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El estilo político de la Unión Cívica Radical en la Argentina 1890 – 1930




Enviado por Adalberto C. AGOZINO



    1. El nacimiento de la
      U.C.R.
    2. La conformacion del estilo
      radical
    3. El liderazgo
      yrigoyenista
    4. El puntero radical: su importancia
      sociopolitica
    5. El uso del patronazgo oficial en el
      estilo radical
    6. Citas
      bibliográficas

     

    EL NACIMIENTO DE LA UNION CÍVICA RADICAL

     

    Si bien la modificación de la legislación
    electoral operada en el año 1912 -al poner fin al fraude electoral
    sistemático-, posibilita la aparición de un nuevo
    estilo político en la sociedad
    argentina, conformado sobre la base de las prácticas
    políticas implementadas por los integrantes
    de la Unión Cívica Radical, dicho estilo no surge
    espontáneamente con la promulgación de la Ley Sáenz
    Peña, sino que se va conformando a través de los
    veinticinco años de contienda política que
    desarrolla el radicalismo desde su nacimiento hasta alcanzar por
    primera vez el gobierno de la
    Nación.
    Veamos pues, cual fue la génesis histórica y las
    principales características de este estilo.

    La Unión Cívica Radical es el primer
    partido político -y el más antiguo de los
    existentes en la actualidad- que merece tal denominación
    en nuestro país. Los orígenes del partido se
    encuentran en la depresión
    económica y la oposición política al
    presidente Miguel Juárez Celman del año
    1890.

    Tal como hemos visto en el capitulo precedente en 1889,
    se había conformado un grupo de
    oposición a este mandatario en la ciudad de Buenos Aires, con
    el nombre de "Unión Cívica de la Juventud"; al
    año siguiente al ampliar su base de apoyo popular, este
    grupo pasó a denominarse simplemente "Unión
    Cívica". En el mes de julio de 1890 la Unión
    Cívica preparó una revuelta de caráctervico – militar
    contra el presidente en la ciudad capital, que
    si bien no consiguió apoderarse del Gobierno,
    obligó a aquél a dimitir. Un año más
    tarde, con motivo de las candidaturas para la renovación
    presidencial, la Unión Cívica se dividió.
    Este fue el punto de partida de la "Unión Cívica
    Radical", bajo la jefatura de Leandro N. Alem. El caudillo de
    Balvanera, durante los siguientes cinco años, hasta su
    muerte,
    condujo a su partido infructuosamente a la conquista del poder a
    través de sucesivos intentos de golpe de Estado
    cívico militares.

    El origen de la Unión Cívica, de la que
    saldría el partido radical un año más tarde,
    no debe buscarse tanto en la movilidad de los sectores populares
    sino en segmentos de la elite tradicional, cuyo papel puede
    rastrearse en el resentimiento que alentaban contra el gobierno
    encabezado por Juárez Celman distintos grupos de la
    provincia de Buenos Aires debido a su exclusión de los
    cargos públicos y del acceso al patronazgo
    oficial.

    La aparición de la Unión Cívica
    Radical fue, pues, expresión de la imposibilidad del
    presidente Juárez Celman de instituir una relación
    estable entre los sectores politizados de la elite. Algunos de
    estos grupos se habían opuesto también al general
    Julio A. Roca en su primer Gobierno, pero obtuvieron la mayor
    parte del apoyo popular con que contaban gracias a su
    enfrentamiento con Miguel Juárez Celman.

    El núcleo principal de la coalición
    antijuarista estaba integrado por jóvenes universitarios,
    los creadores de la Unión Cívica de la Juventud en
    1889. Estos jóvenes no pertenecían a los estratos
    medios urbanos
    sino que eran en su mayoría hijos de familias que
    integraban la elite, cuya carrera política y de Gobierno
    había sido puesta en peligro por la tendencia de
    Juárez Celman de distribuir el patronazgo oficial entre
    los grupos cordobeses que le eran adictos. Su programa
    político se limitaba a exigir el cumplimiento de los
    principios
    democráticos proclamados en la Constitución Nacional.

    El segundo grupo integrante de la coalición
    estaba formado por varios sectores que respondían a
    diferentes caudillos y que controlaban la vida política en
    la Capital Federal y en gran parte de la provincia de Buenos
    Aires. Algunos de estos grupos también se habían
    enfrentado al general Roca, pero, nuevamente, su prestigio
    derivaba de su oposición al cordobés Juárez
    Celman. Eran políticos en disponibilidad unidos por el
    rasgo común de no estar usufructuando cargos
    públicos. Cabe distinguir entre ellos dos sectores o
    subgrupos. El primero conducido por un veterano y prestigioso
    líder
    político, el general Bartolomé Mitre -quien buscaba
    infructuosamente su segunda presidencia-. Mitre mantenía
    fuertes vínculos con la elite tradicional, en especial con
    los sectores de importadores y comerciantes de la ciudad de
    Buenos Aires. El otro subgrupo era liderado por una figura
    relativamente nueva en la política argentina, el caudillo
    autonomista Dr. Leandro N. Alem, quien contaba con el apoyo de
    cierto número de hacendados. Alem era esencialmente un
    caudillo urbano cuya reputación política
    provenía en parte de la atracción que
    ejercía un cierto aire
    romántico que emanaba de su figura y, por otra parte, de
    una reconocida habilidad para organizar a los votantes y arreglar
    –algunas veces en forma fraudulenta- el resultado de las
    elecciones, especialmente en los barrios marginales de la
    ciudad.

    La coalición antijuarista terminaba de
    conformarse con el aporte de grupos católicos enfrentados
    con el Poder
    Ejecutivo a causa de cierta legislación liberal y
    anticlerical que Juárez Celman había impulsado.
    Finalmente la Unión Cívica contaba con la
    simpatía y adhesión de algunos miembros de los
    estratos medios de la Capital Federal, sobre todo pequeños
    comerciantes y dueños de talleres artesanales. Pero la
    presencia de éste último grupo no impedía
    que el movimiento
    estuviese firmemente controlado por los elementos pertenecientes
    a la elite, a quienes los católicos y los sectores medios
    quedaban subordinados.

    Lo novedoso de la Unión Cívica radicaba en
    su tentativa de movilizar en su favor a la población urbana. Para ello acusó al
    Gobierno de emitir papel moneda en forma clandestina y
    comenzó a luchar por la adopción
    del gobierno representativo contra la "dictadura" de
    Juárez Celman. La campaña no tuvo un éxito
    descollante; el apoyo popular con que contaba la Unión
    Cívica era en extremo incierto y no logró
    establecer una base institucional. El desencanto con respecto al
    Gobierno era una expresión efímera de la crisis
    económica y no una demanda
    autónoma en favor de los cambios institucionales que la
    Unión Cívica prometía. El ímpetu con
    que los grupos de la elite procuraron crear una coalición
    popular se estrelló contra una tibia respuesta de los
    habitantes de la ciudad.

    Siendo tan débil el desafío representado
    por la Unión Cívica, la "Revolución
    del Parque" fracasó, y en vez de producirse grandes
    cambios, quedó abierto el camino para que la
    solución viniera por vía de un simple ajuste de la
    distribución del patronazgo oficial dentro
    de la elite. Luego de la caída de Juárez Celman, el
    nuevo presidente, el doctor Carlos Pellegrini, captó la
    buena voluntad de los grupos influyentes de la Unión
    Cívica mediante el simple expedienté de asignar de
    otra manera los cargos públicos. El general
    Bartolomé Mitre, por ejemplo, quedó muy satisfecho
    con una solución de esta especie. El presidente Pellegrini
    adoptó también rápidas medidas en el plano
    económico que eliminaron en forma efectiva el descontento
    popular. Estos éxitos son un reflejo de la vigencia que
    por ese entonces tenía el estilo político de los
    notables.

    En el año 1891, el proceso de
    reorganización interna de la elite estaba virtualmente
    concluido. Todas las facciones con real predicamento
    habían sido atraídas por el Gobierno, que
    sólo dejó fuera a los grupos carentes de poder. Fue
    este el momento en que surgió la Unión
    Cívica Radical. Leandro N. Alem y sus partidarios se
    vieron excluidos del proyecto de
    Carlos Pellegrini y por consiguiente forzados a continuar su
    búsqueda de sustento popular y de una base de masas. Alem
    denunció los acuerdos entre el presidente Carlos
    Pellegrini y el general Bartolomé Mitre, se retiró
    de la Unión Cívica y se proclamó defensor de
    la democracia
    radical.

    El nuevo partido se hallaba integrado básicamente
    por grupos provenientes de la elite y que por una u otra
    razón estaban descalificados, a causa de sus
    vínculos anteriores, para unirse a Mitre, Pellegrini o
    Roca. En términos regionales o de posición social
    poco había en ellos que los diferenciase de sus rivales. A
    ellos se sumaban, inicialmente en forma incipiente pero a partir
    de 1900 en forma cada vez más pronunciada, los grupos
    provenientes de los estratos medios urbanos.

    En los cinco años siguientes Leandro N. Alem se
    esforzó por conquistar apoyo popular y obtener los medios
    para organizar una rebelión que pudiera triunfar; pero el
    descontento del pueblo continuó diluyéndose ante el
    clima general
    de prosperidad, y sus intentos de obtener el apoyo de los grupos
    de hacendados fuera de Buenos Aires terminaron en un virtual
    fracaso. La elite controlaba férreamente la
    situación.

    De manera que pese a todos los esfuerzos de Leandro N.
    Alem, los remanentes de adhesión popular que los radicales
    habían heredado de la Unión Cívica se
    diluyeron, y hacía 1896 no era más que un grupo
    minúsculo en el extremo del espectro
    político.

    Durante casi todo el período que se
    extendió entre el suicidio de
    Leandro Alem -1897- y 1905, el radicalismo perdió
    posiciones. Hasta el final del siglo XIX, los sucesos más
    destacados fueron, en primer lugar, la consolidación de
    Hipólito
    Yrigoyen como sucesor de Alem y, en segundo lugar el hecho de
    que el eje central del partido se ubicó en la provincia de
    Buenos Aires. Esto tuvo significación porque cuando el
    partido comenzó finalmente a expandirse, el grupo de
    Buenos Aires conducido por Yrigoyen, lo mantuvo bajo su control,
    incorporando poco a poco a las filiales provinciales en una
    organización nacional.

    Alrededor del año 1903, Hipólito Yrigoyen,
    comenzó a planear otra revuelta. Revitalizó sus
    contactos con las provincias y retomó la fundación
    de clubes partidarios en la ciudad y la provincia de Buenos
    Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Mendoza. Sin
    embargo, el descontento se limitaba todavía a ciertos
    grupos restringidos -estudiantes, oficialidad joven del
    Ejército-, por lo tanto, el intento de coup d'etat, que se
    concretó en febrero de 1905, representó un fracaso
    todavía mayor que los precedentes, poniendo de manifiesto
    que si bien los radicales habían conseguido cierto apoyo
    militar, los altos mandos del Ejército seguían
    adhiriendo a la elite gobernante.

    Pero si bien el movimiento militar fracasó, tuvo
    un importante efecto, al permitir que el radicalismo se diera a
    conocer a una nueva generación para la cual los
    acontecimientos de la década del noventa se perdían
    en el tiempo como un
    hecho borroso; también posibilitó, a partir de una
    ignominiosa y total derrota, el comienzo de un proceso que
    culminará con la victoria radical en las elecciones
    presidenciales de 1916.

    LA CONFORMACION DEL ESTILO RADICAL

    Entre el intento de golpe de Estado de 1905
    y la reforma electoral de 1912 los radicales avanzaron a grandes
    pasos en el reclutamiento
    del favor popular. Esta vez sus organizaciones
    provinciales y locales no desaparecieron como había
    sucedido después de las revueltas de la década del
    noventa, sino que comenzaron a expandirse. En estos años
    quedó constituido un conjunto de dirigentes locales
    intermedios, en su mayoría hijos de inmigrantes. El grueso
    de los líderes pertenecía a los estratos medios
    urbanos del partido. Estos tendrían gran importancia
    después de 1916 y se incorporaron al radicalismo entre
    1906 y 1912. La mayor parte de ellos eran profesionales urbanos
    con título universitario.

    Hacia el año 1908 los elementos de base,
    anteriormente conformados con los "Clubes de Notables" ya
    descriptos, pasaron a constituirse en un nuevo tipo de elemento
    "El Comité". En esta forma el radicalismo asume las formas
    particulares en materia
    organizativa que caracterizaron a los partidos liberales
    europeos, ligados al igual que la Unión Cívica
    Radical, a la vigencia del sufragio
    universal. Esto implica, evidentemente, un mayor grado de
    racionalidad y representatividad en la vida política con
    respecto a las normas que
    regían al estilo político imperante
    anteriormente.

    Así, el Artículo 1º, del
    Título 1º de la Carta
    Orgánica de 1892, establecía: "La Unión
    Cívica radical será gobernada por una
    Convención Nacional, por convenciones de la Capital y de
    las provincias". De esta manera, teniendo como elemento de base
    el comité, el radicalismo se organiza de acuerdo con las
    exigencias que planteará a los partidos la nueva
    situación institucional, apareciendo como la primera
    agrupación de base amplia que conoce el país. Por
    ese medio el partido se propone dar a conocer nuevas elites, cuyo
    prestigio descansa ahora en el respaldo de una estructura
    mayoritaria cómo única forma de competir frente al
    público electoral con los notables, ya conocidos por la
    población. Desde luego que esta estructuración
    tiene limitaciones propias de su situación embrionaria.
    Maurice Duverger las ha señalado con claridad: "En suma,
    el comité tiene un carácter semipermanente; no es
    ya una institución ocasional nacida para una sola
    campaña electoral y muerta con ella; pero no es
    todavía, una institución totalmente permanente
    parecida a los partidos modernos, para los que la
    agitación y la propaganda no
    cesan jamás".

    El crecimiento del radicalismo, de comienzos del siglo
    XX, estuvo estrechamente ligado al proceso de
    estratificación social que concentró a los
    dirigentes de alta jerarquía en los estratos medios
    urbanos dedicados a las actividades terciarias. Además de
    los universitarios, se contaban entre los dirigentes intermedios
    algunos hombres de negocios que
    habían tenido éxito en su actividad. Esto nos habla
    de la creciente tendencia de adhesión de los estratos
    medios urbanos. Por añadidura, en esta época el
    problema educativo había alcanzado proporciones
    críticas, en tanto y en cuanto las limitaciones del
    desarrollo
    industrial generaban refuerzos culturales para que las
    aspiraciones de movilidad social se concentraran en la función
    pública y las profesiones liberales.

    Esta era la diferencia esencial entre la posición
    de Hipólito Yrigoyen, luego de 1905, y la de Leandro Alem
    unos quince años atrás. Alem había actuado
    antes de que esta tensa situación alcanzara un punto
    crítico, y su pedido de apoyo estuvo dirigido a los grupos
    criollos de Buenos Aires, mientras Hipólito Yrigoyen se
    dirigió a los argentinos hijos de inmigrantes, empleados
    en su mayoría en el sector terciario. El gobierno
    representativo cobró atractivo para estos grupos que
    acusaban a la elite criolla de sus dificultades para ascender en
    la escala social
    más allá de las ínfimas actividades
    comerciales e industriales propias de la primera
    generación de inmigrantes.

    Luego de 1905 los radicales comenzaron también a
    incrementar el volumen de su
    propaganda. El contenido efectivo de la doctrina y la ideología radicales era muy limitado: no
    pasaba de ser un ataque confuso y moralista a la elite
    gobernante, al cual se le añadía la demanda de que
    se instaurase un gobierno representativo. El partido operaba
    sobre la base de cierto número de slogans: la
    "abstención" o negativa a participar en elecciones
    fraudulentas, y la "intransigencia revolucionaria" o
    determinación de repudiar el sistema
    político vigente y establecer una democracia
    representativa por vía del golpe de Estado.

    Hipólito Yrigoyen, profesor de
    filosofía en la enseñanza media, intentó dar a las
    doctrinas radicales algún grado de dignidad
    filosófica relacionándolas con las
    enseñanzas de Peter Krause, el escritor alemán del
    siglo XIX. Por la importancia que finalmente tuvo el krausismo en
    la ideología radical es conveniente detenernos en un
    examen más detallado de las ideas de este filósofo,
    para ello recurriremos al auxilio de Manuel Galvez.

    Dice el biógrafo de Yrigoyen: "El krausismo
    aparece en España
    alrededor del año 50, introducido de Alemania por
    don Julián Sáenz del Río. Hacia el 60 ya se
    ha difundido en casi todas las universidades. Tiene no poca parte
    en la revolución del 68 y en la instauración de la
    República, el 72. Perdura hasta fines del siglo pasado.
    Entre sus secuaces, figuran hombres eminentes como Emilio
    Castelar, Nicolás Salmerón y Francisco Pi y Margal,
    que ocuparon la presidencia de la república y fueron
    escritores y filósofos; Gumersindo de Azcárate y
    Francisco Giner de los Ríos, maestros de maestros y
    publicistas de excepcionales méritos; y don José
    Canalejas, presidente del consejo de ministros. Todos ellos eran
    austeros y respetables y todos, salvo Castelar, escribían
    mal. Eran demócratas, creían en la panacea del
    sufragio libre y andaban por la vida graves, reservados, vestidos
    de oscuro. El krausismo trasciende al público
    después de la fundación de la República.
    Entonces comienzan a publicarse los libros del
    belga Guillermo Tiberghien, difusor de las doctrinas de Krause,
    que explica y resume con claridad; y los de Enrique Ahrens, otro
    belga que ha aplicado al Derecho las ideas del filósofo
    alemán. En 1875 aparece en Madrid el
    libro de
    Krause "Los mandamientos de la humanidad."

    "Yrigoyen ha leído algunos de estos libros entre
    el 81 y 84. Al recorrer las librerías en búsqueda
    de manuales
    filosóficos que necesita para su cátedra, le
    ofrecen esos, que circulan por toda España. Krause
    está allí de moda, de tan
    rigurosa moda como no lo ha estado ni lo estará
    filósofo alguno y hasta el punto de haber numerosos
    fanáticos que juran por él. Yrigoyen estudia los
    libros de Tiberghien: traducciones y adaptaciones de los de
    Krause y que en España son textos oficiales en la segunda
    enseñanza. Llega a admirar a Tiberghien -expositor
    inteligente y nada más- con escandalosa admiración.
    Le considera él más profundo espíritu que ha
    producido la humanidad y el más grande entre los
    filósofos…"

    "El krausismo que pretende completar a Kant, es una
    doctrina ecléctica, mezcla de racionalismo,
    idealismo y
    espiritualismo. Su concepto de la
    razón es inmanentista, pues la considera como la
    expresión de la esencia divina bajo el carácter
    predominante de lo absoluto. Mezcla en su racionalismo
    armónico a Kant, a Fichte, a Schelling y a Hegel,
    reconstruyéndolos, limitándolos y
    reformándolos. Pero no nos interesa su metafísica. Baste con saber que es una
    especia de panteísmo. Los krausistas, negándolo, le
    han dado el nombre de "panteísmo" todo no es Dios, dicen,
    pero todo está en Dios. El krausismo es más bien
    una ética. La
    preocupación moral
    está en todos los pormenores del krausismo inclusive, como
    es natural, en su parte política. Una ética
    impregnada de protestantismo. Su fórmula práctica
    se define: "hacer el bien por el bien, como precepto
    divino".

    Para el krausismo, la Humanidad es "la expresión
    de la esencia divina, bajo el carácter de armonía,
    sin predominio o exclusión". Vale decir: la esencia divina
    se manifiesta bajo la forma de armonía en la Humanidad.
    Este concepto religioso de la Humanidad conduce, necesariamente,
    a la igualdad
    democrática, al derecho universal, al amor entre los
    hombres y entre los pueblos, a la paz perpetua y a la
    formación de grupos de pueblos hasta el día en que
    todas las naciones se unan en una sola".

    "El krausismo de Yrigoyen se observa en sus escritos, en
    su vida pública y privada y en su obra de gobernante. Su
    estilo literario, de peor gusto que el de los krausistas
    españoles, es éticamente muy elevado. Se mantiene
    en un plano de grandezas morales, de sentimientos nobles, de
    ambiciones de justicia y
    reparación. Jamás el menor asomo de escepticismo;
    un krausista es un hombre de fe
    exaltada. Sus plurales proceden, en parte, del krausismo -en la
    lengua
    filosófica alemana es frecuente el uso de plurales
    abstractos- y están de acuerdo con las ideas subjetivas
    que maneja. Yrigoyen cree en la justicia absoluta, y todos sus
    escritos están empapados de ética krausista y aun
    de metafísica krausista. En una de sus frases revela
    cómo siempre fue propensión de su espíritu
    esperar a que "la razón inmanente" esclareciera sus
    juicios.

    "Su sentido de la paz universal proviene de Krause, el
    cual lo había tomado de Kant, que preconizaba "la paz
    perpetua". Algunas frases de Tiberghien parecen de Yrigoyen, por
    la idea como por la forma; así, cuando dice: "…al mundo
    inmutable, eterno y necesario, es decir, al mundo de los
    principios infinitos y absolutos, a la esencia divina de las
    cosas y a las leyes permanentes
    que las gobiernan". Y en fin, Yrigoyen, que, según se
    desprende de sus palabras y sus actos, da el primer lugar entre
    las facultades humanas a la Voluntad y al Carácter y un
    lugar secundario a la Inteligencia,
    coincide con el krausismo, que dice, con palabras de Tiberghien:
    "La Voluntad es la facultad superior y que mejor expresa la
    causalidad del Espíritu".

    "En su vida privada y pública, Yrigoyen es un
    perfecto krausista, salvo en su afición a las mujeres.
    Vestido con ropas oscuras, grave, algo solemne pero sin
    afectación, no ríe, habla de cosas abstractas,
    expresa ideas de la más severa moral. Dentro de su obra de
    gobernante, el krausismo aparece en su religión de la
    igualdad humana, en su concepto de la igualdad entre las
    naciones, en su pacifismo, en su política obrera y en la
    primacía que da a lo espiritual."

    "Pero el krausismo de Yrigoyen difiere del de los
    filósofos y políticos españoles, partidarios
    de la separación entre la Iglesia y
    el Estado, del
    divorcio, de
    la enseñanza laica. Yrigoyen le da al krausismo un matiz
    católico. Aunque él no es creyente en los dogmas de
    la Iglesia, sino en los últimos años, tiene por
    ella el mayor respeto y la
    honrar como gobernante."

    "Son curiosas las concomitancias entre el krausismo y
    algunas doctrinas esotéricas. Krause era masón y
    escribió un libro sobre los primitivos monumentos de la
    Masonería. También los espiritistas lo consideran
    como uno de los suyos. Menéndez y Pelayo juzga a
    Sánz del Río como "nacido para el iluminismo
    misterioso y fanático". De Krause dice que es un
    "teósofo, un iluminado tiernísimo, humanitario y
    sentimental, a quien los filósofos trascendentes de raza
    miraron siempre con desdeñosa superioridad,
    considerándole como filósofo de logias, como
    propagandista francmasónico". Y hablando de los planes de
    reformas de todas las instituciones,
    propuestos por el krausismo, los califica de "sueños
    espiritista-francmasónicos". Hipólito Yrigoyen,
    como le he dicho, ha pedido su afiliación, año
    atrás, en una logia masónica. Y es simpatizante de
    la teosofía y del espiritismo."

    "¿Comprende bien al krausismo Hipólito
    Yrigoyen? Creo que no leyó a Krause sino a Tiberghien y a
    otros comentadores suyos. Tal vez no ha entendido profundamente
    la metafísica krausista, pero sí la parte
    ética y política, que son accesibles a cualquiera.
    Con sus malos estudios secundarios y universitarios, sin una
    cultura
    general verdaderamente vasta, sin ordenada preparación en
    tan arduas disciplinas, Yrigoyen no ha podido comprender a fondo
    el krausismo ni ninguna otra doctrina filosófica. Pero
    hombre de extraordinarias intuiciones, ha adivinado su esencia y
    con ella ha enriquecido su espíritu".

    Es así como la ideología radical efectiva
    terminar fuertemente contaminada de un tono notoriamente
    ético y trascendentalista. Su énfasis en la
    función orgánica del Estado y en la solidaridad
    social representaba un agudo contraste con el positivismo y
    spencerismo de la elite tradicional y a menudo tenia notables
    reminiscencias de Krause. La importancia de estas ideas que
    habitualmente se expresara de manera confusa e incoherente, era
    que armonizaban con la noción de alianza de clases que el
    radicalismo terminó por expresar, y que habría sido
    mucho más difícil de alcanzar si hubiera adoptado
    doctrinas positivistas.

    Sin embargo, más importante que lo que
    decían los radicales, era lo que no decían. Uno de
    los rasgos más destacados del radicalismo a partir de esta
    época fue su tendencia a evitar enunciar un programa
    político explícito. Había sólidas
    razones estratégicas para proceder así. Como
    partido constituía por entonces una coalición. Sus
    líderes no se mostraban muy dispuestos a perder la
    oportunidad de ganar adherentes atándose a determinados
    intereses sectoriales. En todas las circunstancias, el objetivo era
    evitar las diferencias sectoriales y poner en relieve el
    carácter integrador del partido.

     

    EL LIDERAZGO
    YRIGOYENISTA

     

    Otra importante novedad que puso aún más
    de relieve del carácter populista que el partido
    había adquirido hacia el año 1912 fue la
    consolidación de Hipólito Yrigoyen como
    líder. Yrigoyen ganó prestigio a partir de 1900 de
    una manera sumamente peculiar. En lugar de presentarse como un
    político callejero que atrae constantemente la atención pública, como había
    hecho antes su tío Leandro Alem, prefiere ocultarse y
    revestir su imagen de
    misterio. En su carrera política se destaca, entre otros,
    un rasgo singular: salvo en una ocasión intrascendente a
    comienzos de la década del ochenta, nunca pronunció
    un discurso en
    público. Su reputación de hombre de pueblo se vio
    fortalecida al fijar su residencia en casas modestas ubicadas en
    barrios populares mientras que los políticos de la
    Argentina Liberal residían en sus estancias o en
    aristocráticos palacetes situados en el barrio Norte de la
    ciudad. Al mismo tiempo su tendencia al aislamiento y la
    reclusión le proporcionaron el correspondiente adjetivo de
    zoológico, si Roca había sido el "zorro", Yrigoyen
    fue bautizado por Diógenes "El mono" Taborda, dibujante
    del diario "Crítica" como el "peludo".

    Manuel Galvez, ha quien hemos citado anteriormente,
    encuentra elementos para establecer un paralelo entre ambos
    dirigentes políticos, así nos dice: "Roca e
    Yrigoyen tiene puntos de contacto: la astucia, el temperamento
    dominador, el silencio y el talento de conocer a los hombres.
    Pero Roca es despótico al estilo clásico, es el
    gobernante para quien el orden constituye lo fundamental.
    Yrigoyen es el espíritu romántico, que no domina
    con un fin sino con exigencia de temperamento. Roca e Yrigoyen
    son silenciosos: silencio de hombre en el campamento, en el
    general, silencio de varón fuerte; silencio de hombre
    interior en Yrigoyen, silencio calculado a veces. Roca conoce a
    los hombres íntegramente en sus aptitudes y en sus
    defectos; Yrigoyen los conoce en sus debilidades y suele
    equivocarse sobre sus virtudes y sus aptitudes. Pero sus
    diferencias son muy grandes. Si Roca es ejecutivo, preciso y hace
    bien las cosas, Yrigoyen es lento, impreciso y muchas cosas
    -aún las buenas- las hace mal".

    El estilo político de Hipólito Yrigoyen
    estaba estructurado sobre la base del contacto personal y la
    negociación cara a cara que le permitieron
    extender su dominio sobre
    la
    organización partidaria y crear una cadena muy eficaz
    de lealtades personales. Esto estaba dosificado con ocasionales y
    providenciales gestos de caridad, como la donación de
    sueldos, que apelaban a los valores
    cristianos de los estratos medios. Aparentemente, su única
    contribución doctrinaria al partido radical fue una serie
    de tortuosos manifiestos, en los cuales los lemas partidarios
    aparecen revestidos de un manto de retórica moralista
    inspirada en el krausismo.

    La constante prédica moralista proporcionó
    a Yrigoyen enorme fama personal entre los sectores medios
    urbanos. Se convirtió en el profeta del partido, y su
    aparente distanciamiento respecto de la lucha política
    cotidiana pasó a simbolizar la aplicación de la
    Unión Cívica Radical al ideal democrático y
    a la creación de una nueva república.

    Hacia el año 1912, Hipólito Yrigoyen se
    había convertido en un hábil dirigente
    político. Poco a poco obligó a los notables a
    introducir una reforma electoral que redujera la posibilidad del
    fraude comicial mediante la amenaza permanente de desatar una
    rebelión popular. Al mismo tiempo amplió su control
    sobre el aparato partidario. Ello su posible porque
    desarrolló una enorme capacidad de persuasión
    personal y condiciones para organizar a las masas.

    El peculiar estilo político de Yrigoyen
    imprimió al radicalismo buena parte de sus connotaciones
    morales y éticas originarias, que le permitieron ganar
    adherentes en una ola de euforia popular. Fue, asimismo, un
    instrumento importante para la articulación de los
    diversos intereses que el radicalismo había llegado a
    representar, un instrumento funcional en lo que respecta al
    objetivo partidario de reducir las fuentes
    potenciales de fricción entre sus sostenedores y obtener
    el máximo de apoyo posible en distintas regiones y
    estamentos sociales.

    En el año 1912, cuando la Unión
    Cívica Radical decide abandonar finalmente la
    política de abstención y sus integrantes comenzaron
    a postularse como candidatos para las elecciones, la
    organización del partido aún no había
    terminado. Es cierto que en la mayoría de las zonas
    urbanas y rurales de la región pampeana, y aún
    fuera de ella, existían caudillos políticos de
    primer y segundo nivel, pero el partido seguía falto de
    coordinación central. Pese al creciente
    prestigio de Hipólito Yrigoyen, tampoco tenia suficientes
    dirigentes que contaran con reconocimiento en todo el
    país. Algunos de los comités provinciales estaban
    todavía bajo control de los rivales de Yrigoyen de la
    época en que el radicalismo era conducido por Leandro N.
    Alem. Aunque se habían establecido comités
    partidarios permanentes, fuera de las grandes ciudades no
    contaban con una organización amplia a nivel local. De
    manera que el rasgo principal del período que va de 1912 a
    1916 fue el desarrollo de la organización
    partidaria.

    En este aspecto, la ventaja de los radicales era la
    vaguedad. Los objetivos
    explícitos de los radicales eran pocos y sencillos; los
    primeros reclamos de un programa de gobierno más detallado
    fueron rechazados como desviaciones del propósito central.
    Puesto que "la Causa" tenia que ganarse el apoyo de toda la
    nación,
    no poda incorporar elementos potencialmente divisores. En esta
    actitud
    estaban también las simientes de una posterior rigidez.
    "La Causa" fue identificada cada vez más con la
    Nación, de modo que discrepar con el radicalismo, el
    abanderado de "la Causa", se hizo equivalente a ser un traidor
    antinacional. Los defensores de la democracia comenzaron a
    desarrollar una enfermiza intolerancia hacia la diversidad.
    Además, el elemento "nacional" de "la Causa" fue
    contrapuesto al "internacionalismo" de las ideologías
    dominantes en el movimiento obrero. Los radicales se
    sentían en gran medida parte de la Argentina
    histórica, con sus raíces entrelazadas con las
    tradiciones de los autonomsitas y, en cierto modo, más
    atrás aún, con los federalistas, aunque eran un
    factor nuevo en la política argentina -sectores sociales
    nuevos, nuevas regiones unidas a un centro en expansión,
    etc.- y como tales, reivindicaban su cuota de
    participación en el poder.

    En síntesis,
    el enfoque moral y heroico que tenía el radicalismo de los
    problemas
    políticos le permitió a la postre presentarse ante
    el electorado como un partido nacional, por encima de toda
    distinción social o geográfica. Todos y cada uno de
    sus opositores se estrellaron contra este obstáculo.
    Había otros partidos populares, como el Socialista o el
    Demócrata Progresista, pero ninguno de ellos pudo
    trascender sus ámbitos de origen en un grado
    significativo. Aquí Yrigoyen demostró su sagacidad
    política: luego de 1912 se las ingenió para
    convertir una confederación de grupos provinciales -como
    había sido el Partido Autonomista Nacional- en una
    organización nacional coordinada. Aunque en el pasado los
    radicales habían subrayado su disgusto por los acuerdos
    que celebraban las distintas facciones de la elite, ahora
    Hipólito Yrigoyen aplicó subrepticiamente esa misma
    técnica en gran escala para ganarse el apoyo de los
    hacendados provinciales y sus seguidores.

    Uno de los rasgos principales del estilo político
    radical, surge en esta época y se proyecta a través
    del tiempo hasta llegar -con las lógicas modificaciones- a
    nuestros días, convirtiéndose en uno de los
    factores primordiales que han mantenido la inserción
    popular del radicalismo a pesar de las escisiones, golpes de
    Estado, proscripciones y represiones sufridas en un casi un siglo
    de actividad política. Nos referimos a su particular
    organización local basada en los "punteros de
    comité".

     

    EL PUNTERO RADICAL: SU IMPORTANCIA SOCIOPOLITICA

     

    Como dijimos el éxito del estilo político
    radical estriba en su organización en el plano local y en
    los amplios contactos con la jerarquía partidaria que le
    ofrecía el electorado. En las grandes ciudades, sobre todo
    en Buenos Aires, surgió un sistema de
    caudillos de barrio que dentro de la teoría
    de los partidos
    políticos reciben la denominación
    norteamericana de "boss". Pero, en la subcultura radical se
    identifican bajo el nombre de "punteros", y en ellos reposa el
    control de la "máquina" partidaria.

    Si bien la Ley Sáenz Peña terminó
    con la compra lisa y llana de votos, los radicales no tardaron en
    establecer un sistema de patronazgo que no era menos útil
    a los fines de conquistar sufragios. A cambio del
    voto los punteros cumplían gran cantidad de
    pequeños servicios para
    sus respectivos vecindarios en la ciudad o la campaña.
    Ligándose a aquellos, la nueva elite dirigente radical
    pudo sortear poco a poco los escollos derivados de su falta de
    contactos con los nuevos electores.

    Aunque los radicales no controlaban las ocupaciones
    urbanas, muchos de los dirigentes de segunda línea
    pertenecientes a los sectores medios podían obviar esta
    dificultad a la influencia y el prestigio que habían
    adquirido en su zona. El puntero, un primitivo militante
    político, dedicado totalmente a la actividad partidaria,
    hacía de ella su medio de vida. Su ámbito de
    influencia comprendía la parroquia y el comité
    barrial constituía su sede ordinaria de actuación.
    Servía de enlace entre el dirigente de mayor
    jerarquía, y la clientela política. Su
    pequeño capital electoral comenzaba en los vínculos
    familiares y amistades para crecer luego con cualidades
    personales en las que primaban la audacia y la guapeza.
    Así se le iban abriendo las puertas de los despachos
    oficiales que permitían la materialización de toda
    suerte de favores o "gauchadas". Conocía los problemas de
    los integrantes de su grupo y trataba de asistirlos como forma de
    retribución a la lealtad política. Por ejemplo a
    través de la vinculación con los propietarios de
    inquilinato y conventillos tenían cierto manejo de la
    distribución de las viviendas; su posición
    relativamente acomodada hacía que estuviera en condiciones
    de ofrecer préstamos a vecinos en apuros; su
    carácter de abogados o médicos les ponía en
    estrecho contacto con distintos grupos pertenecientes al nuevo
    electorado. Además, se sabía que tenían
    buenas relaciones con la policía local, y esto los
    facultaba para dispensar mercedes a todo tipo de pequeñas
    infracciones a la ley. Junto con el cura de la parroquia, el
    caudillo de barrio se convirtió -sobre todo en la ciudad
    de Buenos Aires- en la figura más poderosa del vecindario
    y el eje en torno del cual
    giraba la fuerza
    política del radicalismo.

    No obstante su empaque
    romántico no alcanzaba a ocultar cierta vena maleva. En
    alguna oportunidad, en el Congreso Nacional, algún
    legislador lo definió con estas palabras: "el caudillo es
    un hombre útil a sus convecinos, capaz de molestarse por
    ellos, curioso de sus necesidades, anheloso de satisfacerlas,
    progresista dentro de la circunscripción, celoso de ella,
    gran amigo del cura, del juez de paz, del boticario, del
    periodista y del maestro de escuela, director
    de todos los festejos patrios, con grandes simpatías entre
    los extranjeros, generoso, servicial, activo, desprendido, que el
    lunes solicita la libertad del
    pobre trabajador que se embriagó el domingo, que a
    éste le pagó la multa cuyo perdón no obtuvo;
    que al otro le procura empleo, que
    llama a todos sus hijos y como tales los trata. Que no se cansa
    de pedir para su circunscripción y que lo pide todo: el
    telégrafo, el ferrocarril, el tranvía, la luz
    eléctrica, el pavimento, las últimas novedades y
    hasta la banda de música".

    Sí bien el fenómeno del "puntero de
    comité" no ha sido debidamente estudiado hasta el momento,
    algunos tratadistas han reparado en él. Entre los que
    así lo han hecho se destaca Torcuato S. Di Tella , y si
    bien analiza el fenómeno tal cual se desarrolla con
    posterioridad a 1930, nos parece útil permitirnos
    reproducir su caracterización del mismo.

    Dice el citado autor: "Una de las formas de vida en la
    ciudad, es la que corresponde a los barrios más pobres y
    deteriorados que en general constituyen la primera etapa de
    instalación de los inmigrantes y donde se generaba una
    estructura de caudillismo
    representada por nombres como el de Barceló".

    "Los habitantes de estas zonas guardan muchos resabios
    rurales, pero la organización familiar comienza a cambiar.
    La familia ya
    reduce su número y se desconecta de parientes que la rodea
    en su medio rural. Ante el medio más anónimo, se
    pierde bastante el control social ejercido por el padre. Empiezan
    a desarrollarse las típicas barras de muchachos que
    caracterizan sobre todo la vida de recreación
    de estas zonas. Cada barra forma un grupo con bastante
    permanencia, y rota alrededor de un líder informal que
    ejerce gran influencia sobre sus compañeros. Los miembros
    de la barra ocupan cada uno una posición bastante fija en
    su jerarquía de prestigio dentro de ella, que no por ser
    informal es menos reconocida implícitamente por todos sus
    integrantes. Muchas de las actividades de la barra pueden
    intepretarse como tendientes a mantener y robustecer esa
    jerarquía social interna, o cambiarla levemente en algunos
    casos, por lo general acompañados de gran
    tensión".

    "La posición del líder o jefe informal de
    una barra de muchachos de este tipo demanda más
    flexibilidad que la posición de miembro seguidor. El
    líder diferencia su comportamiento
    notablemente según se halle con todo el grupo reunido a su
    alrededor, o esté solo con un miembro de bajo prestigio.
    Además, sabe reaccionar en forma adecuada ante situaciones
    nuevas, inesperadas. Y, lo que es esencial, posee más
    movilidad geográfica y más contactos con otros
    grupos e individuos de igual o superior status. El líder
    pues, provee de contactos a su grupo debido a su posibilidad y
    habilidad de moverse en medios sociales distintos. Claro que
    él, a su vez, puede desempeñar papeles subalternos
    o subordinados en éstos u otros medios sociales, lo cual
    exige estar continuamente cambiando de tipo de
    comportamiento".

    "La cohesión interna, la unidad que existe entre
    los miembros de la barra, es definida por sus miembros en
    términos de amistad, de
    lealtad o de traición. Pero al analizarla más a
    fondo se advierte que se basa en un sistema de obligaciones y
    de intereses mutuos. Los subordinados siguen al jefe de la barra
    porque saben que a través de él consiguen a veces
    dinero, a
    veces empleos, a veces salir de la cárcel, a veces mera
    diversión. El jefe de la barra debe a su vez, servir
    eficientemente a sus miembros para evitar que se le vayan, y
    porque sabe que el apoyo de éstos le permite prometer
    votos, clientes, apoyo
    físico o asistencia a asambleas o mítines. Claro
    que este sistema de obligaciones e intereses mutuos es demasiado
    descarnado para que los individuos participantes lo acepten como
    tal, y por esto lo adornan, sin quizá proponérselo,
    con un ropaje más atractivo: amistad, lealtad,
    afección, camaradería, solidaridad o
    prestigio".

    Finalmente consigna Di Tella: "Los caudillos de
    comité tienen una posición central con
    vinculaciones en los muchachos de las barras, a través de
    sus jefes, y con los negociantes ilegales, que los financian en
    buena parte. A través del caudillo se distribuyen puestos
    políticos, y se consigue salir de la cárcel a sacar
    una multa de encima. El caudillo emplea a determinados agentes
    que le permiten tener marcados y conocer las actividades de la
    gente de barrio. Además las barras de muchachos lo ayudan
    si es que él les ha hecho algún favor, o si lo
    esperan de él. El jefe de la barra puede así ir
    subiendo de posición y formar parte de los funcionarios y
    actividades del comité y terminar obteniendo un buen
    puesto. En este caso, ya su distancia social de los demás
    muchachos de la barra aumenta mucho, y debe tratar
    preferentemente no con ellos sino con uno que le suceda. Pero con
    aparecer cada tanto entre los muchachos e invitarlos al bar, o
    sacar a uno de algún lío, la lealtad que todos le
    profesan queda incólume. Si tiene éxito, él
    puede llegar a ser legislador o tener un buen empleo
    público…"

    Así descripto el fenómeno del "puntero",
    retomemos el análisis del aparato partidario con que el
    radicalismo va a obtener su primer acceso a la presidencia. Como
    expresáramos, el mismo reposaba en los comités
    organizados según líneas geográficas y
    jerárquicas en diferentes lugares del país.
    Así había un comité nacional, comités
    provinciales, comités de distrito y comités de
    barrio; en períodos de elecciones se añadían
    una serie de subcomités que atendían zonas menores
    dentro de cada distrito. Una de las cosas de las que más
    se jactaban los radicales era que sus representantes oficiales
    habían sido elegidos mediante el sufragio de los afiliados
    al partido, con lo cual se evitaban las tradicionales
    prácticas elitistas de reclutamiento por cooptación
    o por status adscripto. Sin embargo, al menos hasta 1916, la
    pauta más corriente era que el comité nacional y
    los provinciales estuviesen dominados por los grandes
    propietarios rurales, y los comités locales, por los
    estratos medios; en los primeros, el reclutamiento se
    hacía casi siempre por cooptación, pero en los
    comités locales se celebraban elecciones todos los
    años, de los cuales surgían el presidente del
    comité -en la práctica el "puntero"- y gran
    número de funcionarios ligados a él. En cada uno de
    los comités de la ciudad de Buenos Aires se elegían
    anualmente hasta 108 personas; con frecuencia éstas
    permanecían en sus puestos varios años seguidos,
    salvo que hubiera más de un caudillo aspirando al control
    partidario, en cuyo caso se producían a menudo violentas
    luchas de facciones.

    Los punteros explotaban la gran popularidad de los
    comités para retribuir a sus adictos con cargos
    fundamentalmente simbólicos, que podían ser
    utilizados para ampliar el número de adherentes. Asimismo,
    el sistema permitía a los radicales extender sus
    actividades y conexiones a una vasta gama de grupos de cada
    vecindario, dotando así al aparato partidario de gran
    penetración y flexibilidad, e incrementando su capacidad
    operativa como mecanismo procesador de las
    exigencias particulares que presentaba el electorado. En el
    año 1916, la organización partidaria se
    había convertido en un eficaz sustituto de un inexistente
    programa político bien definido, y, una vez más, en
    un dispositivo conveniente para superar entre grupos escindidos
    de la elite y los provenientes de los estratos medios, y entre
    distintos sectores del electorado.

    La actividad del comité alcanzaba un punto
    culminante en época de elecciones. Amén de las
    tradicionales reuniones callejeras, la fijación de
    carteles en las paredes y la distribución de panfletos, el
    comité se convertía en centro de
    distribución de dádivas electorales. En 1915 y
    1916, los comités de la ciudad de Buenos Aires,
    organizaron actividades recreacionales para niños y
    conciertos musicales, repartieron regalos de navidad y
    contribuyeron a las celebraciones del carnaval. Muchos de ellos
    también fundaron consultorios de asistencia médica
    o jurídica y bibliotecas,
    sosteniendo sobre la base del trabajo y
    aporte financiero de los miembros activos del
    comité. Asimismo, suministraban alimentos baratos
    – "pan radical" y "carne radical" como se dio en
    llamarlos-

    Estas actividades evidenciaban algunas de las
    características salientes que había adquirido el
    partido luego de 1912. En el año 1891, se había
    iniciado como un retoño, en buena medida, de las facciones
    dentro de la elite tradicional; desde 1905 había penetrado
    en los estratos medios urbanos y rurales; luego de 1912 se
    convirtió en un vasto partido popular que abarcaba muchas
    regiones del país. Pero lo cierto es que estaba en gran
    parte dominado por los propietarios de la tierra,
    conservando así su carácter inicial de la
    década del noventa: era un movimiento de masas manejado
    por grupos de alta posición social más que un
    movimiento de origen popular que operara impulsado por las
    presiones de las bases.

    Estos elementos notorios de manejos y
    manipulación desde arriba también eran evidentes en
    el carácter amorfo de la ideología radical, la cual
    estaba modulada de modo de inspirar en los grupos urbanos la
    adhesión a una redistribución mínima de la
    riqueza, exigía una diferente estructura institucional, la
    canalización de los favores oficiales en dirección a los sectores medios urbanos,
    mayor sensibilidad por las inquietudes de los consumidores, pero
    preservando el sistema social que había surgido de la
    economía
    primario exportadora. Su concepción de la sociedad era una
    amalgama ecléctica de ideas liberales y pluralistas.
    Atacaba a la elite con argumentos liberales, porque, como
    Hipólito Yrigoyen, ella le había impedido a la
    nación respirar en la plenitud de su ser. Pero
    también veía en la comunidad un
    organismo casi biológico, conformado por partes
    funcionales interactuantes y obligaciones reciprocas. Así
    aunque los radicales proclamaban el precepto liberal de la
    competencia
    individual, había en sus posiciones algo de las
    tradicionales actitudes
    conservadoras de jerarquía y armonía
    social.

    Esto se destaca mejor si se hace un examen más
    detenido de las técnicas
    de politización del partido. Como ilustran las actividades
    de los comités, los radicales se apoyaban mucho en medidas
    paternalistas, cuya principal ventaja era que podía
    empleárselas para quebrar los lazos de los grupos de
    intereses generadores de divisiones, atomizando al electorado e
    individualizando al votante. Reflejaban también el tenue
    vínculo existente entre los grupos más politizados
    -la elite y los estratos medios- y las oportunidades de empleo
    productivo en las ciudades. En muchos aspectos, el paternalismo
    era simplemente el medio de hacer extensivas a las masas las
    técnicas tradicionales de patronazgo. Otra de sus ventajas
    era que permitía maximizar los contactos entre el partido
    y los electores, favoreciendo un reparto de los beneficios, a la
    vez que minimizaban el contenido real de las concesiones que se
    hacían.

    El radicalismo se propuso lograr esa moderada
    intervención del Estado que corrige los rigores del
    "laissez faire" económico para los sectores menos
    favorecidos de la sociedad, moderada intervención que
    generalmente recibe la denominación de
    "paternalismo".

    Estos eran los principios rectores del estilo
    político radical. Ellos permitieron el mantenimiento
    de una estructura jerárquica autoritaria en el partido,
    que constituía una réplica del equilibrio
    preexistente de poder y de las estructuras de
    status de la sociedad argentina, posibilitando la coexistencia de
    grupos cuyos intereses eran a veces antagónicos. A la par
    que ofrecían diversas oportunidades a los estratos medios
    urbanos preservaban la hegemonía de la elite. Esto resulta
    comprensible si observamos que hasta el año 1924 el
    radicalismo fue controlado en gran medida por una elite muy
    flexible de grandes hacendados. En la década de 1890 el
    radicalismo revivió una pauta muy conocida durante el
    siglo XIX: el pasaje de poder y del control directo del Estado de
    uno a otro subsector de la elite. Su aparición fue parte
    de la reacción precipitada por la depresión de 1890
    que suscitaba el hecho de que los beneficios y subsidios
    oficiales fueran en ocasiones prerrogativas de ciertos
    círculos internos de la elite dirigente. Muchas de las
    abortadas revueltas radicales anteriores al año 1912
    fueron el epílogo de una tradición de luchas
    civiles mediante las cuales las disputas de esta índole se
    resolvieron, a lo largo de todo el siglo XIX, dentro de la elite
    tradicional.

    La fuerza del radicalismo luego de 1905 derivó de
    su habilidad para movilizar el apoyo popular adecuándose a
    una amplia variedad de grupos en distintas regiones. Si con tal
    propósito no lograba atraerse a un grupo determinado, se
    volvía hacia los opositores de aquel. A ello se debe que
    disimulara sus llamamientos tras un velo de metáforas.
    Hasta fines de la década del veinte, la heterogeneidad de
    su base impidió incluso que desarrollara un programa
    partidario. Los radicales recurrieron a una ideología
    metafísica y al prestigio de Hipólito Yrigoyen como
    mecanismos conciliadores que crearon lazos artificiales entre sus
    adictos.

    EL USO DEL PATRONAZGO OFICIAL EN EL ESTILO RADICAL

     

    Hacia el año 1916, el radicalismo se había
    convertido en un movimiento de base amplia; poco después
    comenzó la transición que, a la postre,
    concedería un rol dominante a los grupos pertenecientes a
    los estratos medios por oposición a los dirigentes
    provenientes de la elite. El meollo de la cuestión
    residía en el triunfo electoral. La batalla continua en
    este sentido llevó al rápido aumento de los
    comités locales y de sus líderes provenientes de
    otros estratos. Cuanto más se expandían las
    atribuciones de los comités, más terreno
    perdían los antiguos dirigentes partidarios y más
    desconfiaba del Gobierno la elite tradicional. En la ciudad de
    Buenos Aires, en particular, los intentos de los radicales de
    obtener el firme apoyo de distintos sectores urbanos comenzaron a
    chocar con los intereses de la elite.

    El estilo político radical imperó durante
    tres períodos presidenciales consecutivos. En el primero,
    entre 1916 y 1922, ejerció la presidencia Hipólito
    Yrigoyen. En el segundo, entre 1922 y 1928, el presidente radical
    fue el doctor Marcelo Torcuato de Alvear. Hipólito
    Yrigoyen fue nuevamente elegido para el último
    período, iniciado en 1928 y terminaron abruptamente en
    1930 por una intervención militar.

    En la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen,
    la más importante esfera de conflictos
    fueron los manejos del Gobierno con el movimiento obrero a los
    efectos de ganar su apoyo electoral y minar la posición
    del Partido Socialista, para lo cual el presidente tendió
    a favorecer la posición negociadora de los sindicatos
    durante las huelgas. Esta estrategia
    logró cierto éxito en las huelgas marítimas
    de 1916 y 1917, pero fracasó al aplicarse en las huelgas
    ferroviarias de 1917 y 1918. Cuando estas últimas pusieron
    en peligro los intereses de los exportadores y de las empresas
    extranjeras, los grupos nacionales y foráneos se unieron
    para enfrentar la política oficial; así surgieron
    la Asociación del Trabajo, en 1918, y la Liga
    Patriótica en 1919. Presionado por estas organizaciones y
    por los estallidos de violencia el
    gobierno radical debió alterar su rumbo.

    Luego de su fracaso con los sindicatos y en un esfuerzo
    por contener su pérdida de apoyo popular y el prestigio
    que ganaban grupos rivales como la Liga Patriótica, el
    gobierno radical apeló más concretamente en 1919 a
    sus vínculos con los estratos medios, presagiando el
    advenimiento de la política de patronazgo y la creciente
    importancia de los aparatos partidarios en la década del
    veinte. A partir de entonces creció rápidamente la
    influencia de los grupos provenientes de los estratos medios en
    el radicalismo, y la posición de Hipólito Yrigoyen
    llegó a depender de conservar la adhesión de estos
    aparatos. Este fue el origen del problema político central
    de esa década: la magnitud y distribución del
    presupuesto
    oficial.

    La estructura
    social de la Argentina urbana determinó la importancia
    política del sistema de patronazgo oficial y el estilo de
    la actividad local de la radicales, con su énfasis en los
    vínculos zonales y su fuerte favoritismo por el sector
    terciario. Influencias análogas eran notorias en el tipo
    de prebendas con que traficaban los comités y los punteros
    para reclutar adeptos. Uno de los motivos de que la Ley
    Sáenz Peña fuera tan frugal en su concesión
    del sufragio fue que la elite tradicional tenia escaso control de
    las ocupaciones urbanas, fuera de las que pertenecían al
    Estado. Como el sistema no daba lugar, en general, a los
    empresarios privados, lo más que podan brindar los
    punteros eran puestos en la administración
    pública y pequeñas obras de caridad.
    Resultó difícil expandir el sistema a fin de
    convertirlo en un vehículo para la asimilación
    política de los inmigrantes; fuera de subsidios lisos y
    llanos, sólo era capaz de gestos paternalistas bastante
    superficiales -los centros de atención médica y
    asesoramiento jurídico gratuito- y los famosos repartos de
    vino y empanadas en las noches anteriores a las elecciones. No
    estaba en condiciones, por ejemplo de conseguir trabajo en el
    comercio o la
    industria para
    los inmigrantes. Como resultado, solo los estratos medios
    dependientes del patronazgo oficial tuvieron un papel destacado
    en el sistema político.

    En lo económico, el radicalismo defendió
    el principio de la intervención del Estado para regular
    los desajustes que se producían como resultado de la
    vigencia de las leyes del mercado mientras
    que en el plano externo se adoptó una posición
    proteccionista. Fue notorio sin embargo, que durante los
    gobiernos radicales no se implementó un nuevo proyecto
    nacional sobre la base de un sistema orgánico de ideas
    para reemplazar el agotado proyecto de los notables. En lo
    político, el radicalismo defendió fervientemente
    las libertades públicas, particularmente durante la
    época de Alvear, pero pareció al mismo tiempo
    conformarse con la ampliación del sistema
    político.

    El primer gobierno radical tomó medidas para
    modificar la redistribución del ingreso, pero no
    intentó practicar reformas de carácter estructural
    para modificar la base económica de una sociedad en la
    cual la elite tradicional constituía el sector de la
    sociedad civil mejor representado en la sociedad política.
    El esfuerzo de los radicales se orientó hacia el logro de
    la consolidación de la economía agroexportadora en
    la medida en que el partido no podía evitar que los grupos
    vinculados al agro y a las exportaciones se
    beneficiaron con el auge económico que se produjo con la
    Primera Guerra
    Mundial. Para no alienar a los estratos medios que lo
    habían apoyado, el radicalismo recurrió al
    patronazgo oficial e incrementó el número de
    puestos burocráticos para consolidar un esquema de poder
    en que el punterismo y el clientelismo jugaron un papel
    esencial.

    El poder de los sectores que controlaban la
    economía no fue afectado durante los gobiernos radicales
    precisamente porque existía una estrecha relación
    entre el partido y el sector agrario. Cinco de los ocho ministros
    que componían el gabinete de Hipólito Yrigoyen eran
    ganaderos de la provincia de Buenos Aires o estaban relacionados
    con el sector exportador, y por ese motivo el radicalismo no
    podía propugnar las reformas profundas que el país
    necesitaba para que la ampliación del sistema
    político no se realizara en el vacío. Por otra
    parte, esta presencia dentro del partido de representantes de la
    elite tradicional hizo que los gobiernos radicales no pudieron
    modificar el carácter del Estado y que carecían de
    libertad de movimientos en lo que se refiere a la toma de
    decisiones de tipo político.

    En 1922, la popularidad de Yrigoyen era cuando menos,
    mayor que cuando fuera elegido presidente. La Constitución
    estipulaba que no podía ser reelegido, y nadie
    pensó nunca que Yrigoyen violaría la legalidad
    constitucional. "Del gobierno a casa" era su lema y se atuvo a
    él mientras su partido, con su beneplácito -desde
    1921 era un secreto a voces dentro del radicalismo que: "El Viejo
    apoya a Alvear…"- eligió al aristocrático,
    temperamental, inteligente y a veces trivial embajador en
    París: Marcelo Torcuato de Alvear.

    En las elecciones de abril de 1922 los radicales
    triunfaron en doce distritos, obteniendo 458.457 sufragios en
    tanto que los conservadores de la Concentración Nacional
    apenas superaron los 200.000 votos. Todos los otros partidos,
    reunidos, sumaron 364.932 sufragios. La fórmula de la
    U.C.R., Alvear – Elpidio González obtuvo más de
    cien mil votos sobre la cifra de 1916.

    Probablemente era la de Alvear una de las pocas familias
    argentinas que podía jactarse de una real aristocracia. Su
    abuelo Carlos de Alvear, era un guerrero de la Indepenedencia,
    Director Supremo, héroe de la guerra con el
    Brasil que
    terminó sus días como diplomático argentino
    en los Estados Unidos de
    Norteamérica. Su padre Torcuato había sido el
    primer intendente de la ciudad de Buenos Aires después de
    su federalización en 1880. Un político roquista de
    ideas progresistas que contribuyó a darle a la "Gran
    Aldea" un aspecto de metrópoli europea. Alvear fue parte
    de la juventud dorada universitaria para la cual todo estaba
    permitido incluso el ser fundador de la Unión
    Cívica de la Juventud. Desde el inicio de su vida
    pública se vinculó a Hipólito Yrigoyen.
    Recibido de abogado en 1891, en la división de la
    Unión Cívica había permanecido con Leandro
    Alen. En el levantamiento radical de 1893 en la provincia de
    Buenos Aires dirigió el acantonamiento del Temperley, y
    hasta ocupó una cartera ministerial en el gobierno
    revolucionario. Durante el conflicto de
    las "paralelas", en 1897, entre intransigentes hipolistas y
    concurrencistas bernardistas, se mantuvo al lado de
    Hipólito en la abstención y como presidente del
    comité provincial encabezó su disolución,
    quebrando toda posibilidad de concurrencia junto al mitrismo para
    enfrentar a Roca. Durante el duelo entre Hipólito Yrigoyen
    y Lisandro de la Torre ofició de padrino del líder
    radical.

    La vida de Alvear fue una mezcla de compromiso y
    aventura, de trivialidades y periodos de lúcida
    inteligencia, de militancia comiteril y conspirativa y de tomas
    de distancia para no quedar atrapado por el pueblo y el
    comité.

    Alvear no era un principista, sino más bien un
    realista que percibía la política como una mezcla
    de pragmatismo y
    compromiso. No era, pues, un intransigente, porque la vida
    política era para él la prolongación de su
    manera de ser y de ver la vida social. Carecía incluso de
    la constancia en el sacrificio que caracterizó a Yrigoyen.
    Era un hombre del patriciado actuando en un partido popular, pero
    guardando identidad del
    estilo con la elite tradicional y con abierta comunicación con la elite.

    El nuevo mandatario radical integró su gabinete
    con amigos personales, algunos de ellos sus compañeros de
    su época de estudiante universitario, militaban en el
    sector radical que se oponía a Hipólito Yrigoyen.
    El vicepresidente Elpidio González, un incondicional del
    caudillo radical, fue prolijamente marginado de toda
    intervención activa en el gobierno.

    Los primeros años de la presidencia de Marcelo T.
    de Alvear constituyeron una excepción importante a la
    tendencia radical a agotarse en reivindicaciones políticas
    formales en el marco de una política distribucionista.
    Alvear ha sido frecuentemente acusado de no haber sabido infundir
    al radicalismo una clara orientación
    antioligárquica, antiimperialista y emancipadora. Esta
    tesis, sin
    embargo, tiende a pasar por alto el hecho de que Alvear
    intentó, al menos durante el comienzo de su presidencia,
    introducir modificaciones de fondo la política del primer
    gobierno radical en lo que se refiere al apoyo estatal que
    brindara a la industrialización por vía de la
    sustitución de importaciones.
    Entre las medidas tomadas por Alvear para proteger la industria
    nacional se pueden contar el aumento del sesenta por ciento de
    los aforos aduaneros a la importación de manufacturas producidas en
    el país. Es indudable que las medidas tomadas por Alvear
    fueron coyunturales y no respondieron a una estrategia de
    desarrollo concertada, pero en todo caso es posible afirmar que
    el segundo presidente radical fue el representante de una
    línea partidaria dispuesta a superar la mera voluntad
    transformadora de Yrigoyen a partir de una eficiencia
    programática que hiciera posible la concreción de
    los objetivos éticos que este estilo político
    perseguía.

    El objetivo de Marcelo T. de Alvear era lograr un grado
    de industrialización doméstica para resolver el
    problema de la balanza de pagos deficitaria mientras que al mismo
    tiempo el proceso de crecimiento abriría nuevos espacios
    que facilitaría el ascenso social de los estratos medios.
    Al poco tiempo Alvear abandonó sin embargo su
    política proteccionista para alinearse con quienes
    sostenían la teoría de las ventajas comparativas,
    pero su posición original constituyó una
    posibilidad cierta, aunque efímera, de que el estilo
    radical completara en el terreno de la sociedad civil la
    transformación que había iniciado en el plano
    jurídico formal del sistema político ya que la
    industrialización del país hubiera contribuido a
    consolidar la democratización iniciada en el año
    1912.

    El estilo radical reconoció, en el intento de
    Alvear, el carácter dependiente de la economía
    argentina, criticó implícitamente la
    utilización del patronazgo oficial para fomentar la
    expansión indefinida de la burocracia y
    comenzó sugerir que la crisis argentina podía ser
    superada con la expansión del sector industrial inducida
    por el Estado. Este muy incipiente movimiento hacia una nueva
    forma de nacionalismo
    económico incluyó posteriormente la
    nacionalización del petróleo y el intento de importación
    de la parte que Argentina no pudiera producir de la Unión
    Soviética para romper con la dependencia de los Estados
    Unidos y de Gran Bretaña en el plano de la energía.
    Para los radicales la industrialización significaba la
    posibilidad de ofrecer nuevas perspectivas a los estratos medios
    sin amenazar gravemente los intereses de la elite
    tradicional.

    El radicalismo había llegado al gobierno como una
    alianza entre un sector progresista de la elite y los estratos
    medios de origen inmigratorio. Hipólito Yrigoyen
    articuló esta alianza. Durante su primera presidencia
    Yrigoyen aplicó políticas que claramente
    favorecían a los estratos medios. Algunas de estas
    políticas –en especial el aumento desmedido del
    empleo público y la Reforma Universitaria- unidas al
    desorden administrativo, las actitudes populistas y la
    obsecuencia de su entorno, desencantaron a aquellos de sus
    seguidores que provenían de la elite. La candidatura de
    Alvear evito el cisma por un tiempo pero, en 1924, la disindencia
    terminó por manifestarse públicamente cuando los
    descontentos creían contar con el apoyo de
    Alvear.

    En agosto de 1924 se organiza la Unión
    Cívica Radical Antipersonalista la formaron los senadores
    nacionales Leopoldo Melo, Vicente Gallo, Martí
    M. Torino, el ex ministro del Interior Gómez, el ex
    gobernador de Buenos Aires Crotto, de Santa Fe Lehman y Mosca, de
    Salta Castellanos, de San Juan Cantoni, de Entre Ríos
    Lurencena, al igual que otras personalidades como Mario Guido,
    Amado, Roberto M. Ortiz, Matienzo, Numa Soto y los
    Lencínas. Sus principales baluartes eran Entre
    Ríos, Santa Fe, Mendoza y San Juan, otras situaciones
    provinciales le son adictas, como el caso de Santiago del Estero,
    Tucumáan fluctúa pero se acerca al
    oficialismo.

    En 1927 comenzó la contienda electoral. El
    radicalismo antipersonalista tomó la delantera.
    Constituyó una alianza con sectores conservadores
    denominados "Frente Unico Radical" proclamando la fórmula
    Leopoldo Melo y Vicente Gallo. Los yrigoyenistas no definieron su
    fórmula hasta el 24 de marzo de 1928, en una
    convención realizada en el Teatro de la
    Opera, se proclama la fórmula Hipólito Yirigoyen
    – Francisco Beiro. El viejo caudillo aceptó la
    nominación diciendo: "Ante la eminente y solemne
    expectativa del pueblo argentino, que repercute en todos los
    ámbitos de su territorio con las más intensas
    vibraciones cívicas, y bien compenetrado de que ellos
    condensan en suprema unción todas las idealidades del
    presente, esperanzas del futuro e infinitas irradiaciones de los
    destinos de nuestra nacionalidad,
    no puedo menos que inclinarme reverente a tan honrosísima
    designación, que me hace intérprete de los
    más fervorosos y sagrados anhelos
    patrióticos".

    El panorama electoral se completó con las
    fórmulas del Partido Socialista: Mario Bravo –
    Nicolás Repetto, Partido Comunista: Rodolfo Ghioldi
    – Miguel Contreras; Partido Comunista de la
    República Argentina: José F. Penelón –
    Florindo A. Moretti.

    El radicalismo yrigoyenista triunfó en los 14
    distritos donde se presentó, salvo en san Juan, donde se
    impuso el bloquismo integrante del Frente Unico
    Radical.

    El 12 de junio de 1928 se reúnen los colegios
    electorales y proceden a la elección, que consagra para el
    primer término presidencial a Hipólito Yrigoyen y
    para el segundo término a Francisco Beiró, pero su
    muerte, producida al poco tiempo, determinó que el
    gobernador electo por Córdoba, Enrique Martinez se
    convierte en vicepresidente.

    Una vez reinstalado en el gobierno, en 1928,
    Hipólito Yrigoyen, gozando de un amplio apoyo popular -El
    viejo caudillo obtuvo 840.000 votos mientras que todas las
    fórmulas opositoras reunidas totalizaban 446.000 votos-,
    volvió sin embargo a recurrir al patronazgo oficial y
    consolidó las viejas formas de inserción de la
    Argentina en el orden económico internacional como
    país agroexportador. Pero el tiempo había pasado en
    vano, Yrigoyen tenía 75 años y su salud no pasaba por su mejor
    momento. Había nacido en tiempos de Rosas y alcanzado
    su madurez tanto biológica como política antes de
    la Belle Epoque, nunca había viajado a Europa y
    sentía un profundo rechazo por todo lo que fuera innovación, por ejemplo se negaba
    sistemáticamente a emplear el teléfono o a escribir cartas a sus
    colaboradores.

    Sin embargo la calma duraría poco. El 29 de
    octubre de 1929, el hundimiento de la Bolsa de Nueva York
    provocó el colapso de la economía capitalista
    mundial, que parecía atrapada en un círculo vicioso
    donde cada descenso de los índices económicos
    (exceptuando el del desempleo, que
    alcanzó cifras astronómicas) reforzaba la baja de
    todos los demás. Tal como señala Hobsbawn la
    dramática recesión de la economía industrial
    Norteamericana no tardó en golpear al resto del mundo. Se
    produjo una crisis en la producción de artículos de primera
    necesidad, tanto alimentos como materias primas, dado que sus
    precios, que
    ya no se protegían acumulando existencias como antes,
    iniciaron una caída
    libre. Los precios del té y del trigo cayeron en dos
    tercios y el de la seda en bruto en tres cuartos. Eso supuso el
    hundimiento –por mencionar tan sólo los
    países enumerados por la Sociedad de las Naciones en 1931-
    de Argentina, Australia, Bolivia,
    Brasil, Canadá, Colombia,
    Cuba, Chile,
    Egipto,
    Ecuador,
    Finlandia, Hungría, India, las
    Indias Holandesas (la actual Indonesia), Malasia, México,
    Nueva Zelanda, Países Bajos, Paraguay,
    Perú, Uruguay y
    Venezuela,
    cuyo comercio exterior
    dependía de unos pocos productos
    primarios.

    Los efectos de la Gran Depresión sobre la
    política y la opinión
    pública fueron inmediatos, especialmente en América
    Latina donde doce países conocieron un cambio de gobierno
    o de régimen entre 1930 y 1931, diez de ellos a
    través de un golpe de Estado militar.

     

    Ante las dificultades cada vez mayores que enfrentaba la
    Argentina como resultado de la caída estrepitosa de los
    precios de los productos agropecuarios en los mercados
    internacionales, el Gobierno abandonó la convertibilidad
    del peso -el cual automáticamente fue devaluado en veinte
    por ciento- para conseguir de esta manera una reducción de
    las importaciones y una mayor competitividad
    de los productos argentinos en los mercados mundiales.

    Estas medidas provocaron un aumento de los precios de
    los artículos importados que consumía el
    país, incentivaron el proceso inflacionario y no
    resolvieron el problema del déficit de la balanza
    comercial. A partir de ese momento comenzó a aumentar
    el desempleo y se produjo una profunda crisis fiscal porque
    el Estado ya no tenía capacidad para contrarrestar las
    tensiones sociales a través del uso del patronazgo
    oficial. De allí en más se inició un proceso
    de descomposición del poder público y la
    consiguiente pérdida por parte del radicalismo del apoyo
    popular con que contaba hasta ese momento.

    Por ese entonces, el embajador norteamericano Bliss
    traza un dramáticvo panorama de la situación del
    gobierno radical: "Los antagonismos políticos y personales
    dentro del gabinete adquieren un carácter tal que permiten
    expresiones y opiniones, en conversaciones privadas, que se
    asemejan en mucho a la traición. El Presidente no
    confía en nadie y con su desfalleciente capacidad mental y
    la fuerza de la inercia que pueden, algunas veces, apreciarse en
    los ancianos, persiste, tozudamente, en el atascamiento de toda
    acción
    útil, manteniendo, de ese modo, un equilibrio que se
    asemeja al de un sonámbulo en una cuerda floja, que se da
    cuenta que caéra si se detiene en su marcha".

    El estilo radical había democratizado la
    sociedad, pero la falta de una base ideológica clara y de
    un programa para la transformación de la sociedad
    argentina lo redujo en una mística sin contenidos
    prácticos sobre la cual recayeron una infinidad de cargos.
    Se acuso al Gobierno de fomentar la ineficiencia, la
    irresponsabilidad y el excesivo gasto
    público. Se hablaba también de la edad de
    Hipólito Yrigoyen, de la degradación de las
    costumbres y de los oscuros punteros de comité que
    tenían en sus manos los destinos del país
    patricio.

    El golpe militar del 6 de setiembre de 1930 se produjo
    en momentos en que el Gobierno de Hipólito Yrigoyen se
    aprestaba a sancionar la ley del petróleo
    que aseguraría el control del Estado sobre los recursos
    naturales. Reducir, sin embargo, la caída de Yrigoyen
    a un sólo factor sería desconocer otras importantes
    posibles causas. Lo cierto es que las minorías desplazadas
    temporariamente del Gobierno en 1916 no tardaron en recomponer su
    presencia política, particularmente ante la existencia de
    una variedad de factores coadyuvantes que dificultaron la
    acción del radicalismo.

    El estilo político imperante sólo pudo
    comenzar a trascender la estrecha estructura del patronazgo
    oficial utilizado por los radicales cuando creció el
    sector industrial. Aunque el proceso de industrialización
    aún estaba inconcluso, el rápido crecimiento de una
    economía industrial ser sería uno de los rasgos
    más notorios del período posterior a 1930. El
    populismo
    burocrático del yrigoyenismo fue poco a poco dejando lugar
    a un nuevo estilo político, que inicialmente
    pareció encarar la defensa de los intereses globales
    específicos, pero pronto cayó en un nuevo sistema
    de conducción personal. De todos modos, el antiguo sistema
    no ha desaparecido del todo y el patronazgo sigue siendo un
    elemento importante en la política argentina y en la
    perduración del propio radicalismo.

    Teniendo en cuenta el carácter general y los
    objetivos del radicalismo, puede decirse que no se diferenciaba
    de otros movimientos populistas – liberales de América
    Latina en ese período histórico. El partido
    perseguía como meta perpetuarse en el poder con el fin de
    alcanzar un sistema estable, mediante el cual pudiera conceder
    beneficios simultáneamente a diversos grupos
    sociales. Su razón de ser giraba en torno de problemas
    distributivos más que en torno de la reforma o el cambio
    social. Pese a que pretendía mejorar la situación
    de los sectores populares, la Unión Cívica Radical
    no era un partido que impulsase la reforma social.

    El partido se proponía perdurar en el gobierno
    para satisfacer los intereses de su clientela política y
    consolidar el funcionamiento de instituciones
    democráticas. Su razón de ser giraba en torno de la
    ampliación de la participación política y de una
    distribución más equitativa de la prosperidad
    generada por la etapa postrera de la vigencia del modelo
    agroexportador. Cualquier propuesta seria de reforma o cambio
    social era ajeno a sus intenciones.

    Aunque la casi totalidad de los historiadores afines al
    radicalismo han insistido en afirmar erróneamente que
    Hipólito Yrigoyen fue el primer presidente elegido por el
    "voto universal", lo cierto es que el radicalismo llegó al
    poder de la mano de una escasa proporción de la
    población. Según José Bianco en su libro
    "Vida de las instituciones políticas", de 1928, "en 1916
    el porcentaje de votantes en la elección presidencial, en
    relación con la población total de la Nación
    fue del 9,679%; pasando en 1922, al 10,239%, hasta llegar en 1928
    a un 14,418%".

    En otras palabras la llegada del radicalismo al gobierno
    significó una importante ampliación de la
    participación política con la incorporación
    de los estratos medios al proceso político. No obstante,
    la participación política distaba mucho de ser
    "plena o masiva", en especial porque las mujeres y los
    extranjeros –que en ese entonces constituían un
    porcentaje muy importante de la población argentina-
    estaban totalmente marginados de la actividad política y
    sin derechos
    electorales. Esta situación se modificará
    recién en 1951 cuando, en tiempos de hegemonía del
    estilo peronista, se reconozcan los plenos derechos
    políticos de la
    mujer.

    Al mismo tiempor, sus lazos con los consumidores de los
    estratos medios le impidieron promover la
    industrialización, por lo menos hasta que la
    cuestión del petróleo adquirió preeminencia,
    a fines de la década del veinte. En lo esencial, su
    objetivo era incrementar la tasa de crecimiento
    económico y utilizar el sistema político para
    distribuir una cierta porción de excedente, con vistas a
    crear una comunidad orgánica.

    Luego de la caída del tercer gobierno radical en
    1930 y de la muerte de
    Hipólito Yrigoyen acaecida pocos años más
    tarde, comenzó un lento proceso de autocrítica
    tendiente a la reconstrucción del partido. El estilo
    radical fue perdiendo gradualmente el espacio político que
    le perteneciera históricamente hasta que, finalmente, un
    fenómeno social nuevo a mediados de la década de
    los años cuarenta, el estilo político peronista, lo
    desplazó a una posición secundaria en el sistema
    político argentino.

    En la mayoría de los aspectos, el primer
    experimento de democracia ampliada realizado en la
    República Argentina terminó en el fracaso. Casi
    todos los problemas que pretendió resolver eran tan
    evidentes en 1930 como lo habían sido veinte o treinta
    años atrás. El mayor cargo que puede
    imputársele fue su inhabilidad para generar un proyecto
    político de carácter nacional que, a partir de las
    nuevas formas de participación que este estilo
    político impulsaba, hubiese fortalecido la vida
    económica, política y cultural de la Nación.
    Fundamentalmente, el estilo político radical no
    consiguió superar el problema de la inestabilidad
    política y en verdad, fue su mayor víctima en el
    siglo XX.

     

    Dr. Adalberto C. Agozino.

    Doctor en Ciencia
    Política, profesor e investigador principal del Instituto
    Universitario de la Policía Federal Argentina. Miembro de
    la Sociedad Argentina de Historiadores.

    Dirigirse a

     

     

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