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La doctrina de Emmanuel Mounier sobre el personalismo y las bases generales de la persona y la sociedad




Enviado por iusfilosofia



    en la Constitución política del Estado
    Peruano

    1. La síntesis del
      manifiesto
    2. Personalismo o societarismo
      en la Constitución política del
      Estado
    3. La realidad de las cosas en la
      sociedad
    4. Conclusiones
    5. Notas
    6. Bibliografía

    I. INTRODUCCION

    El nombre de Emmanuel Mounier puede no ser tan
    conocido para las nuevas generaciones de seres humanos inmersos
    en la vorágine de la lucha por el poder
    terrenal, en el contexto de un mundo globalizado a partir de
    referentes económicos y tecnológicos. Su destino,
    que linda con la frontera del
    olvido, se parece al del gran filósofo Giordano Bruno,
    trágicamente muerto por los asesinos de la
    inquisición católica de la Edad Media. La
    injusticia del olvido de los mencionados hombres de
    reflexión está siendo remediada y subsanada a
    través de la obra de profesores de filosofía
    contemporáneos, conocidos mayormente en el ámbito
    de sus centros de labores. En esa medida, el rescate del legado
    de Bruno, y también en esa medida el rescate de la
    doctrina personalista de Mounier.

    La doctrina elaborada por este filósofo
    francés se localiza históricamente en el tiempo entre
    los años de 1930 a 1950; esto es, con una
    comprensión del mundo que tenía todavía
    fresca o reciente la experiencia de dos devastadoras guerras
    mundiales. La Primera Guerra Mundial
    posibilitó que la obra de Mounier "Manifiesto al Servicio del
    Personalismo" contara con un material de posguerra muy rico para
    el debate y la
    crítica
    profunda. El "Manifiesto" personalista fue escrito cuando el
    autor francés contaba con treintaiún (31)
    años de edad. La fecha exacta del prefacio de su obra en
    mención tiene como fecha 1936; es decir, cuando en el
    mundo primaban las ideologías sistémicas que en lo
    político se consolidaban como bandos contrarios e
    irreconciliables a la luz de sus
    principios,
    aunque flexibles a la hora de las transas o coaliciones por
    conveniencia táctica y circunstancial.

    En ese sentido, Mounier dirige su "Manifiesto"
    contra la ideología sociopolítica de su
    tiempo, formulando puntualmente una propia doctrina de
    índole personalista, porque pone énfasis en la
    persona humana dentro del desenvolvimiento de las sociedades
    organizadas. Por tanto, no tarda en chocar, en un acto de defensa
    de principios intelectuales,
    con el liberalismo
    capitalista y el marxismo
    socializante de la época, además del fascismo por
    cierto. En lugar de alinearse con cualquiera de las
    ideologías sistemáticas del momento, con los
    consecuentes réditos políticos, el autor
    francés prefiere la soledad del creador; esto es, la
    inicial incomprensión, acompañada por las
    previsibles consecuencias y ataques "desde todos los frentes".
    Tal fue el precio del
    lanzamiento de su "Manifiesto", aunque también, en
    términos actuales, la total indiferencia es una forma de
    aniquilar al creador. Después de todo, las sociedades en
    donde reina la exclusión
    social, no hacen mucho esfuerzo para aplicar su arma
    preferida: la indiferencia como nota característica de la
    no inclusión social.

    Sin tratar de emular al estilo del manifiesto
    comunista de Engels y Marx, la obra de
    Mounier, escrita en 1936, no puede evitar caer en la
    tentación de la emisión de la declaración de
    principios, de corte personalista, pero también de
    carácter provisional, como el mismo autor
    lo señala en su prefacio, seguramente más como
    muestra de
    sencillez y humildad de pensamiento
    que como inestabilidad en su construcción doctrinaria. Es de
    señalar que el prefacio de "Manifiesto al Servicio del
    Personalismo" está inmediatamente acompañado por un
    escrito que rotula "Medida de nuestra acción", en el cual desde el inicio define
    específicamente al personalismo, en términos que se
    refieren a la doctrina personalista como propia de
    toda civilización que afirma el
    primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y
    sobre los mecanismos colectivos que sostienen su desarrollo.

    La pretensión de Mounier es clara: ir
    más allá del fascismo, del comunismo y del
    "mundo burgués decadente". Este ir más allá
    por cierto que no significa un radicalismo de los mismos, sino,
    por el contrario, su desconsideración y superación
    heroica en cuanto su propósito central viene a ser nada
    menos que el primado de la persona humana. Pero en el camino de
    su misión
    particular, el filósofo francés hace una necesaria
    precisión cuando advierte que el personalismo no es
    más que un santo y seña significativo, una
    cómoda
    designación colectiva para doctrinas distintas, pero que,
    en la perspectiva de la situación histórica
    concreta, pueden ponerse de acuerdo en las condiciones
    elementales, físicas y metafísicas, de una nueva
    civilización. En palabras textuales del autor,
    el personalismo no anuncia, pues, la
    creación de una escuela, la
    apertura de una capilla, la invención de un sistema cerrado.
    Testimonia una convergencia de voluntades, y se pone a su
    servicio, sin afectar su diversidad, para buscar los medios de
    pesar eficazmente sobre la historia. Hecha
    esa aclaración, la doctrina de Mounier, además de
    personalista introduce elementos de un destacable realismo, pues
    admite, desde ya, la existencia válida de varios
    personalismos. Y esto es un acto propio de un buen autor, de un
    buen filósofo y de una buena persona.

    Mounier busca, con la construcción de
    una doctrina flexible sobre el personalismo, una
    civilización dedicada a la persona. Es así que su
    finalidad inmediata es el definir el conjunto de primeras
    aquiescencias que pueden dar fundamento a tal tipo de
    civilización. Este realismo del filósofo
    francés lo previene de futuros sectarismos y
    fosilizaciones teóricas, pues admite expresamente que hay
    la posibilidad, dentro de las visiones personalistas de la
    sociedad, de visiones distintas de los fines superiores de toda
    civilización. Resulta claro que Mounier no quiere la
    imposición de una ideología común, no la
    busca ni la anhela, pues lo indicado es el aceptar un acuerdo
    mínimo sobre "verdades de base". Debemos entender por
    estas últimas a las certezas extraídas en el propio
    devenir de la existencia humana, que hacen posible la misma
    convivencia en sociedad sin caer en el caos o la anarquía.
    En tiempos de Mounier tales verdades tenían fresco el
    recuerdo de la Primera Guerra
    Mundial; esto es, la inserción histórica
    traía consigo nuevas experiencias, traducidas como nuevos
    datos. En esa
    medida, el personalismo de Mounier rebasa todo síntoma de
    individualismo, erigiéndose, al decir del autor, en
    "señal de unión", cual faro de esperanza para el
    cumplimiento de una misión.

    Al margen de las motivaciones de Emmanuel
    Mounier para dirigir sus energías y esfuerzos
    intelectuales a la creación de una corriente de
    pensamiento que ayude o haga posible una mejor
    civilización humana en el planeta, lo cierto es que uno de
    sus primeros objetivos es
    aislar y anular a los esquemas estrechos de concepción,
    tan comunes tanto en ciencia como
    en filosofía. Precisamente esta "estrechez de
    concepción" históricamente tuvo en enorme
    demérito de ocasionar la paralización y hasta el
    retroceso civilizatorio
    (1). En este sentido,
    se advierte a sí mismo contra toda forma de doctrinarismo,
    e incluso de moralismo, cuando precisa la peligrosidad del acto
    de concebir reglas y exigencias morales tomadas en su más
    amplia generalidad; esto es, en fraseología de Mounier,
    por ser los moralistas, como los doctrinarios, extraños
    a la realidad viva de la historia
    . Aquí el
    autor critica al moralismo por ineficaz precisamente por caer en
    la generalidad, y no sobre concretos procesos
    históricos, que para el caso de las sociedades humanas
    admiten una fuerte estructura
    espiritual.
    El filósofo francés admite
    acertadamente que la civilización tiene un carácter
    de suma complejidad cuando señala que toma a la misma en
    toda su profundidad, al mencionar los referentes válidos
    constituidos por los valores
    espirituales, afirmando la primacía de los mismos,
    teniendo a la vez conciencia en que
    tal reconocimiento no implica caer en el error "doctrinario o
    moralista".

    Mounier tiene tanta consideración a la
    civilización que la lleva a los niveles de una respuesta
    metafísica frente a una "llamada
    metafísica", pero no elude la obligación
    intelectual de precisar la definición. Y en tal sentido,
    para el filósofo francés la civilización
    viene a ser el progreso coherente de
    la adaptación biológica y social del hombre a su
    cuerpo y a su medio; la cultura es
    concebida como la ampliación
    de su conciencia, la soltura que adquiere en el ejercicio del
    espíritu, su participación en cierta forma de
    reaccionar y pensar, particular de una época y de un
    grupo,
    tendente a lo universal; y la espiritualidad es
    definida como el descubrimiento de
    la vida profunda del ser
    humano. Esos tres conceptos
    vienen a constituirse como las tres mesetas ascendentes de un
    humanismo total. En esta perspectiva de totalidad, el
    autor despliega una visión revolucionaria que lo aproxima
    con el marxismo –él mismo lo reconoce- en cuanto
    que una espiritualidad encarnada,
    cuando es amenazada en su carne, tiene como primer deber
    liberarse y liberar a los hombres de una civilización
    opresiva. Pero a su vez se distancia del marxismo
    cuando afirma los referentes metafísicos de su doctrina,
    concretamente respecto a la civilización y a la cultura
    humanas. En este orden de ideas concibe un "plus" acerca del
    tra
    bajo, de la ciencia,
    del arte y de la vida
    personal; esto
    es, lo laboral debe
    referirse a linderos que van más allá de la mera
    producción, la ciencia debe trascender la
    utilidad,
    así como el arte debe trascender el simple pasatiempo, y
    la vida personal ha de descubrir lo universal que se anida en
    cada particularidad humana. Con esto último Mounier se
    descubre como un excelente metafísico y filósofo,
    detentador de un realismo pocas veces visto en tal
    condición. En un contexto de cuestionamiento
    práctico a las sociedades de religión cristiana,
    Mounier se erige como una voz que clama en el desierto frente a
    una humanidad diezmada. Empujado por una fuerza
    espiritual, desconocida por gran parte de sus
    contemporáneos, el filósofo francés se
    dirige contra el mundo burgués y sus ídolos paganos
    (el dinero y el
    confort), así como contra los colectivismos (marxismo,
    fascismo) para desde el campo de la metafísica y la
    filosofía dejar una concreta esperanza como legado para
    las futuras humanidades por venir.

    Lo que a simple vista parece ser extraído
    del museo de la historia sin embargo asume aparentemente cierta
    actualidad cuando los preceptos constitucionales declaran que la
    persona humana (o la defensa de la misma) es el fin supremo de la
    sociedad y del Estado (artículo 1 de la
    Constitución Política del Estado). En esa medida,
    estaríamos ante una Constitución personalista, por
    lo que cabe plantearnos la siguiente
    interrogante:

    ¿ Resulta ser o no de índole
    personalista la Constitución Política del Estado
    vigente a la luz de lo preceptuado en su primer artículo
    ?

    II. LA
    SINTESIS DEL
    MANIFIESTO

    1. Una luz en la oscuridad.-
    Después de precisar la existencia de un mundo
    contemporáneo adverso a la persona, Mounier sueña
    con una civilización personalista como aquella cuyas
    estructuras y
    espíritu están orientados a la realización
    como persona de cada uno de los individuos que la integran. Pero,
    tras distinguir dos planos distintos entre individuo y
    persona, se ve obligado a dar una definición, en estricto,
    de esta última. Es así que concibe a la persona
    como un ser espiritual constituido por una forma de subsistencia
    y de independencia
    en su ser. La subsistencia necesita de una adhesión a una
    jerarquía de valores
    libremente adoptada, con lo cual el libre albedrío resulta
    fundamental en la doctrina personalista.

    1.1 La doctrina personalista.- La
    filosofía personalista constituye para algunos el
    síntoma y para otros la respuesta a esa situación
    de nihilismo,
    cuando ni la soledad, ni la muerte
    permiten responder a la pregunta por el sentido, y la "persona"
    se divisa en el horizonte conceptual como alternativa la crisis de la
    modernidad.
    Frente a los vacíos existenciales de la humanidad de
    posguerra, el individuo es ignorado como solución a las
    crisis de las sociedades humanas.

    Según el creador del movimiento
    personalista, Emmanuel Mounier, el "personalismo" fue usado en
    primer lugar como concepto por el
    poeta norteamericano Walt Witman en su libro
    "Democratic vistas" de 1867, y entró en filosofía
    de la mano de Renouvier que definió con esta palabra su
    sistema filosófico en 1903. Sin embargo, en su uso
    moderno, el "personalismo" es una escuela filosófica muy
    concreta, que se origina en la obra de Mounier y en la revista
    "Esprit" a partir de la fundación del movimiento en la
    localidad pirenaica de Font-Romeu en el mes de Agosto del
    año de 1932. La filosofía personalista es la
    expresión del existencialismo cristiano o, si se prefiere, del
    "inconformismo religioso" que se desarrolló principalmente
    entre católicos en Francia, pero
    también, y simultáneamente, en pequeños
    núcleos judíos
    y protestantes de Alemania, en
    las décadas de 1930 a 1950. Las raíces del
    "personalismo" habría que buscarlas en la ética
    fenomenológica de Jaspers y de Max Scheler, autor de
    "Naturaleza y
    formas de la simpatía", "El sentido del sufrimiento", "El
    genio, el héroe, el santo", "La idea del hombre y la
    historia", etc; así como en la filosofía de Alain,
    un profesor que
    consiguió una singular audiencia en ambientes cristianos
    de la época.

    El "personalismo" no propugnaría una
    filosofía de la historia, ni una antropología, ni una teoría
    política, sino que se tiene a sí mismo por un
    movimiento de acción social de tipo cristiano que une
    fuertes elementos comunitarios con la reflexión conceptual
    de raíz metafísica (para algunos teológica)
    sobre el sentido trascendente de la vida. En ese sentido se puede
    decir que los personalistas no se consideran como militantes de
    un sistema o de una ideología sistémica, sino que
    asumen el personalismo como una "orientación" de la vida
    en sentido comunitario. Así el "personalismo" consiste,
    más que en una teoría cerrada, en una "matriz
    filosófica" cristiana, o una tendencia de pensamiento
    dentro de la cual son posibles matices muy diversos pero que
    tiene en común asumir la perspectiva creyente y la
    condición dialógica de la persona, es decir, la
    apuesta por el diálogo
    comunitario, como condición que hace posible la
    filosofía. Para comprender su propuesta es necesario
    asumir, casi como un axioma, o como una regla de vida, que
    "persona" significa mucho más que "hombre", e incluso
    llega a simbolizar precisamente lo contrario de
    "individuo".

    Entre los principales autores personalistas
    tenemos:

    – Emmanuel Mounier ("Manifiesto al servicio del
    personalismo"; "El Personalismo" y especialmente la revista
    "Esprit", órgano del movimiento);

    – Gabriel Marcel ("Ser y tener", "Diario
    metafísico", "Los hombres contra lo humano");

    ·- Jean Wahl ("Estudios
    kierkegaardianos");

    – Jean Lacroix ("Persona y amor", "El
    personalismo como antiideología");

    – Paul-Ludwig Landsberg ("Experiencia de la muerte"). Este
    último autor, judío de origen alemán, fue
    ayudante de cátedra de Scheler y, tras las leyes antisemitas
    de Hitler se
    trasladó primero a París, donde participó en
    el "Colegio de Sociología" y, posteriormente, a Barcelona,
    llamado por Joaquín Xirau para formar parte del
    profesorado de la Universidad
    Autónoma; de manera que ambos pueden ser considerados los
    iniciadores del personalismo filosófico en España.
    Landsberg terminaría sus días suicidándose
    con una dosis de cianuro, en un campo de concentración
    nazi. El personalismo, por su esencia democrática, se
    desplegó de una forma muy significativa, tanto antes como
    después de la guerra civil
    española de 1936-1939. Por esa época
    floreció un importante movimiento religioso y cultural
    cuyo autor más significativo fue el abogado y escritor
    Maurici Serrahima, amigo personal de Mounier y colaborador de la
    revista "Esprit". La viuda de Mounier, Paulette, fue incluso
    detenida en Barcelona bajo el franquismo, el 29 de enero de 1969,
    durante el estado de
    excepción al reunirse con jesuitas e
    intelectuales antifranquistas. El personalismo español en
    lengua
    castellana fue, sin embargo marcadamente minoritario antes de la
    guerra, limitándose a la revista "Cruz y Raya" de
    José Bergamín y a las colaboraciones en "Esprit" de
    José María de Semprún y Gurrea, padre del
    escritor antifascista Jorge Semprún.

    Fuera del círculo intelectual español,
    muchos intelectuales católicos han tenido relación
    con el movimiento personalista. Así puede considerarse
    también "personalista" alguna obra de Jacques Maritain
    (especialmente "Humanismo
    integral"). Junto a la filosofía, el personalismo ha
    tenido un importante componente literario. Así, por
    ejemplo, se ha llegado a considerar que la obra de Mounier
    resulta difícil de comprender sin la literatura de Charles
    Péguy.

    El personalismo, aunque ha contado con autores
    judíos, como Buber, Landsberg o Levinas, y protestantes
    como Ellul, vendría a ser según los críticos
    un existencialismo básicamente católico, teniendo,
    todo lo indica, un papel fundamental en la renovación del
    pensamiento eclesiástico previo al Concilio Vaticano II
    que, asumiendo gran parte de sus tesis sobre la
    relación entre Iglesia y
    mundo seglar, lo dejó casi sin objeto. De hecho, la
    revista "Esprit" se ha movido políticamente desde hace
    más de medio siglo en la órbita del socialismo
    democrático intelectualizado. Por eso se afirma que en
    tanto existencialismo leído en clave creyente, el
    movimiento personalista sustituye el nihilismo desesperado por la
    esperanza trascendente y por la experiencia comunitaria. En esa
    medida, el hombre es
    "persona" en la medida en que no se esconde en la masa, ni se
    deja negar por la tecnología, ni cae en
    abstracciones conceptuales individualistas.

    a) La Persona.- El personalismo se
    constituye a su vez como lo contrario al colectivismo, donde el
    sujeto se convierte en número, y como lo contrario al
    individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos entre
    nosotros mismos como entidades inexorablemente relacionadas entre
    sí.

    En palabras de Mounier, el individividuo es la
    dispersión de la persona en la materia,
    dispersión y avaricia
    . Mounier, en el contexto de su
    doctrina, afirma que la persona no crece más que
    purificándose del individuo que hay en ella. Contra el
    individualismo, propio de una sociedad despersonalizada, se
    reivindica a la "Persona" como ser concreto (no
    subjetivo) y por ello relacional y comunicativo, es decir,
    "comunitario". En plena posesión de una dialéctica
    existencial, el personalismo, luego de desechar gramaticalmente
    el término "individuo" para referirse al ser humano en
    solitario, aislado como unidad teniendo en cuenta la humanidad
    como referencia máxima con la cual cotejar, centra sus
    esperanzas en el término lingüístico "persona"
    (2).

    Textualmente, Mounier afirma sobre la persona:
    "Una persona es un ser espiritual constituido como tal
    por una manera de subsistencia e independencia de su ser;
    mantiene esta subsistencia por su adhesión a una
    jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y
    vividos por un compromiso responsable y una conversión
    constante: unifica así toda su actividad en la libertad y
    desarrolla, por añadidura, a impulsos de actos creadores
    la singularidad de su vocación".

    Al margen de las dificultades inherentes a toda
    traducción idiomática, en Mounier
    las cosas están claras en lo referente a la importancia
    que tiene el término gramatical
    "persona".

    b) La comunidad.- Una vez precisados el
    lugar y la importancia de la "persona" en la estructura de la
    doctrina personalista de Mounier, es en la comunidad, en la
    relación concreta de comunicación con los demás, donde
    realmente se constituye la persona. Para el personalismo, los dos
    conceptos básicos que darían unidad al pensamiento
    son "persona" y "amor". Ambos conceptos se han encontrado
    también en el pensamiento liberal y en el romanticismo pero
    con otra significación radicalmente distinta. Según
    el movimiento personalista el significado que de ellos se ha
    dado, incluso en el ámbito creyente, ha sido puramente
    instrumental y alienante. Así, por ejemplo, el socialismo
    marxista tiene razón en denunciar el idealismo y la
    superficialidad de ambos conceptos porque se ha tendido a
    pensarlos como puras abstracciones, "descarnadas". En
    consecuencia, cumple con cambiar el punto de vista desde el que
    se ha reflexionado sobre ellos. En esa medida, la persona debe
    ser comprendida desde un punto de vista relacional, puesto que se
    realiza en medio de una coexistencia. El hecho de que esta
    relación sea profunda, íntima, está en
    absoluta contradicción con el cosmpolitismo
    burgués, heredado del Renacimiento y de
    las Luces. En tal sentido, Mounier era taxativo. En el contexto
    de su doctrina llegó a afirmar que quizás
    solamente quien ha penetrado profundamente en Dios, es capaz de
    amar a todos los hombres. Sin embargo él mismo
    advirtió que no amaba a la humanidad, que no trabajaba por
    la humanidad, sino que amaba a algunos hombres, habiéndole
    resultado la experiencia tan fértil que por ella se
    sentía ligado a cada prójimo que atravesaba por su
    camino. En tal virtud,
    "persona" y "amor"
    deberían ser considerados no desde el punto de vista
    simbólico, o como abstracciones conceptuales, sino como
    transcendentales y como expresión de la sacralidad de la
    vida. Por eso mismo el personalismo tiene una profunda
    vocación pedagógica: se trata no sólo de
    amar, sino de educar para el amor y la
    trascendencia a una nueva humanidad. Así educar no
    consiste en hacer "mejores personas", sino en "despertar" a la
    persona, pues para Mounier una persona se suscita por una
    llamada, no se fabrica por "domesticación".

    c) La visión
    intrasistemática.-
    Sin caer en confusión,
    en cuanto que la doctrina personalista no obedece a esquemas
    cerrados de concepción, la concepción personalista
    del mundo es claramente contraria a la versión que sobre
    el hombre ofrece la ciencia positiva, en la medida que para esta
    filosofía lo humano es, por definición
    "cualitativo" y, por tanto, ajeno al modelo
    descriptivo, cuantificable y analítico de las ciencias, que
    se daba por supuesto en el mundo académico francés
    desde la fundación de la "Sociedad de Biología" (1848) y de
    la "Sociedad Médico-Biológica" (1855).

    La ciencia positivista, según el personalismo,
    describe al hombre "desde fuera" pero lo ignora interiormente o
    lo considera, como Freud,
    sólo como pulsión de placer. Pero el hombre tiene
    aspiraciones morales, estéticas y religiosas que la
    ciencia no recoge, ni comprende. El hombre es "persona", es
    decir, conciencia interior más allá de la burda
    materia. Y esa conciencia es, además, relacional, es
    decir, está abierta a lo religioso, en cuanto que religa o
    reúne, y a lo comunitario. En otras palabras, en cuanto
    "persona" el hombre no es sólo cuerpo sino también
    alma. Y esa
    alma necesita de amor. En línea secuencial de la doctrina
    de Mounier, sólo por el amor se accede a la persona. De
    ahí la importancia del "testimonio" que se da mediante la
    propia vida por encima incluso de la acción
    política. Por eso se ha llegado a afirmar que el
    personalismo se ve a sí mismo como una teoría de la
    esperanza. En el contexto de su doctrina, Mounier
    señaló que el nihilismo, del que se desprende el
    espíritu de catástrofe, es una reacción
    masiva de tipo infantil, pues, en sus palabras, sólo los
    seres débiles, los niños,
    los enfermos y los nerviosos se desalientan. En ese sentido, para
    este filósofo personalista, la angustia de una
    catástrofe colectiva del mundo moderno es, ante todo, en
    nuestros contemporáneos una reacción infantil de
    viajeros incompetentes y "alocados".

    Mucho entusiasmo o no en el porvenir de la humanidad, lo
    cierto es que una sociedad personalista sería, pues, la
    consecuencia de una actitud
    comunitaria, que sitúa la
    comunicación, la "fraternidad", entendida como virtud
    cristiana y no como imperativo republicano, en el centro de la
    acción política.

    2. Los principios de una nueva
    humanidad.-

    a) Un recetario.- En el contexto de su
    doctrina, se puede decir que Mounier esbozó cinco puntos,
    a manera de recetario, que se hacen necesarios para que pueda
    llegar a desarrollarse una sociedad personalista y
    comunitaria:

    1.- Salir de sí mismo; esto es,
    luchar contra el "amor propio", que hoy denominamos egocentrismo,
    narcisismo, individualismo;

    2.- Comprender: Situarse en el punto de
    vista del otro, cual empatía; no buscar en el otro a uno
    mismo, ni verlo como algo genérico, sino acoger al otro en
    su diferencia;

    3.- Tomar sobre sí mismo,
    asumir,
    en el sentido de no sólo compadecer, sino
    de sufrir con el dolor, el destino, la pena, la alegría y
    la labor de los otros;

    4.- Dar, sin reivindicarse como en el
    individualismo pequeño burgués y sin lucha a muerte
    con el destino, como los existencialistas. Una sociedad
    personalista se basa, por el contrario, en la donación y
    el desinterés. De ahí el valor
    liberador del perdón;

    5.- Ser fiel, considerando la vida como
    una aventura creadora, que exige fidelidad a la propia
    persona.

    El recetario es dado por Mounier, con la previa
    aclaración que el asumir al individuo como
    «persona» no significa perderse en un espiritualismo
    más o menos platónico, o sublimar un "doble"
    imaginario de los humanos concretos, sino aceptar que el sujeto
    humano es carne espiritualizada, transcendida en cuanto que el
    amor (imagen de un amor
    divino) se vive en lo concreto, y en lo material -por eso mismo
    se dice que el movimiento personalista, tras un breve instante de
    vacilación con el colaboracionismo de Vichy, en la segunda guerra
    mundial, se alineó con los comunistas en la resistencia
    antinazi-. Utilizando las mismas palabras de Mounier, la persona
    es "existencia encarnada", y olvidar eso conduce a
    despersonalizar a los humanos. Y para este filósofo
    francés la despersonalización se traduce
    inevitablemente como deshumanización.

    El personalismo quiere fundar un nuevo humanismo cuyo
    sentido último se halla en la idea de la persona como
    expresión del amor divino. Por eso el personalismo es
    radicalmente antiliberal en la medida en que no acepta la idea de
    los humanos como meros "átomos sociales"; a la idea de
    libertad irrestricta le opone la de comunidad, por lo que ese es
    el único ámbito en que la libertad resulta
    pensable. La sociedad es, ante todo, una comunidad de almas, es
    decir, una totalidad construida como suma de esfuerzos
    conjuntados en que lo material, no sería más que
    "símbolo". El liberalismo conduciría a lo que
    Mounier llamará "existencia dramática" es decir, a
    la que ve el tiempo y el ser no como plenitud, sino como
    vacío, que se expresa filosóficamente en el
    existencialismo sartriano. Aquí es de anotar que el
    enfrentamiento con Sastre -a quien Mounier pretendió
    ningunear, situándolo en la rama izquierda del
    "árbol existencialista" cuyo tronco vendría a ser
    Kierkegaard y en cuya base está Pascal para
    hundir sus raíces en San
    Agustín- no tiene tanto que ver con el ateísmo
    cuanto con lo que Mounier denomina "el ala mundana", la moda
    burguesa del decadentismo. Sin embargo, más allá de
    las particulares disputas entre uno y otro autor, el ser, y
    específicamente, el ser humano, es un misterio profundo y,
    como tal, transciende toda solución. En la medida en que
    lo humano es incapaz de perdurar, cualquier "yo" pierde sentido
    ante el misterio que, en cambio,
    permanece siempre. Fidelidad, amor y admiración
    serían los valores que nos constituyen, en tanto que seres
    humanos, ante el misterio. Asumiendo que el hombre, en tanto que
    persona, corresponde a la categoría de "misterio", Mounier
    dará un paso más considerando que su
    filosofía no es un estudio sobre el hombre, sino un
    "combate por el hombre".

      b) Los temas
    básicos
    .- Emmanuel Mounier
    fue un líder
    del movimiento personalista, sin duda su principal
    ideólogo, en cuanto asume el sentido de un "Manifiesto", y
    ha corrido el peligro de convertirse en un autor olvidado,
    sólo apto para uso en contextos clericales o de
    escolástica pedagógica. Es de recordar que el
    filósofo francés murió a los 45 años
    de edad, y gran parte de su obra es estrictamente de "combate",
    pero aunque su retórica tiene algo de crispado y su
    vocabulario suena hoy a los "años 30", su obra no debiera
    interesar sólo en el mundo eclesiástico, pues su
    revista "Sprit" sirvió como medio de expresión para
    escritores no precisamente católicos ni personalistas en
    estricto sentido.

    Mounier pretendió pensar una filosofía
    cristiana conscientemente contemporánea en un momento en
    que cristianismo y
    modernidad se habían dado, aparentemente en forma
    definitiva, la espalda. Por eso mismo su obra no puede entenderse
    sin advertir que se trata de la respuesta creyente a la
    filosofía de la sospecha, representada por Marx, Nietzsche o
    Freud. Sin embargo, paradójicamente, Mounier anuncia sin
    saberlo la postmodernidad
    al proponer el "Rehacer o reconstruir el Renacimiento"
    como objetivo de un
    pensamiento católico que no puede estar frontalmente
    contra la modernidad sino que debe mostrar la insuficiencia del
    modelo humanista individualista heredado del renacimiento y de
    la
    ilustración.

    "Rehacer el Renacimiento" significa optar por explicar
    el mensaje de Jesús a través del camino de Erasmo
    de Rotterdam en vez de hacerlo por el de Lutero o Descartes. En
    tal sentido, podríamos decir que se trata de un
    pensamiento "moralista" que, "toma conciencia del desorden", como
    alternativa a un pensamiento mecanicista que conduce a la
    degradación del hombre, a la insignificancia de lo humano
    ante la máquina y el dinero.

    Para Mounier, la respuesta al ateísmo se
    encuentra en el necesario "humanismo concreto"; esto es, no hay
    seres en abstracto y desarraigados sino "personas" miembros de
    una comunidad, de una cultura espiritual en cuyo seno se
    realizan. En palabras de Mounier, "la desesperación no es
    una idea, es sobretodo un corrosivo". Por eso para el
    personalismo el ser humano no es un individuo errático,
    sino un proyecto de
    comunicación y una íntima participación en
    la vida. En consecuencia, el principal error del existencialismo
    "ateo" sería el de definir al hombre como proyecto pero
    sin prestar atención a las condiciones por medio de las
    cuales dicho proyecto tiene sentido: el amor, la familia, la
    comunidad. Son precisamente esas instancias comunitarias las que
    evitan caer en la desesperación, en el desarraigo, y nos
    permiten abrirnos al sentido en un mundo cada vez más
    cosificado. "Sentido" y "transcendencia" se descubren como
    remedios contra la "angustia" y la "desesperación"
    existencial.

    La revolución
    del siglo XX no sería, para Mounier, el socialismo que
    considera a los individuos como números y miembros de una
    masa, sino el redescubrimiento de una comunidad donde el hombre
    logre ser "persona" y no simple número. Ello exige, por lo
    demás, superar la perspectiva tecnológica e
    instrumental del humanismo renacentista, para recuperar la
    trascendencia.

    En el personalismo del autor francés
    podemos apreciar cierta primacía de lo espiritual sobre lo
    material, la de los valores de la cultura sobre los valores
    vitales, y la de estos valores accesibles a todo el mundo en la
    alegría, en el sufrimiento, en el amor de cada día,
    traducidos como valores de amor, de bondad, de caridad. Por otro
    lado,
    Mounier, que nunca redactó su tesis doctoral
    en filosofía y sentía un indisimulado menosprecio
    por la Academia, fue, más que un pensador de sistema, un
    considerable "constructor de metáforas", cuya vigencia
    sigue siendo central en el pensamiento crítico, incluso a
    extramuros del ámbito cristiano.

    Señalemos algunas que están marcadas por
    el intento de reivindicar el cristianismo reapropiándose
    de temáticas surgidas alrededor de Marx y
    Nietzsche:

    Desorden
    establecido
    : Situación de la
    sociedad en que el orden social se fundamenta exclusivamente en
    lo económico y cuya vigencia degrada a la persona. Ya no
    hay más que un dios sonriente y horriblemente
    simpático: el Burgués. El hombre ha perdido el
    sentido del Ser, que no se mueve más que entre cosas,
    cosas utilizables, privadas de su misterio, dice en "Manifiesto
    al servicio del Personalismo". El desorden establecido puede
    definirse también como trivialización de la vida,
    el reino de la banalidad y lo superficial.

    Rehacer el
    Renacimiento
    : Alternativa al
    desorden establecido, que no podrá llevarse a cabo
    mientras no se separe lo espiritual de lo político y de lo
    económico para recuperar la espiritualidad ocultada por el
    pensamiento técnico. El primer Renacimiento malogró
    el Renacimiento personalista y desatendió el comunitario
    -dice Mounier-. Contra el individualismo se ha de reemprender el
    primero, pero sólo se conseguirá con el auxilio del
    segundo.

    Cristiandad
    difunta
    : Como la que ha muerto por
    connivencia con el poder del mundo, por olvidar la
    profecía, por desatender el sentido de la parábola
    del buen samaritano. Para Mounier es esencial comprender que no
    hay dos historias, una "sagrada" y "profana" la otra, sino que la
    Iglesia debe optar por lo que denomina "sobrenaturalismo
    histórico".

    Tercera fuerza:
    Espacio político definido por la doctrina social de la
    iglesia, entre el comunismo (ateo) y el liberalismo (explotador,
    utilitarista). Durante algún tiempo esta posible salida
    fue explorada por el personalismo como síntesis y
    superación dialéctica de las contradicciones.
    Mounier, sin embargo, se desdijo muy pronto de este intento
    porque le parecía poco espiritual. Además era
    contrario a moverse en el ámbito confesional, poco
    profético. La pretensión del personalismo es clara:
    Restituir a la política su bello sentido lleno del
    aprendizaje
    total del hombre hacia las cosas de la comunidad. Posteriormente
    el concepto fue usado por la socialdemocracia y por el político inglés
    Tony Blair, a finales del siglo 20, como "Tercera
    vía".

    Revolución
    personalista
    : Mounier llegó
    a proclamar que la revolución será moral o no
    será
    . También la definió como "una
    técnica de los medios espirituales". En otras palabras, se
    trata de asumir que la sensibilidad y la
    personalidad de la persona representan una fuerza
    transformadora; esto es, sin una "conversión" de la
    persona, la revolución sería sólo un cambio
    de gobierno, o un
    cambio en las condiciones de la opresión pero no la
    finalización de esta última.

    Humanismo concreto:
    E
    l que se opone a convertir a los hombres en símbolos y los asume como personas desde su
    diferencia pero también desde su espiritualidad. Viene a
    ser el humanismo que surge de la revolución
    personalista.

    En cualquier caso, el personalismo es una teoría
    democrática en el sentido profundo de la democracia; es
    decir, más allá del puro planteamiento
    estadístico, el personalismo vincula la democracia con el
    valor, cualitativo, de la persona y de la comunidad. Por ello
    mismo, en momentos de degradación de los valores, como en
    la misma postmodernidad, el personalismo reaparece como un
    síntoma. Como diría el propio Mounier, se trata a
    la vez de:

    – Una perspectiva que ve al hombre como un ser material
    pero a la vez interior y transcendente;

    – Un método
    para analizar la historia y la acción humana desde la
    perspectiva de la persona;

    – Una exigencia "de compromiso total y condicional a la
    vez". Total porque no se limita a la simple crítica de lo
    que ocurre, y condicional, pues la persona a la que se aspira, no
    es la que vive en el "aturdimiento colectivo" o en la
    "evasión".

    Resulta un tanto difícil valorar hoy la
    actualidad del personalismo por muchas razones. En cualquier caso
    está claro que la filosofía personalista, como
    también el existencialismo, quedó al margen de la
    corriente de pensamiento central en el siglo XX, es decir, fuera
    del análisis lingüístico; muchas de
    sus metáforas aguantarían mal un análisis de
    este tipo. Es significativo que los actuales pensadores
    "comunitaristas", muchos de ellos católicos,
    prácticamente nunca reconocen su deuda con el movimiento
    personalista pese a que éste se basaba muy especialmente
    en la reivindicación de la "comunidad". Y la
    explicación puede ser sencilla: el comunitarismo actual es
    de tipo liberal, mientras que Mounier abominaba del liberalismo
    que consideraba anticristiano por poner al hombre bajo el
    dinero.

    Para Mounier no será posible establecer
    jamás una comunidad si no se asume que lo gratuito, lo
    simbólico y en general el ámbito de "la
    comunicación" han de mantenerse al margen del dinero, que
    por su propia esencia lleva a romper la cohesión social.
    Al individualismo que denunciaba, se añade hoy un
    cosmopolitismo en las comunicaciones, y una interculturalidad que puede
    comprenderse difícilmente desde una ética de
    máximos. Sin embargo, no es casualidad que algunas
    críticas personalistas a la sociedad burguesa hayan
    reaparecido donde menos se les podía esperar; es decir, en
    el análisis sociológico de la postmodernidad. Puede
    entenderse fácilmente que sea precisamente el
    postmodernismo de Lyotard y Vattimo el que beba de fuentes
    personalistas porque es precisamente la crítica de
    Jaspers, Scheler y Mounier la primera que se dirigió
    simultáneamente y en profundidad a la herencia
    "progresista" de la Ilustración y contra el totalitarismo
    pesimista de Marx, Nietzsche y Freud.

    c) Más allá del
    individualismo.-
    Mounier construye su doctrina
    personalista sobre las cenizas del individualismo burgués
    derrotado por la evasión y el hedonismo monetario. En ese
    orden de ideas, "Persona" es una entidad superior, más
    avanzada, respecto al "individuo". Sin embargo, la civilización burguesa e
    individualista, dueña hace pocos años de todo el
    mundo occidental, aún se halla en él firmemente
    instalada. Las mismas sociedades que la han proscrito
    oficialmente siguen todas impregnadas de ella. Adherida a los
    cimientos de una cristiandad a la que contribuye a dislocar,
    mezclada con los vestigios de la época feudal y militar,
    con las primeras cristalizaciones socialistas, produce, con los
    unos y las otras, unas amalgamas más o menos
    homogéneas, el estudio de cuyas variedades sería
    demasiado extenso hacer. Nos contentaremos con examinar su
    último estado histórico y destacar sus
    líneas dominantes, sin perjuicio de las temperanzas
    más o menos felices que le aportan aquí y
    allá el azar de las mescolanzas o el ingenio de las
    personas vivas. Cierta forma de caricaturizar a cualquier
    burguesía, igual que determinados tópicos de la
    pluma y del dibujo,
    familiares a la prensa de
    izquierdas, descienden muy a menudo a una mayor vulgaridad que
    sus modelos.
    Tampoco se desconoce las virtudes y, sobre todo, las virtudes
    privadas que impregnan aún algunos hogares privilegiados
    de la sociedad burguesa. Ni mucho menos ignoramos el sentido vivo
    de la libertad y de la dignidad
    humana que anima a ciertas apologías a favor del
    individualismo más profundamente que los errores cuyas
    fórmulas propagan. Pero, lo rescatable de la
    civilización burguesa se desdibujaría poco a poco
    cuando el individuo convierte a la libertad en el libertinaje
    propio de "dioses bárbaros": el dinero y el confort, con
    olvido del destino de los demás. La concepción
    burguesa es la culminación de un período de
    civilización que se desarrolla desde el Renacimiento.
    Procede de una rebelión del individuo contra una estructura
    social que se hizo demasiado pesada y contra una estructura
    espiritual cristalizada. Esta rebelión no era en su
    totalidad desordenada y anárquica, pues en la misma
    latían unas exigencias legítimas de la persona.
    Pero pronto se desvió hacia una concepción tan
    estrecha del individuo que llevaba en sí desde el comienzo
    su principio de decadencia -he aquí los esquemas estrechos
    de concepción-. Hemos de aclarar que la atención
    orientada hacia el hombre singular no es, como a veces parece
    creerse, disolvente en sí misma de las comunidades
    sociales; pero la experiencia ha mostrado que toda
    descomposición de estas comunidades se establece sobre un
    hundimiento del ideal personal propuesto a cada uno de sus
    miembros. En tal virtud, el individualismo viene a ser una
    decadencia del individuo antes de ser un aislamiento del
    individuo, pues habría aislado a los hombres en la medida
    en que los ha envilecido.

    Razones no le faltan a Mounier para criticar duramente
    al individualismo burgués, pero este mismo autor
    francés reconoce a plenitud que, por ejemplo, la era
    individualista ha partido de una fase heroica, pues su primer
    ideal humano, el héroe, es el hombre que combate solitario
    contra potencias masivas, y en su combate singular hace estallar
    los límites
    del hombre.

    En un destacable análisis que hace Mounier sobre
    el capitalismo,
    manifiesta que durante un tiempo los jefes de empresa, o
    incluso ciertos aventureros de las finanzas, han
    continuado mediante operaciones una
    tradición de "altos vuelos", pues mientras lucharon con
    cosas y con hombres, es decir, con una materia resistente y viva,
    templaron de ese modo una virtud innegable, hecha de astucia y a
    menudo de ascetismo. Al extender a los cinco continentes el campo
    de sus conquistas, el capitalismo industrial les dio unas
    posibilidades provisionales de aventura; pero, cuando
    inventó la fecundidad automática del dinero, el
    capitalismo financiero les abrió al mismo tiempo un mundo
    de facilidades donde toda tensión vital iba a desaparecer.
    Las cosas con su ritmo, las resistencias,
    el paso del tiempo, se disuelven bajo el poder infinitamente
    multiplicado que confiere, no ya un trabajo a la
    medida de las fuerzas naturales, sino un juego
    especulativo, el de la ganancia obtenida sin prestar
    ningún servicio, tipo al que tiende a asimilarse toda
    ganancia capitalista. A las pasiones de la aventura se sustituyen
    entonces progresivamente, los blandos goces del confort; a la
    conquista, el bien mecánico, impersonal, distribuidor
    automático de un placer sin exceso ni peligro, regular,
    perpetuo: el que distribuyen la máquina y la renta. Una
    vez que se ha internado por los caminos de esa facilidad
    inhumana, una civilización no crea ya para suscitar nuevas
    creaciones, sino que sus mismas creaciones fabrican una inercia
    cada vez más tranquila. De esa manera, razona Mounier, la
    sustitución de la ganancia industrial por el beneficio de
    especulación, y de los valores de creación por los
    valores de la comodidad, han usurpado poco a poco el ideal
    individualista, y abierto el camino en las clases dirigentes
    primero, y después, por descensos sucesivos, hasta en las
    clases populares, a este espíritu que llamamos
    burgués a causa de sus orígenes y que se nos
    presenta como el más exacto antípoda de toda espiritualidad.

    En consecuencia, la sociedad individualista no tiene
    realmente valores espirituales. Al decir de Mounier, por un gesto
    de orgullo viril, ha conservado el gusto por el poder, pero por
    un poder fácil, ante el cual el dinero disipa el
    obstáculo y ahorra una conquista de frente; un poder,
    además, garantizado contra todo riesgo, una
    seguridad. Tal es
    la victoria mediocre soñada por el rico de la Edad Moderna;
    la especulación y la mecánica la han puesto al alcance del
    primer recién llegado. No es ya el dominio del
    señor feudal, unido a sus bienes y a sus
    vasallos, ni sería incluso la opresión de un hombre
    sobre otros hombres. Y es que el dinero separa a los hombres al
    comercializar toda relación, al falsear las palabras y las
    conductas, al aislar en sí mismo -lejos de los vivos
    reproches de la miseria- en sus barrios, en sus escuelas, en sus
    vestidos, en sus vagones, en sus hoteles, en sus relaciones, en sus misas, al
    que no sabe ya soportar más que el espectáculo cien
    veces reflejado de su propia seguridad.

    En esa medida, el héroe ya no existe en la
    sociedad individualista. El rico de la vieja época,
    incluso está en vías de desaparecer. No hay ya
    sobre el altar de esa triste iglesia más que un dios
    sonriente y horriblemente simpático: el burgués. El
    hombre que ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve
    más que entre cosas, cosas utilizables, despojadas de su
    misterio. El hombre que ha perdido el amor; cristiano sin
    inquietud, incrédulo sin pasión, hace tambalear
    el universo de
    las virtudes, en su loca carrera hacia el infinito, alrededor de
    un pequeño sistema de tranquilidad psicológica y
    social: dicha, salud, sentido común,
    equilibrio,
    placer de vivir, confort. El confort es, en el mundo
    burgués, lo que el heroísmo era en el Renacimiento
    y la santidad en la Cristiandad medieval: el valor último,
    móvil de la acción. El confort pone a su
    disposición a la consideración y a la
    reivindicación. La consideración es la suprema
    aspiración social del espíritu burgués;
    cuando ya no encuentra gozo en su confort, encuentra al menos una
    vanidad en la reputación que posee con él. La
    reivindicación es su actividad fundamental. Del
    derecho, que es una organización de la justicia, el
    mundo burgués ha hecho la fortaleza de sus injusticias, de
    ahí su radical juridicismo.
    Por otro lado,
    entre este espíritu burgués, satisfecho de su
    seguridad, y el espíritu pequeño burgués,
    inquieto por alcanzarla, no existe diferencia alguna de
    naturaleza, sino únicamente de grado y de medios. Los
    valores del pequeño burgués son los del rico,
    deformados por la indigencia y la envidia.

    En su relato sobre el individualismo burgués, que
    al final se reduce a un individualismo absoluto, Mounier
    despliega una excelente capacidad de análisis que concluye
    señalando que el supremo valor del individualismo es la
    economía,
    pero la economía a costa de la alegría, la
    fantasía, la bondad: la lamentable avaricia de su vida
    miserable y vacía.

    3 De lo personal a lo comunitario.- En
    orden a establecer la importancia de la persona y de la comunidad
    en el edificio teórico del personalismo, es de citarse el
    hecho que Mounier, como Sartre,
    tenía cierta aversión a la filosofía
    sistemática. Mounier le agrega una capa de subjetividad,
    acorde con el ámbito de discrecionalidad que necesita su
    doctrina, a la epistemología del personalismo, en la
    espera de tomar en cuenta las varias experiencias que son
    únicas a cada ser humano. De acuerdo con su fe en la
    libertad creativa de la persona humana, Mounier se niega a
    aceptar jerarquías sistemáticas, sobreregimentadas
    e impersonales. Y es que la complejidad de la actividad humana es
    meramente una reflexión de la complejidad del ser humano.
    Para el personalismo, el hombre es "todo cuerpo", pero
    también, es "todo espíritu". Esta última
    noción restauraría la dignidad inherente al ser
    humano, mientras combate la convicción de Marx, de que el
    hombre es únicamente cuerpo. Mounier utiliza la
    expresión de "existencia encarnada" para connotar la
    unidad entre cuerpo y espíritu. Es el espíritu el
    que nutre el pensamiento, y el cuerpo quien lleva el pensamiento
    a la expresión. La existencia objetiva del cuerpo,
    combinada con las experiencias subjetivas del espíritu,
    actualizarían a la persona.

    a) La sociedad.- Como medio en donde se
    desenvuelve la persona, lo societario adquiere una especial
    importancia.
    La terminología de Mounier es crítica para entender
    sus ideas acerca de la sociedad. Para el personalismo, el
    individuo es aquel cuyo ego y libertad indirecta e ilimitada
    disminuye su sentido de vocación moral,
    específicamente hacia otros. Esta es la "libertad"
    expuesta por los existencialistas, especialmente Sartre, pero
    esta es una fuerza aislante, que restringe al hombre a trabajar
    para sí mismo para darle sentido a su aparentemente
    innecesaria existencia. Mounier, sin embargo, argumenta que el
    aislamiento del hombre permanecerá penetrante hasta que
    renueve su sentido de vocación moral, algo es posible
    solamente en una comunidad. Así amar a otros involucra las
    relaciones interpersonales y la interacción comunitaria, cuyo resultado es
    "reconciliar al hombre a sí mismo, exaltarle y
    transfigurarle." Esto deja al hombre abierto a experiencias y a
    la trascendencia, experiencias que no están disponibles al
    individuo aislado. En fraseología de Mounier, si la
    primera condición del individualismo es la centralización del individuo en sí
    mismo, la primera condición del personalismo viene a ser
    su descentralización, para poder colocarle en
    las perspectivas abiertas de la vida personal.

    El énfasis de Mounier en la comunidad y su
    habilidad para ayudar al individuo en la trascendencia de
    sí mismo podría indicar tendencias marxistas. A
    pesar de que Mounier reconoció que el personalismo tiene
    algún compañerismo con la filosofía de Marx,
    las diferencias, según él mismo, son
    significativas, puesto que el personalismo iluminaría
    más el campo de la interioridad y la trascendencia que la
    mayoría del marxismo. Al enfatizar la "interioridad"
    cambia radicalmente el lugar de la persona humana en el
    entendimiento marxista de la economía. Cuando una persona
    existe solamente como una tuerca en una máquina productora
    de riqueza, sólo en su aspecto físico, o aquello
    que fabrica los medios para la prosperidad, pierde su valor. Para
    prevenir que la persona se convierta en el medio para un fin
    económico impersonal, Mounier respondió al fracaso
    marxista al reconocer plenamente la dimensión espiritual
    del hombre. Y es que sin tener en cuenta la naturaleza dual del
    hombre, el trabajo,
    por ejemplo, se puede convertir en una actividad degradante y
    deshumanizante.

    Mounier también tenía poca simpatía
    por un gobierno intrometido en las vidas de las personas. El
    argumenta que la inevitabilidad del Estado no necesariamente le
    otorga autoridad. En
    cambio, su autoridad deviene de personas libres que dependen de
    ella para preservar sus libertades dirigidas. Para Mounier, el
    hombre libre es aquel a quién el mundo le plantea
    cuestiones y las resuelve adecuadamente; es el hombre
    responsable, siendo la libertad de este tipo una fuerza que une,
    no que divide, y lejos de tender a la anarquía, es, en el
    sentido original de la palabra, "religiosa" y "devota".
    Aquí el cristianismo católico de Mounier se deja
    apreciar con cierta nitidez, sin embargo, yendo al origen de la
    palabra "religión" (religar, reunir, volver a unir)
    podemos admitir que, en esencia, cuando la libertad existe como
    un fin en sí misma, removida de su aplicación
    religiosa, "centraliza" al hombre en sí mismo, causando
    división en las comunidades. Cuando esto ocurre, los
    individuos, no las personas según la doctrina de Mounier,
    ven hacia el Estado para que les provea aquello que la comunidad
    puede proveer. En ese sentido, una sociedad de individuos no
    puede prevenir por mucho tiempo el advenimiento del
    estatismo.

    b) El Estado.- Como organización
    administrativa que representa a la nación,
    Mounier reflexiona sobre el lugar adecuado del Estado para la
    humanidad. El Estado, para la doctrina personalista, no es la
    nación,
    ni siquiera es una condición que debe ser cumplida antes
    de que la nación pueda llegar a existir. Al decir de
    Mounier, sólo los fascistas proclaman abiertamente que su
    meta es el bien del Estado. Pero desde una visión humana
    de la historia, el Estado es aquello que le da objetividad,
    fuerza y concentración, a los derechos humanos;
    emergiendo espontáneamente de la vida de los grupos
    organizados, y en este respecto, viene a ser la garantía
    institucional de la persona.

    En palabras de síntesis, el Estado está
    hecho para el hombre, no el hombre para el Estado, así
    como la economía está destinada para servir al
    hombre, y no el hombre al servicio de la economía. En
    términos del personalismo de Mounier, el Estado no es una
    comunidad espiritual, o una persona colectiva en el sentido
    propio de la palabra. No está por encima de la patria ni
    de la nación, ni mucho menos respecto a las personas. En
    ese sentido, viene a ser un instrumento al servicio de las
    sociedades, y, a través de ellas, al servicio de las
    personas, teniendo el carácter de artificial y
    subordinado, pero al fin necesario. Debido a la naturaleza dual
    del ser humano, en cuanto tiende tanto al bien como al mal, las
    personas y las sociedades sucumbirían a la anarquía
    sin la presencia del Estado.

    El Estado se constituye como el "último recurso"
    para arbitrar los conflictos de
    los seres humanos entre sí. He ahí a la
    jurisdicción del Estado. Pero, en cuanto relación
    de medio a fin, se puede detectar ya que, según la
    doctrina personalista, el Estado viene a ser el medio, y la
    persona el fin. El Estado existe para que las personas encuentren
    su realización, desde un primer plano de aseguramiento de
    una coexistencia superadora del más absoluto caos social.
    El Estado sólo existe en beneficio de la persona realizada
    en sociedad.

    c) La nación.- En
    terminología de Mounier, la nación viene a ser el
    "abrazo" que reúne a la abundancia de sociedades diversas
    alrededor de las personas (sociedades económicas,
    culturales, espirituales), bajo la unidad viva de una
    tradición histórica y de una cultura
    particularizada en su expresión, con poder de cierta
    universalidad. Para el filósofo francés la
    nación es una realidad mixta y no cristalizada. Por un
    lado, la nación sería receptáculo de una
    multiplicidad de sociedades a las que tiene que mantener con
    vigor; y, por otro lado, si no comunidad en sentido estricto,
    sí sería al menos una entidad comunitaria,
    vínculo flexible y vivo entre la universalidad que
    únicamente cada persona como tal puede alcanzar y llevar,
    y las "sociedades carnales" que rodean y retienen al individuo.
    Sin embargo, el personalismo de Mounier coloca por encima de la
    nación a la comunidad espiritual personalista, que
    se realiza más frecuentemente a pequeña escala entre
    personas, permaneciendo como el "modelo lejano" del desarrollo
    social.

    La nación así se constituiría como
    el punto intermedio entre sociedad y Estado, alcanzando su plena
    realización en una comunidad personalizada. Al fin de
    cuentas, Mounier
    habla de una comunidad internacional, y del derrumbamiento del
    Estado nación.

    d) Plataforma de combate por un régimen
    personalista.-
    En su "Manifiesto al servicio del
    Personalismo" Emmanuel Mounier se atreve a esbozar, a modo de
    plataforma de combate, las estructuras fundamentales de un
    régimen personalista, que comienzan con los principios de
    una educación personalista, traducidos como las
    siguientes declaraciones de doctrina:

    – La educación no tiene
    por finalidad el modelar el niño al conformismo de un
    medio social o de una doctrina de Estado;

    – La actividad de la persona es libertad y
    conversión a la unidad de un fin y de una fe. Una
    educación fundada sobre la persona no puede ser
    totalitaria;

    – El niño debe ser educado como una persona por
    las vías de la prueba personal y el aprendizaje
    del libre compromiso.

    Luego de ello, Mounier no duda en precisar al
    máximo los enunciados programáticos para lograr una
    "ciudad personalista", dentro de una sociedad humana
    personalizada. Su personalismo trascendental hace que valore el
    papel de la mujer en la
    sociedad de su tiempo, dirigida por hombres, mucho antes que se
    le reconozca, entre otros derechos, el derecho al
    voto, por ejemplo. Habla incluso del paso de la familia celular a
    la familia comunitaria, y, al querer abarcar la amplia gama de
    asuntos que conciernen a la sociedad organizada, menciona que una
    economía personalista se traduce como una economía
    pluralista, como síntesis del liberalismo y del
    colectivismo.

    Esto es de comentarse porque la ciudad y la sociedad
    personalista que Mounier anhela tienen que considerar el factor
    económico como parte del desarrollo de los pueblos.
    Según sus palabras, el personalismo conserva la
    colectivización y salvaguarda la libertad

    apoyándola en una economía autónoma y
    flexible en lugar de adosarla al estatismo. La economía
    personalista admite, pues, en estricta correspondencia con lo
    enunciado, dos sectores: un sector planificado, destinado
    a la producción del mínimo vital, y un sector
    libre
    , donde actúan, sin amenazar el mínimo
    vital de las personas, la libre creación y la libre
    emulación. En este sentido, podemos decir que la
    economía personalista pensada por Mounier se aproxima al
    concepto constitucional que subyace en la denominación
    "economía social de mercado".

    Mounier bien pudo haber dejado que la posteridad se
    encargue de enunciar unos ciertos principios de un "mundo mejor",
    pero se tomó la molestia de "soñar" en concreto su
    sociedad personalista, y para ello estableció expresamente
    los principios de un régimen personalista. Soñador
    o no, lo cierto es que Mounier por su doctrina personalista ha
    dejado un legado difícil de ignorar en la
    civilización occidental de cultura judeocristiana. Y
    pensar que hasta hace poco corría el riesgo de ser
    totalmente olvidado, pero por algo la corta vida de Emmanuel
    Mounier tuvo un profundo impacto en el panorama filosófico
    de la Europa moderna.
    Al decir de muchos, su preocupación no era el formular un
    nuevo sistema de economía o el diseñar un estado
    utópico fuera de la tierra de
    desecho social de la Europa de postguerra, sino el buscar
    preservar la dignidad humana que la Primera Guerra Mundial
    había desestabilizado. Y es que Mounier buscó no
    sólo los principios de la fe cristiana para apoyar sus
    argumentos, sino también a un tipo de filosofía
    humanística, las cuales le ayudaron en su ataque a la
    desesperación y existencialismo "ateo". Su trabajo
    serviría más adelante de inspiración para
    muchos, incluyendo al Papa Juan Pablo II, y otras connotadas
    figuras de religión institucionalizada.

    Entre las principales obras de Emmanuel Mounier
    tenemos:

    • Manifiesto al Servicio del Personalismo
      (1938);
    • Personalismo (1952);
    • No Temáis: Estudios de Sociología
      Personalista (1951);
    • El Despojo de los Violentos (1955);
    • El Carácter del Hombre (1956);
    • Oeuvres, 4 vols. (1961-63).

    Algunas de sus obras son de edición
    póstuma, pero tal bagaje constituye la herencia
    intelectual de Emmanuel Mounier para los tiempos
    venideros.

    III. PERSONALISMO O SOCIETARISMO EN LA
    CONSTITUCION POLITICA DEL ESTADO

    1. El artículo fundamental.- La
    doctrina personalista de Mounier no parece haberse quedado al
    mero nivel de los enunciados teoréticos, propios de
    "intelectuales soñadores", cuando damos lectura a la
    Constitución Política del Perú,
    específicamente en lo que concierne al TITULO I,
    denominado "DE LA PERSONA Y DE LA SOCIEDAD", CAPITULO I (DERECHOS
    FUNDAMENTALES DE LA PERSONA), en su primer artículo, como
    sigue a continuación:

    " Artículo 1.- La defensa de la
    persona humana y el respeto de su
    dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado.
    "

    Si bien se ha modificado la redacción constitucional respecto al
    artículo 1 de la Constitución Política de
    1979, que decía que la persona humana es el fin supremo
    de la sociedad y del Estado, y que todos tienen la
    obligación de respetarla y protegerla
    , el fondo de lo
    preceptuado resulta siendo lo mismo, cuando el referente
    máximo viene a ser la persona humana, pues el respeto de
    su dignidad no es concebible sin la existencia de la primera
    (3).

    La distinción de la persona humana tiene sentido
    toda vez que existen otros tipos de personas, como por ejemplo la
    persona jurídica. Más bien lo que sí amerita
    un comentario es el orden de prelación que ocupa la
    persona humana en la actual Constitución Política,
    así como en la inmediatamente anterior como es la
    Constitución de 1979. Y es que, a diferencia de otras
    Constituciones Políticas
    del Perú, en donde la redacción constitucional del
    primer artículo comenzaba con la definición del
    Estado, en las dos últimas Constituciones éstas
    empiezan con los derechos fundamentales de la persona, por lo que
    la ideología que las asiste no es precisamente reflejo de
    una concepción estatista de la vida, sino, por el
    contrario, reflejaría una cierta aproximación a una
    concepción personalista, en ámbitos cercanos a la
    doctrina del personalismo cristiano de Mounier.

    En ese sentido se puede decir que, por ejemplo, la
    Constitución Política de 1979 pretendía ser
    una Constitución personalista y eminentemente cristiana
    (4).
    Pero el personalismo de Mounier no es tan
    sencillo de asimilar en términos de una recepción
    constitucional o no. En todo caso, el destacamiento de la persona
    humana, que efectúa nuestra Carta Magna, hay
    que ubicarlo, en un plano inicial, en la dimensión de la
    defensa irrestricta de los derechos humanos. La doctrina
    personalista de Mounier en este sentido tiene enormes
    coincidencias con el tema actual de los derechos fundamentales y
    constitucionales de la persona humana, y en consecuencia el
    personalismo pudo haber sido asimilado como corriente
    filosófica en nuestras dos últimas Constituciones
    Políticas. Sin embargo, la doctrina de Mounier hace
    también hincapié en el correlato correspondiente;
    esto es, a los deberes de la persona humana para consigo misma y
    en relación con su comunidad.

    Al rescatarse la defensa de la persona humana y el
    respeto de su dignidad no se hace sino cumplir con mandatos
    propios de religiones del amor como son
    el cristianismo y el budismo, por
    ejemplo. Mas, al estar nuestra cultura inmersa dentro la
    denominada civilización occidental, el referente directo
    viene a ser, pues, el cristianismo, la religión fundada
    por el Cristo hebreo, aunque también podríamos
    hablar del rescate de un auténtico humanismo, asentado en
    raíces de justicia y compasión, para no citar
    religiones
    institucionalizadas que tienen su propio historial de
    desencuentros prácticos respecto a sus enunciados
    teóricos.

    La persona humana, tras las diversas guerras mundiales
    que asolaron la humanidad del siglo XX, ha sido revalorada, pues
    sucede que en la última guerra mundial los países
    se enfrentaron exhibiendo nada menos que doctrinas de Estado,
    como el patente caso de Italia, Alemania
    o la antigua Unión de Repúblicas Socialistas
    Soviéticas –por citar sólo unos ejemplos-.
    Tales doctrinas de Estado reducían al ser humano a meras
    piezas dentro de un engranaje mayor: el Estado. El ser humano
    había sido concebido, en teoría y práctica,
    como simple medio de la realización plena del respectivo
    Estado fascista, nazista o socialista (estalinista).

    Las millones de vidas humanas perdidas en el altar del
    Estado nación con doctrina sistémica y totalitaria
    han sido la experiencia necesaria y suficiente para que se
    devuelva a la persona su dignidad inherente, que fue
    objetivamente mancillada. La humillación concreta de las
    personas en las doctrinas de Estado ha servido, pues, de
    incentivo para, desde una respuesta dialéctica, fomentar
    precisamente lo contrario; es decir, la defensa y el respeto de
    la persona humana, en su inmanente dignidad. Tal
    revaloración de la criatura humana tiene que ver con el
    hecho de ser una parte especial en el ecosistema de
    la vida: una parte pensante y sensible, que, desde el primer acto
    de asombro y planteamiento acerca de su identidad, se
    reconoce como agente de conocimiento
    del mismo universo
    infinito, eterno e increado.

    Sin ser necesariamente la cúspide de la evolución, el ser humano finalmente ha sido
    revalorado por el propio ser humano, en un cierto cumplimiento de
    antiguos preceptos religiosos y humanísticos.

    El artículo 1 de la Constitución
    Política del Estado peruano no hace sino reconocer esa
    tendencia mayoritaria. El Estado es el medio; la persona humana,
    el fin. Incluso, en la terminología constitucional, la
    sociedad se somete a la persona; esto es, está para
    servirla en aras de su plena realización. En este
    último sentido, podemos apreciar una cierta
    diferenciación para con la doctrina personalista de
    Mounier, pues en ésta la persona humana sólo
    puede encontrar su realización en la comunidad
    . No
    es que la sociedad esté al servicio de la persona humana.
    La sociedad no existe separada de la persona, ni la persona
    existe separada de la sociedad, dado que el ser humano encuentra
    su plena realización en sociedad, así como la
    sociedad se explica por medio del ser humano.

    Está claro que Mounier fue consciente de tal
    interrelación vital. La persona no puede existir sin la
    comunidad, y la comunidad no puede ser concebida sin la persona.
    Sólo el individualismo, recogiendo fraseología
    personalista, tiende a la evasión y el aislamiento, no la
    persona. Sólo el liberalismo burgués resquebraja a
    la comunidad en sectores privilegiados y pauperizados, no el
    personalismo. Sólo el colectivismo aplasta al ser humano
    dentro de una estructura monolítica que deja poco o
    ningún lugar para las cuestiones del alma.

    Sin ser estrictamente personalista, la
    Constitución Política del Perú coincide con
    muchos de los postulados de Emmamnuel Mounier. Sin estar
    necesariamente enterados de la doctrina personalista, los
    legisladores constituyentes han coincidido con el personalismo
    cristiano de Mounier en muchos de sus puntos. Quizás
    sólo por eso este filósofo francés, hombre
    de buena voluntad y de buena fe, "puede sonreír con cierta
    tranquilidad desde la eternidad".

    2. Los derechos fundamentales de la persona
    humana.-
    La revaloración de la persona humana,
    efectuada en la Constitución Política del Estado,
    se traduce de modo específico y puntual en el articulado
    constitucional a través del artículo 2, cuando se
    estipula que toda persona tiene derecho:
    2.1
    " A la vida, a su identidad, a su integridad moral,
    psíquica y física y a su libre
    desarrollo y bienestar. El concebido es sujeto de derecho en todo
    cuanto le favorece;
    2.2 A la igualdad ante
    la ley. Nadie debe
    ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma,
    religión, opinión, condición
    económica o de cualquiera otra índole;
    2.3 A la libertad de conciencia y de religión, en
    forma individual o asociada. No hay persecución por
    razón de ideas o creencias. No hay delito de
    opinión. El ejercicio público de todas las
    confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni
    altere el orden público;

    2.4 A las libertades de información, opinión,
    expresión y difusión del pensamiento mediante la
    palabra oral o escrita o la imagen, por cualquier medio de
    comunicación social, sin previa
    autorización ni censura ni impedimento algunos, bajo las
    responsabilidades de ley.
    Los delitos
    cometidos por medio del libro, la prensa y demás medios de
    comunicación social se tipifican en el Código
    Penal y se juzgan en el fuero común.
    Es delito toda acción que suspende o clausura algún
    órgano de expresión o le impide circular
    libremente. Los derechos de informar y opinar comprenden los de
    fundar medios de
    comunicación;

    2.5 A solicitar sin expresión de causa la
    información que requiera y a recibirla de cualquier
    entidad pública, en el plazo legal, con el costo que suponga
    el pedido. Se exceptúan las informaciones que afectan la
    intimidad personal y las que expresamente se excluyan por ley o
    por razones de seguridad nacional. El secreto bancario y la
    reserva tributaria pueden levantarse a pedido del Juez, del
    Fiscal de la
    Nación, o de una comisión investigadora del
    Congreso con arreglo a ley y siempre que se refieran al caso
    investigado;

    2.6 A que los servicios
    informáticos, computarizados o no, públicos o
    privados, no suministren informaciones que afecten la intimidad
    personal y familiar;

    2.7 Al honor y a la buena reputación, a la
    intimidad personal y familiar así como a la voz y a la
    imagen propias. Toda persona afectada por afirmaciones inexactas
    o agraviada en cualquier medio de comunicación social
    tiene derecho a que éste se rectifique en forma gratuita,
    inmediata y proporcional, sin perjuicio de las responsabilidades
    de ley;

    2.8 A la libertad de creación intelectual,
    artística, técnica y científica, así
    como a la propiedad
    sobre dichas creaciones y a su producto. El
    Estado propicia el acceso a la cultura y fomenta su desarrollo y
    difusión;

    2.9 A la inviolabilidad del domicilio. Nadie
    puede ingresar en él ni efectuar investigaciones o
    registros sin
    autorización de la persona que lo habita o sin mandato
    judicial, salvo flagrante delito o muy grave peligro de su
    perpetración. Las excepciones por motivos de sanidad o de
    grave riesgo son reguladas por la ley;

    2.10 Al secreto y a la inviolabilidad de sus
    comunicaciones y documentos
    privados. Las comunicaciones, telecomunicaciones o sus instrumentos sólo
    pueden ser abiertos, incautados, interceptados o intervenidos por
    mandamiento motivado del Juez, con las garantías previstas
    en la ley. Se guarda secreto de los asuntos ajenos al hecho que
    motiva su examen. Los documentos privados obtenidos con
    violación de este precepto no tienen efecto legal.
    Los libros,
    comprobantes y documentos contables y administrativos
    están sujetos a inspección o fiscalización
    de la autoridad competente, de conformidad con la ley. Las
    acciones que
    al respecto se tomen no pueden incluir su sustracción o
    incautación, salvo por orden judicial;

    2.11 A elegir su lugar de residencia, a transitar
    por el territorio nacional y a salir de él y entrar en
    él, salvo limitaciones por razones de sanidad o por
    mandato judicial o por aplicación de la ley de extranjería;

    2.12 A reunirse pacíficamente sin armas. Las
    reuniones en locales privados o abiertos al público no
    requieren aviso previo. Las que se convocan en plazas y
    vías públicas exigen anuncio anticipado a la
    autoridad, la que puede prohibirlas solamente por motivos
    probados de seguridad o de sanidad públicas;

    2.13 A asociarse y a constituir fundaciones y
    diversas formas de organización jurídica sin fines
    de lucro, sin autorización previa y con arreglo a ley. No
    pueden ser disueltas por resolución
    administrativa;

    2.14A contratar con fines lícitos, siempre
    que no se contravengan leyes de orden público;

    2.15 A trabajar libremente, con sujeción a
    ley;

    2.16 A la propiedad y a la herencia;

    2.17 A participar, en forma individual o
    asociada, en la vida política, económica, social y
    cultural de la Nación. Los ciudadanos tienen,conforme a
    ley, los derechos de elección, de remoción o
    revocación de autoridades, de iniciativa legislativa y de
    referéndum;
    2.18 A mantener reserva sobre sus convicciones
    políticas, filosóficas, religiosas o de cualquiera
    otra índole, así como a guardar el secreto
    profesional;

    2.19 A su identidad étnica y cultural. El
    Estado reconoce y protege la pluralidad étnica y cultural
    de la Nación. Todo peruano tiene derecho a usar su propio
    idioma ante cualquier autoridad mediante un intérprete.
    Los extranjeros tienen este mismo derecho cuando son citados por
    cualquier autoridad;

    2.20 A formular peticiones, individual o
    colectivamente, por escrito ante la autoridad competente, la que
    está obligada a dar al interesado una respuesta
    también por escrito dentro del plazo legal, bajo responsabilidad.
    Los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía
    Nacional sólo pueden ejercer individualmente el derecho de
    petición;

    2.21 A su nacionalidad.
    Nadie puede ser despojado de ella. Tampoco puede ser privado del
    derecho de obtener o de renovar su pasaporte dentro o fuera del
    territorio de la República;

    2.22 A la paz, a la tranquilidad, al disfrute del
    tiempo libre y al descanso, así como a gozar de un
    ambiente
    equilibrado y adecuado al desarrollo de su vida;

    2.23 A la legítima defensa.

    2.24 A la libertad y a la seguridad personales.
    En consecuencia:

    a. Nadie está obligado a hacer lo que la
    ley no manda, ni impedido de hacer lo que ella no
    prohíbe.

    b. No se permite forma alguna de
    restricción de la libertad personal, salvo en los casos
    previstos por la ley. Están prohibidas la esclavitud, la
    servidumbre y la trata de seres humanos en cualquiera de sus
    formas.

    c. No hay prisión por deudas. Este
    principio no limita el mandato judicial por incumplimiento de
    deberes alimentarios.

    d.Nadie será procesado ni condenado por
    acto u omisión que al tiempo de cometerse no esté
    previamente calificado en la ley, de manera expresa e
    inequívoca, como infracción punible; ni sancionado
    con pena no prevista en la ley.

    e.Toda persona es considerada inocente mientras
    no se haya declarado judicialmente su responsabilidad.

    f. Nadie puede ser detenido sino por mandamiento
    escrito y motivado del Juez o por las autoridades policiales en
    caso de flagrante delito.
    El detenido debe ser puesto a disposición del juzgado
    correspondiente, dentro de las veinticuatro horas o en el
    término de la distancia.
    Estos plazos no se aplican a los casos de terrorismo,
    espionaje y tráfico ilícito de drogas. En
    tales casos, las autoridades policiales pueden efectuar la
    detención preventiva de los presuntos implicados por un
    término no mayor de quince días naturales. Deben
    dar cuenta al Ministerio Público y al Juez, quien puede
    asumir jurisdicción antes de vencido dicho
    término.

    g. Nadie puede ser incomunicado sino en caso
    indispensable para el esclarecimiento de un delito, y en la forma
    y por el tiempo previstos por la ley. La autoridad está
    obligada bajo responsabilidad a señalar, sin
    dilación y por escrito, el lugar donde se halla la persona
    detenida.

    h.Nadie debe ser víctima de violencia
    moral, psíquica o física, ni sometido a tortura o a
    tratos inhumanos o humillantes. Cualquiera puede pedir de
    inmediato el examen médico de la persona agraviada o de
    aquélla imposibilitada de recurrir por sí misma a
    la autoridad. Carecen de valor las declaraciones obtenidas por la
    violencia. Quien la emplea incurre en responsabilidad.
    "

    Además de lo exhaustivo de los derechos
    enunciados, el artículo 3 de la Ley de leyes establece que
    la enumeración de los derechos establecidos en el
    Capítulo I del Título I no excluye los demás
    que la Constitución garantiza, ni otros de naturaleza
    análoga o que se fundan en la dignidad del hombre, o en
    los principios de soberanía del pueblo, del Estado
    democrático de derecho y de la forma republicana de
    gobierno.

    En consecuencia, los derechos de la persona humana
    adquieren una destacable amplitud, con cierta proyección
    hacia el infinito. Esto último ha ocasionado choques con
    los intereses de la sociedad, y aun con los derechos de personas
    distintas, por lo que se han puesto correctivos procedimentales a
    través de la publicación del Código Procesal
    Constitucional, en lo que respecta a las condiciones de ejercicio
    de la antigua acción de amparo. Pero esto
    es motivo de otro trabajo. Lo que sí podemos decir es que
    el abuso de las acciones de amparo se explicaría tal vez
    por una falta de desarrollo de la persona humana.

    Mounier con su doctrina personalista precisamente
    persigue el desarrollo integral del ser humano, para convertirlo
    en "persona"; esto es, en una entidad humana plenamente
    realizada. Resulta obvio que tal realización se
    daría en el contexto de la comunidad; esto es, en un
    perfecto equilibrio entre los derechos y los deberes.

    IV. LA REALIDAD
    DE LAS COSAS EN LA SOCIEDAD

    Las declaraciones a favor de la persona humana, que
    lleva a cabo el texto
    constitucional, en una línea lógica
    secuencial exenta de conflictos implicarían un mundo
    societario en donde el hombre se ha desarrollado de tal manera
    que habría suprimido, por ejemplo, la pobreza, la
    ignorancia y las guerras. Estaríamos ante un mundo ideal,
    pletórico de justicia, paz y bienestar.

    Pero la contrastación con los hechos nos lleva a
    un mundo en caos social y conflictos diversos. Y es que las
    ciudades urbanas se han convertido en "selvas de cemento", en
    donde cada cual vela con salvaje devoción por sus propios
    intereses, cuando no importan los demás, sino solamente
    uno mismo, en una competencia
    desleal, concebida contra los demás, y no alrededor
    del propio desarrollo del individuo. En tal sentido, la comunidad
    podría ser vista como el resultado lógico
    obligatorio de un proceso de
    imposición de los más fuertes hacia los más
    débiles. Y es que la comunidad se explica en primera
    instancia por la existencia previa física de las personas
    naturales que la integran. Como se diría, la comunidad no
    es concebible sin individuos que le den sustento a la misma, ya
    que la comunidad, como tal, no pasa de ser un mero concepto que
    para no ser una ilusión necesita de un carácter
    diferenciador, puesto que una simple reunión física
    de personas no tiene porqué identificarse con lo que es o
    puede ser en sí la comunidad.

    La comunidad, así como el todo, no es una llana
    suma de las partes. Pensar o creer lo contrario es caer en un
    simplismo exagerado que haría que llamásemos
    comunidad a simples conglomerados de individuos que se pueden
    reunir partiendo por duros ánimos de lucro extremo y
    terminando por no santos objetivos propios de bandas
    delincuenciales. No se puede llamar comunidad a una simple
    reunión mecánica de individuos porque tal
    reunión, por ser simple, no va acompañada de actos
    concretos de solidaridad y
    preocupación por el destino de los demás. Las
    actuales urbanizaciones o sectores urbanos de nuestras ciudades
    para ser comunidades deberían de practicar esos actos,
    cumplir esos requisitos, más aún cuando sus
    habitantes dicen profesar la fe católica o cristiana en
    general.

    ¿Dónde está la solidaridad?
    ¿Dónde está la compasión o piedad?
    ¿Dónde el amor al prójimo? ¿En
    quiénes se ve el rostro magnánimo de Dios? Y es que
    en los actuales conglomerados urbanos, por ejemplo, en dos casas
    vecinas uno de sus habitantes puede estar disfrutando, feliz de
    la vida, el logro de un doctorado, mientras el otro, el vecino,
    puede estar apretando el gatillo de un arma de fuego para poner
    fin, por mano propia, a su existencia.

    Esa es la lamentable realidad actual. Y el Estado brilla
    por su ausencia, a diferencia de su omnipresente presencia a la
    hora de cobrar los tributos e
    impuestos. En
    ese sentido, la comunidad puede ser vista como una
    imposición dirigida a guardar las formas, para aparentar
    lo que no es real. El cristianismo formal de la mayoría de
    los occidentales choca con la selva de cemento en que se han
    convertido las calles de las ciudades y pueblos. El instinto de
    conservación de los individuos, sumado a su ansia de poder
    y sojuzgamiento de semejantes, marcan la pauta en las sociedades
    occidentales, de cultura judeocristiana. El superhombre amoral,
    en la práctica de las cosas, es más considerado que
    el hombre bueno y justo. Así de sencillo y simple. Nada
    más y nada menos. Puede parecer cruel lo dicho. Pero es la
    verdad, y como tal, si hemos de querer cambiar el estado de cosas
    al respecto, lo primero que tenemos que hacer, nos guste o no, es
    aceptar la verdad. Luego surge el legítimo ¿por
    qué?. ¿Por qué se considera más al
    superhombre amoral que al hombre bueno y justo? ¿Por
    qué el primero se lleva los mejores lauros y los
    más ovacionados aplausos? ¿Por qué tal
    realidad si en los códigos morales y religiosos se
    proclama lo contrario? ¿Por qué tal realidad?
    ¿Por qué? ¿Por qué?

    Luego está la búsqueda de respuestas. Y en
    ese ánimo nos encontramos con la naturaleza inherente al
    ser humano. Esa naturaleza dual, que tiende tanto al bien como al
    mal, y propia de un ser en eterno conflicto
    desde los mismos albores de la creación. Si bien es cierto
    que las nociones universales de bien y mal varían de
    acuerdo al espacio y tiempo de que se trate, no se puede negar
    que el bien está ligado a todo aquello que es propio de la
    bondad humana, y que el mal, por el contrario, viene a ser la
    exacta correspondencia de la maldad humana, entendida ésta
    como lo que, implicando actos de injusticia, busca el
    sojuzgamiento y la destrucción de los demás. Es de
    resaltar que la destrucción, en la época actual, se
    verifica desde el ataque y erosión de
    la imagen y credibilidad de las personas hasta el asesinato por
    encargo vía sicarios profesionales.

    El relativismo sobre el bien y el mal ha sido y es
    utilizado hábilmente por los convenidos y vendidos de
    siempre, esos que, a lo largo de la historia, han pululado como
    gérmenes y que han medrado entre las ruinas de cada una de
    las civilizaciones. Para los mercenarios de la vida, no hay mejor
    arma ideológica que el relativismo. Desde los niveles
    primarios de las abstracciones hasta la universalidad de las
    filosofías, para tales mercenarios y convenidos de siempre
    es importante que el relativismo alcance el rango de principio
    universal, vigente más allá de las formalidades
    institucionales de las contemporáneas sociedades
    occidentales u orientales, porque de ese modo tienen cierta
    autorización implícita para actuar sin mayores
    dificultades.

    Como el ser humano tiende, en términos generales,
    tanto al bien como al mal, el relativismo es un arma
    ideológica mortal. Sin embargo, las diferencias entre lo
    que es bien y mal en diversas culturas y personas son en realidad
    de forma, no de fondo. Si hemos de hablar de fondo, queda claro
    que el bien es uno solo a través de todas las eras, lo
    mismo sucede respecto al mal. Pese a ello, los traficantes y
    mercenarios de la vida destacan las formas por encima del fondo
    para entronizar el relativismo en el imaginario de los pueblos
    con el único fin de justificar los saqueos de las
    sociedades humanas. Mantener a la gente en la ignorancia respecto
    a lo que se esconde detrás del relativismo es tarea de los
    vendidos de siempre, aunque hay que tener cuidado en la
    vehemencia al condenar el relativismo porque no está lejos
    el caer en el otro extremo, el cual es el absolutismo
    propio de Estados tiranizantes y opresores de la libertad
    individual de las personas. En tales formas de
    gobierno opresoras y tiranas, también se
    destacarían las formas sobre el fondo pero respecto al
    absolutismo de señalar una sola manifestación de
    bien, a la cual todos deben considerar como único y
    universal referente a la hora de realizar los actos y hechos
    concretos. No obstante que puede haber buena fe en ello, no
    obstante que, en un principio, pueden haber existido buenas
    intenciones, las sociedades y Estados en los cuales rige el
    absolutismo van a engendrar en su mayor parte individuos
    fanáticos y cerrados en esquemas estrechos de
    concepción, pues habrán, a manera de
    reacción, minorías reacias a ser regidas por el
    totalitarismo de considerar una única forma o
    manifestación de bien.

    Mientras esperamos el logro de mejores sociedades, y por
    ende de mejores seres humanos, la realidad es inclemente y cruda.
    Y quizás por eso mismo urge actuar, más que nunca,
    con fe en un futuro construido por nosotros mismos, cuando
    nuestros actos se dirijan hacia el sol de los
    ideales imperecederos, hacia el sol de los tiempos
    nuevos.

    V. CONCLUSIONES

    1. La filosofía personalista
    constituye para algunos el síntoma y para otros la
    respuesta a esa situación de nihilismo, cuando ni la
    soledad, ni la muerte permiten responder a la pregunta por el
    sentido, y la "persona" se divisa en el horizonte conceptual como
    alternativa a la crisis de la modernidad.

    2.El personalismo se constituye a su
    vez como lo contrario al colectivismo, donde el sujeto se
    convierte en número, y como lo contrario al
    individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos entre
    nosotros mismos como entidades inexorablemente relacionadas entre
    sí.

    3. Para Mounier, el individividuo es la
    dispersión de la persona en la materia, dispersión
    y avaricia. La persona no crece más que
    purificándose del individuo que hay en ella. Contra el
    individualismo, propio de una sociedad despersonalizada, se
    reivindica a la "Persona" como ser concreto (no subjetivo) y por
    ello relacional y comunicativo, es decir,
    "comunitario".

    4. El personalismo, luego de desechar
    gramaticalmente el término "individuo" para referirse al
    ser humano en solitario, aislado como unidad teniendo en cuenta
    la humanidad como referencia máxima con la cual cotejar,
    centra sus esperanzas en el término
    lingüístico "persona". Sin embargo, desde una
    perspectiva de análisis de fondo del lenguaje, el
    "individuo" que Emmanuel Mounier condena y ataca es lo mismo que
    la "persona". Sólo que para este autor personalista se
    hizo necesaria la creación de un término que
    simbolice lo que él precisamente trataba de poner en duda
    abierta y en franca oposición a su doctrina, obviamente
    con fines de ubicar claramente al "enemigo" principal, al cual ya
    se podía destinar los más cruentos ataques en el
    mundo de lo intelectual.

    5.Razones no le faltan a Mounier para criticar
    duramente al individualismo burgués, pero este mismo autor
    francés reconoce a plenitud que, por ejemplo, la era
    individualista ha partido de una fase heroica, pues su primer
    ideal humano, el héroe, es el hombre que combate solitario
    contra potencias masivas, y en su combate singular hace estallar
    los límites del hombre.

    6.El Estado, para la doctrina personalista, no
    es la nación, ni siquiera es una condición que debe
    ser cumplida antes de que la nación pueda llegar a
    existir. Al decir de Mounier, sólo los fascistas proclaman
    abiertamente que su meta es el bien del Estado. Pero desde una
    visión humana de la historia, el Estado es aquello que le
    da objetividad, fuerza y concentración, a los derechos
    humanos; emergiendo espontáneamente de la vida de los
    grupos organizados, y en este respecto, viene a ser la
    garantía institucional de la persona. El Estado
    está hecho para el hombre, no el hombre para el Estado,
    así como la economía está destinada para
    servir al hombre, y no el hombre al servicio de la
    economía.

    7.En terminología de Mounier, la
    nación viene a ser el "abrazo" que reúne a la
    abundancia de sociedades diversas alrededor de las personas
    (sociedades económicas, culturales, espirituales), bajo la
    unidad viva de una tradición histórica y de una
    cultura particularizada en su expresión, con poder de
    cierta universalidad.

    8. La nación así se
    constituiría como el punto intermedio entre sociedad y
    Estado, alcanzando su plena realización en una comunidad
    personalizada. Al fin de cuentas, Mounier habla de una comunidad
    internacional, y del derrumbamiento del Estado
    nación.

    9.El personalismo conserva la
    colectivización y salvaguarda la libertad
    apoyándola en una economía autónoma y
    flexible en lugar de adosarla al estatismo. La economía
    personalista admite dos sectores: un sector planificado,
    destinado a la producción del mínimo vital, y un
    sector libre, donde actúan, sin amenazar el
    mínimo vital de las personas, la libre creación y
    la libre emulación. En este sentido, podemos decir que la
    economía personalista pensada por Mounier se aproxima al
    concepto constitucional que subyace en la denominación
    "economía social de mercado".

    10.El destacamiento de la persona humana, que
    efectúa la Constitución Política del
    Perú, hay que ubicarlo, en un plano inicial, en la
    dimensión de la defensa irrestricta de los derechos
    humanos. La doctrina personalista de Mounier en este sentido
    tiene enormes coincidencias con el tema actual de los derechos
    fundamentales y constitucionales de la persona humana, y en
    consecuencia el personalismo pudo haber sido asimilado como
    corriente filosófica en nuestras dos últimas
    Constituciones Políticas (de 1979 y 1993). Sin embargo, la
    doctrina de Mounier hace también hincapié en el
    correlato correspondiente; esto es, en los deberes de la persona
    humana para consigo misma y en relación con su
    comunidad.

    11.El artículo 1 de la Constitución
    Política del Estado peruano no hace sino reconocer la
    tendencia mayoritaria del respeto de los derechos humanos. El
    Estado es el medio; la persona humana, el fin. Incluso, en la
    terminología constitucional, la sociedad se somete a la
    persona; esto es, está para servirla en aras de su plena
    realización. En este último sentido, podemos
    apreciar una cierta diferenciación para con la doctrina
    personalista de Mounier, pues en ésta la persona
    humana sólo puede encontrar su realización en la
    comunidad
    . No es que la sociedad esté al servicio
    de la persona humana. La sociedad no existe separada de la
    persona, ni la persona existe separada de la sociedad, dado que
    el ser humano encuentra su plena realización en sociedad,
    así como la sociedad se explica por medio del ser
    humano.

    12.Sin ser estrictamente personalista, la
    Constitución Política del Perú coincide con
    muchos de los postulados de Emmamnuel Mounier. Sin estar
    necesariamente enterados de la doctrina personalista, los
    legisladores constituyentes han coincidido con el personalismo
    cristiano de Mounier en muchos de sus puntos.

    VI. NOTAS

    (1) Respecto a los esquemas estrechos de
    concepción a través de la historia podemos citar a
    la oscuridad filosófica y científica imperante en
    la Edad Media, en
    donde, por ejemplo, se llegó a afirmar como dogma que la
    tierra era
    plana y que las estrellas y demás cuerpos celestes giraban
    alrededor de nuestro planeta.

    (2) Sobre la problemática del lenguaje, es
    de destacar que, por ejemplo, para Ludwig Wittgenstein no existe
    un lenguaje ideal, perfecto, que nos mostraría la esencia
    del lenguaje, lo que el lenguaje
    realmente es y cuyo descubrimiento sería el objetivo final
    de la investigación sobre el lenguaje. Los
    estudios de este filósofo sobre el lenguaje han hecho
    revalorar la importancia del lenguaje ordinario y el lugar que el
    uso ocupa en el tratamiento del mismo. En ese sentido, el
    "individuo" que Emmanuel Mounier condena y ataca es lo mismo que
    la "persona". Sólo que para este autor personalista se
    hizo necesaria la creación de un término que
    simbolice lo que él precisamente trataba de poner en duda
    abierta y en franca oposición a su doctrina, obviamente
    con fines de ubicar claramente al "enemigo" principal, al cual ya
    se podía destinar los más cruentos ataques en el
    mundo de lo intelectual.

    (3)Los conocidos hermanos Chirinos Soto al
    respecto señalaban que la persona no puede ser, como tal,
    fin de la sociedad ni del Estado, pues la defensa de la persona
    humana y el respeto de su dignidad sí pueden ser no
    sólo uno de los fines, sino el fin supremo de la sociedad
    y del Estado. Con tal tautología, no queda mucho por
    agregar, salvo el hecho de que lo más propio seria hablar
    de una realización plena del ser humano como objetivo
    máximo de la sociedad y el Estado peruanos.

    (4) CHIRINOS SOTO, Enrique y Francisco Chirinos
    Soto. Constitución de 1993: Lectura y Comentario. Lima
    – Perú. 1997. p 17.

    VII. BIBLIOGRAFIA

    • CHIRINOS SOTO, Enrique y CHIRINOS SOTO,
      Francisco.
      1997. Constitución de 1993: Lectura y
      Comentario.
      4ª e. Lima – Perú. 545
      pp.
    • GUEVARA VASQUEZ, Iván. 2004. El
      Ocaso de los Maestros.
      1ª e. Río Santa
      Editores. Chimbote – Perú. 216 pp
    • MOUNIER, Emmanuel. 1938. Manifiesto al
      Servicio del Personalismo.
      Traducción de Julio D.
      González Campos. Ed. Taurus. 371 pp.

    Iván Guevara Vásquez

    Profesor de derecho y metodología de la investigación científica en la
    Escuela de Posgrado de la Universidad Nacional de Trujillo
    – Perú, y en la Escuela de Posgrado de la
    Universidad Inca Garcilaso de la Vega de Lima – Perú
    (Trabajo realizado en Agosto del 2004).

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