Daniel Passaniti
- La globalización:
premisas emergentes - La globalización y
sus efectos en la economía argentina - Globalización, Cultura y
Economía - Conclusiones
Creemos oportuno comenzar esta
reflexión con dos afirmaciones de SS Juan Pablo
II:
"La
globalización no es, a priori, ni buena ni mala.
Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin
en sí mismo, y es necesa-rio insistir en que la globalización debe estar al servicio de la
persona
humana, de la solida-ridad y del bien común".
Anteriormente, el Papa había expresado los
siguientes conceptos acerca de la globalización: "Desde el
punto de vista ético, puede tener una valoración
positiva o negativa. En realidad, hay una globalización económica que trae
consigo ciertas consecuencias positivas, como el fenómeno
de la eficiencia y el
incremento de la producción y que, con el desarrollo de
las relaciones entre los diversos países en lo
económico, puede fortalecer el proceso de
unidad de los pueblos y realizar mejor el servicio a la familia
humana. Sin embargo, si la globalización se rige por las
meras leyes del
mercado
aplicadas según las conveniencias de los poderosos, lleva
a consecuencias negativas. Tales son, por ejemplo, la
atribución de un va-lor absoluto a la economía, el desempleo, la
disminución y el deterioro de ciertos servicios
públicos, la destrucción del ambiente y de
la naturaleza, el
aumento de las diferencias entre ricos y pobres, y la competencia
injusta que coloca a las naciones pobres en una situación
de inferioridad cada vez más acentuada"
Coincidimos con SS Juan Pablo II en que la
globalización, proceso que responde a múltiples
causas y que ocasiona múltiples impactos, es un hecho real
que en sí mismo no es ni bueno ni malo, no tiene virtudes
ni defectos; a nuestro juicio, sus consecuencias positivas o
negativas dependerán de dos factores:
1) de las premisas éticas y culturales que la
fundamentan,
2) de la forma en que los pueblos y naciones se preparen
para enfrentar los desafíos del nuevo contexto cultural,
político, económico y social que ha originado este
fenómeno a partir de fines de la década de 1980. En
tal sentido, el principal y mayor desafío será
saber capitalizar sus ventajas en favor de la familia humana,
de la solidaridad y del
bien común nacional e internacional.
I-La
globalización: premisas emergentes:
Mucho se ha escrito sobre el tema y son varias las
definiciones y conceptos que se han vertido sobre la misma. A los
fines del presente trabajo, nos
interesa destacar que la globalización es un proceso de
extensión e intensificación de las relaciones
sociales, políticas,
eco-nómicas, culturales, entre lo local y lo
distante.
La desintegración del mundo socialista, la
expansión de las empresas
transnacionales, el flujo masivo de capitales y de información a nivel mundial, la
generalización de la economía de mercado, el
desarrollo de la tecnología
in-formática y de las telecomunicaciones, la pérdida del grado de
territorialidad de las actividades económicas generada por
la nueva economía, de igual forma que la
internacionalización de valores, el
turismo de masas
y la uniformidad en las pautas de consumo, son
múltiples causas que han hecho del mundo un mundo
global.
Si bien el proceso de globalización no es un
fenómeno exclusivamente americano, como afirma SS Juan
Pablo II, es más perceptible y tiene mayores re p e
rcusiones en América
con impactos evidentes en diversos campos.
Tales impactos tendrán una valoración
positiva o negativa y, consecuentemente, repercutirán
favorable o desfavorablemente en el desarrollo social
y económico de cada nación.
En tal sentido, será importante destacar algunas de las
premisas emergentes de este fenómeno global, que se
presentan como desafiantes de todo proceso de desarrollo local y
nacional:
1) Contexto político: lo "nacional" ha
sido reemplazado por lo "global", nueva geo-grafía del
poder que
supone la "provinciali-zación de los Estados" y la
pérdida de libertad para
elaborar políticas autónomas; con-cepto de soberanía limitada y dependiente, con la
consecuente subordinación a los centros hegemónicos
del poder económico mundial.
2) Contexto económico: dogmatismo de
mercado; liberalización económica y finan-ciera;
achicamiento del Estado;
reformas estructurales en búsqueda de una mayor
eficiencia; reconocimiento de que el poder de decisión
reside en el mercado global
cuya hegemonía detenta el capital
financiero y que el destino de una nación
está subordinado a las fuerzas económicas y a los
in-tereses prevalecientes en dicho mercado.
3) Contexto cultural: nueva escala de
valores, a menudo arbitrarios y en el fondo
materialistas. En efecto, el eficientismo, el darwinismo
social y el pragmatismo
economicista penetran en toda la esfera de la vida social, al
punto de considerar –entre otras cuestiones- que los
bienes
fundamen-tales de una nación no son ya los vínculos
de solidaridad interna o los vínculos de sangre,
territorio y cultura, sino
"la capacidad y destreza de sus ciudadanos" para poder generar
riquezas.
Reconocer que la globalización tiene una
valoración positiva, no supone afirmar que el progreso, el
desarrollo
económico y la prosperidad social de las naciones
deviene mágicamente en virtud de la misma. Por el
contrario, y sin caer en posturas extremas y utópicas como
la sustentada por los radicales anti-globalización,
también hay que reconocer que el advenimiento de un mundo
global, sustentado en falsas premisas filosóficas, ha
ocasionado graves asimetrías entre distintos países
y en el seno mismo de muchos de ellos.
Por tales razones, la pretensión de un "modelo
hegemónico y global" impuesto como
dogma inexorable, hoy se encuentra seriamente cuestionada. En
efecto, el pragmatismo económico y político que
fundamenta dicho modelo y que ha caracterizado las relaciones
Norte-Sur pone en peligro la viabilidad y la existencia de muchas
naciones, configurando todo ello nuevas formas de
colonialismo
II. La
globalización y sus efectos en la economía
argentina
En virtud del giro ideológico y de la consecuente
transformación económica que tuvo lugar en
Argentina a principios de la
década de 1990, el país llevó a cabo una
apertura al mundo global que se tradujo en la
incorporación de inversiones
externas, nuevas
tecnologías, nuevos parámetros de eficiencia y
de producti-vidad, y en el logro de mayores niveles de
crecimiento.
No obstante, todo ello aconteció con un alto
costo
económico y social. Lo que interesa destacar, a nuestro
juicio, es que precisamente una de las virtudes más
im-portantes de esa repentina apertura al mundo global, es la de
haber expuesto claramente las principales falencias
institucionales y culturales de Argentina, las que aún hoy
están vigen-tes y repercuten directamente en su sociedad y
economía, condicionando gravemente el desti-no
histórico y el desarrollo de la nación. Nos
referimos a tres cuestiones fundamentales:
1) equivocada y vacilante concepción del
Estado,
2) ausencia de un proyecto
nacional,
Aspectos claves que limitan la posibilidad de lograr una
inserción inteligente y conveniente en la economía
global.
- Estado y estrategia
nacional:
El Banco Mundial,
en su Informe sobre el
Desarrollo Mundial 1997, lejos de aceptar la teoría
de un Estado minimalista, se encarga de destacar la necesidad de
un Estado protagonista del desa-rrollo, y expresa: "los
países necesitan de los mercados para su
crecimiento, pero también necesitan instituciones
estatales para que los mercados prosperen". "Sin un Estado eficaz
–afirma J. Wolfensohn- es imposible alcanzar la meta de un
desarrollo económico y social sostenible"; es por ello que
el Informe propi-cia un replanteo del Estado, revitalizando su
capacidad institucional a efectos de encauzar de mejor forma las
vertiginosas transformaciones ocurridas en la sociedad y en el
mercado global a partir de 1980.
Resulta paradójico que, no obstante este impulso
globalizante, el Estado siga
siendo la instancia central de legitimación del poder y el principal
receptor de las demandas sociales: es que el mercado podrá
ser global, pero el Estado es y seguirá siendo nacional. Y
ello es así en virtud de que el Estado es una
institución natural y necesaria, es la expresión
jurídica y política de una
nación, el que asegura su autono-mía decisional y
su soberanía, el que garantiza el orden y el bien
común nacional. Asimismo, el Estado siempre deberá
ser protagonista del crecimiento y del desarrollo nacional, en
for-ma activa o pasiva, pero protagonista al fin. Es por ello que
todo proceso de crecimiento y de desarrollo es el resultado de
una decisión política, y no una consecuencia de las
leyes y del funcionamiento de los mercados; sobran expe-riencias
históricas en tal sentido, incluso en aquellos
países defensores y promotores del neoliberalismo
actual, pero que muy poco lo practican. Antes que libertad de
mercados, el mundo global se caracteriza por una renovada forma
de mercantilismo
que se materializa en recurrentes y generalizados proteccionismos
competitivos en defensa de la industria y de
la tecnología nacional.
De allí que en los tiempos presentes y en virtud
de las fuerzas globalizantes, el modo en que la dirección política conduzca a un
país resulta de vital importancia, ya que sin Estado y sin
política, ninguna nación podrá resistir a
las fuerzas y los intereses económicos que de-tentan la
hegemonía en el mercado mundial.
Certeramente afirma Marcelo Lascano: "La
globalización devora a las sociedades que
no tienen objetivos
claros, que carecen de estrategias
nacionales… y se traga a los gobiernos complacientes,
confundidos y escasamente in-formados de las dinámicas
reglas de juego de la
economía y política contemporáneas. Pier-de
quien no tiene política. Por eso la globalización
es una verdadera oportunidad y no un contratiempo insalvable. Por
ello también reclama idoneidad política y la
necesidad de actuar sin perder identidad".
No obstante ello, Argentina ha oscilado permanentemente,
según la concepción ideológica de turno,
entre un Estado omnipresente y un Estado ausente, entre un Estado
que asume responsabilidades y funciones que no
le com-peten y un Estado que deja de hacer lo que le corresponde
como garante del bien común nacional. En la última
década del siglo pasado, en virtud del alineamiento
incondicional con las ideas prevalecientes del mundo global, se
impuso en Argentina una concepción minima-lista del
Estado, el mismo se replegó y se redu-jo a su
mínima expresión. Y la ausencia de Estado
significó –y significa- la ausencia de
política y de estrategia, elementos estos imprescindibles
–como dijimos- a efectos de lograr una inteligente y
conveniente inserción mundial.
Parafraseando a Goldsmith, Argentina cayó en la
trampa en la que cayó la sociedad pos-moderna: la de medir
pero no entender las cosas; todo es resumido en una
cuestión de cantidad.
Y la concepción del Estado no escapa a esta
consideración, puesto que el problema se planteó
exclusivamente en su tamaño y no en su calidad de
gestión. Se creyó que, reducido a su
mínima expresión, iba a ser más eficiente
(lo que en realidad no aconteció) y en ningún
momento se planteó la necesidad de un Estado eficaz que
cumpla con su tarea de director político y garante del
bien común de la nación. Sin dejar de reconocer el
perjuicio de un Estado sobredimensionado, hay que afirm a r que
el tamaño del Estado lo indican las circunstancias
económicas, las demandas sociales de cada pueblo y la
prudencia e idoneidad del gobernante, pero en ningún caso
puede prescindirse de un Estado inteligente, estratégico,
eficaz y protagonista del desarrollo.
La transformación económica y la apertura
al mundo iniciada a principios de los 90, expuso repentinamente
al país a las dinámicas fuerzas del mercado global,
todo ello con alto costo para la estructura
comercial y productiva. Por cierto que la apertura
económica es necesaria y conveniente, no obstante, el
sen-tido común indica que mientras una economía no
tenga un grado de desarrollo suficiente que le permita hacer
frente a la competencia externa, debe optarse por un gradualismo
y cierta orientación económica. Opción que
no realizó Argentina.
Mientras el mundo avanzaba -y avanza- hacia un
proteccionismo competitivo, en defensa de la industria y
tecnología propias, Argentina levantaba –en
aquélla década- la bandera de la más cruda
ortodoxia económica dejan-do que el mercado decidiera su
suerte en el frente comercial externo. Contrariamente, la
experiencia asiática muestra una
apertura económica en los sectores de mayor productividad
(automóviles, electrónica, computa-ción) y
protección de aquéllos no preparados para la
competencia externa. Como afirma el Banco Mundial, el
proceso de industrializa-ción de los principales
países asiáticos se realizó de la mano de
una apertura gradual.
Por su parte, los alemanes siempre se preocuparon de
medir el impacto de la apertura conómica en su mercado
interno; es decir, a apertura al mercado global deberá ser
inte-ligente prudentemente implementada, para ue la competencia
externa no termine por niquilar la industria nacional, como
ocurrió en Argentina por aquellos años en virtud de
la apertura económica indiscriminada, sin
discreción política.
Un informe realizado en aquél entonces año
1992 bajo la supervisión de la
Secretaría
de Programación Económica, daba cuenta
de a crisis estructural y de los graves condiciona-mientos
nternos y externos que padecían las equeñas y
medianas empresas argentinas en i rtud de esa apertura, muchas de
las cuales esaparecieron. Concluía dicho informe expre
sando que la reconversión productiva de estas empresas no
era un tema que podía ser abordado exclusivamente desde la
firma, sino que dicha reconversión requería la
presencia y la labor coordinada de agentes públicos y
privados.
La experiencia histórica –no sólo
asiática o alemana- demuestra que ningún
país ha alcan-zado un crecimiento y un desarrollo
sustentable a largo plazo desprotegiendo sus empresas, su
industria y su tecnología.
Por el contrario, en Argentina, la ausencia de un Estado
conductor permitió que los intereses económicos
prevalecientes en el mercado mundial condicionaran gravemente la
senda del desarrollo y comprometieran de igual forma su
soberanía económica y política.
2) Proyecto nacional:
Este es otro de los aspectos claves al momento de
reflexionar sobre la globalización. En la era digital y
global un país sin proyecto y sin objetivos de mediano y
largo plazo no es viable. Y la ausencia de un proyecto
movilizador y catalizador de los inte-reses sectoriales y
regionales es otra de las grandes falencias argentinas, en virtud
de la cual el país parece estar resignado a ser tan
sólo un retazo del mercado mundial.
Resulta paradójico también que de la mano
de la globalización y del derrumbe de fronteras, los
mercados internos siguen teniendo fundamental importancia
(absorben más del 80% de la producción mundial y el
90% de la mano de obra ocupada) y que lo global convive con lo
regional (ALCA, MERCOSUR, UE,
ASIA). Es que
no puede haber proyección global si no es a partir de lo
local y nacional; es por ello que la forma en que un país
articula sus propios recursos, sus
mercados y su estruc-tura tecnológica-productiva interna
con las nuevas dimensiones del contexto externo, será un
aspecto no menor a efectos de concre t a r una acertada
estrategia de desarrollo.
Esta ausencia de proyecto y la deficiente
ar-ticulación de lo propio con lo externo, sumado a los
insuficientes niveles de ahorro
inter-no, ha llevado a la Argentina de los últimos
años, en forma re c u rrente, a ser un país
de-pendiente de los mercados internacionales, especialmente de
los mercados
financieros, per-diendo así y en gran medida, su
autonomía de decisión. Por otra parte, la falta de
valoración de los recursos propios se tradujo en la
extran-jerización de la economía y en el
vaciamiento patrimonial del país, hechos que han
compro-metido y comprometen gravemente la senda del desarrollo
nacional. La inserción en el mundo global exige la
definición de un perfil de país y, a la vez, una
estrategia de desarrollo. También exige pensar en
términos geopolíticos, es decir, consideran-do la
geografía
como punto de reflexión para la toma de las grandes
decisiones nacionales, tema ausente en Argentina, no así
en países como Chile o Brasil por hablar
de las expe-riencias más cercanas. Lo continental y lo
glo-bal, no suponen el debilitamiento de lo nacio-nal o la
declinación de un perfil de país, por el contrario,
ambas proyecciones exigen el fortalecimiento de lo propio y de lo
local
3) Crisis de identidad:
La identidad es el conjunto de factores y circunstancias
que determinan quién es y qué es una persona, un
pueblo o una nación; la identidad cultural estará
representada, enton-ces, por el conjunto de valores
predominantes, creencias, conocimientos, el arte, el derecho,
y por los usos, costumbres y tradiciones de una sociedad. Es esta
identidad cultural la que permite que un determinado pueblo o
nación sea el mismo pueblo y la misma nación ante
dis-tintas circunstancias y acontecimientos.
Ahora bien, esta identidad
nacional que principalmente se fundamenta en valores
espi-rituales y culturales, se proyecta y tiene graves
connotaciones en la vida social, política y
eco-nómica de cada pueblo y nación.
En efecto, como se ha expresado anterior-mente, no
existe un modelo económico único y universal que
pueda ser aplicado por igual a todas las naciones. Cierto es que
hasta el pre-sente la humanidad no ha tenido otra expe-riencia
que resulte más apropiada que la del modelo capitalista de
la economía de mercado, el que, con la caída del
régimen socialista, se ha generalizado y constituido en
uno de los paradigmas de
la globalización.
III.
Globalización, Cultura y
Economía:
Si la economía es una manifestación
cultu-ral del hombre,
resulta de fundamental impor-tancia reflexionar acerca de
los valores de
los que se nutre el espíritu y la cultura del capitalismo
global, discernir acerca de los pre s u-puestos
filosóficos que fundamentan la actual economía de
mercado. Y ello es import a n t e por cuanto este sistema y esta
economía tie-nen hoy aceptación universal, y porque
a tra-vés de los mismos se va imponiendo un "mo-delo
cultural" que tiene efectos decisivos en la definición y
concreción de un auténtico desa-rrollo nacional.
Como afirma el Papa, el gran desafío moral que hoy
enfrentan las naciones, es superar un desarrollo deshumanizado
como también el superdesarrollo, por cuanto ambos
consideran a la persona humana como una simple unidad
económica dentro de un siste-ma consumista. Por tales
razones, el desarrollo de los pueblos no es una mera
cuestión técni-ca o económica, sino
fundamentalmente una cuestión humana y moral.
1) El nuevo estadio del capitalismo
El nuevo estadio del desarrollo capitalista se encuentra
signado por la confluencia de distintas fuerzas concurrentes: la
globalización de los mercados, la revolución
del conocimiento y
las nuevas tecnologías informáticas y de
co-municación digital, el capital
intelectual como fuerza motriz
de la nueva economía. Todo ello ha originado un nuevo
sistema tecnoeconómi-co que modifica la función
clásica de produc-ción y ha hecho emerger una nueva
forma de propiedad, una
nueva forma de organizar la producción y distribución de los bienes y servicios, y
un nuevo concepto de
organización.
2) La racionalidad económica del modelo
global:
Como se afirmó, la realidad cuestiona severamente
los presupuestos
filosóficos que sirven de sustento a la nueva
economía y al modelo capitalista emergente que pretende
imponerse como modelo hegemónico global. En efecto, las
nuevas formas de marginación y de exclusión
social, la agudización de la brecha entre ricos y
pobres no sólo en términos de riqueza, sino
también en términos de información y de
conocimiento (brecha digital), no son sino el resultado de la
racionalidad eficientista y economicista que fundamenta el
re-novado espíritu capitalista. A su vez, el
individualismo y el darwinismo social predom inantes asumen con
cierta resignación y como patología del sistema:
que éste sólo puede funcionar para algunos, que el
éxito
queda reservado para pocos y que la eficiencia y la equidad social
son objetivos inconciliables.
Política .
La política como ciencia ord
enadora de la vida social ha sido menoscabado por las fuerzas
anónimas del mercado mun-dial donde el aparato
tecnológico y financiera se realiza y desarrolla
independientemente d la voluntad de los pueblos y de los
gobiernos pareciera ser que el político ya no conduce,
si-n que es conducido por el mercado. Las funciones del Estado
han quedado reducidas y su-jetas a la concepción
pragmática y eficientista dominante. De esta forma, el
destino de una nación queda supeditado a la lógica
economi-cista del mercado global, en la que deciden los grandes
operadores económicos conforme sus propios
intereses.
Educación.
La educación
también ha sido invadida por esta lógica
mercantilista global. Orientada actualmente a la enseñanza de sa-b e res útiles, ha
quedado reducida a la mera formación de productores y
consumidores: capacita pero no educa, transmite técnicas
de eficiencia y no las virtudes que forman al hombre para ser
más hombre.
Cultura y Sociedad.
El economicismo penetra en toda la esfera social; el
nuevo modelo avanza de la economía de mercado hacia la
so-ciedad de mercado, en donde la competencia, la mayor
eficiencia y productividad, y el espíri-tu de lucro,
trascienden la esfera de la produc-ción y venta de bienes y
servicios. Sociedad de m e rcado significa
mercantilización absoluta de la vida y negar su
lógica supone la margina-ción en el mundo de la
competencia global
3) El pragmatismo económico:
La negación del orden: la racionalidad
economicista que caracteriza al modelo global, hunde sus
raíces en el utilitarismo (Bentham, S. XVIII) y en el
pragmatismo americano (James, S. XIX). Para tales corrientes
filosóficas, la verdad no es ya la conformidad del
espíritu con las cosas, de la anglosajón
penetró y se difundió por el mundo a partir de la
ética
protestante y calvinis-ta. Sin embargo, esos valores no tuvieron
lugar en el capitalismo asiático, en el capitalismo
re-nano y en otras formas de capitalismo, en las que otro
universo
ético-cultural dio vida a las instituciones, a la sociedad
y a la economía.
Por todo lo expuesto, debiéramos concluir que el
proceso de globalización intensificado a partir de 1980,
ha tenido la virtud de mostrar las debilidades y falencias de la
economía y sociedad argentinas:
1) Argentina no se ha preparado como nación para
enfrentar los embates de la era global. Argentina no tiene
Estado, no tiene proyecto de país ni tiene estrategia
alguna de desarrollo, institución y elementos éstos
imprescindibles para poder intentar eficaz-mente una integración tanto a nivel regional como
global.
2) Argentina no tiene personalidad,
no tiene perfil propio; ha sido permeable a las pautas culturales
del mercantilismo global y a la ortodoxia economicista
prevalecientes, hecho que diluye su propia identidad y
soberanía espiritual, y que pone en riesgo su
existencia como nación. Si lo global refuerza lo local,
Argentina debiera volver a definirse y darse un perfil propio de
país para tener presencia y protagonismo en el nuevo
contexto mundial.
3) La calidad de una nación, su propio desarrollo
y la posibilidad de capitalizar las ventajas del mundo global,
dependen fun-damentalmente del nivel ético, cultural y
educativo de sus ciudadanos y de sus dirigentes. Desde esta
perspectiva, afirm a m o s que las consecuencias negativas y la
profunda crisis que hoy padece Argentina, responden –con
las excepciones del caso- a los insuficientes niveles culturales
y educativos de su clase
dirigente, tanto pública como privada. Por tales razones,
una vez más Argentina debiera distinguir lo importante de
lo urgente, y ocuparse de formar hombres para lograr –a
largo plazo, por cierto- una verdadera élite de
dirigentes, inteligente, virtuosa y altamente calificada, que
sepa conducir con grandeza los destinos de la nación.
Deberá formar hombres para la política, entendida
ésta como ciencia ordenadora de la vida social, como
ciencia del bien común, porque precisamente, es esta
ausencia de política la que ha permitido que la
tecnocracia económica predominante comandara los destinos
de la nación. Las consecuencias están a la
vista.
En síntesis,
si la gran tarea pendiente será recuperar la voluntad de
ser una nación sobe-rana política, económica
y espiritualmente, Argentina deberá rescatar y reivindicar
sus raíces iberoamericanas y darse un proyecto propio de
país y una estrategia de desarrollo local, regional y
global, a partir de esa identidad cultural. No menos importante
será encarar un profundo debate
educativo, orientado al logro de una sociedad que privilegie la
inteligencia,
la idoneidad y el mérito, y que promueva la
formación de una élite dirigencial que sepa
entender los desafíos del mundo global y sepa capitalizar
sus ventajas en beneficio de los grandes intereses de la
nación.
Luis Lacquaniti