- ¿Por qué es
peligroso un directivo narcisista? - ¿Cómo convivir con
un jefe narcisista? - ¿Es Ud.
narcisista? - Termino
Casi todos hemos digerido mal algún logro y,
desde luego, muchos de nosotros dedicamos una significativa parte
de nuestra atención a cultivar el ego; pero en algunos
casos, este consumo de
atención parece realmente excesivo y nuestro rendimiento
profesional se resiente. Para quienes, tras algunos éxitos
iniciales, llegan al extremo de perfilar una personalidad
narcisista, lo que viene después suelen ser sucesivos
traspiés. En el entorno del narcisista hay personas a
quienes consigue engañar, pero también hay otras
que le perciben casi como es, y hasta sienten algo de
vergüenza ajena. A veces se acompaña de algún
grado de corrupción, pero el narcisismo ha de ser
visto como un trastorno de la
personalidad, como un grave e indecoroso exceso de autoestima.
Resulta curioso que sea precisamente la atención
al ego lo que les desactive el sentido del ridículo,
aunque no todo el mundo les percibe impecablemente absurdos o
extravagantes, ni –obvio esto– todos los que hacemos
el ridículo somos narcisistas. El narcisista es una
persona que se
sobrestima en muy visible medida, y precisa ser admirado por los
demás, a los que considera inferiores y desprecia.
Fantasea sobre sus logros y méritos pasados y aun futuros,
muestra falta
de empatía, se manifiesta de forma arrogante y no tolera
las críticas; el culto a sí mismo le lleva
además a cuidar en extremo su aspecto e indumentaria. Con
su falsa imagen propia, ya
se ve lo peligroso que puede ser un narcisista en puestos
directivos. Llega a considerar que sus subordinados están
a su servicio en
vez de al de la empresa, y su
propio interés
predomina sobre la legitimidad. Piensa que las normas no
están para él y se las salta sin conciencia de
culpa. Aunque sean muchos los estirados, los arrogantes o los
engreídos, el narcisismo parece ciertamente algo
más grave, sobre todo en quienes administran poder.
He leído que ésta es la enfermedad de
nuestro tiempo en el
mundo empresarial, y parece ciertamente una enfermedad, porque,
con juicio sano, un posible narcisista podría pensar casi
lo mismo de sí, sin quedar tan en evidencia. Creo que vale
la pena que dediquemos unos minutos a reflexionar sobre esta
perturbación de la personalidad, en prevención de
la misma o, en su caso, persiguiendo una posible, aunque
difícil, toma de conciencia. Pero también podemos
reflexionar juntos sobre la forma de convivir con un directivo
narcisista, porque, en ese caso y según reaccionemos, nos
puede ir bien o podemos correr serios riesgos.
Diría ya que me sorprende que las organizaciones no
se prevengan más contra estos trastornos, pero sea el
lector quien llegue a sus conclusiones.
Puede que casi todos hayamos pasado por alguna etapa de
exagerada autoestima –yo lo admito–, pero en la
madurez deberíamos estar ya curados y conocernos mejor. El
tema me interesa desde hace tiempo. Siendo yo niño,
había un empresario
amigo de la familia,
que era siempre el centro de atención allá donde
estuviera; todos le consideraban una persona especial, y a
él le gustaba mucho que lo escucharan. Ahora lo identifico
como algo narcisista, pero entonces me parecía una
referencia a considerar: acabó mal, por cierto. Luego, ya
en mi trayectoria profesional de docente y consultor, he sufrido
–y me han sufrido– más de diez jefes
distintos, uno –sólo uno– de los cuales me
parecía narcisista, en grado de trastorno. No me siento
animado a evaluar a mis jefes, considerando además que
tampoco yo mismo he debido ser el colaborador ideal; pero creo
poder reconocer a un directivo narcisista, distinguiéndolo
de quienes lo parecen pero no lo son, y de quienes simplemente
amenazan serlo. De todos modos, es más seguro acudir a
los expertos, y lo hacemos a continuación.
Leído en un interesante libro
(Mobbing) de Iñaki Piñuel que releo de vez
en cuando, la DSM IV (Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales) apunta comportamientos
característicos de la personalidad narcisista. Ya
cabría hablar de tal, si se diera la mitad de los
siguientes:
- El sujeto posee una idea grandiosa de su propia
importancia. - Le absorben fantasías de éxito
ilimitado y de poder. - Se considera especial y único, y sólo
puede ser comprendido por otras personas
especiales. - Tiene una necesidad excesiva de ser
admirado. - Tiene un sentido de "categoría", con
irrazonables expectativas de un trato especialmente
favorable. - Explota a los demás y se aprovecha de ellos
para conseguir sus fines. - Carece de empatía.
- La envidia, por pasiva o activa, reside en su
conciencia. - Se manifiesta prepotente y arrogante.
Quizá todos podemos ponerle cara a estos rasgos
porque se ven por la tele: no se dan sólo en la empresa. Pero el
propio Piñuel, en un capítulo de su libro sobre el
acoso psicológico, nos traslada al entorno de las
organizaciones, para identificar características
más específicas del narcisismo. El autor
sitúa al narcisista, entre otros perfiles, como un posible
acosador u hostigador, y por eso le dedica varias páginas.
Entre las características de este trastorno en la empresa,
nos señala:
- Pensamientos o declaraciones de autovaloración
profesional. - Historias de grandes logros en el pasado.
- Hipersensibilidad a la evaluación de los
demás. - Utilización de los demás como espejo o
auditorio. - Violación de los códigos éticos
de la
organización. - Sentimiento de imprescindibilidad y aun de
infalibilidad. - Monopolización del mérito ajeno o
colectivo. - Autoatribución de gran visión
estratégica. - Evitación de que otras personas
destaquen. - Propagación de la mediocridad, para brillar
sin obstáculos. - Creencia de que las reglas no son para
ellos. - Atención al nivel jerárquico en su
relación con los demás. - Desprecio a colegas y subordinados.
- Fobia al fracaso.
Ya se va viendo lo pernicioso que puede resultar la
perturbación que describimos. Probablemente, el daño
que pueden hacer a sus organizaciones es proporcional a su poder,
y no podemos sorprendernos de que un primer ejecutivo narcisista
acabe llevando a su empresa al fracaso. A un observador, no pocos
ejecutivos de grandes empresas pueden
parecer distantes, fríos, estirados y egocentristas
–como les suelen gustar los actos litúrgicos
multitudinarios, uno puede observarlos bien–, pero eso no
les hace siempre narcisistas. A mí, en experiencia propia,
me llamó la atención que alguien a quien yo
tenía por tal, respondiera siempre de manera muy abstracta
a las preguntas que le hacíamos en las grandes reuniones,
y que, cuando le pedíamos concreción, se fuera ya a
detalles minúsculos; ahora sé que éste
también parece ser un síntoma del
trastorno.
El lector podría llegar a otra conclusión,
pero a mí me parece que el narcisismo podría tener
su origen en una mala digestión de un éxito
temprano, y verse favorecido por un exagerado reconocimiento del
entorno. Si, aún inmaduro, el individuo
sigue cosechando buenos resultados, puede ir acentuando el perfil
o no; pero cuando, como parece normal, llega algún
traspié, puede que sea ya demasiado tarde y la conciencia
del individuo no pueda aceptarlo: ahí podría
consolidarse, en su caso, la personalidad narcisista que
describimos, quizá como defensa ante la adversa realidad.
Puedo estar simplificando demasiado y aun especulando, pero el
lector puede así contrastar su modo de verlo con el de un
observador autodidacto que en la universidad no
estudió Psicología, sino
Electrónica.
¿Por
qué es peligroso un directivo narcisista?
Por lo que hace o deja de hacer, más que por lo
que es. Cabe pensar que no importaría mucho que un
directivo fuera narcisista si también fuera eficaz, es
decir, si consiguiera los resultados esperados; pero es que el
narcisismo resta eficacia a corto
y a largo plazo, y erosiona la calidad de
vida en la empresa. De modo que estamos ante un trastorno
peligroso que afecta al deseable tándem del rendimiento y
la satisfacción profesional; estamos ante un trastorno que
parece anunciar desastres. Diríase, improvisando, que lo
más peligroso de un directivo narcisista es
que:
- Tiene demasiado alterada su visión de la
realidad. - Mantiene inútilmente ocupada una parte
importante de su atención. - No es fácil establecer una comunicación auténtica con
él. - Ignora las reglas de todo tipo, incluida la ética.
- No es consciente de sus errores, no rectifica y no
aprende. - Se pierde la ayuda de la empatía, la
intuición genuina y otros recursos. - Es incapaz de lograr la activación emocional
positiva de sus colaboradores. - Da prioridad a sus intereses personales.
- Les ningunea, e hiere la dignidad de
colegas y subordinados. - Espanta a los clientes, salvo
connivencias o complicidades. - No se deja criticar ni aconsejar.
- Es incapaz de fijar objetivos
realistas. - Genera emociones
negativas en su entorno. - Suele huir hacia adelante.
- Propicia o asegura la mediocridad a su
alrededor. - Constituye una referencia contagiosa para los
inmaduros. - Practica castigos psicológicos a
subordinados. - A menudo resulta complicado retirarle el poder que
administra.
Quizá el lector pueda añadir otros
detalles, pero todo lo anterior, si estamos de acuerdo,
obstaculiza la prosperidad de la organización y enrarece su clima. Al margen
de la posible añadida corrupción –negligente o
codiciosa– de magnitud diversa, si reflexionamos sobre la
lista anterior, uno, sin poder evitarlo, sigue
preguntándose por qué no se libran las
organizaciones de estos peculiares directivos;
¿quizá porque la propia cultura de la
organización los genera como efecto secundario? Por otra
parte, merece comentario lo del clima de mediocridad militante
que suele generar el narcisista como autoprotección:
alguien que presentara ideas brillantes o innovadoras
podría verse inmovilizado por los perros del
hortelano. El narcisista no puede tolerar más brillos
que los que él hace brillar; no puede celebrar
éxitos que no sean suyos; tiene que ser el mejor, incluso
cuando juega al tenis o al mus. Necesita, en suma, un entorno
más mediocre que él.
También destacaría yo la ausencia de
autocrítica y la quiebra del
espíritu de comunidad; pero
todo, en general, invita a malos presagios. Adicionalmente, en su
afán de notoriedad, este directivo puede servirse de su
puesto para formar parte de clubs, asociaciones y otras
iniciativas en que nutra su hambriento ego. (Naturalmente, hay
que precisar, aunque no haga falta, que el hecho de participar en
iniciativas diversas no implica narcisismo; de acuerdo: no
hacía falta decirlo). El eco que en esos foros encuentra
el narcisista, puede estar más vinculado a su
contribución material que a la intelectual, porque en
seguida se deja conocer, y no sólo se delata a sí
mismo, sino que puede desacreditar a la empresa que representa.
Cabe insistir en que estamos ante una conducta
trastornada que se produce en diferentes grados, pero el hecho es
que entre sus síntomas figuran la falsedad, la arrogancia,
el juicio temerario y la jactancia, todos muy visibles y
sospechosos.
¿Cómo
convivir con un jefe narcisista?
Como ante un jefe inepto o corrupto, ante un narcisista,
y según el grado y las circunstancias, cabe largarse,
quedarse hasta poco antes de que se hunda el barco, o hundirse
con el mismo; pero no hay que descartar que la empresa haya
conseguido situarse en aguas y vientos favorables, y
continúe su trayectoria aceptablemente. Pensando en que
hemos de convivir con un jefe a tope narcisista,
¿qué podemos hacer? ¿Hay realmente que hacer
algo? Desde luego, el narcisista genera emociones en sus
testigos. Si, por muy profesional que se sea, uno carece del
estómago adecuado, parece natural que se reaccione de
alguna manera, no siempre adecuada. Como yo lo he hecho muy mal
cuando me he visto ante un jefe así, creo poder apuntar
algunas cosas que sí podrían ser más
válidas.
Antes de hacerlo y aunque el lector se preguntará
quién estaba más tocado, déjenme recordar
algunas cosas que yo hacía, no sabiendo qué hacer.
Hace ya tiempo de esto pero tuve, en efecto, un jefe que
parecía encajar en el perfil que estudiamos. Recuerdo que
cuando se acercaba a mi zona de trabajo, y
aunque no se dirigiera a mí, yo me ponía de pie;
noté que volvía la cabeza al irse, para comprobar
si también coincidía su marcha con que yo me
volviera a sentar. En la misma intención, cuando él
me llamaba a su despacho, yo cogía mi chaqueta del
respaldo de la silla, iba deprisa a su despacho, me paraba en la
puerta y, ante sus ojos, me ponía apresuradamente la
chaqueta antes de entrar; a veces, hasta me colocaba el nudo de
la corbata. Nunca me dijo que dejara de hacer tonterías.
Sigo creyendo que no se daba cuenta de que le estaba tomando el
pelo, pero confieso mi irreverencia mientras lo recuerdo con
cierta sonrisa.
Bien pues, en torno al
narcisista hay quienes optan por sumarse a la corte de aduladores
y pleasers, en espera de contrapartidas. Pueden
reconocerse también los políticamente correctos,
que consideran que deben ser leales al jefe, sea lo que sea y
haga lo que haga. Asimismo pueden aparecer quienes encaren la
situación, ya sea con fines legítimos o espurios.
Si Ud. rechaza la conducta del narcisista pero, mientras aparece
una alternativa idónea, opta por sobrevivir en ese
ambiente lo
más dignamente posible, conservando algo de su iniciativa
e independencia
moral, le
someto ya mis sugerencias:
- Evite formular críticas o limítelas
mucho en fondo y forma. - Esté atento a posibles trabajos-trampa que se
le encarguen. - Prevéngase de reproches o acusaciones
inmerecidas. - Realice su trabajo, si le gusta, con cierta
autotelia. - Respire aire fresco
(procure ampliar su horizonte), de vez en cuando. - Cultive apoyos a su alrededor.
- Recele de los elogios internos que
reciba. - Practique el aprendizaje
permanente. - No alardee de sus conocimientos pero tampoco los
oculte. - Disimule su alejamiento emocional del jefe y su
corte. - Haga poco ruido, pero
vaya ganándose respeto
profesional. - Sin llegar a enfrentamientos, impida que se apropien
de sus méritos.
Básicamente, se trata de prevenir animadversiones
y también de preparar defensas por si llegan. Nada nuevo
en realidad, y además ya sabe que los consejos
están para saltárselos, y que, bien pensado, lo que
funciona es la intuición. Si a Ud. le funciona bien (la
intuición y todo lo demás), es posible que
esté a salvo. Pero ya ve: Ud., persona de cierta
integridad, va a tener que dedicar una parte de ese recurso
limitado que es la atención, para prevenir y combatir la
mala intención de un jefe narcisista ante un colaborador
no sometido. Ahora le voy a proponer un breve examen de
conciencia por si quiere asegurarse de no ser usted mismo
narcisista.
Se lo pregunto porque, si lo fuera, probablemente no
sería consciente de ello. Si ha leído este
artículo relajado, sin inquietud interior, seguramente Ud.
no lo es; pero si se ha sentido algo incómodo leyendo,
entonces empiece a sospechar de sí mismo. Mi
intención era inquietar a los posibles narcisistas, en su
propio beneficio y por mi reconocida irreverencia. Si es el caso,
busque feedback fiable y reflexione; y si lo prefiere,
cumplimente el siguiente pequeño cuestionario y
consulte luego el oráculo. Lo he confeccionado
inspirándome en las creencias del narcisista, tal como las
formula Iñaki Piñuel en el importante libro a que
me he referido.
Ya sabe: esto es para sospechosos de narcisismo.
Otórguese de 0 a 4 puntos, en la medida en que cada una de
las propuestas siguientes le identifique:
- Mis colaboradores están a mi
servicio. - A mí no me obligan las reglas.
- Soy imprescindible.
- Reúno méritos
extraordinarios. - Tengo gran visión de futuro.
- Yo no me equivoco.
- Todos me lo deben todo.
- Puedo esperar grandes cosas de mí
mismo. - Soy extraordinariamente inteligente.
- Soy objeto de gran envidia.
Ud. ha debido obtener cero puntos o apenas unos pocos, y
por lo tanto está lejos de ser considerado narcisista;
pero si, respondiendo con toda la sinceridad de que es capaz,
hubiera obtenido más de 20 puntos, yo también
sospecharía de Ud. Y si hubiera obtenido más de 30,
necesitaría ya tratamiento urgente, y debería,
quizá, buscar ayuda. Puede empezar con un buen
coach, sin descartar al psicoanalista.
A pesar de todo, deseo insistir en que, si se atiende a
la calidad de vida
en el trabajo,
quizá un jefe narcisista no es lo peor que le puede pasar,
si no lo tiene Ud. demasiado cerca: podría ser peor un
jefe pusilánime, maquiavélico, acosador,
obstruccionista, neurótico, cínico… Y hay que
recordar –no se nos había olvidado– que hay
jefes eficaces, auténticos, muy estimados por sus
colaboradores, que crean a su alrededor climas o microclimas de
confianza, alto rendimiento y elevada satisfacción
profesional: durante mis 30 años en una gran empresa de
brillante pasado, conocí algunos, y llegué a la
conclusión de que, trabajando igual, uno puede ser feliz o
no, en función
del jefe que le toque. Naturalmente, los jefes podrían
decir algo parecido de sus subordinados, pero creo que, en su
caso, éstos sufren más a aquéllos que
aquéllos a éstos. El tema da para más, pero
no quería ponerme muy pesado. Gracias a quienes hayan
llegado hasta aquí.
José Enebral Fernández
Consultor de Recursos Humanos