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Una idea del buen gobierno, en homenaje a Manuel García Pelayo




Enviado por astambouli



    La Casa de América
    de Madrid y la
    Fundación para la Cultura Urbana
    de Venezuela,
    organizaron en el mes de junio de 2004, un evento, en Madrid,
    dedicado al exilio español en
    Venezuela. Los personajes escogidos para representar a dicho
    exilio fueron el jurista Manuel García Pelayo y el
    filósofo Juan David Garía Bacca. Nos
    correspondió el honor de hablar acerca de la vida y obra
    del primero, junto con Francisco Rubio Llorente, actual
    Presidente del Consejo de Estado
    español, y Graciela Soriano de García Pelayo,
    Presidenta de la Fundación Manuel García
    Pelayo.

    Para este homenaje, me propuse buscar en la obra de
    Manuel García Pelayo el ideal del buen gobierno
    contemporáneo, a partir de los peligros que provienen del
    resurgimiento del populismo
    autoritario personalista, que acechan a la vida civilizada,
    aquella que se vive tranquilamente y que deriva de la democracia
    liberal. En el transcurso de tal búsqueda surgieron otros
    aspectos de su vida y obra que a continuación
    referiré.

    García Pelayo había optado, bajo la
    influencia de Max Weber, por
    tratar al mundo como objeto de conocimiento y
    no como campo de acción:
    "En los años cuarenta el autor que más me
    impresionó fue Max Weber…y
    desde entonces ejerció una duradera influencia sobre mi
    pensamiento"(Autobiografía intelectual).
    Así, se dedicó más a comprender la
    razón de los fenómenos políticos y los
    motivos de la acción de quienes se orientan hacia el
    ejercicio del poder o de
    quienes buscan influenciarlo; a ser comprensivo y no prescriptivo
    en el trabajo
    intelectual. Aunque llegado el momento, polemizó,
    juzgó, advirtió, recomendó y
    prescribió, del modo en el que él sabía
    hacerlo.

    Para quienes tuvimos la fortuna y el privilegio de
    trabajar y convivir con él, de compartir no sólo el
    estudio de los grandes textos, incluyendo los suyos, sino
    también muchos momentos hechos de las pequeñas
    cosas de la vida cotidiana, sabíamos de su honda
    preocupación por el buen gobernar y por el buen convivir,
    preocupación que también se encuentra en su vasta
    obra escrita y de la que aquí desentrañaremos
    apenas unos fragmentos.

    El magisterio de GP, que así le llamábamos
    entre nosotros sus discípulos y colaboradores del
    Instituto de Estudios Políticos de la Universidad
    Central de Venezuela, enseñó la prudencia y el
    rigor en el trabajo
    intelectual; el no apresurar juicio incongruente con la evidencia
    empírica, por más que conviniera a la causa propia;
    el no conformarse con un trabajo, propio o ajeno, si sólo
    repetía lo ya conocido y a valorar el compromiso del
    intelectual con el
    conocimiento más que con las parcialidades. El
    conocimiento era su causa y en su cultivo, por cierto,

    "…mantengo…ciertos
    criterios y actitudes
    que no van con los habituales de nuestro tiempo:
    tengo muy poca confianza en los trabajos en equipo, tampoco
    confío mucho en congresos, simposia, coloquios, etc., ni
    suelo acudir
    a conferencias, cocktails, presentaciones de libros o
    actos de análoga naturaleza.
    Si se exceptúan un pequeño número de
    dictámenes, nunca he hecho un trabajo de encargo, salvo
    que coincidiera con un tema que previamente me interesara, pues
    he preferido ser señor de mis propias tareas a menestral
    de las ajenas y, por consiguiente, nunca he estado en oferta
    permanente. En una palabra, he procurado evadirme de los
    engranajes que la actualidad impone a la actividad intelectual,
    lo que no menciono como una virtud, sino mas bien como una
    deficiencia de adaptación al ecosistema
    que circunda a la función
    del intelectual en el tiempo presente."

    (Autobiografía intelectual)

    Pero volvamos a lo substancial. García Pelayo no
    eludía las definiciones; se consideraba como un
    demócrata liberal y así lo afirmaba cuando era
    preguntado y así traslucía en sus escritos. Su
    preferencia por el ejercicio legítimo del poder aparece
    reiteradamente en su obra; su definición del mismo es
    democrática liberal, tal y como se revela en su "Esquema
    de una introducción a la teoría
    del poder". Decía:

    "El poder legítimo es un poder
    que se libra del miedo…Cuando no se cree en la
    legitimidad o cuando ésta ha sido rota por la fuerza, el
    poder se ve obligado a una mayor actualización de la
    coerción, cuyo punto máximo es el terror, es
    decir, no ya el miedo, pues el miedo significa el temor a un
    riesgo o a
    un peligro concretos, sino la angustia, es decir, el temor
    difuso, el temor a todo, a lo real y a lo irreal, a lo que ya
    es y a lo que puede venir. Angustia que invade desde luego al
    sometido, pero todavía en mayor grado al opresor…
    …sólo la limitación del poder por los
    principios
    de legitimidad puede evitar su corrupción… …tanto por
    razones funcionales como por exigencias éticas, el poder
    debe sustentarse sobre la legitimidad, y mantenerse dentro de
    sus límites…".

    La legitimidad del poder….no tanto la que le
    reconocen sus partidarios; más bien obtenerla de sus
    opositores, pues allí radica la gracia del poder ejercido
    por un gobierno democrático, quien tiene la
    obligación de transformar la lucha existencial en pugna
    agonal, integrando en un sólo cuerpo político a los
    polos en tensión.

    A través de las más de tres mil
    páginas escritas por García Pelayo, recogidas en
    sus Obras Completas, se revela el rigor y la obsesión por
    comprender y elaborar, con erudición histórica,
    ajena a todo escolasticismo, una teoría de la política y del poder,
    del mito y la
    razón; del Estado, su burocracia y
    tecnocracia; de los partidos
    políticos, de las Constituciones históricas y
    del Derecho
    Constitucional que le era contemporáneo. En su
    autobiografía intelectual publicada en 1986,
    afirmaba:

    "…nunca he pertenecido a una
    escuela, no
    he considerado inmutable ninguna proposición, ni he
    dedicado permanentemente mi actividad a un sólo
    tema…No he suscrito nunca la idea del ‘intelectual
    comprometido’, que en la práctica se ha mostrado
    como el intelectual alienado, con frecuencia
    arrepentido…He creído, más bien, que el
    único compromiso válido para el intelectual es el
    de su propia búsqueda de la realidad de las
    cosas…aunque no niego que pueda adquirir compromisos
    políticos…pero una cosa es que sea libre de
    hacerlo y otra que esté obligado a
    ello.".

    En tal autobiografía, narra García Pelayo un
    episodio en las minas de Bilbao, acaecido en su infancia, que
    influenció su preocupación por el hecho social.
    Optó por estudiar Derecho en Madrid, para acercarse al
    conocimiento de la política y la sociedad, y su
    paso por la Residencia "…me abrió horizontes
    intelectuales,
    quizás imposibles de lograr sin ella y consolidó mi
    actitud
    liberal ante las cosas, independientemente de cualquier
    posición o militancia política."

    A partir de 1930, apenas cumplidos los veinte años
    de edad, aún cursante de la Licenciatura en Derecho,
    comenzaría a reseñar libros y a escribir uno que
    otro artículo. Así, reseñaría a
    Lenin, Lasalle, Stuart Mill, Recasens Siches, entre otros, y
    escribiría acerca del marxismo, el
    fascismo, los
    derechos del
    hombre y del
    ciudadano y sobre la filosofía del derecho, también
    entre otros de los grandes temas de aquél momento. Su
    escritura
    juvenil fue combativa, mordaz y prescriptiva, sin dejar de ser
    elegante y conocedora de los temas que trataba, estilo reflexivo
    y literario que pronto sería sustituido por aquél
    mas propio de la sociologóa comprensiva, objetiva y
    erudita, hasta 1978, cuando sorprendió con un breve,
    polémico y duro juicio publicado en El País de
    Madrid, acerca de "La contribución del marxismo al
    subdesarrollo
    en latinoamérica", que así se
    tituló. Allí distinguía un marxismo de nivel
    sofisticado, elitesco, practicado por profesores de
    filosofía y de ciencias
    sociales, que leían desde Lukacs hasta Althusser
    cuyos

    "…secuaces no tienen interés
    en cambiar el mundo, sino en interpretarlo y en conservar sus
    posiciones en el micromundo académico…
    …frente a esas interpretaciones…cuya profundidad
    está frecuentemente hecha de oscuridad…nos
    encontramos con la vulgata marxista… …el movimiento
    de izquierdas está monopolizado por este marxismo que es
    un sistema de
    incapacidades…que sustituye el análisis por el estereotipo que es el
    espíritu de las situaciones carentes de
    espíritu… …el opio de unas minorías
    que podrían conducir a parte del pueblo."

    En los años treinta fue contra el fascismo y a
    finales de los setenta, contra el marxismo vulgar, guardando sin
    embargo mucho respeto
    intelectual por la obra del propio Marx, en especial
    por sus escritos llamados de juventud,
    publicados por el Instituto que le correspondió fundar y
    dirigir, así como por los trabajos del siempre
    polémico Carl Schmitt,
    a quién se menciona como inspirador del nazi
    fascismo.

    Cabe pensar que la guerra civil,
    en la que luchó en la filas de la República,
    contribuiría a marcar el giro en su método de
    reflexión y exposición. En efecto, relata García
    Pelayo que en

    "El período de la guerra civil
    y del cautiverio…había leído los signos del
    libro de la
    realidad, que con mayor o menor claridad me mostraba la
    presencia de una coyuntura…en la que se producía
    un falseamiento del verdadero sentido de las palabras, un
    envenenamiento de las almas, un autoengaño de las
    conciencias, un relativismo cuando no una franca prostitución de los valores
    por cuya virtud el fratricidio y el genocidio se legitimaban
    por la promesa de una supuesta comunidad
    ideal."

    Esta memoria de la
    guerra se encuentra también en su único texto
    literario, también publicado en El País en 1991. En
    "La División del Comandante Ordoñez"
    concluía García Pelayo de esta manera:

    "Dicen que los dioses enviaban
    mensajeros para sacar a sus pueblos del destierro o llevarlos a
    tierras de promisión. Yo no sé si nosotros
    éramos pueblo de Dios alguno o simplemente pobres
    diablos. Como quiera que fuera, un día llegó el
    mensajero en forma de motorista, y dos más tarde
    marchamos hacia la aldea más próxima para
    embarcarnos en camiones. No nos condujeron a las tierras de
    Canaán o a aquellas donde las fuentes
    manaban leche y
    miel, sino a los malditos pagos que el hombre
    cultiva para que sean sesgados por la muerte y
    que, paradojicamente, dieron euforia y sentido a nuestra
    existencia."

    Retomando lo mencionado respecto a su escritura juvenil,
    tenía poco más de veinte años, citemos a
    manera de ilustración sus "Notas sobre el fascismo
    italiano" publicadas en 1930. Luego de ubicar su aparición
    en la incapacidad del Estado liberal en ordenar la sociedad, y de
    calificarlo –al fascismo- de bárbaro,
    antidemocrático y burgués, decía, o
    más bien prescribía García Pelayo: "Para
    combatir el fascismo es preciso buscar fórmulas
    democráticas de tendencia social…ha llegado el
    momento de abandonar el liberalismo
    escuetamente político, para ir hacia uno de contenido
    social. En el estado
    actual del mundo solo existen tres caminos, fascismo, socialismo,
    comunismo."
    Evidentemente, García Pelayo no era ni fascista ni
    comunista; optaba ya desde entonces por lo que en tiempos
    recientes se ha dado en llamar tercera vía.

    En otro artículo escrito un año más
    tarde, en 1931, "Comunismo y fascismo", diría,

    "El fascismo es un engendro de la
    burguesía que, llegada la hora del peligro para la
    sociedad capitalista, no duda en actuar de Judas con las formas
    políticas que, como la democracia, ella
    misma creó."

    Recordándonos una vez más que, con
    frecuencia, el compromiso del capital es
    consigo mismo en primer lugar, y luego, eventualmente, con las
    formas políticas, incluída la democracia y la
    libertad.

    Luego sería su Doctorado en Derecho por la
    Universidad Central de Madrid, en 1934, cursos en la Universidad
    de Viena, sustituto de Recasens Siches en la cátedra de
    filosofía del derecho en 1935, hasta la guerra civil, en
    la que alcanza el grado de Capitán de Estado Mayor y
    obtiene la Medalla al Valor.
    Terminada la guerra es internado en campos de
    concentración y prisiones militares, luego de lo cual se
    dedica a la enseñanza y se vincula al Instituto de
    Estudios Políticos; en 1951 se traslada a la Argentina y
    luego a Puerto Rico,
    hasta su llegada a Venezuela en 1958, luego de caída la
    dictadura y
    reinstalada la democracia.

    Entre 1945 y 1986, entre "El Imperio Británico" y
    "El Estado de Partidos", publica sus grandes obras, escritas con,
    entre otras virtudes, ecuanimidad, definida por Camilo
    José Cela en la entrevista
    que le hiciera en 1984, como ‘la imparcialidad serena del
    juicio’; le consideraba, a García Pelayo, como su
    amigo ecuánime. La guerra civil y Max Weber mostraban su
    impronta.

    En esa entrevista,
    preguntado García Pelayo acerca del primer mal nacional
    español, mal que por cierto, tal y como lo definió
    en su respuesta, no resulta de la exclusividad española,
    decía:

    "…la renuncia al pasado, a todo
    el pasado, el afán por comenzar siempre de
    cero…interpretamos la historia con arreglo a las
    ideologías del presente…lo que produce no
    sólo la negación de una parte de nuestra
    historia, sino también el que queramos empezar a hacer
    lo que ya se ha hecho."

    En 1958 funda el Instituto de Estudios Políticos en
    la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela y
    fue su Director hasta 1979, año de su jubilación.
    Allí lo conocimos y lo tratamos, lo escuchamos y nos
    escuchó, lo leímos para aprender y nos leyó en lo
    que comenzábamos a escribir, para enseñarnos. Eran
    sus clases como profesor,
    tertulias repentinas sobre cualquier tema, en cualquier momento y
    en cualquier cubículo, seminarios que terminaban en
    publicaciones; pero también eran salidas a
    librerías algún sábado por la mañana,
    un almuerzo cualquier día de la semana en algún
    sitio cercano a la universidad, una cena en su casa en la que
    contaba historias y hasta cantaba a Paco Ibañez, o
    sencillamente acompañarle a comprarse una máquina
    de escribir o a escoger un reloj digital, de reciente
    aparición, incluso ya despues, en su calidad de
    Presidente del Tribunal Constitucional español;
    jamás perdió la sencillez, ni en Caracas ni en
    Madrid.

    "Concebí como objetivo
    primordial del Instituto desarrollar el estudio de una
    teoría política que, sin desconocer la
    importancia del Derecho, rebasara la perspectiva normativa o
    "institucional" para centrarse en el conocimiento de la
    peculiar dialéctica de la realidad propiamente
    política, con los fines de promover la investigación en este campo y de crear un
    cuadro de futuros profesores sobre los que fundar decorosamente
    una Escuela de Estudios Políticos, lo que tuvo lugar a
    su debido tiempo. Iniciada su andadura bajo el influjo de las
    concepciones europeas, especialmente de Max Weber y de Herman
    Heller, con el curso del tiempo adquirieron posición
    hegemónica las concepciones norteamericanas, proceso
    que…ha sido común al pensamiento
    politológico occidental… …Es posible que
    mucha de esta literatura me
    hubiera pasado inadvertida o la hubiera menospreciado de no ser
    porque mi calidad de Director del Instituto me obligaba a esta
    informado de ella, ya que de otro modo hubiera sido imposible
    mantener en los debidos términos la relación con
    mis colaboradores que, siendo jóvenes, se mostraban muy
    despiertos ante los intentos de innovación…nunca he sido inclinado
    hacia la novomanía, aunque debo reconocer las huellas
    que sobre mi pensamiento han dejado las perspectivas
    sistémicas y funcionalistas… …
    …logré que (el Instituto) se mantuviera firme
    ante los intentos de quebrantar su neutralidad
    ideológica,…, de su instrumentalización a
    favor de una u otra tendencia política, tarea no
    sencilla en unos momentos en los que la sociedad ambiental
    estaba sometida a un acentuado proceso de politización,
    pero que, en todo caso, respondía a mi modo de entender
    la misión
    intelectual…apoyada en la capacidad que he tenido a lo
    largo de mi vida para abstraer mi tarea intelectual de las
    incitaciones y coerciones ambientales, cualquiera que fuera la
    naturaleza de éstas."

    En las postrimerías de su cargo de Director del
    Instituto en Caracas y en los albóres de la
    transición a la democracia en España, en
    junio de1978, publica en El País de Madrid "En torno al marxismo
    y socialismo", que contiene una denuncia y un rechazo a la
    manipulación, y una prescripción para la
    acción, que bien pudiera leerse, y hasta tener de
    subtítulo, como un ‘mensaje al PSOE’:

    "…en el campo político
    puede ser mantenida una denominación con independencia de su coincidencia real con las
    cosas si tal denominación contribuye a afirmar
    posiciones de poder, promover adhesiones, generar entusiasmos
    emocionales, etc., en una palabra, si es funcional para los
    objetivos
    perseguidos, pues toda acción política transcurre
    en una tensión de ideología y verdad. La
    historia…está llena de denominaciones que nada
    tienen que ver con la realidad de las cosas…la
    utilización del adjetivo revolucionario por movimientos
    contrarevolucionarios o simplemente reaccionarios…
    …la teoría de los arcana imperii (sigloXVII), de
    las artes secretas de gobierno, que proporciona todo un
    recetario para la utilización política de las
    apariencias, para la manipulación de nombres sin
    realidad, de naderías jurídicas y de sombra de
    libertades sin cuerpo, en la esperanza de que las gentes tomen
    las cosas por la etiqueta sin comprobar el contenido del
    fraseo. Se trata, naturalmente, de una expresión de la
    amoralidad política."

    Hecha la denuncia, pasaba entonces a recomendar, al PSOE
    pienso yo una vez más:

    "…dentro de la
    izquierda…hay que elegir entre ser o bien un partido
    destinado a mantener las esperanzas de los que desean un
    cambio
    radical y drástico y del que surgirá un nuevo
    tipo de hombre, de sociedad y de humanidad, partido cuya virtud
    radica más en el sostenimiento de esa esperanza que en
    las posibilidades efectivas de su realización, o bien
    ser un partido no orientado a alimentar esperanzas profundas y
    lejanas, sino a satisfacer expectativas concretas; no a animar
    vagos deseos de transformación total, sino a formular y
    obligar al Estado a satisfacer demandas viables. Ambos tipos de
    partidos responden a la estructura e
    inclinaciones de la existencia humana, que puede orientarse
    más a la esperanza ilusionada que a la expectativa
    real…es preferible clarificar las cosas a tiempo, antes
    de que lleguen a la demistificación, el desengaño
    y el desenmascaramiento."

    En cualquier caso, sea por la razón que fuere, en
    buena medida el comportamiento
    del PSOE se acogió o coincidió desde temprano con
    tal precepto, y no pareciera que le haya ido mal, ni a él
    ni a la sociedad española; al contrario.

    Un ejemplo de la idea que se hacía García
    Pelayo del buen gobierno, la encontramos en su interpretación de la pintura de
    Lorenzetti:

    "La justicia,
    iluminada por la sabiduría, integra a los hombres en la
    concordia, y desde ella en la corporación o cuerpo
    místico de la comuna bajo el gobierno impersonal y
    abstracto del bien común, /de ser contemporánea
    la pintura hubiera dicho 'del Estado de
    Derecho', pero aplicarle tal noción a la
    alegoría de Lorenzetti sería juzgar aquél
    momento con arreglo a la ideología del presente,
    cuestión que le denuncia a Sela/ el cual, constantemente
    inspirado por las virtudes políticas, asegura un orden
    pacífico del que se excluye toda violencia,
    salvo frente a los malhechores, obtiene sin presión
    los impuestos de
    los ciudadanos y la sumisión de los señores del
    campo. Logra así los fines primarios de la comunidad
    política (paz y justicia); hace que bajo la
    protección de la seguridad
    reinen la libertad y la certeza para cada uno de obtener su
    derecho, asi como que el trabajo tenga sus frutos en medio del
    bienestar económico. En una palabra, que rija la
    tranquillitas, objetivo al que constantemente aspira el
    pensamiento medieval, pero que adquiere especial importancia en
    la difícil vida política de las comunas italianas
    debatidas entre las escisiones internas y los peligros
    exteriores; y que gracias a esa tranquillitas pueda
    desarrollarse pacífica y amablemente la vida individual
    y colectiva en la ciudad y en el campo: la ‘buena
    vida’, en el sentido de Aristóteles… …
    …Menos complejo en su construcción alegórica, el mal
    gobierno es la antítesis del
    bueno: no desciende del claro entendimiento de la
    sabiduría, sino del impulso cegador y negativo de la
    soberbia; no se basa en la justicia y en la concordia, sino en
    la dominación; no realiza el bien, sino el mal general;
    no se inspira en las constructivas virtudes políticas,
    sino en principios tales que sólo pueden llevarle a
    debatirse en el temor y a la negación de los fines
    propios de la convivencia política, e incluso de la
    naturaleza
    humana, para desarrollar una situación de temor,
    sospecha, violencia, inseguridad,
    miseria y desolación."

    En la interpretación de García Pelayo de la
    pintura de Lorenzetti, está su propia concepción
    del buen y el mal gobierno, aquél capaz de integrar en un
    sólo cuerpo, en una comunidad, a la diversidad social o
    aquél que cultiva la crispación y exacerba las
    diferencias, artificiales o reales, entre, por ejemplo,
    conservadores y revolucionarios. Al respecto, en su "Idea de la
    política" comprendía que:

    "…llegado el conflicto
    existencial, el revolucionario radical mantiene el primado de
    la justicia sobre el orden: ‘hágase justicia
    aunque perezca el mundo’, es su lema. Cabría
    preguntar: si no hay mundo, ¿donde podrá
    realizarse la justicia? Pero una pregunta tan
    ‘razonable’, no tendría sentido, ya que en
    el revolucionario… …el mundo está tan
    podrido o tan viejo que es preciso terminar de destruirlo para
    fundirlo de nuevo. El conservador, en cambio, llegado el
    conflicto existencial, dará primacía al orden
    establecido sobre la justicia y hará suya la frase de
    Goethe: ‘prefiero la injusticia al desorden’
    Cabría preguntar si la injusticia no es, en sí
    misma, el mayor de los desórdenes. Pero tampoco en este
    caso la pregunta tendría sentido, pues aquí opera
    el mito de Satán, en función de cuyas imágenes
    se ve en los transtocadores del orden una especie de
    encarnación de las potencias informes de
    la nada y de las tinieblas, incapaces de construir algo, pero
    capaces de destruirlo todo, potencias que amenazan salir de su
    inframundo para invadir lo penosamente construido…
    …la tensión entre la paz y la justicia puede
    transformarse en ruptura y ésta en conflicto, y que, de
    este modo, la polaridad en cuestión opera como un
    momento dinámico de la política."

    En este fragmento García Pelayo proporciona la
    comprensión del revolucionario y del conservador en su
    lógica
    de pensamiento y de actuación, de polarización
    conflictiva de las sociedades.
    Escapar del dilema que los enfrenta, conciliar el orden con la
    justicia, es tarea del buen gobierno que practica la
    política entendida como un bien preciado que ordena la
    variedad y el pluralismo en paz, con tranquillitas, para no
    padecer la anarquía o la tiranía de la
    imposición de verdades consideradas absolutas.

    Vista así la obra de Manuel García Pelayo, y
    bajo su influjo, de haberse referido a la actual crisis de la
    democracia liberal, al menos en Venezuela, escribimos: el derecho
    fundamental de todo habitante honesto de una sociedad
    democrática, es el de vivir sin miedo ni sobresaltos
    sistemáticamente provocados por sus gobernantes;
    éstos tienen el deber moral de
    cuidar que cualquier acto suyo pueda inspirar temor. Tiempo ha
    que Maquiavelo no
    es buen consejero al recomendarle al Príncipe que
    procurara ser temido antes que amado. El "Príncipe"
    contemporáneo, democrático y legítimo, debe
    inspirar afecto o respeto, nunca miedo.

    A un buen gobernante democrático le es vedado tener a
    mucha gente viviendo con miedo. Y no nos referimos a los
    ‘malhechores’, a ladrones y corruptos; mas bien
    pareciera con frecuencia que éstos andan tranquilos por
    esta vida. Tampoco al conservador a quien cualquier idea de
    cambio produce incertidumbre y hasta terror, provocados por el
    gobernante. Incluso el conservador tiene derecho a vivir
    tranquilo, aún en medio de los cambios que no desea. Es
    verdad, el miedo es libre, pero un gobernante
    democráticamente originado y de actuación
    legítima, si de algo debe abstenerse es de cultivarlo.

    Mala cosa cuando una sociedad se divide entre quienes apoyan a
    su gobernante con fervor y quienes lo adversan por temor. El buen
    gobernante no cultiva la palabra divisora desde el poder,
    dirigida a quien ose discrepar de sus pareceres.

    El buen gobierno contemporáneo atiende al
    perfeccionamiento de las instituciones
    democráticas, a la ampliación de los espacios de
    participación ciudadana en la vida
    política de la Nación,
    a la profundización del proceso descentralizador,
    coordinando esfuerzos centrales, regionales y locales, a la
    racionalización y saneamiento del Estado y del sector
    público, a la lucha contra la corrupción, al despliegue de una efectiva
    acción social del Estado y a la construcción de una
    economía
    moderna, diversificada y auto-sostenida.

    El buen gobierno contemporáneo requiere de los
    esfuerzos por construir consensos en función de los
    cambios imprescindibles, como lo reseñara García
    Pelayo en "Las transformaciones del Estado contemporáneo",
    y encierran grandes virtudes que el buen gobernante debe
    descubrir y practicar; virtudes superiores a la siembra del miedo
    y a la confrontación artificiosa y estéril que
    surge de la conseja de tener siempre un enemigo, aunque haya que
    inventarlo, para hacerse del poder o conservarlo.

    En la adecuada identificación de los verdaderos
    enemigos de la sociedad democrática y la decidida
    acción gubernamental por superarlos -la violación
    del Estado de Derecho, el déficit en comunidad
    política, la corrupción, la exclusión y
    la pobreza,
    los conceptos y prácticas estatales productoras de
    ineficacia económica y social, el clientelismo y el
    centralismo
    autoritario en la práctica política, el
    amendrentamiento como política de Estado-, entre otros,
    radicará el buen éxito
    del gobernante democrático y la vida tranquila en
    sociedad.

     

     

    Andrés Stambouli

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