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Martí y las Relaciones Económicas




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    Martí y las Relaciones Económicas

    Internacional.

    Trabajo investigativo de Economía Internacional

     

    1. Resumen.
    2. Introducción
    3. Desarrollo
    4. Conclusiones
    5. Bibliografía
    6. Anexo

     

    Pensamiento

    “ … Martí que habla y que piensa hoy, con el
    lenguaje de hoy, porque eso tienen de grande los grandes pensadores y
    revolucionarios: su lenguaje no envejece. Las palabras de Martí (…) no son de
    museo, están incorporadas a nuestra lucha y son nuestro emblema, son nuestra
    bandera de combate”.

    justicia y la igualdad del trato entre dos o más países, así lo hizo saber en
    sus intervenciones públicas, artículos periodísticos, cartas a sus amigos, etc.

    Durante los tres momentos
    principales a los que se hacen alusión en el informe;

    -         
    Tratado Comercial entre México y los Estados Unidos
    de 1883.

    -         
    Conferencia Internacional Panamericana de 1889.

    -         
    Conferencia Monetario Internacional de 1891.

    el Maestro se manifiesta como guardián y defensor de
    los intereses de nuestro pueblo frente a las intenciones del norte que
    pretendían, como sucedió al fin, convertir a Hispanoamérica en su traspatio y
    terreno controlado y vedado inclusive para los propios latinoamericanos,
    situación que aún padecen la mayoría de los países del sur del Río Bravo como
    resultado de la penetración  económica y
    política sistemática de los EE.UU. que Martí previó
    con tanta audacia y sagacidad.

    Precisamente con el
    desarrollo de este trabajo se pretende resaltar la importancia que reviste el
    pensamiento martiano y la vigencia del mismo que es faro y guía para las nuevas
    generaciones.

     

    Estados Unidos y Latinoamérica, quedando explícitas en tres
    momentos principales: el Tratado Comercial entre México y Estados Unidos de
    1883, la Conferencia Internacional Panamericana de 1889 y la Conferencia
    Monetaria Internacional de 1891. de ello se desprende
    el siguiente problema de
    investigación: ¿qué aspectos le confieren universalidad al pensamiento
    martiano?, para el cual se formula la hipótesis:
    la profunda visión política acorde a su época, y las ideas anticolonialistas y
    antiimperialistas de Martí, le confieren universalidad a su pensamiento. El
    Maestro avizoró los peligros del imperio yanqui como no lo había hecho nadie
    antes que él en nuestro continente.

    Dado la
    amplitud de la obra martiana se ha definido como campo de acción las reflexiones del Apóstol acerca del peligro que
    representa Estados Unidos para el sur del continente.

    Cada frase y
    cada principio acertado por José Martí en torno al problema de las relaciones
    económicas entre las Américas, pueden ponerse como
    propias de estos tiempos en cualquier plaza de los países latinoamericanos que
    no hayan alcanzado su segunda independencia.

    De ahí el objeto de este trabajo, que es
    proporcionar a sus lectores de una visión cada vez más clara acerca de la
    vigencia del pensamiento del revolucionario e intelectual por excelencia.

    Cómo método se utilizó la búsqueda
    bibliográfica haciéndose uso principal del tomo 6 de las Obras Completas de
    José Martí.

     

    independencia política de España desde los inicios del siglo XIX; sin
    embargo, y prácticamente desde estos mismos tiempos, comenzaron a ser
    penetrados con gran influjo económico y político por parte de Norteamérica, que
    a través de una serie de tratados, comenzaron a absorber tal independencia.
    Esta penetración se hizo más marcada en la segunda mitad del mismo siglo y
    puede decirse con razón, que ya en los últimos años de la centuria y los
    inicios de la nuestra, era lo característico en las relaciones de todo tipo
    entre las dos Américas: “Nuestra América” como la
    llamó Martí y la otra América que no es la nuestra, la del norte.

    Precisamente
    en los últimos veinticinco años del siglo XIX se gestaba con rapidez
    extraordinaria el imperialismo norteamericano, lo que en gran medida era
    favorecido por su política expansionista que empezó a manifestarse ya con
    fuerza en la primera mitad del siglo a que nos referimos, sobre todo con la
    Doctrina Monroe y todas sus variantes posteriores.
    Esto significa en cierta medida, que aún antes que Norteamérica pasara a su
    fase imperialista de desarrollo, el expansionismo absorbente de este país era
    una realidad dolorosa para los pueblos de Nuestra América que al fin y al cabo
    se convirtieron en alimento para el despreciable glotón rubio.

    Luego que el
    imperialismo es un hecho en los Estados Unidos, la tendencia expansionista se
    manifiesta absolutamente como un rasgo de esta nueva fase. Lenin
    señalaría más tarde que:

    “… el
    capital financiero manifiesta la tendencia general a apoderarse de las mayores
    extensiones posibles de territorio, sea el que sea, se halle donde se halle,
    por cualquier medio, pensando en las fuentes posibles de materias primas y
    temerosos de quedarse atrás en la lucha rabiosa por alcanzar las últimas
    porciones del mundo todavía no repartidas 
    o por conseguir un nuevo reparto de las ya repartidas”. (El imperialismo
    fase superior del Capitalismo, pág 83).

    Ya en los años
    80 y 90 del siglo pasado Martí ve y denuncia el afán expansionista del
    imperialismo norteamericano que se gestaba.

    Como es
    conocido el Maestro pasa los años más importante de su vida en los Estado
    Unidos, pero no fue al Norte a mendigar la libertad como hacían algunos hombres
    de “siete meses”, ni a pedir auxilio a quienes trataban de apoderarse de
    cualquier forma de su patria;  fue a
    preparar la independencia de Cuba. Desde los Estados Unidos levantó su voz para
    que todos los pueblos nuestros lo oyeran, y desde allí también advierte de los
    peligros del imperialismo yanqui, por eso se apresura en organizar la
    Revolución para lograr la independencia de Cuba y fomentar la de Puerto Rico,
    pues comprende que con la independencia de Cuba no solo se equilibraba una
    zona, sino el mundo.

    Es realmente
    asombroso cómo el Maestro comprende con suficiente claridad la extorsión
    imperialista de la política exterior o interior de los Estados Unidos.
    Tempranamente penetra en la realidad de la sociedad norteamericana, y comprende
    que no está precisamente ante una sociedad ejemplar, digna de total imitación,
    y en el propio año 1880 plantea: “este espléndido pueblo enfermo de un
    lado  maravillosamente extendido del
    otro”.

    A partir de
    ese momento comenzará un proceso complejo, en el cual las experiencias van
    madurando y radicalizando para concluir en una acertada valoración del peligro
    que encarnaba para todos los pueblos del Sur del Río Bravo, el expansionismo
    norteamericano, a través del saqueo económico al que pretendían someter a
    nuestros pueblos, y Martí tiene oportunidad de comprobar esto en la práctica.

    En 1883, Martí
    presta atención al Tratado Comercial entre México y Estados Unidos, el cual se
    pretendía firmar en este mismo año, a propósito escribe: “No es el Tratado en
    sí lo que atrae a tal grado la atención; es lo que viene tras él (…) Hablamos
    de lo único que nos cumple (…)

    Hablamos de
    riesgos económicos”.

    Se observa en
    sus palabras que lo fundamental está en las consecuencias del Tratado, en las
    implicaciones que el mismo tendría en la economía del país y de los restantes
    países latinoamericanos.

    El tratado
    consistía esencialmente en liberar de derechos los productos a su entrada en
    ambos países, sólo estaban facultados para gravarlos cuando transitasen por el
    país rumbo a otra nación. México suministraría libre de gravámenes materias
    primas para su transformación y artículos de uso y consumo. Estados Unidos por
    su parte su  parte suministraría
    productos manufacturados, equipos, maquinarias, etc.

    Destaca el
    Maestro que el Tratado pudiera haber sido beneficioso, que podría permitir el
    desarrollo de la producción mexicana, a partir de un incremento de su base
    técnica material. Sin embargo a continuación destaca los aspectos negativos del
    mismo, que repercutirán en beneficio de los Estados Unidos y en perjuicio de la
    economía mexicana.

    “Descargan sus
    mercados; emplean a mayor interés sus riquezas sobradas; se ayudan a esquivar
    por unos cuantos años, con el nuevo mercado de los frutos sobrantes, el
    problema gravísimo que viene de la desocupación de los excesos de producción de
    artículos no colocables”.

    En este
    planteamiento Martí señala un aspecto muy interesante, ya que palpa el fenómeno
    de la superproducción que confrontan en estos momentos los Estados Unidos, el
    cual Martí llama “exceso de producción de artículos no colocables”.
    Aunque el Maestro no comprende que dicho fenómeno se debe a la insuficiente
    demanda solvente, si destaca que el hecho de enviar esos productos hacia
    México, respaldado por el Tratado, esquivaría los efectos de esta contradicción
    por unos cuantos años y sanearía  en
    cierto sentido, la economía norteamericana.

    Precisamente
    aquí encontramos un elemento muy significativo dentro de la dialéctica del
    pensamiento martiano, ya que a pesar de que Martí no posee el elemento
    científico para el análisis de los fenómenos económicos  y sociales, comprende una de las
    características  más significativas del
    capitalismo, la superproducción de mercancías y uno de los mecanismos que
    emplean los países capitalistas para amortiguar los efectos  de dicho fenómeno.

    El Tratado
    entre México y Estados Unidos de 1883 fue entre otros, un intento por aliviar
    el problema de la superproducción de mercancías 
    en la sociedad norteamericana, reflejo en última instancia de la
    contradicción fundamental del capitalismo.

    Esta realidad
    que Martí advierte y que se expresa a través 
    del Tratado de 1883 entre México y Estados, con relación al papel que
    jugaba México en estas relaciones comerciales y que estaban desempeñando
    nuestras economías en virtud de los desiguales intercambios económicos entre
    países capitalistas de diferentes niveles de desarrollo, se convirtió en una
    constante.

    Nuestros
    pueblos de América se fueron transformando en traspatio y fácil mercado de los
    Estado Unidos y en la misma en que las crisis económicas se fueron haciendo más
    profundas, aparecieron toda una serie de medidas y medios por parte de las
    grandes potencias que hicieron más dependientes nuestras economías.

    Hoy más que
    antes los países capitalistas desarrollados, transmiten los efectos de sus
    crisis internas a los países subdesarrollados con lo cual agudizan la situación
    de sus economías ya deformadas.

    A través del
    estudio que el Maestro realiza del Tratado vemos cómo no sólo advierte las
    ventajas que el mismo reportaría a los Estados Unidos, sino las consecuencias
    económicas negativas para los países latinoamericanos. El Tratado exponía a los
    países monoproductores como Cuba, a ser desplazados
    del mercado, por el incremento de la producción mexicana y las facilidades de
    transportación y entrada de sus productos. Incluso exponía a países con similar
    producción de mercancías que México, a disminuir sus producciones.

    Las posiciones
    martianas acerca de los perjuicios que conllevaría la firma del Tratado de 1883
    para nuestros pueblos, tiene hoy una plena vigencia en el marco internacional,
    no sólo para América Latina, sino para todo el mundo subdesarrollado, y el
    llamado que hizo el Maestro en 1883 a nuestros pueblos para romper las alianzas
    económicas los Estados Unidos, se extiende hasta nuestros días y coincide con
    lo planteado por Fidel en la VII Cumbre de los países no Alineados.

    “Para el
    Tercer Mundo, hoy más que nunca, en el punto más profundo de su más profunda
    crisis, es un imperativo histórico romper el círculo vicioso de su inferioridad
    y convertir  el comercio internacional en
    un real factor de desarrollo nacional independiente”.

    A este último
    aspiraba Martí en relación con nuestro país de América Latina. El Tratado de
    1883 contemplaba el desarrollo de la agricultura mexicana que era de gran
    preocupación por parte de los Estados Unidos. El Maestro comprende de inmediato
    que dicha preocupación, estaba dada por el interés de los Estados Unidos en
    obtener productos agrícolas a bajos precios, que en su territorio eran de
    difícil producción y que la fértil tierra de México produciría a bajos costos
    para el suministro del gran vecino del norte.

    Este Tratado a
    la postre no se firmó, aunque las consecuencias de las relaciones económicas
    entre Estados Unidos y las Repúblicas de Latinoamérica, que previó el Maestro
    son bien conocidas y en 1889 Martí destaca cómo cada vez más se invadía el
    comercio mexicano con productos que en nada beneficiaban a la economía nacional
    y además cómo la naciente industria mexicana estaba siendo ahogada por la
    superioridad del competidor 
    norteamericano.

    Consideramos
    de gran importancia la posición martiana frente al Tratado Comercial de 1883,
    que se proyectaba firmar, así como su clara visión de las consecuencias que el
    mismo traería para las hermanas repúblicas latinoamericanas. Todo esto nos da
    la posibilidad de profundizar en la obra de Martí y comprender su actitud
    posterior frente a otras proyectadas alianzas o tratados de los Estados Unidos
    con Latinoamérica.

    Frente a los
    peligros que asechaban a “Nuestra América”, Martí propone el fortalecimiento de
    las economías de los países latinoamericanos y el establecimiento de un  comercio equitativo, fuese favorable para
    ambas partes en la misma medida y no absolutizar
    dicho comercio con un solo país y lo más importante a nuestro entender es la
    estrategia global que Martí propone, o sea el fortalecimiento interno, único
    medio para enfrentar a las potencias extranjeras capitalistas.

    Tesis que en
    la actualidad tiene gran vigencia: “Vemos colosales peligros, vemos manera
    fácil y brillante de evitarlos adivinarnos en la nueva acomodación de las
    fuerzas nacionales del mundo siempre en movimiento; y ahora acelerarlas, el
    agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la familia
    americana”.

    La concepción
    de cómo debía realizarse el comercio entre los pueblos fue y sigue siendo
    brillante, pues se adecua perfectamente a la realidad de hoy, y prueba de esto
    es la situación actual de los países de llamado Tercer Mundo y la necesidad del
    establecimiento de un nuevo orden económico internacional, planteado por el
    Comandante Fidel Castro: “La acción sostenida por la aplicación de los
    principios del Nuevo Orden Económico Internacional dio fuerza, coherencia y
    unidad a los países subdesarrollados en su denodado esfuerzo por lograr un
    mundo no basado en la explotación, sino en la cooperación internacional, un
    mundo menos injusto y más equitativo, un mundo que en lugar de obstaculizar,
    favorezca los esfuerzos que se realicen por hacer salir del círculo vicioso del
    atraso y la dependencia”.

     

    Parte II.

    Resulta en
    este momento interesante el análisis de una circunstancia especial que hizo
    desplegar a Martí su inteligencia y pasión por la justa causa latinoamericana:
    La Conferencia Panamericana  de 1889.

    El estudio de
    sus crónicas escritas con relación a dicha reunión nos revelan
    no sólo la profundidad de su análisis político sino que nos permite conocer las
    condiciones históricas en que la misma se desarrolla.

    En el año
    1889, el gobierno norteamericano convida a la Primer Conferencia de Naciones
    Americanas, la cual se celebraría en Washington entre Octubre de 1889 y Abril
    de 1890, con la participación de los Estados Unidos y las repúblicas de México,
    Centro y Sur América, Haití, Santo Domingo y el 
    imperio del Brasil.

    Los aspectos
    fundamentales que se proyectaban tratar en la misma eran: medidas tendientes a
    conservar  la prosperidad entre los
    Estados Unidos Americanos y a la formación de una unión aduanera americana para
    el comercio provechoso y recíproco  entre
    las naciones americanas; establecimiento de comunicaciones frecuentes y
    regulares entre los puertos de los diferentes estados americanos; adopción de
    un Sistema Uniforme de disposiciones aduaneras, para la importación y
    exportación de mercancías; adopción de un Sistema Uniforme de pesas y medidas y
    de leyes que protegieran los derechos adquiridos bajo patentes o privilegios de
    invención, etc.; adopción de una moneda común de plato que fuera de curso
    forzoso en las transacciones comerciales recíprocas; establecimiento de un plan
    definitivo de arbitraje para todas las cuestiones de disputas y diferencias que
    pudieran existir, y además materias relacionadas con la “prosperidad” de los
    diversos Estados representados en la Conferencia.

    En esta
    Conferencia Internacional Americana no estuvieron representados todos los
    países hispanoamericanos, faltaron Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico; el primero
    denegó la invitación por sus disputas con Estados Unidos quienes pretendían
    quitarle la bahía de Samaná; las dos islas atillanas no podían no podían asistir  por ser aún colonias de España. En resumen,
    estuvieron representados dieciséis países latinoamericanos. Con gran sagacidad
    Martí nos refiere en sus crónicas los detalles más importantes que se
    suscitaron durante la conferencia. En una de sus primeras crónicas, relata cómo
    los representantes de las diferentes naciones hispanoamericanas, se agruparon
    de acuerdo a sus posiciones respecto a los Estados Unidos.

    Aquellos que
    se plegaron ante los intereses norteamericanos son los que: “se preparan para
    deslumbrar, para dividir, para llevarse el tajo con el pico del águila
    ladrona”. Los que mantuvieron firmes sus posiciones y los intereses nacionales:
    “son aquellos que se disponen a merecer el comercio con la honradez de trato y
    respeto a la libertad ajena”.

    De esta forma
    se percata de la falta de unidad en cuanto a las posiciones de los diferentes
    delegados latinoamericanos, cuestión esta que Martí lamenta; ya que
    precisamente es una constante en toda su obra la necesidad de la alianza de
    “Nuestra América”, con vistas a formar un bloque compacto en contra de las intensiones norteamericanas de dominar a los países del Sur
    del Río Bravo mediante el instrumento económico.

    “jamás hubo en
    América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue
    a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso que el convite que los
    Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a
    extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menor
    poder”.

    En esta cita
    vemos como Martí no solo destaca el problema político sino examina
    acertadamente el aspecto económico, comprende el riesgo que corren los países
    latinoamericanos de convertirse en suministradores de materias primas de
    Estados Unidos y en un mercado seguro para sus productos.

    Mantiene plena
    vigencia hoy, esta frase planteada por el Maestro de dicha Conferencia: “De la
    tiranía de España supo salvarse la América Española y ahora después de ver con
    ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite urge decir
    porque es la verdad, que ha llegado para la América Española la hora de
    declarar su segunda independencia”.

    Pero cabe
    preguntar: ¿Qué representaba para Martí alcanzar la “segunda independencia”?

    El Maestro en
    este sentido, trata de advertir a las repúblicas latinoamericanas del peligro
    que representaba la alianza económica con los Estados Unidos y el sojuzgamiento económico y político que por ende traía esta
    alianza.

    Para él no
    pasó inadvertido que la dependencia económica representaba también la
    dependencia política, y que por tanto era preciso cerrar filas en contra del
    poderoso vecino y de sus pretensiones para con nuestros países, las cuales se
    pusieron de manifiesto durante la Conferencia Panamericana.

    Esta idea
    martiana encuentra eco hoy, en todos los países latinoamericanos que aún no han
    podido sacudirse del yugo imperial y que mantienen sus economías maltrechas en
    función del capital extranjero, para todos ellos sirven esas palabras de Martí,
    que aunque escritas en 1889, no han perdido vigencia y son aplicables hoy más
    que nunca.

    Un aspecto que
    Martí trata en sus crónicas, es cómo la conferencia recibe el nombre de
    Panamericana. Comprende que este término, dado a la misma por los Estados
    Unidos, es precisamente una artimaña que tenía como objetivo fundamental
    ocultar las verdadera intensiones
    del convite: la dominación económica y política del Continente Americano por
    parte de los Estados Unidos.

    Nos
    preguntamos junto con Martí: ¿Qué objetivo perseguía la idea del
    panamericanismo? El imperialismo norteamericano en su afán por dominar nuestras
    tierras, se ha valido de la tergiversación de la historia de nuestros pueblos y
    del pensamiento de sus más ilustres hombres, a fin de crear una historia que
    sirva a sus intereses, este es precisamente el caso de la “teoría del
    pensamiento”.

    Dentro de la
    Conferencia de 1889, uno de los principales precursores la “teoría del
    panamericanismo” fue el Secretario de Estado Yanqui en aquel entonces, James G.
    Blaine.

    Este
    personaje, era conocido dentro de los círculos políticos norteamericanos; sus
    ambiciones con respecto a los países del Sur del Río Bravo eran desmedidas.

    Martí advirtió
    de inmediato las intenciones de Blaine con respecto a
    la Conferencia y en uno de sus artículos enviado a la Nación de Buenos Aires
    dice: “Blaine toma por suya como su idea y creación
    la conferencia, y para sí quiere, y no para los demás, el triunfo que espera de
    ella”.

    Con respecto a
    nuestro país, Blaine aspiraba fervientemente la
    anexión de la isla y al respecto hizo declaraciones a favor de la misma. Aunque
    no debemos olvidar que dentro de los Estados Unidos, en aquellos momentos,
    existían intereses contrarios a la anexión.

    Tenemos por
    ejemplo el artículo publicado por The Manufacturer de Filadelfia titulado “¿Queremos a Cuba”?,
    con fecha10 de marzo de 1889 el cual criticaba a los cubanos blancos como
    “afeminados, inmorales y perezosos” y que los negros estaban en plena barbarie.
    Según estos voceros del imperialismo, la anexión no era conveniente debido a
    las características de nuestro pueblo.

    En este
    momento, aparece la palabra vibrante del Maestro en defensa del honor de
    nuestro pueblo y en un artículo publicado en The Evening Post el 25 de marzo de 1889 expresó de manera
    genial la respuesta cubana al artículo aparecido en el periódico The Manufacturer donde afirma que
    solo con la vida cesaría la batalla por la libertad y que la idea de anexión de
    nuestra patria era imposible para un pueblo como el nuestro.

    Sin embargo
    las ambiciones anexionistas norteamericanas 
    para nuestro país, no cesaron y en 1891 durante la celebración de la
    Conferencia Monetaria el propio Blaine insistiría de
    nuevo en la anexión de nuestro territorio.

    Durante la
    celebración de la Conferencia Panamericana de 1889, Martí comprende las intensiones de los Estados Unidos y específicamente con
    nuestro país y a pesar de haber transcurrido casi un siglo, hoy los
    imperialistas norteamericanos no han renunciado a sus sueños de anexar nuestro
    territorio. Es por esto que las palabras del Maestro están presentes en la
    actualidad y se adaptan perfectamente a nuestras circunstancias. Ejemplo de lo
    anterior es la carta dirigida a Gonzalo de Quesada fechada  el 14 de diciembre de 1889 donde el Maestro
    plantea “Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que
    hasta ahora conocemos y es inicuo forzar a la isla de precipitarla, a la guerra
    para tener pretexto de invertir en ella, y con el crédito medidor y  garantizador quedarse con ella. Cosa más  cobarde no hay en los anuales de los pueblos
    libres: Ni maldad más fría”.

    Esta cita
    demuestra, sin lugar a dudas, la gran previsión de Martí en cuanto a las intensiones expansionistas del imperialismo, que fue
    comprobado años más tarde con la intervención norteamericana  e imponiendo el régimen neocolonial.

    Durante la
    celebración de la Conferencia, los Estados Unidos pretendieron, ante todo, el
    dominio económico de nuestros pueblos latinoamericanos, las proposiciones y
    temas que se debatieron en la misma, constituyeron el disfraz de las verdaderas
    intensiones políticas de los norteamericanos.

    Dos de los
    puntos más debatidos durante la Conferencia y que merecen nuestra atención fue
    la Unión Aduanera y el Arbitraje.

    La unión
    Aduanera o Zollverein fue uno de los asuntos que
    produjo fuertes debates en el seno de la Conferencia, con esta artimaña los
    Estados Unidos pretendían lograr: un mercado seguro a los productos invendibles
    y monopolizar los mercados de los países latinoamericanos, tratar de eliminar
    sobre todo a Inglaterra como rival fuerte que había dominado el comercio de
    América  Latina durante el siglo XIX;
    lograr la fácil entrada de los producto norteamericanos libres de derechos a
    los países de Hispanoamérica y por último forzar a los países de América Latina
    a la firma de Tratados Comerciales.

    Sobre lo que
    representaba dicha unión para nuestros países plantea Martí: “se convida a los
    pueblos americanos a sabiendas, con la esperanza vaga de recobrar concesiones
    que los entraban para el porvenir, para formular tratados que de antemano
    desechan los poderes a quienes cumpliría ejecutarlos, y los intereses que los
    encubran al gobierno”.

    En esta cita,
    se advierte que Martí comprendía que el establecimiento de la Unión Azucarera
    con los Estados Unidos, solo podía ser campo de extracción de materias primas,
    a cambio de recibir una larga lista de productos manufacturados procedentes de
    las industrias norteamericanas.

    La Unión
    Aduanera formaba parte de un plan que llevaría la firma de los mal llamados
    “Tratados de Reciprocidad” que tan nefastos resultados nos dejaron, y que
    significaban para nuestros países la pérdida de entrada de divisas,
    fundamentalmente por medios de los impuestos sobre las importaciones, ante la
    avalancha de productos extranjeros y la imposibilidad de competir con éstos.
    Por otra parte se abría el curso para la penetración de capitales extranjeros
    en las economías de los países latinoamericanos, lo que posteriormente
    profundizaría la deformación profundizaría la deformación económica de los
    mismos.

    En resumen, la
    proposición de la Unión Aduanera fue rechazada por impracticable y en esto
    debemos destacar el papel jugado por la delegación argentina, que había
    recibido orientaciones concretas de su gobierno de oponerse a ella. No obstante
    rechazada la proposición, la Comisión recomendó:

    “… la
    celebración de Tratados de reciprocidad parcial entre las naciones americanas,
    en virtud de las cuales cada uno convenga en remover, o reducir sus derechos de
    importación sobre algunos de los productos naturales manufacturados de uno o
    más países, a cambio de que estos le hagan concesiones semejantes y
    equivalentes…”

    Quedaba
    abierta, una de las formas modernas de dominación: el neocolonialismo, a través
    de los Tratados de Reciprocidad Comercial.

    La proposición
    de Arbitraje fue otro tema muy debatido en la Conferencia Panamericana de 1889,
    el plan de Arbitraje contemplaba dos proposiciones: la de tener una corte
    permanente de Arbitraje y la planteada por Argentina y Brasil, el nombramiento
    de tres representantes cuando fuese necesario el Arbitraje.

    En relación
    con el Arbitraje, los Estados Unidos pretendían convertirse en gendarmes del
    Continente Americano, para según ellos, decidir en las disputas entre las
    Repúblicas de América Latina y las naciones de Europa.

    Esta
    proposición no era más que una muestra de rivalidad anglonorteamericano.
    El Arbitraje pretendido por Washington fue rechazado por muchos países, entre
    ellos, la Argentina.

    Esto embargó
    de alegría al Maestro, en estos momentos en que la codicia desmedida del Norte,
    llamaba a la unidad continental, y al tratar de desenmascarar la careta de
    hipócrita que vestía el proyecto de Arbitraje dice: “Excelente caso sería el
    Arbitraje, si en Estados Unidos (…) Cosa excelente sería el Arbitraje, si
    fuera de esperar que en la república que, aún adolescente, mandaba a los
    hombres generosos que dejasen al hermano sin libertad, y que le respetasen su
    presa”.

    En general la
    Conferencia Panamericana de 1889 sirvió a nuestro Héroe Nacional para poner al
    descubierto las verdaderas intensiones del poderoso
    vecino del Norte y demostrar, con su actitud, que su intelecto revolucionario
    estuvo siempre al servicio de la independencia de Cuba y de América Latina,
    además dicho evento tuvo una franca proyección antiimperialista, que hizo
    desplegar a Martí su inteligencia y pasión por la  justa causa latinoamericana.

     

    Parte III.

    Hasta ahora
    hemos analizado dos momentos importantes en el desarrollo del pensamiento
    martiano, a través del estudio de sus principales ideas acerca del Tratado
    Comercial entre México y Estados Unidos de 1883 y de la Conferencia
    Panamericana de 1889, pero consideramos que uno de los puntos más altos en
    cuanto a la radicalización de su pensamiento económico y político lo
    encontramos, en los certeros juicios que Martí expuso durante la celebración de
    la Conferencia Monetaria Internacional de 1891, en la cual asiste como delegado
    de la República Oriental del Uruguay, siendo ésta la máxima investidura
    Diplomática que tuvo el Maestro.

    En 1888, el
    Presidente de los Estados Unidos envía a todos los pueblos de América Latina y
    Hawai, la investigación de la Cámara y el Senado, para celebrar una Conferencia
    Internacional en Washington, para el estudio de la adopción de una moneda común
    –la plata- que fuera de uso forzoso en las transacciones comerciales recíprocas
    entre los países de América.

    Estados Unidos
    convoca a esta Conferencia debido fundamentalmente, a la difícil situación que
    atravesaba en esos momentos. Productores de oro y plata libraban una franca
    batalla por el predominio de cada uno de 
    los metales.

    Desde el año
    1873, en los Estados Unidos había descendido bruscamente el valor de la plata
    con la eliminación del dólar de ese metal. Los intereses afectados en ese
    momento habían estado claramente la libre acuñación, asunto que todavía en el
    año 1888 discutían los legisladores norteamericanos, aunque ya habían logrado
    pasar dos leyes, la BLAND-ALISSON (1878) y la SHERMAN (1890) bajo las cuales el
    tesoro de aquel país debía comprar grandes cantidades de plata para su
    acuñación.

    La Unión
    Monetaria entre los Estados Unidos y los países de América Latina era imposible
    desde todo punto de vista.

    Martí vio,
    desde el primer momento y con absoluta nitidez este proceso y predijo las
    ventajas y desventajas que acarreaba el establecimiento de una moneda
    internacional común, de curso forzoso, fundamentalmente para los para países
    latinoamericanos.

    Desentraña de
    un modo genial, los verdaderos móviles de la Conferencia cuando dice: “A todo
    convite entre pueblos hay que buscarles las razones ocultas. Ningún pueblo hace
    nada contra su interés, de lo que deduce que lo que un pueblo hace es lo que
    está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes no pueden
    juntarse”.

    Una y otra vez
    apunta las diferencias entre los Estados Unidos y el resto del Continente,
    conoce cada uno de ellos perfectamente y sabe que la Conferencia no podrá traer
    beneficios para la América y advierte además los peligros que traía para ello
    ala alianza con los norteamericanos: “Y el que resuelva sin investigar, o desee
    la unión sin conocer (…) o la defienda por la poquedad del alma aldeana, hará
    mal a América”.

    La Conferencia
    Monetaria Internacional comienza a sesionar el 7 de enero de 1891, precisamente
    en estos momentos es Secretario de Estado James G. Blaine.
    En esta época Blaine ambiciona la presidencia del
    gobierno.

    Conocedor
    de la historia de los Estado Unidos, así como de los verdaderos objetivos de la
    Conferencia el Maestro señala: “si el obstáculo mayor para la elevación de la
    plata y su relación con el oro es el temor de su producción excesiva y valor
    ficticio en los Estados Unidos, ¿Qué conveniencia puede haber, ni para los
    países de Hispanoamérica que producen plata, ni para los Estados Unidos mismos,
    en una moneda que asegure mayor imperio y circulación a la plata de los Estados
    Unidos?”.

    Después de las
    numerosas sesiones en las que no se logra acuerdo alguno, un delegado de
    Estados Unidos pide que se considere la disolución de las sesiones de la
    Conferencia Internacional para establecer con la participación de todos los
    países una moneda universal. Martí ve en esa coyuntura el momento de alertar a
    los pueblos de América Latina sobre la posibilidad de futuros compromisos
    perjudiciales.

    El informe
    final a la Conferencia Monetaria de Washington redactado y leído por el
    Maestro, revela sus extraordinarias dotes diplomáticos, su sagacidad y dominio
    de los asuntos monetarios. En el informe se señala que la necesidad del
    establecimiento de una relación fija oro-plata o una moneda de igual metal para
    el cambio internacional e interno de cada uno de los países, en dicho informe
    se señala enfáticamente la trascendencia de un sistema de monedas internacional
    tanto política como económica: “No es lícito dejar de desear la creación de un
    sistema de monedas uniformes, que harían más morales y seguras las relaciones
    económicas de los pueblos…”

    En el
    documento final se condena todo intento de cualquier país por establecer una
    moneda o relación oro-plata que vaya en perjuicio del resto de las naciones del
    mundo, en este sentido el Maestro hace una alusión directa a  los Estados Unidos: “No ha de haber prisa
    censurable en provocar ni en contraer entre los pueblos, compromisos
    innecesarios que estén fuera de la naturaleza y de la realidad. Ni han de
    negarse a los pueblos (…) a tratar unidos cuantos asuntos tienden a fomentar,
    por el cambio amistoso de las ideas, y el creciente conocimiento y respeto
    mutuos, los interese legítimos, cuyo comercio natural asegura, en vez de
    comprometer, la pez de las naciones”.

    Martí en el
    informe rechaza la proposición norteamericana de convocar a una reunión
    monetaria internacional, con la asistencia de las principales potencias
    mundiales, para el estudio del bimetalismo, ya que comprende que las repúblicas
    latinoamericanas debían establecer relaciones monetarias con otros países “Las
    manos de cada nación deben estar libres para desenvolver sin trabas el país,
    con arreglo a su naturaleza distintiva y a sus elementos propios”.

    El desarrollo
    posterior del capitalismo en los Estados Unidos en su fase superior, con todos
    sus rasgos y características, evidencian lo acertado de las advertencias de
    Martí y sus posiciones en defensa de los intereses de los pueblos
    latinoamericanos.

    El Sistema
    Monetario Financiero Capitalista en el cual quedaron envueltos nuestros pueblos
    de América en virtud del mismo desarrollo capitalista y de la ley de
    acumulación a escala internacional, atraviesa actualmente una aguda crisis, que
    afecta fundamentalmente a los países 
    subdesarrollados.

    A partir del
    fracaso de Estados Unidos en la Conferencia Monetaria de 1891, los
    norteamericanos no cesaron  en su intento
    de establecer el predominio de una moneda que redundara en su beneficio y en
    1944 – a cincuenta y tres años de celebrar la Conferencia de 1891- se celebra
    la Conferencia  de Bretton  Woods la cual ubica
    de manera privilegiada al dólar norteamericano como fundamental activo de
    reserva internacional equiparable en la práctica, al oro mismo.

    De este modo
    quedaba consagrada la hegemonía de Estados Unidos en la esfera
    monetario-financiera.

    Sobre los
    efectos que esto produjo para los países subdesarrollados, Fidel planteó en la
    VII Cumbre de los Países No Alineados: “El sistema monetario financiero así
    creado –se refiere al creado en la Conferencia de Botton-Woods-  aseguró
    efectivamente el ejercicio del predominio casi indiscutible de los Estados
    Unidos en la economía internacional”.

    De esta forma,
    los países subdesarrollados en general y los países subdesarrollados en general
    y los países latinoamericanos en particular, quedaron atrapados bajo un sistema
    monetario impuesto por los Estados Unidos, y del cual Martí previó las
    consecuencias de su implantación, muchos años antes, durante la Conferencia
    Monetario celebrada en 1891, no solo las consecuencias de índole económica sino
    las de índole política, que genialmente predijo el Maestro.

    Durante las
    Conferencia Monetaria, Martí no solo advierte los peligros que representaba
    para la América Hispana el establecimiento de un sistema monetario único, sino
    que además escribe en estos momentos interesantes crónicas donde sienta las
    bases para llevar a cabo relaciones equilibrios y justas.

    En la revista
    ilustrada de Nueva York plantea: “Quién dice unión
    económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que
    vende sirve. Hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad. El
    pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse,
    vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro se
    convierte en influjo político…”

    Estas palabras
    del Maestro, son hoy una realidad palpable para todo el mundo subdesarrollado,
    y demuestran la visión de nuestro Héroe Nacional, en cuanto a las consecuencias
    y políticas que traen consigo que las relaciones impuestas por un país
    poderoso, como intentaba hacer Estados Unidos en la Conferencia Monetaria; lo
    cual sucedió en definitiva como expresión del desarrollo del capitalismo
    mundial y en especial el norteamericano.

    Hoy día las
    transnacionales norteamericanas prácticamente dominan el comercio de
    Latinoamérica y de otros países subdesarrollados. No por causalidad nuestro
    Comandante en Jefe señaló que “No es posible caracterizar el comercio
    internacional de los países subdesarrollados, (…) sin encontrar en las empresas
    transnacionales y en las políticas económicas de los países de sus casas
    matrices el principal obstáculo para el desarrollo del Tercer Mundo”.

    Más adelante
    refiriéndose a la injerencia de las transnacionales en los asuntos internos de
    los países subdesarrollados y en la amenaza que ellas representan para su
    soberanía nacional plantea: “¿Es imposible acaso orientar la cooperación y
    ayuda mutua, y no hacia la explotación y dominación internacional?”.

    La respuesta
    obviamente es negativa, porque tendríamos que admitir que un simple instrumento
    jurídico (…) podría transformar la esencia misma del imperialismo”.

    En general, es
    obvio que las ideas de Martí, durante la Conferencia Monetaria de 1891, son
    aplicables a nuestra realidad internacional y que los planteamientos de nuestro
    Comandante en Jefe Fidel, son una continuación del ideario martiano adaptado a
    las condiciones políticas, económicas y sociales del mundo contemporáneo.

    Sin dudas la
    Conferencia Monetaria de 1891 representó el triunfo de los postulados del
    Maestro. Más que una victoria económica sobre los Estados Unidos, representó
    una victoria política, Paul Estrade
    tiene razón cuando dice –refiriéndose al papel desempeñado por Martí en la
    Conferencia- “¡No nos equivoquemos!, al tratar que prevalezca un punto de vista
    diferente al de los Estados Unidos sobre un problema de reglamento interno o
    sobre la fecha de una próxima sesión, Martí no procede así por vanidad o
    mezquindad, sino que prepara moral y psicológicamente a sus auditores para el
    verdadero combate ulterior que en ese momento sólo él presiente, pero que todos
    deberán librar el combate político contra el imperialismo.

    Años después,
    como es conocido, las palabras del Maestro se hacen realidad, los países lationoamericanos habrían 
    de enfrentar al imperialismo norteamericano, no solamente desde el plano
    económico sino también desde el plano político. Martí presintió con genial
    inteligencia esta clara verdad y a través de sus crónicas escritas a propósito
    de la Conferencia Monetaria de 1891, así le advierte a toda la América Hispana.

    La propia
    realidad cubana, durante la seudorepúbica, confirma
    las advertencias del Maestro. Los Tratados de Reciprocidad impuestos  sobre nuestro país, la Enmienda Platt y otras artimañas imperialistas, demostraron a la postre,
    las intensiones del gobierno de los Estados Unidos,
    para obstaculizar nuestro desarrollo económico.

    A  través del estudio del Tratado Comercial
    entre México y Estados Unidos de 1883, y las Conferencias Panamericanas de 1889
    y 1891, hemos querido dar una panorámica general de distintos momentos en la
    radicalización del pensamiento martiano y de su clara visión de la amenaza que
    significaba para el Continente Americano, el naciente imperialismo de los
    Estado Unidos.

    Todo lo
    anterior demuestra la integridad política y económica del Maestro como genuino
    intelectual latinoamericano.

     

    Arte y Literatura 1957.

  1. José Martí. Obras Completas. Tomo 7. pág. 25
  2. Fidel Castro. La crisis económica y social del
    mundo.
  3. Informe de la VII Cumbre de los Países no
    Alineados. Pág. 41.
  4. José Martí. Obras Completas. Tomo 6. Pág. 35.
  5. Idem. Pág.
    35.
  6. Idem. Pág.
    46.
  7. Idem. Pág.
    56.
  8. Simón Bolívar. Documentos. La Habana. Casa de
    las Américas. Pág. 220.
  9. José Martí. Obras Completas. Tomo 6.Pág 44.
  10. Idem. Pág.
    128.
  11. Idem. Pág. 58.
  12. Dictámenes, recomendaciones y resoluciones
    adoptadas por la Primera Conferencia Internacional Americana. –en
    “Conferencias Internacionales Americanas”. Washington. Pág. 11-13.
  13. José Martí. Obras Completas. Tomo 6. Pág.
    55-56.
  14. Idem. Pág.
    158.
  15. Idem. Pág. 162.
  16. Idem. Pág. 151.
  17. Idem. Pág. 154.
  18. Idem. Pág.
    165.
  19. Fidel Castro. La Crisis económica y social del
    mundo.
  20. Informe de la VII Cumbre de los Países no
    Alineados. Pág. 79.
  21. José Martí. Obras Completas. Tomo 6. Pág. 160.
  22. Fidel Castro. La crisis económica y social del
    mundo.
  23. Informe a la VII Cumbre de los Países no
    Alineados. Pág. 73.
  24. Idem. Pág.
    153.
  25. Paul Estrada.
    1978. Anuario del Centro de Estudios Martianos. Pág. 207.
  26.  

    ANEXO #1.

    La conferencia monetaria de las Repúblicas de América
    Nueva York,
    mayo de 1891

    El
    24 de mayo de 1888 envió el presidente de los Estados Unidos a los pueblos de
    América, y al reino de Hawaii en el mar Pacífico,
    el convite donde el Senado y la Cámara de Representantes los llamaban a una
    Conferencia Internacional en Washington, para estudiar, entre otras cosas,
    "la adopción por cada uno de los gobiernos de una moneda común de plata,
    que sea de uso forzoso en las transacciones comerciales recíprocas de los
    ciudadanos de todos los Estados de América".

    El
    7 de abril de 1890, la Conferencia Internacional Americana, en que eran parte
    los Estados Unidos, recomendó que se estableciese una unión monetaria
    internacional; que como base de esta unión se acuñasen una o más monedas
    internacionales, uniformes en peso y ley, que pudiesen usarse en todos los
    países representados en esta Conferencia; que se reuniese en Washington una
    Comisión que estudiase la cantidad, curso, valor y relación de metales en que
    se habría de acuñar la moneda internacional.

    El
    23 de marzo de 1891, después de un mes de prórroga solicitado de la Comisión
    Monetaria Internacional reunida en Washington, por la delegación de los
    Estados Unidos, "para tener tiempo de conocer la opinión pendiente de la
    Cámara de Representantes sobre la acuñación libre de la plata", declaró
    la delegación de los Estados Unidos, ante la Conferencia, que la creación de
    una moneda común de plata de curso forzoso en todos los Estados de América
    era un sueño fascinador, que no podía intentarse sin el avenimiento con las
    demás potencias del globo. Recomendó la delegación el uso del oro y la plata
    para la moneda, con relación fija. Deseó que los pueblos de América, y el
    reino de Hawai que se sentaba en la Conferencia, invitasen unidos a las
    potencias a un Congreso Monetario Universal.

    ¿Qué
    lección se desprende para América, de la Comisión Monetaria Internacional,
    que los Estados Unidos provocaron, con el acuerdo del Congreso, en 1888, para
    tratar de la adopción de una moneda común de plata, y a la que los Estados
    Unidos dicen, en 1891, que la moneda común de plata es un sueño fascinador?

    A
    lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo
    real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no
    se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior,
    los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la
    enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos. A todo convite
    entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada
    contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que
    está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden
    juntarse. Si se juntan, chocan. Los pueblos menores, que están aún en los
    vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un
    remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un
    desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores. Los
    actos políticos de las repúblicas reales son el resultado compuesto de los
    elementos del carácter nacional, de las necesidades económicas, de las
    necesidades de los partidos, de las necesidades de los políticos directores.
    Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo con prisa el
    estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin juicio la juventud
    prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como una merced el político
    venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles; pero el que siente en
    su corazón la angustia de la patria, el que vigila y prevé, ha de inquirir y
    ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el
    del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y
    hábitos comunes, y si es probable o no que los elementos temibles del pueblo
    invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado;
    ha de inquirir cuáles son las fuerzas políticas del país que le convida, y
    los intereses de sus partidos, y los intereses de sus hombres, en el momento
    de la invitación. Y el que resuelva sin investigar, o desee la unión sin
    conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por
    la poquedad del alma aldeana, hará mal a América. ¿En qué instantes se
    provocó y se vino a reunir, la Comisión Monetaria Internacional? ¿Resulta de
    ella, o no, que la política internacional americana es, o no es, una bandera
    de política local y un instrumento de la ambición de los partidos? ¿Han dado,
    o no, esta lección a Hispanoamérica los mismos Estados Unidos? ¿Conviene a
    Hispanoamérica desoírla, o aprovecharla?

    Un
    pueblo crece y obra sobre los demás pueblos en acuerdo con los elementos de
    que se compone. La acción de un país, en una unión de países, será conforme a
    los elementos que predominen en él, y no podrá ser distinta de ellos. Si a un
    caballo hambriento se le abre la llanura, la llanura pastosa y fragante, el
    caballo se echará sobre el pasto, y se hundirá en el pasto hasta la cruz, y
    morderá furioso a quien le estorbe.

    Dos
    cóndores, o dos corderos, se unen sin tanto peligro como un cóndor y un
    cordero. Los mismos cóndores jóvenes, entretenidos en los juegos fogosos y
    peleas fanfarronas de la primera edad, no defenderían bien, o no acudirían a
    tiempo y juntos a defender, la presa que les arrebatase el cóndor maduro.
    Prever es la cualidad esencial, en la constitución y gobierno de los pueblos.
    Gobernar no es más que prever. Antes de unirse a un pueblo, se ha de ver qué
    daños, o qué beneficios, pueden venir naturalmente de los elementos que lo
    componen.

    Ni
    es sólo necesario averiguar si los pueblos son tan grandes como parecen y si
    la misma acumulación de poder que deslumbra a los impacientes y a los
    incapaces no se ha producido a costa de cualidades superiores, y en virtud de
    las que amenazan a quienes lo admiran; sino que, aún cuando la grandeza sea
    genuina y de raíz, sea durable, sea justa, sea útil, sea cordial, cabe que
    sea de otra índole y de otros métodos que la grandeza a que puede aspirar por
    sí, y llegar por sí, con métodos propios, –que son los únicos viables–un
    pueblo que concibe la vida y vive en diverso ambiente, de un modo diverso. En
    la vida común, las ideas y los hábitos han de ser comunes. No basta que el
    objeto de la vida sea igual en los que han de vivir juntos, sino que lo ha de
    ser la manera de vivir; o pelean, y se desdeñan, y se odian, por las
    diferencias de manera, como se odiarían por las de objeto. Los países que no
    tienen métodos comunes, aun cuando tuviesen idénticos fines, no pueden unirse
    para realizar su fin común con los mismos métodos.

    Ni
    el que sabe y ve puede decir honradamente, –porque eso sólo lo dice quien no
    sabe y no ve, o no quiere por su provecho ver ni saber, –que en los Estados
    Unidos prepondere hoy, siquiera, aquel elemento más humano y viril, aunque
    siempre egoísta y conquistador, de los colonos rebeldes, ya segundones de la
    nobleza, ya burguesía puritana; sino que este factor, que consumió la raza
    nativa, fomentó y vivió de la esclavitud de otra raza y redujo o robó los
    países vecinos, se ha acendrado, en vez de suavizarse, con el injerto
    continuo de la muchedumbre europea, cría tiránica del despotismo político y
    religioso, cuya única cualidad común es el apetito acumulado de ejercer sobre
    los demás la autoridad que se ejerció sobre ellos. Creen en la necesidad, en
    el derecho bárbaro, como único derecho: "esto será nuestro, porque lo
    necesitamos". Creen en la superioridad incontrastable de "la raza
    anglosajona contra la raza latina". Creen en la bajeza de la raza negra,
    que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que
    los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de
    negros. Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la
    respeten más, –como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz,
    de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla, –¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a
    una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la
    unión política y económica con los Estados Unidos?

    Quien
    dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El
    pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la
    libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere
    salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio
    de otro, se convierte en influjo político. La política es obra de los
    hombres, que rinden sus sentimientos al interés, o sacrifican al interés una
    parte de sus sentimientos. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se
    hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele
    a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. Lo primero que hace un
    pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos. El
    pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios
    entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que
    lo necesite menos, al que lo desdeñe menos. Ni uniones de América contra
    Europa, ni con Europa contra un pueblo de América. El caso geográfico de
    vivir juntos en América no obliga, sino en la mente de algún candidato o
    algún bachiller, a unión política. El comercio va por las vertientes de
    tierra y agua y detrás de quien tiene algo que cambiar por él, sea monarquía
    o república. La unión, con el mundo, y no con una parte de él; no con una
    parte de él, contra otra. Si algún oficio tiene la familia de repúblicas de
    América, no es ir de arriba de una de ellas contra las repúblicas futuras.

    Ni en los arreglos de la moneda, que es el instrumento del comercio,
    puede un pueblo sano prescindir–por acatamiento a un país que no le ayudó
    nunca, o lo ayuda por emulación y miedo de otro, –de las naciones que le
    anticipan el caudal necesario para sus empresas, que le obligan el cariño con
    su fe, que lo esperan en las crisis y le dan modo para salir de ellas, que lo
    tratan a la par, sin desdén arrogante, y le compran sus frutos. Por el
    universo todo debiera ser una la moneda. Será una. Todo lo primitivo, como la
    diferencia de monedas, desaparecerá, cuando ya no haya pueblos primitivos. Se
    ha de poblar la tierra, para que impere, en el comercio como en la política,
    la paz igual y culta. Ha de procurarse la moneda uniforme. Ha de hacerse
    cuanto prepare a ella. Ha de reconocerse el uso legal de los metales
    imprescindibles. Ha de establecerse una relación fija entre el oro y la
    plata. Ha de desearse, y de ayudar a realizar, cuanto acerque a los hombres y
    les haga la vida más moral y llevadera. Ha de realizarse cuanto acerque a los
    pueblos. Pero el modo de acercarlos no es levantarlos unos contra otros; ni
    se prepara la paz del mundo armando un continente contra las naciones que han
    dado vida y mantienen con sus compras a la mayor parte de los países de él;
    ni convidando a los pueblos de América, adeudados a Europa, a combinar, con
    la nación que nunca les fió, un sistema de monedas cuyo fin es compeler a sus
    acreedores de Europa, que les fía, a aceptar una moneda que sus acreedores
    rechazan.

    La moneda del comercio ha de ser aceptable a los países que comercian.
    Todo cambio en la moneda ha de hacerse, por lo menos, en acuerdo con los
    países con que se comercia más. El que vende no puede ofender a quien le
    compra mucho, y le da crédito, por complacer a quien le compra poco, o se
    niega a comprarle, y no le da crédito. Ni lastimar, ni alarmar siquiera, debe
    un deudor necesitado a sus acreedores. No debe levantarse entre países que
    comercian poco, o no dejan de comerciar por razones de moneda, una moneda que
    perturba a los países con quienes se comercia mucho. Cuando el mayor
    obstáculo al reconocimiento y fijeza de la moneda de plata es el temor de su
    producción excesiva en los Estados Unidos, y del valor ficticio que los
    Estados Unidos le puedan dar por su legislación, todo lo que aumente este
    temor, daña a la plata. El porvenir de la moneda de plata está en la
    moderación de sus productores. Forzarla, es depreciarla. La plata de
    Hispanoamérica se levantará o caerá con la plata universal. Si los países de
    Hispanoamérica venden, principalmente, cuando no exclusivamente, sus frutos
    en Europa, y reciben de Europa empréstitos y créditos, ¿qué conveniencia
    puede haber en entrar, por un sistema que quiere violentar al europeo, en un
    sistema de moneda que no se recibiría, o se recibiría depreciada, en Europa?
    Si el obstáculo mayor para la elevación de la plata y su relación fija con el
    oro es el temor de su producción excesiva y valor ficticio en los Estados
    Unidos, ¿qué conveniencia puede haber, ni para los países de Hispanoamérica
    que producen plata, ni para los Estados Unidos mismos, en una moneda que
    asegure mayor imperio y circulación a la plata de los Estados Unidos?

    Pero el Congreso Panamericano, que pudo ver lo que no siempre vio; que
    debió librar a las repúblicas de América de compromisos futuros de que no las
    libró; que debió estudiar las propuestas de la convocatoria por sus
    antecedentes políticos y locales, –la plétora fabril traída por el
    proteccionismo desordenado, –la necesidad del Partido Republicano de halagar
    a sus mantenedores proteccionistas, –la ligereza con que un prestidigitador
    político, poniéndole colorines de república a una
    idea imperial, podía lisonjear a la vez, como bandera de candidato, el
    interés de los productores ansiosos de vender y la conquista latente y poco
    menos que madura en la sangre nacional;–el Congreso
    Panamericano, que demoró lo que no
    quiso resolver, por un espíritu imprudente de concesión innecesaria, o no
    pudo resolver, por empeños sinuosos o escasez de tiempo, –recomendó la
    creación de una Unión Monetaria Internacional, –la creación de una o más
    monedas internacionales, –la reunión de una Comisión que acordase el tipo y
    reglamentación de la moneda. Las repúblicas de América atendieron, corteses,
    la recomendación. Los delegados de la mayoría de ellas se reunieron en
    Washington, México y Nicaragua, y el Brasil y el Perú, y Chile y la
    Argentina, delegaron a sus ministros residentes. El ministro argentino
    renunció el puesto, que ocupó más tarde otro delegado. Las otras repúblicas
    enviaron delegados especiales. El Paraguay no envió. Ni envió Centroamérica,
    fuera de Nicaragua, y de Honduras, cuyo delegado, hijo de un almirante
    norteamericano, no hablaba español. Presidió la Comisión, por acuerdo
    unánime, el Ministro de México. Sesiones de uso, comisiones previas,
    reglamento; lo uniforme no era allí la moneda, sino la duda, cambiada a
    chispazos en los debates, –la seguridad–de que no podía llegarse a acuerdo.
    Uno hablaba del "comercio real". Otro se declaraba, antes de sazón,
    hostil "a esa idea imposible". Pidió un delegado de los Estados
    Unidos una larga demora, "para tener tiempo de conocer la opinión
    pendiente de la Cámara de Representantes sobre la acuñación libre de la
    plata"; y un delegado, al obtener que se redujese a términos de
    cortesía, lícita la pretensión excesiva del delegado de los Estados Unidos,
    estableció que "se entendiese cómo la demora era, para que la delegación
    del país invitante pudiera completar sus estudios preparatorios, puesto que
    de ningún modo se habría de suponer que la opinión de la Cámara de
    Representantes hubiese por necesidad de alterar las opiniones formadas de la
    Comisión".

    Cumplida
    la demora y desbandada la Cámara de Representantes sin haber votado, la ley
    de plata libre, las delegaciones ocuparon de nuevo sus puestos en la mesa de
    la Comisión. Acaso habían oído algunos lo que decían sin reserva gentes
    notables del país. Oyeron acaso que la Comisión no parecía bien a los que
    pasaban por amigos de la mayoría del gobierno. Que al gobierno no agradaba el
    interés de su minoría en mantener, por los que se tachan de artificios, la
    política continental. Que este alarde peligroso de la política continental,
    ni de una minoría era siquiera, sino de un solo hombre. Que esta Comisión
    hueca debía cesar, para que no sirviese de comodín político a un candidato
    que no se para en medios y sabe sacar montes de las hormigas. Que la simple
    discusión de una moneda de plata común alarmaba y ofendía a los mantenedores
    del oro, que imperan en los consejos actuales del Partido Republicano. Que
    los países Hispanoamericanos verían por sí, sin duda, si les quedan ojos, el
    peligro de abrirse, por concepto de cortesía o por impaciencia de falso
    progreso, a una política que los atrae, por el abalorio de la palabra y los
    hilos de la intriga, a una unión fraguada por los que la proponen con un
    concepto distinto del de los que la aceptan. Se puso en pie un delegado de
    los Estados Unidos, ante la Comisión por los Estados Unidos convocada para
    adoptar una moneda común de plata, y propuso, al pie de una robusta
    exposición de verdades monetarias, donde llamaba "sueño fascinador"
    a la moneda internacional, que declarase la Comisión inoportuna la creación
    de una o más monedas de plata comunes; que se opinase que el establecimiento
    del patrón doble de plata y oro, con relación universalmente acatada,
    facilitaría la creación de aquellas monedas; que recomendase que las
    repúblicas representadas en la Conferencia conviden juntas, por el conducto
    de sus respectivos gobiernos, a una Conferencia Monetaria Universal, para
    tratar del establecimiento de un sistema uniforme y proporcionado de monedas
    de oro y plata. "Hay otro mundo–decía el delegado–y un mundo muy vasto
    del otro lado del mar, y la insistencia de este mundo en no elevar la plata a
    la dignidad del oro es el obstáculo grande e insuperable que se presenta hoy
    para la adopción de la plata internacional". ¡Los Estados Unidos, pues,
    marcaban a la América complaciente el peligro que hubiera corrido en acceder
    con demasiada prisa a las sugestiones de los Estados Unidos!

    A
    cinco repúblicas–a Chile, Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay, –dio la
    Comisión el encargo de estudiar las proposiciones de los Estados Unidos, y la
    Comisión, unánime, acordó recomendar que se aceptase las proposiciones
    norteamericanas. "No podía extrañar la Comisión que los delegados de los
    Estados Unidos reconociesen las verdades que la Comisión Internacional se
    hubiera visto obligada a reconocer por sí misma". "La Comisión
    acataba, como que es de elemental justicia, el principio de someter a todos
    los pueblos del universo la proposición de fijar las sustancias y proporciones
    de la moneda en que han de comerciar los pueblos todos". "Sueño
    sería, impropio de la generosidad y grandeza a que están obligadas las
    repúblicas, negarse directa o indirectamente, con violación de los intereses
    naturales y los deberes humanos, al trato libérrimo con los demás pueblos del
    globo". Pero no propuso la Comisión, como los Estados Unidos, que se
    convidase "a las potencias del globo", "por no correr el
    peligro, con una invitación no bastante justificada, de alarmar con temores,
    no por infundados menos ciertos, a los poderes que pudiesen ver en la
    convocatoria el empeño, por más que hábil y disimulado, de precipitarlos a
    una solución a que de seguro llegarán antes por sí propios, caso que quieran
    llegar, que si se les excita la suspicacia, o se lastima su puntillo con una
    insistencia que no tendría la razón de allegar al problema monetario un solo
    factor nuevo de importancia, ni un solo dato desconocido". "La
    plata debe irse acercando al oro". "La producción inmoderada aleja
    la plata del oro". "A la moneda de plata no se la puede, ni se la
    debe, hacer desaparecer". "Se ha de tender a la moneda uniforme,
    pero por el acuerdo confiado y sincero de todos los pueblos trabajadores del
    globo, para que tenga base que dure, y no por los recursos violentos del artificio
    llevado a la economía, que fomentan rencores y provocan venganzas, y no
    pueden durar". "Pero el convite en conjunto no se recomienda.
    " Y cuando a su paso por los detalles monetarios tocaba a la Comisión
    marcar el espíritu con que Hispanoamérica los entendía, y entiende cuanto
    atañe a la vida individual e independiente de sus pueblos
    , lo marcó así:

    "Los
    países representados en esta Conferencia no vinieron aquí por el falso
    atractivo de novedades que no están aún en sazón, ni porque desconociesen los
    factores todos que precedieron y acompañaron el hecho de su convocatoria sino
    para dar una muestra, fácil a los que están seguros de su destino propio y su
    capacidad para realizarlo, de aquella cortesía cordial que es tan grata y
    útil entre los pueblos como entre los hombres, –de su disposición a tratar
    con buena fe lo que se cree propuesto con buena voluntad–y del afectuoso
    deseo de ayudar, con los Estados Unidos como con los demás pueblos del mundo,
    a cuanto contribuya al bienestar y la paz de los hombres". "No ha
    de haber prisa censurable en provocar, ni en contraer entre los pueblos
    compromisos innecesarios que estén fuera de la naturaleza y de la
    realidad". "El oficio del continente americano no es perturbar el
    mundo con factores nuevos de rivalidad y de discordia, ni restablecer con
    otros métodos y nombres el sistema imperial, por donde se corrompen y mueren
    las repúblicas; sino tratar en paz y honradez con los pueblos que en la hora
    dudosa de la emancipación nos enviaron sus soldados, y en la época revuelta
    de la constitución nos mantienen abiertas sus cajas". "Los pueblos
    todos deben reunirse en amistad, y con la mayor frecuencia dable, para ir
    reemplazando, con el sistema del acrecentamiento universal, por sobre la
    lengua de los istmos y la barrera de los mares, el sistema, muerto para
    siempre, de dinastías y de grupos". "Las puertas de cada nación
    deben estar abiertas a la libertad fecundante y legítima de todos los
    pueblos. Las manos de cada nación deben estar libres para desenvolver sin trabas
    el país, con arreglo a su naturaleza distintiva y a sus elementos
    propios".

    Cuando
    se pone en pie el anfitrión, los huéspedes no insisten en quedarse sentados a
    la mesa. Cuando los huéspedes venidos de muy lejos, más por cortesía que por
    apetito, hallan al anfitrión a la puerta, diciendo que no hay qué comer, los
    huéspedes no lo echan de lado, ni entran en su casa a la fuerza, ni dan voces
    para que les abran el comedor. Los huéspedes deben decir alto la cortesía por
    que vinieron, y cómo no vinieron por servidumbre ni necesidad, para que el
    anfitrión no crea que están tallados en una rodilla, o son títeres que van y
    que vienen, por donde quiere que vayan o vengan el titiritero. Luego, irse.
    Hay un modo de andar, de espalda vuelta, que aumenta la estatura. Un delegado
    hispanoamericano–entendiendo que la Comisión Monetaria no venía más que
    "a cumplir lo que se había recomendado"–apadrinó, sin ver que una
    recomendación lleva aparejada la discusión y confirmación antes del
    cumplimiento, la opinión sin cabeza visible que andaba serpeando por entre
    los delegados: que la Comisión Monetaria no había venido, como creían los
    Estados Unidos que la promovieron, a ver si podía y debía crearse una moneda
    internacional, sino a crearla ahora, aunque los Estados Unidos mismos reconociesen
    que ahora no se podía crear; y el delegado propuso un plan minucioso de
    moneda de América, que llamó "Columbus",
    sobre los trazos de la moneda de la Unión Latina, más un Consejo de
    Vigilancia, "residente en Washington".

    No
    habían dicho los Estados Unidos que el obstáculo para la creación de la
    moneda internacional fuese la resistencia de la Cámara de Representantes a
    votar la acuñación libre de la plata, sino la resistencia del mundo vasto del
    otro lado de la mar a aceptar la moneda de plata en relación fija e igual con
    la moneda de oro; pero un delegado hispanoamericano preguntó así: "¿No
    sería más prudente, dada la probabilidad de que la nueva Cámara de
    Representantes vote antes de fin de año la acuñación libre de la plata,
    suspender las sesiones de la Conferencia, por ejemplo, hasta el día primero
    de enero de 1892, cuando probablemente este asunto habrá sido decidido por el
    gobierno de los Estados Unidos?" Y cuando otro delegado urgía, por el
    decoro de los huéspedes, la aceptación, lisa y prudente, de las proposiciones
    de los Estados Unidos, salva la del Congreso Universal, habló un delegado
    hispanoamericano, que no habla español, para pedir y obtener la suspensión de
    la sesión. ¿Quién podía tener interés, puesto que los hispanoamericanos lo
    tenían, en que la Comisión promovida por los Estados Unidos continuase en
    funciones, contra la opinión terminante de los mismos Estados Unidos? ¿Quién
    azuzaba, en una asamblea de mayoría hispanoamericana, la oposición a las
    proposiciones de los Estados Unidos? ¿A quién, sino a los que hacen bandera
    de la política continental, propuesta por los Estados Unidos, perjudicaba que
    la idea de una moneda continental se declarase imposible en la Comisión
    reunida para su estudio por los mismos Estados Unidos? ¿Por qué surgía, ni
    cómo podía surgir de un modo natural en la Comisión Monetaria, de mayoría
    hispanoamericana, el pensamiento de oponerse a la clausura de una Comisión
    reunida para tratar de un proyecto que expresamente declaraban irrealizable,
    casi unánimemente, los delegados hispanoamericanos? Si a sí no se servían,
    ¿qué interés, en el seno de ellos, se aprovechaba de su buena voluntad
    excesiva, y los ponía a su servicio? ¿O era, como decían los que saben del
    interior de la política, que el interés de un grupo político, o de un
    político tenaz y osado de los Estados Unidos, levantaba por resortes ocultos
    e influencias privadas una asamblea de pueblos contra la opinión solemne del
    gobierno de los Estados Unidos? ¿Era que la asamblea de pueblos
    hispanoamericanos iba a servir los intereses de quien los compele a ligas
    confusas, a ligas peligrosas, a ligas imposibles, desdeñando el consejo de
    los que, por su interés local de partidarios o por justicia internacional,
    les abren las puertas para que se salven de ellas?

    Se
    meditó; se temió; se urgió; se corrió gran riesgo de hacer lo que no se
    debía: de dejar en pie al capricho de una política ajena, desesperada y sin
    escrúpulos, –una asamblea que, por lo complejo y delicado de las relaciones
    de muchos pueblos de Hispanoamérica con los Estados Unidos, podía, en manos
    de un candidato inclemente, ceder a los Estados Unidos más de lo que
    conviniese al respeto y seguridad de los pueblos hispanoamericanos.

    Mostrarse
    acomodaticio hasta la debilidad no sería el mejor modo de salvarse de los
    peligros a que expone en el comercio, con un pueblo pujador y desbordante, la
    fama de debilidad. La cordura no está en confirmar la fama de débil, sino en
    aprovechar la ocasión de mostrarse enérgico sin peligro. Y en esto de
    peligro, lo menos peligroso, cuando se elige la hora propicia y se la usa con
    mesura, es ser enérgico. Sobre serpientes, ¿quién levanta pueblos? Pero si
    hubo batalla; si el afán de progreso en las repúblicas aún no cuajadas lleva
    a sus hijos, por singular desvío de la razón, o levadura enconada de
    servidumbre, a confiar más en la virtud del progreso en los pueblos donde no
    nacieron, que en el pueblo en que han nacido; si el ansia de ver crecer el
    país nativo los lleva a la ceguedad de apetecer modos y cosas que son afuera
    producto de factores extraños u hostiles al país, que ha de crecer conforme a
    sus factores y por métodos que resulten de ellos; si la cautela natural de
    los pueblos clavados en las cercanías de Norteamérica no creía aconsejable lo
    que, más que a los demás, por esa misma cercanía, les interesa; si la
    prudencia local y respetable, o el temor, o la obligación privada, ponían más
    cera en los caracteres que la que se ha de tener en los asuntos de
    independencia y creación hispanoamericana, en la Comisión Monetaria no se vio,
    porque acordó levantar de lleno sus sesiones.

    La Revista Ilustrada, Nueva York,
    mayo de 1891.
    Obras Completas, tomo 6,
    Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1975, páginas 155-167.

     

    Lisbet
    Eunice Pérez Anzardo

     

    Profesora
    del Dpto de Economía en la Universidad de
    Holguín, Cuba

    Ciudad de Holguín.

    “Año del 45 Aniversario del
    Triunfo de la Revolución”.

     

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