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Gadamer y el juego: De la conciencia estética a la hermenéutica




Enviado por gallegofranco



    1. Gusto y genio: conciencia
      estética
    2. Nueva perspectiva. El
      juego

    No hace mucho un viejo amigo sentenció (con
    gracia): es lícito sospechar de todo aquel que no gusta
    del fútbol. Juicio procaz, advertirá el lector,
    generalización inicua.

    Pues bien, después del discurso
    esnobista para el que jugar es distraerse y presenciar un partido
    de fútbol alienarse, el cuarto capítulo de
    Verdad y método
    I
    El juego como hilo conductor de la
    explicación ontológica
    – sonará a
    fanfarronada. Y con todo, es no sólo la
    reivindicación de la gravedad del juego sino el
    enfrentamiento con la estética inaugurada en la modernidad.

    El juicio del cofrade es la respuesta a la condena
    intelectual (de momias), que algunos han pretendido conferir al
    Juego: vislumbrar los motivos que llevan a Gadamer a concebir el
    concepto de
    juego como llave de acceso para la explicación
    ontológica es la razón de ser de esta
    glosa.

    Esos motivos están expuestos en el abstruso
    capítulo dos del mismo texto (La
    subjetivación de la estética por la crítica
    kantiana
    ). En lo que sigue, pues, encuentra el lector un
    intento por clarificar el desarrollo de
    tal capítulo y, con ello, justificar la utilización
    del concepto de juego por parte de Hans-Georg.

    GUSTO Y GENIO:
    CONCIENCIA ESTÉTICA

    Con Kant y su
    Crítica del juicio el concepto de gusto abandona
    las tierras originarias que ocupó durante mucho tiempo. El
    gusto juzgaba otrora el conjunto de las costumbres y las
    conveniencias; cabalgaba junto a la moral;
    evitaba las aversiones y lo chocante. Sólo con el trabajo de
    aquel examinador de periódicos el gusto se
    restringió a lo bello en el arte,

    "Sin embargo el precio que
    paga por esta justificación de la crítica en el
    campo del gusto consiste en que arrebata a éste
    cualquier significado cognitivo. El sentido común
    queda reducido a un principio subjetivo. En él no se
    conoce nada de los objetos que se juzgan como bellos, sino que
    se afirma únicamente que les corresponde a priori
    un sentimiento de placer en el sujeto".

    De esta forma se ha profundizado en la vieja
    escisión cartesiana. Al analizarse el comportamiento
    del sujeto que percibe el arte se ha concluido que en tal
    experiencia hay una limitación de la verdad. El
    conocimiento válido, con pretensiones de verdad, se
    halla en las ciencias
    naturales: en lo que al arte respecta, el gusto irrumpe sin
    pretensión alguna.

    "Cuando Kant llama así al gusto el verdadero
    <<sentido común>>, está abandonando
    definitivamente la gran tradición
    político-moral del
    concepto de sentido común que hemos desarrollado
    antes".

    Lo más representativo ahora es la
    sublimación del genio por Kant. Antes advertí la
    caracterización del gusto; ahora surge la del genio. Y la
    caracterización de éste nace por la idea de que el
    arte no es sólo la representación bella de una cosa
    sino la representación de ideas estéticas:
    corresponde pues a una genialidad la consumación de
    tal momento representativo.

    "La irracionalidad [la negrilla es mía]
    del genio trae (…) a primer plano un momento productivo de la
    creación de reglas, que se muestra de la
    misma manera tanto al que crea como al que disfruta: frente a
    la obra de arte bella no deja ninguna posibilidad de apresar su
    contenido más que bajo la forma única de la obra
    y en el misterio de su impresión, que ningún
    lenguaje
    podrá alcanzar nunca del todo. El concepto del genio se
    corresponde, pues con lo que Kant considera decisivo en el
    gusto estético: el juego aliviado de las fuerzas del
    ánimo, el acrecentamiento del sentimiento vital que
    genera la congruencia de imaginación y entendimiento y
    que invita al reposo ante lo bello. El genio es el modo de
    manifestarse este espíritu vivificador. Pues frente a la
    rígida regulatividad de la maestría escolar el
    genio muestra el libre empuje de la invención y una
    originalidad capaz de inventar modelos".

    Del gusto al genio: la sublimación del
    último entiende que a una genialidad de la creación
    responde una genialidad de la comprensión. Se inaugura
    así una concepción hermenéutica cuyo sustrato es identificar
    lo que el genio quiso decir, verbigracia, no qué dice
    la
    Ilíada sino qué quiso decir Homero.

    "En el siglo XIX el concepto del genio se eleva a un
    concepto de valor
    universal (…). El concepto romántico e idealista de la
    producción inconsciente es el que soporta
    este desarrollo…". A esta apoteosis corresponde el pedestal que
    se levanta al artista desde entonces, con sus posteriores
    fetiches: la bohemia, el genio incomprendido, la actividad
    artística marginal, la idea del arte por el arte.
    En verdad se da un viro desde el poeta Abu-Nowas de Las mil y
    una noches
    , consagrando sus horas a la creación de
    bellos poemas para el
    Califa, al artista del siglo XIX produciendo sus obras ante la
    tibia luz de su propia
    sesera.

    La tipología del genio se consuma y entiende
    mejor con la presencia de otro concepto: el de
    vivencia.

    "En cuanto que (…) la vivencia estética
    representa paradigmáticamente el contenido del concepto
    de vivencia, es comprensible que el concepto de ésta sea
    determinante para la fundamentación de la perspectiva
    artística. La obra de arte se entiende como
    realización plena de la representación
    simbólica de la vida, hacia la cual toda vivencia se
    encuentra siempre en camino. Por eso se caracteriza ella misma
    como objeto de la vivencia estética. Para la
    estética esto tiene como consecuencia que el llamado
    arte vivencial aparezca como arte auténtico".

    Recordemos: con Kant se restringe el concepto de gusto
    al juicio de lo bello en el arte. Al analizar tal fenómeno
    concluye que es determinante para la manifestación del
    arte el que haya un genio que represente no la belleza de una
    cosa sino la representación de una idea estética. Y
    para construir la idea del genio se añade la idea de la
    vivencia: el artista transforma en arte el trasfondo de sus
    vivencias por medio de un proceso
    simbólico. ¿Cómo surge la crítica a
    tal concepción y qué argumenta Gadamer para
    desmontar de alguna forma esa subjetivación total de la
    estética (y, por tanto, de la hermenéutica
    vigente)?

    El inicio de la crítica comienza con la
    vindicación de la alegoría. Para ello Gadamer acude
    a la Historia y
    señala los límites
    evidentes de la estética del genio. No es la vivencia el
    rasgo fundante en el arte antiguo o medieval: la ontología de la obra de arte, es decir, el
    modo de ser del arte, es mucho más abarcante que la
    manifestación restringida a la expresión vivencial.
    No se afirma que el arte deba volver a entenderse como
    alegoría o símbolo. No se trata de una prescriptiva
    del arte; antes bien, se trata de una observación que señala cómo
    el fenómeno del arte puede concebirse desde otra
    perspectiva. Y en ese sentido es un recuerdo de conceptos que la
    estética del genio olvida: Tradición, Historia,
    Canon, referencia al mundo en que surge la obra, Historicidad,
    Ocasionalidad.

    Más adelante, por ejemplo, hacia el
    capítulo cinco (Conclusiones estéticas y
    hermenéuticas
    ), podrán observarse casos asaz
    particulares en que la estética del genio carece de
    posición sostenible: el retrato, la imagen religiosa,
    la novela
    histórica, la alusión escénica o literaria,
    la obra decorativa.

    La modernidad exigió una distinción
    desvinculante. En tal distinción está cifrado el
    Destino del pensamiento y
    la estética del genio encuentra su nicho en él.
    Pero recordando a Heidegger,

    "Lo primero que hay que evitar es el esquema de que
    hay sujetos y objetos, conciencia y ser; de que el ser es
    objeto del conocimiento; que el ser verdadero es el ser de
    la naturaleza;
    que la conciencia es el <<yo pienso>>, esto es,
    yoica, la yoidad, el centro de los actos, la persona; que
    los yoes (personas) tienen frente a sí lo ente, objetos,
    cosas de la naturaleza, cosas de valor, bienes. En
    fin, que la relación entre sujeto y objeto es lo que se
    ha de determinar y que de ello se ha de ocupar la teoría
    del conocimiento".

    Con ello, una breve digresión. Un
    compañero afirmó durante el curso, haciendo un
    comentario a la supuesta paradoja en Gadamer de que hay encuentro
    con la verdad en las ciencias del
    espíritu pero a la vez una confirmación del
    relativismo histórico, que "no podía entenderse a
    Gadamer como un relativista histórico a secas".
    Pues bien, sin duda lo que se expresa en el comentario es cierta
    disposición a entender la verdad de una forma muy especial
    –muy moderna-. Y traigo a colación a Heidegger: para
    los griegos hay equivalencia entre verdad, apariencia y ser. Con
    Descartes el
    ser fue concebido como presencia dada en el ente capaz de
    anteponerlo: el ser del ente se agota en ser "objeto",
    enfrentarse con el sujeto que lo pone ante sí; en general,
    verdad es la correspondencia entre el objeto y la idea que de
    él tiene el sujeto.

    Desde allí debe entenderse la tal paradoja en
    Gadamer: desde una nueva concepción de la verdad y no
    desde una perspectiva especial de lo que es el relativismo
    histórico.

    Fin de la digresión. Justificación de la
    misma: un asunto que ocupó a Heidegger en su
    Introducción a la metafísica es la
    recuperación de la pregunta por la verdad. Leyendo a
    Gadamer puede entenderse esa misma preocupación (no en
    vano su libro se
    titula Verdad y método): una aproximación a
    un concepto de verdad distinto al que ofrecen las ciencias
    naturales. En ese sentido, y según lo indicó el
    profesor, el
    libro es una respuesta a Descartes. Por eso también
    Verdad y método supera con mucho a una historia de
    la estética o a una historia de la hermenéutica: la
    magnitud de la obra, que admito con toda justicia
    apenas intuyo, radica en que exponiendo los problemas de
    la conciencia estética accede a una problemática
    más amplia: el concepto de Verdad.

    La crítica que Gadamer le plantea a la conciencia
    estética contiene pues múltiples interrogantes y
    precisiones; se infiere de ella, de la conciencia
    estética, que: no admite pretensión de verdad;
    profundiza la escisión moderna entre sujeto y objeto;
    subjetiva la actividad creadora a través del concepto de
    vivencia; desvincula a la obra de arte de su mundo, pasando por
    alto la historicidad de la misma; le niega carácter cognitivo a la experiencia del
    arte. Frente a todo ello, recuerdo las sentencias finales del
    capítulo dos que preludian el giro en la mirada
    posterior:

    "¿Es el comportamiento estético en
    realidad una actitud
    adecuada hacia la obra de arte? ¿O lo que llamamos
    <<conciencia estética>> no será
    más bien una abstracción?".

    "La fundamentación de la estética en la
    vivencia conduce al absoluto puntualismo que deshace tanto la
    unidad de la obra de arte como la identidad
    del artista consigo mismo y la del que comprende o
    disfruta".

    "¿No ha de haber, pues, en el arte conocimiento
    alguno? ¿No se da en la experiencia del arte una
    pretensión de verdad diferente de la de la ciencia
    pero seguramente no subordinada o inferior a ella? ¿Y no
    estriba justamente la tarea de la estética en ofrecer
    una fundamentación para el hecho de que la experiencia
    del arte es una forma especial de conocimiento?

    NUEVA PERSPECTIVA. EL
    JUEGO

    El concepto de juego se hace necesario para determinar
    el acceso a la manifestación de la experiencia del arte.
    La razón: la conciencia estética se muestra
    insuficiente y queda en mora con la amplitud de tal experiencia.
    Los obstáculos que la conciencia estética
    representan para la comprensión del fenómeno
    artístico llevan a Gadamer a apropiarse del concepto de
    juego. ¿Qué se gana con la nueva perspectiva?
    Contesto de antemano –y juzgo conveniente no exponer
    sesudamente un tema al que hemos consagrado tanto tiempo durante
    el curso-: se evita entender el fenómeno a través
    de las subjetividades implícitas en él (creador o
    receptor) y por tanto se avanza en la superación del
    moderno sujeto-objeto, se devuelve al fenómeno del arte su
    historicidad y ocasionalidad (con la exposición
    del concepto de representación) y se confiere un
    carácter festivo al fenómeno del arte poniendo de
    relieve su
    temporalidad.

    El juego supera las subjetividades de quienes juegan y
    se escapa al asimiento que éstas quieren imponerle.
    Gracias a este rebase puede afirmarse que el juego es el Sujeto y
    no el Objeto; por tanto "jugar es ser jugado".

    Unas precisiones fundamentales sobre el modo de ser del
    juego conducen a entender el porqué se le toma como
    concepto de partida para explicar el fenómeno del
    arte.

    "El movimiento
    de vaivén es para la determinación esencial del
    juego tan evidentemente central que resulta indiferente quien
    (sic) o qué es lo que realiza tal
    movimiento".

    No se entiende el juego cuando se explora a
    través de los sujetos que participan en él. La
    esencia del juego los rebasa: la esencia del arte está por
    encima de quien está en juego en él; por
    tanto es inocuo preguntarle al artista, por ejemplo:
    ¿cuál es la esencia del arte? O ¿cuál
    es la esencia de su arte? O ir en búsqueda de lo que el
    artista quiso decir, quiso expresar: no es fortuito que
    más adelante desmitifique Gadamer la postura del artista
    frente a su obra, al fin y al cabo, al apreciarla, es ya
    receptor.

    Y esto me trae a la memoria una
    anécdota simpática. Cuenta un conferencista,
    ¡pero Alá es más sabio!, que vino a Colombia hace
    algunas décadas el famoso escritor del absurdo Ionesco.
    Una prestigiosa universidad
    capitalina, cuna de nobles y valientes doctos, invitó al
    escritor con la pretensión de que hablara de su obra:
    él aclararía dudas, discutiría sus
    temáticas más reiterativas, clarificaría sus
    textos. Llegada la hora de la charla y ante un auditorio atestado
    de jóvenes promesas, un viejecillo de luengas barbas
    salió al estrado en medio de los aplausos. Llevaba unos
    lentes pequeños y cargaba sin prisa y con gravedad una
    cantidad considerable de libros. Se
    sentó y dispuso los textos en una mesita. Unos minutos
    después irrumpió Ionesco en la tarima,
    declarando(la trascripción no es fiel -que no soy
    foliculario-): "Soy un hombre
    olvidadizo. Ante mi incapacidad para recordar detalles he
    traído conmigo al señor que ustedes ven
    aquí. Él es un estudioso acreditado de mi obra; ha
    cotejado los originales con las traducciones; ha dedicado parte
    de su vida a estudiarla y con toda seguridad
    él podrá hablar con mayor propiedad
    sobre ella". Y tomando asiento junto al anciano permaneció
    impertérrito mientras los estudiantes preguntaban y el
    erudito contestaba con premura.

    Tal anécdota tiene como objetivo no
    sólo aligerar el tono somnoliento que traía este
    escrito sino ilustrar la distancia que comienza a darse entre el
    escritor y su obra.

    Ahora bien, para que el juego ocurra es necesario que se
    juegue. La forma de manifestación del juego es la auto
    representación y en ella también los jugadores se
    manifiestan, justamente, representándose. No hay juego sin
    representación: in abstracto. No hay arte sin
    representación: in abstracto.

    La explicación ontológica del arte cuando
    se tiene como hilo conductor el concepto de juego es lograda, en
    un primer momento, al pensar en el juego escénico (es
    decir, al tener presente que se juega para
    alguien).

    "Lo que ocurre al juego como tal cuando se convierte
    en juego escénico es un giro completo. El espectador
    ocupa el lugar del jugador. Él, y no el actor, es para
    quien y en quien se desarrolla el juego".

    Así se supera de algún modo la
    separación entre jugador y espectador que conjuraba la
    conciencia estética. El juego, alcanzando su
    perfección en la obra de arte, se transforma y convierte,
    según Gadamer, en una construcción. Y ello implica que la
    construcción es una unidad de sentido que adquiere su
    valor en la representación: no se la juzga correcta o
    incorrecta por su referencia a la <<realidad>>, ni se
    entiende su representación como una imitación del
    original, sino que en la representación emerge la obra: es
    baladí acercarse a la representación con el
    afán de juzgar su valor por comparación a un
    "original".

    "… la obra de arte tiene su verdadero ser en el
    hecho de que se convierte en una experiencia que modifica al
    que la experimenta. El <<sujeto>> de la experiencia
    del arte, lo que permanece y queda constante, no es la
    subjetividad del que experimenta sino la obra de arte misma. Y
    éste es precisamente el punto en el que se vuelve
    significativo el modo de ser del juego. Pues éste posee
    una esencia propia, independiente de la experiencia de los que
    juegan".

    Hay en el arte, como en la fiesta, una ocasionalidad muy
    particular. Digamos que se celebra lo mismo con cierta
    frecuencia, pero cada fiesta es distinta de la que la antecede.
    De esta forma intuimos un encuentro: una obra habla distinto cada
    vez.

    La experiencia de la relectura y la historicidad de un
    cuadro representan momentos diferentes de sentido. Conferimos,
    pues, una vinculatividad muy particular a la obra con su tiempo.
    Huero es ya decir La Obra.

    "Hemos partido de que la obra de arte es juego, que su
    verdadero ser no se puede separar de su representación y
    que es en ésta donde emerge la unidad y mismidad de una
    construcción. Está en su esencia el que se
    encuentre referida a su propia representación; sin
    embargo, esto significa que por muchas transformaciones y
    desplazamientos que experimente en sí, no por eso deja
    de seguir siendo ella misma".

    Cierta nostalgia me provoca el final de esta glosa.
    Intenté exponer los argumentos que hacen del juego un
    concepto apropiado para explicar el fenómeno del arte y
    temo que apenas sí haya intuido algunas razones
    válidas.

    Imposible apresar ciertas cosas que se escapan a la
    escritura, sin
    quererlo. Ya se ve cómo también la filosofía
    es juego.

    BIBLIOGRAFÍA

    DE QUINCEY, Thomas. Los últimos días de
    Emmanuel Kant y otros escritos. Barcelona: Ediciones Orbis, 1988.
    269p.

    GADAMER, Hans-Georg. Verdad y método I.
    Salamanca: Ediciones Sígueme, 2001. 697p.

    HEIDEGGER, Martin. Introducción a la metafísica. 3ª edición. Buenos Aires:
    Nova, 1972. 240p.

    HEIDEGGER, Martin. Ontología: hermenéutica
    de la facticidad. Madrid:
    Alianza, 2000. 154p.

     

    Santiago Gallego

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