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De nuevo sobre el origen de patagones > patagonia




Enviado por Enrique Pato



    1. Precedentes
    2. Nueva hipótesis sobre el
      origen de patagones
    3. Conclusiones
    4. Referencias
      bibliográficas

    1.
    PRECEDENTES

    Desde que Lida de Malkiel (1952) presentara su hipótesis sobre el origen literario del
    topónimo Patagonia se ha venido especulando de
    manera reiterada —y en los últimos años las
    aportaciones han sido constantes— sobre la verdadera
    génesis de este nombre de lugar de la geografía argentina.
    La explicación más divulgada, no obstante, ha sido
    la ofrecida por los testimonios de los expedicionarios y
    cronistas que, como ‘hombres de figura gigantesca’,
    crearon e hicieron creer en el mito de los
    patagones. Sin embargo, como tendremos ocasión de
    comprobar en este trabajo, ni
    etimológica ni conceptualmente el topónimo puede
    haber sido una deformación de patón/
    patudo ‘pie grande’, al tiempo que
    tampoco se puede considerar como determinante la influencia
    directa de una obra literaria como
    Primaleón.

    A raíz de que una de las naves de la
    expedición de Magallanes tuviera que refugiarse en
    tierra por
    culpa de los temporales, el capitán general ordenó
    el desembarco para invernar en la bahía de San
    Julián. Aquí es donde, meses más tarde,
    tiene lugar el primer encuentro entre el hombre
    blanco y los indios de la zona. Pigaffeta, cronista del viaje de
    Magallanes, narra el acontecimiento, dando así origen a la
    leyenda de los ‘hombres gigantes’:

    Arrancando de allí, alcanzamos hasta los 49
    grados del Antártico. Echándose encima el
    frío, los barcos descubrieron un buen puerto para
    invernar. Permanecimos en él dos meses, sin ver a
    persona alguna.
    Un día, de pronto, descubrimos a un hombre de
    gigantesca estatura, el cual, desnudo sobre la ribera del
    puerto, bailaba, cantaba y vertía polvo sobre su cabeza.
    Mandó el capitán general a uno de los nuestros
    hacia él para que imitase tales acciones en
    signo de paz y lo condujera ante nuestro dicho jefe, sobre una
    islilla. Cuando se halló en su presencia, y la muestra, se
    maravilló mucho, y hacía gestos con un dedo hacia
    arriba, creyendo que bajábamos del cielo. Era tan alto
    él, que no le pasábamos de la cintura, y
    bien conforme; tenía las facciones grandes, pintadas de
    rojo, y alrededor de los ojos, de amarillo, con un corazón
    trazado en el centro de cada mejilla. Los pocos cabellos que
    tenía aparecían tintos en blanco, vestía
    piel de
    animal, cosida sutilmente en las juntas.

    Sin embargo, en la descripción que lleva a cabo Pigafetta de
    las mujeres de los indios no resalta su estatura, sino otras
    partes de su anatomía:

    Ellas no eran tan altas, pero sí mucho
    más gordas. Cuando las vimos de cerca, nos quedamos
    atónitos: tienen las tetas largas hasta mitad del brazo.
    Van pintadas y desvestidas como sus maridos, si no es que ante
    el sexo llevan
    un pellejín que lo cubre.

    El retrato de los ‘patagones’ (indios
    tehuelches) de Pigafetta se completa con la descripción de
    otro de los indios que los navegantes de Magallanes vieron en
    aquella tierra austral, y con su posterior
    ‘bautismo’:

    Fue visto, a los seis días, un gigante,
    pintado y vestido de igual suerte, por algunos que
    hacían leña. Empuñaba arco y flechas […]
    Este era más alto aún y mejor constituido
    que los demás, y tan tratable y simpático.
    Frecuentemente bailaba, y, al hacerlo, más de una vez
    hundía los pies en tierra hasta un palmo […] El
    capitán general llamó a los de este pueblo
    "Patagones".

    Es fácil entender que la lectura de
    este primer encuentro con el pueblo de los
    ‘patagones’ (un hombre de gigantesca estatura,
    no le pasábamos de la cintura…), y los
    testimonios que se producirán en años posteriores,
    produjeran en la Europa del
    Renacimiento una
    serie de especulaciones acerca de las características
    físicas de estos indios. La relación de Pigafetta
    se divulgó con cierta celeridad, y más que por el
    interés
    etnográfico que pudiera despertar la raza
    ‘patagónica’, por el esbozo
    cartográfico que realizó en la misma, donde
    dejó constancia de la ‘Regione Patagonia’ y del llamado ‘Estrecho
    Patagónico’. No obstante, el nombre de
    Patagonia quedará relegado a un segundo plano,
    puesto que en los documentos
    españoles se denomina generalmente como "Provincia del
    Estrecho", y la cartografía europea da cabida a diversos
    topónimos como "Regio Patagonum", "Terra Magallanica" o
    "Chica Regio". Es en el siglo XVIII cuando el término
    Patagonia se generaliza, y así figura en el
    título de varios libros y en
    los mapas del
    inglés
    H. Mohl (1719) y en el Mapa Geográfico de América
    Meridional
    de J. C. Cano y Olmedilla ([1720]1775), donde
    aparece denominada como "comarca desértica de Patagonia".
    Se puede afirmar, pues, que el topónimo estaba ya
    consolidado, circunstancia que se vio favorecida al permanecer
    inalterado en otras lenguas: patagoni (it.),
    patagon (fr.), patagao (port.), patagonian
    (ing.), patagonien/ patagonichen (al.), patagonicus/
    patagonum
    (lat.).

    Llegado a este punto, cabe preguntarse cuáles han
    sido, hasta ahora, los motivos presentados para explicar el
    término patagón. Para resumir los
    orígenes propuestos, y siguiendo un criterio
    básicamente formal, hemos dividido en tres los trabajos
    consultados: 1) origen ‘literario’, 2) origen
    ‘lingüístico’ y 3) origen
    ‘etnográfico’. Veamos con cierto detenimiento
    cada uno de ellos.

    1.1. EL ORIGEN ‘LITERARIO’

    Como quedó apuntado supra, para algunos
    investigadores el origen del nombre Patagonia
    podría haber surgido de uno de los libros de
    caballerías del siglo XV, Primaleón. En
    concreto, en
    un momento del relato, el protagonista llega a una isla apartada,
    en cuyo interior habita el monstruo Patagón:

    Mas todo es nada con un hombre que agora ay entr'ellos
    que se llama Patagón. Y este Patagón
    dizen que lo engendró un animal que ay en aquellas
    montañas, qu'es el más dessemejado que ay en el
    mundo, salvo que tiene mucho entendimiento y es muy amigo de
    las mugeres.

    Esta criatura deforme, de "gran fealdad" y "vista
    espantosa" hace recordar al Ardán Canileo del
    Amadís de Gaula, y a los indios de Angaman que
    describe Marco Polo.

    Entre otros, Leonard (1933), Lida de Malkiel (1952),
    Bataillon (1964) y Zampini (1975) han defendido esta
    hipótesis, y creen
    en la difusión marcada de este tipo de novelas entre los
    exploradores y colonizadores de Indias. Recientemente Luiz y
    Schillat (1997), por un lado, y González (1999), por otro,
    han retomado estas ideas. No obstante, como es sabido, los
    patagones no conformaban un pueblo de hombres monstruosos, muy al
    contrario, sabemos por Pigafetta que los navegantes de la
    expedición de Magallanes los encontraron "tratables",
    "simpáticos", "contentos" y "amistosos", y no les
    inspiraron temor alguno. Los hombres de Primaleón, en
    cambio,
    "cuando tal vieron a Patagón, fueron muy espantados y
    muchas cosas dezían":

    aquel animal engendró en ella aquel fijo, y
    esto tiénenlo por muy cierto según salió
    desemejado, que tiene la cabeça como de can y las
    orejas tan grandes que le llegan fasta los hombros, y
    los dientes muy agudos y grandes que le salen fuera de
    la boca retuertos, y los pies de manera de ciervo y
    corre tan ligero que no ay quien lo pueda alcançar. Y
    algunos que lo han visto dizen d'él maravillas. Y
    él anda de contino por los montes caçando y trae
    dos leones de traílla con que faze sus caças y
    trae un arco en sus manos con saetas muy agudas con que
    fiere.

    Por otro lado, el descuido en su lectura o el
    no haber consultado directamente la fuente, ha hecho pasar
    inadvertido el verdadero significado que patagones
    (‘salvajes’) tiene en la novela
    Primaleón:

    Y dizen que ovo que aver con una de aquellas
    patagonas, que ansí las llamamos nosotros por
    salvajes.

    Consideramos, por ello, poco probable que una novela de
    caballerías promoviera en Magallanes y sus tripulantes el
    afán de encontrar gigantes en tierras extrañas, de
    nombrarlos como ‘patagones’ a imagen y
    semejanza de uno de los personajes (tribu) de los hechos en
    armas de
    Primaleón, y mucho menos que las características de
    dicho personaje hicieran eco en la memoria de
    los expedicionarios, pues, como bien demuestran los testimonios
    de los historiadores que han estudiado la figura de Magallanes,
    no era ningún entusiasta de la lectura de este tipo de
    novelas. La conexión entre el personaje del gigante
    Patagón y el topónimo Patagonia, si es que
    existe, como señala Patchell (1947), debe ser más
    bien una "coincidencia de étimos". Retomaremos esta idea
    (patagones = ‘salvajes’) en otra
    sección del trabajo.

    1.2. EL ORIGEN
    ‘LINGÜÍSTICO’

    Existe, por otra parte, una borrosa influencia desde las
    lenguas indígenas que ha hecho considerar el
    topónimo como de origen quechua. La procedencia gentilicia
    de patak aoniken (‘cien aoniken’) se relaciona
    con los pueblos del sur que estaban bajo el dominio inca, que
    les imponía el deber de ofrecer hombres de armas.
    Así, los aoniken (‘indígenas del
    lugar’) eran divididos en grupos de cien
    (patak), y patakaoniken podría representar
    dicha división administrativa de ‘cien
    naturales’. Del gentilicio de las tribus, alterado,
    surgiría el topónimo. Para Deodat (1932), en
    cambio, la lengua quechua
    no tiene influencia alguna y el topónimo sería un
    italianismo creado por el propio Pigafetta.

    Fidel López (vid. Historia de la
    República Argentina
    , 1881) descifra patagunya
    sobre pata ‘colina, cerro’ y gunya
    (partícula de plural), y propone el significado de
    ‘las colinas’ para Patagonia. Por otro lado,
    también en lengua pampa, de pa ‘venir’
    y thagon ‘quebrarse, romperse’ se puede haber
    creado patagón ‘el que llega
    destrozado’, y Patagonia ‘tierra
    rota’.

    Por último, Ritchie Key (2002) siguiendo el
    diccionario
    yámana de Bridges, ha intentado descifrar el significado
    del topónimo analizando la palabra patagón
    en esta lengua: u-patagön-a ‘ampliar,
    ensanchar, estirar’; kupata-gu-möni ‘ir
    hacia y ampliar, o estirar los brazos’;
    patag-önia ‘superficie ancha’;
    tupatag-öna ‘extender, abrir hacia
    fuera’.

    Como puede apreciarse en este breve resumen, en casi
    todas las lenguas indígenas habladas en la Patagonia y
    Tierra del Fuego existe una base (pa, pata,
    patak, patag, etc.) que puede hacer pensar en una
    influencia directa de las mismas en la creación del
    topónimo. No obstante, su difusión al castellano parece
    poco probable, ya que los expedicionarios desconocían
    estas lenguas indígenas y los tehuelches no se
    "presentaron" al hombre blanco como patagones. Por tanto,
    creemos que se trataría más bien de una nueva
    coincidencia de étimos.

    1.3. EL ORIGEN
    ‘ETNOGRÁFICO’

    La mayor parte de los autores ha sostenido que
    Magallanes puso el nombre de ‘patagones’ a aquellos
    moradores que encontró en las tierras del sur por las
    grandes huellas que dejaban en la nieve (‘pata
    grande’). La explicación al respecto resulta
    sencilla: para resguardarse del frío los tehuelches
    cubrían sus pies con unas sandalias de piel de
    guanaco.

    El naturalista F. P. Moreno (vid. Viaje a la
    Patagonia Austral
    , 1876), Pastell (1897) y Lehmann Nitsche
    (1914) ratifican dicha interpretación, y apoyan este criterio que
    hace corresponder a los patagones con gentes de enormes pies. De
    este modo, se hace creer que españoles y portugueses
    admiraron de los indios sobre todo el tamaño de los pies,
    error antropométrico que persistirá más de
    dos siglos.

    En contra de esta idea se puede indicar que Pigafetta no
    emplea el adjetivo ‘gigante’ de manera exclusiva para
    caracterizar a los patagones, sino de manera reiterada a lo largo
    del relato. En efecto, con anterioridad al encuentro de la
    expedición con esta tribu cuenta cómo

    llegados hasta el grado 34, más un tercio del
    Polo Antártico, encontrando allá, junto a un
    río de agua dulce,
    a unos hombres que se llaman "caníbales" y comen la
    carne humana. Acercósenos a la nave capitana uno de
    estatura casi como de gigante para garantizar a los
    otros…

    Una segunda acepción de patagón,
    dejando el tamaño de sus pies y de las huellas, viene dada
    por el aspecto exterior que presentaban los indios: "desnudos",
    "de facciones grandes" y "pintados". Así, les hubiera
    podido denominar ‘patagones’ (patán,
    pathaud [fr.], patao [port.]) por toscos y
    "salvajes":

    hay hombres disformes, que dicen los Patagones,
    andan como salvajes, vestidos de pieles de venados [A.
    Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción
    de las Indias Occidentales
    , (1600)].

    Una tercera hipótesis portuguesa es la que
    señala que, por alguna razón, las piernas de
    aquellos nativos les parecieron similares a las patas de un perro
    (los descubridores no atribuían ‘pies’ a los
    nativos, sino ‘patas’), de ahí patas de
    cão
    > patagao. Se ha pensado también
    que patagao es una deformación de patao (en
    port. y esp. am. galocho ‘dejado’ y
    tamango ‘calzado de cuero de las
    garras del animal’). Sin embargo, patagón no
    es el aumentativo de pata; en castellano, del nombre
    pata, se pueden crear los sustantivos patón
    (documentado sólo como apellido) y patudo (no con
    el significado de ‘pie grande’, sino con el de
    ‘que tiene pies’, y ejemplificado en la figura del
    ángel patudo), pero no el término
    patagón.

    2. NUEVA
    HIPÓTESIS SOBRE EL ORIGEN DE
    PATAGONES

    A la hora de estudiar la génesis del gentilicio
    patagones (> Patagonia) desde un punto de vista
    interno, el primer dato que hay que considerar es que la
    intención de acceder a una comunicación con el indígena, por
    parte de los navegantes y exploradores europeos, tiene siempre
    una motivación
    comercial. De hecho, en las Capitulaciones para la
    expedición de Magallanes (1518) la Corona indica que han
    de procurar hacerse con intérpretes locales
    (‘lenguas’), para que puedan servir en otros
    territorios:

    De todas las tierras que descubrierdes trabajad por
    haber lenguas para tener plática en las otras partes
    donde fuerdes, las cuales serán muy bien tratadas de
    vosotros, y de los que con vos van, e bien vestidos; e si en
    alguna de aquellas partes donde los tomardes conviniere soltar
    alguno de ellos para poder haber
    plática con los de la tierra, soltarleheis y
    enviarleheis vestido, con algunas dádivas, para que vea
    a los otros de la tierra a
    los cuales amostraréis las mercaderías que
    lleváis para que lo publiquen, e conoscerán que
    sois gentes que vais a contratar, e no a tomarles por fuerza nada
    de lo suyo.

    Por otro lado, la Casa y Audiencia de Indias (Casa de
    Contratación) exigía llevar a España
    unos cuantos ejemplares de todas las plantas, metales y de toda
    nueva especie (incluida humana) descubierta en el viaje. Con
    respecto esto último, Pigafetta lo deja
    escrito:

    A los quince días encontramos a cuatro de estos
    gigantes sin armas, que las tenían ocultas entre unos
    espinos […] El capitán general retuvo a dos
    –los más jóvenes y despejados– con
    ejemplar astucia para conducirlos a
    España.

    No obstante, se presentaban ciertos inconvenientes para
    lograrlo. En principio, ningún blanco podía
    comunicarse con aquellos indios de la terra incognita
    australis
    , a pesar de que entre los tripulantes de la
    expedición de Magallanes viajaban hombres de distintas
    nacionalidades: españoles, portugueses, italianos,
    franceses, griegos y africanos, y que como intérprete
    (lenguaraz) iba contratado Henrique de Malaca,
    hombre especializado en lenguas de Indias (del Pacífico) y
    el Catay, con las que supuestamente tendrían que
    entenderse para poder efectuar los ‘contratos’.
    Los indígenas que encontraron en la Patagonia, pues,
    distaban mucho de la imagen que se tenía del indio del
    imperio de Moctezuma, o de la mayoría de los indios de
    Kublai Kan descritos tiempo antes por Marco Polo. Sin embargo, el
    contacto con el indígena fue inevitable, ya que
    –como vimos– pasaron la invernada en Puerto San
    Julián y recalaron otros dos meses en Santa Cruz, antes de
    atravesar el estrecho y llegar al océano
    Pacífico:

    Estuvimos en ese puerto, al que bautizamos Puerto de
    San Julián, cerca de cinco meses, durante los que
    ocurrieron múltiples cosas.

    De este modo, como narra Pigafetta, gracias a la ayuda
    de uno de los indios patagones (Pablo) se entra en contacto
    directo con la lengua tehuelche:

    Me enseñó todas esas palabras
    aquel gigante que en la nao teníamos, de resultas de
    que, pidiéndole capac, esto es, pan […], y
    oli, esto es, agua, me vio a mí escribir ambos
    nombres; pidiéndole después otros, pluma en
    mano me entendía […] Le dimos por nombre
    Pablo.

    Pero no sólo el cronista puede "conversar"
    directamente con estos indios, el contacto directo entre la
    tripulación y los tehuelches fue generalizado. Al narrar
    la relación que mantuvieron con otro patagón
    (Juan), Pigafetta señala una de sus características
    más relevantes:

    Permaneció entre nosotros muchos días;
    tantos, que lo bautizamos, llamándole Juan.
    Pronunciaba tan claro como nosotros, sino que con
    resonantísima voz, "Jesús", "Padre
    nuestro", "Ave María" y "Juan". Después, el
    capitán general le dio una camisa, un jubón de
    paño, calzas de paño, una barretina, un espejo,
    un peine, campanillas y otras cosas, despidiéndolo.
    Fuése muy contento y feliz. Al día siguiente,
    trajo uno de aquellos animales
    grandes al capitán general, por el que le dieron muchas
    cosas a fin de que trajese más. Pero nunca
    volvió. Pensamos si lo habrían muerto por
    haber conversado con nosotros.

    Como hemos visto por las citas anteriores está
    ampliamente aceptado, aunque sin base gramatical sólida,
    que de pata se formó patagón
    ‘de patas muy grandes y/ o largas’, y que este es el
    origen del gentilicio. Sin embargo, aquellos habitantes tan altos
    y de pies enormes presentaban una característica
    fisiológica más importante: "hablaban papo". En
    efecto, entre otras obras, en la Historia General de las
    Indias
    (1538) de F. López de Gómara se hace
    hincapié en esta característica
    patagónica:

    [tenía] once palmos de alto; dicen que los hay
    de trece palmos, estatura grandísima, y que tienen
    disformes pies, por lo cual los llaman
    patagones. Hablan de papo, comen conforme al cuerpo
    y temple de tierra, visten mal para vivir en tanto frío
    […] Son todos muy ajudiados en gesto y habla, ca
    tienen grandes narices y hablan de papo.

    Esta circunstancia, que ha pasado inadvertida para todos
    los autores que se han interesado en la génesis del
    topónimo argentino, muestra que en el gentilicio
    patagón la base patago no hace referencia a
    ‘pie humano’, sino a una enfermedad, relacionada a su
    vez con el papo. Y es que el término patago,
    ‘genus mortui’, aparece documentado desde muy
    temprano, por ejemplo, en el Códice emilianense 46, primer
    diccionario enciclopédico de la Península
    Ibérica, y en el Universal vocabulario de latín
    en romance
    , de Alfonso de Palencia (Sevilla,
    1490):

    Patago es linaie de muerte
    quando por mucha lagaña no se pueden de ligero mouer la
    lengua.

    La característica de los indios patagones, que
    hablan papo y sufren patago, creemos que debe
    relacionarse necesariamente con el hecho de que el tehuelche es
    una lengua aglutinante, donde predominan los sonidos guturales y
    oclusivos. Aspecto que puede comprobarse en los trabajos de campo
    de J. Suárez y Y. Lastra, recopilados ahora como archivos sonoros,
    que dan buena prueba de lo que aquí hemos mantenido. No
    obstante, esta condición a la que aludimos para explicar
    el origen del término fue característica
    señalada por varios expedicionarios, entre otros, por el
    propio Darwin en su
    Viaje de un naturalista alrededor del mundo
    (1839):

    después de los primeros momentos de asombro,
    nos divertíamos mucho, observando la ridícula
    mezcla de sorpresa y espíritu de imitación que
    demostraban aquellos salvajes en todo momento. […] estos
    pobres seres son por lo general esmirriados y su aspecto es
    deplorable, a causa de la pintura
    blanca que recubre sus rostros horrendos, su cabello
    enmarañado y áspero, sus voces
    discordantes y su violenta gesticulación.

    Y por otros testimonios como los de A. M. Guinnard, en
    Tres años de cautividad entre los patagones
    (1856):

    de improviso salieron los indios, esta vez muy
    numerosos, […] llenos de feroz alegría, dando
    gritos guturales y blandiendo sus lanzas, sus bolas y
    sus lazos, nos rodearon por todas partes. Nada es más
    triste que el aspecto extraño de estos seres desnudos,
    montados en caballos briosos que manejan con salvaje
    destreza.

    Y G. Musters, en Vida entre los patagones
    (1871):

    son cuidadosos de su higiene
    personal y
    concienzudos en la limpieza de sus tiendas y utensilios. Sus
    canciones, sin embargo, no son muy melodiosas.

    3.
    CONCLUSIONES

    Saintoul (1988) ha resumido de manera acertada los
    factores que, de un modo u otro, han podido alimentar los
    prejuicios raciales en las sociedades
    ‘avanzadas’, como son las ventajas de orden personal
    europeo-indígena, la ignorancia sobre la existencia de
    otros grupos humanos, el ‘horror’ a la diferencia,
    las tensiones nacionales y religiosas o las razones
    económicas. Como es sabido, todos estos factores han
    estado desde
    el principio muy presentes en el ocupamiento territorial del
    continente americano, y por ende en el de la Patagonia. Y
    precisamente debido a estos prejuicios del hombre blanco se
    inició hace siglos la trama imaginaria que hemos
    señalado en los epígrafes anteriores sobre los
    indios patagones. No es extraño, pues, que J. de
    Aréizaga escribiera en Religiosos en el Nuevo Mundo
    lo siguiente:

    quedaron el clérigo y los otros dos hombres: y
    cuando quiso amanecer, vieron más de dos mil patagones o
    gigantes (este nombre patagón fue a
    disparate puesto a esta gente por los cristianos, porque
    tienen grandes pies; pero no desproporcionados, según la
    altura de sus personas, aunque muy grandes).

    En este sentido, cabe señalar que la figura del
    gigante se ha tomado a lo largo de la Historia, y de la Literatura, como
    símbolo de temores y posibles miedos que conquistadores,
    expedicionarios y caballeros como Primaleón pueden
    encontrar en sus empresas y
    aventuras, peligro que de manera triunfante casi siempre pueden
    resolver. En ocasiones, como en el caso que nos ocupa, la leyenda
    fue rápidamente mal interpretada y sucesivamente agrandada
    desde las crónicas de Indias, hasta convertirse en
    mito.

    Por todo lo expuesto hasta aquí, nos inclinamos a
    considerar que los primeros hombres blancos en entrar en contacto
    con los indios de la terra australis en la
    expedición de Magallanes pudieron nombrar a los
    indígenas como patagones por la estatura que
    tenían, que de hecho era alta para un hombre del siglo
    XVI, por su aspecto de ‘salvajes’, y también
    por su peculiar forma de hablar (lengua aglutinante). Sin duda,
    esta última característica, después de un
    contacto más o menos prolongado, llamaría la
    atención de aquellos marineros, en su
    mayoría andaluces y portugueses, y del propio cronista
    Pigafetta, transmisor del término.

    REFERENCIAS
    BIBLIOGRÁFICAS

    ANTELO, J., y J. L. MANTENGA (2000): "Gigantes en el
    descubrimiento
    de América. Testimonios de los primeros europeos en
    el continente americano", en J. H. Antelo (ed.), Gigantes:
    mito, leyenda o realidad
    , [artículo en
    línea], <www.geocities.com/jhantelo>.

    BATAILLON, M. (1964): Varia lección de
    clásicos españoles
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    Enrique Pato

    (Universidad Autónoma de Madrid)

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