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Nietzsche y la formación: una mirada al problema del aprender




Enviado por gallegofranco



    1. Advertencias y
      amenazas
    2. Lo que debe
      formarse
    3. Bibliografía

    PRESENTACIÓN

    La génesis de este trabajo
    comenzó con la lectura de
    El ocaso de los ídolos. Nietzsche
    advertía allí:

    Para no salir de mi estilo, que es afirmativo y que se
    ocupa sólo mediatamente y a la fuerza, de
    la contradicción y de la crítica, yo establezco desde luego las
    tres razones que abonan la necesidad de educadores. Se debe
    aprender a "ver", se debe aprender a "pensar", se debe aprender
    a "hablar" y a "escribir"; el fin de estas tres cosas es una
    cultura
    selecta.

    Lo inquietante de la nota, pensé, estribaba en
    una advertencia de principio: la cultura, la constitución humana, la
    situación, en modo alguno son lo dado (como
    podría llegar a pensarse, quizás
    erróneamente, con la contraposición
    noble–plebeyo establecida en La genealogía de la
    moral
    y que se encuentra a lo largo de la obra nietzscheana),
    sino que demandan un trabajo, arduo por demás, de
    formación. En ese sentido el Hombre es
    un proyecto.

    De allí parte esta investigación y posiblemente hacia
    allí mismo culmina. Mas adviértase que motiva a
    quien escribe un interés
    por estudiar sobre todo la segunda parte de la nota:
    ¿qué significa "ver"? ¿cuál es el
    carácter del "pensar", "hablar" y
    "escribir" del que habla Nietzsche allí?

    En términos generales el horizonte de este
    trabajo está enunciado desde esas preguntas: permanecer en
    ellas y aproximarse a una respuesta es el objetivo de la
    presente nota.

    ADVERTENCIAS Y
    AMENAZAS

    El aprender supone una de dos cosas: bien que se va a
    adquirir una destreza nueva (no se aprende lo que ya se sabe), o
    bien que se va a corregir una destreza que de una u otra forma no
    se ejecutaba correctamente.

    Partimos de allí para preguntar: ¿de
    dónde surge esa recomendación de Nietzsche por
    aprender –a ver, a pensar, a hablar, a escribir-? La
    exigencia da por hecho que hoy vemos, pensamos, hablamos y
    escribimos corruptamente, o que, incluso (por qué no), no
    lo hacemos en modo alguno. La aclaración es importante
    porque permite ver el lugar de donde nace la advertencia:
    Nietzsche está hablando desde su presente; no se trata de
    un anticuario, amante de lo clásico, que intenta revivir
    la edad dorada de la retórica, sino que
    críticamente se está acercando a los modos de
    habitar que propone la cultura decimonónica. Entendidas
    así las cosas, ayuda al problema de la Formación
    ver qué tipo de orientaciones modernas critica Nietzsche:
    qué advertencias hace sobre las restricciones trasmitidas
    por la cultura y qué amenazas encuentra en las distintas
    prácticas de su tiempo.
    Aclarar estas cuestiones significará poner en evidencia
    los malentendidos con los que no comulga nuestro
    filósofo.

    En las Consideraciones intempestivas ya Nietzsche
    señalaba un rasgo característico de la
    época, diciendo que "… la opinión corriente
    enaltece (…): una cultura rápida que nos haga ser pronto
    hombres que ganen dinero, y que
    esta cultura sea bastante profunda para que tales hombres puedan
    ganar mucho dinero. No se le permite al hombre
    más cultura de la que es necesaria en interés
    general y de los usos del mundo, pero se le exige".

    ¿Cuál es el interés de la cultura?
    Responde: formar hombres que estén en condiciones
    de ganar dinero: cuya utilidad se mida
    por su capacidad productiva medida en dinero. En La gaya
    ciencia
    , siguiendo esa misma línea, afirma:

    Ahora nos avergonzamos del reposo; la
    meditación prolongada casi produce remordimientos. Se
    medita reloj en mano mientras se come, con los ojos fijos en
    las cotizaciones de Bolsa; se vive como si se temiera dejar de
    hacer algo. "Más vale hacer cualquier cosa que no hacer
    nada"; esta máxima es un ardid para dar el golpe de
    gracia a todas las aficiones superiores. Y así como con
    esa precipitación en el trabajo
    desaparecen las formas para los ojos, sucumben también
    el sentido de la forma y se pierden la vista y el oído
    para la melodía del movimiento.

    Lo que observamos es pues una manipulación del
    tiempo y la atribución de un sentido a la actividad
    del hombre. Las consecuencias: el revestimiento negativo sobre
    toda actividad ociosa y la valoración excesivamente
    positiva del trabajo. Más allá de que sean estos
    los medios
    característicos en que el poder se
    manifiesta en la Modernidad
    (Foucault), lo que
    interesa subrayar aquí es el horizonte que la época
    concede a todo mirar: en medio de esa conmoción "se pierde
    la vista y el oído para la melodía del movimiento",
    es decir, el horizonte ya ni siquiera es visible (y no
    precisamente porque ocupe un lugar lejano).

    No pueden dejarse de sentir aquí las
    consecuencias de la tecnificación industrial que luego
    acusarían con tanto ahínco Heidegger y Gadamer: la
    indicación de que la ciencia
    configura unas disposiciones especiales de actividad y unas
    formas de pensar que amenazan con restringir la experiencia, de
    que estamos padeciendo una tecnificación en las
    prácticas de la vida, está ya presente en
    Nietzsche:

    Si nos acostumbramos a transformar toda experiencia en
    un juego de
    preguntas y respuestas dialécticas, en un simple asunto
    de razonamiento, pronto veremos que, al cabo, el hombre queda
    reducido a agitar sus huesos como un
    esqueleto. Pero entonces, ¿cómo es posible que la
    juventud no
    se aterre ante el espectáculo que ofrecen esos
    esqueletos y que siga abandonándose a la ciencia
    ciegamente, sin elección y sin medida?

    Añádase a esto la diatriba que emprende
    contra los periódicos en varios pasajes (recordemos que
    el
    periódico como tal nace en la Modernidad, lo mismo que
    la denominada "Opinión
    pública", con la que está emparentado). En las
    Consideraciones intempestivas aparece ese juicio contra
    los diarios: "¿Es otra cosa la prensa que un
    ruido ciego y
    permanente que distrae los oídos y los sentidos en
    una falsa dirección?".

    El periódico
    como aquel lugar donde es vertida toda la actualidad, los diarios
    como formadores de hombres inquietos, que acumulan información y van de un lado a otro: en esa
    formación ve Nietzsche de nuevo otro peligro y motivo de
    queja. Pero también se asquea frente al estilo que propone
    la escritura
    periodística y que exige un gusto capaz de
    leerla:

    … nuestro modo de tratar la lengua
    materna, revelará hasta qué punto
    apreciáis el arte, con eso
    se verá hasta qué punto congeniáis con el
    arte. Si no conseguís obtener ese resultado por vosotros
    mismos, es decir, sentir un desagrado físico frente a
    ciertas palabras y a ciertas frases de nuestra jerga
    periodística, abandonad al instante las aspiraciones a
    la cultura.

    Frente al erudito, afirma: "Si alguien se analiza por
    medio de opiniones ajenas, ¿qué de extraño
    tendrá que no vea en sí mismo sino las opiniones
    ajenas? Y así es cómo son, cómo viven y
    cómo miran las cosas los sabios."

    De manera pues que Nietzsche repele ciertos usos
    modernos: ve en la ciencia, los periódicos, la
    apropiación del tiempo, el culto por los libros y por
    la erudición, síntomas de una cultura sospechosa.
    Ve en la postración a los pies del Estado una
    señal de desconfianza ("Todo quiere dároslo a
    vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo adoráis: se
    compra así el brillo de vuestra virtud y la mirada de
    vuestros ojos orgullosos"). Se asquea frente al igualamiento y
    gobierno de la
    igualdad
    (comunismo), y
    frente al igualamiento y ausencia de gobierno
    (anarquismo).

    Observa su tiempo bajo el baremo de la
    diferenciación, nunca del igualamiento. Así llega a
    describir al hombre típico:

    ¿Qué es lo mediocre en el hombre
    típico? Que no considera como necesario el reverso de
    las cosas, que combate las calamidades como si se pudieran
    evitar [ausencia de espíritu trágico], que no
    quiere tomar una cosa juntamente con la otra [taxativo y
    excluyente], que querría borrar y extinguir el
    típico carácter de una cosa, de un estado de
    ánimo, de una época, de una persona,
    aprobando sólo una parte de sus cualidades propias y
    tratando de abolir las demás.

    Descrito así, el hombre moderno encontrará
    su símil más cercano en aquellos caballos de carga
    que son parchados en los ojos para evitar toda
    distracción: lo típicamente característico
    del hombre es su incapacidad para ver.

    Lo anterior queda perfilado como una generalidad. Bien
    daría para un estudio dedicado a la crítica
    cultural de Nietzsche. Lo que aquí nos interesó
    señalar fueron los problemas típicos de la
    Modernidad conformadores de una forma especial de ver, oír
    y pensar que desagradan al filósofo. A partir de
    allí podemos mirar con otros ojos el problema de la
    Formación.

    LO QUE DEBE
    FORMARSE

    Zaratustra está transformado,
    Zaratustra se ha

    convertido en niño, Zaratustra es
    un despierto:

    ¿qué quieres hacer ahora
    entre los que

    duermen?

    Nada gusta tanto al espíritu moderno como los
    métodos y
    las metodologías. Él querría que aquí
    se delimitara conceptualmente el término Formación
    y luego se describiera, paso a paso, los momentos indispensables
    para una formación distinta; que se reunieran bajo el
    título de Programa las técnicas y
    procesos a
    llevar a cabo de ahora en adelante. Pero sabemos que
    Nietzsche transita otros caminos y al cabo de estas reflexiones
    hallamos indicaciones y señales, nunca prescripciones.

    Comenzamos advirtiendo entonces la importancia que
    confiere Nietzsche al concepto de
    Formación. Más adelante se revisarán a fondo
    las implicaciones de la misma.

    En La gaya ciencia encontrábamos una
    interpelación directa al lector: "¿Qué es lo
    que forma en ti la historia de cada día?
    Examina tus costumbres. ¿Son el resultado de innumerables
    y minúsculas cobardías y perezas o el fruto de tu
    valor y de tu
    ingenio?"

    Y en Humano, demasiado humano I hablaba
    críticamente de nuestros educadores diciendo: "Los
    educadores del hombre quieren hacer a todo individuo
    siervo, poniéndole siempre ante la vista el menor
    número de posibilidades."

    El carácter negativo de las notas indica un
    recelo evidente por dos cosas: primero, por el comportamiento
    y las formas de vida humana (¿cuál es el horizonte
    de la costumbre? ¿la pereza o el valor?); segundo, por la
    forma que imprimen los educadores al hombre: ellos le conceden,
    realmente, la posibilidad del mirar. Y entonces preguntamos:
    ¿qué posibilidades ponen a la vista nuestros
    educadores?

    De este modo se entiende que son ellos responsables en
    gran medida de la orientación y el horizonte del que
    dispone todo mirar. Positivamente, en Schopenhauer,
    educador
    ya señalaba su importancia al decir: "Tus
    verdaderos educadores, tus verdaderos formadores te revelan lo
    que es la verdadera esencia, el verdadero núcleo de tu
    ser, algo que no puede obtenerse ni por educación ni por
    disciplina,
    algo que es, en todo caso, de un acceso difícil,
    disimulado y paralizado."

    Es claro pues que hay una equivalencia entre educador y
    formador, y que ni una férrea educación ni una
    rígida disciplina garantizan al hombre la
    consecución de su objetivo primordial: llegar a ser lo que
    es, es decir, alcanzar aquello que le es dado por naturaleza.

    "Cada uno tiene un "talento innato"; pero sólo a
    un pequeño número le es dado, por la Naturaleza y
    la
    educación, el grado de constancia, de paciencia y de
    energía necesaria para llegar a ser un verdadero talento,
    es decir, para "llegar a ser lo" que "es": un conjunto de obras y
    actos."

    La reivindicación de este carácter natural
    en el hombre, la advertencia de que cada hombre nace con
    ciertos dones, en modo alguno nos permite objetar la
    función
    del formador. Antes bien, exige fundamentalmente su presencia
    allí donde es más necesaria:

    Ninguna corriente de aguas es por sí misma
    grande y rica sino por recibir y conducir tantos afluentes
    secundarios. Lo mismo sucede con todas las grandezas
    espirituales. Sólo se trata de que un hombre dé
    la dirección, que luego los afluentes se
    producirán necesariamente, y no importa que desde el
    principio él sea pobre o rico de dones
    naturales.

    Recuperemos la pregunta inicial: ¿en que consiste
    la formación, vista ésta desde el aprender a ver, a
    pensar, a hablar?

    A propósito del ver, El ocaso de los
    ídolos
    recoge estas dos aproximaciones: "Aprender a
    ver; esto es, dirigir los ojos con calma, con paciencia, dejar
    venir a sí las cosas (…), girar en torno del caso
    particular por todos sus lados y aprender a comprenderlo en su
    totalidad."

    Y más adelante,

    Una utilidad de haber aprendido a ver es ésta:
    en calidad de
    hombre que aprende se hará uno más lento en
    general, más desconfiado, más resistente. (…).
    Tener todas las puertas abiertas, estar continuamente
    dispuestos a introducirnos, a precipitarnos dentro de los
    demás hombres y de las otras cosas; en suma, la famosa
    "objetividad" moderna es el mal gusto, es falta de absoluta
    nobleza.

    Aquí es significativo observar cómo nos
    acercamos a dos concepciones en Nietzsche que más adelante
    cobrarán mayor importancia: el ver no corresponde a una
    técnica, sino a un arte; y un querer ver todo, interesarse
    por todo, inmiscuirse en todo, corresponde a un gusto
    corrompido (a una falta de nobleza). ¿Es el ver que
    enseña la Modernidad, el ver <objetivista>, digno de
    crédito? No, dice Nietzsche: "Hay muchas
    especies de ojos. También la esfinge tiene ojos; y, por
    consiguiente, hay varias verdades, y, por consiguiente, no hay
    ninguna verdad." Asistimos pues a la negación de la
    univocidad de la ciencia y a la reivindicación de un ver
    amplio, con horizontes más anchos, que permita ver los
    distintos carices de las cosas; asistimos a la afirmación
    de la perspectiva:

    Existe únicamente un ver perspectivista,
    únicamente un <conocer> perspectivista; y cuanto
    mayor sea el número de afectos a los que permitamos
    decir su palabra sobre una cosa, cuanto mayor sea el
    número de ojos, de ojos distintos que sepamos emplear
    para ver una misma cosa, tanto más completo será
    nuestro <concepto> de ella, tanto más completa
    será nuestra <objetividad>.

    Ese ver perspectivista no significa ausencia de rigor o
    entrega a un huero relativismo: ver perspectivista significa, en
    primer término, presencia de una voluntad y, más
    aún, presencia de un horizonte:

    … ver alguna vez las cosas de otro modo, querer
    verlas de otro modo, es una no pequeña disciplina y
    preparación del intelecto para su futura
    <objetividad>, -entendida esta última no como
    <contemplación desinteresada> (que, como tal, es
    un no-concepto y un contrasentido), sino como la facultad de
    tener nuestro pro y nuestro contra sujetos a nuestro
    dominio

    y de poder separarlos y juntarlos: de modo que sepamos utilizar
    en provecho del conocimiento
    cabalmente la diversidad de las perspectivas y de las
    interpretaciones nacidas de los afectos.

    Encontramos algo parecido al Ver en ese bello pasaje que
    habla sobre el Oír (en todo caso puede rastrearse la
    cercanía entre el oír y el ver en Aristóteles, según recomienda
    Gadamer en Verdad y método
    I).

    Nótese lo que nos sucede con la música.
    Lo primero es aprender a oír. Es menester percibir un
    tema o un motivo, distinguirle, aislarle, limitarle hallando en
    él su vida propia. Después se necesita trabajo y
    buena voluntad para soportarle, no obstante lo que tenga de
    extraño, ejercitar la paciencia con su aspecto y
    expresión y la caridad para con su rareza, y al cabo
    llega el momento en que nos acostumbramos a él, en que
    le esperamos, en que comprendemos que le echaríamos de
    menos si faltase. (…). El que se ame a sí mismo
    aprenderá a amarse de la misma manera, pues no hay otra.
    También hay que aprender a amar.

    Semejanzas: es necesaria una paciencia, un demorarse en
    las cosas, un ver los aspectos de las cosas (el cariz de un lado
    allá, el tono y la dirección de una melodía
    aquí). El aprender a ver y a oír que Nietzsche
    propone se enfrenta al ver y al oír regidos por un
    plan
    metodológico, por los modelos de
    análisis de las ciencias o,
    peor aún, por los afanes que el mundo moderno posee y que
    más arriba se describieron.

    El oír y el ver que se proponen exigen la
    experiencia del ver y del oír.

    Esta cercanía entre vista, oído, pensamiento (y
    lectura) y
    experiencia puede aún rastrearse en Sobre el porvenir
    de nuestra escuela
    y en La voluntad de dominio.
    Veamos:

    Un hombre así no ha olvidado todavía
    pensar, cuando lee, conoce todavía el secreto de leer
    entre líneas, más aún: tiene una
    naturaleza tan pródiga, que sigue reflexionando sobre lo
    que ha leído, tal vez mucho después de haber
    dejado el libro. Y
    todo eso, no para escribir una recensión u otro libro,
    sino simplemente por reflexionar.

    La filosofía, tal como yo la he entendido y
    vivido hasta ahora, es la investigación voluntaria de
    los aspectos, aun los más detestados e infames, de la
    existencia. Por la larga experiencia que semejante
    peregrinación a través de los desiertos y
    glaciares me dio, aprendí a mirar de otro modo todo lo
    que hasta ahora ha filosofado: púsose en claro para
    mí la escondida historia de la
    filosofía…

    Todo lo anterior puede agruparse, creo, bajo la
    siguiente generalidad: lo digno de aprenderse –el aprender
    a ver, el aprender a oír, el aprender a pensar- cobra
    sentido cuando está presenta la formación del
    gusto. Si Dios ha muerto, si la verdad que persigue la ciencia la
    entendemos como una perspectiva más, si, en fin, ya no
    decimos La Verdad, sino que preguntamos ¿Cuál
    Verdad?, el sentido de toda formación es procurar
    individuos con gusto: y ello quiere decir, individuos que,
    contrarios a la democratización del conocimiento, sepan
    decir no (los cinco "No" de Nietzsche: al sentimiento de culpa,
    al ideal cristiano incluso donde ya no hay cristianismo,
    al siglo XVIII de Rousseau, al
    romanticismo,
    a la preponderancia de instintos de rebaño).

    Aquí "el problema del gusto (…) desborda
    definitivamente el ámbito de una teoría
    estética. Que la educación debe
    procurar individuos cabalmente formados significa que debe
    conquistar, para cada individuo particular y más
    allá de toda convención, su propia
    autonomía."

    ¿Cómo entender expresiones tan
    particulares en el pensamiento de Nietzsche como las que
    señalan el mal olor de algo, el refinamiento, lo hiriente
    de un pensamiento? Si las abordamos desde la óptica
    de un pensador con gusto, de pronto aparecen distintas
    (¿No ayuda ese pensamiento a comprender la repulsa por el
    <desinterés> moderno? ¿No es lícito
    afirmar que esa oposición noble – plebeyo parte de
    allí? ¿Y que incluso su crítica a la
    voluntad de igualamiento y de rebaño critica en
    último término la degeneración del gusto en
    un todo para todos?)

    La objetividad moderna que encuentra una ilustración ejemplar en la exigida
    imparcialidad al periodista es la muestra de que el
    gusto ha degenerado, más allá del mal gusto, en la
    ausencia de gusto: ver hechos, paradigma de
    todo ejercicio periodístico, es en último
    término negación de toda mirada.

    Vistas así las cosas el problema de la
    formación y la necesidad de formadores se torna
    indispensable. "… todo parto es
    doloroso y violento", dice Nietzsche; imprimir una forma no es
    tarea fácil. Mas quiere el filósofo que se formen
    hombres capaces de superarse a sí mismos: el horizonte de
    la formación es para Nietzsche el superhombre ("Es tiempo
    de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre
    plante la semilla de su más alta esperanza").

    El tema desborda las pretensiones de este ensayo, pero
    adviértase la afirmación en tono perentorio que
    encontramos en los Fragmentos póstumos (citado por
    Vattimo):

    Hay un solo mundo, y es falso, cruel, contradictorio,
    corrupto, sin sentido […]. Un mundo hecho de esta forma es el
    verdadero mundo […]. Tenemos necesidad de la mentira para
    vencer a esta "verdad", es decir para vivir […]. La metafísica, la moral, la
    religión, la ciencia […] son tomadas en
    consideración sólo como diversas formas de
    mentira: con su ayuda se cree en la vida. " La vida debe
    inspirar confianza": el deber, planteado en estos
    términos, es inmenso. Para cumplir con él, el
    hombre debe ser por naturaleza un mentiroso, debe ser, antes
    que ninguna otra cosa, un artista […]. Metafísica,
    moral,
    religión, ciencia, no son más que criaturas de su
    voluntad de arte […].

    La formación tiene como fin conseguir artistas.
    La pregunta es, pues, ¿qué sentido y qué
    horizonte conferimos a todo ver, a todo oír, a todo
    pensar, a todo hablar?

    En el sentido está cifrado un Destino.

    BIBLIOGRAFÍA

    CARRIZOSA, Diana C. Nietzsche: La educación como
    formación del gusto. En: Revista
    Educación y Pedagogía. 26-27 (Ene – Ago 2000); p.
    23-36.

    NIETZSCHE, Friedrich. Así habló
    Zaratustra. Madrid:
    Alianza Editorial, 2003. 493p.

    ——– . Consideraciones intempestivas (Schopenhauer,
    educador). En: ——–. Obras completas I. Buenos Aires:
    Aguilar, 1966. p103-152.

    ——– . El ocaso de los ídolos. En: ——–.
    Obras completas IV. Buenos Aires: Aguilar, 1966.

    ——– . Humano, demasiado humano I. En: ——–.
    Obras completas I. Buenos Aires: Aguilar, 1966.
    p455-461.

    ——– . La gaya ciencia. Buenos Aires: Ediciones del
    mediodía, 1967. 247p.

    ——– . La genealogía de la moral. Madrid:
    Alianza editorial, 2002. 220p.

    ——– . La voluntad de dominio. En: ——–. Obras
    completas IV. Buenos Aires: Aguilar, 1966.

    ——– . Sobre el porvenir de nuestra escuela.
    Barcelona: Tusquets, 1980. 195p.

    VATTIMO, Gianni. Introducción a Nietzsche. Barcelona:
    Ediciones Península, 1996. 218p.

     

    Santiago Gallego

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