El estilo político de la Unión Cívica Radical en la Argentina 1890 – 1930
- El nacimiento de la
U.C.R. - La conformacion del estilo
radical - El liderazgo
yrigoyenista - El puntero radical: su importancia
sociopolitica - El uso del patronazgo oficial en el
estilo radical - Citas
bibliográficas
EL NACIMIENTO DE LA UNION CÍVICA RADICAL
Si bien la modificación de la legislación
electoral operada en el año 1912 -al poner fin al fraude electoral
sistemático-, posibilita la aparición de un nuevo
estilo político en la sociedad
argentina, conformado sobre la base de las prácticas
políticas implementadas por los integrantes
de la Unión Cívica Radical, dicho estilo no surge
espontáneamente con la promulgación de la Ley Sáenz
Peña, sino que se va conformando a través de los
veinticinco años de contienda política que
desarrolla el radicalismo desde su nacimiento hasta alcanzar por
primera vez el gobierno de la
Nación.
Veamos pues, cual fue la génesis histórica y las
principales características de este estilo.
La Unión Cívica Radical es el primer
partido político -y el más antiguo de los
existentes en la actualidad- que merece tal denominación
en nuestro país. Los orígenes del partido se
encuentran en la depresión
económica y la oposición política al
presidente Miguel Juárez Celman del año
1890.
Tal como hemos visto en el capitulo precedente en 1889,
se había conformado un grupo de
oposición a este mandatario en la ciudad de Buenos Aires, con
el nombre de "Unión Cívica de la Juventud"; al
año siguiente al ampliar su base de apoyo popular, este
grupo pasó a denominarse simplemente "Unión
Cívica". En el mes de julio de 1890 la Unión
Cívica preparó una revuelta de carácter cívico – militar
contra el presidente en la ciudad capital, que
si bien no consiguió apoderarse del Gobierno,
obligó a aquél a dimitir. Un año más
tarde, con motivo de las candidaturas para la renovación
presidencial, la Unión Cívica se dividió.
Este fue el punto de partida de la "Unión Cívica
Radical", bajo la jefatura de Leandro N. Alem. El caudillo de
Balvanera, durante los siguientes cinco años, hasta su
muerte,
condujo a su partido infructuosamente a la conquista del poder a
través de sucesivos intentos de golpe de Estado
cívico militares.
El origen de la Unión Cívica, de la que
saldría el partido radical un año más tarde,
no debe buscarse tanto en la movilidad de los sectores populares
sino en segmentos de la elite tradicional, cuyo papel puede
rastrearse en el resentimiento que alentaban contra el gobierno
encabezado por Juárez Celman distintos grupos de la
provincia de Buenos Aires debido a su exclusión de los
cargos públicos y del acceso al patronazgo
oficial.
La aparición de la Unión Cívica
Radical fue, pues, expresión de la imposibilidad del
presidente Juárez Celman de instituir una relación
estable entre los sectores politizados de la elite. Algunos de
estos grupos se habían opuesto también al general
Julio A. Roca en su primer Gobierno, pero obtuvieron la mayor
parte del apoyo popular con que contaban gracias a su
enfrentamiento con Miguel Juárez Celman.
El núcleo principal de la coalición
antijuarista estaba integrado por jóvenes universitarios,
los creadores de la Unión Cívica de la Juventud en
1889. Estos jóvenes no pertenecían a los estratos
medios urbanos
sino que eran en su mayoría hijos de familias que
integraban la elite, cuya carrera política y de Gobierno
había sido puesta en peligro por la tendencia de
Juárez Celman de distribuir el patronazgo oficial entre
los grupos cordobeses que le eran adictos. Su programa
político se limitaba a exigir el cumplimiento de los
principios
democráticos proclamados en la Constitución Nacional.
El segundo grupo integrante de la coalición
estaba formado por varios sectores que respondían a
diferentes caudillos y que controlaban la vida política en
la Capital Federal y en gran parte de la provincia de Buenos
Aires. Algunos de estos grupos también se habían
enfrentado al general Roca, pero, nuevamente, su prestigio
derivaba de su oposición al cordobés Juárez
Celman. Eran políticos en disponibilidad unidos por el
rasgo común de no estar usufructuando cargos
públicos. Cabe distinguir entre ellos dos sectores o
subgrupos. El primero conducido por un veterano y prestigioso
líder
político, el general Bartolomé Mitre -quien buscaba
infructuosamente su segunda presidencia-. Mitre mantenía
fuertes vínculos con la elite tradicional, en especial con
los sectores de importadores y comerciantes de la ciudad de
Buenos Aires. El otro subgrupo era liderado por una figura
relativamente nueva en la política argentina, el caudillo
autonomista Dr. Leandro N. Alem, quien contaba con el apoyo de
cierto número de hacendados. Alem era esencialmente un
caudillo urbano cuya reputación política
provenía en parte de la atracción que
ejercía un cierto aire
romántico que emanaba de su figura y, por otra parte, de
una reconocida habilidad para organizar a los votantes y arreglar
–algunas veces en forma fraudulenta- el resultado de las
elecciones, especialmente en los barrios marginales de la
ciudad.
La coalición antijuarista terminaba de
conformarse con el aporte de grupos católicos enfrentados
con el Poder
Ejecutivo a causa de cierta legislación liberal y
anticlerical que Juárez Celman había impulsado.
Finalmente la Unión Cívica contaba con la
simpatía y adhesión de algunos miembros de los
estratos medios de la Capital Federal, sobre todo pequeños
comerciantes y dueños de talleres artesanales. Pero la
presencia de éste último grupo no impedía
que el movimiento
estuviese firmemente controlado por los elementos pertenecientes
a la elite, a quienes los católicos y los sectores medios
quedaban subordinados.
Lo novedoso de la Unión Cívica radicaba en
su tentativa de movilizar en su favor a la población urbana. Para ello acusó al
Gobierno de emitir papel moneda en forma clandestina y
comenzó a luchar por la adopción
del gobierno representativo contra la "dictadura" de
Juárez Celman. La campaña no tuvo un éxito
descollante; el apoyo popular con que contaba la Unión
Cívica era en extremo incierto y no logró
establecer una base institucional. El desencanto con respecto al
Gobierno era una expresión efímera de la crisis
económica y no una demanda
autónoma en favor de los cambios institucionales que la
Unión Cívica prometía. El ímpetu con
que los grupos de la elite procuraron crear una coalición
popular se estrelló contra una tibia respuesta de los
habitantes de la ciudad.
Siendo tan débil el desafío representado
por la Unión Cívica, la "Revolución
del Parque" fracasó, y en vez de producirse grandes
cambios, quedó abierto el camino para que la
solución viniera por vía de un simple ajuste de la
distribución del patronazgo oficial dentro
de la elite. Luego de la caída de Juárez Celman, el
nuevo presidente, el doctor Carlos Pellegrini, captó la
buena voluntad de los grupos influyentes de la Unión
Cívica mediante el simple expedienté de asignar de
otra manera los cargos públicos. El general
Bartolomé Mitre, por ejemplo, quedó muy satisfecho
con una solución de esta especie. El presidente Pellegrini
adoptó también rápidas medidas en el plano
económico que eliminaron en forma efectiva el descontento
popular. Estos éxitos son un reflejo de la vigencia que
por ese entonces tenía el estilo político de los
notables.
En el año 1891, el proceso de
reorganización interna de la elite estaba virtualmente
concluido. Todas las facciones con real predicamento
habían sido atraídas por el Gobierno, que
sólo dejó fuera a los grupos carentes de poder. Fue
este el momento en que surgió la Unión
Cívica Radical. Leandro N. Alem y sus partidarios se
vieron excluidos del proyecto de
Carlos Pellegrini y por consiguiente forzados a continuar su
búsqueda de sustento popular y de una base de masas. Alem
denunció los acuerdos entre el presidente Carlos
Pellegrini y el general Bartolomé Mitre, se retiró
de la Unión Cívica y se proclamó defensor de
la democracia
radical.
El nuevo partido se hallaba integrado básicamente
por grupos provenientes de la elite y que por una u otra
razón estaban descalificados, a causa de sus
vínculos anteriores, para unirse a Mitre, Pellegrini o
Roca. En términos regionales o de posición social
poco había en ellos que los diferenciase de sus rivales. A
ellos se sumaban, inicialmente en forma incipiente pero a partir
de 1900 en forma cada vez más pronunciada, los grupos
provenientes de los estratos medios urbanos.
En los cinco años siguientes Leandro N. Alem se
esforzó por conquistar apoyo popular y obtener los medios
para organizar una rebelión que pudiera triunfar; pero el
descontento del pueblo continuó diluyéndose ante el
clima general
de prosperidad, y sus intentos de obtener el apoyo de los grupos
de hacendados fuera de Buenos Aires terminaron en un virtual
fracaso. La elite controlaba férreamente la
situación.
De manera que pese a todos los esfuerzos de Leandro N.
Alem, los remanentes de adhesión popular que los radicales
habían heredado de la Unión Cívica se
diluyeron, y hacía 1896 no era más que un grupo
minúsculo en el extremo del espectro
político.
Durante casi todo el período que se
extendió entre el suicidio de
Leandro Alem -1897- y 1905, el radicalismo perdió
posiciones. Hasta el final del siglo XIX, los sucesos más
destacados fueron, en primer lugar, la consolidación de
Hipólito
Yrigoyen como sucesor de Alem y, en segundo lugar el hecho de
que el eje central del partido se ubicó en la provincia de
Buenos Aires. Esto tuvo significación porque cuando el
partido comenzó finalmente a expandirse, el grupo de
Buenos Aires conducido por Yrigoyen, lo mantuvo bajo su control,
incorporando poco a poco a las filiales provinciales en una
organización nacional.
Alrededor del año 1903, Hipólito Yrigoyen,
comenzó a planear otra revuelta. Revitalizó sus
contactos con las provincias y retomó la fundación
de clubes partidarios en la ciudad y la provincia de Buenos
Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Mendoza. Sin
embargo, el descontento se limitaba todavía a ciertos
grupos restringidos -estudiantes, oficialidad joven del
Ejército-, por lo tanto, el intento de coup d'etat, que se
concretó en febrero de 1905, representó un fracaso
todavía mayor que los precedentes, poniendo de manifiesto
que si bien los radicales habían conseguido cierto apoyo
militar, los altos mandos del Ejército seguían
adhiriendo a la elite gobernante.
Pero si bien el movimiento militar fracasó, tuvo
un importante efecto, al permitir que el radicalismo se diera a
conocer a una nueva generación para la cual los
acontecimientos de la década del noventa se perdían
en el tiempo como un
hecho borroso; también posibilitó, a partir de una
ignominiosa y total derrota, el comienzo de un proceso que
culminará con la victoria radical en las elecciones
presidenciales de 1916.
LA CONFORMACION DEL ESTILO RADICAL
Entre el intento de golpe de Estado de 1905
y la reforma electoral de 1912 los radicales avanzaron a grandes
pasos en el reclutamiento
del favor popular. Esta vez sus organizaciones
provinciales y locales no desaparecieron como había
sucedido después de las revueltas de la década del
noventa, sino que comenzaron a expandirse. En estos años
quedó constituido un conjunto de dirigentes locales
intermedios, en su mayoría hijos de inmigrantes. El grueso
de los líderes pertenecía a los estratos medios
urbanos del partido. Estos tendrían gran importancia
después de 1916 y se incorporaron al radicalismo entre
1906 y 1912. La mayor parte de ellos eran profesionales urbanos
con título universitario.
Hacia el año 1908 los elementos de base,
anteriormente conformados con los "Clubes de Notables" ya
descriptos, pasaron a constituirse en un nuevo tipo de elemento
"El Comité". En esta forma el radicalismo asume las formas
particulares en materia
organizativa que caracterizaron a los partidos liberales
europeos, ligados al igual que la Unión Cívica
Radical, a la vigencia del sufragio
universal. Esto implica, evidentemente, un mayor grado de
racionalidad y representatividad en la vida política con
respecto a las normas que
regían al estilo político imperante
anteriormente.
Así, el Artículo 1º, del
Título 1º de la Carta
Orgánica de 1892, establecía: "La Unión
Cívica radical será gobernada por una
Convención Nacional, por convenciones de la Capital y de
las provincias". De esta manera, teniendo como elemento de base
el comité, el radicalismo se organiza de acuerdo con las
exigencias que planteará a los partidos la nueva
situación institucional, apareciendo como la primera
agrupación de base amplia que conoce el país. Por
ese medio el partido se propone dar a conocer nuevas elites, cuyo
prestigio descansa ahora en el respaldo de una estructura
mayoritaria cómo única forma de competir frente al
público electoral con los notables, ya conocidos por la
población. Desde luego que esta estructuración
tiene limitaciones propias de su situación embrionaria.
Maurice Duverger las ha señalado con claridad: "En suma,
el comité tiene un carácter semipermanente; no es
ya una institución ocasional nacida para una sola
campaña electoral y muerta con ella; pero no es
todavía, una institución totalmente permanente
parecida a los partidos modernos, para los que la
agitación y la propaganda no
cesan jamás".
El crecimiento del radicalismo, de comienzos del siglo
XX, estuvo estrechamente ligado al proceso de
estratificación social que concentró a los
dirigentes de alta jerarquía en los estratos medios
urbanos dedicados a las actividades terciarias. Además de
los universitarios, se contaban entre los dirigentes intermedios
algunos hombres de negocios que
habían tenido éxito en su actividad. Esto nos habla
de la creciente tendencia de adhesión de los estratos
medios urbanos. Por añadidura, en esta época el
problema educativo había alcanzado proporciones
críticas, en tanto y en cuanto las limitaciones del
desarrollo
industrial generaban refuerzos culturales para que las
aspiraciones de movilidad social se concentraran en la función
pública y las profesiones liberales.
Esta era la diferencia esencial entre la posición
de Hipólito Yrigoyen, luego de 1905, y la de Leandro Alem
unos quince años atrás. Alem había actuado
antes de que esta tensa situación alcanzara un punto
crítico, y su pedido de apoyo estuvo dirigido a los grupos
criollos de Buenos Aires, mientras Hipólito Yrigoyen se
dirigió a los argentinos hijos de inmigrantes, empleados
en su mayoría en el sector terciario. El gobierno
representativo cobró atractivo para estos grupos que
acusaban a la elite criolla de sus dificultades para ascender en
la escala social
más allá de las ínfimas actividades
comerciales e industriales propias de la primera
generación de inmigrantes.
Luego de 1905 los radicales comenzaron también a
incrementar el volumen de su
propaganda. El contenido efectivo de la doctrina y la ideología radicales era muy limitado: no
pasaba de ser un ataque confuso y moralista a la elite
gobernante, al cual se le añadía la demanda de que
se instaurase un gobierno representativo. El partido operaba
sobre la base de cierto número de slogans: la
"abstención" o negativa a participar en elecciones
fraudulentas, y la "intransigencia revolucionaria" o
determinación de repudiar el sistema
político vigente y establecer una democracia
representativa por vía del golpe de Estado.
Hipólito Yrigoyen, profesor de
filosofía en la enseñanza media, intentó dar a las
doctrinas radicales algún grado de dignidad
filosófica relacionándolas con las
enseñanzas de Peter Krause, el escritor alemán del
siglo XIX. Por la importancia que finalmente tuvo el krausismo en
la ideología radical es conveniente detenernos en un
examen más detallado de las ideas de este filósofo,
para ello recurriremos al auxilio de Manuel Galvez.
Dice el biógrafo de Yrigoyen: "El krausismo
aparece en España
alrededor del año 50, introducido de Alemania por
don Julián Sáenz del Río. Hacia el 60 ya se
ha difundido en casi todas las universidades. Tiene no poca parte
en la revolución del 68 y en la instauración de la
República, el 72. Perdura hasta fines del siglo pasado.
Entre sus secuaces, figuran hombres eminentes como Emilio
Castelar, Nicolás Salmerón y Francisco Pi y Margal,
que ocuparon la presidencia de la república y fueron
escritores y filósofos; Gumersindo de Azcárate y
Francisco Giner de los Ríos, maestros de maestros y
publicistas de excepcionales méritos; y don José
Canalejas, presidente del consejo de ministros. Todos ellos eran
austeros y respetables y todos, salvo Castelar, escribían
mal. Eran demócratas, creían en la panacea del
sufragio libre y andaban por la vida graves, reservados, vestidos
de oscuro. El krausismo trasciende al público
después de la fundación de la República.
Entonces comienzan a publicarse los libros del
belga Guillermo Tiberghien, difusor de las doctrinas de Krause,
que explica y resume con claridad; y los de Enrique Ahrens, otro
belga que ha aplicado al Derecho las ideas del filósofo
alemán. En 1875 aparece en Madrid el
libro de
Krause "Los mandamientos de la humanidad."
"Yrigoyen ha leído algunos de estos libros entre
el 81 y 84. Al recorrer las librerías en búsqueda
de manuales
filosóficos que necesita para su cátedra, le
ofrecen esos, que circulan por toda España. Krause
está allí de moda, de tan
rigurosa moda como no lo ha estado ni lo estará
filósofo alguno y hasta el punto de haber numerosos
fanáticos que juran por él. Yrigoyen estudia los
libros de Tiberghien: traducciones y adaptaciones de los de
Krause y que en España son textos oficiales en la segunda
enseñanza. Llega a admirar a Tiberghien -expositor
inteligente y nada más- con escandalosa admiración.
Le considera él más profundo espíritu que ha
producido la humanidad y el más grande entre los
filósofos…"
"El krausismo que pretende completar a Kant, es una
doctrina ecléctica, mezcla de racionalismo,
idealismo y
espiritualismo. Su concepto de la
razón es inmanentista, pues la considera como la
expresión de la esencia divina bajo el carácter
predominante de lo absoluto. Mezcla en su racionalismo
armónico a Kant, a Fichte, a Schelling y a Hegel,
reconstruyéndolos, limitándolos y
reformándolos. Pero no nos interesa su metafísica. Baste con saber que es una
especia de panteísmo. Los krausistas, negándolo, le
han dado el nombre de "panteísmo" todo no es Dios, dicen,
pero todo está en Dios. El krausismo es más bien
una ética. La
preocupación moral
está en todos los pormenores del krausismo inclusive, como
es natural, en su parte política. Una ética
impregnada de protestantismo. Su fórmula práctica
se define: "hacer el bien por el bien, como precepto
divino".
Para el krausismo, la Humanidad es "la expresión
de la esencia divina, bajo el carácter de armonía,
sin predominio o exclusión". Vale decir: la esencia divina
se manifiesta bajo la forma de armonía en la Humanidad.
Este concepto religioso de la Humanidad conduce, necesariamente,
a la igualdad
democrática, al derecho universal, al amor entre los
hombres y entre los pueblos, a la paz perpetua y a la
formación de grupos de pueblos hasta el día en que
todas las naciones se unan en una sola".
"El krausismo de Yrigoyen se observa en sus escritos, en
su vida pública y privada y en su obra de gobernante. Su
estilo literario, de peor gusto que el de los krausistas
españoles, es éticamente muy elevado. Se mantiene
en un plano de grandezas morales, de sentimientos nobles, de
ambiciones de justicia y
reparación. Jamás el menor asomo de escepticismo;
un krausista es un hombre de fe
exaltada. Sus plurales proceden, en parte, del krausismo -en la
lengua
filosófica alemana es frecuente el uso de plurales
abstractos- y están de acuerdo con las ideas subjetivas
que maneja. Yrigoyen cree en la justicia absoluta, y todos sus
escritos están empapados de ética krausista y aun
de metafísica krausista. En una de sus frases revela
cómo siempre fue propensión de su espíritu
esperar a que "la razón inmanente" esclareciera sus
juicios.
"Su sentido de la paz universal proviene de Krause, el
cual lo había tomado de Kant, que preconizaba "la paz
perpetua". Algunas frases de Tiberghien parecen de Yrigoyen, por
la idea como por la forma; así, cuando dice: "…al mundo
inmutable, eterno y necesario, es decir, al mundo de los
principios infinitos y absolutos, a la esencia divina de las
cosas y a las leyes permanentes
que las gobiernan". Y en fin, Yrigoyen, que, según se
desprende de sus palabras y sus actos, da el primer lugar entre
las facultades humanas a la Voluntad y al Carácter y un
lugar secundario a la Inteligencia,
coincide con el krausismo, que dice, con palabras de Tiberghien:
"La Voluntad es la facultad superior y que mejor expresa la
causalidad del Espíritu".
"En su vida privada y pública, Yrigoyen es un
perfecto krausista, salvo en su afición a las mujeres.
Vestido con ropas oscuras, grave, algo solemne pero sin
afectación, no ríe, habla de cosas abstractas,
expresa ideas de la más severa moral. Dentro de su obra de
gobernante, el krausismo aparece en su religión de la
igualdad humana, en su concepto de la igualdad entre las
naciones, en su pacifismo, en su política obrera y en la
primacía que da a lo espiritual."
"Pero el krausismo de Yrigoyen difiere del de los
filósofos y políticos españoles, partidarios
de la separación entre la Iglesia y
el Estado, del
divorcio, de
la enseñanza laica. Yrigoyen le da al krausismo un matiz
católico. Aunque él no es creyente en los dogmas de
la Iglesia, sino en los últimos años, tiene por
ella el mayor respeto y la
honrar como gobernante."
"Son curiosas las concomitancias entre el krausismo y
algunas doctrinas esotéricas. Krause era masón y
escribió un libro sobre los primitivos monumentos de la
Masonería. También los espiritistas lo consideran
como uno de los suyos. Menéndez y Pelayo juzga a
Sánz del Río como "nacido para el iluminismo
misterioso y fanático". De Krause dice que es un
"teósofo, un iluminado tiernísimo, humanitario y
sentimental, a quien los filósofos trascendentes de raza
miraron siempre con desdeñosa superioridad,
considerándole como filósofo de logias, como
propagandista francmasónico". Y hablando de los planes de
reformas de todas las instituciones,
propuestos por el krausismo, los califica de "sueños
espiritista-francmasónicos". Hipólito Yrigoyen,
como le he dicho, ha pedido su afiliación, año
atrás, en una logia masónica. Y es simpatizante de
la teosofía y del espiritismo."
"¿Comprende bien al krausismo Hipólito
Yrigoyen? Creo que no leyó a Krause sino a Tiberghien y a
otros comentadores suyos. Tal vez no ha entendido profundamente
la metafísica krausista, pero sí la parte
ética y política, que son accesibles a cualquiera.
Con sus malos estudios secundarios y universitarios, sin una
cultura
general verdaderamente vasta, sin ordenada preparación en
tan arduas disciplinas, Yrigoyen no ha podido comprender a fondo
el krausismo ni ninguna otra doctrina filosófica. Pero
hombre de extraordinarias intuiciones, ha adivinado su esencia y
con ella ha enriquecido su espíritu".
Es así como la ideología radical efectiva
terminar fuertemente contaminada de un tono notoriamente
ético y trascendentalista. Su énfasis en la
función orgánica del Estado y en la solidaridad
social representaba un agudo contraste con el positivismo y
spencerismo de la elite tradicional y a menudo tenia notables
reminiscencias de Krause. La importancia de estas ideas que
habitualmente se expresara de manera confusa e incoherente, era
que armonizaban con la noción de alianza de clases que el
radicalismo terminó por expresar, y que habría sido
mucho más difícil de alcanzar si hubiera adoptado
doctrinas positivistas.
Sin embargo, más importante que lo que
decían los radicales, era lo que no decían. Uno de
los rasgos más destacados del radicalismo a partir de esta
época fue su tendencia a evitar enunciar un programa
político explícito. Había sólidas
razones estratégicas para proceder así. Como
partido constituía por entonces una coalición. Sus
líderes no se mostraban muy dispuestos a perder la
oportunidad de ganar adherentes atándose a determinados
intereses sectoriales. En todas las circunstancias, el objetivo era
evitar las diferencias sectoriales y poner en relieve el
carácter integrador del partido.
EL LIDERAZGO
YRIGOYENISTA
Otra importante novedad que puso aún más
de relieve del carácter populista que el partido
había adquirido hacia el año 1912 fue la
consolidación de Hipólito Yrigoyen como
líder. Yrigoyen ganó prestigio a partir de 1900 de
una manera sumamente peculiar. En lugar de presentarse como un
político callejero que atrae constantemente la atención pública, como había
hecho antes su tío Leandro Alem, prefiere ocultarse y
revestir su imagen de
misterio. En su carrera política se destaca, entre otros,
un rasgo singular: salvo en una ocasión intrascendente a
comienzos de la década del ochenta, nunca pronunció
un discurso en
público. Su reputación de hombre de pueblo se vio
fortalecida al fijar su residencia en casas modestas ubicadas en
barrios populares mientras que los políticos de la
Argentina Liberal residían en sus estancias o en
aristocráticos palacetes situados en el barrio Norte de la
ciudad. Al mismo tiempo su tendencia al aislamiento y la
reclusión le proporcionaron el correspondiente adjetivo de
zoológico, si Roca había sido el "zorro", Yrigoyen
fue bautizado por Diógenes "El mono" Taborda, dibujante
del diario "Crítica" como el "peludo".
Manuel Galvez, ha quien hemos citado anteriormente,
encuentra elementos para establecer un paralelo entre ambos
dirigentes políticos, así nos dice: "Roca e
Yrigoyen tiene puntos de contacto: la astucia, el temperamento
dominador, el silencio y el talento de conocer a los hombres.
Pero Roca es despótico al estilo clásico, es el
gobernante para quien el orden constituye lo fundamental.
Yrigoyen es el espíritu romántico, que no domina
con un fin sino con exigencia de temperamento. Roca e Yrigoyen
son silenciosos: silencio de hombre en el campamento, en el
general, silencio de varón fuerte; silencio de hombre
interior en Yrigoyen, silencio calculado a veces. Roca conoce a
los hombres íntegramente en sus aptitudes y en sus
defectos; Yrigoyen los conoce en sus debilidades y suele
equivocarse sobre sus virtudes y sus aptitudes. Pero sus
diferencias son muy grandes. Si Roca es ejecutivo, preciso y hace
bien las cosas, Yrigoyen es lento, impreciso y muchas cosas
-aún las buenas- las hace mal".
El estilo político de Hipólito Yrigoyen
estaba estructurado sobre la base del contacto personal y la
negociación cara a cara que le permitieron
extender su dominio sobre
la
organización partidaria y crear una cadena muy eficaz
de lealtades personales. Esto estaba dosificado con ocasionales y
providenciales gestos de caridad, como la donación de
sueldos, que apelaban a los valores
cristianos de los estratos medios. Aparentemente, su única
contribución doctrinaria al partido radical fue una serie
de tortuosos manifiestos, en los cuales los lemas partidarios
aparecen revestidos de un manto de retórica moralista
inspirada en el krausismo.
La constante prédica moralista proporcionó
a Yrigoyen enorme fama personal entre los sectores medios
urbanos. Se convirtió en el profeta del partido, y su
aparente distanciamiento respecto de la lucha política
cotidiana pasó a simbolizar la aplicación de la
Unión Cívica Radical al ideal democrático y
a la creación de una nueva república.
Hacia el año 1912, Hipólito Yrigoyen se
había convertido en un hábil dirigente
político. Poco a poco obligó a los notables a
introducir una reforma electoral que redujera la posibilidad del
fraude comicial mediante la amenaza permanente de desatar una
rebelión popular. Al mismo tiempo amplió su control
sobre el aparato partidario. Ello su posible porque
desarrolló una enorme capacidad de persuasión
personal y condiciones para organizar a las masas.
El peculiar estilo político de Yrigoyen
imprimió al radicalismo buena parte de sus connotaciones
morales y éticas originarias, que le permitieron ganar
adherentes en una ola de euforia popular. Fue, asimismo, un
instrumento importante para la articulación de los
diversos intereses que el radicalismo había llegado a
representar, un instrumento funcional en lo que respecta al
objetivo partidario de reducir las fuentes
potenciales de fricción entre sus sostenedores y obtener
el máximo de apoyo posible en distintas regiones y
estamentos sociales.
En el año 1912, cuando la Unión
Cívica Radical decide abandonar finalmente la
política de abstención y sus integrantes comenzaron
a postularse como candidatos para las elecciones, la
organización del partido aún no había
terminado. Es cierto que en la mayoría de las zonas
urbanas y rurales de la región pampeana, y aún
fuera de ella, existían caudillos políticos de
primer y segundo nivel, pero el partido seguía falto de
coordinación central. Pese al creciente
prestigio de Hipólito Yrigoyen, tampoco tenia suficientes
dirigentes que contaran con reconocimiento en todo el
país. Algunos de los comités provinciales estaban
todavía bajo control de los rivales de Yrigoyen de la
época en que el radicalismo era conducido por Leandro N.
Alem. Aunque se habían establecido comités
partidarios permanentes, fuera de las grandes ciudades no
contaban con una organización amplia a nivel local. De
manera que el rasgo principal del período que va de 1912 a
1916 fue el desarrollo de la organización
partidaria.
En este aspecto, la ventaja de los radicales era la
vaguedad. Los objetivos
explícitos de los radicales eran pocos y sencillos; los
primeros reclamos de un programa de gobierno más detallado
fueron rechazados como desviaciones del propósito central.
Puesto que "la Causa" tenia que ganarse el apoyo de toda la
nación,
no poda incorporar elementos potencialmente divisores. En esta
actitud
estaban también las simientes de una posterior rigidez.
"La Causa" fue identificada cada vez más con la
Nación, de modo que discrepar con el radicalismo, el
abanderado de "la Causa", se hizo equivalente a ser un traidor
antinacional. Los defensores de la democracia comenzaron a
desarrollar una enfermiza intolerancia hacia la diversidad.
Además, el elemento "nacional" de "la Causa" fue
contrapuesto al "internacionalismo" de las ideologías
dominantes en el movimiento obrero. Los radicales se
sentían en gran medida parte de la Argentina
histórica, con sus raíces entrelazadas con las
tradiciones de los autonomsitas y, en cierto modo, más
atrás aún, con los federalistas, aunque eran un
factor nuevo en la política argentina -sectores sociales
nuevos, nuevas regiones unidas a un centro en expansión,
etc.- y como tales, reivindicaban su cuota de
participación en el poder.
En síntesis,
el enfoque moral y heroico que tenía el radicalismo de los
problemas
políticos le permitió a la postre presentarse ante
el electorado como un partido nacional, por encima de toda
distinción social o geográfica. Todos y cada uno de
sus opositores se estrellaron contra este obstáculo.
Había otros partidos populares, como el Socialista o el
Demócrata Progresista, pero ninguno de ellos pudo
trascender sus ámbitos de origen en un grado
significativo. Aquí Yrigoyen demostró su sagacidad
política: luego de 1912 se las ingenió para
convertir una confederación de grupos provinciales -como
había sido el Partido Autonomista Nacional- en una
organización nacional coordinada. Aunque en el pasado los
radicales habían subrayado su disgusto por los acuerdos
que celebraban las distintas facciones de la elite, ahora
Hipólito Yrigoyen aplicó subrepticiamente esa misma
técnica en gran escala para ganarse el apoyo de los
hacendados provinciales y sus seguidores.
Uno de los rasgos principales del estilo político
radical, surge en esta época y se proyecta a través
del tiempo hasta llegar -con las lógicas modificaciones- a
nuestros días, convirtiéndose en uno de los
factores primordiales que han mantenido la inserción
popular del radicalismo a pesar de las escisiones, golpes de
Estado, proscripciones y represiones sufridas en un casi un siglo
de actividad política. Nos referimos a su particular
organización local basada en los "punteros de
comité".
EL PUNTERO RADICAL: SU IMPORTANCIA SOCIOPOLITICA
Como dijimos el éxito del estilo político
radical estriba en su organización en el plano local y en
los amplios contactos con la jerarquía partidaria que le
ofrecía el electorado. En las grandes ciudades, sobre todo
en Buenos Aires, surgió un sistema de
caudillos de barrio que dentro de la teoría
de los partidos
políticos reciben la denominación
norteamericana de "boss". Pero, en la subcultura radical se
identifican bajo el nombre de "punteros", y en ellos reposa el
control de la "máquina" partidaria.
Si bien la Ley Sáenz Peña terminó
con la compra lisa y llana de votos, los radicales no tardaron en
establecer un sistema de patronazgo que no era menos útil
a los fines de conquistar sufragios. A cambio del
voto los punteros cumplían gran cantidad de
pequeños servicios para
sus respectivos vecindarios en la ciudad o la campaña.
Ligándose a aquellos, la nueva elite dirigente radical
pudo sortear poco a poco los escollos derivados de su falta de
contactos con los nuevos electores.
Aunque los radicales no controlaban las ocupaciones
urbanas, muchos de los dirigentes de segunda línea
pertenecientes a los sectores medios podían obviar esta
dificultad a la influencia y el prestigio que habían
adquirido en su zona. El puntero, un primitivo militante
político, dedicado totalmente a la actividad partidaria,
hacía de ella su medio de vida. Su ámbito de
influencia comprendía la parroquia y el comité
barrial constituía su sede ordinaria de actuación.
Servía de enlace entre el dirigente de mayor
jerarquía, y la clientela política. Su
pequeño capital electoral comenzaba en los vínculos
familiares y amistades para crecer luego con cualidades
personales en las que primaban la audacia y la guapeza.
Así se le iban abriendo las puertas de los despachos
oficiales que permitían la materialización de toda
suerte de favores o "gauchadas". Conocía los problemas de
los integrantes de su grupo y trataba de asistirlos como forma de
retribución a la lealtad política. Por ejemplo a
través de la vinculación con los propietarios de
inquilinato y conventillos tenían cierto manejo de la
distribución de las viviendas; su posición
relativamente acomodada hacía que estuviera en condiciones
de ofrecer préstamos a vecinos en apuros; su
carácter de abogados o médicos les ponía en
estrecho contacto con distintos grupos pertenecientes al nuevo
electorado. Además, se sabía que tenían
buenas relaciones con la policía local, y esto los
facultaba para dispensar mercedes a todo tipo de pequeñas
infracciones a la ley. Junto con el cura de la parroquia, el
caudillo de barrio se convirtió -sobre todo en la ciudad
de Buenos Aires- en la figura más poderosa del vecindario
y el eje en torno del cual
giraba la fuerza
política del radicalismo.
No obstante su empaque
romántico no alcanzaba a ocultar cierta vena maleva. En
alguna oportunidad, en el Congreso Nacional, algún
legislador lo definió con estas palabras: "el caudillo es
un hombre útil a sus convecinos, capaz de molestarse por
ellos, curioso de sus necesidades, anheloso de satisfacerlas,
progresista dentro de la circunscripción, celoso de ella,
gran amigo del cura, del juez de paz, del boticario, del
periodista y del maestro de escuela, director
de todos los festejos patrios, con grandes simpatías entre
los extranjeros, generoso, servicial, activo, desprendido, que el
lunes solicita la libertad del
pobre trabajador que se embriagó el domingo, que a
éste le pagó la multa cuyo perdón no obtuvo;
que al otro le procura empleo, que
llama a todos sus hijos y como tales los trata. Que no se cansa
de pedir para su circunscripción y que lo pide todo: el
telégrafo, el ferrocarril, el tranvía, la luz
eléctrica, el pavimento, las últimas novedades y
hasta la banda de música".
Sí bien el fenómeno del "puntero de
comité" no ha sido debidamente estudiado hasta el momento,
algunos tratadistas han reparado en él. Entre los que
así lo han hecho se destaca Torcuato S. Di Tella , y si
bien analiza el fenómeno tal cual se desarrolla con
posterioridad a 1930, nos parece útil permitirnos
reproducir su caracterización del mismo.
Dice el citado autor: "Una de las formas de vida en la
ciudad, es la que corresponde a los barrios más pobres y
deteriorados que en general constituyen la primera etapa de
instalación de los inmigrantes y donde se generaba una
estructura de caudillismo
representada por nombres como el de Barceló".
"Los habitantes de estas zonas guardan muchos resabios
rurales, pero la organización familiar comienza a cambiar.
La familia ya
reduce su número y se desconecta de parientes que la rodea
en su medio rural. Ante el medio más anónimo, se
pierde bastante el control social ejercido por el padre. Empiezan
a desarrollarse las típicas barras de muchachos que
caracterizan sobre todo la vida de recreación
de estas zonas. Cada barra forma un grupo con bastante
permanencia, y rota alrededor de un líder informal que
ejerce gran influencia sobre sus compañeros. Los miembros
de la barra ocupan cada uno una posición bastante fija en
su jerarquía de prestigio dentro de ella, que no por ser
informal es menos reconocida implícitamente por todos sus
integrantes. Muchas de las actividades de la barra pueden
intepretarse como tendientes a mantener y robustecer esa
jerarquía social interna, o cambiarla levemente en algunos
casos, por lo general acompañados de gran
tensión".
"La posición del líder o jefe informal de
una barra de muchachos de este tipo demanda más
flexibilidad que la posición de miembro seguidor. El
líder diferencia su comportamiento
notablemente según se halle con todo el grupo reunido a su
alrededor, o esté solo con un miembro de bajo prestigio.
Además, sabe reaccionar en forma adecuada ante situaciones
nuevas, inesperadas. Y, lo que es esencial, posee más
movilidad geográfica y más contactos con otros
grupos e individuos de igual o superior status. El líder
pues, provee de contactos a su grupo debido a su posibilidad y
habilidad de moverse en medios sociales distintos. Claro que
él, a su vez, puede desempeñar papeles subalternos
o subordinados en éstos u otros medios sociales, lo cual
exige estar continuamente cambiando de tipo de
comportamiento".
"La cohesión interna, la unidad que existe entre
los miembros de la barra, es definida por sus miembros en
términos de amistad, de
lealtad o de traición. Pero al analizarla más a
fondo se advierte que se basa en un sistema de obligaciones y
de intereses mutuos. Los subordinados siguen al jefe de la barra
porque saben que a través de él consiguen a veces
dinero, a
veces empleos, a veces salir de la cárcel, a veces mera
diversión. El jefe de la barra debe a su vez, servir
eficientemente a sus miembros para evitar que se le vayan, y
porque sabe que el apoyo de éstos le permite prometer
votos, clientes, apoyo
físico o asistencia a asambleas o mítines. Claro
que este sistema de obligaciones e intereses mutuos es demasiado
descarnado para que los individuos participantes lo acepten como
tal, y por esto lo adornan, sin quizá proponérselo,
con un ropaje más atractivo: amistad, lealtad,
afección, camaradería, solidaridad o
prestigio".
Finalmente consigna Di Tella: "Los caudillos de
comité tienen una posición central con
vinculaciones en los muchachos de las barras, a través de
sus jefes, y con los negociantes ilegales, que los financian en
buena parte. A través del caudillo se distribuyen puestos
políticos, y se consigue salir de la cárcel a sacar
una multa de encima. El caudillo emplea a determinados agentes
que le permiten tener marcados y conocer las actividades de la
gente de barrio. Además las barras de muchachos lo ayudan
si es que él les ha hecho algún favor, o si lo
esperan de él. El jefe de la barra puede así ir
subiendo de posición y formar parte de los funcionarios y
actividades del comité y terminar obteniendo un buen
puesto. En este caso, ya su distancia social de los demás
muchachos de la barra aumenta mucho, y debe tratar
preferentemente no con ellos sino con uno que le suceda. Pero con
aparecer cada tanto entre los muchachos e invitarlos al bar, o
sacar a uno de algún lío, la lealtad que todos le
profesan queda incólume. Si tiene éxito, él
puede llegar a ser legislador o tener un buen empleo
público…"
Así descripto el fenómeno del "puntero",
retomemos el análisis del aparato partidario con que el
radicalismo va a obtener su primer acceso a la presidencia. Como
expresáramos, el mismo reposaba en los comités
organizados según líneas geográficas y
jerárquicas en diferentes lugares del país.
Así había un comité nacional, comités
provinciales, comités de distrito y comités de
barrio; en períodos de elecciones se añadían
una serie de subcomités que atendían zonas menores
dentro de cada distrito. Una de las cosas de las que más
se jactaban los radicales era que sus representantes oficiales
habían sido elegidos mediante el sufragio de los afiliados
al partido, con lo cual se evitaban las tradicionales
prácticas elitistas de reclutamiento por cooptación
o por status adscripto. Sin embargo, al menos hasta 1916, la
pauta más corriente era que el comité nacional y
los provinciales estuviesen dominados por los grandes
propietarios rurales, y los comités locales, por los
estratos medios; en los primeros, el reclutamiento se
hacía casi siempre por cooptación, pero en los
comités locales se celebraban elecciones todos los
años, de los cuales surgían el presidente del
comité -en la práctica el "puntero"- y gran
número de funcionarios ligados a él. En cada uno de
los comités de la ciudad de Buenos Aires se elegían
anualmente hasta 108 personas; con frecuencia éstas
permanecían en sus puestos varios años seguidos,
salvo que hubiera más de un caudillo aspirando al control
partidario, en cuyo caso se producían a menudo violentas
luchas de facciones.
Los punteros explotaban la gran popularidad de los
comités para retribuir a sus adictos con cargos
fundamentalmente simbólicos, que podían ser
utilizados para ampliar el número de adherentes. Asimismo,
el sistema permitía a los radicales extender sus
actividades y conexiones a una vasta gama de grupos de cada
vecindario, dotando así al aparato partidario de gran
penetración y flexibilidad, e incrementando su capacidad
operativa como mecanismo procesador de las
exigencias particulares que presentaba el electorado. En el
año 1916, la organización partidaria se
había convertido en un eficaz sustituto de un inexistente
programa político bien definido, y, una vez más, en
un dispositivo conveniente para superar entre grupos escindidos
de la elite y los provenientes de los estratos medios, y entre
distintos sectores del electorado.
La actividad del comité alcanzaba un punto
culminante en época de elecciones. Amén de las
tradicionales reuniones callejeras, la fijación de
carteles en las paredes y la distribución de panfletos, el
comité se convertía en centro de
distribución de dádivas electorales. En 1915 y
1916, los comités de la ciudad de Buenos Aires,
organizaron actividades recreacionales para niños y
conciertos musicales, repartieron regalos de navidad y
contribuyeron a las celebraciones del carnaval. Muchos de ellos
también fundaron consultorios de asistencia médica
o jurídica y bibliotecas,
sosteniendo sobre la base del trabajo y
aporte financiero de los miembros activos del
comité. Asimismo, suministraban alimentos baratos
– "pan radical" y "carne radical" como se dio en
llamarlos-
Estas actividades evidenciaban algunas de las
características salientes que había adquirido el
partido luego de 1912. En el año 1891, se había
iniciado como un retoño, en buena medida, de las facciones
dentro de la elite tradicional; desde 1905 había penetrado
en los estratos medios urbanos y rurales; luego de 1912 se
convirtió en un vasto partido popular que abarcaba muchas
regiones del país. Pero lo cierto es que estaba en gran
parte dominado por los propietarios de la tierra,
conservando así su carácter inicial de la
década del noventa: era un movimiento de masas manejado
por grupos de alta posición social más que un
movimiento de origen popular que operara impulsado por las
presiones de las bases.
Estos elementos notorios de manejos y
manipulación desde arriba también eran evidentes en
el carácter amorfo de la ideología radical, la cual
estaba modulada de modo de inspirar en los grupos urbanos la
adhesión a una redistribución mínima de la
riqueza, exigía una diferente estructura institucional, la
canalización de los favores oficiales en dirección a los sectores medios urbanos,
mayor sensibilidad por las inquietudes de los consumidores, pero
preservando el sistema social que había surgido de la
economía
primario exportadora. Su concepción de la sociedad era una
amalgama ecléctica de ideas liberales y pluralistas.
Atacaba a la elite con argumentos liberales, porque, como
Hipólito Yrigoyen, ella le había impedido a la
nación respirar en la plenitud de su ser. Pero
también veía en la comunidad un
organismo casi biológico, conformado por partes
funcionales interactuantes y obligaciones reciprocas. Así
aunque los radicales proclamaban el precepto liberal de la
competencia
individual, había en sus posiciones algo de las
tradicionales actitudes
conservadoras de jerarquía y armonía
social.
Esto se destaca mejor si se hace un examen más
detenido de las técnicas
de politización del partido. Como ilustran las actividades
de los comités, los radicales se apoyaban mucho en medidas
paternalistas, cuya principal ventaja era que podía
empleárselas para quebrar los lazos de los grupos de
intereses generadores de divisiones, atomizando al electorado e
individualizando al votante. Reflejaban también el tenue
vínculo existente entre los grupos más politizados
-la elite y los estratos medios- y las oportunidades de empleo
productivo en las ciudades. En muchos aspectos, el paternalismo
era simplemente el medio de hacer extensivas a las masas las
técnicas tradicionales de patronazgo. Otra de sus ventajas
era que permitía maximizar los contactos entre el partido
y los electores, favoreciendo un reparto de los beneficios, a la
vez que minimizaban el contenido real de las concesiones que se
hacían.
El radicalismo se propuso lograr esa moderada
intervención del Estado que corrige los rigores del
"laissez faire" económico para los sectores menos
favorecidos de la sociedad, moderada intervención que
generalmente recibe la denominación de
"paternalismo".
Estos eran los principios rectores del estilo
político radical. Ellos permitieron el mantenimiento
de una estructura jerárquica autoritaria en el partido,
que constituía una réplica del equilibrio
preexistente de poder y de las estructuras de
status de la sociedad argentina, posibilitando la coexistencia de
grupos cuyos intereses eran a veces antagónicos. A la par
que ofrecían diversas oportunidades a los estratos medios
urbanos preservaban la hegemonía de la elite. Esto resulta
comprensible si observamos que hasta el año 1924 el
radicalismo fue controlado en gran medida por una elite muy
flexible de grandes hacendados. En la década de 1890 el
radicalismo revivió una pauta muy conocida durante el
siglo XIX: el pasaje de poder y del control directo del Estado de
uno a otro subsector de la elite. Su aparición fue parte
de la reacción precipitada por la depresión de 1890
que suscitaba el hecho de que los beneficios y subsidios
oficiales fueran en ocasiones prerrogativas de ciertos
círculos internos de la elite dirigente. Muchas de las
abortadas revueltas radicales anteriores al año 1912
fueron el epílogo de una tradición de luchas
civiles mediante las cuales las disputas de esta índole se
resolvieron, a lo largo de todo el siglo XIX, dentro de la elite
tradicional.
La fuerza del radicalismo luego de 1905 derivó de
su habilidad para movilizar el apoyo popular adecuándose a
una amplia variedad de grupos en distintas regiones. Si con tal
propósito no lograba atraerse a un grupo determinado, se
volvía hacia los opositores de aquel. A ello se debe que
disimulara sus llamamientos tras un velo de metáforas.
Hasta fines de la década del veinte, la heterogeneidad de
su base impidió incluso que desarrollara un programa
partidario. Los radicales recurrieron a una ideología
metafísica y al prestigio de Hipólito Yrigoyen como
mecanismos conciliadores que crearon lazos artificiales entre sus
adictos.
EL USO DEL PATRONAZGO OFICIAL EN EL ESTILO RADICAL
Hacia el año 1916, el radicalismo se había
convertido en un movimiento de base amplia; poco después
comenzó la transición que, a la postre,
concedería un rol dominante a los grupos pertenecientes a
los estratos medios por oposición a los dirigentes
provenientes de la elite. El meollo de la cuestión
residía en el triunfo electoral. La batalla continua en
este sentido llevó al rápido aumento de los
comités locales y de sus líderes provenientes de
otros estratos. Cuanto más se expandían las
atribuciones de los comités, más terreno
perdían los antiguos dirigentes partidarios y más
desconfiaba del Gobierno la elite tradicional. En la ciudad de
Buenos Aires, en particular, los intentos de los radicales de
obtener el firme apoyo de distintos sectores urbanos comenzaron a
chocar con los intereses de la elite.
El estilo político radical imperó durante
tres períodos presidenciales consecutivos. En el primero,
entre 1916 y 1922, ejerció la presidencia Hipólito
Yrigoyen. En el segundo, entre 1922 y 1928, el presidente radical
fue el doctor Marcelo Torcuato de Alvear. Hipólito
Yrigoyen fue nuevamente elegido para el último
período, iniciado en 1928 y terminaron abruptamente en
1930 por una intervención militar.
En la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen,
la más importante esfera de conflictos
fueron los manejos del Gobierno con el movimiento obrero a los
efectos de ganar su apoyo electoral y minar la posición
del Partido Socialista, para lo cual el presidente tendió
a favorecer la posición negociadora de los sindicatos
durante las huelgas. Esta estrategia
logró cierto éxito en las huelgas marítimas
de 1916 y 1917, pero fracasó al aplicarse en las huelgas
ferroviarias de 1917 y 1918. Cuando estas últimas pusieron
en peligro los intereses de los exportadores y de las empresas
extranjeras, los grupos nacionales y foráneos se unieron
para enfrentar la política oficial; así surgieron
la Asociación del Trabajo, en 1918, y la Liga
Patriótica en 1919. Presionado por estas organizaciones y
por los estallidos de violencia el
gobierno radical debió alterar su rumbo.
Luego de su fracaso con los sindicatos y en un esfuerzo
por contener su pérdida de apoyo popular y el prestigio
que ganaban grupos rivales como la Liga Patriótica, el
gobierno radical apeló más concretamente en 1919 a
sus vínculos con los estratos medios, presagiando el
advenimiento de la política de patronazgo y la creciente
importancia de los aparatos partidarios en la década del
veinte. A partir de entonces creció rápidamente la
influencia de los grupos provenientes de los estratos medios en
el radicalismo, y la posición de Hipólito Yrigoyen
llegó a depender de conservar la adhesión de estos
aparatos. Este fue el origen del problema político central
de esa década: la magnitud y distribución del
presupuesto
oficial.
La estructura
social de la Argentina urbana determinó la importancia
política del sistema de patronazgo oficial y el estilo de
la actividad local de la radicales, con su énfasis en los
vínculos zonales y su fuerte favoritismo por el sector
terciario. Influencias análogas eran notorias en el tipo
de prebendas con que traficaban los comités y los punteros
para reclutar adeptos. Uno de los motivos de que la Ley
Sáenz Peña fuera tan frugal en su concesión
del sufragio fue que la elite tradicional tenia escaso control de
las ocupaciones urbanas, fuera de las que pertenecían al
Estado. Como el sistema no daba lugar, en general, a los
empresarios privados, lo más que podan brindar los
punteros eran puestos en la administración
pública y pequeñas obras de caridad.
Resultó difícil expandir el sistema a fin de
convertirlo en un vehículo para la asimilación
política de los inmigrantes; fuera de subsidios lisos y
llanos, sólo era capaz de gestos paternalistas bastante
superficiales -los centros de atención médica y
asesoramiento jurídico gratuito- y los famosos repartos de
vino y empanadas en las noches anteriores a las elecciones. No
estaba en condiciones, por ejemplo de conseguir trabajo en el
comercio o la
industria para
los inmigrantes. Como resultado, solo los estratos medios
dependientes del patronazgo oficial tuvieron un papel destacado
en el sistema político.
En lo económico, el radicalismo defendió
el principio de la intervención del Estado para regular
los desajustes que se producían como resultado de la
vigencia de las leyes del mercado mientras
que en el plano externo se adoptó una posición
proteccionista. Fue notorio sin embargo, que durante los
gobiernos radicales no se implementó un nuevo proyecto
nacional sobre la base de un sistema orgánico de ideas
para reemplazar el agotado proyecto de los notables. En lo
político, el radicalismo defendió fervientemente
las libertades públicas, particularmente durante la
época de Alvear, pero pareció al mismo tiempo
conformarse con la ampliación del sistema
político.
El primer gobierno radical tomó medidas para
modificar la redistribución del ingreso, pero no
intentó practicar reformas de carácter estructural
para modificar la base económica de una sociedad en la
cual la elite tradicional constituía el sector de la
sociedad civil mejor representado en la sociedad política.
El esfuerzo de los radicales se orientó hacia el logro de
la consolidación de la economía agroexportadora en
la medida en que el partido no podía evitar que los grupos
vinculados al agro y a las exportaciones se
beneficiaron con el auge económico que se produjo con la
Primera Guerra
Mundial. Para no alienar a los estratos medios que lo
habían apoyado, el radicalismo recurrió al
patronazgo oficial e incrementó el número de
puestos burocráticos para consolidar un esquema de poder
en que el punterismo y el clientelismo jugaron un papel
esencial.
El poder de los sectores que controlaban la
economía no fue afectado durante los gobiernos radicales
precisamente porque existía una estrecha relación
entre el partido y el sector agrario. Cinco de los ocho ministros
que componían el gabinete de Hipólito Yrigoyen eran
ganaderos de la provincia de Buenos Aires o estaban relacionados
con el sector exportador, y por ese motivo el radicalismo no
podía propugnar las reformas profundas que el país
necesitaba para que la ampliación del sistema
político no se realizara en el vacío. Por otra
parte, esta presencia dentro del partido de representantes de la
elite tradicional hizo que los gobiernos radicales no pudieron
modificar el carácter del Estado y que carecían de
libertad de movimientos en lo que se refiere a la toma de
decisiones de tipo político.
En 1922, la popularidad de Yrigoyen era cuando menos,
mayor que cuando fuera elegido presidente. La Constitución
estipulaba que no podía ser reelegido, y nadie
pensó nunca que Yrigoyen violaría la legalidad
constitucional. "Del gobierno a casa" era su lema y se atuvo a
él mientras su partido, con su beneplácito -desde
1921 era un secreto a voces dentro del radicalismo que: "El Viejo
apoya a Alvear…"- eligió al aristocrático,
temperamental, inteligente y a veces trivial embajador en
París: Marcelo Torcuato de Alvear.
En las elecciones de abril de 1922 los radicales
triunfaron en doce distritos, obteniendo 458.457 sufragios en
tanto que los conservadores de la Concentración Nacional
apenas superaron los 200.000 votos. Todos los otros partidos,
reunidos, sumaron 364.932 sufragios. La fórmula de la
U.C.R., Alvear – Elpidio González obtuvo más de
cien mil votos sobre la cifra de 1916.
Probablemente era la de Alvear una de las pocas familias
argentinas que podía jactarse de una real aristocracia. Su
abuelo Carlos de Alvear, era un guerrero de la Indepenedencia,
Director Supremo, héroe de la guerra con el
Brasil que
terminó sus días como diplomático argentino
en los Estados Unidos de
Norteamérica. Su padre Torcuato había sido el
primer intendente de la ciudad de Buenos Aires después de
su federalización en 1880. Un político roquista de
ideas progresistas que contribuyó a darle a la "Gran
Aldea" un aspecto de metrópoli europea. Alvear fue parte
de la juventud dorada universitaria para la cual todo estaba
permitido incluso el ser fundador de la Unión
Cívica de la Juventud. Desde el inicio de su vida
pública se vinculó a Hipólito Yrigoyen.
Recibido de abogado en 1891, en la división de la
Unión Cívica había permanecido con Leandro
Alen. En el levantamiento radical de 1893 en la provincia de
Buenos Aires dirigió el acantonamiento del Temperley, y
hasta ocupó una cartera ministerial en el gobierno
revolucionario. Durante el conflicto de
las "paralelas", en 1897, entre intransigentes hipolistas y
concurrencistas bernardistas, se mantuvo al lado de
Hipólito en la abstención y como presidente del
comité provincial encabezó su disolución,
quebrando toda posibilidad de concurrencia junto al mitrismo para
enfrentar a Roca. Durante el duelo entre Hipólito Yrigoyen
y Lisandro de la Torre ofició de padrino del líder
radical.
La vida de Alvear fue una mezcla de compromiso y
aventura, de trivialidades y periodos de lúcida
inteligencia, de militancia comiteril y conspirativa y de tomas
de distancia para no quedar atrapado por el pueblo y el
comité.
Alvear no era un principista, sino más bien un
realista que percibía la política como una mezcla
de pragmatismo y
compromiso. No era, pues, un intransigente, porque la vida
política era para él la prolongación de su
manera de ser y de ver la vida social. Carecía incluso de
la constancia en el sacrificio que caracterizó a Yrigoyen.
Era un hombre del patriciado actuando en un partido popular, pero
guardando identidad del
estilo con la elite tradicional y con abierta comunicación con la elite.
El nuevo mandatario radical integró su gabinete
con amigos personales, algunos de ellos sus compañeros de
su época de estudiante universitario, militaban en el
sector radical que se oponía a Hipólito Yrigoyen.
El vicepresidente Elpidio González, un incondicional del
caudillo radical, fue prolijamente marginado de toda
intervención activa en el gobierno.
Los primeros años de la presidencia de Marcelo T.
de Alvear constituyeron una excepción importante a la
tendencia radical a agotarse en reivindicaciones políticas
formales en el marco de una política distribucionista.
Alvear ha sido frecuentemente acusado de no haber sabido infundir
al radicalismo una clara orientación
antioligárquica, antiimperialista y emancipadora. Esta
tesis, sin
embargo, tiende a pasar por alto el hecho de que Alvear
intentó, al menos durante el comienzo de su presidencia,
introducir modificaciones de fondo la política del primer
gobierno radical en lo que se refiere al apoyo estatal que
brindara a la industrialización por vía de la
sustitución de importaciones.
Entre las medidas tomadas por Alvear para proteger la industria
nacional se pueden contar el aumento del sesenta por ciento de
los aforos aduaneros a la importación de manufacturas producidas en
el país. Es indudable que las medidas tomadas por Alvear
fueron coyunturales y no respondieron a una estrategia de
desarrollo concertada, pero en todo caso es posible afirmar que
el segundo presidente radical fue el representante de una
línea partidaria dispuesta a superar la mera voluntad
transformadora de Yrigoyen a partir de una eficiencia
programática que hiciera posible la concreción de
los objetivos éticos que este estilo político
perseguía.
El objetivo de Marcelo T. de Alvear era lograr un grado
de industrialización doméstica para resolver el
problema de la balanza de pagos deficitaria mientras que al mismo
tiempo el proceso de crecimiento abriría nuevos espacios
que facilitaría el ascenso social de los estratos medios.
Al poco tiempo Alvear abandonó sin embargo su
política proteccionista para alinearse con quienes
sostenían la teoría de las ventajas comparativas,
pero su posición original constituyó una
posibilidad cierta, aunque efímera, de que el estilo
radical completara en el terreno de la sociedad civil la
transformación que había iniciado en el plano
jurídico formal del sistema político ya que la
industrialización del país hubiera contribuido a
consolidar la democratización iniciada en el año
1912.
El estilo radical reconoció, en el intento de
Alvear, el carácter dependiente de la economía
argentina, criticó implícitamente la
utilización del patronazgo oficial para fomentar la
expansión indefinida de la burocracia y
comenzó sugerir que la crisis argentina podía ser
superada con la expansión del sector industrial inducida
por el Estado. Este muy incipiente movimiento hacia una nueva
forma de nacionalismo
económico incluyó posteriormente la
nacionalización del petróleo y el intento de importación
de la parte que Argentina no pudiera producir de la Unión
Soviética para romper con la dependencia de los Estados
Unidos y de Gran Bretaña en el plano de la energía.
Para los radicales la industrialización significaba la
posibilidad de ofrecer nuevas perspectivas a los estratos medios
sin amenazar gravemente los intereses de la elite
tradicional.
El radicalismo había llegado al gobierno como una
alianza entre un sector progresista de la elite y los estratos
medios de origen inmigratorio. Hipólito Yrigoyen
articuló esta alianza. Durante su primera presidencia
Yrigoyen aplicó políticas que claramente
favorecían a los estratos medios. Algunas de estas
políticas –en especial el aumento desmedido del
empleo público y la Reforma Universitaria- unidas al
desorden administrativo, las actitudes populistas y la
obsecuencia de su entorno, desencantaron a aquellos de sus
seguidores que provenían de la elite. La candidatura de
Alvear evito el cisma por un tiempo pero, en 1924, la disindencia
terminó por manifestarse públicamente cuando los
descontentos creían contar con el apoyo de
Alvear.
En agosto de 1924 se organiza la Unión
Cívica Radical Antipersonalista la formaron los senadores
nacionales Leopoldo Melo, Vicente Gallo, Martí
M. Torino, el ex ministro del Interior Gómez, el ex
gobernador de Buenos Aires Crotto, de Santa Fe Lehman y Mosca, de
Salta Castellanos, de San Juan Cantoni, de Entre Ríos
Lurencena, al igual que otras personalidades como Mario Guido,
Amado, Roberto M. Ortiz, Matienzo, Numa Soto y los
Lencínas. Sus principales baluartes eran Entre
Ríos, Santa Fe, Mendoza y San Juan, otras situaciones
provinciales le son adictas, como el caso de Santiago del Estero,
Tucumáan fluctúa pero se acerca al
oficialismo.
En 1927 comenzó la contienda electoral. El
radicalismo antipersonalista tomó la delantera.
Constituyó una alianza con sectores conservadores
denominados "Frente Unico Radical" proclamando la fórmula
Leopoldo Melo y Vicente Gallo. Los yrigoyenistas no definieron su
fórmula hasta el 24 de marzo de 1928, en una
convención realizada en el Teatro de la
Opera, se proclama la fórmula Hipólito Yirigoyen
– Francisco Beiro. El viejo caudillo aceptó la
nominación diciendo: "Ante la eminente y solemne
expectativa del pueblo argentino, que repercute en todos los
ámbitos de su territorio con las más intensas
vibraciones cívicas, y bien compenetrado de que ellos
condensan en suprema unción todas las idealidades del
presente, esperanzas del futuro e infinitas irradiaciones de los
destinos de nuestra nacionalidad,
no puedo menos que inclinarme reverente a tan honrosísima
designación, que me hace intérprete de los
más fervorosos y sagrados anhelos
patrióticos".
El panorama electoral se completó con las
fórmulas del Partido Socialista: Mario Bravo –
Nicolás Repetto, Partido Comunista: Rodolfo Ghioldi
– Miguel Contreras; Partido Comunista de la
República Argentina: José F. Penelón –
Florindo A. Moretti.
El radicalismo yrigoyenista triunfó en los 14
distritos donde se presentó, salvo en san Juan, donde se
impuso el bloquismo integrante del Frente Unico
Radical.
El 12 de junio de 1928 se reúnen los colegios
electorales y proceden a la elección, que consagra para el
primer término presidencial a Hipólito Yrigoyen y
para el segundo término a Francisco Beiró, pero su
muerte, producida al poco tiempo, determinó que el
gobernador electo por Córdoba, Enrique Martinez se
convierte en vicepresidente.
Una vez reinstalado en el gobierno, en 1928,
Hipólito Yrigoyen, gozando de un amplio apoyo popular -El
viejo caudillo obtuvo 840.000 votos mientras que todas las
fórmulas opositoras reunidas totalizaban 446.000 votos-,
volvió sin embargo a recurrir al patronazgo oficial y
consolidó las viejas formas de inserción de la
Argentina en el orden económico internacional como
país agroexportador. Pero el tiempo había pasado en
vano, Yrigoyen tenía 75 años y su salud no pasaba por su mejor
momento. Había nacido en tiempos de Rosas y alcanzado
su madurez tanto biológica como política antes de
la Belle Epoque, nunca había viajado a Europa y
sentía un profundo rechazo por todo lo que fuera innovación, por ejemplo se negaba
sistemáticamente a emplear el teléfono o a escribir cartas a sus
colaboradores.
Sin embargo la calma duraría poco. El 29 de
octubre de 1929, el hundimiento de la Bolsa de Nueva York
provocó el colapso de la economía capitalista
mundial, que parecía atrapada en un círculo vicioso
donde cada descenso de los índices económicos
(exceptuando el del desempleo, que
alcanzó cifras astronómicas) reforzaba la baja de
todos los demás. Tal como señala Hobsbawn la
dramática recesión de la economía industrial
Norteamericana no tardó en golpear al resto del mundo. Se
produjo una crisis en la producción de artículos de primera
necesidad, tanto alimentos como materias primas, dado que sus
precios, que
ya no se protegían acumulando existencias como antes,
iniciaron una caída
libre. Los precios del té y del trigo cayeron en dos
tercios y el de la seda en bruto en tres cuartos. Eso supuso el
hundimiento –por mencionar tan sólo los
países enumerados por la Sociedad de las Naciones en 1931-
de Argentina, Australia, Bolivia,
Brasil, Canadá, Colombia,
Cuba, Chile,
Egipto,
Ecuador,
Finlandia, Hungría, India, las
Indias Holandesas (la actual Indonesia), Malasia, México,
Nueva Zelanda, Países Bajos, Paraguay,
Perú, Uruguay y
Venezuela,
cuyo comercio exterior
dependía de unos pocos productos
primarios.
Los efectos de la Gran Depresión sobre la
política y la opinión
pública fueron inmediatos, especialmente en América
Latina donde doce países conocieron un cambio de gobierno
o de régimen entre 1930 y 1931, diez de ellos a
través de un golpe de Estado militar.
Ante las dificultades cada vez mayores que enfrentaba la
Argentina como resultado de la caída estrepitosa de los
precios de los productos agropecuarios en los mercados
internacionales, el Gobierno abandonó la convertibilidad
del peso -el cual automáticamente fue devaluado en veinte
por ciento- para conseguir de esta manera una reducción de
las importaciones y una mayor competitividad
de los productos argentinos en los mercados mundiales.
Estas medidas provocaron un aumento de los precios de
los artículos importados que consumía el
país, incentivaron el proceso inflacionario y no
resolvieron el problema del déficit de la balanza
comercial. A partir de ese momento comenzó a aumentar
el desempleo y se produjo una profunda crisis fiscal porque
el Estado ya no tenía capacidad para contrarrestar las
tensiones sociales a través del uso del patronazgo
oficial. De allí en más se inició un proceso
de descomposición del poder público y la
consiguiente pérdida por parte del radicalismo del apoyo
popular con que contaba hasta ese momento.
Por ese entonces, el embajador norteamericano Bliss
traza un dramáticvo panorama de la situación del
gobierno radical: "Los antagonismos políticos y personales
dentro del gabinete adquieren un carácter tal que permiten
expresiones y opiniones, en conversaciones privadas, que se
asemejan en mucho a la traición. El Presidente no
confía en nadie y con su desfalleciente capacidad mental y
la fuerza de la inercia que pueden, algunas veces, apreciarse en
los ancianos, persiste, tozudamente, en el atascamiento de toda
acción
útil, manteniendo, de ese modo, un equilibrio que se
asemeja al de un sonámbulo en una cuerda floja, que se da
cuenta que caéra si se detiene en su marcha".
El estilo radical había democratizado la
sociedad, pero la falta de una base ideológica clara y de
un programa para la transformación de la sociedad
argentina lo redujo en una mística sin contenidos
prácticos sobre la cual recayeron una infinidad de cargos.
Se acuso al Gobierno de fomentar la ineficiencia, la
irresponsabilidad y el excesivo gasto
público. Se hablaba también de la edad de
Hipólito Yrigoyen, de la degradación de las
costumbres y de los oscuros punteros de comité que
tenían en sus manos los destinos del país
patricio.
El golpe militar del 6 de setiembre de 1930 se produjo
en momentos en que el Gobierno de Hipólito Yrigoyen se
aprestaba a sancionar la ley del petróleo
que aseguraría el control del Estado sobre los recursos
naturales. Reducir, sin embargo, la caída de Yrigoyen
a un sólo factor sería desconocer otras importantes
posibles causas. Lo cierto es que las minorías desplazadas
temporariamente del Gobierno en 1916 no tardaron en recomponer su
presencia política, particularmente ante la existencia de
una variedad de factores coadyuvantes que dificultaron la
acción del radicalismo.
El estilo político imperante sólo pudo
comenzar a trascender la estrecha estructura del patronazgo
oficial utilizado por los radicales cuando creció el
sector industrial. Aunque el proceso de industrialización
aún estaba inconcluso, el rápido crecimiento de una
economía industrial ser sería uno de los rasgos
más notorios del período posterior a 1930. El
populismo
burocrático del yrigoyenismo fue poco a poco dejando lugar
a un nuevo estilo político, que inicialmente
pareció encarar la defensa de los intereses globales
específicos, pero pronto cayó en un nuevo sistema
de conducción personal. De todos modos, el antiguo sistema
no ha desaparecido del todo y el patronazgo sigue siendo un
elemento importante en la política argentina y en la
perduración del propio radicalismo.
Teniendo en cuenta el carácter general y los
objetivos del radicalismo, puede decirse que no se diferenciaba
de otros movimientos populistas – liberales de América
Latina en ese período histórico. El partido
perseguía como meta perpetuarse en el poder con el fin de
alcanzar un sistema estable, mediante el cual pudiera conceder
beneficios simultáneamente a diversos grupos
sociales. Su razón de ser giraba en torno de problemas
distributivos más que en torno de la reforma o el cambio
social. Pese a que pretendía mejorar la situación
de los sectores populares, la Unión Cívica Radical
no era un partido que impulsase la reforma social.
El partido se proponía perdurar en el gobierno
para satisfacer los intereses de su clientela política y
consolidar el funcionamiento de instituciones
democráticas. Su razón de ser giraba en torno de la
ampliación de la participación política y de una
distribución más equitativa de la prosperidad
generada por la etapa postrera de la vigencia del modelo
agroexportador. Cualquier propuesta seria de reforma o cambio
social era ajeno a sus intenciones.
Aunque la casi totalidad de los historiadores afines al
radicalismo han insistido en afirmar erróneamente que
Hipólito Yrigoyen fue el primer presidente elegido por el
"voto universal", lo cierto es que el radicalismo llegó al
poder de la mano de una escasa proporción de la
población. Según José Bianco en su libro
"Vida de las instituciones políticas", de 1928, "en 1916
el porcentaje de votantes en la elección presidencial, en
relación con la población total de la Nación
fue del 9,679%; pasando en 1922, al 10,239%, hasta llegar en 1928
a un 14,418%".
En otras palabras la llegada del radicalismo al gobierno
significó una importante ampliación de la
participación política con la incorporación
de los estratos medios al proceso político. No obstante,
la participación política distaba mucho de ser
"plena o masiva", en especial porque las mujeres y los
extranjeros –que en ese entonces constituían un
porcentaje muy importante de la población argentina-
estaban totalmente marginados de la actividad política y
sin derechos
electorales. Esta situación se modificará
recién en 1951 cuando, en tiempos de hegemonía del
estilo peronista, se reconozcan los plenos derechos
políticos de la
mujer.
Al mismo tiempor, sus lazos con los consumidores de los
estratos medios le impidieron promover la
industrialización, por lo menos hasta que la
cuestión del petróleo adquirió preeminencia,
a fines de la década del veinte. En lo esencial, su
objetivo era incrementar la tasa de crecimiento
económico y utilizar el sistema político para
distribuir una cierta porción de excedente, con vistas a
crear una comunidad orgánica.
Luego de la caída del tercer gobierno radical en
1930 y de la muerte de
Hipólito Yrigoyen acaecida pocos años más
tarde, comenzó un lento proceso de autocrítica
tendiente a la reconstrucción del partido. El estilo
radical fue perdiendo gradualmente el espacio político que
le perteneciera históricamente hasta que, finalmente, un
fenómeno social nuevo a mediados de la década de
los años cuarenta, el estilo político peronista, lo
desplazó a una posición secundaria en el sistema
político argentino.
En la mayoría de los aspectos, el primer
experimento de democracia ampliada realizado en la
República Argentina terminó en el fracaso. Casi
todos los problemas que pretendió resolver eran tan
evidentes en 1930 como lo habían sido veinte o treinta
años atrás. El mayor cargo que puede
imputársele fue su inhabilidad para generar un proyecto
político de carácter nacional que, a partir de las
nuevas formas de participación que este estilo
político impulsaba, hubiese fortalecido la vida
económica, política y cultural de la Nación.
Fundamentalmente, el estilo político radical no
consiguió superar el problema de la inestabilidad
política y en verdad, fue su mayor víctima en el
siglo XX.
Dr. Adalberto C. Agozino.
Doctor en Ciencia
Política, profesor e investigador principal del Instituto
Universitario de la Policía Federal Argentina. Miembro de
la Sociedad Argentina de Historiadores.
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