- Teorías de la
satisfacción. - Teorías libertarias
individualistas - Teorías libertarias
de orientación social - Teorías de la
excelencia o de la perfección - Eticas
formales - Teorías, principios y
reglas bioéticas
Si consideramos la definición o contenido formal
de lo que consideran el Valor
máximo, las distintas concepciones éticas pueden
dividirse en dos grupos
fundamentales: las teorías de la satisfacción y las
de la excelencia. Téngase en cuenta, que todo intento de
esquematización implica de alguna manera simplificar lo
que las distintas corrientes postulan. Sin embargo, un esquema
tiene la ventaja de poder brindar
una visión de conjunto que permite al lector que se inicia
en la ética,
tener una idea somera de la diversidad de opiniones en este
campo.
También llamadas "éticas del bien",
éticas consecuencialistas o teleológicas.
Tienen en común que todas, -de una u otra manera-
consideran que lo decisivo para que el ser humano escoja los valores
éticos, es la mayor cantidad de consecuencias favorables,
en cuanto a satisfacción de los deseos se refiere, que
tienen aquellos comportamientos o normas de
conducta que
se adopten. Conciben la ética como una reflexión (o
teoría)
sobre la satisfacción de los deseos del hombre. De
forma un poco simplificada, podríamos decir que todas
coinciden en afirmar que es bueno aquel objeto del deseo,
permanente y sin coacción que le ocasiona
bienestar.
Dentro de las teorías
éticas consecuencialistas podemos hablar de dos
subtipos de teorías: Las teorías libertarias
individualistas, las cuales comparten la idea de que el objeto
del deseo ético es individual y que la libertad
consiste en poder satisfacerlo.
Las teorías libertarias de orientación, el
rasgo que tienen en común es la eminencia que le dan a la
ponderación de las consecuencias que acrecienten la
armonía social o que lleven a la eliminación del
conflicto. En
ese sentido consideran que es valor ético todo aquello que
ayude a la convivencia social mutuamente satisfactoria, que sea
la menos conflictiva o que más acuerdo social
genere. Por eso son también llamadas éticas de
la convivencia social armónica.
Teorías libertarias individualistas:
Entre ellas tenemos al:
EMOTIVISMO: Hume, Ayer, Stevenson,
son sus principales exponentes. Lo principal acerca de esta
corriente es que no existe ninguna referencia ética que
trascienda el propio individuo: lo
único que vale es el interés de
cada uno. La convivencia es algo que tenemos que aceptar en la
medida que "nos satisface" o rechazar en la medida que "nos
molesta". Pese a que la vida social requiere necesariamente
ciertas limitaciones "soportables", éstas deberían
ser las mínimas necesarias para que cada individuo pueda
realizar su propia conducta moral privada.
Las éticas "postmodernas" son, en esencia, un gajo del
motivismo
La razón humana tiene que ver -únicamente-
con la verdad o la falsedad de "los hechos empíricos" y
por tanto sólo se ocupa de ver los medios
eficaces para lograr los fines. La voluntad y los afectos no
pueden ni responder ni contradecir a la razón. Un afecto
sólo puede ser irracional en cuanto sea un medio falso
para obtener un fin, pero como tal afecto no es ni racional ni
irracional.
De ahí que la moral sea
una cuestión de afectos y las reglas morales no puedan ser
consideradas como derivadas de la
razón. Cuando rechazamos un homicidio no
decimos que sea malo porque haya sido contrario a los medios
racionales adecuados para que se llevara a cabo tal acto, sino
porque tenemos un sentimiento que nos dice que está mal.
El emotivismo ético considera que las proposiciones
éticas no establecen nunca lo verdadero o lo falso, sino
simplemente "yo abomino esto" o "yo rechazo aquello", o "yo
estimo esta manera de comportarme". Para el emotivismo, el hecho
de que, por ejemplo, haya unanimidad en que la mentira es mala es
una cuestión simplemente de las ciencias
sociales, pero no de la ética. Solamente da a entender
que una comunidad
concreta (aunque sea universal) ha coincidido en "preferir
emocionalmente la verdad".
"OBSERVA QUÉ CONSECUENCIA PROVOCAS Y
SABRÁS LA QUE ES BUENA", con esto podemos con una frase
destacar la idea general del emotivismo.
ESPONTANEISMO VITALISTA: Nietzsche es
el principal representante de esta corriente. Su
afirmación básica es que la ética no depende
de reglas sino que es "fabricada" por el instinto de poder que
tiene el hombre y su
tendencia a ejercer el dominio sobre los
demás. No hay límites a
este instinto. El hombre tiene la "obligación" de buscar
la realización de esta espontaneidad vital sin que nada se
lo impida.
HEDONISMO: Así formula Epicuro la
ética hedonista o del placer:
"El principio y la raíz de todo bien es el placer
del vientre…No sé qué idea me forjaría
acerca del bien… si suprimiese los placeres del beber y del
comer, del oído y de
la vista y los de Venus".
Una versión más refinada del placer es la
de Bentham
Epicuro abogaba por una vida de continuo placer como
clave para la felicidad—el objetivo de
sus enseñanzas morales. Su gran perspicacia para
satisfacer este fin consistía en identificar el
límite de nuestra habilidad para experimentar el placer en
cualquier momento.
El mensaje epicúreo, sin embargo, con su enfoque
sobre el placer como base natural de la moralidad,
tiene más fuerza para
resistir. Cuando un epicúreo contempla el placer lo hace
ponderando más ampliamente el cómo lograr que
éste se maximice. Él puede abstenerse de ciertos
placeres, pero actúa así para ganar aún
más placer en el futuro, de manera alguna para desechar el
placer en sí mismo.
DECISIONISMO O PREFERENCIALISMO: Hare es el
principal representante de esta corriente ética. Él
considera que toda conclusión de valor exige premisas de
valor y que los principios
morales no se adquieren por medios cognitivos ni son
autoevidentes. Son las decisiones libres de cada uno las que
hacen que uno valore una cosa y no otra. Sin embargo Hare acepta
que esa preferencia no es completamente irracional ya que
elegimos ciertos principios y los propugnamos para los
demás porque estamos convencidos que siguiéndolos
podemos tener una vida más acorde con nuestros deseos. De
alguna manera Hare propugna que se trata de elegir principios que
satisfagan los deseos de todos. Por eso hay que saber aprovechar
los principios morales del pasado, porque muestran una
experiencia acumulada de siglos, pero hay que cambiarlos si se ve
que ya no satisfacen los deseos del presente. Para Hare, no hay
-evidentemente- principios universales.
Teorías libertarias de
orientación social:
UTILITARISMO: Stuart Mill es considerado el
fundador del Utilitarismo. El valor ético máximo o
último que él defiende es el de la Utilidad. Este
concepto se
refiere a que las acciones
humanas serán consideradas como éticamente "buenas"
en la medida que proporcionen felicidad o bienestar; y "malas" en
la medida que produzcan lo contrario. En cualquier circunstancia
lo que es imperativo será buscar aquella conducta que
comparada con otras produzca un mayor dividendo de bienestar para
el mayor número. El principio se centra en las
consecuencias de los actos más que en las acciones mismas.
Ninguna acción
está bien o mal en sí misma. Tampoco pueden
juzgarse las acciones por las intenciones o deseos del que las
hace. Solo las consecuencias son decisivas: romper una promesa,
mentir, causar dolor, matar, pueden ser buenas en ciertas
circunstancias y malas en otras. En todos los dilemas hemos de
considerar aquel que produce el máximo beneficio al menor
costo.
La objeción principal que se hace al utilitarismo
globalmente considerado es de que el principio de utilidad
(beneficio de mucha gente) puede justificar la imposición
de un gran sufrimiento a una minoría. Esto va en contra
del principio de justicia: no
puede ser legítimo que la felicidad de muchos se haga a
costa del sufrimiento de unos pocos.
Una segunda objeción es que el utilitarismo se
queda sin forma de argumentar con respecto a la eticidad de
determinadas acciones humanas. Parecería que es una
evidencia universalmente aceptada que matar a un inocente es una
conducta éticamente reprobable. Pero si para un
determinado individuo es de enorme utilidad matar a un inocente
del que la sociedad no
podría esperar ya nada ventajoso, el utilitarismo no
tendría argumentos para considerar que ese determinado
acto es ilícito ya que la sociedad ni se enterará
nunca, ni se verá perjudicada.
Una tercera objeción es que el criterio del
"mayor número" o "utilidad para la mayoría"
es arbitrario y ambiguo. ¿Cuándo empieza a
ser "el mayor" número?. ¿El 90 o el 80 % de la
población? ¿La mitad
más 1 o los 2/3?
Lo que realmente tiene importancia para la evaluación
del bienestar no es la cantidad de bienes que un
individuo posea, si no lo que consigue haciendo uso de
éstos.
PRAGMATISMO Y SOCIOLOGISMO: El primero
representado por James y por Dewey, mientras que el segundo lo
esta por Durkheim. Los
pragmatistas asumían, una concepción racional de la
verdad que en términos sociológicos se tradujo por
una mayor sensibilidad para escuchar el punto de vista de los
actores sociales. Fue así como la historia social europea
pasó a verse substituida en la sociología de Norteamérica por las
historias de vida. El sociologismo afirma que la ciencia es
un producto de la
sociedad, que los científicos crean los hechos, ignoran la
existencia de la realidad, la sociedad influye en la ciencia, ya
que es ésta quien dicta lo que hay que investigar. Las
tesis
sociologistas no admiten que la ciencia sea un conocimiento
universal.
MARXISMO: Obviamente que postulado por Marx y
también por Engels, ellos postulan que "bueno" es lo que
permite construir la sociedad sin clases o lo que respeta la
estabilidad de la sociedad sin diferencias
socioeconómicas.
ALTRUISMO: Adam Smith, es su principal exponente.
La base de la moral es la simpatía por los semejantes.
Para Smith y su psicologismo altruista, el valor y el contenido
de la conciencia moral
se derivarían de un sentimiento de simpatía. Este
sería el sentimiento moral básico que haría
que desaprobemos ciertas acciones y abriguemos otras. Las reglas
morales son pues una generalización de sentimientos de
simpatía por ciertas acciones que se encuentra en la
interacción social hasta llegar al
consenso. Se daría un proceso como
el siguiente: 1_. Hago un acto, el otro lo aprueba
(simpatía); apruebo su aprobación (simpatizo con su
simpatía), y este es el juicio moral de aprobación
referente a mi propio acto o 2_ El otro desaprueba mi acto
(antipatía), apruebo esta desaprobación (o
simpatizo con esta antipatía) y es el juicio moral de
desaprobación de mi acto. El juicio moral que concierne a
mi acción es una simpatía que pasa por la
simpatía del otro, es decir, es altruista.. Y dentro de
estos, tenemos al Altruismo evolucionista que considera que
"bueno" es lo que favorece la conservación de la
especie.
POSITIVISMO O LEGALISMO: su lema es que lo
"bueno" es lo que está mandado por la ley. Si existe
una ley legítimamente establecida por los representantes
del pueblo democráticamente elegidos eso es lo que hay que
cumplir para poder convivir socialmente. Más allá
que la "verdad" encontrada por los representantes elegidos, no es
posible.
En resumen, las teorías consecuencialistas son
todas relativistas, es decir, no tienen un criterio
universalmente válido para juzgar las acciones
humanas sino que las valoran según las circunstancias en
las que se llevan a cabo y especialmente de la simpatía o
antipatía que por ellas tengan las personas, los grupos o
las sociedades.
Teorías de la excelencia o de la
perfección:
Se pueden incluyen aquí tanto las llamadas
éticas deontológicas como las
teleo-lógicas o de la finalidad del ser humano
(telos=fin). Ambas, de una u otra manera dan por supuesto que hay
un ideal específicamente humano para el hombre, que
éste puede llegar a conocer por medio de la razón.
Ejerciendo esta capacidad el hombre puede llegar justificar por
qué se deben defender determinados valores o
normas. El ideal ético variará según cuales
sean las teorías: podrá ser el de comportarse "de
acuerdo con lo que le indica la razón", "cumplir la ley
universalmente válida", llevar a cabo el "ideal de
perfección creado por Dios", la "adecuación a la
naturaleza del
hombre", etc. En las teorías de la excelencia, el ideal
ético es el que juzga qué valor tienen las
consecuencias; no al revés, como sucedía con las
teorías de la satisfacción. Son también
llamadas deontologismos porque mantienen que ciertas
características -formales- de los actos humanos, que no
son sus consecuencias, hacen correcta o incorrecta una
acción. En ese sentido, para la mayoría de los
autores deontológicos, hay actos que siempre son
reprobables, como por ejemplo el mentir, el matar, el traicionar,
etc.
DEONTOLOGIA KANTIANA: Para Kant las
consecuencias de una acción son irrelevantes. Una
acción es legítima cuando está de acuerdo
con el imperativo categórico: "Actúa solamente
según aquella máxima que puede ser convertida en
ley universal". Este criterio es también llamado el
Principio de la universalización. Para Kant y sus
seguidores, la única manera que tiene la mente humana para
saber cómo debe actuar es preguntarse si una determinada
ley puede ser aceptable universalmente. Así por ejemplo,
no podría ser nunca aceptada por todos los seres humanos
una ley que dijese: debes mentir. En cambio
sí la que mandase decir siempre la verdad. ". Esto
implica que cada persona tiene un
valor en sí mismo por el hecho de ser racional, y por
tanto posee una voluntad autónoma autolegislante que es
inalienable.
Para Kant la racionalidad confiere a cada uno un valor
intrínseco. En ella reside la fuente última de la
moralidad. El imperativo categórico es un imperativo que
debe ser seguido por todo ser humano racional. Sólo una
cosa es buena: la buena voluntad. Pero… ¿qué es
una buena voluntad?: la voluntad que actúa sólo por
el cumplimiento del deber o sea, con máximas que cumplen
el imperativo categórico. No es pues el motivo que subyace
a nuestras acciones, lo que determina el carácter moralmente bueno de un acto, ni
los resultados, ni nuestros sentimientos, sino la universalidad
de la norma aceptada por la razón.
Hay cuatro características principales en la
teoría kantiana:
1. La insistencia en que el ideal de vida para el
hombre consiste en la aceptación a ciertas normas o
mandamientos expresados en imperativos universales que se
mantienen para todos los seres humanos sin excepción (el
imperativo categórico)
2. La insistencia de que los imperativos morales
son incondicionales: es decir innegociables, no cambiables por
otros; absolutos: sin excepciones; supremos: predominan sobre
todos los otros imperativos en caso de que existan conflictos.
3. La insistencia de que la voluntad a la que el
sujeto se somete no pertenece a otra persona sino a
él mismo; y reside en su capacidad de raciocinio, a
través de la cual llega a encontrar los principios
universales. (A esto se llama autonomía
moral).
4. La insistencia especial en ciertos valores
éticos como la autonomía, la libertad, la
dignidad, el
auto-respeto
y el respeto por los derechos individuales, que
han sido considerados valores esenciales desde la Revolución
francesa hasta la actualidad.
RACIONALISMO: Expuesto por Hegel y Schellin
entre otros, ambos de una u otra manera van a decir que el
criterio fundamental para juzgar lo que es bueno, es lo que
resulta coherente con la racionalidad humana.
ETICA DEL DISCURSO O DE
LA ACCION COMUNICATIVA: Habermas, Apel, y Adela Cortina como
principales exponentes. Para estos, es "bueno" lo que la
"comunidad de acción comunicativa" encuentra como tal, por
medio del diálogo
igualitario y racional.
Apel busca, pues, una ética que tenga un criterio
de universalidad y al mismo tiempo que
permita encontrar contenidos concretos aplicables a la
interacción humana. Es en el "hecho" de que los hombres
interactúan entre sí a través de
argumentación, del diálogo, de la discusión,
donde estos autores se ubican para extraer de ese "facto" los
valores éticos universalmente válidos; es decir,
parten de que la "práctica" comunicacional de todos los
hombres es el "factum" innegable y universal apropiado para
fundamentar los cimientos de la moral. Nadie puede desconocer que
todo hombre racional interactúa a través de
la
comunicación con los demás. Quien quisiera
negar ese hecho, ya está argumentando y "practicando" la
comunicación. Entendiéndolo
así, la práctica humana de la comunicación
es el punto de partida en la que Apel y sus seguidores creen ver
esa base firme para fundamentar una ética que sea al mismo
tiempo formal (universalmente aceptada) y material (que permita a
los hombres solucionar los problemas de
la práctica).
ETICA INTUICIONISTA: Moore admite hechos
éticos definitivos. Por ejemplo, decir que mentir es
bueno, puede representar un hecho directamente observable como
que el cielo es azul. Eso lo capta el ser humano simplemente por
intuición. "Si se me pregunta qué es bueno, mi
respuesta es que lo bueno es bueno, y con ello se termina la
cuestión. O si se me pregunta cómo hay que definir
el bien, mi respuesta es que no se puede definir, sin que se
pueda decir más al respecto"
ETICA VALORATIVA: Max Scheler que postula que
todo deber encuentra su fundamento en el valor. Para este autor
el valor no se funda en el imperativo categórico universal
(el deber) tal como lo plantea Kant, sino a la inversa. Es la
norma la que tiene su fundamento en los valores, es decir, la que
pone en práctica a los valores. Estos son objetivos, es
decir, independientes de la conciencia y pueden ser conocidos
porque existe en el hombre una "capacidad estimativa"
intuitiva, que le permite al hombre captarlos y
así discriminar las acciones buenas de las malas en su
práctica ética. Para Max Scheler el valor por
excelencia es la persona humana, por eso bien puede
incluírselo entre los personalismos
éticos.
ETICA ARISTOTÉLICA Y TOMISTA:
Aristóteles y Tomás de Aquino son los precursores
de esta etica. Para la ética clásica y medieval el
bien del hombre es realizar el fin o su esencia tal como se puede
percibir en su naturaleza. La conducta moral está marcada
por la concordancia con ese fin. Ambos autores consideran que la
rectitud de las acciones es algo determinado por la misma
naturaleza de las cosas, no por las leyes positivas,
costumbres o preferencias afectivas. La naturaleza de las cosas
puede ser descubierta por la razón y reflexión pero
no es creada por la razón. El ser humano tiene una
naturaleza que comparte con el resto de los seres creados y una
naturaleza racional, cuya ley es la que debe seguir en sus actos.
La razón es la fuente de la moralidad porque es la que
descubre a la ley natural que siempre tiende a un único
principio: "hay que hacer el bien y evitar el mal". El bien es
aquello a lo que tienden nuestras inclinaciones naturales
especialmente las de la razón. Con la reflexión
sobre cuales son nuestras inclinaciones naturales de tipo
biológico, personal y
social, el hombre puede establecer un cuerpo de principios
morales y reglas que sean iguales para todos los tiempos, pueblos
y lugares. Todos los hombres pueden reconocer la ley natural,
pero es natural también, reconocer que Dios haya querido
revelar de forma explícita a los hombres, cual es el fin
de nuestros actos y la plenitud de la
sabiduría.
La posición "iusnaturalista" de los
aristotelismos y tomismos, sostiene que las acciones no se pueden
legitimar por las consecuencias. Para estos autores hay acciones
que son inmorales en sí mismas, con independencia
de las posibles circunstancias y sean cuales fueren las
consecuencias; así, el falso testimonio, la
traición a la lealtad y la exclusión de toda
procreación, la muerte del
inocente, etc.
Teorías, principios y reglas
bioéticas:
Puede afirmarse que lo que se contiene bajo la
denominación de Bioética,
en lo que tiene de disciplina
doctrinal, es expresable a través de un conjunto de
principios y de un conjunto de reglas. No se trata
de reducir las doctrinas bioéticas a esos conjuntos de
principios o de reglas que, en todo caso, no son exentas, como si
aquellos fueran meros sistemas
proposicionales. Son doctrinas referidas a situaciones reales
planteadas por la vida real, ya sea considerada en situaciones
singulares propias de la dinámica hospitalaria, como en las
situaciones globales con las que se enfrenta la política mundial
relativa, por ejemplo, al control de la
natalidad o la distribución de alimentos para el
tercer mundo. Pero sí tiene sentido considerar a tales
conjuntos de principios o de reglas como los centros de
atribución más significativos en el total del
contenido de la disciplina.
Las declaraciones de «principios»
constituyen, de hecho, una de las actividades más
características de la disciplina bioética. En
muchas ocasiones estas declaraciones son ratificaciones o
«recuperaciones» de principios propuestos con
anterioridad a la constitución de la Bioética como
disciplina (Código
de Nüremberg o Declaración de los Derechos Humanos
en 1948; Declaración de Helsinki de 1964).
Podríamos poner por caso la Declaración
universal sobre el genoma y derechos humanos del
Comité de Bioética de la UNESCO de 1997. Han
adquirido un predicamento especial tres principios incluidos en
el llamado Informe Belmont, propuesto por la
comisión del Congreso de los Estados Unidos
que trabajó durante los años 1974 a 1978 —el
«principio de autonomía», el «principio
de beneficencia» y el «principio de
justicia»— a los cuales se agregó, en otras
propuestas, el «principio de no-maleficencia», como
es el caso de la propuesta de T.L. Beauchamp (que fue miembro de
la Comisión Belmont) y J.F. Childress, en su libro
Principles of Biomedical Ethics (Oxford University Press
1979, 3ª ed. 1984).
La propuesta de reglas es explícitamente
diferenciada de la propuesta de principios en muchas ocasiones.
Por ejemplo, en el Convenio de Asturias del Consejo de
Europa, antes
citado, se establece como regla general el contenido del
artículo 5 del capítulo II, sobre el
consentimiento («regla general: una
intervención en el ámbito de la sanidad sólo
podrá efectuarse después de que la persona afectada
haya dado su libre e informado consentimiento»).
¿Qué hay detrás de esta
distinción entre principios y reglas, utilizada en diverso
grado en la disciplina bioética? La propia
distinción entre principios y reglas sólo puede ser
analizada adecuadamente mediante un tratamiento
filosófico, o dicho de otro modo: la distinción
desborda cualquier tratamiento meramente técnico o
categorial, aunque no sea más que porque la
distinción aparece en contextos categoriales muy
diferentes. Y esto significa que la distinción entre
principios y reglas no es exenta, sino que ella
está inmersa en una constelación de ideas cuyas
relaciones aparecen establecidas en función
del sistema
filosófico, explícito o implícito, desde el
cual se consideren. Por ello mismo, un cambio en la
consideración de una proposición dada como
principio o como regla, puede significar un cambio radical en la
consideración filosófica de la disciplina de
referencia
Principialismo o la denominada "ética de los
principios" o "principialismo". En efecto, fue en 1974 cuando el
Congreso de EE.UU. creó la National Comisión for
the protection of Human Subjects of Biomedical and Behavioral
Research, con la indicación de que llevara a cabo una
amplia investigación y estudio a fin de
identificar los principios éticos básicos que
deberían orientar la investigación con seres
humanos en las ciencias del
comportamiento
y en biomedicina. Cuatro años después, el grupo de
expertos publicó el que se puede considerar como el
documento más importante de la bioética
norteamericana: el Informe Belmont.
Los expertos, tras hacer hincapié en la dificultad de
aplicar los códigos históricos -como, por ejemplo,
el de Nuremberg- al problema que les había sido
encomendado, elevaron a consideración de los legisladores
unos "principios éticos básicos" entre aquellos
aceptados por la tradición del país, que
consideraron particularmente relevantes: los principios de
respeto por las personas (hoy más conocido como "principio
de autonomía"), beneficencia y justicia. La
Comisión reconocía que otros principios
también podrían ser relevantes, pero hacía
énfasis en el valor de estos tres. Además, entre
las aplicaciones más inmediatas de los tres principios
éticos básicos destacaban el "consentimiento
informado" (que debería contener tres elementos: información, comprensión y
voluntariedad), la "evaluación del riesgo y el
beneficio", y la "selección
de los sujetos". En suma, un documento breve, que supuso un nuevo
enfoque metodológico y procedimental, en el modo de juzgar
la validez ética de las acciones
médicas.
Los agentes de la relación médico-paciente
pueden reducirse al final a tres: el médico, el enfermo y
la sociedad, cada uno de ellos con una significación moral
específica. Así el enfermo actúa guiado por
el principio moral de autonomía; el médico,
por el de beneficencia y la sociedad por el de
justicia. De forma natural, la familia se
proyecta en relación al enfermo por el principio de
beneficencia y en este sentido actúa desde el punto de
vista moral, de una forma muy parecida a la del médico, en
tanto que la dirección de la unidad asistencial, los
gestores del seguro de
enfermedad (de existir éste) y las autoridades
competentes, tendrán que mirar y preocuparse, sobre todo,
por salvaguardar el principio de justicia. Esto pone en
evidencia, de manera irrefutable, que en la relación
médico-enfermo están siempre presente,
interactuando entre sí, si se quiere de forma
dialéctica y necesaria, esas tres dimensiones: la de
autonomía, beneficencia y justicia, y que es bueno que
así sea 1,4. Así las cosas, si el
médico y la familia se
pasarán o intercambiaran con armas y bagajes
de la beneficencia a la justicia, sin lugar a dudas la
relación sanitaria sufriría de modo irremisible,
como sucedería también si el enfermo renunciara a
actuar como sujeto moral autónomo. Una vez más: los
tres factores son esenciales, lo cual no significa que siempre
hayan de resultar complementarios entre sí, pudiendo en
ocasiones resultar conflictivos; por ejemplo no siempre es
posible respetar por completo la autonomía sin que sufra
la beneficencia y respetar esta sin que se resienta la justicia.
Esto pone en evidencia la necesidad de tener siempre presente los
tres principios ponderados de manera adecuada en cada
situación concreta.
Juan Manuel Carrera
Estudiante de Medicina de la
Universidad
Buenos
Aires.