La Casa de América
de Madrid y la
Fundación para la Cultura Urbana
de Venezuela,
organizaron en el mes de junio de 2004, un evento, en Madrid,
dedicado al exilio español en
Venezuela. Los personajes escogidos para representar a dicho
exilio fueron el jurista Manuel García Pelayo y el
filósofo Juan David Garía Bacca. Nos
correspondió el honor de hablar acerca de la vida y obra
del primero, junto con Francisco Rubio Llorente, actual
Presidente del Consejo de Estado
español, y Graciela Soriano de García Pelayo,
Presidenta de la Fundación Manuel García
Pelayo.
Para este homenaje, me propuse buscar en la obra de
Manuel García Pelayo el ideal del buen gobierno
contemporáneo, a partir de los peligros que provienen del
resurgimiento del populismo
autoritario personalista, que acechan a la vida civilizada,
aquella que se vive tranquilamente y que deriva de la democracia
liberal. En el transcurso de tal búsqueda surgieron otros
aspectos de su vida y obra que a continuación
referiré.
García Pelayo había optado, bajo la
influencia de Max Weber, por
tratar al mundo como objeto de conocimiento y
no como campo de acción:
"En los años cuarenta el autor que más me
impresionó fue Max Weber…y
desde entonces ejerció una duradera influencia sobre mi
pensamiento"(Autobiografía intelectual).
Así, se dedicó más a comprender la
razón de los fenómenos políticos y los
motivos de la acción de quienes se orientan hacia el
ejercicio del poder o de
quienes buscan influenciarlo; a ser comprensivo y no prescriptivo
en el trabajo
intelectual. Aunque llegado el momento, polemizó,
juzgó, advirtió, recomendó y
prescribió, del modo en el que él sabía
hacerlo.
Para quienes tuvimos la fortuna y el privilegio de
trabajar y convivir con él, de compartir no sólo el
estudio de los grandes textos, incluyendo los suyos, sino
también muchos momentos hechos de las pequeñas
cosas de la vida cotidiana, sabíamos de su honda
preocupación por el buen gobernar y por el buen convivir,
preocupación que también se encuentra en su vasta
obra escrita y de la que aquí desentrañaremos
apenas unos fragmentos.
El magisterio de GP, que así le llamábamos
entre nosotros sus discípulos y colaboradores del
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad
Central de Venezuela, enseñó la prudencia y el
rigor en el trabajo
intelectual; el no apresurar juicio incongruente con la evidencia
empírica, por más que conviniera a la causa propia;
el no conformarse con un trabajo, propio o ajeno, si sólo
repetía lo ya conocido y a valorar el compromiso del
intelectual con el
conocimiento más que con las parcialidades. El
conocimiento era su causa y en su cultivo, por cierto,
"…mantengo…ciertos
criterios y actitudes
que no van con los habituales de nuestro tiempo:
tengo muy poca confianza en los trabajos en equipo, tampoco
confío mucho en congresos, simposia, coloquios, etc., ni
suelo acudir
a conferencias, cocktails, presentaciones de libros o
actos de análoga naturaleza.
Si se exceptúan un pequeño número de
dictámenes, nunca he hecho un trabajo de encargo, salvo
que coincidiera con un tema que previamente me interesara, pues
he preferido ser señor de mis propias tareas a menestral
de las ajenas y, por consiguiente, nunca he estado en oferta
permanente. En una palabra, he procurado evadirme de los
engranajes que la actualidad impone a la actividad intelectual,
lo que no menciono como una virtud, sino mas bien como una
deficiencia de adaptación al ecosistema
que circunda a la función
del intelectual en el tiempo presente."
(Autobiografía intelectual)
Pero volvamos a lo substancial. García Pelayo no
eludía las definiciones; se consideraba como un
demócrata liberal y así lo afirmaba cuando era
preguntado y así traslucía en sus escritos. Su
preferencia por el ejercicio legítimo del poder aparece
reiteradamente en su obra; su definición del mismo es
democrática liberal, tal y como se revela en su "Esquema
de una introducción a la teoría
del poder". Decía:
"El poder legítimo es un poder
que se libra del miedo…Cuando no se cree en la
legitimidad o cuando ésta ha sido rota por la fuerza, el
poder se ve obligado a una mayor actualización de la
coerción, cuyo punto máximo es el terror, es
decir, no ya el miedo, pues el miedo significa el temor a un
riesgo o a
un peligro concretos, sino la angustia, es decir, el temor
difuso, el temor a todo, a lo real y a lo irreal, a lo que ya
es y a lo que puede venir. Angustia que invade desde luego al
sometido, pero todavía en mayor grado al opresor…
…sólo la limitación del poder por los
principios
de legitimidad puede evitar su corrupción… …tanto por
razones funcionales como por exigencias éticas, el poder
debe sustentarse sobre la legitimidad, y mantenerse dentro de
sus límites…".
La legitimidad del poder….no tanto la que le
reconocen sus partidarios; más bien obtenerla de sus
opositores, pues allí radica la gracia del poder ejercido
por un gobierno democrático, quien tiene la
obligación de transformar la lucha existencial en pugna
agonal, integrando en un sólo cuerpo político a los
polos en tensión.
A través de las más de tres mil
páginas escritas por García Pelayo, recogidas en
sus Obras Completas, se revela el rigor y la obsesión por
comprender y elaborar, con erudición histórica,
ajena a todo escolasticismo, una teoría de la política y del poder,
del mito y la
razón; del Estado, su burocracia y
tecnocracia; de los partidos
políticos, de las Constituciones históricas y
del Derecho
Constitucional que le era contemporáneo. En su
autobiografía intelectual publicada en 1986,
afirmaba:
"…nunca he pertenecido a una
escuela, no
he considerado inmutable ninguna proposición, ni he
dedicado permanentemente mi actividad a un sólo
tema…No he suscrito nunca la idea del ‘intelectual
comprometido’, que en la práctica se ha mostrado
como el intelectual alienado, con frecuencia
arrepentido…He creído, más bien, que el
único compromiso válido para el intelectual es el
de su propia búsqueda de la realidad de las
cosas…aunque no niego que pueda adquirir compromisos
políticos…pero una cosa es que sea libre de
hacerlo y otra que esté obligado a
ello.".
En tal autobiografía, narra García Pelayo un
episodio en las minas de Bilbao, acaecido en su infancia, que
influenció su preocupación por el hecho social.
Optó por estudiar Derecho en Madrid, para acercarse al
conocimiento de la política y la sociedad, y su
paso por la Residencia "…me abrió horizontes
intelectuales,
quizás imposibles de lograr sin ella y consolidó mi
actitud
liberal ante las cosas, independientemente de cualquier
posición o militancia política."
A partir de 1930, apenas cumplidos los veinte años
de edad, aún cursante de la Licenciatura en Derecho,
comenzaría a reseñar libros y a escribir uno que
otro artículo. Así, reseñaría a
Lenin, Lasalle, Stuart Mill, Recasens Siches, entre otros, y
escribiría acerca del marxismo, el
fascismo, los
derechos del
hombre y del
ciudadano y sobre la filosofía del derecho, también
entre otros de los grandes temas de aquél momento. Su
escritura
juvenil fue combativa, mordaz y prescriptiva, sin dejar de ser
elegante y conocedora de los temas que trataba, estilo reflexivo
y literario que pronto sería sustituido por aquél
mas propio de la sociologóa comprensiva, objetiva y
erudita, hasta 1978, cuando sorprendió con un breve,
polémico y duro juicio publicado en El País de
Madrid, acerca de "La contribución del marxismo al
subdesarrollo
en latinoamérica", que así se
tituló. Allí distinguía un marxismo de nivel
sofisticado, elitesco, practicado por profesores de
filosofía y de ciencias
sociales, que leían desde Lukacs hasta Althusser
cuyos
"…secuaces no tienen interés
en cambiar el mundo, sino en interpretarlo y en conservar sus
posiciones en el micromundo académico…
…frente a esas interpretaciones…cuya profundidad
está frecuentemente hecha de oscuridad…nos
encontramos con la vulgata marxista… …el movimiento
de izquierdas está monopolizado por este marxismo que es
un sistema de
incapacidades…que sustituye el análisis por el estereotipo que es el
espíritu de las situaciones carentes de
espíritu… …el opio de unas minorías
que podrían conducir a parte del pueblo."
En los años treinta fue contra el fascismo y a
finales de los setenta, contra el marxismo vulgar, guardando sin
embargo mucho respeto
intelectual por la obra del propio Marx, en especial
por sus escritos llamados de juventud,
publicados por el Instituto que le correspondió fundar y
dirigir, así como por los trabajos del siempre
polémico Carl Schmitt,
a quién se menciona como inspirador del nazi
fascismo.
Cabe pensar que la guerra civil,
en la que luchó en la filas de la República,
contribuiría a marcar el giro en su método de
reflexión y exposición. En efecto, relata García
Pelayo que en
"El período de la guerra civil
y del cautiverio…había leído los signos del
libro de la
realidad, que con mayor o menor claridad me mostraba la
presencia de una coyuntura…en la que se producía
un falseamiento del verdadero sentido de las palabras, un
envenenamiento de las almas, un autoengaño de las
conciencias, un relativismo cuando no una franca prostitución de los valores
por cuya virtud el fratricidio y el genocidio se legitimaban
por la promesa de una supuesta comunidad
ideal."
Esta memoria de la
guerra se encuentra también en su único texto
literario, también publicado en El País en 1991. En
"La División del Comandante Ordoñez"
concluía García Pelayo de esta manera:
"Dicen que los dioses enviaban
mensajeros para sacar a sus pueblos del destierro o llevarlos a
tierras de promisión. Yo no sé si nosotros
éramos pueblo de Dios alguno o simplemente pobres
diablos. Como quiera que fuera, un día llegó el
mensajero en forma de motorista, y dos más tarde
marchamos hacia la aldea más próxima para
embarcarnos en camiones. No nos condujeron a las tierras de
Canaán o a aquellas donde las fuentes
manaban leche y
miel, sino a los malditos pagos que el hombre
cultiva para que sean sesgados por la muerte y
que, paradojicamente, dieron euforia y sentido a nuestra
existencia."
Retomando lo mencionado respecto a su escritura juvenil,
tenía poco más de veinte años, citemos a
manera de ilustración sus "Notas sobre el fascismo
italiano" publicadas en 1930. Luego de ubicar su aparición
en la incapacidad del Estado liberal en ordenar la sociedad, y de
calificarlo –al fascismo- de bárbaro,
antidemocrático y burgués, decía, o
más bien prescribía García Pelayo: "Para
combatir el fascismo es preciso buscar fórmulas
democráticas de tendencia social…ha llegado el
momento de abandonar el liberalismo
escuetamente político, para ir hacia uno de contenido
social. En el estado
actual del mundo solo existen tres caminos, fascismo, socialismo,
comunismo."
Evidentemente, García Pelayo no era ni fascista ni
comunista; optaba ya desde entonces por lo que en tiempos
recientes se ha dado en llamar tercera vía.
En otro artículo escrito un año más
tarde, en 1931, "Comunismo y fascismo", diría,
"El fascismo es un engendro de la
burguesía que, llegada la hora del peligro para la
sociedad capitalista, no duda en actuar de Judas con las formas
políticas que, como la democracia, ella
misma creó."
Recordándonos una vez más que, con
frecuencia, el compromiso del capital es
consigo mismo en primer lugar, y luego, eventualmente, con las
formas políticas, incluída la democracia y la
libertad.
Luego sería su Doctorado en Derecho por la
Universidad Central de Madrid, en 1934, cursos en la Universidad
de Viena, sustituto de Recasens Siches en la cátedra de
filosofía del derecho en 1935, hasta la guerra civil, en
la que alcanza el grado de Capitán de Estado Mayor y
obtiene la Medalla al Valor.
Terminada la guerra es internado en campos de
concentración y prisiones militares, luego de lo cual se
dedica a la enseñanza y se vincula al Instituto de
Estudios Políticos; en 1951 se traslada a la Argentina y
luego a Puerto Rico,
hasta su llegada a Venezuela en 1958, luego de caída la
dictadura y
reinstalada la democracia.
Entre 1945 y 1986, entre "El Imperio Británico" y
"El Estado de Partidos", publica sus grandes obras, escritas con,
entre otras virtudes, ecuanimidad, definida por Camilo
José Cela en la entrevista
que le hiciera en 1984, como ‘la imparcialidad serena del
juicio’; le consideraba, a García Pelayo, como su
amigo ecuánime. La guerra civil y Max Weber mostraban su
impronta.
En esa entrevista,
preguntado García Pelayo acerca del primer mal nacional
español, mal que por cierto, tal y como lo definió
en su respuesta, no resulta de la exclusividad española,
decía:
"…la renuncia al pasado, a todo
el pasado, el afán por comenzar siempre de
cero…interpretamos la historia con arreglo a las
ideologías del presente…lo que produce no
sólo la negación de una parte de nuestra
historia, sino también el que queramos empezar a hacer
lo que ya se ha hecho."
En 1958 funda el Instituto de Estudios Políticos en
la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela y
fue su Director hasta 1979, año de su jubilación.
Allí lo conocimos y lo tratamos, lo escuchamos y nos
escuchó, lo leímos para aprender y nos leyó en lo
que comenzábamos a escribir, para enseñarnos. Eran
sus clases como profesor,
tertulias repentinas sobre cualquier tema, en cualquier momento y
en cualquier cubículo, seminarios que terminaban en
publicaciones; pero también eran salidas a
librerías algún sábado por la mañana,
un almuerzo cualquier día de la semana en algún
sitio cercano a la universidad, una cena en su casa en la que
contaba historias y hasta cantaba a Paco Ibañez, o
sencillamente acompañarle a comprarse una máquina
de escribir o a escoger un reloj digital, de reciente
aparición, incluso ya despues, en su calidad de
Presidente del Tribunal Constitucional español;
jamás perdió la sencillez, ni en Caracas ni en
Madrid.
"Concebí como objetivo
primordial del Instituto desarrollar el estudio de una
teoría política que, sin desconocer la
importancia del Derecho, rebasara la perspectiva normativa o
"institucional" para centrarse en el conocimiento de la
peculiar dialéctica de la realidad propiamente
política, con los fines de promover la investigación en este campo y de crear un
cuadro de futuros profesores sobre los que fundar decorosamente
una Escuela de Estudios Políticos, lo que tuvo lugar a
su debido tiempo. Iniciada su andadura bajo el influjo de las
concepciones europeas, especialmente de Max Weber y de Herman
Heller, con el curso del tiempo adquirieron posición
hegemónica las concepciones norteamericanas, proceso
que…ha sido común al pensamiento
politológico occidental… …Es posible que
mucha de esta literatura me
hubiera pasado inadvertida o la hubiera menospreciado de no ser
porque mi calidad de Director del Instituto me obligaba a esta
informado de ella, ya que de otro modo hubiera sido imposible
mantener en los debidos términos la relación con
mis colaboradores que, siendo jóvenes, se mostraban muy
despiertos ante los intentos de innovación…nunca he sido inclinado
hacia la novomanía, aunque debo reconocer las huellas
que sobre mi pensamiento han dejado las perspectivas
sistémicas y funcionalistas… …
…logré que (el Instituto) se mantuviera firme
ante los intentos de quebrantar su neutralidad
ideológica,…, de su instrumentalización a
favor de una u otra tendencia política, tarea no
sencilla en unos momentos en los que la sociedad ambiental
estaba sometida a un acentuado proceso de politización,
pero que, en todo caso, respondía a mi modo de entender
la misión
intelectual…apoyada en la capacidad que he tenido a lo
largo de mi vida para abstraer mi tarea intelectual de las
incitaciones y coerciones ambientales, cualquiera que fuera la
naturaleza de éstas."
En las postrimerías de su cargo de Director del
Instituto en Caracas y en los albóres de la
transición a la democracia en España, en
junio de1978, publica en El País de Madrid "En torno al marxismo
y socialismo", que contiene una denuncia y un rechazo a la
manipulación, y una prescripción para la
acción, que bien pudiera leerse, y hasta tener de
subtítulo, como un ‘mensaje al PSOE’:
"…en el campo político
puede ser mantenida una denominación con independencia de su coincidencia real con las
cosas si tal denominación contribuye a afirmar
posiciones de poder, promover adhesiones, generar entusiasmos
emocionales, etc., en una palabra, si es funcional para los
objetivos
perseguidos, pues toda acción política transcurre
en una tensión de ideología y verdad. La
historia…está llena de denominaciones que nada
tienen que ver con la realidad de las cosas…la
utilización del adjetivo revolucionario por movimientos
contrarevolucionarios o simplemente reaccionarios…
…la teoría de los arcana imperii (sigloXVII), de
las artes secretas de gobierno, que proporciona todo un
recetario para la utilización política de las
apariencias, para la manipulación de nombres sin
realidad, de naderías jurídicas y de sombra de
libertades sin cuerpo, en la esperanza de que las gentes tomen
las cosas por la etiqueta sin comprobar el contenido del
fraseo. Se trata, naturalmente, de una expresión de la
amoralidad política."
Hecha la denuncia, pasaba entonces a recomendar, al PSOE
pienso yo una vez más:
"…dentro de la
izquierda…hay que elegir entre ser o bien un partido
destinado a mantener las esperanzas de los que desean un
cambio
radical y drástico y del que surgirá un nuevo
tipo de hombre, de sociedad y de humanidad, partido cuya virtud
radica más en el sostenimiento de esa esperanza que en
las posibilidades efectivas de su realización, o bien
ser un partido no orientado a alimentar esperanzas profundas y
lejanas, sino a satisfacer expectativas concretas; no a animar
vagos deseos de transformación total, sino a formular y
obligar al Estado a satisfacer demandas viables. Ambos tipos de
partidos responden a la estructura e
inclinaciones de la existencia humana, que puede orientarse
más a la esperanza ilusionada que a la expectativa
real…es preferible clarificar las cosas a tiempo, antes
de que lleguen a la demistificación, el desengaño
y el desenmascaramiento."
En cualquier caso, sea por la razón que fuere, en
buena medida el comportamiento
del PSOE se acogió o coincidió desde temprano con
tal precepto, y no pareciera que le haya ido mal, ni a él
ni a la sociedad española; al contrario.
Un ejemplo de la idea que se hacía García
Pelayo del buen gobierno, la encontramos en su interpretación de la pintura de
Lorenzetti:
"La justicia,
iluminada por la sabiduría, integra a los hombres en la
concordia, y desde ella en la corporación o cuerpo
místico de la comuna bajo el gobierno impersonal y
abstracto del bien común, /de ser contemporánea
la pintura hubiera dicho 'del Estado de
Derecho', pero aplicarle tal noción a la
alegoría de Lorenzetti sería juzgar aquél
momento con arreglo a la ideología del presente,
cuestión que le denuncia a Sela/ el cual, constantemente
inspirado por las virtudes políticas, asegura un orden
pacífico del que se excluye toda violencia,
salvo frente a los malhechores, obtiene sin presión
los impuestos de
los ciudadanos y la sumisión de los señores del
campo. Logra así los fines primarios de la comunidad
política (paz y justicia); hace que bajo la
protección de la seguridad
reinen la libertad y la certeza para cada uno de obtener su
derecho, asi como que el trabajo tenga sus frutos en medio del
bienestar económico. En una palabra, que rija la
tranquillitas, objetivo al que constantemente aspira el
pensamiento medieval, pero que adquiere especial importancia en
la difícil vida política de las comunas italianas
debatidas entre las escisiones internas y los peligros
exteriores; y que gracias a esa tranquillitas pueda
desarrollarse pacífica y amablemente la vida individual
y colectiva en la ciudad y en el campo: la ‘buena
vida’, en el sentido de Aristóteles… …
…Menos complejo en su construcción alegórica, el mal
gobierno es la antítesis del
bueno: no desciende del claro entendimiento de la
sabiduría, sino del impulso cegador y negativo de la
soberbia; no se basa en la justicia y en la concordia, sino en
la dominación; no realiza el bien, sino el mal general;
no se inspira en las constructivas virtudes políticas,
sino en principios tales que sólo pueden llevarle a
debatirse en el temor y a la negación de los fines
propios de la convivencia política, e incluso de la
naturaleza
humana, para desarrollar una situación de temor,
sospecha, violencia, inseguridad,
miseria y desolación."
En la interpretación de García Pelayo de la
pintura de Lorenzetti, está su propia concepción
del buen y el mal gobierno, aquél capaz de integrar en un
sólo cuerpo, en una comunidad, a la diversidad social o
aquél que cultiva la crispación y exacerba las
diferencias, artificiales o reales, entre, por ejemplo,
conservadores y revolucionarios. Al respecto, en su "Idea de la
política" comprendía que:
"…llegado el conflicto
existencial, el revolucionario radical mantiene el primado de
la justicia sobre el orden: ‘hágase justicia
aunque perezca el mundo’, es su lema. Cabría
preguntar: si no hay mundo, ¿donde podrá
realizarse la justicia? Pero una pregunta tan
‘razonable’, no tendría sentido, ya que en
el revolucionario… …el mundo está tan
podrido o tan viejo que es preciso terminar de destruirlo para
fundirlo de nuevo. El conservador, en cambio, llegado el
conflicto existencial, dará primacía al orden
establecido sobre la justicia y hará suya la frase de
Goethe: ‘prefiero la injusticia al desorden’
Cabría preguntar si la injusticia no es, en sí
misma, el mayor de los desórdenes. Pero tampoco en este
caso la pregunta tendría sentido, pues aquí opera
el mito de Satán, en función de cuyas imágenes
se ve en los transtocadores del orden una especie de
encarnación de las potencias informes de
la nada y de las tinieblas, incapaces de construir algo, pero
capaces de destruirlo todo, potencias que amenazan salir de su
inframundo para invadir lo penosamente construido…
…la tensión entre la paz y la justicia puede
transformarse en ruptura y ésta en conflicto, y que, de
este modo, la polaridad en cuestión opera como un
momento dinámico de la política."
En este fragmento García Pelayo proporciona la
comprensión del revolucionario y del conservador en su
lógica
de pensamiento y de actuación, de polarización
conflictiva de las sociedades.
Escapar del dilema que los enfrenta, conciliar el orden con la
justicia, es tarea del buen gobierno que practica la
política entendida como un bien preciado que ordena la
variedad y el pluralismo en paz, con tranquillitas, para no
padecer la anarquía o la tiranía de la
imposición de verdades consideradas absolutas.
Vista así la obra de Manuel García Pelayo, y
bajo su influjo, de haberse referido a la actual crisis de la
democracia liberal, al menos en Venezuela, escribimos: el derecho
fundamental de todo habitante honesto de una sociedad
democrática, es el de vivir sin miedo ni sobresaltos
sistemáticamente provocados por sus gobernantes;
éstos tienen el deber moral de
cuidar que cualquier acto suyo pueda inspirar temor. Tiempo ha
que Maquiavelo no
es buen consejero al recomendarle al Príncipe que
procurara ser temido antes que amado. El "Príncipe"
contemporáneo, democrático y legítimo, debe
inspirar afecto o respeto, nunca miedo.
A un buen gobernante democrático le es vedado tener a
mucha gente viviendo con miedo. Y no nos referimos a los
‘malhechores’, a ladrones y corruptos; mas bien
pareciera con frecuencia que éstos andan tranquilos por
esta vida. Tampoco al conservador a quien cualquier idea de
cambio produce incertidumbre y hasta terror, provocados por el
gobernante. Incluso el conservador tiene derecho a vivir
tranquilo, aún en medio de los cambios que no desea. Es
verdad, el miedo es libre, pero un gobernante
democráticamente originado y de actuación
legítima, si de algo debe abstenerse es de cultivarlo.
Mala cosa cuando una sociedad se divide entre quienes apoyan a
su gobernante con fervor y quienes lo adversan por temor. El buen
gobernante no cultiva la palabra divisora desde el poder,
dirigida a quien ose discrepar de sus pareceres.
El buen gobierno contemporáneo atiende al
perfeccionamiento de las instituciones
democráticas, a la ampliación de los espacios de
participación ciudadana en la vida
política de la Nación,
a la profundización del proceso descentralizador,
coordinando esfuerzos centrales, regionales y locales, a la
racionalización y saneamiento del Estado y del sector
público, a la lucha contra la corrupción, al despliegue de una efectiva
acción social del Estado y a la construcción de una
economía
moderna, diversificada y auto-sostenida.
El buen gobierno contemporáneo requiere de los
esfuerzos por construir consensos en función de los
cambios imprescindibles, como lo reseñara García
Pelayo en "Las transformaciones del Estado contemporáneo",
y encierran grandes virtudes que el buen gobernante debe
descubrir y practicar; virtudes superiores a la siembra del miedo
y a la confrontación artificiosa y estéril que
surge de la conseja de tener siempre un enemigo, aunque haya que
inventarlo, para hacerse del poder o conservarlo.
En la adecuada identificación de los verdaderos
enemigos de la sociedad democrática y la decidida
acción gubernamental por superarlos -la violación
del Estado de Derecho, el déficit en comunidad
política, la corrupción, la exclusión y
la pobreza,
los conceptos y prácticas estatales productoras de
ineficacia económica y social, el clientelismo y el
centralismo
autoritario en la práctica política, el
amendrentamiento como política de Estado-, entre otros,
radicará el buen éxito
del gobernante democrático y la vida tranquila en
sociedad.
Andrés Stambouli