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El Positivismo




Enviado por cibercrazy5000



    1. El
      Positivismo
    2. Augusto Comte
    3. La Ley de los Tres Estados
      según Comte
    4. El Carácter Social del
      Espíritu Positivo
    5. El Positivismo y la
      Filosofía
    6. El Sentido del
      Positivismo
    7. El Positivismo y el Avance
      Científico del Siglo XIX
    8. La Filosofía como modo
      de Saber Positivo
    9. La Política
      Positiva
    10. John Stuart
      Mill
    11. Herbert
      Spencer
    12. El Positivismo Científico
      de Mach
    13. Las Matemáticas en el
      Siglo XIX
    14. Conclusión
    15. Bibliografía

    INTRODUCCIÓN

    El termino positivismo
    fue utilizado por primera vez por el filosofo y matemático
    francés del siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los
    conceptos positivistas se remontan al filosofo británico
    David Hume, al filosofo francés Saint-Simon, y al filosofo
    alemán Immanuel Kant.

    Cuando el inesperado romanticismo fija
    la atención de los hombres estudiosos, es un
    gran espectáculo y vamos a decir que la filosofía
    es el régimen intelectual de todo estado,
    precisamente porque es un estado que
    viene de otros y conduce a otros y es algo esencialmente diverso
    en si misma.

    La filosofía es un estado del espíritu
    humano socialmente considerado y es un estado caracterizado por
    la vertiente que da a las ideas últimas sobre las que se
    halla asentado cada estado social del espíritu. Por ello,
    consideramos que no es un momento más entre cualquiera
    estado social, sino que es momento fundante de todos los
    demás.

    Por eso, vamos a ver que la positividad se halla
    constituida por ser un carácter
    que afecta las cosas en tanto que, en una u otra forma, se
    manifiestan.

    El conocimiento
    de los hechos es relativo porque hace referencia
    intrínseca al hombre que se
    enfrenta con los hechos y a su modo de enfrentarse con
    ellos.

    EL
    POSITIVISMO

    Doctrina iniciada por Auguste Comte (francés)
    en el siglo XIX.

    Identifica 3 fases en la historia intelectual de la
    humanidad que fueron cambiando a medida que adquiría
    mayores conocimientos científicos.

    El positivismo es
    el romanticismo
    de la ciencia. La
    tendencia propia del romanticismo a identificar lo finito con lo
    infinito, a considerar lo finito como revelación y
    realización progresiva de lo infinito, es transferida y
    realizada por el positivismo en el seno de la ciencia. Con
    el positivismo, la ciencia se
    exalta, se considera como única manifestación
    legítima de lo infinito y, por ello, se llena de
    significación religiosa, pretendiendo suplantar a las
    religiones
    tradicionales.

    El positivismo es una parte integrante del movimiento
    romántico del siglo XIX. Que el positivismo sea incapaz de
    fundar los valores
    morales y religiosos y especialmente, el principio mismo del
    cual dependen, la libertad
    humana, es un punto de vista poémico que la
    reacción antipositivista, espiritualista e idealista de la
    segunda mitad del siglo XIX ha hecho prevalecer en la
    historiografía filosófica. Se puede también
    considerar justificado, en todo o en parte, este punto de vista.
    Pero existe el hecho de que, en sus fundadores y en sus
    seguidores, el positivismo se presenta como la exaltación
    romántica de la ciencia, como
    infinitización, como pretensión de servir como
    única religión
    auténtica y, por tanto, como el único fundamento
    posible de la vida humana individual y social.

    El positivismo acompaña y provoca el nacimiento y
    la afirmación de la
    organización técnico industrial de la sociedad, fundada
    y condicionada por la ciencia. Expresa las esperanzas, los
    ideales y la exaltación optimista, que han provocado y
    acompañado esta fase de la sociedad moderna.
    El hombre ha
    creído en esta época haber hallado en la ciencia la
    garantía infalible de su propio destino. Por esto ha
    rechazado, por inútil y supersticiosa, toda
    alegación sobrenatural y ha puesto lo infinito en la
    ciencia, encerrando en las formas de la misma la moral, la
    religión,
    la política,
    la totalidad de su existencia.

    Consiste en no admitir como validos
    científicamente otros conocimientos, sino los que proceden
    de la experiencia, rechazando, por tanto, toda noción a
    priori y todo concepto
    universal y absoluto. El hecho es la única realidad
    científica, y la experiencia y la inducción, los métodos
    exclusivos de la ciencia. Por su lado negativo, el positivismo es
    negación de todo ideal, de los principios
    absolutos y necesarios de la razón, es decir, de la
    metafísica. El positivismo es una
    mutilación de la inteligencia
    humana, que hace posible, no sólo, la metafísica, sino la ciencia misma. Esta,
    sin los principios
    ideales, queda reducida a una nomenclatura de
    hechos, y la ciencia es una colección de experiencias,
    sino la idea general, la ley que
    interpreta la experiencia y la traspasa. Considerado como
    sistema
    religioso, el positivismo es el culto de la humanidad como ser
    total y simple o singular.

    EVOLUCIÓN.

    El término positivismo fue utilizado por primera
    vez por el filósofo y matemático francés del
    siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los conceptos
    positivistas se remontan al filósofo británico
    David Hume, al filósofo francés Saint-Simon, y al
    filósofo alemán Immanuel Kant.

    Comte eligió la palabra positivismo sobre la base
    de que señalaba la realidad y tendencia constructiva que
    él reclamó para el aspecto teórico de la
    doctrina. En general, se interesó por la
    reorganización de la vida social para el bien de la
    humanidad a través del conocimiento
    científico, y por esta vía, del control de las
    fuerzas naturales. Los dos componentes principales del
    positivismo, la filosofía y el Gobierno (o
    programa de
    conducta
    individual y social), fueron más tarde unificados por
    Comte en un todo bajo la concepción de una
    religión, en la cual la humanidad era el objeto de culto.
    Numerosos discípulos de Comte rechazaron, no obstante,
    aceptar este desarrollo
    religioso de su pensamiento,
    porque parecía contradecir la filosofía positivista
    original. Muchas de las doctrinas de Comte fueron más
    tarde adaptadas y desarrolladas por los filósofos sociales británicos John
    Stuart Mill y Herbert Spencer así como por el
    filósofo y físico austriaco Ernst Mach.

    COMTE, AUGUSTO
    (1798-1857).

    Filósofo positivista francés, y uno de los
    pioneros de la sociología. Nació en Montpellier el
    19 de enero de 1798. Desde muy temprana edad rechazó el
    catolicismo tradicional y también las doctrinas
    monárquicas. Logró ingresar en la Escuela
    Politécnica de París desde 1814 hasta 1816, pero
    fue expulsado por haber participado en una revuelta estudiantil.
    Durante algunos años fue secretario particular del
    teórico socialista Claude Henri de Rouvroy, conde de
    Saint-Simon, cuya influencia quedaría reflejada en algunas
    de sus obras. Los últimos años del pensador
    francés quedaron marcados por la alienación mental,
    las crisis de
    locura en las que se sumía durante prolongados intervalos
    de tiempo.
    Murió en París el 5 de septiembre de
    1857.

    Para dar una respuesta a la revolución
    científica, política e industrial
    de su tiempo, Comte
    ofrecía una reorganización intelectual, moral y
    política del orden social. Adoptar una actitud
    científica era la clave, así lo pensaba, de
    cualquier reconstrucción.

    Aunque rechazaba la creencia en un ser trascendente,
    reconocía Comte el valor de la
    religión, pues contribuía a la estabilidad social.
    En su obra Sistema de Política Positiva (1851-1854;
    1875-1877), propone una religión de la humanidad que
    estimulara una benéfica conducta social.
    La mayor relevancia de Comte, sin embargo, se deriva de su
    influencia en el desarrollo del
    positivismo.

    LA LEY DE LOS TRES
    ESTADOS.

    Según Comte, los conocimientos pasan por tres
    estados teóricos distintos, tanto en el individuo como en
    la especie humana. La ley de los tres estados, fundamento de la
    filosofía positiva, es, a la vez, una teoría del
    conocimiento y una filosofía de la historia. Estos tres estados
    se llaman:

    • Teológico.
    • Metafísico.
    • Positivo.

    Estado Teológico:

    Es ficticio, provisional y preparatorio. En él,
    la mente busca las causas y los principios de las cosas, lo
    más profundo, lejano e inasequible. Hay en él tres
    fases distintas:

    • Fetichismo: en que se personifican las cosas y
      se les atribuye un poder
      mágico o divino.
    • Politeísmo: en que la animación
      es retirada de las cosas materiales
      para trasladarla a una serie de divinidades, cada una de las
      cuales presenta un grupo de
      poderes: las aguas, los ríos, los bosques,
      etc.
    • Monoteísmo: la fase superior, en que
      todos esos poderes divinos quedan reunidos y concentrados en
      uno llamado Dios.

    Teológica: Da explicaciones simples de los
    fenómenos naturales como la lluvia, el trueno, la
    fertilidad o el viento creando dioses para explicarlos (Dios de
    la lluvia, Dios del trueno, etc.).

    En este estado, predomina la imaginación, y
    corresponde a la infancia de la
    humanidad. Es también, la disposición primaria de
    la mente, en la que se vuelve a caer en todas las épocas,
    y solo una lenta evolución puede hacer que el
    espíritu humano de aparte de esta concepción para
    pasar a otra. El papel
    histórico del estado teológico es
    irremplazable.

    Estado Metafísico:

    O estado abstracto, es esencialmente crítico, y
    de transición, Es una etapa intermedia entre el estado
    teológico y el positivo. En el se siguen buscando los
    conocimientos absolutos. La metafísica intenta explicar la
    naturaleza de
    los seres, su esencia, sus causas. Pero para ello no recurren a
    agentes sobrenaturales, sino a entidades abstractas que le
    confieren su nombre de ontología. Las ideas de principio, causa,
    sustancia, esencia, designan algo distinto de las cosas,
    sí bien inherente a ellas, más próximo a
    ellas; la mente que se lanzaba tras lo lejano, se va acercando
    paso a paso a las cosas, y así como en el estado
    anterior que los poderes se resumían en el concepto de Dios,
    aquí es la naturaleza, la
    gran entidad general que lo sustituye; pero esta unidad es
    más débil, tanto mental como socialmente, y el
    carácter del estado metafísico, es
    sobre todo crítico y negativo, de preparación del
    paso al estado positivo; una especie de crisis de
    pubertad en el espíritu humano, antes de llegar a la
    adultes.

    Metafísica: Todo lo que ocurre se debe a fuerzas
    naturales o esencias y se realizan ritos para que pase tal o cual
    cosa (danza de la
    lluvia, sacrificio de un animal, ritos religiosos, etc.) llamando
    así la atención de los dioses. Busca respuesta al
    cómo suceden las cosas.

    Estado Positivo:

    Es real, es definitivo. En él la
    imaginación queda subordinada a la observación. La mente humana se atiene a
    las cosas. El positivismo busca sólo hechos y sus leyes. No causas
    ni principios de las esencias o sustancias. Todo esto es
    inaccesible. El positivismo se atiene a lo positivo, a lo que
    está puesto o dado: es la filosofía del dato. La
    mente, en un largo retroceso, se detiene a al fin ante las cosas.
    Renuncia a lo que es vano intentar conocer, y busca sólo
    las leyes de los
    fenómenos.

    Positiva: El nombre positivo deriva de lo que el ser
    humano hace y crea, no es Dios. Es cuando llega a una estructura
    científica de la mente buscando las causas de los
    fenómenos con la razón a través de la
    experimentación, la observación y la experiencia para descubrir
    las leyes científicas que regulan sus relaciones. Busca
    respuesta al por qué suceden las cosas. La razón es
    considerada como la única fuente de conocimiento
    de la realidad y ésta se expresa en el
    conocimiento científico. Con la razón y las
    ciencias es
    posible el progreso indefinido de la sociedad pero, para que se
    produzca, debe existir el orden social. Para ello es necesario
    evitar todo tipo de conflictos
    sociales.

    EL CARACTER SOCIAL
    DEL ESPIRITU POSITIVO.

    El espíritu positivo tiene que fundar un orden
    social. La constitución de un saber positivo es la
    condición de que haya una autoridad
    social suficiente, y esto refuerza el carácter
    histórico del positivismo.

    Comte, fundador de la Sociología, intenta
    llevar al estado positivo el estudio de la Humanidad colectiva,
    es decir, convertirlo en ciencia positiva. En la sociedad rige
    también, y principalmente, la ley de los tres estados, y
    hay otras tantas etapas, de las cuales, en una domina lo
    militar.

    Comte valora altamente el papel de
    organización que corresponde a la iglesia
    católica; en la época metafísica,
    corresponde la influencia social a los legistas; es la
    época de la irrupción de las clases medias, el paso
    de la sociedad militar a la sociedad económica; es un
    período de transición, crítico y disolvente;
    el protestantismo contribuye a esta disolución. Por
    último, al estado positivo corresponde la época
    industrial, regida por los intereses económicos, y en ella
    se ha de restablecer el orden social, y este ha de fundarse en un
    poder mental y
    social.

    EL POSITIVISMO Y
    LA FILOSOFIA.

    Es aparentemente, una reflexión sobre la ciencia.
    Después de agotadas éstas, no queda un objeto
    independiente para la filosofía, sino ellas mismas; La
    filosofía se convierte en teoría
    de la ciencia. Así, la ciencia positiva adquiere unidad y
    conciencia de
    sí propia. Pero la filosofía, claro es, desaparece;
    y esto es lo que ocurre con el movimiento
    positivo del siglo XIX, que tiene muy poco que ver con la
    filosofía.

    Pero en Comte mismo no es así. Aparte de lo que
    cree hacer hay lo que efectivamente hace. Y hemos visto
    que:

    1. Es una filosofía de la historia (la ley de los
      tres estados).
    2. Una teoría metafísica de la realidad,
      entendida con caracteres tan originales y tan nuevos como el
      ser social, histórica y relativa.
    3. Una disciplina
      filosófica entera, la ciencia de la sociedad; hasta el
      punto de que la sociología, en manos de los
      sociólogos posteriores, no ha llegado nunca a la
      profundidad de visión que alcanzó en su
      fundador.

    Este es, en definitiva, el aspecto más verdadero
    e interesante del positivismo, el que hace que sea realmente, a
    despecho de todas las apariencias y aun de todos los
    positivistas, filosofía.

    EL SENTIDO DEL
    POSITIVISMO.

    Esta ciencia positiva es una disciplina de
    modestia; y esta es su virtud. El saber positivo se atiene
    humildemente a las cosas; se queda ante ellas, sin intervenir,
    sin saltar por encima para lanzarse a falaces juegos de
    ideas; ya no pide causas, sino sólo leyes. Y gracias a
    esta austeridad logra esas leyes; y las posee con
    precisión y con certeza.

    Una y otra vez vuelve Comte, del modo más
    explícito, al problema de la historia, y la reclama como
    dominio propio
    de la filosofía positiva. En esta relación se da el
    carácter histórico de esta filosofía, que
    puede explicar el pasado entero.

     Los estudios sociales, desde una óptica
    positivista… escriben la totalidad de las acciones
    pasadas de los seres humanos partiendo de la observación y
    enumeración de todos los documentos y
    hechos en forma lineal y cronológica. No analizan la
    totalidad ni la cotidianeidad.

    No hay propuestas para seleccionar información ya que todos os hechos son
    singulares e individuales, no busca comprender, sólo
    describir lo sucedido en un orden inalterable y sin
    conexión ni relación entre los hechos de la
    política, la economía, la sociedad
    y las manifestaciones culturales. Todo aparece atomizado,
    desconectado. El
    conocimiento es absolutizado y no permite la
    interdisciplinariedad al presentar la realidad como una
    enunciación taxativa de hechos y cosas.

    No tienen en cuenta la simultaneidad en la evolución de las distintas sociedades.

    Todo se describe basado en un determinismo de tipo
    causal o culturalista, derivado de los enfoques centrados en los
    legados culturales.

    EL POSITIVISMO Y EL
    AVANCE CIENTÍFICO DEL SIGLO XIX

    El positivismo consiste en una epistemología que plantea la naturaleza
    empírica del conocimiento, en una teoría que enlaza
    ese conocimiento al desarrollo intelectual del individuo y de la
    sociedad, y en un plan para aplicar
    los métodos de
    la ciencia al estudio de las relaciones sociales. Intenta
    reemplazar, en nombre del progreso, la religión y la
    metafísica con los procedimientos
    empíricos de la ciencia moderna.

    Se pueden distinguir tres grandes corrientes en el
    positivismo del siglo XIX: el positivismo social, formulado por
    Auguste Comte, en el que se acentúa la naturaleza
    histórica y los fines prácticos del conocimiento;
    el positivismo evolucionista de Herbert Spencer, que afirma un
    patrón universal de transformaciones progresivas en el
    conocimiento, la ciencia y la sociedad; y, finalmente, el
    positivismo de Ernst Mach, que minimiza el componente social y
    propone una reducción sistemática de los conceptos
    científicos a las sensaciones.

     En sus fundadores y en sus seguidores, el
    positivismo se presenta como la exaltación
    romántica de la ciencia, comoinfinitización,
    como pretensión de servir como única
    religión auténtica y, por tanto, como único
    fundamento posible de la vida humana individual y social. El
    positivismo acompaña y provoca el nacimiento y la
    afirmación de la
    organización técnico industrial de la sociedad,
    fundada y condicionada por la ciencia. Expresa las esperanzas,
    los ideales y la exaltación optimista, que han provocado y
    acompañado esta fase de la sociedad moderna. El hombre ha
    creído en esta época haber hallado en la ciencia la
    garantía infalible de su propio destino. Por esto ha
    rechazado, por inútil y supersticiosa, toda
    alegación sobrenatural y ha puesto lo infinito en la
    ciencia, encerrando en las formas de la misma la moral, la
    religión, la política, la totalidad de su
    existencia.

    El positivismo en sentido estricto corresponde al
    espíritu de la ciencia moderna tal como se la celebraba en
    el siglo XIX. Valora las ciencias cuyo
    estado de desarrollo (la metodología) habría alcanzado el
    estadio positivo: las matemáticas y la física; en medida
    notablemente inferior, la química y la biología, y, por
    último, la sociología o "filosofía social",
    que Comte contribuye a elaborar. Los rasgos distintivos del
    espíritu positivista son las características de las ciencias de la
    naturaleza más desarrolladas a comienzos del
    siglo:

    • Empirismo: la experiencia, la
      observación de los fenómenos intersubjetivamente
      controlables, e fuente de conocimientos objetivos.
      El empirismo
      constituye una actitud
      científica relativamente pasiva, moderadamente abierta
      al experimentalismo, es decir, a la invención, la
      provocación, construcción de experiencias que suponen,
      en general, técnica, mediante una vigorosa
      interacción con la naturaleza;
    • Descriptivismo: el saber positivo es
      fundamentalmente comprobante: una ley sólo es la
      fórmula general de una regularidad natural, pues la
      observación permite comprobar que hasta el presente, un
      acontecimiento o un hecho de tipo y sigue siempre a un
      acontecimiento o un hecho de tipo x. La ciencia positivista no
      pretende tanto explicar los fenómenos naturales (lo que
      implica el recurso a la noción discutible de "causa")
      como describirlos;
    • Abanderamiento antimetafísico: la
      formulación nomológica de regularidades
      fenomenales no va más allá de una hipótesis prudente a propósito de
      lo observable. No da intervención a nociones
      metafísicas relativas a la naturaleza profunda de las
      cosas o a sustancias que estén "detrás" de los
      fenómenos o los hechos observables y ni siquiera a la
      noción de causalidad. El positivismo es nominalista,
      rechaza la hipóstasis de abstracción o de
      entidades no observables empíricamente;
    • Relativismo: no se puede extrapolar (o, en
      todo caso, sólo con gran prudencia y a modo de
      hipótesis), ni
      mucho menos absolutizar. Nada permite afirmar que en el futuro
      se verificarán las regularidades naturales que se ha
      comprobado hasta ahora, ni que las leyes astronómicas
      que se han enunciado a partir de la observación del
      sistema
      solar sean válidas más allá de
      éste;
    • Pragmatismo: «Saber para poder con el
      fin de proveer». El valor del
      saber científico, positivo, consiste en su eficacia y en
      su utilidad
      social. Las "creencias científicas", aun cuando, en
      términos absolutos, no sean más verdaderas que
      las otras (en el sentido de conformidad a la naturaleza
      profunda de las cosas), son, por el momento, las mejores en lo
      que concierne a la supervivencia y a la organización de la vida de los hombres en
      sociedad;
    • Consensualismo: la organización social
      y el mejoramiento de las condiciones de existencia exigen la
      paz. Ahora bien, las ciencias que han llegado al estado
      positivo se caracterizan por un método
      no violento para regular los conflictos
      de opinión que, en la mentalidad religiosa y
      metafísica, son interminables o se dirimen de manera
      dogmática y hasta con violencia
      física.
      El espíritu positivo permite regular los diferendos de
      manera pacífica y consensuada por todos los que aceptan
      someterse a la regla de la observación empírica,
      objetiva, es decir, repetible y compartida. Lo que ha de poner
      fin a las discusiones es la comprobación de los hechos y
      no la ley del más fuerte ni del más hábil.
      Ese consensualismo pacífico es un modelo para
      regular los conflictos entre los seres humanos, sean los que
      fueren;
    • Estatismo: es mitigado y se refiere sobre todo
      a las ciencias que han llegado al estado positivo, para las
      cuales Comte no espera ya ninguna revolución. Estas ciencias se contentan
      con acrecentar o precisar un corpus de leyes del que ya se ha
      adquirido lo esencial. Por tanto, todas las transformaciones
      profundas que ocurran en matemáticas, en lógica o en física quedan al
      margen de la perspectiva del positivismo. Su concepción
      de la ciencia positiva es cerrada, doctrinaria: sólo
      requiere una exposición sistemática en un
      tratado enciclopédico. Únicamente algunas
      ciencias –como la biología o la
      sociología– tienen todavía mucho que
      evolucionar hacia el estado positivo, que es el estado superior
      o adulto final.

    Saint-Simon

    La idea fundamental de Saint-Simon es la de la historia
    como un progreso necesario y continuo. «Todas las cosas que
    han sucedido y todas las que sucederán forman una sola y
    misma serie, cuyos primeros términos constituyen el
    pasado, y los últimos el futuro». La historia
    está regida por una ley general que determina la
    sucesión de épocas críticas y
    épocas orgánicas. La época
    orgánica es la que descansa sobre un sistema de
    creencias bien establecido, se desarrolla de conformidad con
    él y progresa dentro de los límites
    por él establecidos. En un cierto momento, este mismo
    progreso hace cambiar la idea central sobre la cual la
    época estaba anclada y determina así el comienzo de
    una época crítica.

    En la organización social fundada en la
    filosofía positiva dominará un nuevo poder
    espiritual y un nuevo poder temporal. El nuevo poder espiritual
    será el de los científicos, o sea, el de los
    hombres "que pueden predecir el mayor número de cosas". La
    ciencia ha nacido como capacidad de previsión; y la
    verificación de una predicción es lo que da al
    hombre la
    reputación de científico. La
    administración de los asuntos temporales será
    confiada a los industriales, a los "emprendedores de trabajos
    pacíficos, que darán ocupación al mayor
    número de individuos". «Esta administración, por efecto directo del
    interés
    personal de
    los administradores, se ocupará, en primer lugar, de
    mantener la paz entre las naciones y, en segundo lugar, de
    disminuir lo más posible el impuesto, de
    manera que se empleen los productos del
    modo más ventajoso para la comunidad»

    Comte

    Fundamental al positivismo comteano es la
    aserción metodológica de que el conocimiento
    positivo se debe derivar estrictamente de la experiencia: se
    observan los fenómenos, lo dado en las sensaciones; se
    notan sus relaciones de semejanza y sucesión; se
    identifican grupos uniformes,
    estables y duplicables de fenómenos (los hechos); se
    analizan las circunstancias en que se producen y, considerados
    como objetos de leyes invariantes, se suman al resto del
    conocimiento organizado que llamamos ciencia. Estos datos de la
    observación, una vez incorporados a la ciencia, ya sea
    como hechos, ya como principios o leyes empíricas, se
    reexaminan a la búsqueda de semejanzas y sucesiones de
    mayor generalidad y se reducen al menor número de leyes
    posibles.

    Nuestro arte de observar
    se compone, en general, de tres procedimientos
    diferentes: 1) observación propiamente dicha, o sea,
    examen directo del fenómeno tal como se presenta
    naturalmente; 2) experimentación, o sea,
    contemplación del fenómeno más o menos
    modificado por circunstancias artificiales que intercalamos
    expresamente buscando una exploración más perfecta,
    y 3) comparación, o sea, la consideración gradual
    de una serie de casos análogos en que el fenómeno
    se vaya simplificando cada vez más (Comte, Curso de
    filosofía positiva, I, 99).

    El modelo es la
    ciencia inductiva; el propósito, comprender la naturaleza
    y los límites
    del conocimiento, a fin de pronosticar y proceder eficazmente:
    "Ver para prever; prever para actuar".

    Advierte que, al estudiar la naturaleza, el investigador
    no comienza a observar con la mente en blanco, como creía
    Locke, sino que tiene que hacer varias suposiciones necesarias y
    fundamentales. Estas suposiciones especifican en qué
    consiste la experiencia, qué son los hechos, cómo
    se pueden concebir, y hasta cómo se deben percibir. Son
    necesarias, pues sin ellas no es posible concebir siquiera la
    investigación misma, y fundamentales porque
    indican cómo obtener conocimientos que llegarán a
    ser ciencia. Son estrictamente reglas metodológicas que
    impropiamente interpretadas crean mitologías y
    metafísicas, pero que bien aplicadas indican cómo
    observar, sin dictar los resultados ni afirmar
    verdades.

    LA
    FILOSOFÍA COMO MODO DE SABER POSITIVO

    El nombre de filosofía designa "el sistema
    general de las concepciones humanas". Pero esta filosofía
    ha de ser positiva, y este adjetivo designa

    ¿Qué es un saber positivo? El saber
    positivo es un saber que responde a un principio fundamental:
    nada tiene sentido real e inteligible si no es la
    enunciación de un hecho o no se reduce en última
    instancia al enunciado de un hecho. El vocablo "positivo" tiene,
    según Comte, al menos seis acepciones:

    1. Se entiende por positivo lo real por oposición
    a lo quimérico

    2. Algo es positivo cuando es útil

    3. Algo es positivo cuando es cierto y no
    indeciso

    4. Un conocimiento es positivo cuando realmente es un
    conocimiento preciso, riguroso y estricto

    5. Es positivo lo que se opone a lo negativo

    6. Es positivo aquello que es constatable por
    oposición a aquello que es inconstatable.

    Es el último carácter el que resume a los
    otros cinco y, por tanto, la positividad se resume en
    constatabilidad. ¿Qué es la constatabilidad?,
    ¿Qué es, por tanto, la positividad?

    1. La positividad se halla constituida por ser un
      carácter que afecta a las cosas en tanto que, en una o
      en otra forma, se nos manifiestan. Manifestarse se dice
      fenómeno
    2. Estos fenómenos son algo con que el hombre se
      encuentra. En cuanto encontrados en su condición de
      fenómenos, las cosas son algo que está
      ahí.
    3. Estas cosas, así puestas como
      fenómenos, han de poder encontrarse de una manera
      sumamente precisa: solamente en cuanto observables. No se trata
      de ir por detrás de los fenómenos a aquello que
      se manifiesta en ellos, sino de tomar el fenómeno puesto
      ahí en y por sí mismo. Algo es positivo solamente
      en la medida en que es observable.
    4. Es necesario, además, que el observable sea
      verificable para cualquiera.

    La unidad de estos cuatro caracteres es lo que llamamos
    un hecho.

    1. Si estos hechos han de servir para un saber positivo,
      es necesario que sean observados y verificados con
      máxima precisión y rigor. Sólo entonces
      adquieren su cualidad decisiva: la objetividad. Hecho es
      hecho objetivo. Y
      como el medio para lograr esta objetividad es el método
      científico, resulta que los hechos son los hechos
      científicos.

    Las leyes son fenómenos de invariabilidad de
    presentación; no nos dicen por qué, sino
    cómo ocurren los hechos. La ley es en sí misma un
    fenómeno. Cada ley no es sino un caso particular de una
    ley general: el fenómeno de la invariabilidad del orden,
    según el cual se presentan los hechos, la ley de
    invariabilidad de las leyes de la naturaleza.

    El objeto de la filosofía es el hecho en cuanto
    tal.

    La filosofía concebida positivamente tiene
    ciertas ventajas; entre ellas están: 1) es la única
    manera de poner orden en el conjunto tan vario de los hechos y de
    los pensamientos en que aquellos son entendidos; 2) es el
    único medio de zanjar, de una vez para todas, las
    querellas inútiles en que se ha perdido la
    filosofía anterior; 3) la filosofía positiva es
    constitutivamente progresiva; es decir, el progreso de cada
    ciencia no es sólo algo que efectivamente se da, sino que
    es un momento constitutivo de la ciencia en cuanto tal, gracias
    justamente a su positividad; toda ciencia es por razón
    propia una progresiva aproximación a los hechos cada vez
    más precisamente estudiados.

    LA POLÍTICA
    POSITIVISTA

    Comte había estado perpetuamente preocupado por
    un problema que fascinó a muchos autores del siglo XIX: la
    Revolución había inaugurado una nueva era en la
    política, la del individuo soberano, portador de derechos y fuente
    última de la legitimidad política; pero, al
    hacerlo, había destruido los anteriores fundamentos del
    vínculo social, dejando en su lugar una sociedad amenazada
    por la inconsistencia, e incluso destinada al desorden
    institucional y social. En gran medida, la interrogación
    de Comte se sumaba a la de Benjamín Constant, a la de
    Tocqueville, o a la, un poco más tardía, de John
    Stuart Mill: la violencia
    revolucionaria, la inestabilidad crónica de las instituciones,
    son sólo los síntomas de un problema recurrente, el
    del vínculo que une al individuo con el cuerpo
    social.

    El objetivo de
    Comte es concebir de otra forma las condiciones de la
    vinculación del hombre moderno, individualista, al cuerpo
    social; dar una base a la legitimidad de un poder que, a la vez,
    respete los nuevos principios y garantice la coherencia de la
    sociedad.

    Su tentativa puede resumirse en la búsqueda de
    una forma de asentar en una historia científica una
    política reorganizadora. El fundamento de este proyecto
    está sin duda en la convicción de que las ciencias
    llamadas exactas proporcionan el modelo de un positivismo
    universal, mientras que la política se halla
    todavía en una fase precientífica que exige una
    urgente superación. El pensamiento
    político se apoya entonces sobre la ciencia por partida
    doble: en una teorización de la historia, Comte demuestra
    a la vez los irresueltos problemas del
    presente y las soluciones, y
    queriendo "hacer que la política entre en la edad
    positiva", produce una especie de epistemología que debe fundamentar una
    práctica. A partir de una homologación entre las
    etapas del desarrollo del individuo y las de la humanidad, Comte
    distingue tres edades que llama respectivamente teológica,
    metafísica y positiva.

    Primera fase del desarrollo de la inteligencia,
    primera edad de la humanidad, la edad teológica es aquella
    en la que reina lo sobrenatural y, en la política, "la
    doctrina de los reyes", que basa en el derecho divino las
    relaciones sociales y el orden político. Esta edad termina
    con la Revolución
    Francesa, que ve el triunfo de un pensamiento político
    abstracto (el de los derechos individuales, del
    contrato
    …), característico de la edad metafísica: a
    los principios sobrenaturales los sustituyen entidades
    abstractas, el derecho y los derechos, que se convierten en el
    medio para una crítica incesante de las instituciones,
    en nombre de una idea general del hombre. Pero este estado es
    solamente "bastardo", es decir intermedio, y ha de ser superado
    por la última etapa de todo desarrollo, el estado
    científico. Aquí ya no hay nada sobrenatural ni
    tampoco hay entidades metafísicas (el hombre, el contrato, los
    derechos), sino realidades, una política fundada en la
    observación científica, que descubre constantes,
    plantea leyes y describe la organización única y
    necesaria de la sociedad. Pensar la política en el
    presente equivale pues, para Comte, a realizar a partir de esta
    historia una doble tarea: criticar las concepciones comunes, en
    cuanto expresiones que son de un pensamiento metafísico
    surgido de la Revolución y del siglo XVIII, y colocar las
    bases del futuro describiendo las contradicciones de una
    política positiva.

    Una vez reconocido que sólo la filosofía
    positiva, como física social, puede "presidir realmente
    hoy la reorganización final de las sociedades
    modernas", Comte define una exigencia de método en tres
    proposiciones. Su doctrina política y social tiene que
    estar en "perfecta coherencia con el conjunto de sus
    aplicaciones", tiende hacia la unidad bajo la ley de las
    "necesidades sociales", y realizará por fin la
    unión del pasado y del presente haciendo "salir a la
    luz la
    uniformidad fundamental de la vida colectiva de la
    humanidad".

    Unidad, coherencia, uniformidad, estos parecen ser
    finalmente los conceptos fundamentales del pensamiento
    político de Comte. La revolución metafísica,
    dice substancialmente Comte, descansa en dos "dogmas", la
    igualdad y la
    libertad,
    dogmas positivos en cuanto han servido para destruir las bases de
    la doctrina de los reyes y así realizar un progreso, pero
    que luego se han hecho negativos, ya que al servir de punto de
    apoyo a un pensamiento sistemático "crítico",
    impiden toda reorganización.

    Habiendo sido sucesivamente el orden y el progreso los
    factores de la evolución de la sociedad, no lo han hecho
    nunca cooperando sino combatiendo entre sí; es por lo
    tanto imprescindible recuperar el principio de orden de la
    doctrina "orgánica" y el de progreso de la doctrina
    "progresista", pero depurando ambas nociones de sus escorias,
    sobrenaturales en un caso y metafísica en el otro. Frente
    a tal proceso
    radical, el pensamiento "estacionario" del liberalismo
    ignora la necesidad de un "poder espiritual" que garantice la
    unidad de la sociedad, mientras que, por temor a las
    utopías, pretende congelar la evolución social en
    un estado que no puede ser sino transitorio. Pero, además,
    el liberalismo se
    basa por entero en una concepción de la libertad como
    dogma, concepción que para Comte no se puede
    mantener.

    No existe la libertad de conciencia en
    astronomía, en física, en química, e incluso en
    fisiología, hasta el punto de que todo el
    mundo encuentra absurdo no creer en los principios que han sido
    establecidos para estas ciencias por hombres competentes. El que
    en política no suceda lo mismo, es únicamente
    debido a que los viejos principios han caído y los nuevos
    no se han formado aún, y por eso en este intervalo no
    puede hablarse de principios establecidos.

    Comte destruye así la doctrina de la libertad
    basada en la autonomía del individuo, y el
    antiindivualismo le lleva a ciertas posiciones muy lógicas
    desde su punto de vista. En primer lugar un
    anticonstitucionalismo radical: las operaciones
    constituyentes, dice, no han hecho sino "trozar" los viejos
    poderes al "organizar entre ellos a unos antagonismos ficticios y
    complicados", sin cambiar lo esencial, "la naturaleza general del
    antiguo régimen". Cambio que
    desde luego no podrá conseguirse con el principio de la
    soberanía del pueblo, que no es más
    que una expresión vacía, como lo es la palabra
    derecho. Esta, dice Comte, debiera ser "apartada del verdadero
    lenguaje
    político, como la palabra causa del auténtico
    lenguaje
    filosófico". El liberalismo político está
    basado en un individualismo que hace de la libertad el valor
    primero y que no consigue encontrar una solución al
    problema del vínculo social, de la cohesión de la
    sociedad en un período de crisis. Comte ve en él
    una doctrina "crítica", sobre la que no se podrá
    construir nada estable, y, para responder al problema de la
    cohesión social, desplaza el análisis del individuo a lo social y trata
    de pensar de nuevo lo político desde el punto de vista de
    la sociedad y por la sociedad, suprimiendo el de la
    autonomía del hombre. La libertad ya no es la
    libertad-autonomía liberal, la libertad de criticar, de
    pensar, de experimentar, pues sólo tiene sentido en el
    "desarrollo gradual de las facultades humanas", en la
    "sumisión racional a la sola preponderancia,
    convenientemente comprobada, de las leyes fundamentales de la
    naturaleza". La política entonces no es sino
    sumisión a "invariables leyes naturales", debe estar
    apoyada en una educación
    positivista, confiada a ese poder esencial para una sociedad
    moderna que es el "poder espiritual", que por medio de un
    "sistema universal de educación" debe dar
    relieve al
    "ascendiente social".

    El comtismo político es extremadamente ambiguo:
    Comte planteó con fuerza el
    problema con el que se enfrenta todo pensamiento político
    del siglo XIX; es decir, cómo contrarrestar la
    disolución del vínculo social producida por el
    individualismo cuando emergen nuevas capas sociales, pero su
    solución pasaba por la negación de los principios
    modernos del humanismo. Toda
    la operación republicana consistirá en eliminar
    esta ambigüedad, efectuando la síntesis
    paradójica del ideal científico del comtismo y del
    pensamiento del derecho marginado por éste. Littré
    conservará de Comte una sensibilidad en los límites
    de la inestabilidad, e incluso de la anarquía, de las
    "edades intermedias", aquellas en las que un viejo orden ha sido
    abolido y el nuevo trata de nacer, que se fundamenta en una
    articulación clara de una concepción del
    vínculo social y una teoría de lo político.
    A partir de este momento, tanto para él como para Comte,
    debe reintroducirse un principio de orden. Para Littré el
    gobierno
    representativo no es algo vano y la libertad individual no es un
    falso principio.

    "Los dos intereses que predominan al presente en la
    sociedad europea son la libertad y el socialismo; la
    libertad sin la cual el hombre moderno considera incompleta su
    existencia y se siente, como decía el romano, deminutus
    capite
    ; el socialismo como
    aspiración de las clases populares hacia la plenitud de la
    vida social. Poco importa cómo pueden satisfacerse estos
    dos intereses con tal de que lo sean. Pero ambos implican la
    libertad de discusión, y la experiencia se encarga de
    comprobar diariamente que la discusión no es efectiva sino
    en los gobiernos representativos. Comte pretendía
    sustituirlos por la dictadura,
    pero nadie podrá jamás unir la dictadura con
    la libertad de discusión". Littré rechaza toda
    voluntad de sistema, toda idea de un voluntarismo dirigido a
    reconstruir a toda costa una unidad, y prefiere apostar por unas
    instituciones libres.

    Los republicanos se convencieron pronto de que la
    política debía ser experimental. Esto significa dos
    cosas: el rechazo de los dos dogmas antagonistas, el de la
    restauración y el de la revolución, que en realidad
    pretendían detener el movimiento profundo de una sociedad
    dividida con soluciones tan
    radicales como peligrosas para dichos conflictos, pero
    también la preocupación por tener en cuenta lo que
    es, por ejemplo para Littré, esencial: el tiempo.
    Aquí el pensamiento republicano es realmente un
    pensamiento de conflicto:
    consciente de su existencia, rechaza toda solución
    apriorística, pero trata de hallar, teniendo en cuenta la
    duración, soluciones armoniosas, porque respetan la
    complejidad de lo real. "La república, escribe
    Littré, es el régimen que mejor permite que el
    tiempo conserve su justa preponderancia". No se trata de
    valorizar la tradición por sí misma en contra de
    cualquier voluntarismo político; los republicanos no
    conciben el futuro de las sociedades como la realización
    de un plan de la
    Providencia, y no esperan nada de lo que Chateaubriand llama "la
    lenta conspiración de las edades", sin embargo quieren que
    el tiempo cumpla su papel, apostando que la verdad
    terminará por ganar la partida sin que haga falta
    imponerla por la fuerza, y que
    los conflictos perderán agudeza, sin que sea necesario
    extinguirles construyendo una unidad por la fuerza.

    Es precisamente por eso por lo que la República
    debe ser conservadora: no en el sentido de los "conservadores"
    partidarios del inmovilismo e incluso del regreso al orden
    antiguo, sino para no dañar el tejido social, para
    eliminar la solución violenta de los conflictos. "Dos
    categorías de hombres trabajan para evitar el peligro: por
    un lado, los republicanos, que tratan de llevar el partido
    revolucionario al campo de la discusión y de la legalidad;
    por el otro, los conservadores, que aceptan el régimen
    republicano y son garantía del orden."

    Así se abre la posibilidad de una política
    que será "oportunista" al menos por tres razones. Porque
    es el único medio de respetar el tiempo, que es lo
    único que puede reconciliar el orden necesario del lado de
    lo social y el progreso, horizonte de una filosofía y una
    política. Pero también porque los republicanos
    piensan que lo provisional es lo único que puede erradicar
    los fantasmas de la violencia e instalar lo definitivo; en esta
    dialéctica, Littré destaca que resulta imposible
    imponer por la fuera lo deseable, pues eso es algo que
    sólo se puede conseguir por la discusión, por la
    libertad practicada. Por último, la política
    republicana es oportunista porque se basa en la
    "transacción". En política, para reunir las fuerzas
    suficientes para instalar un régimen que no puede ser
    más que parlamentario para dar una forma a la publicidad. En
    materia
    social, porque esta forma de régimen no cierra el paso a
    ninguna posibilidad, sin que sea necesario imponer nada, sino
    sólo convencer.

    El concepto de Humanidad no es un concepto
    biológico, sino un concepto histórico, fundado en
    la identificación romántica de tradición e
    historicidad. La Humanidad es la tradición ininterrumpida
    y continua del género
    humano, tradición condicionada por la continuidad
    biológica de su desarrollo, pero que incluye todos los
    elementos de la cultural y de la civilización del género
    humano. La Humanidad no es más que la tradición
    divinizada; una tradición que comprende todos los
    elementos objetivos y
    subjetivos, naturales y espirituales, que constituyen el
    hombre.

    Así entendida, implica, en primer lugar, la idea
    del progreso. El progreso es "el desarrollo del orden". El
    concepto del mismo fue establecido en la Revolución
    Francesa. Pero tal concepto no hubiese podido completarse de
    no haberse antes hecho justicia a la
    Edad Media,
    por la que la Edad Antigua y la Edad Moderna
    están, al mismo tiempo, separadas y unidas. La tendencia
    final de toda vida animal consiste en formar un Gran Ser,
    más o menos análogo a la Humanidad. Esta
    disposición común no podía, con todo,
    prevalecer más que en una sola especie animal; por esto,
    toda especie animal fuera del hombre es "un Gran Ser más o
    menos abortado".

    JOHN STUART
    MILL

    La lógica:

    Para el positivismo de Stuart Mill, el recurso a los
    hechos es continuo e incesante, y no es posible ninguna
    dogmatización de los resultados de la ciencia. La
    lógica tiene como fin principal abrir brecha en
    todo absolutismo de
    la creencia y preferir toda verdad, principio o
    demostración a la validez de sus bases
    empíricas.

    En la Introducción de la Lógica,
    Mill se desembaraza de todas las cuestiones metafísicas
    que, según afirma, caen fuera del dominio de esta
    ciencia, en cuanto es la ciencia de la prueba y de la
    evidencia.

    Está generalmente admitido que la existencia de
    la materia o del
    espíritu, del espacio o del tiempo, no es por naturaleza
    susceptible de ser demostrada, y que si hay algún
    conocimiento de ella, debe ser por intuición inmediata.
    Pero una "intuición inmediata" que caiga fuera de toda
    posibilidad de investigación y de razonamiento está
    privada de significación filosófica. Al lado de la
    eliminación de toda realidad metafísica está
    la eliminación de todo fundamento metafísico o
    trascendente o, en general, no empírico de las verdades y
    de los principios universales. Todas las verdades son
    empíricas: la única justificación del "esto
    será" es el "esto ha sido". Las llamadas proposiciones
    esenciales son puramente verbales: afirman de una cosa indicada
    con un nombre sólo lo que es afirmado por el hecho de
    llamarla con este nombre. Son, por tanto, fruto de una pura
    convención lingüística y o dicen absolutamente
    nada real sobre la cosa misma. Lo que llamamos axiomas son
    verdades originariamente sugeridas por la observación.
    Tales axiomas no tienen un origen diferente de todo el resto de
    nuestros conocimientos: su origen es la experiencia.

    HERBERT
    Spencer

    Spencer ofrece una visión evolucionista de la
    realidad que, como la ley de los tres estados, tiene
    también consecuencias políticas
    y sociales. A pesar de sus protestas, no deja Spencer de ser
    positivista, pues basa el conocimiento en el desarrollo
    intelectual de la humanidad, busca construir la ciencia y la
    filosofía sobre una base empírica, rechaza la
    metafísica y ofrece la ciencia social como el único
    vehículo capaz de estudiar la sociedad.

    Spencer toma la condición biológica de la
    humanidad como dato concreto,
    innegable y esencial: el individuo y la sociedad son organismos
    que, para sobrevivir, están en transacción
    constante con el ambiente; todo
    órgano y toda acción son instrumentos de
    supervivencia –la experiencia del pensamiento y los
    razonamientos adquieren su valor al incrementar las oportunidades
    para sobrevivir–. Este proceso
    biológico es tanto un modelo filosófico como una
    realidad fundamental.

    Según Spencer, el conocimiento surge de la
    experiencia. Esta última es fenoménica y accesible
    a la observación. Fuera de nuestro control o deseos,
    responde a algo terco, intransigente, que sentimos como externo y
    que llamamos la realidad. Dividimos la experiencia en dos
    categorías epistemológicas: lo cognoscible y
    lo incognoscible. Dentro de la primera cae lo conocido y
    lo que se puede conocer –la experiencia misma–. De
    ella brota y a ella está limitado el conocimiento: se
    observan los fenómenos, se descubren sus relaciones, se
    conectan con inducciones que al repetirse y acumularse en
    la memoria
    resultan en el saber que llamamos sentido común y que nos
    permite sobrevivir. El razonamiento –otra habilidad
    adquirida por el organismo para sobrevivir– consiste en
    conectar conceptos derivados de la experiencia por medio de
    procedimientos aprendidos y aprobados por la experiencia
    misma.

    La segunda categoría es lo incognoscible, lo que
    no se puede concebir o experimentar. En ella cae lo que
    está detrás de la experiencia, los objetos
    tradicionales de la metafísica y la religión: la
    realidad, la naturaleza absoluta de las cosas, el origen del
    universo,
    Dios, la conciencia, el tiempo y el espacio, la materia y el
    movimiento, etc. Según Spencer, el razonamiento, por
    trabajar sólo con conceptos empíricos, no puede
    formular ninguna concepción de estos absolutos. Al afirmar
    proposiciones sobre los incognoscibles, el razonamiento crea
    contradicciones, antinomias o suposiciones inauditas e
    inconcebibles. Por lo tanto, la metafísica no es posible,
    es pura palabrería porque se engendra de la
    aplicación errónea a lo incognoscible de los
    procedimientos racionales usados para comprender lo cognoscible.
    El error de la metafísica es suponer que los
    incognoscibles tienen referencias como las tienen los
    cognoscibles; creer que lo que se piensa tiene que existir
    más allá del pensamiento.

    Una vez aclarada esta distinción
    epistemológica, Spencer define la filosofía como un
    conocimiento completamente unificado y coherente. Su objeto es
    establecer no sólo las conexiones simples entre los
    datos sino
    también una concepción unitaria del por qué
    de las cosas. Representa el conocimiento más general de la
    realidad: «El sentido común es el nivel más
    bajo del conocimiento no-unificado; la ciencia es el
    conocimiento parcialmente unificado; la filosofía
    es el conocimiento totalmente unificado». La
    filosofía comienza con las generalizaciones más
    amplias de las ciencias particulares que se sistematizan y se
    asocian para formar conceptos aun más generales, hasta
    llegar a una unificación total del conocimiento bajo
    primeros principios, «las proposiciones más
    generales de la experiencia, no inferibles de ninguna más
    profunda y probadas al demostrarse una congruencia completa entre
    las conclusiones que implican». La filosofía es,
    entonces, una superciencia, un depósito de verdades
    inductiva de gran generalidad que expresan las reglas que
    unifican el conocimiento y las condiciones en que se produce la
    experiencia.

    La ley de la evolución tiene, para Spencer, una
    aplicación universal. Afirma que los organismos

    EL POSITIVISMO
    CIENTÍFICO DE MACH

    Congruente con el positivismo clásico, Mach
    reafirma que la ciencia describe y predice las relaciones
    observables entre los fenómenos; que sus métodos no
    son los apodícticos de la lógica y las
    matemáticas, sino los de experimentación y
    verificación; y que su objeto es dar una descripción completa y económica de
    la realidad. La economía se logra al
    "reemplazar o salvar las apariencias por medio de la reproducción y anticipación de los
    hechos en el pensamiento. La memoria
    está más a mano que la experiencia, y
    frecuentemente sirve los mismos fines". La ciencia economiza al
    sustituir las experiencias científicas con los conceptos y
    leyes que la representan, facilitando el cálculo y
    librando a la mente de labores excesivas. La ciencia es,
    además, instrumental y utilitaria –es un instrumento
    para controlar la naturaleza a beneficio del que la
    estudia–. Por eso, tiene primero que liberarse de todo
    aquello que impida su misión
    –de conceptos metafísicos, teológicos o
    inútiles– con un programa
    metodológico que permita derivar estrictamente el
    conocimiento de la observación.

    Para Mach, las sensaciones son los colores, sabores,
    olores, sonidos, etc., que sentimos. Las llamamos colectivamente
    la experiencia y, al enfocarlas en una dirección, se denominan observación.
    Con ellas se construye la realidad: "el mundo consiste en
    nuestras sensaciones". Para Mach no hay evidencia de que,
    detrás de las sensaciones, exista una realidad que las
    cause. Las sensaciones son, por lo tanto, irrefutables. Los
    errores perceptivos y las ilusiones son, simplemente, malas
    interpretaciones de lo que observamos.

    Este sensacionalismo se traduce en un reductivismo
    conceptual; todo concepto científico tiene significado si
    se puede traducir sin residuo al lenguaje de colores, sonidos,
    etc. Mach ve tres tipos de conceptos científicos: aquellos
    que se pueden reducir directamente a las sensaciones; aquellos
    –como los derivados de las inducciones– cuya
    reducción es indirecta; y los teóricos, donde la
    reducción no es posible. La reducción de los
    primeros conceptos no ofrece dificultades. La de los segundos se
    lleva a cabo siguiendo reglas inductivas similares a las
    establecidas por Mill. Los conceptos que afirman nexos causales
    se reducen a la contigüidad y conjunción constante de
    fenómenos. Las leyes científicas se tratan como
    registros de
    ocurrencias de tipos específicos de sensaciones y
    abstracciones (relaciones generales entre las sensaciones) que
    funcionan como resúmenes de las experiencias pasadas y
    sirven para predecir las futuras.

    El problema está en los conceptos
    teóricos. Éstos son irreductibles a las sensaciones
    y por lo tanto carecen de significado concreto. Mach
    admite que son útiles y que sin ellos la ciencia
    resultaría demasiado estrecha. Su solución es
    tratarlos como conceptos auxiliares, instrumentos de cálculo
    que sirven para facilitar el razonamiento y economizar la labor
    mental, pero que no se refieren a nada y carecen de
    veracidad.

    Al permitirse el uso de lo teórico como
    instrumental, también se permite el uso de lo
    metafísico, siempre y cuando recordemos que los enunciados
    de la metafísica no son verdades sino instrumentos que
    también economizan el razonamiento. Clasifican, ayudan a
    predecir o economizan la labor mental, pero no se refieren a
    ninguna realidad, ni nos comprometen a afirmar su existencia. Las
    sensaciones no presuponen algo externo que las causa en la mente,
    pues lo mental y la mente, tanto como lo corpóreo y el
    cuerpo, carecen de significado como entidades metafísicas.
    Son conceptos auxiliares que ayudan a organizar los datos de la
    experiencia misma.

    LAS MATEMÁTICAS
    EN EL SIGLO XIX

    Las matemáticas del siglo XIX se caracterizan 1)
    por una notable exigencia de rigor, entendiéndolo como una
    explicación de los conceptos de las distintas teorías
    y una determinación de los procedimientos deductivos y
    fundacionales de aquéllas y 2) por una gradual
    eliminación de la evidencia como instrumento de
    fundamentación y de aceptación de los resultados
    matemáticos.

    Weierstrass, Cantor y Dedekind mostraron que la
    teoría de los números reales, junto con todas las
    construcciones que se pueden obtener partiendo de ella proceden
    de manera rigurosa del concepto y de las propiedades de los
    números naturales, con lo que algunos especialistas
    consideraron que el número natural era el material
    originario que podía servir como fundamento de toda la
    matemática. Sin embargo, hubo
    matemáticos que no aceptaron el carácter primitivo
    del número natural, y pensaron que era posible relacionar
    la idea de número natural con algo todavía
    más profundo o más primigenio. De aquí
    surgen dos líneas: 1) Frege, quien quiso relacionar la
    aritmética con la lógica, reduciendo el concepto de
    número natural a una combinación de conceptos
    meramente lógicos; Frege pretendía obtener "las
    leyes más simples del numerar" a través de
    "medios
    puramente lógicos". Nace así el logicismo. 2)
    Cantor, el cual deduce la aritmética a la teoría de
    los conjuntos.

    Por su parte, Boole mostraba la posibilidad de someter a
    un tratamiento calculístico –e.e., algebraico–
    no sólo las magnitudes, sino también entes como las
    proposiciones, las clases, etc. Boole logra traducir a una
    teoría de ecuaciones la
    lógica de términos tradicional y en particular la
    silogísticas, esbozando además una teoría
    algebraica de la lógica de las proposiciones. Boole
    transformó la lógica en "lógica
    simbólica", que venía a configurarse así
    como una rama de la matemática
    que permitía un control riguroso de las demostraciones
    matemáticas. En esto concuerda con Frege, para el cual la
    lógica no es únicamente el fundamento al que se
    remontan a través de la aritmética las diversas
    teorías
    matemáticas, sino también el instrumento que sirve
    para erigir de modo correcto y riguroso el edificio mismo de la
    matemática.

    Yo podría enunciar del modo siguiente el ideal
    de un método rigurosamente científico para los
    matemáticos […] no se puede pretender, porque es
    imposible, que todo se demuestre; pero se puede exigir que
    todas las proposiciones, que se usan sin demostración,
    sean explícitamente enunciadas como tales, para que se
    pueda reconocer con claridad cuáles son las bases en que
    se apoya toda la construcción. Además, hay que
    tratar de reducir al mínimo la cantidad de estas leyes
    originarias, para que se dé la demostración de
    todo lo que se pueda demostrar. Además, y en esto voy
    más allá de Euclides, exijo que se expliciten
    previamente todos los procedimientos deductivos que se
    aplicarán después. En caso contrario, no queda
    satisfecha de un modo seguro la
    primera exigencia (Frege, Fundamentos de la
    aritmética
    ).

    Desde otro ámbito, la construcción de las
    geometrías no euclidianas comportará la
    eliminación de los poderes de la intuición,
    sustituyéndolos por la fundamentación y la
    elaboración de una teoría geométrica: los
    axiomas ya no son verdades evidentes, que garantizan la
    fundamentación del sistema geométrico, sino que se
    reducen a nuevos comienzos, puntos de partida convencionalmente
    elegidos y admitidos, con objeto de llevar a cabo una
    construcción deductiva dela teoría. Ahora bien, si
    se considera que los axiomas son verdaderos, también
    serán verdaderos los teoremas correctamente deducidos de
    tales axiomas, y por lo tanto el sistema queda garantizado. No
    obstante, si, como han demostrado las geometrías no
    euclidianas, los axiomas son meros postulados,
    ¿quién garantizará el sistema? Esta
    cuestión es importante porque en la geometría
    no euclidiana la verdad reside en la no contradictoriedad de la
    teoría. De aquí partirá el programa
    formalista de Hilbert, al cual Gödel dará el golpe de
    gracia.

    CONCLUSION

    Finalmente, creemos que el Positivismo consiste en la
    base que señala la realidad y la tendencia constructiva
    para el aspecto teórico de la doctrina, el positivismo es
    el culto de la humanidad como ser total y simple o singular, las
    cuales tiene un objeto o componente principal, que es la
    filosofía y el gobierno de una sociedad.

    El espíritu positivo tiene que fundar un orden
    social. La constitución de un saber positivo es la
    condición de que haya autoridad
    social suficiente, y esto refuerza el carácter
    histórico del positivismo. Este es, en definitiva, el
    aspecto más verdadero e interesante del positivismo, el
    que hace que sea realmente, a despecho de todas las apariencias y
    aun de todos los positivistas, filosofía.

    Es real, es definitivo. En él la
    imaginación queda subordinada a la observación. La
    mente humana se atiene a las cosas. El positivismo busca
    sólo hechos y sus leyes. No causas ni principios de las
    esencias o sustancias. Todo esto es inaccesible. El positivismo
    se atiene a lo positivo, a lo que está puesto o dado: es
    la filosofía del dato. La mente, en un largo retroceso, se
    detiene al fin ante las cosas. Renuncia a lo que es vano intentar
    conocer, y busca sólo leyes de los
    fenómenos.

    BIBLIOGRAFIA

    Listen.com

    Monografías.com

    Marín Maglio Federico, EL POSTIVSIMO Y LAS
    CIENCIAS SOCIALES, Republica Argentina. Abril
    de 1998.

    www.filosofia.com

     

    Documento cedido por:

    JORGE L. CASTILLO T.

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