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La Argentina ante los desafíos de la globalización




Enviado por luirengo



    Daniel Passaniti

    1. La globalización:
      premisas emergentes
    2. La globalización y
      sus efectos en la economía argentina
    3. Globalización, Cultura y
      Economía
    4. Conclusiones

    Creemos oportuno comenzar esta
    reflexión con dos afirmaciones de SS Juan Pablo
    II:

    "La
    globalización no es, a priori, ni buena ni mala.
    Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin
    en sí mismo, y es necesa-rio insistir en que la globalización debe estar al servicio de la
    persona
    humana, de la solida-ridad y del bien común".

    Anteriormente, el Papa había expresado los
    siguientes conceptos acerca de la globalización: "Desde el
    punto de vista ético, puede tener una valoración
    positiva o negativa. En realidad, hay una globalización económica que trae
    consigo ciertas consecuencias positivas, como el fenómeno
    de la eficiencia y el
    incremento de la producción y que, con el desarrollo de
    las relaciones entre los diversos países en lo
    económico, puede fortalecer el proceso de
    unidad de los pueblos y realizar mejor el servicio a la familia
    humana. Sin embargo, si la globalización se rige por las
    meras leyes del
    mercado
    aplicadas según las conveniencias de los poderosos, lleva
    a consecuencias negativas. Tales son, por ejemplo, la
    atribución de un va-lor absoluto a la economía, el desempleo, la
    disminución y el deterioro de ciertos servicios
    públicos, la destrucción del ambiente y de
    la naturaleza, el
    aumento de las diferencias entre ricos y pobres, y la competencia
    injusta que coloca a las naciones pobres en una situación
    de inferioridad cada vez más acentuada"

    Coincidimos con SS Juan Pablo II en que la
    globalización, proceso que responde a múltiples
    causas y que ocasiona múltiples impactos, es un hecho real
    que en sí mismo no es ni bueno ni malo, no tiene virtudes
    ni defectos; a nuestro juicio, sus consecuencias positivas o
    negativas dependerán de dos factores:

    1) de las premisas éticas y culturales que la
    fundamentan,

    2) de la forma en que los pueblos y naciones se preparen
    para enfrentar los desafíos del nuevo contexto cultural,
    político, económico y social que ha originado este
    fenómeno a partir de fines de la década de 1980. En
    tal sentido, el principal y mayor desafío será
    saber capitalizar sus ventajas en favor de la familia humana,
    de la solidaridad y del
    bien común nacional e internacional.

    I-La
    globalización: premisas emergentes:

    Mucho se ha escrito sobre el tema y son varias las
    definiciones y conceptos que se han vertido sobre la misma. A los
    fines del presente trabajo, nos
    interesa destacar que la globalización es un proceso de
    extensión e intensificación de las relaciones
    sociales, políticas,
    eco-nómicas, culturales, entre lo local y lo
    distante.

    La desintegración del mundo socialista, la
    expansión de las empresas
    transnacionales, el flujo masivo de capitales y de información a nivel mundial, la
    generalización de la economía de mercado, el
    desarrollo de la tecnología
    in-formática y de las telecomunicaciones, la pérdida del grado de
    territorialidad de las actividades económicas generada por
    la nueva economía, de igual forma que la
    internacionalización de valores, el
    turismo de masas
    y la uniformidad en las pautas de consumo, son
    múltiples causas que han hecho del mundo un mundo
    global.

    Si bien el proceso de globalización no es un
    fenómeno exclusivamente americano, como afirma SS Juan
    Pablo II, es más perceptible y tiene mayores re p e
    rcusiones en América
    con impactos evidentes en diversos campos.

    Tales impactos tendrán una valoración
    positiva o negativa y, consecuentemente, repercutirán
    favorable o desfavorablemente en el desarrollo social
    y económico de cada nación.
    En tal sentido, será importante destacar algunas de las
    premisas emergentes de este fenómeno global, que se
    presentan como desafiantes de todo proceso de desarrollo local y
    nacional:

    1) Contexto político: lo "nacional" ha
    sido reemplazado por lo "global", nueva geo-grafía del
    poder que
    supone la "provinciali-zación de los Estados" y la
    pérdida de libertad para
    elaborar políticas autónomas; con-cepto de soberanía limitada y dependiente, con la
    consecuente subordinación a los centros hegemónicos
    del poder económico mundial.

    2) Contexto económico: dogmatismo de
    mercado; liberalización económica y finan-ciera;
    achicamiento del Estado;
    reformas estructurales en búsqueda de una mayor
    eficiencia; reconocimiento de que el poder de decisión
    reside en el mercado global
    cuya hegemonía detenta el capital
    financiero y que el destino de una nación
    está subordinado a las fuerzas económicas y a los
    in-tereses prevalecientes en dicho mercado.

    3) Contexto cultural: nueva escala de
    valores, a menudo arbitrarios y en el fondo

    materialistas. En efecto, el eficientismo, el darwinismo
    social y el pragmatismo
    economicista penetran en toda la esfera de la vida social, al
    punto de considerar –entre otras cuestiones- que los
    bienes
    fundamen-tales de una nación no son ya los vínculos
    de solidaridad interna o los vínculos de sangre,
    territorio y cultura, sino
    "la capacidad y destreza de sus ciudadanos" para poder generar
    riquezas.

    Reconocer que la globalización tiene una
    valoración positiva, no supone afirmar que el progreso, el
    desarrollo
    económico y la prosperidad social de las naciones
    deviene mágicamente en virtud de la misma. Por el
    contrario, y sin caer en posturas extremas y utópicas como
    la sustentada por los radicales anti-globalización,
    también hay que reconocer que el advenimiento de un mundo
    global, sustentado en falsas premisas filosóficas, ha
    ocasionado graves asimetrías entre distintos países
    y en el seno mismo de muchos de ellos.

    Por tales razones, la pretensión de un "modelo
    hegemónico y global" impuesto como
    dogma inexorable, hoy se encuentra seriamente cuestionada. En
    efecto, el pragmatismo económico y político que
    fundamenta dicho modelo y que ha caracterizado las relaciones
    Norte-Sur pone en peligro la viabilidad y la existencia de muchas
    naciones, configurando todo ello nuevas formas de
    colonialismo

    II. La
    globalización y sus efectos en la economía
    argentina

    En virtud del giro ideológico y de la consecuente
    transformación económica que tuvo lugar en
    Argentina a principios de la
    década de 1990, el país llevó a cabo una
    apertura al mundo global que se tradujo en la
    incorporación de inversiones
    externas, nuevas
    tecnologías, nuevos parámetros de eficiencia y
    de producti-vidad, y en el logro de mayores niveles de
    crecimiento.

    No obstante, todo ello aconteció con un alto
    costo
    económico y social. Lo que interesa destacar, a nuestro
    juicio, es que precisamente una de las virtudes más
    im-portantes de esa repentina apertura al mundo global, es la de
    haber expuesto claramente las principales falencias
    institucionales y culturales de Argentina, las que aún hoy
    están vigen-tes y repercuten directamente en su sociedad y
    economía, condicionando gravemente el desti-no
    histórico y el desarrollo de la nación. Nos
    referimos a tres cuestiones fundamentales:

    1) equivocada y vacilante concepción del
    Estado,

    2) ausencia de un proyecto
    nacional,

    3) crisis de
    identidad.

    Aspectos claves que limitan la posibilidad de lograr una
    inserción inteligente y conveniente en la economía
    global.

    1. Estado y estrategia
      nacional:

    El Banco Mundial,
    en su Informe sobre el
    Desarrollo Mundial 1997, lejos de aceptar la teoría
    de un Estado minimalista, se encarga de destacar la necesidad de
    un Estado protagonista del desa-rrollo, y expresa: "los
    países necesitan de los mercados para su
    crecimiento, pero también necesitan instituciones
    estatales para que los mercados prosperen". "Sin un Estado eficaz
    –afirma J. Wolfensohn- es imposible alcanzar la meta de un
    desarrollo económico y social sostenible"; es por ello que
    el Informe propi-cia un replanteo del Estado, revitalizando su
    capacidad institucional a efectos de encauzar de mejor forma las
    vertiginosas transformaciones ocurridas en la sociedad y en el
    mercado global a partir de 1980.

    Resulta paradójico que, no obstante este impulso
    globalizante, el Estado siga
    siendo la instancia central de legitimación del poder y el principal
    receptor de las demandas sociales: es que el mercado podrá
    ser global, pero el Estado es y seguirá siendo nacional. Y
    ello es así en virtud de que el Estado es una
    institución natural y necesaria, es la expresión
    jurídica y política de una
    nación, el que asegura su autono-mía decisional y
    su soberanía, el que garantiza el orden y el bien
    común nacional. Asimismo, el Estado siempre deberá
    ser protagonista del crecimiento y del desarrollo nacional, en
    for-ma activa o pasiva, pero protagonista al fin. Es por ello que
    todo proceso de crecimiento y de desarrollo es el resultado de
    una decisión política, y no una consecuencia de las
    leyes y del funcionamiento de los mercados; sobran expe-riencias
    históricas en tal sentido, incluso en aquellos
    países defensores y promotores del neoliberalismo
    actual, pero que muy poco lo practican. Antes que libertad de
    mercados, el mundo global se caracteriza por una renovada forma
    de mercantilismo
    que se materializa en recurrentes y generalizados proteccionismos
    competitivos en defensa de la industria y de
    la tecnología nacional.

    De allí que en los tiempos presentes y en virtud
    de las fuerzas globalizantes, el modo en que la dirección política conduzca a un
    país resulta de vital importancia, ya que sin Estado y sin
    política, ninguna nación podrá resistir a
    las fuerzas y los intereses económicos que de-tentan la
    hegemonía en el mercado mundial.

    Certeramente afirma Marcelo Lascano: "La
    globalización devora a las sociedades que
    no tienen objetivos
    claros, que carecen de estrategias
    nacionales… y se traga a los gobiernos complacientes,
    confundidos y escasamente in-formados de las dinámicas
    reglas de juego de la
    economía y política contemporáneas. Pier-de
    quien no tiene política. Por eso la globalización
    es una verdadera oportunidad y no un contratiempo insalvable. Por
    ello también reclama idoneidad política y la
    necesidad de actuar sin perder identidad".

    No obstante ello, Argentina ha oscilado permanentemente,
    según la concepción ideológica de turno,
    entre un Estado omnipresente y un Estado ausente, entre un Estado
    que asume responsabilidades y funciones que no
    le com-peten y un Estado que deja de hacer lo que le corresponde
    como garante del bien común nacional. En la última
    década del siglo pasado, en virtud del alineamiento
    incondicional con las ideas prevalecientes del mundo global, se
    impuso en Argentina una concepción minima-lista del
    Estado, el mismo se replegó y se redu-jo a su
    mínima expresión. Y la ausencia de Estado
    significó –y significa- la ausencia de
    política y de estrategia, elementos estos imprescindibles
    –como dijimos- a efectos de lograr una inteligente y
    conveniente inserción mundial.

    Parafraseando a Goldsmith, Argentina cayó en la
    trampa en la que cayó la sociedad pos-moderna: la de medir
    pero no entender las cosas; todo es resumido en una
    cuestión de cantidad.

    Y la concepción del Estado no escapa a esta
    consideración, puesto que el problema se planteó
    exclusivamente en su tamaño y no en su calidad de
    gestión. Se creyó que, reducido a su
    mínima expresión, iba a ser más eficiente
    (lo que en realidad no aconteció) y en ningún
    momento se planteó la necesidad de un Estado eficaz que
    cumpla con su tarea de director político y garante del
    bien común de la nación. Sin dejar de reconocer el
    perjuicio de un Estado sobredimensionado, hay que afirm a r que
    el tamaño del Estado lo indican las circunstancias
    económicas, las demandas sociales de cada pueblo y la
    prudencia e idoneidad del gobernante, pero en ningún caso
    puede prescindirse de un Estado inteligente, estratégico,
    eficaz y protagonista del desarrollo.

    La transformación económica y la apertura
    al mundo iniciada a principios de los 90, expuso repentinamente
    al país a las dinámicas fuerzas del mercado global,
    todo ello con alto costo para la estructura
    comercial y productiva. Por cierto que la apertura
    económica es necesaria y conveniente, no obstante, el
    sen-tido común indica que mientras una economía no
    tenga un grado de desarrollo suficiente que le permita hacer
    frente a la competencia externa, debe optarse por un gradualismo
    y cierta orientación económica. Opción que
    no realizó Argentina.

    Mientras el mundo avanzaba -y avanza- hacia un
    proteccionismo competitivo, en defensa de la industria y
    tecnología propias, Argentina levantaba –en
    aquélla década- la bandera de la más cruda
    ortodoxia económica dejan-do que el mercado decidiera su
    suerte en el frente comercial externo. Contrariamente, la
    experiencia asiática muestra una
    apertura económica en los sectores de mayor productividad
    (automóviles, electrónica, computa-ción) y
    protección de aquéllos no preparados para la
    competencia externa. Como afirma el Banco Mundial, el
    proceso de industrializa-ción de los principales
    países asiáticos se realizó de la mano de
    una apertura gradual.

    Por su parte, los alemanes siempre se preocuparon de
    medir el impacto de la apertura conómica en su mercado
    interno; es decir, a apertura al mercado global deberá ser
    inte-ligente prudentemente implementada, para ue la competencia
    externa no termine por niquilar la industria nacional, como
    ocurrió en Argentina por aquellos años en virtud de
    la apertura económica indiscriminada, sin
    discreción política.

    Un informe realizado en aquél entonces año
    1992 bajo la supervisión de la
    Secretaría

    de Programación Económica, daba cuenta
    de a crisis estructural y de los graves condiciona-mientos
    nternos y externos que padecían las equeñas y
    medianas empresas argentinas en i rtud de esa apertura, muchas de
    las cuales esaparecieron. Concluía dicho informe expre
    sando que la reconversión productiva de estas empresas no
    era un tema que podía ser abordado exclusivamente desde la
    firma, sino que dicha reconversión requería la
    presencia y la labor coordinada de agentes públicos y
    privados.

    La experiencia histórica –no sólo
    asiática o alemana- demuestra que ningún
    país ha alcan-zado un crecimiento y un desarrollo
    sustentable a largo plazo desprotegiendo sus empresas, su
    industria y su tecnología.

    Por el contrario, en Argentina, la ausencia de un Estado
    conductor permitió que los intereses económicos
    prevalecientes en el mercado mundial condicionaran gravemente la
    senda del desarrollo y comprometieran de igual forma su
    soberanía económica y política.

    2) Proyecto nacional:

    Este es otro de los aspectos claves al momento de
    reflexionar sobre la globalización. En la era digital y
    global un país sin proyecto y sin objetivos de mediano y
    largo plazo no es viable. Y la ausencia de un proyecto
    movilizador y catalizador de los inte-reses sectoriales y
    regionales es otra de las grandes falencias argentinas, en virtud
    de la cual el país parece estar resignado a ser tan
    sólo un retazo del mercado mundial.

    Resulta paradójico también que de la mano
    de la globalización y del derrumbe de fronteras, los
    mercados internos siguen teniendo fundamental importancia
    (absorben más del 80% de la producción mundial y el
    90% de la mano de obra ocupada) y que lo global convive con lo
    regional (ALCA, MERCOSUR, UE,
    ASIA). Es que
    no puede haber proyección global si no es a partir de lo
    local y nacional; es por ello que la forma en que un país
    articula sus propios recursos, sus
    mercados y su estruc-tura tecnológica-productiva interna
    con las nuevas dimensiones del contexto externo, será un
    aspecto no menor a efectos de concre t a r una acertada
    estrategia de desarrollo.

    Esta ausencia de proyecto y la deficiente
    ar-ticulación de lo propio con lo externo, sumado a los
    insuficientes niveles de ahorro
    inter-no, ha llevado a la Argentina de los últimos
    años, en forma re c u rrente, a ser un país
    de-pendiente de los mercados internacionales, especialmente de
    los mercados
    financieros, per-diendo así y en gran medida, su
    autonomía de decisión. Por otra parte, la falta de
    valoración de los recursos propios se tradujo en la
    extran-jerización de la economía y en el
    vaciamiento patrimonial del país, hechos que han
    compro-metido y comprometen gravemente la senda del desarrollo
    nacional. La inserción en el mundo global exige la
    definición de un perfil de país y, a la vez, una
    estrategia de desarrollo. También exige pensar en
    términos geopolíticos, es decir, consideran-do la
    geografía
    como punto de reflexión para la toma de las grandes
    decisiones nacionales, tema ausente en Argentina, no así
    en países como Chile o Brasil por hablar
    de las expe-riencias más cercanas. Lo continental y lo
    glo-bal, no suponen el debilitamiento de lo nacio-nal o la
    declinación de un perfil de país, por el contrario,
    ambas proyecciones exigen el fortalecimiento de lo propio y de lo
    local

    3) Crisis de identidad:

    La identidad es el conjunto de factores y circunstancias
    que determinan quién es y qué es una persona, un
    pueblo o una nación; la identidad cultural estará
    representada, enton-ces, por el conjunto de valores
    predominantes, creencias, conocimientos, el arte, el derecho,
    y por los usos, costumbres y tradiciones de una sociedad. Es esta
    identidad cultural la que permite que un determinado pueblo o
    nación sea el mismo pueblo y la misma nación ante
    dis-tintas circunstancias y acontecimientos.

    Ahora bien, esta identidad
    nacional que principalmente se fundamenta en valores
    espi-rituales y culturales, se proyecta y tiene graves
    connotaciones en la vida social, política y
    eco-nómica de cada pueblo y nación.

    En efecto, como se ha expresado anterior-mente, no
    existe un modelo económico único y universal que
    pueda ser aplicado por igual a todas las naciones. Cierto es que
    hasta el pre-sente la humanidad no ha tenido otra expe-riencia
    que resulte más apropiada que la del modelo capitalista de
    la economía de mercado, el que, con la caída del
    régimen socialista, se ha generalizado y constituido en
    uno de los paradigmas de
    la globalización.

    III.
    Globalización, Cultura y
    Economía:

    Si la economía es una manifestación
    cultu-ral del hombre,
    resulta de fundamental impor-tancia reflexionar acerca de
    los valores de
    los que se nutre el espíritu y la cultura del capitalismo
    global, discernir acerca de los pre s u-puestos
    filosóficos que fundamentan la actual economía de
    mercado. Y ello es import a n t e por cuanto este sistema y esta
    economía tie-nen hoy aceptación universal, y porque
    a tra-vés de los mismos se va imponiendo un "mo-delo
    cultural" que tiene efectos decisivos en la definición y
    concreción de un auténtico desa-rrollo nacional.
    Como afirma el Papa, el gran desafío moral que hoy
    enfrentan las naciones, es superar un desarrollo deshumanizado
    como también el superdesarrollo, por cuanto ambos
    consideran a la persona humana como una simple unidad
    económica dentro de un siste-ma consumista. Por tales
    razones, el desarrollo de los pueblos no es una mera
    cuestión técni-ca o económica, sino
    fundamentalmente una cuestión humana y moral.

    1) El nuevo estadio del capitalismo

    El nuevo estadio del desarrollo capitalista se encuentra
    signado por la confluencia de distintas fuerzas concurrentes: la
    globalización de los mercados, la revolución
    del conocimiento y
    las nuevas tecnologías informáticas y de
    co-municación digital, el capital
    intelectual como fuerza motriz
    de la nueva economía. Todo ello ha originado un nuevo
    sistema tecnoeconómi-co que modifica la función
    clásica de produc-ción y ha hecho emerger una nueva
    forma de propiedad, una
    nueva forma de organizar la producción y distribución de los bienes y servicios, y
    un nuevo concepto de
    organización.

    2) La racionalidad económica del modelo
    global:

    Como se afirmó, la realidad cuestiona severamente
    los presupuestos
    filosóficos que sirven de sustento a la nueva
    economía y al modelo capitalista emergente que pretende
    imponerse como modelo hegemónico global. En efecto, las
    nuevas formas de marginación y de exclusión
    social, la agudización de la brecha entre ricos y
    pobres no sólo en términos de riqueza, sino
    también en términos de información y de
    conocimiento (brecha digital), no son sino el resultado de la
    racionalidad eficientista y economicista que fundamenta el
    re-novado espíritu capitalista. A su vez, el
    individualismo y el darwinismo social predom inantes asumen con
    cierta resignación y como patología del sistema:
    que éste sólo puede funcionar para algunos, que el
    éxito
    queda reservado para pocos y que la eficiencia y la equidad social
    son objetivos inconciliables.

    Política .

    La política como ciencia ord
    enadora de la vida social ha sido menoscabado por las fuerzas
    anónimas del mercado mun-dial donde el aparato
    tecnológico y financiera se realiza y desarrolla
    independientemente d la voluntad de los pueblos y de los
    gobiernos pareciera ser que el político ya no conduce,
    si-n que es conducido por el mercado. Las funciones del Estado
    han quedado reducidas y su-jetas a la concepción
    pragmática y eficientista dominante. De esta forma, el
    destino de una nación queda supeditado a la lógica
    economi-cista del mercado global, en la que deciden los grandes
    operadores económicos conforme sus propios
    intereses.

    Educación.

    La educación
    también ha sido invadida por esta lógica
    mercantilista global. Orientada actualmente a la enseñanza de sa-b e res útiles, ha
    quedado reducida a la mera formación de productores y
    consumidores: capacita pero no educa, transmite técnicas
    de eficiencia y no las virtudes que forman al hombre para ser
    más hombre.

    Cultura y Sociedad.

    El economicismo penetra en toda la esfera social; el
    nuevo modelo avanza de la economía de mercado hacia la
    so-ciedad de mercado, en donde la competencia, la mayor
    eficiencia y productividad, y el espíri-tu de lucro,
    trascienden la esfera de la produc-ción y venta de bienes y
    servicios. Sociedad de m e rcado significa
    mercantilización absoluta de la vida y negar su
    lógica supone la margina-ción en el mundo de la
    competencia global

    3) El pragmatismo económico:

    La negación del orden: la racionalidad
    economicista que caracteriza al modelo global, hunde sus
    raíces en el utilitarismo (Bentham, S. XVIII) y en el
    pragmatismo americano (James, S. XIX). Para tales corrientes
    filosóficas, la verdad no es ya la conformidad del
    espíritu con las cosas, de la anglosajón
    penetró y se difundió por el mundo a partir de la
    ética
    protestante y calvinis-ta. Sin embargo, esos valores no tuvieron
    lugar en el capitalismo asiático, en el capitalismo
    re-nano y en otras formas de capitalismo, en las que otro
    universo
    ético-cultural dio vida a las instituciones, a la sociedad
    y a la economía.

    IV.
    Conclusiones

    Por todo lo expuesto, debiéramos concluir que el
    proceso de globalización intensificado a partir de 1980,
    ha tenido la virtud de mostrar las debilidades y falencias de la
    economía y sociedad argentinas:

    1) Argentina no se ha preparado como nación para
    enfrentar los embates de la era global. Argentina no tiene
    Estado, no tiene proyecto de país ni tiene estrategia
    alguna de desarrollo, institución y elementos éstos
    imprescindibles para poder intentar eficaz-mente una integración tanto a nivel regional como
    global.

    2) Argentina no tiene personalidad,
    no tiene perfil propio; ha sido permeable a las pautas culturales
    del mercantilismo global y a la ortodoxia economicista
    prevalecientes, hecho que diluye su propia identidad y
    soberanía espiritual, y que pone en riesgo su
    existencia como nación. Si lo global refuerza lo local,
    Argentina debiera volver a definirse y darse un perfil propio de
    país para tener presencia y protagonismo en el nuevo
    contexto mundial.

    3) La calidad de una nación, su propio desarrollo
    y la posibilidad de capitalizar las ventajas del mundo global,
    dependen fun-damentalmente del nivel ético, cultural y
    educativo de sus ciudadanos y de sus dirigentes. Desde esta
    perspectiva, afirm a m o s que las consecuencias negativas y la
    profunda crisis que hoy padece Argentina, responden –con
    las excepciones del caso- a los insuficientes niveles culturales
    y educativos de su clase
    dirigente, tanto pública como privada. Por tales razones,
    una vez más Argentina debiera distinguir lo importante de
    lo urgente, y ocuparse de formar hombres para lograr –a
    largo plazo, por cierto- una verdadera élite de
    dirigentes, inteligente, virtuosa y altamente calificada, que
    sepa conducir con grandeza los destinos de la nación.
    Deberá formar hombres para la política, entendida
    ésta como ciencia ordenadora de la vida social, como
    ciencia del bien común, porque precisamente, es esta
    ausencia de política la que ha permitido que la
    tecnocracia económica predominante comandara los destinos
    de la nación. Las consecuencias están a la
    vista.

    En síntesis,
    si la gran tarea pendiente será recuperar la voluntad de
    ser una nación sobe-rana política, económica
    y espiritualmente, Argentina deberá rescatar y reivindicar
    sus raíces iberoamericanas y darse un proyecto propio de
    país y una estrategia de desarrollo local, regional y
    global, a partir de esa identidad cultural. No menos importante
    será encarar un profundo debate
    educativo, orientado al logro de una sociedad que privilegie la
    inteligencia,
    la idoneidad y el mérito, y que promueva la
    formación de una élite dirigencial que sepa
    entender los desafíos del mundo global y sepa capitalizar
    sus ventajas en beneficio de los grandes intereses de la
    nación.

     

    Luis Lacquaniti

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