprehendidos bajo un mismo
      ángulo por diversos sentidos.

    3. LA SENSACION EN CONCRETO
    4. EL CONOCIMIENTO SENSIBLE Y EL PROBLEMA
      DE

    LA ABSTRACCIÓN

    Al hablar del origen del conocimiento en San
    Agustín tocamos ya la necesidad de los sentidos para
    conocer lo corpóreo. Nos preguntamos cómo se da ese
    conocimiento sensible, qué modalidades presenta ese
    contacto entre sentidos y sensible para hacérnoslo
    presente, cuál es su actitud frente
    a ese mundo de los cuerpos, ya que sin ellos nada podemos saber
    acerca de él. Más en concreto,
    puesto que la función específica de los sentidos es
    informarnos sobre lo externo, nos interesa cómo la
    ejercen, sobre todo atendiendo al término de su información; nos interesa si la
    sensación, como operación del hombre, se debe al
    cuerpo y al alma en estrecha colaboración o si, más
    bien, la hemos de atribuir a uno de los dos como agente
    principal, dejando a la acción del otro reducida a la de
    un simple instrumento. Se trata de hecho del problema de la
    naturaleza misma de la sensación.

    La sensación en su desarrollo ha sido
    suficientemente estudiada y San Agustín es tan claro que
    no da lugar a discusiones. Caben, sin embargo, interrogantes
    posteriores, dada su solución peculiar, y uno de ellos se
    centraría en la imagen
    agustiniana, cuestión que él no se planteó
    ni tenía porqué hacerlo, pero que ha sido luego
    aireado y precisamente por condicionar su solución la del
    conocimiento intelectual.

    Este análisis de la sensación no se
    pretende sea al detalle. Se intenta más bien seguir las
    líneas generales a través de las distintas obras en
    que de ella se ocupa para preguntarnos al fin si da fundamento o
    no en orden a la abstracción. Para estudiarla, se han
    limitado algunos a un análisis del libro De
    Música
    creyendo encontrar en él fija y definitiva su
    posición.

    Por nuestra parte, aun aceptando que en ese libro se
    encuentra la que podríamos llamar fórmula
    agustiniana de la sensación, le juzgamos insuficiente para
    comprender de lleno su pensamiento y nos parece que no se puede
    prescindir de otros libros en los
    que se aclara y completa.

    Nadie ignora que San Agustín en muchas de esas
    cuestiones filosóficas, que se le presentan como
    ocasionales, toca únicamente aquel aspecto de momento
    necesario en orden a lo que viene tratando, sin preocuparse de
    llevar a término su estudio, y que es preciso, para una
    visión de conjunto, seguirle a través de varias
    obras. En concreto se da este hecho en la sensación, cuya
    teoría total ha de ser rastreada, según veremos, en
    muy diversos lugares. Esto impide al mismo tiempo seguir un
    desarrollo cronológico que facilitaría la
    apreciación de una posible evolución doctrinal. De aquí que,
    pretendiendo únicamente una visión general de la
    sensación, seguiremos su desarrollo sin atenernos al orden
    en que escribió, buscando más bien completarla
    entre aquellas obras principales en que se detiene en ella.
    Así, comenzaremos por el libro De Trinitate, en el que
    encontramos el primer paso en la sensación, la
    relación entre objeto y sentido, para seguir con el De
    quantitate animae donde la define. Completa y detalla esta
    definición en De Musica, resolviendo las dificultades que
    a ella se oponen y aplicándola en el De Genesi ad
    litteram. Desde el principio, dejando otras cuestiones
    preliminares que pudieran tenerse en cuenta, entraremos de lleno
    en el modo de darse la sensación, en su naturaleza.
    Finalmente, la misma insistencia con que una y otra vez vuelve al
    tema de los sentidos muestra su preocupación, ya
    quizá de no ser bien entendido, ya de aclarar una
    cuestión de juzga de importancia.

    4. LA SENSACIÓN EN "DE
    TRINITATE"

    En el acto de entrar en contacto con un cuerpo y
    refiriéndonos a la visión del mismo cabe
    señalar tres aspectos: el objeto, sin duda corporal, que
    vemos y que podría existir antes de que le
    viéramos; la visión que no existía antes de
    sentir el objeto presente; la intención del alma por la
    que pretende indicar aquello en nosotros que dirige y mantiene la
    vista en el objeto .

    Así, objeto, visión e intención del
    alma que a continuación analizará con cierta
    detención. Tenemos primero el objeto frente al sujeto, el
    sensible ante el sentido, uno y otro de distinta naturaleza. El
    cuerpo que vemos, lo que llamamos objeto, simplemente existe, es;
    le basta la modalidad existencia para ser constituido en objeto
    para los sentidos. Para ser sujeto, para relacionarse con el
    objeto en orden de conocimiento y, por lo mismo, en cierto modo
    apropiarlo y hacerlo algo suyo, no es suficiente ser, sino que se
    exige algo más. Una piedra y otra piedra permanecen
    extrañas siempre; una piedra y un animal pueden
    encontrarse en el conocimiento. Podemos en efecto dividir la
    realidad en tres grados, ser, vivir y entender y de los tres,
    aquello que hace de objeto de los sentidos lo hemos de colocar en
    el primero, en lo que existe, mientras que el sentido pertenece
    ya a lo que vive. De aquí la distinta naturaleza de
    sentido y sensible y de que puestos a valorarlos aquél sea
    siempre mejor y superior por llamarse sentido del cuerpo y
    suponer más riqueza en el ser, puesto que el simple
    existir añade la cualidad de vivir .

    Vamos a dar un paso más en el análisis,
    sin poder, sin
    embargo, ser en la descripción tan minuciosos como San
    Agustín. Siguiendo el ejemplo de los ojos, del que
    él se sirve, nos encontramos con la unión de
    sensible y sentido. El resultado será la visión. En
    el segundo aspecto de los enumerados al principio, pues el
    primero venía constituido por la cosa u objeto. Y define
    esta visión como el sentido informado por la cosa sentida.
    Es el sentido formado extrínsecamente, se cuidará
    de puntualizar, puesto que aún no estamos en el plano de
    la imagen cuya
    formación será intrínseca; se trata de la
    forma del cuerpo u objeto en el sentido, forma que ha empezado a
    existir en él con el encuentro de los dos .

    No le es suficiente al santo haber llegado hasta
    aquí; le preocupa ahora precisar con detención
    cuanto a esta forma se refiere. De aquí que comience por
    señalar que la forma en el sentido es engendrada por el
    cuerpo que se ve. Son los cognoscibles, se cuida de advertir, los
    que engendran el conocimiento en los sentidos y no son ellos los
    producidos por él . Y aún precisando
    cuidadosamente, sería más propio afirmar, no que
    engendran el conocer, sino que le coengendran, puesto que es un
    producto de
    los dos . Parte activa, por lo tanto, de los sentidos en el acto
    de conocer, natural en él desde el momento en que le
    situaba en el orden de la vida. De aquí también que
    distinga entre visión e información. La visión, si bien es
    formada por el objeto de percepción, exige también el
    vidente, pues de éste son los sentidos, con capacidad
    receptiva y es sobre todo ese otro aspecto sobre el que insiste,
    la intención del alma, que mantiene o dirige la atención del sentido sobre el sensible y
    sin la cual el sentido no se haría con el objeto. La
    información, en cambio,
    sólo es debida al cuerpo y así, quitado
    éste, no quedaría forma alguna y sólo el
    sentido pero sin la forma del objeto, puesto que la forma
    desaparece del sentido con la desaparición del objeto y
    únicamente la tiene mientras aquél está
    presente, de igual manera que la sombra e el agua
    permanece mientras el cuerpo a que se debe no se aparta; al
    retirarse el cuerpo no queda sino el agua
    .

    Nos encontramos, en virtud del análisis
    realizado, con dos formas, la del objeto y la semejanza de
    él que está en el sentido, una y otra
    difíciles de distinguir por la estrecha unión que
    se da entre ellas. Con un ejemplo hace ver San Agustín
    cómo se ha de dar la forma en el sentido y la dificultad
    de distinguirla de la del objeto, por desaparecer en el momento
    en que objeto y sentido se separan. Si tenemos un anillo, dice, y
    le imprimimos en la cera, no podemos decir que no se ha formado
    imagen alguna por el hecho de no verla sino cuando le hemos
    separado. Pero como, al separarle, se ve allí lo impreso,
    creemos sin dificultad que estaba allí antes de la
    separación. Y si en lugar de aplicarle a la cera, le
    aplicamos a un líquido, al retirarle no queda imagen
    ninguna y, sin embargo, la razón debe darse cuenta de que
    en aquel líquido estuvo la forma del anillo por él
    producida y que debe distinguirse de él. La forma del
    anillo permanece; la forma en el líquido, quitado el
    anillo, desaparece. Aplicando esto al sentido de la vista, no se
    puede decir que no tiene la forma del cuerpo que ve porque,
    quitado éste, aquélla desaparece del mismo. La
    tiene y es a esta forma en el sentido a lo que llamamos
    visión .

    El tercer aspecto que poníamos con San
    Agustín en este conocimiento de los sentidos era la
    intención del alma (animi intentio), cuya función
    consiste en tener el sentido dirigido hacia el objeto y unir los
    dos. Por lo mismo, se distingue ciertamente de la cosa visible,
    por ser ésta corporal y no pertenecer a su naturaleza.
    También a su vez se distingue de la visión que es
    la forma impresa en el sentido, porque la intención del
    alma pertenece solamente a ésta, mientras que la
    visión, aun diciendo relación al alma, ya que no
    puede darse sin ella, exige también el cuerpo y por medio
    del cuerpo se da en el alma . La visión, por lo tanto, que
    es aquello que describe aun al hablar de la intención del
    alma, se da en el sentido. Sentido que depende del alma y del
    cuerpo, pues aunque le llamemos del cuerpo por pertenecer
    más directamente a éste, no es posible descontar al
    alma ya que el cuerpo exánime no siente. Y en cuanto a la
    función y naturaleza de los distintos elementos que
    integran esta visión, quedan señaladas por San
    Agustín al afirmar que la forma del objeto es como padre
    de la que se da en el sentido; casi padre, pero sin
    corresponderle del todo la dominación, puesto que debe
    cooperar el sentido. Esta visión, por pertenecer a una
    naturaleza animada y no poderse dar sin el alma, tiene algo de
    espiritual, entendido el término en un sentido muy amplio;
    algo, no todo, porque el formado es el sentido del cuerpo
    .

    Queda así determinado, con este análisis
    tomado del libro De Trinitate, el primer paso en la
    sensación: la información del sentido.

    5. LA SENSACIÓN EN "DE QUANTITATE
    ANIMAE"

    En De Quantitate animae se pregunta el santo qué
    es el sentido. Pregunta que, cual se desprende de su modo de
    hablar, intenta indagar, no ya lo que es el sentido, sino el acto
    de sentir y cuya respuesta nos lleva al fondo de la naturaleza de
    la sensación. De aquí su respuesta de que "sentido
    es no ocultarse al alma lo que padece el cuerpo" .
    Definición de la sensación que substancialmente
    conservará en adelante y cuyo significado y génesis
    vamos a intentar analizar.

    No ocultársele al alma lo que padece el cuerpo la
    ha definido, y para hacerla comprender y al mismo tiempo
    justificarla, lo primero que abordará será el hecho
    de si la definición es exacta. Los sentidos, explica, para
    llevarnos a un objeto tienen que padecer algo; si mis ojos no
    padeciesen, no vería. Pero no es suficiente saber que
    sufren una pasión; es, además, necesario conocer
    aquello que padecen. Y padecen, decimos, lo que sienten, por lo
    que mis ojos, poniéndonos en el caso de la visión,
    padecen todo lo que ven. Todavía precisa más la
    explicación añadiendo que padecen donde no
    están, puesto que si mis ojos ven una piedra, ella
    está frente a mí, objetada como exterior o distinta
    de ellos, ya que si padeciesen donde están se
    sentirían a sí mismos y los ojos no se ven a
    sí mismos No todo, sin embargo, lo que conocemos por una
    pasión de los sentidos es percibido directamente pro
    ellos. Si vemos humo que se eleva de un lugar, nos damos cuenta
    de que allí hay fuego y el fuego no le hemos visto. Por lo
    mismo, no nos es posible afirmar que veamos todo aquello que
    conocemos sirviéndonos de la vista, y es cierto en
    cambio que
    vemos aquello que sentimos por la vista. Esto, en consecuencia,
    nos obliga a distinguir entre sentir y conocer, éste de
    más amplitud: sentimos el humo y conocemos por esa
    sensación el fuego. De aquí que, si teniendo esto
    presente, volvemos a la definición, nos damos cuenta de
    que no todo aquello que no se le oculta al alma por una
    pasión del cuerpo es sensación, ya que el fuego,
    conocido solamente a través del humo, no se le oculta al
    alma y no le hemos sentido; tendríamos sensación
    cuando no se le oculta al alma la misma pasión. Se explica
    esto porque la sensación propiamente consiste en la
    cognitio sensuum no en la cognitio per sensus. De esta manera
    deja más precisada la definición en un principio
    enunciada, al especificar que lo que no se le oculta al alma ha
    de ser la pasión misma, no cualquier otro conocimiento
    unido a esa pasión y deducido en virtud de conocimientos
    anteriores .

    Ha llegado con esto a que para tener sensación no
    ha de ocultárselo al alma la misma pasión, pero
    aún no juzga completo el análisis de la
    definición. Nos encontramos, en efecto, afirma el santo,
    con pasiones que el alma conoce, lo que significa, utilizando su
    expresión, que no se le oculta al alma y que, sin embargo,
    no advertimos por sentido alguno del cuerpo. Como ejemplo, se
    pueden enumerar el crecer y el envejecer. No se puede poner en
    duda que en el acto de crecer o en aquel otro de envejecer o
    algunos parecidos se da una pasión del cuerpo y de la que
    el alma tiene conciencia y a la que no obstante no podemos llamar
    sentir, puesto que la ha conocido por una deducción:
    viendo mayor lo que antes era pequeño, o anciano lo que
    era joven, juzga uno que se da lo mismo en su cuerpo. Por lo
    dicho, la definición dada de sensación no es
    completa, observa el mismo San Agustín, puesto que para
    ser verdadera, toda definición debe ser convertible, y si
    es verdad que toda sensación es una pasión del
    cuerpo que no se le oculta al alma, no lo es en cambio,
    según acabamos de ver, que toda pasión que no se le
    oculta al alma sea sensación. Es preciso, en consecuencia,
    perfeccionar la definición y como esas pasiones de que
    venimos hablando las conocemos, no directamente, sino por
    deducción, excluiremos toda dificultad y llegaremos al
    verdadero sentido y fórmula de la sensación si la
    definimos: "Sensación es toda pasión del cuerpo que
    por sí misma no se le oculta al alma".

    Queda con lo dicho definida la sensación pero no
    completamente aclarada. Más aun, podríamos
    añadir que nos ha dejado en la periferia de la misma, que
    no nos ha llevado a su verdadera naturaleza. Algo efectivamente
    sí se ha conseguido. En el libro De Trinitate nos
    llevó a lo que pudiéramos llamar percepción
    sensible; en este De quantitate animae nos da una
    definición que, según San Agustín mismo
    comprende, exige ulterior aclaración. El auténtico
    problema de la sensación es algo más complicado y
    supone algo más allá que una primera
    comprensión de la materialidad de la definición. Se
    trata en realidad de algo del cuerpo que el alma conoce. Una
    dualidad alma-cuerpo que es preciso conjugar y que es la clave de
    una penetración en su estructura. Se
    trata del proceso en
    virtud del cual esa pasión del cuerpo llega al alma; de si
    son los sentidos los que por una acción propia y directa
    la transmiten al alma o al contrario es algo del alma sola. San
    Agustín se dio cuenta del problema, incluso de la
    importancia, profundidad y dificultad del mismo y le
    abordó con decisión y claridad. Un análisis
    del libro De Musica nos llevará al modo de solucionar el
    problema y con ello al término de la
    sensación.

    6. LA SENSACIÓN EN EL LIBRO VI "DE
    MUSICA"

    El libro VI De Musica es decisivo para llegar a
    comprender el pensamiento agustiniano acerca de la
    sensación. En él afronta decidido y sin titubeos el
    espinoso problema de presentárnosla como acción del
    alma. Ese "no ocultársele" en que la concretó en De
    quantitate animae, puede darse o porque se le comunican o porque
    el alma misma lo toma. El primer caso supondría una
    acción en el alma; el segundo, una acción del alma.
    Vamos a ver cuál de ellos corresponde a la
    sensación.

    San Agustín no entra directamente en ese modo de
    la sensación que nos interesa, porque eso para él
    no es sino una disgregación ocasional. Aún a costa
    de alargar esto algo, vamos a encuadrar el problema cuya
    solución buscamos dentro de su libro para que resalten
    mejor su fuerza y
    solución, presentando brevemente un modo de
    proceder.

    Después de haberse detenido en los cinco primeros
    libros con los
    gramáticos y poetas, no por el deleite de entretenerse en
    esas cosas, observa, sino como paso necesario (itinerandi
    necesitate), se propone en el sexto, en ese su continuo caminar
    hacia arriba, pasar de lo mudable a lo inmutable, de lo
    corpóreo a lo incorpóreo. Cierto que la
    ascensión no puede ser rápida, sino lenta y por
    grados. Se necesita encontrar apoyo en ella, y ese apoyo, como se
    trata de subir de lo corpóreo a lo incorpóreo, lo
    hemos de buscar en algo intermedio, algo que participe de los
    dos, algo que partiendo de lo corpóreo, deje en un punto
    de serlo, para situarnos en lo incorpóreo.

    Ese paso se le da el acto de sentir. Si atendemos a las
    palabras Deus creator omnium, nos damos cuenta de que es un verso
    y como tal, y en conformidad con las leyes
    métricas, encierra una proporción entre
    sílabas y tiempo, que podemos considerar como la
    naturaleza de ese verso, su número. Este número no
    es algo aislado, sino que comprende una serie de relaciones:
    está en el sonido, en el
    sentido del que le oye, en el acto del que le pronuncia, en la
    misma memoria y en el juicio natural que se da al sentirle, por
    el que nos agrada o no. En total cinco clases de números
    (el número del verso está en cada uno de ellos),
    que llama sonantes, entendidos, proferidos, recordables y
    judiciales.

    No es, sin embargo, en la descripción de los números en los
    que se detiene. Para poder efectuar su proyectada
    ascensión necesita ordenarlos, saber cuáles
    anteponer y a cuales, señalar los que son superiores y los
    que son inferiores. Y sin duda alguna podemos colocar en primer
    lugar como superiores los judiciales, puesto que juzgan de los
    otros, y siempre quien juzga es superior a lo juzgado. Este
    principio en cambio no sirve para ordenar los cuatro restantes,
    porque ninguno de ellos juzga de los otros, pero puesto que la
    causa es el mismo orden anterior y superior al afecto, podemos
    poner a continuación los proferidos, porque son causa de
    los que están en la memoria. Ya sólo quedan tres y
    el discípulo, preguntado por Agustín, piensa,
    aplicando el anterior principio de anteponer lo que hace a lo
    hecho, la causa al efecto, colocar primero los sonantes, pues de
    ellos vienen los que están en el sentido y de éstos
    los de la memoria. Pero se le ocurre una dificultad y no
    despreciable: el sentir y el recordar son cosas del alma, por lo
    que parece un contra sentido dar preferencia y valor mayor a
    los sonantes, que sin duda alguna son corporales. Y, por otra
    parte, ¿cómo no proferirlos si son causa de los
    otros?

    San Agustín no quita la perplejidad y dudas del
    discípulo; más bien su intervención es para
    ponerle ante una dificultad mayor, pero que nos sitúa en
    el centro del tema, en el espinoso problema de la
    sensación. El sentir y el recordar, está pensando
    el discípulo, son cosas del alma, producidas por los
    sonantes que son corporales. Es el momento para la observación de Agustín: "Más
    para admirarse es que pueda el cuerpo hacer algo en el alma"
    .

    El problema queda planteado en toda su crudeza y es
    necesario para Agustín solucionarlo. Toda su doctrina del
    alma en ralación al cuerpo va envuelta en él, y con
    ello las aplicaciones que en la obra del santo son constantes. Ha
    pasado con esto a segundo lugar el orden de los números
    del verso, que había motivado la cuestión. Lo que
    le urge ahora es aclarar la posibilidad de la acción del
    cuerpo sobre el alma. Se trata para nosotros de la naturaleza
    misma de la sensación: ¿acción del alma
    sola? ¿acción del cuerpo en el alma? San
    Agustín mismo nos propone la cuestión con estas
    palabras: "Hemos de considerar diligentemente si, en verdad, lo
    que llamamos oír no es otra cosa sino hacer algo el cuerpo
    en el alma" .

    Su manera de proponer no puede ser más clara y no
    nos hará esperar la respuesta. Como contrariado de que en
    tal materia pueda
    haber un punto de duda, inmediatamente nos da la base en que ha
    de apoyar la solución. Preferimos transcribir sus mismas
    palabras: "Pero es completamente absurdo someter, de cualquier
    modo que sea, el alma como materia al
    cuerpo constructor. Nunca el alma es peor que el cuerpo y toda
    materia es peor que el que la fabrica. De ningún modo, por
    tanto, el alma es materia sometida al cuerpo que construye y lo
    sería el alma si el cuerpo obrase en ella números.
    Por esto, cuando oímos, no son hechos en el alma los
    números por aquellos que en el sonido conocemos"
    . Este texto nos da bien determinada, mejor que cualquier
    comentario, la razón del pensamiento de San
    Agustín. Lo que sirve a otro como materia en lo que obra
    es inferior; el alma es superior al cuerpo y no puede por lo
    mismo estarle sometida, no puede servirle como materia, no puede
    sufrir una acción externa cuando oímos. Podremos,
    indica el santo, llegar o no a explicarnos el modo de la
    sensación, pero es preferible renunciar, si es preciso, a
    explicárnosla, que renunciar a lo que es absolutamente
    cierto: la superioridad del alma sobre el cuerpo y, como
    consecuencia, la imposibilidad de una acción de
    ésta sobre aquella .

    Pero no es necesario llegar a tal extremo de renunciar a
    explicar la sensación. La relación que hay entre el
    alma y el cuerpo nos la explicará y nos solucionará
    la dificultad antes propuesta; nos llevará a quién
    es el que obra y quién el que padece. La fuerza del
    alma es grande nos dice San Agustín. Es cierto que tiene
    operaciones en
    que prescinde en absoluto del cuerpo, pero otras las hace por
    medio de él y están dirigidas a él. La
    primera operación del alma por lo que al cuerpo se
    refiere, es de animarle y vivificarle . Vivificación que
    no se reduce a una acción del primer momento, no; el alma
    ejerce una acción constante en el cuerpo. Si la
    tuviéramos que definir, lo podríamos hacer de esta
    manera: "Es una substancia dotada de razón encargada de
    regir al cuerpo" .

    Esta es su acción constante: rige el cuerpo,
    ordena todos sus movimientos, está presente en todo
    él y en las mínimas partes para ejercer siempre su
    acción vivificadora y motora. El alma está en todo
    momento obrando en el cuerpo, accionándole, aunque a veces
    parezca lo contrario, como cuando el cuerpo se mueve que cree el
    alma ser movida con el cuerpo, siendo ella la que la mueve
    .

    Con esta doctrina ya nos es fácil solucionar la
    cuestión propuesta. El alma rige al cuerpo, está en
    todas sus impresiones. Cuando algo externo entra en contacto con
    el cuerpo, no obra en el alma, sino en el cuerpo y éste no
    necesita por su parte ejercer acción alguna en el alma
    para hacérselo conocer. Es el alma misma, rectora y
    vivificadora, quien se da cuenta de lo que pasa, conoce esa
    pasión sufrida por el cuerpo y acomoda su acción a
    ella. Con forma un poco paradoja, sentir para Agustín es
    no ocultarse al alma sus propias acciones. Es
    claro; al impresionar el cuerpo algo externo, se da en él
    una acción ordenada a esa impresión. La acepta o la
    rechaza, pero siempre una acción. Si consideramos bien,
    esa acción no es del cuerpo, es del alma que, siempre
    vigilante en aquel, le acomoda a cualquier acción del
    exterior. Obra por eso más atentamente en las pasiones del
    cuerpo y conoce o no se le oculta su misma acción. Esa es
    la fórmula que explica todo: no ocultársele al alma
    sus propias acciones,
    respondiendo a pasiones del cuerpo . Nada, por tanto, de pensar
    que el cuerpo haga o produzca o envíe algo al alma; nada
    de comunicación directa que signifique
    acción del uno, pasión de la otra, lo que por otra
    parte es inconcebible. No ignorar su propia acción y en
    correspondencia no ignorar la pasión del cuerpo esto es
    sentir.

    Concebimos así ya la sensación de placer o
    dolor. Pongamos cualquier acción externa sobre el cuerpo.
    Esta acción externa puede ser conforme a su naturaleza o
    contraria; más que con la naturaleza del cuerpo, digamos
    conforme o contraria a su estado actual.
    Si es conforme, hay proporción entre agente y recipiente,
    el alma sigue sin dificultad rigiendo el cuerpo. Esa
    acción externa, como conveniente, es grata y el alma
    experimenta placer en su acción. Al contrario, si lo
    externo que obra en el cuerpo no es conveniente, el alma
    encuentra dificultad en regir el cuerpo, tiene que poner
    más atención para contrarrestar eso no conforme y
    mantener en el cuerpo el recto equilibrio.
    Esta mayor dificultad por la atención causaría
    dolor. Es del alma el dolor no del cuerpo.

    Los mismos sentidos no son ya sino instrumentos al
    servicio del
    alma, y de tal modo accionados por ella, que por ellos encuentre
    más facilidad para ejercer las acciones del cuerpo. De
    este modo nos explicamos fácilmente lo que pasa cuando
    nuestros oídos perciben un sonido. El alma, como hemos
    dicho, constantemente está animando el cuerpo, en este
    caso concreto los oídos. Al llegar a éstos la
    vibración sonora, el alma no cesa en esa su
    animación, pero, dándose cuenta de esta nueva
    modificación, su animación no será la misma
    de antes, sino una nueva acomodada a responder adecuadamente a
    esa acción externa que se da en el sentido y entonces
    sentirá, es decir, oirá. Aparece claro que esto es
    hacer por parte del alma, no padecer. Son operaciones que
    el alma pone para responder a las pasiones del cuerpo. Y si
    padece de estas operaciones, padece por sí misma no por el
    cuerpo. Sin embargo, la queda el que tiene que acomodarse al
    cuerpo, lo que ya es una cierta disminución por ser el
    cuerpo inferior a ella .

    Se comprenden en esta posición, supuesta la
    independencia
    absoluta del alma con relación al cuerpo, las expresiones
    fuertes que encontramos en el libro De Genesi ad litteram. El
    sentir es propio, no del cuerpo, sino del alma, que se sirve del
    cuerpo para formar en sí misma lo que se le anuncia
    extrínsecamente . El cuerpo con sus órganos
    está al servicio del
    alma, depende de ella que le usa como si fuese un simple enviado
    o nuncio; es un instrumento en poder del alma del que se sirve
    para formar en sí las imágenes,
    no pudiendo servir de materia al cuerpo para que éste las
    forme en el espíritu. Y las forma de tal modo que, cuando
    un objeto toca el sentido del cuerpo, ella con una rapidez
    admirable interviene, surgiendo al punto la imagen, sea de las
    cosas vistas, sea de las pertenecientes a cualquiera otro
    sentido. Sin esta acción rápida del alma en la
    formación de las imágenes,
    caería el mismo lenguaje, pues
    cuando oigo la segunda sílaba no sabría que es
    segunda, y por lo mismo me sería imposible seguir a mi
    interlocutor, si el alma no hubiera prontamente formado la imagen
    de la primera. Por eso, calcando sus mismas palabras encontramos:
    "Pero ya me admiro mucho más, y me causa mucho más
    estupor con qué rapidez y facilidad el alma fabrica en
    sí las imágenes de los cuerpos que ve por los ojos
    del cuerpo" . Nada que añadir a sus palabras; está
    claro que la sensación para San Agustín es
    acción del alma sola, no-acción del cuerpo en el
    alma.

    CAPITULO III

    EL
    MUNDO DE LAS IDEAS

    1. LA IMAGINACIÓN

    A juzgar por la escasísima literatura
    agustiniana en torno a la
    imaginación, carecería de importancia su tratado.
    Sin embargo, a pesar de que los autores no se hayan detenido a
    analizar este concepto, obtiene un interés
    notable en las obras de Agustín. Está
    impresionado sobre todo el Santo por el papel obstaculizador
    que ejerce la imaginación en la vida espiritual. Es
    cierto que el concepto de la imaginación está
    obscurecido por la impresión de la terminología,
    fluctuante e insegura, como mundo intermedio. No hemos de
    olvidar que el mismo Agustín estaba en disposiciones
    filosóficas susceptibles de abandonar este mundo
    intermedio entre el sensible y el inteligible. El platonismo y
    el neoplatonismo le conducían indefectiblemente a ello.
    No obstante el estoicismo, hasta el presente poco estudiado en
    el Santo y cuya influencia es preciso constatar, le
    abrió los ojos y le enseñó a intuirse en
    esa facultad que en sueños muestra quizá
    más que en la vida ordinaria su
    potencia.

    La teoría de la imaginación va
    inseparablemente unida a la teoría de la memora
    sensible. Una y otra se completan mutuamente y son
    inconsebibles por separado, ya que estudiadas las funciones de la
    imaginación, en especial su función creativa,
    constructora, no puede pasarse en silencio la memoria que
    retiene las imágenes de los sentidos y las brinda a la
    imaginación para que, combinadas, construya sus
    fantasmas. No se da memoria sensible sin sensación
    precedente y no se da imaginación sin memoria sensible.
    La relación entre estos dos órdenes se pone de
    manifiesto en el objeto de esta facultad.

    Estamos situados en un mundo, todavía lleno de
    misterio para Agustín, porque en él es donde se
    notan con mayor intensidad las relaciones entre el cuerpo y el
    espíritu, en la producción de las imágenes y de
    los números. Si en el mundo inteligible existe misterio
    en la formación de las ideas a base de percepciones
    precedentes, no menor existe en la formación de las
    imágenes. Los textos de Agustín se brindan a
    reflexiones profundas sobre todos los interrogantes que pueden
    presentarse, aunque no sería justo silenciar que dejan
    también muchos puntos en la penumbra, puntos y
    cuestiones por otra parte que aún hoy ni la
    gnoseología ni la psicología han
    explicado satisfactoriamente.

    2. EL MUNDO INTELIGIBLE

    Si algún problema ha suscitado en la
    gnoseología agustiniana la atención y la
    atracción de los estudiosos, ha sido justamente
    éste: el ejemplarismo divino y la formación de las
    ideas. Las causas que han contribuido a ello son
    múltiples. Quizá no haya sido la menos importante
    el estudio del platonismo y del neoplatonismo en el Santo. Es
    preciso admitir que muchos puntos aparecerían insolubles a
    la sola lectura de los
    textos, pero hoy después de un detenido examen puede
    decirse que se han desvanecido las sombras y que la luz reverbera
    a raudales. El error posiblemente se haya ocultado en el
    análisis de las ideas y del mundo inteligible en general,
    prescindiendo de sus relaciones, es decir, prescindiendo de la
    estructura
    íntima, metafísica de la mente humana. Las ideas se
    redujeron únicamente a las abstraídas de los
    sentidos. No se habló solamente de experiencias, pues que
    en ella podría tener cabida la experiencia interna y la
    eterna, sino de sensible y de sentidos, y se dijo como aforismo
    de Escuela,
    consagrado ya por una tradición que exige ser revisada:
    Nihil est in intellectu, quin prius fuerit in sensu. De este
    principio las consecuencias eran múltiples. El universal
    lo crea el sujeto en un esfuerzo mental de abstracción de
    las cosas sensibles. No existe, es creación humana. Se
    recurrió, por tanto, a un largo proceso de
    formación de las ideas, se buscaron facultades,
    preparatorias, pasivas y activas -entendimiento agente y
    posible-, se ensayaron métodos y
    se aceptó por fin la abstracción. Avanzaron los
    años y todos mostraron una conformidad, casi general, con
    esta solución en apariencia fácil. Descartes la
    puso en duda y los idealistas rompieron lanzas contra todo este
    mundo ficticio, en el que estimando someter el hombre a Dios, se
    le iguala, al hacerle creador de algo no existente y no dado, por
    tanto. Todo este mundo, nacido en siglos de aristotelismo
    pujante, se aplicó a San Agustín y desde entonces
    Agustín se vio sometido a dura prisión. Aún
    hoy se rompen lanzas en pro y en contra de la abstracción
    en Agustín. Nos hallamos ante el tremendo problema de la
    formación de las ideas.

    En la formación de las ideas, según
    San Agustín, sería preciso distinguir tres casos
    diferentes:

    1. Formación de las ideas del mundo eterno, es
      decir, de los inteligibles puros, de los trascendentales, de
      todo aquello, en una palabra, que hemos señalado como
      objeto de la memoria Dei.
    2. Formación de las ideas del mundo interno, del
      alma y sus afecciones íntimas.
    3. Formación de las ideas del mundo externo,
      sentidos y sensibles.

    Agustín nos ha hablado de todo esto, de
    experiencias eternas en el hombre -memoria Dei-, de experiencias
    internas -memoria Sui, imaginación y aún
    intelección-, de experiencias externas -sensación-.
    ¿Cómo se forman las ideas de cada uno de estos
    objetos? Evidentemente se citan los textos generales, referentes
    a la formación de las ideas y a su significado, pero la
    clave de la solución de estas tres cuestiones se halla en
    todo el conjunto de esta obra. Si, por ejemplo, se admite la
    abstracción para las ideas relativas al mundo externo,
    esto no da opción a extender la teoría al mundo
    eterno y al interno, ya que el mundo eterno existe en la mente
    humana, según lo demuestra la memoria Dei,
    independientemente de la experiencia externa, tiene un contenido
    que no es fruto de experiencia exterior, sino de impresión
    divina. Allí no puede pensarse en la abstracción,
    sino en visión, en intuición. El misterio,
    más profundo, sin duda, late en el mundo interno, centro
    de experimentación del eterno y de depuración del
    externo. A todos estos interrogantes contestan de algún
    modo los textos agustinianos.

    3. ILUMINISMO E ILUMINACIÓN

    La literatura sobre la
    teoría agustiniana de la iluminación es tan
    abundante que ella sola es capaz de oscurecer la solución.
    Últimamente se ha pensado (ALLERS) en abandonar la
    explicación agustiniana y emprender nuevas rutas. Sin
    embargo, no creemos tan difícil el proceso desde el
    ángulo en que nos hemos colocado. Se ha hablado de "simple
    participación o creación del entendimiento"
    (BOYER), de una cierta "intuición" (CAYRË), de
    "iluminación reguladora" (GILSON), de "inspiración,
    o de verdadera locución interior de Dios" (WARNACH), y
    hasta se ha llegado a afirmar un cierto ontologismo por unos y la
    abstracción por otros. Todas estas apreciaciones encierran
    algo de verdad, pero estimamos que no son completas.

    Es preciso distinguir entre impresión e
    iluminación (CILLERUELO, MORÄN). En sí la
    impresión es ya una iluminación original,
    connatural, es la luz de la memoria Dei, que viene dada al hombre
    en el acto mismo de ser creado tal. Dios le imprime con y en su
    mente los primeros principios y los
    derivados inmediatos de los mismos, según los cuales y a
    su luz juzgará de las cosas. Nos hallamos en el campo de
    lo ontológico, de lo metafísico, si cabe hablar
    así. El hombre sigue las mismas leyes de
    creación que los demás seres. San Agustín,
    siguiendo la teoría platónica, más bien
    plotiniana, de la formación y producción de los seres, exige para la
    constitución de las cosas en su ser propio
    una iluminación, y el ser queda constituido tal al
    dirigirse al grado superior y ser iluminado por él. El
    hombre no escapa a esta ley. Existe,
    empero, una diferencia entre el hombre y los demás seres.
    El hombre es un ser dotado de razón y, por consiguiente,
    su iluminación será racional, intelectual,
    necesitará que se le imprima todo aquello que necesita
    para el desarrollo de sus facultades cognoscitivas, para conocer.
    Y en eso consiste la impresión de las nociones
    trascendentales. El hombre queda constituido tal al serle
    impresas las nociones, sin las cuales su conocimiento no puede
    realizarse, conocimiento que es el acto más
    específicamente humano.

    Hasta aquí nos hallamos en presencia de la
    iluminación ontológica llamada por Agustín
    impresión, como hemos visto al tratar de la memoria Dei.
    Evidentemente esa impresión es una participación de
    las ideas divinas y las nociones son el lazo de unión, el
    "tirante ontológico" y la piedra de toque de la certeza
    absoluta. Esta iluminación -impresión- es previa,
    apriorística, original, necesaria, obra directa de Dios y
    en agustiniano, a su contenido y a su conjunto se le
    denominará Dios.

    La segunda ilumicanión se refiere directamente al
    conocimiento consciente, más bien, al juicio. La mente
    humana, iluminada por la luz de la memoria Dei, ilumina el mundo
    al conocer, en otros términos, no es Dios mismo el que
    ilumina en este sector, sino ese Dios que viene identificado por
    el principio de participación con la memoria Dei,
    iluminación primera, divina por su origen. Es, por
    consiguiente, la mente humana, enriquecida con las nociones la
    que ilumina el mundo. En esa luz de la memoria Dei es donde se ve
    la realidad y esa luz es la intuida por quien conoce, por quien
    juzga, como repite con insistencia San Agustín. Se
    comprende así con facilidad que no haya ontologismo
    posible en tal doctrina, puesto que esa intuición no es
    directamente de Dios, sino de algo, que por participación,
    se le ha dado en agustiniano el nombre de Dios. Vemos así
    in quadam luce sui generis incorporea, in interiore veritate, in
    veritate, in rationibus aeternis, siendo ese medio en que vemos
    la memoria Dei, que aparece como iluminada e ilumina, lumen et
    alia demostrat et seipsum

    CONCLUSIONES:

    • Nuestra conclusión, según todo lo
      dicho, podemos resumirla así: La sensación
      agustiniana, que en su proceso de formación aparenta una
      cierta incompatibilidad con la doctrina de la
      abstracción, por el mismo hecho de proceder de arriba
      hacia abajo y por prescindir de la causalidad de los sentidos,
      si la consideramos en su término, la imagen, abstrayendo
      de la formación, no parece contradecir ni oponerse a un
      ulterior proceso abstractivo, datos de
      caracteres y función que desempeña.
    • No encontramos en San Agustín fundamento
      sólido para admitir una inmaterialidad de la imagen.
      Para explicar su materialidad, problema que en el Santo no se
      encuentra, no encontramos otra razón sino la de ser
      producida por el espíritu, como ya notamos, distinto e
      inferior a la mente, que, si bien no recibe acción
      alguna directa del cuerpo, depende en cierto modo de él
      y a él se tiene que acomodar en cuanto que ha de sacar
      la imagen de la semejanza que los objetos han impreso en el
      sentido. No creemos, finalmente, que se pueda decidir, teniendo
      sólo en cuenta la sensación, a favor o en contra
      de la abstracción agustiniana.

    Es en el libro sexto De Musica, donde a
    propósito de la sensación, observa que es una
    acción del alma que responde a las pasiones del cuerpo y
    que por lo mismo es una especie de acomodación del alma
    al cuerpo, una dependencia que la rebaja (De Musica, VI, 5,
    12). Es precisamente esta acomodación la que
    podría explicarnos la concreción y materialidad
    de la imagen, porque, en último análisis, el alma
    no puede formarla sino a base de la semejanza que se encuentra
    en el sentido. Nos ayuda a confirmarnos en esto el que San
    Agustín considere el espíritu inferior a la
    mente. Al menos esto ya nos impediría hacerle producir
    una imagen casi idea. Por otra parte, sería esta parte
    inferior del alma, que San Agustín llama
    espíritu, la que estaría en relación
    directa y aún mezclada con el cuerpo.

    • Parecerá nuestra manera de analizar el
      problema tan escurridiza como la misma doctrina del Santo. No
      es para extrañarse. De una doctrina no concreta en todos
      sus puntos, que no se planteó todos los problemas
      que en ella buscamos, que no tuvo una visión de las
      consecuencias de ciertas afirmaciones cual hoy, después
      de varios siglos de doctrina elaborada tenemos, es
      difícil, por no decir imposible, sacar conclusiones
      terminantes. La doctrina de San Agustín en este punto
      del conocimiento rehuye a ser encerrada en fórmulas un
      tanto dogmáticas. Se corre el peligro de hacer suyas
      nuestras conclusiones.

    BIBLIOGRAFIA:

    1. Archivo Agustiniano; Valladolid; 1961; Pags.
      378.

    2. MORAN, J, OSA; La Teoría del Conocimiento en
      San Agustín;
    3. U. ALVAREZ, O.S.A; El Conocimiento sensible y el
      Problema de la abstracción en San Agustín; en
      La Ciudad de Dios, Revista
      Agustiniana; Real Monasterio de El scorial; Vol. CLXXIV;
      Año 77; Nº 1; Enero – Marzo; 1961; pgE. 5

      Nº 1; Enero – Marzo; 1964; Pg. 5

    4. CASADO, F, OSA; La teoría de la "Memoria Dei"
      en la tradición escolástica agustiniana; en La
      Ciudad de Dios, Revista
      Agustiniana; Real Monasterio de El Escorial; Vol.
      CLXXVII;
    5. CASADO, F, OSA; La "Memoria Dei" en la
      tradición escolástica agustiniana; en La Ciudad
      de Dios, Revista Agustiniana; Real Monasterio de El Escorial;
      Vol. CLXXVII; Nº 2; Abril – Junio; 1964; Pg.
      201

    AGRADECIMIENTOS

    A mis hermanos de comunidad por su
    constante apoyo…

    A mi formador, el P. Marino, por su
    acompañamiento……

    A mi familia, por todo
    lo que me dio…

    A Jesús, mi sobrino, a quien extraño
    mucho

    A quienes, como yo, admiran el pensamiento de San
    Agustín y se esfuerzan por comprenderlo…

    A mí mismo, aunque no lo merezco…

     

    Alex Pacaya

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