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El Cristianismo




Enviado por anlimedi



    1. Doctrina y
      práctica
    2. Historia
    3. Ética
      cristiana
    4. Ética de los padres de
      la iglesia

     

    INTRODUCCIÓN

    Cristianismo, religión
    monoteísta basada en las enseñanzas de Jesucristo
    según se recogen en los Evangelios, que ha marcado
    profundamente la cultura
    occidental y es actualmente la más extendida del mundo.
    Está ampliamente presente en todos los continentes del
    globo y la profesan más de 1.700 millones de
    personas.

    El cristianismo,
    en muchos sentidos y como cualquier otro sistema de
    creencias y de valores, se
    comprende sólo desde "el interior" entre aquellos que
    comparten la creencia y se esfuerzan por vivir de acuerdo con
    esos valores. Cualquier descripción de la religión que
    ignorara estas concepciones internas, no sería fiel en el
    orden histórico. Sin embargo, un aspecto que los que
    profesan esta fe no reconocen por regla general es que semejante
    sistema de creencias y de valores también puede ser
    descrito de una forma que tenga sentido para un observador
    interesado, aunque no comparta, o no pueda compartir, su punto de
    vista.

    2 DOCTRINA Y
    PRÁCTICA

    Una comunidad, un
    modo de vida, un sistema de creencias, una observancia
    litúrgica, una tradición; el cristianismo es todo
    eso y más. Cada uno de estos aspectos del cristianismo
    tiene afinidades con otras creencias, aunque cada una de
    éstas también muestra
    señas particulares, consecuencia de su origen y evolución. Teniendo en cuenta esto, es una
    ayuda, y de hecho se hace inevitable, estudiar las ideas e
    instituciones
    del cristianismo de forma comparativa, relacionándolas con
    las afinidades que tienen con otras religiones. Sin embargo,
    resulta asimismo importante el estudio de los rasgos distintivos
    que son exclusivos del cristianismo.

    2.1 Principales enseñanzas

    Un fenómeno tan complejo y vital como el
    cristianismo resulta más fácil describirlo desde
    una perspectiva histórica que definirlo de una forma
    lógica,
    aunque esta descripción histórica incluya
    concepciones interiorizadas por los creyentes y que son
    también características esenciales de la
    religión. Uno de los elementos esenciales lo constituye el
    protagonismo de la figura de Jesucristo. Ese protagonismo es, de
    uno u otro modo, el rasgo distintivo de todas las variantes
    históricas de la creencia y práctica del
    cristianismo. Los cristianos no han logrado llegar a un acuerdo
    sobre la comprensión ni sobre la definición de
    qué es lo que hace que Cristo sea tan
    característico y único. Desde luego, todos
    coinciden en que su vida y su ejemplo deberían ser
    seguidos y que sus enseñanzas referentes al amor y a la
    fraternidad deberían sentar las bases de todas las
    relaciones
    humanas. Gran parte de sus enseñanzas encuentran su
    equivalencia en la predicación de los rabinos,
    después de todo Jesús era uno de ellos, o en las
    enseñanzas de Sócrates y
    de Confucio. En las enseñanzas del cristianismo,
    Jesús no puede ser menos que el supremo predicador y
    ejemplo de vida moral, pero,
    para la mayoría de los cristianos, eso, por sí
    mismo, no hace justicia al
    significado de su vida y obra.

    Todas las referencias históricas que se tienen de
    Jesús se encuentran en los Evangelios, parte del Nuevo
    Testamento englobada en la Biblia. Otros libros del
    Nuevo Testamento resumen las creencias de la Iglesia
    cristiana primitiva. Tanto san Pablo como otros autores de las
    Sagradas Escrituras creían que Jesús fue el
    revelador no sólo de la vida humana en su máxima
    perfección, sino también de la realidad divina en
    sí misma. Veáse también
    Cristología.

    El misterio fundamental del Universo, llamado
    de muchas formas en las distintas religiones, en
    palabras de Jesús se llamaba "Padre", y por eso los
    cristianos llaman a Jesús, "Hijo de Dios". En todo caso,
    tanto en su lenguaje como
    en su vida, existía una profunda intimidad con Dios y un
    anhelo por acceder a Él, así como la promesa de
    que, a través de todo lo que Jesús fue e hizo, sus
    seguidores podrían participar en la vida del Padre en el
    cielo y podrían hacerse hijos de Dios. La
    crucifixión y resurrección de Jesucristo, a la que
    los primeros cristianos se refieren cuando hablan de Él
    como de aquel que reconcilió a la humanidad con Dios,
    hicieron de la cruz el principal centro de atención de la fe y devoción
    cristianas, y el símbolo más importante del amor
    salvador de Dios Padre.

    En el Nuevo Testamento, y por lo tanto en la doctrina
    cristiana, este amor es el atributo más importante de
    Dios. Los cristianos enseñan que Dios es omnipotente en su
    dominio sobre
    todo lo que está en la tierra y en
    el cielo, recto a la hora de juzgar lo bueno y lo malo, se
    encuentra más allá del tiempo, del
    espacio y del cambio, pero
    sobre todo enseñan que "Dios es amor". La creación
    del mundo a partir de la nada así como de la especie
    humana fueron expresiones de ese amor, como también lo fue
    la venida de Jesús a la Tierra. La
    manifestación clásica de esta confianza en el amor de
    Dios viene dada por las palabras de Jesús en el llamado
    Sermón de la Montaña: "Mirad cómo las
    aves del cielo
    no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros y vuestro Padre
    celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros
    más que ellas?" (Mat. 6,26). Los primeros cristianos
    descubrían en estas palabras una demostración de la
    privilegiada posición que tienen los hombres y las mujeres
    por ser hijos de un padre celestial como Él, y del lugar
    aún más especial que ocupa Cristo. Esa
    posición de excepción llevó a que las
    primeras generaciones de creyentes le otorgaran la misma
    categoría que al Padre, y a que más tarde
    utilizaran la expresión "el Espíritu
    Santo, a quien el Padre envió en el nombre de Cristo",
    como parte de la fórmula que se utiliza en la
    administración del bautismo y en los diversos credos
    de los primeros siglos. Después de numerosas controversias
    y reflexiones, aquella expresión se transformó en
    la doctrina de Dios como Santísima Trinidad. Veáse
    también Espíritu Santo.

    Desde un principio, el camino para iniciarse en el
    cristianismo ha sido el bautismo "en el nombre del Padre, del
    Hijo y del Espíritu Santo" o a veces, más
    simplemente, "en el nombre de Cristo". En un comienzo, parece ser
    que el bautismo le era administrado sobre todo a los adultos,
    después de haber hecho manifiesta su fe y de haber
    prometido corregir sus vidas. La práctica del bautismo se
    generalizó más al extenderse también a los
    niños.
    Otro rito que es aceptado por todos los cristianos es el de la
    eucaristía o cena del Señor, en la que se comparten
    pan y vino, expresando y reconociendo así la realidad de
    la presencia de Cristo, tal como se conmemora en la
    comunión de unos con otros en la misa. La forma que fue
    adquiriendo la eucaristía a medida

    que evolucionó fue la de una cuidada ceremonia de
    consagración y de adoración, a partir de textos
    eucarísticos escritos sobre todo en los primeros siglos
    del cristianismo. La eucaristía también se ha
    transformado en uno de los principales motivos de conflicto
    entre las distintas iglesias cristianas, pues no todas
    están de acuerdo con la presencia de Cristo en el pan y en
    el vino consagrados y con el efecto que produce esta presencia en
    los que lo reciben. Veáse también Liturgia; Misa;
    Partes musicales de la misa.

    La comunidad cristiana misma, es decir, la Iglesia, es
    otro componente fundamental dentro de la fe y las
    prácticas del cristianismo. Algunos estudiosos cuestionan
    el hecho de que se pretenda asumir que Jesús
    intentó fundar una iglesia (la palabra iglesia se menciona
    sólo dos veces en los Evangelios), pero sus seguidores
    siempre estuvieron convencidos de que su promesa de estar con
    ellos "siempre, hasta el fin de los días" se hizo realidad
    mediante su "cuerpo místico en la tierra", es decir, la
    santa Iglesia católica (universal). La relación que
    mantiene esta santa Iglesia universal con las distintas organizaciones
    eclesiásticas que existen por toda la cristiandad es la
    causa de las principales divisiones entre ellas. El catolicismo
    ha tendido a equiparar su propia estructura
    institucional con la Iglesia universal, mientras que algunos
    grupos
    protestantes extremistas han estado prontos
    a reclamar que ellos, y sólo ellos, representan la
    verdadera Iglesia visible. Sin embargo, cada vez un mayor
    número de cristianos de todos los sectores han comenzado a
    reconocer que no existe un único grupo que
    tenga el derecho de apropiarse el concepto de
    Iglesia, y han empezado más bien a trabajar para lograr la
    unión de todos los cristianos. Véase Movimiento
    ecuménico; Protestantismo; Iglesia católica
    apostólica romana.

    2.2 Culto

    Cualquiera que sea su organización institucional, la comunidad de
    fe dentro de la Iglesia es la primera condición para
    proceder al culto cristiano. Todos los cristianos de las
    distintas tradiciones han subrayado el papel trascendente de la
    devoción y de la oración individual, tal y como lo
    indicó Jesús. Pero él también
    instituyó una oración universal, el Padrenuestro,
    cuyas primeras palabras subrayan la naturaleza y
    el sentido de comunidad que tiene el culto: "Padre Nuestro que
    estás en el cielo". A partir del Nuevo Testamento, se
    estableció que el día que toda la comunidad
    cristiana destinaría a la adoración sería
    "el primer día de la semana", el domingo, en
    conmemoración de la resurrección de Cristo. Lo
    mismo que el shabat judío, el domingo se destina al
    descanso. También es el día en que los creyentes se
    reúnen para oír la lectura y
    la predicación de la palabra de Dios recogida en la
    Biblia, para participar en los sacramentos y para rezar, alabar
    al Señor y darle gracias. Las necesidades del culto en
    comunidad han motivado la creación de miles de himnos,
    coros y cantos, así como de música instrumental,
    en especial para órgano. Desde el siglo IV, las
    comunidades cristianas han edificado construcciones especiales
    destinadas al culto, un hecho decisivo en la historia de la arquitectura y
    del arte en general.
    Véase Basílica; Iglesia (arquitectura); Arte y
    arquitectura paleocristianas; Himno; Oración.

    2.3 Vida cristiana

    El mandato y la exhortación de la
    predicación y las enseñanzas cristianas abarcan
    todos los temas referentes a la doctrina y a la moral. Los
    dos mandamientos más importantes del mensaje ético
    de Jesús (Mt. 22,34-40) son el amor a Dios y el amor al
    prójimo. La aplicación de estos mandamientos a
    situaciones concretas de la vida, ya sea en el orden personal o en el
    social, no genera uniformidad en el comportamiento
    moral ni en el social. Por ejemplo, hay cristianos que consideran
    pecaminosas las bebidas alcohólicas, pero los hay que no
    opinan igual. Existen cristianos que adoptan diferentes posturas
    sobre temas de actualidad, ya sea desde puntos de vista de
    extrema derecha, de extrema izquierda o de centro. A pesar de
    ello, es posible hablar de un modo de vida cristiano, aquel que
    participa de la llamada al servicio y a
    convertirse en discípulo de Cristo. El valor
    inherente a cada persona creada a
    la imagen de
    Dios, la santidad de la vida humana, así como el matrimonio y
    la familia, el
    esfuerzo por alcanzar la justicia, aunque sea en un mundo
    caído en la desgracia, son compromisos morales
    dinámicos que los cristianos deberían aceptar; sin
    embargo, sus conductas pueden no conseguir las metas que imponen
    estas normas. Ya desde
    las páginas del Nuevo Testamento se hace patente que
    siempre ha sido difícil la tarea de desarrollar las
    implicaciones o el alcance que puede tener una ética del
    amor, bajo las condiciones de la existencia cotidiana, y que en
    realidad nunca ha existido una ‘época dorada’
    en la que haya sucedido lo contrario.

    2.4 Escatología

    Sin embargo, dentro de la doctrina cristiana late la
    idea de esta época de oro,
    representada en la esperanza cristiana de una vida eterna.
    Jesús se refirió a esta esperanza con tanta
    insistencia que muchos de sus seguidores estaban a la espera del
    fin del mundo de un modo declarado y abierto, pues con ese fin
    sus vidas alcanzarían el reino de la eternidad. Desde el
    siglo I, esta expectación creó una actitud de
    flujo y reflujo, alcanzando a veces niveles de gran intensidad, y
    otras veces de una aparente aceptación del mundo en sus
    formas más crueles. Los credos de la Iglesia se refieren a
    esta esperanza usando el lenguaje de
    la resurrección, de una nueva vida, participando de la
    gloria de Cristo resucitado. Teniendo estos símbolos en cuenta, el cristianismo
    debería considerarse como una religión espiritual,
    y en ocasiones se ha limitado exclusivamente a cumplir este
    papel. Pero, a través de la historia de la Iglesia, la
    esperanza cristiana también ha servido para motivar el
    desarrollo de
    una vida terrenal más conforme a los deseos de Dios
    según fue revelado por Cristo. Veáse también
    Catecismo; Escatología; Segunda venida.

    3
    HISTORIA

    Casi toda la información de la que se dispone sobre la
    vida de Jesús y los orígenes del cristianismo,
    proviene de aquellos que proclamaban ser sus discípulos.
    Considerando que escribieron más para convencer a los
    creyentes que para satisfacer la curiosidad histórica,
    esta información consta por lo común de más
    preguntas que respuestas, y nunca se ha podido armonizar dentro
    de un coherente y satisfactorio orden cronológico. Dada la
    naturaleza de las fuentes, es
    imposible, excepto de un modo especulativo, distinguir entre las
    enseñanzas originales de Jesús y el desarrollo que
    tuvo este magisterio dentro de las primeras comunidades
    cristianas.

    Lo que sí se sabe es que tanto la persona como el
    mensaje de Jesús de Nazaret, desde épocas muy
    tempranas, logró tener seguidores que creían en
    él como en un nuevo profeta. Sus palabras y hechos se
    interpretan a la luz del milagro
    de su resurrección. Los primeros cristianos concluyeron
    que lo que Él había demostrado ser, a través
    de su resurrección, ya lo debía haber sido antes,
    cuando caminaba entre los habitantes de Palestina e incluso antes
    de haber nacido del vientre de María de acuerdo con su
    condición divina y, por tanto, eterna. Se inspiraron en el
    lenguaje de las Sagradas Escrituras (la Biblia hebrea, que los
    cristianos llamaron Antiguo Testamento) para componer un relato
    de la realidad "siempre antigua, siempre nueva", que
    habían aprendido a conocer como apóstoles de
    Jesucristo. Creyendo que era deseo y mandato de Jesús el
    que se unieran y formaran una nueva comunidad de lo que
    aún quedaba rescatable del pueblo de Israel, estos
    judíos
    cristianos formaron la primera Iglesia en Jerusalén.
    Consideraban que ése era el lugar más apropiado
    para recibir lo prometido: el don del Espíritu Santo y de
    una innovación espiritual.

    3.1 Los comienzos de la Iglesia

    Jerusalén era el núcleo del movimiento
    cristiano; al menos lo fue hasta su destrucción a manos de
    los ejércitos de Roma en el 70
    d.C. Desde este centro, el cristianismo se desplazó a
    otras ciudades y pueblos de Palestina, e incluso más
    lejos. En un principio, la mayoría de las personas que se
    unían a la nueva fe eran seguidores del judaísmo,
    para quienes sus doctrinas representaban algo nuevo, no en el
    sentido de algo novedoso por completo y distinto, sino en el
    sentido de ser la continuación y realización de lo
    que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Por lo
    tanto, ya en un principio, el cristianismo manifestó una
    relación dual con la fe judía: una relación
    de continuidad y al mismo tiempo de realización, de
    antítesis, y
    también de afirmación. La conversión forzada
    de los judíos durante la edad media y
    la historia del antisemitismo
    (a pesar de que los dirigentes de la Iglesia condenaban ambas
    actitudes)
    constituyen una prueba de que la antítesis podía
    ensombrecer con facilidad a la afirmación. Sin embargo, la
    ruptura con el judaísmo nunca ha sido total, sobre todo
    porque la Biblia cristiana incluye muchos elementos del
    judaísmo. Esto ha logrado que los cristianos no olviden
    que aquel al que adoran como Señor era judío y que
    el Nuevo Testamento no surgió de la nada, sino que es una
    continuación del Antiguo Testamento.

    Una importante causa del alejamiento del cristianismo de
    sus raíces judías fue el cambio en la
    composición de la Iglesia, que tuvo lugar más o
    menos a fines del siglo II (es difícil precisar
    cómo se produjo y en qué periodo de una forma
    concreta). En un momento dado, los cristianos con un pasado no
    judío comenzaron a superar en número a los
    judíos cristianos. En este sentido, el trabajo del
    apóstol Pablo tuvo una poderosa influencia. Pablo era
    judío de nacimiento y estuvo relacionado de una forma muy
    profunda con el destino del judaísmo, pero, a causa de su
    conversión, se sintió el "instrumento elegido" para
    difundir la palabra de Cristo a los gentiles, es
    decir, a todos aquellos que no tenían un pasado
    judío. Fue él quien, en sus epístolas a
    varias de las primeras congregaciones cristianas, formuló
    muchas de las ideas y creó la terminología que
    más tarde constituirían el eje de la fe cristiana;
    merece el título de primer teólogo cristiano.
    Muchos teólogos posteriores basaron sus conceptos y
    sistemas en sus
    cartas, que
    ahora están recopiladas y codificadas en el Nuevo
    Testamento. Veáse también San Pablo.

    De las epístolas ya consideradas y de otras
    fuentes que provienen de los dos primeros siglos de nuestra era,
    es posible obtener información sobre la
    organización de las primeras congregaciones. Las
    epístolas que Pablo habría enviado a Timoteo y a
    Tito (a pesar de que muchos estudiosos actuales no se arriesgan a
    afirmar que el autor de esas cartas haya sido Pablo), muestran
    los comienzos de una organización basada en el traspaso
    metódico del mando de la primera generación de
    apóstoles, entre los que se incluye a Pablo, a sus
    continuadores, los obispos. Dado el frecuente uso de
    términos tales como obispo, presbítero y
    diácono en los documentos, se
    hace imposible la identificación de una política única
    y uniforme. Hacia el siglo III se hizo general el acuerdo
    respecto a la autoridad de
    los obispos como continuadores de la labor de los
    apóstoles. Sin embargo, este acuerdo era generalizado
    sólo en los casos en que sus vidas y comportamientos
    asumían las enseñanzas de los apóstoles, tal
    como estaba estipulado en el Nuevo Testamento y en los principios
    doctrinales que fundamentaban las diferentes comunidades
    cristianas.

    3.2 Concilios y credos

    San Agustín San
    Agustín aportó un método
    sistemático de filosofía a la teología
    cristiana. Enseñó retórica en las antiguas
    ciudades de Cartago, Roma y Milán antes de su bautizo
    cristiano en el 387. Sus discusiones sobre el
    conocimiento de la verdad y la existencia de Dios se
    inspiraron en la Biblia y en los filósofos de la Grecia
    clásica. Gran defensor del catolicismo romano, san
    Agustín desarrolló muchas de sus doctrinas mientras
    intentaba resolver los conflictos
    teológicos entre el donatismo y el pelagianismo, dos
    movimientos heréticos cristianos.THE BETTMANN
    ARCHIVE

    Se hizo necesario aclarar las cuestiones doctrinales
    cuando surgieron interpretaciones del mensaje de Cristo que
    vendrían a considerarse erróneas. Las desviaciones
    más importantes o herejías tenían que ver
    con la persona de Cristo. Algunos teólogos buscaban
    proteger su santidad, negando su naturaleza
    humana, mientras otros buscaban proteger la fe
    monoteísta, haciendo de Cristo una figura divina de rango
    inferior a Dios, el Padre.

    En respuesta a estas dos tendencias, en los credos
    comenzó, en época muy temprana, un proceso para
    especificar la condición divina de Cristo, en
    relación con la divinidad del Padre. Las formulaciones
    definitivas de estas relaciones se establecieron durante los
    siglos IV y V, en una serie de concilios oficiales de la Iglesia;
    dos de los más destacados fueron el de Nicea en el 325, y
    el de Calcedonia en el 451, en los que se acuñaron las
    doctrinas de la Santísima Trinidad y de la doble
    naturaleza de Cristo, en la forma aún aceptada por la
    mayoría de los cristianos (véase Concilio de
    Calcedonia; Credo de Nicea). Para que pudieran exponerse estos
    principios, el cristianismo tuvo que refinar su pensamiento y
    su lenguaje, proceso en el que se fue creando una teología
    filosófica, tanto en latín como en griego. Durante
    más de mil años, éste fue el sistema de
    pensamiento con más influencia en Europa. El
    principal artífice de la teología en Occidente fue
    san Agustín de
    Hipona, cuya producción de textos literarios, dentro de
    los que se incluyen los textos clásicos Confesiones y La
    ciudad de Dios, hizo más que cualquier otro grupo de
    escritos, exceptuando los autores de la Biblia, para dar forma a
    este sistema.

    ÉTICA
    CRISTIANA

    Los modelos
    éticos de la edad clásica fueron aplicados a las
    clases dominantes, en especial en Grecia. Las mismas normas no se
    extendieron a los no griegos, que eran llamados barbaroi
    (bárbaros), un término que adquirió
    connotaciones peyorativas. En cuanto a los esclavos, la actitud
    hacia los mismos puede resumirse en la calificación de
    herramientas
    vivas’ que le aplicó Aristóteles. En parte debido a estas
    razones, y una vez que decayeron las religiones paganas, las
    filosofías contemporáneas no consiguieron
    ningún refrendo popular y gran parte del atractivo del
    cristianismo se explica por la extensión de la ciudadanía moral a todos, incluso a los
    esclavos.

    El advenimiento del cristianismo marcó una
    revolución
    en la ética, al introducir una concepción religiosa
    de lo bueno en el pensamiento occidental. Según la idea
    cristiana una persona es dependiente por entero de Dios y no
    puede alcanzar la bondad por medio de la voluntad o de la
    inteligencia,
    sino tan sólo con la ayuda de la gracia de Dios. La
    primera idea ética cristiana descansa en la regla de oro:
    "Lo que quieras que los hombres te hagan a ti, házselo a
    ellos" (Mt. 7,12); en el mandato de amar al prójimo como a
    uno mismo (Lev. 19,18) e incluso a los enemigos (Mt. 5,44), y en
    las palabras de Jesús: "Dad al César lo que es del
    César y a Dios lo que es de Dios" (Mt. 22,21).
    Jesús creía que el principal significado de la
    ley
    judía descansa en el mandamiento "amarás al
    Señor tu Dios con todo tu corazón y
    con toda tu alma y con
    toda tu fuerza y con
    toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc.
    10,27).

    El cristianismo primigenio realzó como virtudes
    el ascetismo, el martirio, la fe, la misericordia, el
    perdón, el amor no erótico, que los
    filósofos clásicos de Grecia y Roma apenas
    habían considerado importantes.

    10
    ÉTICA DE LOS PADRES DE LA IGLESIA

    Uno de los puntos fuertes de la ética cristiana
    fue la oposición al maniqueísmo, una
    religión de origen persa que mantenía que el bien y
    el mal (la luz y la sombra) eran fuerzas opuestas que luchaban
    por el dominio absoluto. El maniqueísmo tuvo mucha
    aceptación en los siglos III y IV d.C. San Agustín,
    considerado como el fundador de la teología cristiana, fue
    maniqueo en su juventud pero
    abandonó este credo después de recibir la
    influencia del pensamiento de Platón.
    Tras su conversión al cristianismo en el 387,
    intentó integrar la noción platónica con el
    concepto cristiano de la bondad como un atributo de Dios, y el
    pecado como la caída de Adán, de cuya culpa una
    persona está redimida por la gracia de Dios. La creencia
    maniqueísta en el diablo persistió, sin embargo,
    como se puede ver en la convicción de san Agustín
    en la maldad intrínseca de la naturaleza humana. Esta
    actitud pudo reflejar su propio sentido de culpabilidad,
    por los excesos que había cometido en la adolescencia y
    puede justificar el énfasis que puso la primera doctrina
    moral cristiana sobre la castidad y el celibato.

    Durante la edad media tardía, los trabajos de
    Aristóteles, a los que se pudo acceder a través de
    los textos y comentarios preparados por estudiosos árabes,
    tuvieron una fuerte influencia en el pensamiento europeo. Al
    resaltar el conocimiento
    empírico en comparación con la revelación,
    el aristotelismo amenazaba la autoridad intelectual de la
    Iglesia. El teólogo cristiano santo Tomás de
    Aquino consiguió, sin embargo, armonizar el
    aristotelismo con la autoridad católica al admitir la
    verdad del sentido de la experiencia pero manteniendo que
    ésta completa la verdad de la fe. La gran autoridad
    intelectual de Aristóteles se puso así al servicio
    de la autoridad de la Iglesia, y la lógica
    aristotélica acabó por apoyar los conceptos
    agustinos del pecado original y de la redención por medio
    de la gracia divina. Esta síntesis
    representa la esencia de la mayor obra de Tomás de
    Aquino.

    Renacimiento, periodo de la historia europea
    caracterizado por un renovado interés
    por el pasado grecorromano clásico y especialmente por su
    arte. El renacimiento
    comenzó en Italia en el
    siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los
    siglos XV y XVI. En este periodo, la fragmentaria sociedad
    feudal de la edad media, caracterizada por una economía
    básicamente agrícola y una vida cultural e
    intelectual dominada por la Iglesia, se transformó en una
    sociedad dominada progresivamente por instituciones políticas
    centralizadas, con una economía urbana y mercantil, en la
    que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las
    artes y de la música

    El término ‘renacimiento’ lo utilizó por vez
    primera en 1855 el historiador francés Jules Michelet para
    referirse al "descubrimiento del mundo y del hombre" en el
    siglo XVI.

     

    ANA LILIA MEZA DIAZ

    UNILA. LIC PEDAGOGIA

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