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Aprendizaje organizacional y cambio




Enviado por jenebral1



    1. El rumbo del
      cambio
    2. Claves del
      avance

    Probablemente, cada uno de nosotros definiría
    el aprendizaje
    a su manera. Haciendo una interpretación etimológica,
    diríamos que aprender viene a significar "perfeccionarse
    siguiendo un camino". Y esto, en su andadura hacia el futuro, nos
    parece aplicable tanto a los individuos como a las organizaciones.
    La conquista de este futuro, o digamos más sencillamente
    la prosperidad de la
    organización, demanda
    frecuentes y rápidos cambios estructurales,
    técnicos, culturales… Hay quien piensa que el
    cambio
    sólo es bien recibido por un bebé mojado, pero lo
    cierto es que convivimos con él; del cambio
    podríamos igualmente formular, y aun refutar, algunas
    definiciones. Podemos verle como "continuo avance en el aprendizaje de
    la empresa" y,
    por lo tanto, como un perfeccionamiento continuo de la organización. En las empresas, el
    aprendizaje colectivo y el cambio caminan unidos, y juntos
    encaran algunos obstáculos…

    Puestos a definir, también podemos pensar en la
    cultura
    empresarial como "conjunto de creencias y valores
    compartidos por la organización": parece que ya Kuhn dijo
    algo así. Lo cierto es que, para avanzar en el cambio
    aproximándonos a una especie de democratización
    integradora (si, como parece, este fuera el destino),
    habríamos de cuestionar nuestras creencias y renovarlas
    atendiendo a las nuevas realidades. Ya no podríamos creer
    que, en el ejercicio del mando, el poder formal
    sea más eficaz que la autoridad
    moral; ni que
    los jefes estén para pensar y los trabajadores para
    actuar; ni que las mejores ideas sean las del jefe; ni que los
    trabajadores más valiosos sean los más sumisos. Y
    también se habrían de cultivar nuevos valores,
    más allá de proclamarlos en pósteres por los
    pasillos. La creatividad,
    el compromiso, la iniciativa, el espíritu de equipo, la
    integridad o el aprendizaje permanente, parecen valorarse ya
    más que la sumisión, o incluso el cociente
    intelectual. Los expertos, por cierto y bueno es recordarlo, nos
    advierten del peligro de anomia en los procesos de
    cambio cultural, por lo que de dispersión puede
    suponer.

    ¿A qué vienen estas reflexiones? Nos
    quedaremos seguramente en meras reflexiones compartidas, si el
    lector sigue con nosotros; pero digamos ya que lo que nos mueve
    son los obstáculos que las organizaciones enfrentan en su
    desarrollo.
    Unos obstáculos son más visibles que otros, pero el
    tándem cambio-aprendizaje colectivo parece avanzar con el
    freno activado, contra corriente, a contrapelo.

    Hay quien sostiene que la evolución en la creencias y valores dentro
    de la empresa
    comenzó hace unos 40 años, tras las teorías
    de McGregor; pero cabría también mencionar a
    posteriores expertos del management, como Greenleaf, Drucker,
    Peters, Schein, Forrester, Argyris, Schön, Handy, Moss
    Kanter o Senge, por su contribución a los cambios
    culturales. La lista sería, como se puede suponer, muy
    larga, y quizá no deberíamos haber intentado
    iniciarla; pero sí queríamos sugerir que
    detrás de muchos procesos de cambio ha habido altos
    directivos con visión de futuro y con afición a la
    mejor literatura del
    management. En cuestión de ideas modernas,
    cabría incluso remontarse a las primeras décadas
    del siglo XX: nos parece que Mary Parker Follett (1868-1933) fue
    una auténtica profeta del management, en lo
    referido al lado humano de su jánico rostro. (Como se
    sabe, el otro lado del management —el
    científico— también ha evolucionado
    sensiblemente desde Taylor a nuestros
    días, pasando, por ejemplo, por la reingeniería de Champy y
    Hammer).

    Ahora ya, en los albores del siglo XXI, se tiene la
    sensación de que los cambios pretendidos han de ser
    acelerados. Hace tiempo que
    dejamos de escuchar que el pez grande se come al chico; ahora es
    el rápido el que se come al lento. En definitiva, hemos de
    ser más veloces en adoptar, sin reservas, nuevas creencias
    y en cultivar, convencidos, nuevos valores, para llegar a un
    nuevo orden relacional en a empresa, en el que necesitaremos,
    también, nuevas habilidades personales. Por ejemplo, una
    pretendida mayor participación de las personas pasa por
    las denominadas competencias
    conversacionales (aquello de las técnicas
    de alegación e indagación —y más
    cosas—, de que nos hablan Senge, Stata, Echeverría,
    Walden…).

    El rumbo del
    cambio

    Dejando a un lado los cambios técnicos y
    funcionales, es verdad que los procesos de cambio cultural han
    arrancado de un punto de partida conocido y que se tenían
    identificados los primeros pasos a dar, en sintonía con
    los postulados del management moderno (integración de las personas en el proyecto de
    empresa, trabajo en
    equipo, empowerment, aprendizaje permanente, mejora
    continua, innovación, orientación al cliente, etc.);
    pero probablemente no se tenía una precisa visión
    del destino final, porque buena parte del camino se hace al andar
    y no está mal recordar aquí lo de los
    servomecanismos. Obviamente, se pretendía obtener un mejor
    rendimiento del capital
    intelectual y emocional de las personas, pero aquí
    sigue habiendo tarea pendiente. Parece haberse puesto en
    énfasis más en la eficacia que en
    el disfrute por el desempeño, siendo que quizá lo
    deseable es la sinergia entre
    ambas cosas. Por ejemplo, vemos cursos con títulos como
    "Reuniones eficaces", "Negociaciones con éxito",
    etc., pero no vemos muchas acciones
    formativas orientadas a impulsar la interacción realimentadora entre el
    rendimiento y la calidad de
    vida en el
    trabajo.

    No es que se hayan dado palos de ciego, pero se ha de
    reconocer que los cambios culturales supuestamente pretendidos no
    se han terminado de materializar. Si se apuntaba a una
    horizontalización de la empresa al estilo de
    Ricardo Semler o, más recientemente, al de empresarios
    como Howard Schultz, lo cierto es que la autocracia sigue
    bastante presente. Si el objetivo era
    la excelencia postulada por Peters y Waterman, queda camino por
    recorrer. Si se apuntaba al espíritu de la denominada
    learning organization que popularizó Senge, las
    empresas —sobre todo las de mayor tamaño—
    siguen adoleciendo de cierta torpeza. Si se apuntaba a la
    competitividad
    individual, siguen imponiéndose valores de ayer:
    sumisión, complicidad, etc. Quizá se
    pretendía una dosis de todo esto, y de otras cosas, para
    que, básicamente, nos desenvolviéramos en
    organizaciones caracterizadas por atributos como los recogidos a
    continuación.

    En lo cultural, la organización próspera
    ha de:

    • Ser bien consciente de sus fortalezas y
      debilidades.
    • Reducir el politiqueo.
    • Actuar con eficacia, incluso en situaciones
      especialmente difíciles.
    • Generar disfrute y satisfacción profesional en
      sus personas.
    • Aprovechar todo el capital humano
      disponible.
    • Recuperar dosis perdidas de autotelia y
      vocación profesional.
    • Buscar nuevas oportunidades y perseguir metas
      compartidas.
    • Abrirse a la realidad interior y exterior, guste o
      no.
    • Comprender el comportamiento del entorno operativo (clientes,
      proveedores…).
    • Poseer una estructura
      funcional flexible.
    • Practicar el savoring, sin incurrir en la
      complacencia.
    • Disfrutar una fluida y eficaz comunicación interna y
      externa.
    • Distribuir el poder de forma que las decisiones se
      tomen en el nivel más idóneo.
    • Ser sensible a las expectativas de los
      clientes.
    • Ser sensible a la dignidad
      personal y
      profesional de sus recursos
      humanos.
    • Perseguir la mejora permanente y la
      innovación.
    • Aproximar posiciones entre el "nosotros" y el
      "ellos".
    • Favorecer un clima de
      confianza y sinérgica colaboración.
    • Dirigir personas mediante el liderazgo y
      la autoridad moral.
    • Atender al aprendizaje colectivo y la inteligencia
      de la organización.
    • Conciliar los intereses personales con los
      colectivos.
    • Situar a las personas en su zona de alto rendimiento
      y flujo.
    • Prevenir el mobbing y las desalineaciones de
      esfuerzos.
    • Impulsar la ética
      corporativa y la integridad de las personas.

    Claves del
    avance

    Siendo, desde luego, conscientes de la importancia de
    las habilidades técnicas y de los conocimientos en la
    mejor o peor denominada "era del conocimiento"
    (agotada la era agrícola y en declive la industrial), cabe
    empero detenerse a hablar de las habilidades y fortalezas
    personales que, bien desarrolladas, propician las
    características recogidas anteriormente y, por lo tanto,
    el avance en el cambio cultural emprendido y el consiguiente
    desarrollo
    organizacional.

    Vamos a ir a parar —porque nos parece que merecen
    más atención de la que reciben, y porque ya lo
    habíamos anunciado— a un grupo de
    competencias conversacionales que, en realidad,
    ubicaríamos en un solape entre las cognitivas y las
    emocionales y aplicaríamos en nuestra cotidiana
    relación con los demás: pensamiento
    conceptual, síntesis,
    autodominio, reflexión, escucha activa, alegación,
    empatía, indagación, mindfulness,
    intuición, integridad, autotelia… La pericia
    conversacional resulta inexcusable para el alineamiento y la
    sinergia de la organización, y a ella contribuyen
    ciertamente elementos como la intuición, que nos hace ver
    más allá y leer entre líneas, la integridad
    que nutre la confianza, la escucha, que convierte en diálogo lo
    que sin ella no lo sería, la empatía, que facilita
    la comprensión mutua, la reflexión, que nos permite
    cuestionar cada inferencia, la síntesis, que contribuye a
    la eficacia y el avance, el autodominio, que evita divergencias
    inútiles e interferencias entorpecedoras, el manejo de
    conceptos, que aporta concisión y claridad de ideas, la
    indagación y la alegación, que propician la
    convergencia y la profundización, la autotelia, porque nos
    permite tomar distancia de espurios intereses o soluciones
    falsas.

    Hayamos o no reparado mucho en ello, hemos de admitir
    que la conversación es seguramente la principal
    herramienta de los directivos y una herramienta importante para
    todos. Nuestra la relación con los demás (colegas,
    colaboradores, clientes…) se materializa en conversaciones
    y en ellas se comparte el aprendizaje y se evidencia la cultura
    compartida. Sin embargo, no siempre nos sentimos satisfechos del
    encuentro: en algunas ocasiones y en alguna medida, en vez de
    converger, divergimos; en vez de generar confianza, producimos
    tensiones y alarmas; en vez de solucionar problemas,
    creamos nuevos. Hay quien habla del "arte" de
    conversar. La conversación es tan importante que a veces
    parece un fin en sí misma; pero en nuestro ejercicio
    profesional la utilizamos como medio. Quizá la
    mayoría de los directivos sean buenos conversadores (y
    puede que esto haya contribuido a su progreso profesional), pero
    todos podemos mejorar en beneficio de los resultados. No cabe
    duda de que conversaciones más inteligentes y penetrantes,
    con una buena práctica de la alegación y la
    indagación, contribuirían sensiblemente a la
    deseada inteligencia de nuestras organizaciones.

    Conclusión

    Entre líneas se habrá leído que el
    cambio y el aprendizaje caminan despacio, porque nos falta
    habilidad y quizá voluntad. En su avance enfrentan
    intereses espurios, defensas de privilegios, cinismos, cultos
    excesivos al ego, carencia de autoconocimiento y
    autocrítica, errores no reconocidos y sostenidos, miedos,
    pecados capitales, acosos psicológicos, mediocridades
    militantes como perros del
    hortelano, complicidades destructivas, falta de compromiso,
    realidades distorsionadas, anomia organizacional, codicias,
    impericias, presunciones de infalibilidad, ambiciones
    ilegítimas… Ante todo ello cabe impulsar la
    comunicación materializada en diálogos, es
    decir, en conversaciones abiertas a la verdad y la realidad sin
    menoscabo del respeto mutuo.
    Abiertas a nuevas mentalidades, a nuevos horizontes, a nuevos
    puntos de vista, a un nuevo orden.

    Peter Senge lo viene postulando, pero también
    otros expertos antes y después de él. Por ejemplo,
    William O´Brien, del MIT, hace hincapié en que la
    conversación inteligente y eficaz constituye la mayor
    herramienta de aprendizaje y progreso de una organización,
    porque permite, entre otras cosas, enriquecer los modelos
    mentales, es decir, mejorar nuestra noción o percepción
    de las realidades. Enriquecer nuestra percepción de la
    realidad, mediante creencias y supuestos contrastados con los
    demás, constituye una forma de aprendizaje individual y
    colectivo. Para alentar estas prácticas no basta con
    postular el trabajo en
    equipo, hay que cultivar virtudes y fortalezas personales; los
    directivos han de alentar una mejor práctica de la
    conversación, sensibilizando a sus colaboradores y
    experimentando. Si no se adultera, la conversación, a cuyo
    escenario denominamos reunión, aparte de servir a la
    solución de problemas, sirve a la consolidación de
    los avances en cultura empresarial. No decimos que la
    conversación eficaz, auténtica y edificante,
    experta y penetrante, sea la única clave, pero nos parece
    una apuesta acertada.

     

    José Enebral Fernández

    Consultor de Recursos
    Humanos

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