- Motivos
- El viaje
- Primeros
días - Actitudes
- El idioma
- Religión
- Oficios
- Qué
comían - Costumbres
- Entretenimientos
- La
nostalgia - Volver
- Conclusiones
- Bibliografía
Me propongo en este trabajo
recuperar para los inmigrantes y sus descendientes esas historias
cotidianas que nos describen la vida en la tierra nueva.
Para ello, he recurrido a los testimonios de escritores,
historiadores, actores, periodistas, y de los inmigrantes que
conozco, incluidos los familiares. También transcribo
testimonios de hijos y nietos de quienes llegaron de lejos.
Encontré mucho material en librerías "de viejo" y
en bibliotecas.
Archivando y preguntando, llegué a reunir los recuerdos
transcriptos en esta obra, que intenta ser un homenaje a quienes
vieron a la Argentina como la tierra de
"paz, pan y trabajo".
Los textos a los que me refiero, y que transcribo
parcialmente, provienen de memorias,
biografías, ficción, poesía
y reportajes. Salvo algunos pasajes provenientes de dramas, el
teatro, tan rico
en expresiones acerca de la inmigración, no ha sido reflejado en estas
páginas; lo abordaré en un futuro.
Escribir este libro
llevó muchos meses, y un trabajo de archivo de
años. Fue una tarea difícil en lo emotivo, porque
muchos de los episodios relatados se referían a la
crueldad humana y su reflejo en toda la sociedad, pero
especialmente en los más desprotegidos. En América, esos inmigrantes encontraron una
vida digna –aún debiendo soportar a los
xenófobos-, pero su historia de hambre,
persecuciones y torturas los acompaña, estén donde
estén. Como contrapartida, asistimos también al
relato de sus logros, los que alcanzaron con fe, laboriosidad y
privaciones.
Tiene semejanza con otros libros
escritos anteriormente –La Colonia San José,
de Celia Vernaz y La gran inmigración, de Ema Wolf
y Cristina Patriarca- y con uno que apareció luego,
Historias de inmigración (1850-1950) de
Lucía Gálvez. Al libro de Vernaz se aproxima en la
atención puesta en "El viaje" y los
"Primeros días", títulos que utilicé sin
saber que ella los había utilizado antes. Se aproxima al
de Ema Wolf y Cristina Patriarca en el tipo de indagación
realizada; se diferencia en que esa obra llega hasta 1910,
mientras que el mío abarca cuatro décadas
más. Del de Lucía Galvez se diferencia por incluir
manifestaciones artísticas, y se aproxima a él por
el período elegido. En un principio, tomé el lapso
que va de 1900 a 1950 –alrededor de esa fecha llegaron a
Buenos Aires
mis abuelos gallegos, y a Tandil, mis bisabuelos lombardos-;
luego me di cuenta de que era necesario incorporar material
relativo a la segunda mitad del siglo anterior, sin el cual,
el trabajo
quedaría incompleto.
"Inmigración y literatura" fue el
título del primer artículo periodístico que
escribí sobre este tema, publicado en el diario El
Tiempo de Azul, en el que colaboro desde 1983. Esa
visión literaria se fue ampliando con historias de vida,
historietas, films y muchos otros aspectos que resultan valiosos
a la hora de conocer una etapa. Las monografías que
componen este volumen fueron
publicadas durante 2002 en el sitio www.monografias.com.
Luego las amplié y actualicé.
Faltan muchas historias, y hay colectividades
representadas con más testimonios que otras. No hay una
"razón de amor"
–salvo en lo referido a los gallegos-; sucede que sobre
algunas nacionalidades hay más información que sobre otras.
Este libro, en el que hablan personalidades relevantes y
otras que no lo son, es el tributo que rindo a esos hombres y
mujeres, para que sus sacrificios, sus tradiciones, sus
anécdotas, sean recordados por los protagonistas y
conocidos por sus descendientes, quienes hoy quizás
tientan suerte en la tierra de sus abuelos.
Algunas de las páginas que se escribieron sobre
la inmigración nos muestran la idea de emigrar desde los
instantes en los que surge. La vemos afirmándose,
madurando en esas mentes en las que la desesperación es un
sentimiento tristemente cotidiano. Porque –como dice
Gustavo Cirigliano, en sus "Disquisiciones tangueras"- "Todo
aquel que dejó su país, su patria de origen, de
hecho –nos guste o no- fue abandonado o aún
expulsado por ella, fue impelido a irse al no ser protegido ni
retenido. Se lo echó, dicho sin vueltas" (1).
José Luis Baltar Pumar, presidente de la
diputación de Orense, se refirió en 1998 al
sentimiento de los gallegos emigrantes: "Los gallegos han
colaborado en la realización de la Argentina, pero nunca
se han olvidado de su madre patria, cuando podría existir
un sentimiento de rencor por no haberles dado la posibilidad de
progresar en su lugar de nacimiento. Ellos saben que si Galicia
no les ha dado oportunidades es porque no ha podido"
(2).
En el sitio "Asturias en la emigración", Luciano
Méndez Muslera enumera los motivos que llevaron a los
asturianos a emigrar; habla de la imitación e
inculcación, la salida de los hidalgos segundones y gente
acomodada, los "ganchos" o agentes de los armadores, la
evasión del reclutamiento
militar, y los motivos económicos o de población (3). Estos motivos, aunque con
variantes, pueden aplicarse a ciudadanos de otros países,
pero es necesario agregar otros: las guerras
mundiales, los pogrom rusos –que el autor no menciona por
referirse sólo a la emigración asturiana- y los
dramas personales –los cuales, aunque mínimamente,
también fueron causa de emigración.
Notas
- Cirigliano, Gustavo: "Disquisiciones tangueras", en
El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001. - Estévez, Paula: "Buenos Aires es nuestra
5° provincia de ultramar", en La Prensa, 7 de
noviembre de 1998. - Méndez Muslera, Luciano: "Asturias en la
emigración", www.telepolis.com.
Guerras, persecuciones
Leopoldo Díaz, en el poema "Tierra prometida",
expresa: "¡América! te anuncia el nuevo día/
en que el arte y la ciencia te
den gloria./ Serás del pensamiento la
victoria,/ no la victoria de la guerra
impía.// La voz del porvenir es la voz mía;/ mi
palabra augural no es ilusoria;/ hecha de luz y
lágrimas tu historia/ habla en mí con fervor de
profecía.// El viejo mundo se desploma y cruje… El odio,
entre la sombra acecha y ruge…/ Una angustia mortal tiene la
vida…// Y como leve arena que alza el viento,/ a ti
vendrán el paria y el hambriento/ soñando con la
Tierra Prometida" (1).
La política aparece
reiteradamente como motivo de emigración. Del fascismo y sus
reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y
la guerra, libro de Martina Gusberti. Decidió emigrar
"porque él, como vehemente socialista, fue apaleado varias
veces por los camisas negras". El anciano narra qué
había sucedido: "Sabían que era músico,
director de una banda, y me buscaron para colaborar, pero yo me
negué a tocar la marcha fascista y por eso me ligué
unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me
protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra
historia. Después, emigré a América"
(2).
Syria Poletti evoca la guerra, por ejemplo, a
través de los ojos de un personaje, en "Agua en la
boca". La protagonista se encuentra con un hombre que
sufre las secuelas de la contienda. Así lo describe:
"Comenzaba ya a bajar cuando vi que por el sendero empinado
trepaba oscilante Chero, el loco, borracho como siempre. Para
él, la guerra era un permanente estado de
alerta, porque en ella había perdido un brazo y encontrado
todas las alucinaciones que todavía lo trastornaban. Y
sólo en el vino encontraba un ruidoso olvido"
(3).
En "Desarraigo", cuento de Ana
María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de
la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una
historia familiar vinculada con la guerra: "Recordó que
una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de
una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela
materna y comenzó a secarse las lágrimas con el
delantal; (…) esperaron en la vereda a su padre. (…) Su
madre, Mariana, había muerto hacía ya quince
días. El correo tardaba mucho y él hacía
quince años que no la veía. Recordó el duelo
a distancia y el dolor de tanta ausencia amontonada, de tantos
besos perdidos y de tanta soledad impuesta por un país
destruido por la guerra" (4).
Los recuerdos bélicos tienen que ver para el
autor de La tierra incomparable, con la figura paterna. En
un reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda al italiano Narciso,
un hombre valiente. De él dice: "era tremendamente
trabajador, tremendamente amante de su familia y
tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra
Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno
terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las
siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la
fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su
argumento era grande como una montaña. Decía: Yo
quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede
prohibir. Ni Hitler, ni
Mussolini…" (5).
También escapa del fascismo el padre de Roberto
Raschella. El escritor narra: "Mi padre vino varias veces desde
la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se
quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre,
después de muchas dificultades para poder salir de
Italia,
llegó en 1929" (6).
Debieron emigrar Julián Centeya (Amleto Vergiati)
y su familia: "El 15 de septiembre de 1910 nació en
Borgotaro, un pueblo de la provincia de Parma, Italia, Amleto
Enrique Vergiati, hijo de un periodista del diario Avanti,
cuyo jefe de Redacción era Benito Mussolini, el futuro
‘Duce’. Diez años después, realizada ya
la histórica marcha sobre Roma (1920), la
represión sobre la izquierda se tornó violenta y
obligó a muchos opositores al régimen a decidir su
exilio. La familia
Vergiati, integrada por Carlos, el padre, Amalia, la madre, y los
tres hijos, dos mujeres y Amleto, no fue una excepción y
viajó hacia la Argentina como casi la mayoría de
los refugiados políticos de ese momento" (7).
Juan Fazzini recuerda que su madre los impulsó a
emigrar: "Fue Rina quien alentó a la familia a dejar
Italia y venirse a la Argentina para escapar de la miseria que
había dejado la Segunda Guerra
Mundial. ‘Es una tierra donde no hay hambre y no hay
guerra’, le decía a su esposo Pedro, que era
mecánico de vuelo" (8).
Hubo quien vino por un tiempo, y no
pudo regresar. Finalmente, se estableció aquí: "Mi
abuelo, un anárquico antifascista, había partido en
1926 por motivos políticos –comenta Laura Pariani,
escritora italiana autora de Quando Dio ballava il tango.
Estaba convencido de que el fascismo caería de un momento
a otro y de que su estadía en la Argentina, fruto de la
necesidad, habría de durar poco. Mi madre tenía
menos de un año cuando él partió. La idea de
mi abuelo era regresar, pero el fascismo no cayó. Fue
así como, postergando cada año el regreso, mi
abuelo construyó su nueva vida en la Argentina, donde
vivió sus últimos cuarenta años"
(9).
Huyendo del Mariscal Tito venían los Ranni, de
Trieste. Cuenta Rodolfo: "viví muchos años con el
recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes,
cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi
hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino,
que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado
por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por
dar a luz a mi hermano, en la frontera
inglesa la dejaron pasar…" (10).
La emigración aparece como una alternativa que
otros italianos no aceptan, porque no pueden abandonar a sus
muertos. En su novela La
piel, Curzio Malaparte dice que los difuntos "no pueden
pagarse un billete para América, son demasiado pobres. No
sabrán jamás lo que es la riqueza, la felicidad, la
libertad. Han
vivido siempre en la esclavitud; han
sufrido siempre el hambre y el miedo. Incluso muertos
serán siempre esclavos, sufrirán hambre y miedo. Es
su destino, Jimmy. Si supieses que Cristo yace entre ellos, entre
estos pobres muertos, ¿Lo abandonarías?"
(11).
Vino de Italia –donde había emigrado
anteriormente- el abuelo de José Eduardo Abadi. El nieto
relata: "El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que
abandonar el país por razones políticas,
se mudó a Milán con toda la familia. Al poco
tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a
emigrar… Así llegaron a la Argentina" (12). Los
sirio-libaneses llegaron "dejando atrás los conflictos
producidos por la invasión del Imperio Otomano, para
radicarse en zonas inhóspitas del Noroeste, San Juan y la
Patagonia
fronteriza" (13).
El croata Miro Kovacic padeció la guerra en su
país de origen. Así recuerda el efecto de la
contienda en los espíritus: "Se descubren tantas cosas en
este otro mundo. El de los muertos vivientes. Descubrí que
el ser humano tiene una capacidad de sufrimiento sorprendente y
se adapta a las situaciones más difíciles. Es
más. En esos momentos en los cuales la vida no vale una
moneda (mucho menos que un cigarrillo), se dan situaciones en las
que se puede notar una clara certeza de la existencia del otro a
nuestro lado y un ‘darse’ a él que asombra a
quien se ha acostumbrado a ver el lobo del hombre comiendo al
contrario, o al mundo, y aún comiéndose a sí
mismo. Es notable ver cómo alguien puede pasar de un acto
de crueldad extrema a otro de la más sublime bondad en el
mismo día. Cada uno lleva dentro de sí
ángeles y monstruos. Esa es la lucha constante con la que
debemos cargar" (14).
Pedro Opeka, sacerdote en Madagascar, "tiene cincuenta y
cinco años y dos padres eslovenos que se establecieron en
Argentina tras huir de la Yugoslavia comunista de posguerra.
Junto a ellos y sus siete hermanos se crió en Ramos
Mejía, donde aún viven doña María y
don Luis" (15). También emigraron los eslovenos, entre
ellos, los padres de un periodista: "Alfonso Pipan y Tatiana
Svajgar, prófugos de su país natal terminada la
Segunda Guerra Mundial,
llegaron como inmigrantes en 1948 a la Argentina"
(16).
A la vienesa Hedy Crilla, "el creciente antisemitismo
de los nazis en el poder las empujó, como a tantos, al
exilio: primero en París –donde vivió entre
1936 y 1940 y trabajó en teatro, radio y cine- y
luego en la Argentina" (17).
"En 1939, como tantos otros judíos
perseguidos por las hordas de Hitler, los Hurwitz se despidieron
de su casa", en Alemania
(18).
Fueron perseguidos los Flichman en su tierra, cuenta una
inmigrante afincada en Mendoza. En Rojos y blancos,
Ucrania, Rosalía de Flichman evoca el entorno en el
que se desarrolló su infancia. Las
persecuciones, la revolución, la guerra civil, las
violaciones y los asesinatos –a los que se suman las
inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía
debe enfrentarse a muy corta edad: "Los blancos están en
la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los
hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las
niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios
continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como
somos despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos
reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir,
duele".
Más adelante manifestará una preferencia,
en su desgracia: "Quiero que vuelvan los rojos; cantan la
‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan
pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados,
asesinos". Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su
país de origen por dos motivos: su condición de
judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la
amenaza constante a la que estaban sometidos, también
significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya
que la madre se apoyó "en instituciones
judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de
Rusia", y el
hecho de ser pudientes les permitió una salvación
que a otros estuvo negada (19).
María Arcuschín recuerda, en De Ucrania
a Basavilbaso, los relatos familiares sobre la razón
que los llevó a emigrar. Los antepasados "Fueron casa por
casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del
próximo pogrom y la urgencia de partir hacia
América en busca de libertad y de paz" (20).
El pequeño protagonista de "Historia con tango y
misterio", de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos
emigraron de Rusia. El padre le contesta: "Por el ejército
del zar. Cada vez que aparecían por la aldea donde
vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en
alguna guerra en la otra punta del país" (21).
Emigraron, asimismo, los padres de Alejandra Pizarnik:
"Flora Pizarnik –nacida en Buenos Aires en 1936, apodada
Buma, convertida en Alejandra con la edición
de su segundo libro- hizo su elección definitiva por la
poesía. Flora (Buma en idish) era la segunda hija
del matrimonio
formado por los rusos Elías Pizarnik y Rosa Bromiker, que
en 1934 dejaron su Rovne natal (donde algunos años
despúes los nazis masacraron a sus familias), para
instalarse en los suburbios soleados de Avellaneda"
(22).
Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de
Polonia, donde "Otra vez los gritos de ‘yid’
atronaban la calle. El viaje había sido inútil. Se
culpó por haberla dejado sola mientras él iba al
mercado.
Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si
no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra
había terminado pero no su odio por los judíos.
(…) el celo polaco podía dejar atrás a los
alemanes si de matar judíos se trataba. (…)
También de Polonia debían irse" (23).
Alejandro Kokocinski, "hijo de un polaco y una rusa,
nació en Italia pero creció en la Argentina. (…)
Recién a los 21 años Alejandro Kokocinski
consiguió una nacionalidad,
la argentina. Hasta entonces era un apátrida. ‘Yo
tengo una gran pasión por la Argentina, me considero muy
argentino –aclara-. Recién me dieron la doble
ciudadanía italiana de grande, porque como
aquí rige la ley de sangre yo no
tenía una patria. Mis padres eran dos refugiados corridos
por la guerra, un polaco y una judía rusa’. (…)
Los dos tuvieron la gran fortuna de que descarrilara el tren que
los llevaba al campo de exterminio nazi de Treblinka
‘porque si no yo no estaría aquí’.
Huyeron entre mil peripecias, estuvieron un año escondidos
y llegaron a un campo de refugiados en Italia. (…) ‘En
ese contexto dramático yo vine al mundo en 1948’.
(…) Papá Kokocinski organizó con otros soldados
la liberación de su pareja. Escaparon todos. Llegaron a
Génova y se escondieron. Querían ir a la Argentina.
‘El cónsul se apiadó y los dio un
salvoconducto’. Una carreta del mar los trajo a Buenos
Aires" (24).
Para proteger a su hija de lo que vendría es que
una madre judía quiere que la niña deje Europa.
Cumpliendo la última voluntad de su esposa, el belga Divas
se traslada con su hija a Ensenada "a finales de los treinta". La
moribunda había dicho: "ma fille doit arriver en
Amérique avant que mon cadavre refroidisse" (25). Esta
es la historia que relata Gabriel Báñez en
Virgen, novela finalista en el Premio Planeta
1997.
Entrevistado por Mario Diament, dice Máximo
Yagupsky: "¿Cómo han venido aquí nuestros
judíos? Escapando, prácticamente, de
pogroms. Los que han venido a la Argentina, sobre todo. No
los movía, como a los italianos, el buscar una vida
más confortable o huir de la miseria. Allá los
judíos eran pobres, pero estaban acostumbrados a la pobreza.
Amaban la vida en el ghetto porque significaba la vida en
común, en la gran familia, a tal extremo que mi abuela
murió a los noventa y tantos años y hablando de su
país de origen decía siempre ‘allí, en
mi casa’. A pesar de que vivían en la miseria, era
su hogar" (26).
"El país de Gales, viendo comprometido su
antiquísimo patrimonio
cultural ante la presión
ejercida por Inglaterra,
decidió responder a la política inmigratoria
propuesta por la República Argentina. Así fue como
algunos eligieron a la Patagonia cuya condición
deshabitada alentó sus ideales" (27).
La Guerra Civil fue el motivo para que muchos
españoles emigraran, entre ellos, el gallego Arturo
Cuadrado Moures, pasajero del Massilia, quien recuerda ese
trance: "En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda
traición en donde los hombres tuvieron que matar a los
hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres
años y donde han muerto casi dos millones de
españoles. Nosotros, el ejército republicano, que
dominábamos Madrid,
Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos
la canción y teníamos a América"
(28).
Durante la contienda, "los dirigentes del PNV (Partido
Nacionalista Vasco) se refugiaron en las colonias vascas de
América
latina y buscaron el respaldo logístico y
económico de Estados Unidos y
Gran Bretaña. En nuestro país se produjo una
movilización de la comunidad para
favorecer la radicación de los fugitivos vascos, tanto de
los que procuraban salir de España
como de los que se habían establecido
momentáneamente en Francia antes
de que fuera ocupada por el ejército nazi. El presidente
Roberto Ortiz, un descendiente de vascos, reconoció ya en
1940 a un comité de personalidades argentinas y
españolas como intermediario para la rápida entrada
de los que emigraban de Europa, con la garantía de que no
tuvieran antecedentes comunistas" (29).
La Guerra Civil hizo que emigrara la española
María Luisa Robledo, casada con el argentino Aleandro,
hijo de italianos. Recuerda la actriz Norma Aleandro: "Estaban en
la compañía de De Rosas en
España, se conocieron, se enamoraron. Tuvieron a mi
hermana y con la guerra se vinieron para acá. Con mi
abuela, la madre de mi madre, de manera que yo nací en
Buenos Aires" (30).
El humorista Quino es "nieto de una comunista militante
e hijo de republicanos exiliados". Acerca de sus mayores,
expresó: "Mi abuela era una militante que vendía
los bonos del
partido. Mi padre no quería que lo hiciera. Y se armaban
unas trifulcas terribles en mi casa. Cuando era niño,
escuchaba radios de Moscú y de Pekín. Pero
también admiraba a Bing Crosby y estaba enamorado de
Mirtha Legrand. Yo tenía diez años"
(31).
Manuel García Ferré nació en
Almería en 1929. "Llegó a nuestro país a los
17 años, dejando atrás los sinsabores de la Guerra
Civil en su España natal" (32).
El guitarrista murciano Manolo Iglesias, en una entrevista,
contó: "Primero vino mi padre solo a buscar trabajo en
1948, como inmigrante, escapado de la guerra civil en
España. Al año siguiente vinimos mi madre y yo. Yo
contaba sólo con dos años de edad cuando llegamos.
(…) yo me crié aquí, llegué desde muy
chico, tengo mi casa, mi familia, mi padre murió
aquí, vivo con mi madre" (33).
Llegaban sefaradíes. En su libro La cita en
Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí,
Vittorio Alhadeff, "oriundo de la ciudad de Rodas, hace desfilar
ante el lector diversos episodios del dominio turco y
de la ocupación italiana del Dodecaneso. Pero la tremenda
verdad de las guerras da paso a la crueldad del fascismo y del
nazismo para
cerrarse con la llegada en los años 40 a Buenos Aires,
donde se refugian los últimos miembros de una familia que
creyó en el trabajo y en el progreso" (34).
De Esmirna viene otros sefaradíes, aterrorizados
por las matanzas de griegos y armenios: "Masaltó
sabía que la situación en Izmir no les
ofrecería paz por mucho tiempo, que su dolor por la
pérdida de Antoinette y toda esa familia armenia,
le dolía por las familias armenias deportadas de
Izmir, esa herida no cerraría con facilidad"
(35).
"Acerca de las causas de la emigración, los
armenios de la Argentina consideran que la misma fue forzada, a
partir de las persecuciones políticas en el Imperio
Otomano, antes de la Primera Guerra (matanzas de Adana, 1909) y
durante ella (Genocidio de 1915)" (36).
En "A los que se encuentran en un pozo" (37), Gustavo
Bedrossian homenajea a su abuelo: "esta es una historia real,
crudamente real, maravillosamente real. La situación es la
siguiente: el protagonista es un adolescente que ha perdido a su
familia. Hace minutos vio cómo delante de sus narices
mataron a parte de su familia a palazos. A él mismo luego
de golpearlo lo arrojan a un pozo donde tiran los
cadáveres de los que golpean y matan pensando que
está muerto. Pero él no está muerto…
Siguen matando gente y tirándola encima de este muchacho.
Sangre, gritos, el propio dolor, el pánico.
Un pozo… un pozo donde sólo se respira muerte.
¿Qué expectativas podemos tener de este muchacho?
Quizá el más optimista puede suponer que sobreviva
y termine con algún tipo de enfermedad mental.
¿Sabés cómo siguió la historia? Este
chico, de nacionalidad
armenia, que simuló estar muerto, por la noche, cuando se
fueron los turcos, pudiendo sacarse algunos cuerpos de encima,
logró escapar con otros muchachos más. Un detalle
para agregar: un hermano suyo que sobrevivió
prefirió quedarse en el pozo para estar con una mujer que
suponía era su madre. Ese muchacho se llamó Agop
Bedrossian. Fue mi abuelo".
Décadas después llegarían
más japoneses (38), a sumarse a la colectividad que ya
estaba instalada aquí en tiempos del Centenario
(39).
En Flores de un solo día, Anna Kazumi
Stahl relata la historia de "Aimée y su madre, Hanako. Las
dos llegaron procedentes de Nueva Orleáns (o la nada)
cuando Aimée era apenas una niña. La japonesa
Hanako parece la más desprotegida de las dos: muda, tal
vez loca, decidida a permanecer siempre adentro. El paso de los
años las adapta: Aimée va a la escuela, aprende
el idioma, crece y termina por hacerse cargo de una
florería. La siempre muda Hanako se dedica a fabricar con
paciencia, muy buen ánimo y éxito,
creaciones florales e ‘ikebanas’ diarios para la
propia casa" (40).
"Gaijin (‘extranjero’), primera
novela de Maximiliano Matayoshi, es la historia de un adolescente
que en la segunda posguerra deja su Okinawa natal para emprender
un viaje geográfico y sentimental a la otra punta del
globo. La vida en el barco, los puertos, la amistad
iniciática, la comunidad japonesa en Argentina son escalas
de una historia familiar, la de su padre, que Matayoshi recrea en
cuarenta y nueve breves capítulos de ritmo ágil y
prosa sobria y contenida. Por este libro, el autor
–veintitrés años, estudiante del traductorado
y del taller literario de Diego Paszkowski- ganó el Premio
2002 a la mejor ópera prima de la Universidad
Autónoma de México y
la editorial Alfaguara, cuyo jurado presidió Mario
Bellatin" (41).
En América, las opiniones estaban divididas.
Relata Ema Wolf : "En 1896 se creó la Asociación
Patriótica Española. Organizó una bolsa de
trabajo, se ocupó de repatriar a los que carecían
de medios para
hacerlo y colocó comisarios en los barcos para que
controlaran las condiciones en que se hacían las
travesías. Pero el motivo de su fundación fue la
guerra entre España y Cuba".
"A mediados de la década del ’90 la nutrida
colonia hispana se conmovió al saber que cobraba fuerza en Cuba
la lucha por la independencia,
debido a la acción
de José Martí y
los grupos de
patriotas. La Asociación promovió colectas para
ayudar a la nación
en guerra y a los soldados que se batían lejos de la
patria. Las opiniones, sin embargo, no eran unánimes.
Dentro de la colectividad había quienes apoyaban la causa
cubana. A los gritos de ‘¡Viva España!’
y ‘¡Viva Martí!’ se trenzaban los dos bandos
en las veredas de la Avenida de Mayo, y en una oportunidad
volaron como proyectiles las sillas y mesas del café
Tortoni. Cuarenta años más tarde, cuando la Guerra
Civil partió a España en dos, se enfrentaron en el
mismo escenario franquistas y republicanos. Nada de lo que
sucedía allá resultaba indiferente a esta especie
de sucursal de la península".
"Al ser bombardeado en la bahía de La Habana el
acorazado Maine, de la marina de los Estados Unidos, esta
potencia
encontró un pretexto para intervenir en Cuba e iniciar
acciones
contra España que, debilitada, ya no pudo defenderse. Los
españoles en la Argentina manifestaron su
indignación en mítines callejeros agitando banderas
amarillas y rojas. Con festivales y suscripciones, la
Asociación Patriótica logró reunir fondos
para adquirir un buque de guerra, el crucero Río de la
Plata, que donó a la armada de su país. Pero el
enemigo ya era otro y muy dispares las fuerzas. España
resignó su colonia, que no hizo sino cambiar de mano"
(42).
Los avatares de las contiendas se vivían con gran
tristeza Lo recuerda María Trepicchio de Danna, a los 101
años: "Ah, la Primera Guerra se sufrió mucho porque
todos los inmigrantes tenían a sus familiares en Europa".
La ayuda a los damnificados no se hizo esperar: "Con el
Círculo de Damas Francesas tejí para los soldados
partidarios de De Gaulle". Cuando la guerra llega a su fin,
también en la Argentina festejan: "la paz se
celebró con locura, en casa entonamos La Marsellesa aquel
día, con la bandera desplegada en el living"
(43).
En un poema de Marcos Silber se evoca la amargura de los
que, en la nueva tierra, sabían que los suyos eran
víctimas de la persecución. Desde la Argentina,
quienes emigraron observan impotentes el genocidio. La angustia y
la desolación son presentadas por medio de imágenes
de los adultos, a los que un niño comprende desde su
infinita sabiduría: "Mamá llorándole toda la
cabeza al pequeño. Regándole/ el sueño, todo
el juego.
Mamá que regresa con papeles./ Cartas, papeles
de adiós y tormento. Avisos de nuevos/ silencios. 1940"
(44).
A un suceso de la infancia de Marcos
Aguinis, se refiere Jorge Fernández Díaz: "El
pibe tenía siete años y estaba parado junto a la
puerta del dormitorio de sus padres escuchando exclamaciones y
ruidos sordos. Había llegado por correo una carta desde
Europa, y aquellos dos inmigrantes taciturnos se habían
encerrado bajo llave a leerla en secreto. El hijo no
entendía, en ese momento, por qué lo habían
dejado afuera, donde permanecía con el aliento contenido.
En esa vigilia y en ese desconcierto estaba cuando el padre
salió despacio, doblado por el dolor, y entonces el hijo
lo vio llorar por primera vez en toda su vida. La carta narraba
sin eufemismos la suerte que habían corrido su abuelo y
las dos tías que Marcos jamás llegaría a
conocer, en la lejana República de Moldavia, donde los
nazis arreaban judíos para hacinarlos en los campos de
concentración o asesinarlos en los hornos de exterminio"
(45).
Norma Manzur afirma: "Aunque en ese entonces lo
ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en
nuestra familia. Las cosas importantes, serias y sobre todo la
tristes se hablaban en idisch, idioma que nunca aprendí.
La guerra en Europa mataba a los judíos y los padres,
hermanos y otros parientes de mamá y papá no
escaparon a ese destino. Sólo después que Gerardo
viajó a Polonia al 50 aniversario del Levantamiento del
Ghetto de Varsovia, supe que mis abuelos maternos murieron en el
campo de concentración de Treblinka. Qué
pasó con el resto de la familia, mi abuela paterna y mis
dos tías y otros parientes cuyo registro nunca
tuve, no lo sé" (46).
Escribe Mauricio Goldberg que en una familia de
inmigrantes judíos, "para el sábado era reservada
esa única posibilidad en la semana de encontrarse todos
alrededor de la mesa compartiendo la comida. Cualquier intento
por modificar esa costumbre hallaba la cerrada oposición
del padre y sus recuerdos que flotaban durante los almuerzos en
la casa del abuelo. Ese abuelo que Mario no había conocido
a resultas de la guerra, la misma que de una u otra forma se las
arreglaba para hacerse presente entre ellos" (47).
Mónica Sifrim escribe: "No señor. En mis
antepasados no hay diabéticos, hipertensos,/
cardíacos ¿Cómo explicarle? De cada diez
antepasados míos,/ uno moría en las revoluciones,
otro en las cámaras de gas/ y cuatro o
cinco de melancolía" (48).
Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un
cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: "A
la semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar
todas las noches en la habitación contigua. Vos me
explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir
sola porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis
la llevarán a la casona del fondo del campo"
(49).
Los padres de Daniel Goldman, "ambos polacos, fueron
sobrevivientes del Holocausto. Su
padre fue un partisano (guerrilla que luchaba contra el nazismo
en la Segunda Guerra Mundial) y su madre vivió tres
años en un sótano después de escapar de un
gueto. Se conocieron en Polonia y en 1948 emigraron juntos a un
país que parecía sinónimo de una nueva vida.
Pero en las valijas se trajeron todo el miedo, el espanto ante
cualquier autoritarismo y un sentido profundo de que la vida es
un tesoro a resguardar. Así es que en el hogar de los
Goldman casi no se dormía: por las noches su madre
visitaba los cuartos para asegurarse de que él y su
hermana estuvieran bien, y a las 4 de la mañana todos
estaban desayunando. De día, las pesadillas se
contrarrestaban con una educación amiga del
idealismo"
(50).
Escribe Luis León: "El holocausto que
impactó de lleno en todas las comunidades
ashkenazíes de Europa, golpeó también a los
sefaradíes de Grecia y los
Balcanes. Por eso las noticias de
los antecedentes que concluyeron con la declaración de la
independencia del Estado de Israel,
movilizó a los djidiós en igual magnitud que
a las otras comunidades judías de Buenos Aires. Un gran
acto en el cine Villa Crespo de Corrientes al 5500, reunió
a centenares d personas, aunque el acto central fue organizado en
el estadio Luna Park.. En esa ocasión, un número
importante de djidiós de Villa Crespo concurrieron
al acto en bañaderas, desde las que
exteriorizaba su entusiasmo. Desde temprano, se formó una
columna en que se destacaban los jóvenes, reunidos
alrededor del mástil que en esa época se alzaba en
el encuentro de las avenidas Corrientes y Canning, recuerda
‘L’. ‘Desde el balcón del quinto piso de
uno de los escasos edificios de altura de esa época, mi
abuela, gritaba alentando a la muchedumbre sin reflexionar si era
o no escuchada por ellos. Yo que tenía seis años,
iba y venía sobre mi triciclo haciendo sonar el timbre del
manubrio, por simple entusiasmo de ver a mi abuela en esa
actitud.
Cuando la columna fue numerosa y comenzó a marchar hacia
el centro, ella corrió hacia el ropero, extrajo una gran
bolsa de confites de almendra y los arrojó hacia abajo a
la gente, fina y cara costumbre que reservaba exclusivamente para
los grandes acontecimientos, especialmente los nacimientos’
" (51).
Afirma Carlos Szwarcer: "Pasaron los años y el
Café lzmir se consolidó como referente de la
colectividad. La Segunda Guerra Mundial agitaba los ánimos
de sus habitués y sus paredes pintadas con arabescos
—dibujos de
palmeras y siluetas orientales que simulaban las Mil y una
Noches—, eran parcialmente cubiertas por banderas de los
países vencedores de la contienda" (52)
Durante la primera guerra
mundial, en Mendoza, "En San Rafael, que contaba con una
colectividad italiana bastante representativa, se produjeron
escenas de verdadero patriotismo. Especialmente los italianos de
la alta Italia, oriundos de zonas fronterizas, salieron a la
calle portando banderas de su país y realizaron desfiles
en los que iban cantando viejas canciones guerreras. (…) El
gobierno de
Italia lanzó una proclama solicitando la inmediata
incorporación de todos aquellos compatriotas que quisieran
presentarse como voluntarios, quienes deberían regresar a
su país cuanto antes. Muchos fueron los que lo hicieron,
sobre todo aquellos que ostentaban un grado importante como
reservas del ejército italiano" (53).
Las privaciones pasadas en el país de origen
durante la guerra marcan a quienes emigraron. Una calabresa,
llegada a la Argentina en 1933, acostumbra a sus nietos a
aprovechar el alimento del que se puede disponer en la nueva
tierra. Lo cuenta una nieta, Griselda García, en un poema:
"mi abuela obligándonos a terminar el plato,/ haciendo
bocaditos fritos con las sobras porque/ ‘ustedes por suerte
no conocen lo que es la guerra, el hambre…’ "
(54).
Los españoles inmigrantes se organizaron para
ayudar a sus compatriotas en guerra. Lo cuenta Manuel Castro:
"Durante los años de la guerra civil, Dopazo y sus
músicos, entre los que se encontraban sus hijos, eran
llamados para recaudar fondos para la Madre Patria. Los del bando
nacional lo hacían por medio de Lola Membrives en el
Teatro Avenida y los republicanos en el Luna Park"
(55).
Helvio Botana escribe en sus memorias: "mi padre
convirtió la guerra española en problema argentino,
pues así se lo tomó… Por influjo de
Crítica nuestra población tomó
partido a favor o en contra de Franco. Así fue, en toda la
República una beligerancia polémica nos
invadió. Y como en toda guerra, hubo hechos notables y
ridículos, abnegados y aprovechados. El ‘no te
metás’ desapareció. La Argentina vibró
y se vivió pasionalmente un suceso que fue nuestro"
(56).
Rodolfo Alonso recuerda que en el medio en el que
él vivía "se hablaba de lo que ocurría en el
mundo –y en el mundo ocurrían nada menos que la
guerra civil española y el nazismo- o en nuestro propio
país, este último vivido más bien a nivel de
realidad cotidiana, y no sin reflejos del anterior"
(57).
Gladys Onega evoca en Cuando el tiempo era otro,
un conflicto
bélico relacionado con la vida cotidiana de los
inmigrantes y sus hijos: "nunca he dudado de que la Guerra Civil
también se libró en mi casa. El día del
cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936,
Franco declaró el estado de
guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que
el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de
1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario,
terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva
en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la
otra mitad. No sabíamos que había comenzado la
matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos
y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres
años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final
porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi
casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde
vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy
evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas
de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo
con juegos en las
calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no
tenía con quién jugar" (58).
Llorarían asimismo los padres de María
Rosa Lojo, autora de Canción perdida en Buenos Aires al
Oeste, quien se define como "la primera generación
argentina nacida de una pareja de exiliados durante la Guerra
Civil" (59).
En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan
europea, llegó a la Argentina. En "La noche de la cruz de
plata", Jorge Torres Zavaleta evoca otra contienda. En este
cuento se narra la historia de una familia inglesa que vive en
nuestro país. Tan argentino se siente el hijo que, cuando
se declara la guerra de las Malvinas, se
alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate,
luchando contra los soldados de la nación
de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la muerte del
joven, "pensó que de lejos, sin advertirlo, sus
compatriotas la habían mutilado" (60).
El festejo del inicio de la Guerra de las Malvinas
irrita a un italiano. En "16 de Junio de 1982", escribe Marili
Flores: "Esas idas a la Pza. Ramírez
con la gurisada del barrio en mi Citroen en manifestaciones
multitudinarias con vinchas y banderitas celestes y blancas se
convertían ese atardecer en la violada utilería de
una puesta de teatro del absurdo y nosotros, actores que
grotescamente festejábamos un conflicto bélico.
Esos bocinazos me aturdían, ahora. Esos con los que,
estertóreamente expresábamos en patrioterismo de
mundial de fútbol la dramaturgia horrorosa de una guerra.
Lo que me impidió entenderlo al Nonno Juan, cuando en el
asado de aquel domingo me preguntaba en su cocoliche, "ma caraco
que festeca?! Una guera?" y pensé, cincuenta años
en este país, pero no es argentino, no entiende . Esa
tarde sentí al Nonno, creciendo otra vez desde su
sabiduría, desde mi dolor" (61).
Notas
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Cantan los pueblos americanos. Selección de Germán Berdiales;
ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser,
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Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero,
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Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997. - Flores, Marili: "16 de Junio de 1982", en
www.elmuro.com
"Principalmente los que tenían hijos varones
necesitaban huir del largo e interminable servicio
militar, que atrapaba a los adolescentes
sin liberarlos antes de cinco años" (1), escribe
Arcuschín.
Bajo el reinado del zar Alejandro II (1855-1881),
"causó gran impacto entre los colonos alemanes la noticia
de que el zar había resuelto dejar sin efecto la promesa
formal de Catalina II que los eximía del servicio militar
a ellos y a sus descendientes. Dicho servicio era particularmente
temido puesto que duraba entre cinco y siete años
–más nueve en la reserva- y se efectuaba en lugares
muy alejados del Volga. Juan Denzel, que vino a la Argentina en
1914, recuerda que el principal motivo de descontento
seguía siendo ése, tanto en su época como en
la de su padre. Les resultaba intolerable e injusto ‘salir
jóvenes de las colonias y volver con canas’. Por
ello, muchos desertaban durante sus meses de licencia quedando
así fuera de la ley y sin otra alternativa que la
emigración. Desde luego que aquellos que permanecieron en
Rusia hasta esa fecha siendo adultos, sumaban al temor de la
milicia el de las guerras; primero la ruso-japonesa (1904-1905) y
luego la primera guerra mundial, con la paralela situación
de revolución interna" (2).
Luciano Méndez Muslera menciona como motivo de
emigración de los asturianos la evasión del
reclutamiento militar: "el sistema de
reclutamiento era de tiempos de Carlos III y consistía en
tomar a un mozo de cada cinco de reemplazo (de ahí que se
les defina con la palabra ‘quintos’ a los reclutas)
quedando así vinculado a la tropa por un período de
ocho años, aunque por diversas causas económicas
del estado español en
aquellos tiempos, se llegaron a conceder licencias temporales
(preferentemente durante las cosechas)".
Los españoles no estaban de acuerdo con esa
reglamentación: "El sistema de ‘quintos’ fue
muy contestado (motín 1773 Barcelona) y también fue
rechazado por algunas localidades como Madrid, así como
también por profesiones como licenciados, clérigos,
maestros de escuela, etc". Como en todo reglamento, siempre
había excepciones: "el sorteo no se hacía con rigor
y el quinto sorteado era sustituido por un pobre o vagabundo, si
el médico no lo declaraba incapacitado. Esto dio lugar a
que los más desamparados o sin influencia alguna fuesen al
servicio militar". Además, "en 1837 quedó
establecido que se podía sustituir la obligación
militar por una cantidad de dinero, (…)
estas cantidades estaban muy por encima de las posibilidades de
los campesinos asturianos".
El período de reclutamiento, ya largo, se
extendió décadas más tarde: "En el
año 1885 se estableció también que la
duración del servicio militar se fijara en doce
años, desde la entrada en la caja de reclutas hasta el
término de la segunda reserva". Y se agrega una nueva
alternativa: "También se crea la figura del sustituto,
otra de las posibilidades de librarse del servicio militar; los
quintos destinados en ultramar podían buscarse un
sustituto, que debería ser de la misma zona, soltero o
viudo sin hijos y sin sobrepasar los treinta y cinco años.
Esto dio lugar a que los dueños de las caserías
llegaran a amenazar a sus inquilinos con perder la casería
que tenían en régimen de alquiler si uno de sus
hijos no hacía el servicio militar en sustitución
de un hijo del dueño de las fincas". Recién en la
segunda década del siglo XX deja de llevarse a cabo esa
práctica: "Estas reglamentaciones siguieron en vigor hasta
1912 en que se suprimieron y aparecieron otras formas de servicio
militar".
No sólo la posibilidad de ser reclutados alarmaba
a los jóvenes: "Esta larga duración era suficiente
para animar a la emigración, pero a esto se
añadían las guerras (Cuba, Filipinas, carlistas en
España y otras guerras coloniales, sobre todo la de
Marruecos que fue la que más alto grado de
emigración produjo)" (3).
El gallego Francisco Coira llegó a la Argentina
en 1925, "como vienen todos los inmigrantes, para buscar algo
mejor… y en realidad, escapando del servicio militar, que se
hacía en Africa…(…) lo que significaba, con las
pestes, la guerra y todo, casi ir a morirse…" (4).
Por la misma razón vinieron los tres hermanos
asturianos Fernández Montes, enviados por su madre, quien
quedó en España con sus otros hijos (5).
Encontramos en una novela una alusión a esta
realidad. En Un dandy en la corte del rey Alfonso,
María Esther de Miguel refiere a propósito de unas
monedas, el motivo que llevó a su padre a emigrar y la
situación económica en la que debió hacerlo:
"todas habían pertenecido a mi papá, quien vino de
España por no hacer la conscripción en Marruecos.
Llegó con una mano atrás y otra adelante, en su
maleta un mantón de mi abuela y… Y nada más.
¡Ah, sí: las monedas!" (6).
Sin embargo, para un personaje de Rubén
Benítez, hay un destino peor que el reclutamiento. En
La pradera de los asfódelos, un hombre que se
marchó cuando llamaron a su quinta, escribe a una madre
española: "Cuando el muchacho crezca, mándamelo.
Hay campos inmensos sin labrar que pueden dar dos o más
cosechas al año. Los animales, que no
se cuentan sino de tanto en tanto, andan sueltos. Aquí
hará fortuna. Cuando convoquen a su quinta mándalo.
Y si quieres venir tú con él, vente. No te
arrepentirás. Sobra lugar y faltan manos". La madre
exclama: "No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes
de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la
Patagonia no vuelve ninguno" (7).
Luis León transcribe el testimonio de Arouj de
Bembasat: " Mi padre un día en Izmir, se encontró
con un conocido que le dijo que lo buscaban para que fuera a
hacer l´askierlik, el servicio militar obligatorio
en Turquía, muy temido por lo prolongado y riesgoso. Sin
dudarlo, pidió que avisara a su madre, y sin regresar a
tomar siquiera un poco de ropa se subió al primer barco
que estaba en el puerto, ignorando a dónde lo
llevaría. Así llegó a Buenos Aires,
allá por 1902 ó 1903.. (…) Trabajó muy
fuerte y le fue muy bien" (8).
Notas
- Arcuschín, María: De Ucrania a
Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986. - Weyne, Olga: El Ultimo Puerto. Del Rhin al Volga y
del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/Instituto Torcuato Di Tella,
1986. - Méndez Muslera, Luciano:
op.cit. - Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a
empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del
Plata, 26 de noviembre de 2000. - Ceratto, Virginia: op. cit.
- Miguel, María Esther de: Un dandy en la
corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta,
1999. - Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa,
1988. - León, Luis: "Inmigrantes sefaradíes.
Allá por la calle 25 de Mayo", en SEFARaires
N° 24, Abril de 2004.
Hacer la América
"Es de tener en cuenta también los factores
económicos –dice Méndez Muslera-; con la
desamortización de Mendizábal se agrava la
situación de los campesinos, al elevar los propietarios
las rentas de las caserías, forzando a los campesinos a
emigrar, a la vez que impedía también el que los
colonos pudieran acometer mejoras en la explotación. (…)
También el factor poblacional es de tener en cuenta, ya
que en la segunda mitad del siglo XIX las altas tasas de
fertilidad alcanzadas no permitían ofrecer tierras a los
hijos a través de nuevas particiones de caserías
por alcanzar éstas una extensión mínima.
Esto añadido a la elevación de las rentas y de los
impuestos
forma otro pilar fundamental como causa de emigración"
(1). En otras regiones de Europa, la situación no era
mejor.
Sobre los irlandeses, leemos: "Muy arraigados a su
tierra, y con escasa inclinación a emigrar, es posible que
la clase obrera y
campesina nunca hubiese abandonado su país de no haberse
producido la gran catástrofe de los años 1845 a
1849. Pero esos años fueron fatídicos y decisivos.
Parecía como si de pronto todas las fuerzas de la naturaleza se
hubieran confabulado para dar al traste con un pequeño
país que, tras siglos de abandono y mala administración, carecía enteramente
de reservas. Los verdes campos asolados por la terrible plaga de
la papa; epidemias de tifus y escorbuto diezmando cruelmente a la
población. En el breve período de aquellos cuatro
años, dos millones aproximadamente de sus pobladores
perecieron a causa del hambre o las fiebres, ya en su propia
tierra, ya en el curso de los espantosos viajes a que
les llevó el intento de salvarse" (2).
Mariana Gaynor Heduan relata lo sucedido a uno de sus
antepasados: "¿Qué motivos lo llevaron a Thomas
Gaynor a emigrar a la República Argentina? De inmediato se
puede señalar uno que alcanzó a ser dominante para
muchísimos irlandeses de toda esa comarca: la noticia,
insistentemente difundida, que se podía alcanzar muy
pronto una gran prosperidad en dicho país a través
del cultivo de la oveja que comenzaba a tener entonces un gran
desarrollo en
la ‘pampa bonaerense’. Todos esos jóvenes eran
ovejeros desde su infancia y se creían capaces de
convertir la lana pampeana velozmente en oro. Parece
también que después de 1840 un cierto Michael
Murray (apodado en Buenos Aires ‘Spanish Mickey
Murray’ por sus aptitudes como lingüista),
emigró de la región a Buenos Aires
estableciéndose luego en Capilla del Señor y
construyendo una gran fortuna en lanares. El éxito de
‘Spanish Mickey Murray’ sirvió de imán
para muchos jóvenes ovejeros. En el caso de Thomas Gaynor,
había también otro motivo para emigrar. La Irlanda
de mediados de siglo pasado se hallaba muy agitada; no
sólo por el motivo político de la dominación
británica, sino también por el desgraciado sistema
agrario que se venía heredando desde siglos atrás.
El irlandés medio no era propietario de la tierra que
labraba, era un simple arrendatario que podía ser
desposeído en cualquier momento por su propietario, que
las más de las veces, poseía su título
fundado en conquista bélica y solía habitar lejos
de las poblaciones a él sometidas. Cualquier
mejoría introducida en la propiedad del
arrendatario era motivo para un aumento de alquiler; se dio
inclusive el caso de un arrendatario que vio aumentada su prima
porque a su mujer se le había ocurrido plantar unas flores
en la puerta de su cabinita. ‘Si tienen plata para flores,
tienen plata para pagar un mejor alquiler’.
¡Mentalidad no totalmente desconocida tampoco en la
República Argentina!. A mediados del siglo pasado los
propietarios encontraron que podían aprovechar sus tierras
echando a sus inquilinos, algunos de los cuales habían
habitado el mismo sitio por centenares de años y,
reemplazándolos con vacunos, cuya venta
redituaría un interés
mayor que el alquiler hasta entonces recabado. Estas medidas
puestas en práctica, provocaron grandes reacciones entre
la juventud de la
población agrícola; estas se manifestaron no
sólo en los sectores políticos, sino también
mediante la proliferación de sociedades
agrarias, más o menos secretas, más o menos
violentas, dedicadas a la protección de la
población indefensa frente a la agresividad brutal de los
terratenientes. Estas sociedades accionaban contra los
propietarios y también contra los ocupantes de tierra
cuyas antiguas poblaciones habían sido
‘barridas’; como las leyes y la
justicia
estaban al servicio de los propietarios, se entiende como la
policía, la milicia y el ejército, fueron pronto
movilizados contras estos defensores del pobre. Thomas Gaynor se
vinculó en su juventud con algunas de estas sociedades y
atrajo sobre si la atención de los guardianes del orden y
creyó prudente alejarse de su país. Su
‘pecado’ no pudo haber sido muy pequeño,
porque al volver a Irlanda muchos años más tarde,
con la intención de radicarse allí definitivamente,
y habiendo ya elegido una propiedad donde pensaba constituir su
hogar, tuvo noticias, por alguna vía reservada, que la
policía andaba haciendo preguntas a fondo sobre su
persona,
circunstancia que lo indujo a tomarse prontamente el vapor y
volver a la República Argentina" (3).
Hacia América parte un hombre desde Italia. Por
amor al marido emigrado tiempo antes, la madre abandona a sus
hijas, llevando al hijo varón, en el cuento "El tren de
medianoche" de Syria Poletti. La escritora recuerda así
este episodio: "En ese instante, momento en que mi madre me
dejó para reunirse con mi padre en tierras de
América, nacen el drama y la rebeldía, pero
también la revelación de la soledad y su misterio.
Fue como si de pronto se hubiesen abierto las compuertas de la
vida adulta, y, al mismo tiempo, asomara la certeza de otro
llamado. Al irse, mi madre respondía a un llamado
ineludible. Yo también, con el tiempo, respondería
a un llamado" (4).
Santo Oficio de la Memoria es la novela de
Mempo Giardinelli que obtuvo en 1993 el Premio Rómulo
Gallegos. En ella narra, por boca del hijo mayor, las
circunstancias en las que Antonio Domeniconelle y parte de su
familia tuvieron que emigrar: "Padre y madre vinieron de Italia
porque allá éramos muy pobres. Muy pobres.
Más pobres que toda la pobreza que hayas
visto" (5). Veinticinco años después llegaron a la
Argentina, per fare l’América, los abuelos
abruzzeses de Eduardo Mignogna, escritor que mereció el
Premio Emecé 1998/9 por La Fuga .(6).
En un reportaje a Antonio Dal Masetto, se señala
cuál fue la razón que lo trajo a América:
"Después de la Segunda Guerra Mundial, la subsistencia se
puso difícil en Italia y la familia emigró en 1950
a nuestro país" (7). En otro reportaje, se narra que
"Narciso Dal Masetto llegó a la Argentina en 1948 desde
Intra, un pueblo alpino italiano a los pies del lago Maggiore.
Huía de los estragos de la guerra. Dos años
después arribaron su mujer, doña María, y
sus hijos, Rita y Antonio César" (8).
En algunas regiones, los factores climáticos
agravaban la situación. Afirma Celia Vernaz: "El
gobernador Juan Pujol, de Corrientes, había solicitado a
las casas contratistas de Basilea el envío de colonos para
su provincia. Esto era posible porque en la zona del Valais,
Saboya y Piamonte se había generado una corriente
emigratoria hacia América. Las causas eran varias: falta
de trabajo, familias numerosas, pobreza en general, a lo que se
sumaban cataclismos como avalanchas e inundaciones que diezmaban
a las poblaciones de la montaña" (9).
Para los gallegos había dos destinos: Buenos
Aires y Cuba. Mi abuelo paterno y sus hermanos emigraron a
Manzanillo; desde allí, mi abuelo se trasladó a
Buenos Aires, mientras que sus hermanos quedaron en la isla. Un
personaje de Joel Franz Rosell cuenta las peripecias de una
anciano emigrante: "-Tú sabes que Cuba fue colonia
española hasta 1898. Después de la independencia,
muchos españoles continuaron yendo allí a buscar
fortuna. Entre esos emigrantes estuvo tío Fermín,
que se fue muy joven y sin un duro. No sabemos cómo
logró hacerse con tierras, montar una fábrica de
conservas y otros negocios.
Llegó a tener buenos amigos en el gobierno y eso
acabó por traerle la desgracia cuando la revolución
de 1959…" (10).
"Diego Corrientes" es uno de los textos que Francisco
Grandmontagne escribió para su "Galería de
inmigrantes", publicada en Caras y Caretas. En esa
estampa, publicada en 1899, leemos: "La falta de pan y la sobra
de hijos arrojaba a Dieguillo del hogar nativo. Tenía 12
años, saludables como las vetas de joven encina; cual
aguilucho, ágil y fuerte, y bello además, como
engendro de dos cuerpos torneados por duro trabajo"
(11).
El portugués "Joaquín Alves, (…)
formó una familia numerosa como era común en aquel
entonces y él fue el primero de la familia que en un
contexto general de hambre en Europa se decidió a venir a
probar suerte a una tierra lejana y desconocida. Así que
llegó a la Argentina alrededor de 1935 y trabajó en
la fábrica Loma Negra en Olavarría. Luego de unos
años, después de terminada la segunda guerra,
Joaquín volvió a su tierra con intenciones de
quedarse pero la situación no era como él pensaba.
Luego de estar alejado de su familia por casi diez años en
Europa casi nada había cambiado y en Portugal incluso las
cosas eran más difíciles aún porque un
dictador tomaba ahora las decisiones en el gobierno. Ante tal
panorama, Zulmira, ya adolescente presionaba a su padre para que
regrese a la Argentina pero esta vez con toda la familia. Y
así fue" (12).
En "Israel Mantel Cada inmigrante una historia", relata
José Mantel: "Mi abuelo Shemaia Chilibi Mantel
falleció c. de 1912 presuntamente de fiebre tifoidea.
Mi abuela Rifka quedó viuda con cinco hijos en la
más absoluta miseria. Vivían en el
‘pasheico’, uno de los lugares más
pobres y sombríos de Izmir. Como era costumbre en ese
lugar y en esa época, sus hijos apenas llegaban a la
adolescencia
empezaban a noviar con vecinitas de la colectividad. Así,
el mayor de mis tíos, Bohor por supuesto, se casó
con Alegre Lereaj y nació mi primo, Felipe (se supone que
es la traducción del nombre de mi abuelo) y se
vinieron para Sudamérica. El segundo de los hermanos,
Mordehai, le siguió los pasos, y al poco tiempo
mandó a buscar a su novia Reyel, con quien se casó
en Paraguay. Luego
vino el tercer varón, José. En Izmir quedaba mi
abuela, la única hija mujer, Yamila, que se había
casado con Abraham Barsimantov, y mi padre Israel que contaba con
16 años y esperaba con ansiedad que sus hermanos le
enviaran el pasaje hacia aquí. Este pasaje no era
solamente el viaje a través del océano, sino el
paso de la tristeza y el hambre a la alegría y la
esperanza" (13).
Notas
- Méndez Muslera, Luciano: op.
cit. - Mac Dermott Doreann: "Quinquenio de terror", en
Viajero Celta. Año II, N° 17. Buenos Aires,
mayo de 1997. - Gaynor Heduan, Mariana: "Los Gaynor", en
www.irlandeses.com.ar. - Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a
Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos
Aires, Losada, 1977. - Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la
Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991. - Mignogna, Eduardo: "Destinos cruzados de un libro y
una vida", en Clarín, Buenos Aires, 19 de
noviembre de 2000. - Roca, Agustina: op. cit.
- Gaffoglio, Loreley: "¿Cómo me explico y
me cuento?", en La Nación, Buenos Aires, 9 de
septiembre de 2001. - Vernaz, Celia: La Colonia San José.
Santa Fe, Colmegna, 1991. - Rosell, Joel Franz: Mi tesoro te espera en
Cuba. Buenos Aires, Sudamericana, 2002. - Grandmontagne, Francisco: "Diego Corrientes", en Fray
Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del
900. Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta
Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo). - Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano;
Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez,
Julián: "Sabores de una historia", en www.ciet.org.ar. - Mantel, José: "Israel Mantel Cada inmigrante
una historia", en SEFARaires, N° 17, Septiembre de
2003.
Imitación,
inculcación
Así explica Méndez Muslera uno de los
motivos de emigración: "Según aumentaba el movimiento
emigrador, parece que se fue rebajando la edad a la que se
embarcaba, son dos los motivos principales, por un lado
está la imitación del vecino del pueblo que se
marcha y triunfa en América, volviendo con fortuna, por
otro lado se les inculca a los niños
la idea de que al llegar a los quince años tienen que
partir para América, al lado de algún pariente o
amigo. Este ‘echarles de casa’, que
caracterizó la educación aldeana
de Asturias, es el signo que encontramos con mayor imperativo
entre la colonia asturiana del Uruguay. Se
les decía: ‘tienes que ir a la escuela y aprender
mucho para que luego te vayas a América’ "
(1).
"Venían a sobrevivir –escribe Jorge
Riestra-, a intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por
qué no, algo les habían contado de la generosidad
de estas tierras, de la abundancia que desbordaba en las manos de
quienes la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo,
ellos pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el
Hotel de Inmigrantes y luego la ciudad, las ciudades, y en las
ciudades la dispersión, el enigma de las calles y de la
gente, qué comerían y dónde
dormirían" (2).
En La patria desconocida, Baldomero
Fernández Moreno muestra a su
padre como el emigrante a quien se desearía imitar. Afirma
que en el español se operó una
transformación completa: "de muchacho aldeano a rico y
conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y
protector de hospitales". Cuando el próspero emigrante
regresa a España junto con su familia, el escritor
tenía seis años: "Un día del año 1892
era recibido a su entrada con alegre estrépito de cohetes,
mientras que un coro de ceñidos danzantes tejía
alrededor del nuevo indiano y los suyos, levantando el polvo, los
típicos bailes del país. (…) Mi padre estaba de
levita, muy atusado de bigote y mosca. No comprendía yo
cómo, salido de la aldea tan pobre como cualquiera de
aquellos rapaces que jugaban conmigo, por el hecho de haber
pasado al nuevo mundo, se había transformado en un gran
señor" (3).
En Su único hijo, Leopoldo Alas retrata al
americano Sariegos, "el más rico de la provincia, que
podría aturdir a todos los Valcárcel del mundo
envolviéndolos en papel del Estado y en acciones del
Banco y otras
mil grandezas" (4). El mensaje era que la riqueza estaba al
alcance de cualquiera, salvo que fuera como "Elizabide el
vagabundo", protagonista de un cuento de Pío Baroja, que
en América "estuvo muchas veces a punto de hacer fortuna,
lo que no consiguió por indiferencia". Cuando
volvió, lo recibieron con desdén, y "todo el mundo
recordó que antes de salir de la aldea, ya tenía
fama de fatuo, de insustancial y de vagabundo". No obstante, al
hablar de sus viajes, "tuvo suspensos de sus labios a todos"
(5).
En La comida de las fieras, un personaje de
Jaicnto Benavente expresa: "¿Por qué vivimos en
Europa? En América el hombre
significa algo; es una fuerza, una garantía…; se lucha,
sí, con primitiva fiereza; cae uno y puede volver a
levantarse pero en esta sociedad vieja, la posición es
todo, el hombre nada…, vencido una vez, es inútil volver
a luchar. Aquí la riqueza es un fin, no un medio para
realizar empresas. La
riqueza es el ocio; allí es la actividad. Por eso
allí el dinero da
triunfos… y aquí desastres… Pueblos de historia, de
tradición; tierras viejas donde sólo cabe, como en
las ciudades sepultadas de la antigüedad, la
excavación, no las plantaciones de nueva vegetación y savia vigorosa"
(6).
José Ortega y Gasset, en cambio,
consideraba que "América, lejos de ser el porvenir era, en
realidad, un remoto pasado, porque era primitivismo. Y
también, contra lo que se cree, lo era y lo es mucho
más América del Norte que la América del
Sur, la hispánica" (7).
En Italia también fascinaban los relatos de
quienes regresaban de América. Lo narra Edmondo
D’Amicis, en La maestrita de los obreros. Al ir a
dar su clase, la protagonista encuentra que "Faltaba esa noche
más de una docena de alumnos. La maestra investigó
las razones de la ausencia, y supo que habían ido, con
muchos otros, a pasar la velada en un establo, donde un viejo
aldeano, de vuelta de América, un espíritu jovial y
extraño, había invitado a medio arrabal para
relatarle la historia de sus aventuras" (8).
Nora Ayala relata: "El tío de Luigi había
estado en América, donde había muchos italianos,
todos ricos, por lo menos para el parámetro del
paese y cuando volvía a Bagnasco entre un viaje y
otro, encantaba a amigos y parientes con los relatos de esos
mundos lejanos y maravillosos. La vida de los contadini
era penosa y se trabajaba desde que salía el sol hasta que
se ponía, de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de
cambio, solamente para comer" (9).
Parte de Italia el matrimonio Vairoleto con su
primogénito, porque "en aquella región las
posibilidades de prosperar eran muy escasas para los aldeanos
pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a
América. Algunos emigrantes, incluso un cura que
había estado en la parroquia de la villa, escribían
enviando noticias favorables desde la Argentina, un país
donde hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los
labriegos italianos para poblar las colonias agrícolas.
Ilusionados por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se
dispusieron a marchar al nuevo continente con su bebé
recién nacido" (10).
De la nueva tierra, en la que tanto ha prosperado,
vuelve a Italia uno de los emigrantes, en Guido, novela de
Andrés Rivera. El hombre afirma: ""Acá, nada
más que mujeres… Soy un indiano que está de
visita, y al que le gustan las mujeres intrépidas"
(11).
Otras veces, los emigrantes prósperos no
regresan, pero envían cuantiosas sumas para colaborar con
el desarrollo de la región que los vio nacer. En las
Aguafuertes gallegas, Roberto Arlt
se refiere a don Gumersindo Busto, y los hermanos Juan y
Jesús García Naveira, filántropos que
hicieron obras con parte de la riqueza acumulada en
América (12).
Las ilusiones tras las que se marcharon los inmigrantes
también son tema literario. Aunque muchos consideraron que
habían logrado "hacer la América", otros se
sintieron defraudados. Esta frustración es la que evoca
Carlos de la Púa, en su poema "Los bueyes", en el que
dice: "Vinieron de Italia, tenían veinte años,/ con
un bagayito por toda fortuna/ y, sin aliviadas, entre
desengaños,/ llegaron a viejos sin ventaja alguna"
(13).
En La pradera de los asfódelos, novela en
la que un español recuerda las promesas y la realidad que
le tocó vivir, escribe Rubén Benítez:
"Aquí hay trabajo y riqueza para todos. Venid cuanto
antes, nos decía. Y a pesar de los ruegos de las madres,
nos fuimos. Durante un año trabajé muy duro en la
salina, ahorrando céntimo tras céntimo, hasta que
pude pagarme el regreso. Volví como había ido. Nada
debo a aquella tierra. Sólo el desengaño.
Aquí está nuestro pueblo, el terruño de
nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos veces, hija,
lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo lejos que
había quedado mi pueblo y cuando regresé a
él" (14).
En su poema "Inmigrante", Cristina Pizarro evoca la
misma desolación: "Yo era el que no tenía
título,/ ni un doble apellido,/ el que deseaba vivir en un
chalet de dos pisos/ con jardín/ y revestimientos de
piedra Mar del Plata./ Era uno de esos/ originarios de tierras/
devastadas./ Ahora/ soy/ este aire ambiguo/
este daño/
que regresa/ y este adiós/ menoscabado" (15).
Se sienten engañados los inmigrantes que evoca
José Pedroni en "La invasión gringa", incluido en
Monsieur Jaquin: "¿Dónde se hallaba el oro,/
de todos alabado?/ El oro estaba en un pequeño
árbol;/ el oro era un engaño:/sólo
pequeñas flores/ de oro perfumado./ Aromitos floridos,/
orillas del Salado". En el mismo poema, una mujer escribe: "-Nos
casamos./ La tierra es nuestra, ¡nuestra!/ Todo lo que
tocamos/ va siendo nuestro:/ el buey, el horno, el rancho…/
Nuestros todos los árboles;/ nuestro un único
árbol,/ tan grande, tan coposo,/ que da gusto mirarlo./ Es
una nube verde/ asentada en el campo" (16).
En "La conquista de Buenos Aires", de Enrique
Loncán, Cicerón vuelve a la vida en el siglo XX y
emprende un viaje del que se arrepentirá amargamente.
Estas palabras lo impulsaron a realizar la travesía:
"más allá del Atlante existe una ciudad nueva,
maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra
prometida de los inmigrantes, la meta de los
destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan
por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron
fortuna… ¿Por qué no la harías tú
también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu
sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el
genio de la estirpe inmortal?" (17).
Notas
- Méndez Muslera, Luciano: op.
cit. - Riestra, Jorge: "Las voces de la ciudad".
- Fernández Moreno, Baldomero: La patria
desconocida. Buenos Aires. - Alas, Leopoldo: Su único hijo.
Barcelona, Bruguera. - Baroja, Pío: Cuentos. Alianza
Editorial - Benavente, Jacinto: La comida de la
fieras. - Ortega y Gasset, José: La rebelión
de las masas. - D’Amicis, Edmondo: . La maestrita de los
obreros. Buenos Aires, Anaconda. - Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997. - Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y
leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta,
1999. - Rivera, Andrés: Guido, en Para
ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara,
2002. - Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Buenos
Aires, Ameghino, 1997. - De la Púa, Carlos: "Los bueyes", en L.
Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La
poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979.
Pág. 89. (Capítulo). - Benítez, Rubén: op.
cit. - Pizarro, Cristina: La voz viene de lejos.
Buenos Aires, Ayala Palacio, 1996. - Pedroni, José: Hacecillo de Elena.
Santa Fe, Colmegna, 1987. - Loncán, Enrique: "La conquista de Buenos
Aires", en Cuentos y esquicios.
Salida de los hidalgos
segundones
"La salida de hidalgos segundones y gente acomodada
cuando la emigración no era aún masiva, ha servido
de apoyo a planteamientos como el que la emigración desde
las provincias del norte de España excepto Galicia, no se
debía a la falta de trabajo, ni a causa alguna física o
económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban
a causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos,
santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños
capitales y una formación cultural adecuada" (1). No hemos
encontrado testimonios al respecto.
Notas
- Méndez Muslera, Luciano: op.
cit.
Los "ganchos" o agentes de los
armadores
"Uno de los motivos de la salida de los campesinos
asturianos hacia la emigración –continúa
Méndez Muslera-, era la propaganda
‘ilícita’ de los agentes o armadores por sus
anuncios y reclamos notoriamente falsos. Estos agentes de los
armadores, se dedicaban a hacer publicidad de los
próximos viajes y también a arreglar los papeles
para la salida de los campesinos. Ya avanzado este siglo esta
especie de Agencias de Viajes para Ultramar pasaron a estar
sometidas al control de las
Inspecciones de Emigración (…), recibiendo el nombre de
‘Oficinas de Información y Despacho de Pasajes para
Emigrantes’ condición que obligaba a llevar un
‘Libro de Registro’, con los datos relativos
al comprador de cada uno de los pasajes y un ‘Copiador de
Cartas’ con la correspondencia relativa al mismo asunto;
ambos libros tenían que ser visados por la
Inspección correspondiente" (1).
En 1857, Antoine Bonvin emigra desde Valais, y se queja
amargamente del engaño de que ha sido víctima.
Desde Buenos Aires lo trasladan en vapor al Ibicuy: "Llegamos al
tercer día; se nos desembarcó en una vasta llanura
que no tenía más que un poco de buen terreno; no se
veían allí más que grandes pantanos o
bosques, pero de madera toda
espinosa. El agua era
mala y llena de toda clase de insectos; un país muy
malsano donde jamás nadie podía prosperar. Se
tenía peligro de verse devorado por las bestias feroces,
tal como el tigre, los cocodrilos y otros. Puedo decir que en
este momento estábamos todos desesperados de vernos
engañados de esta manera. Reclamábamos
inútilmente la promesa que nos había sido hecha
antes de nuestra partida: pero todo eso ya era inútil, ya
no se podía más escapar, uno se creía
exiliado en esta isla" (2).
Estanislao Zeballos se refiere a los agentes en La
rejión del trigo, obra de 1883. Allí leemos:
"La palabra de los agentes y de los contratistas
está desacreditada en Europa desde el siglo pasado. No
solamente es ineficaz: no es siquiera oida" (3).
Por otra parte –afirma Alejo Peyret-, los
potenciales emigrantes eran tentados con ofertas de otros
países: "Necesitamos poblaciones que no solamente tengan
la actividad física, la laboriosidad en grado
relativamente superior, sino que sean también superiores
intelectualmente y exentas de las preocupaciones de la
superstición y del fanatismo. Para conseguir nuestro
propósito sería menester mantener agentes
permanentes en Europa, que no dejemos un momento sin llamar la
atención sobre estas comarcas. Sería menester
acudir a los periódicos, a las publicaciones baratas, a
folletos, avisos, etc. Sería menester combatir por la
prensa y la
propaganda oral la acción de los enganchadores que
trabajan para los Estados Unidos y para Brasil"
(4).
En El laúd y la guerra, Martina Gusberti
evoca uno de esos engaños. Dice que Resistencia "fue
fundada por un puñado de inmigrantes italianos que,
remontando el Río Negro y traídos por empresas
contratistas con el señuelo de poblar tierras
fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos
ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de
mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano
abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios
días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra
inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no
tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias"
(5).
Juan Faccioli, pionero friulano, narra también un
episodio relacionado con la colonización chaqueña:
"Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se
enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del
Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por
aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y
aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una
colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey"
(6).
También fueron engañados los judíos
que evoca Ricardo Feierstein en La logia del umbral,
quienes, al llegar a Santa Fe advirtieron que no tenían
herramientas
ni dónde guarecerse (7).
Desde Tucumán, donde sufre explotación,
enfermedades,
hambre y discriminación, José Wanza escribe,
en 1891: "Aquí estoy sin comunicación con nadie en el mundo.
Sé que las cartas que mandé a mis amigos no
llegaron. Es probable que éstos nuestros patrones que nos
explotan y nos tratan como a esclavos, intercepten nuestra
correspondencia para que nuestras quejas no lleguen a conocerse.
Vine al país halagado por las grandes promesas que nos
hicieron los agentes argentinos en Viena. Estos vendedores de
almas humanas sin conciencia,
hacían descripciones tan brillantes de la riqueza del
país y del bienestar que esperaba aquí a los
trabajadores, que a mí con otros amigos nos halagaron y
nos vinimos. Todo había sido mentira y engaño"
(8).
A veces, los engaños no provenìan de los
armadores. En Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, un
sacerdote afirma: "Uno llega repleto de ilusiones. Como usted
dice: con la Revista del Misionero en el bolsillo. Al
final nos contentábamos con que juntaran las manos y
repitieran Misericordia, Jesús, varias veces. Pero
no era seguro que lo
recordaran al día siguiente". Acerca de los anglicanos
expresa: "Pobres diablos. ¿Cómo no van a sentirse
desengañados? Ya sabemos cómo hacen para
reclutarlos. ¿Acaso no les pintan todo esto como un
paraíso repleto de aldeas? Me imagino las fantasías
que traen. ¿Y qué encuentran a su
llegada?".
La viuda del reverendo Dobson evoca los planes que
hacìan sobre la emigraciòn, alentados por noticias
tendenciosas: "Despuès de pasar una tarde en la
Uniòn Misionera, volvìan a casa con su marido por
un sendero de gramilla perfumada. Llevaba seis meses de casada
con Dobson. Hicieron un alto en el parque y abrieron un paquete
de bollos. Charlaron del futuro viaje a Sudamèrica. Dobson
dibujò la misiòn sobre el papel de los bollos.
Habìa un grupo de canaleses entonando sus himnos y un
paquebote en el horizonte. Los canaleses figuraban como
‘naturales amistosos’ en todas las publicaciones del
Almirantazgo, de modo que agregò un nativo haciendo
cabriolas. Su mujer le suplicò que dibujara una huerta.
Dobson puso la huerta y metiò algunas ovejas. Estuvo
tentado de añadir el cementerio, pero desistiò a
ùltimo momento. Ella estudiò bien el dibujo y
concluyò que nada faltaba. Tratò vanamente de
hallarle algùn parecido con su aldea de Sussex. Pero igual
le propuso: ‘Pongàmosle Abingdon’.
Pensò emocionada: ‘El Señor es mi
pastor’ " (9).
Gabriel Báñez evoca otra clase de
engaños. La Zwi Migdal era una organización de trata de blancas que
tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi
todas las pupilas "venían de Varsovia, engañadas
por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la
nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que
avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban
puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica
del contrato: la prostitución o el remate" (10).
Un personaje de Vázquez-Rial explica el procedimiento: en
las aldeas judías de Polonia hay "mucha hambre. Más
de la que se puede aguantar. Y lo más caro de todo, lo
más inútil, son las hijas. Hay que librarse de
ellas: casarlas o venderlas, que viene a ser lo mismo. (…) Yo
nunca llegué a saber si esos viejos que vendían a
las hijas creían o no en lo que hacían, pero lo
hacían, y había que seguirles la corriente. (…)
Eran jóvenes hermosas, criadas con miedo a Dios y
obediencia absoluta al padre que las vendía. Ruth,
digamos, por ponerle un nombre, respetuosa, humilde, delgada…
La metían en un barco con un tipo como yo, la bajaban en
Buenos Aires, la encerraban en un sitio inmundo, para que el
quilombo, después, le pareciera el cielo, y a la semana o
a los quince días la mandaban a la Boca: una pieza, o dos,
o las que fueran, y el patio, con veinte, treinta hombres
esperando a la luz de unas velas, cualquier hombre, los
más horrorosos, carreros o cirujas…, cirujas
también. Yo lo sabía, pero pensaba en la guita y
tragaba saliva; y repetía la escena" (11).
Se recuerda asimismo a "las ‘niñeras’
que bajo la promesa de venir a trabajar a la casa de un rico
pariente lejano y enseñarlo modales europeos a sus hijos,
terminaban pasando sus días y noches en los
prostíbulos" (12).
Segio Pujol se refiere a las inmigrantes
engañadas que observa en el tango: "muchas de las mujeres
del imaginario tanguero enfermaban al errar el camino y dejarse
tentar por las luces del centro. Un imaginario de la muerte como
castigo ejemplar dejaba entrever, a su vez, una gama de
posiciones. Estaban las mujeres engañadas por el sistema
(como las francesitas que llegaban a Buenos Aires mal informadas
o las provincianas que rodaban ‘una noche en el
Maipú’), pero también estaban las pecadoras
por voluntad propia" (13).
Notas
- Méndez Muslera, Luciano: op.
cit. - Vernaz, Celia: op. cit.
- Zeballos, Estanislao: La rejión del
trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984. - Vernaz, Celia: op. cit.
- Gusberti, Martina: op. cit.
- S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 29 de julio de
2001. - Feierstein, Ricardo: La logia del umbral.
Buenos Aires, Galerna, 2001. - Panettieri, José: Los trabajadores.
CEAL, 1982. - Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos
Aires, Sudamericana, 1991. - Báñez, Gabriel: op.
cit - Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998. - S/F: "Editorial: Los gringos de hoy", en
Infohuertas N° 6, Febrero de 2002. Netfirms Web
Hosting. - Pujol Sergio: "Peligros de la vida disipada. La
tragedia de las Esthercitas", en Clarín, Buenos
Aires, 31 de agosto de 2002.
Dramas personales
Pero también hubo otros motivos que llevaron a
quienes emigraron a tomar una decisión tan
difícil.
La censura social impulsa allende el mar. En 1886
–escribe Claudio Savoia-, "zarpó el barco que sacaba
de España al niño Manuel Miranda, alejado de su
patra por su abuela para protegerlo –a él y a su
madre- de la vergüenza de ser hijo natural" (1). De su
abuela dijo el periodista Vicente Muleiro: "Como decía
Gila, mi abuela era una solterona… Tan solterona era
doña Francisca Muleiro que a sus hijos les puso su
apellido.(…) Murió cuando yo era un adolescente y se
llevó el secreto de su infancia gallega y la íntima
épica de su inmigración" (2).
Algunas mujeres recibían la "llamada" de sus
novios o maridos. En Amor migrante, de Stella Maris
Latorre, un gallego escribe a su novia, en 1943: "sabes Olimpia
no es tan fácil la vida aquí como la pintan, todo
lo que tengo me ha costado mucho sacrificio, sobretodo gran dolor
el no tener donde apoyar la cabeza para derramar esas
lágrimas a veces por las grandes injusticias, a las cuales
no puedes hacerles frente, porque siempre eres uno de afuera y
debes agachar la cabeza, ahora estoy muy bien pero pagué
mi derecho de piso como le llaman aquí. Ahora soy
patrón, este hotel está esperando a su patron,
pienso que ya es tiempo de que vengas aquí a Buenos Aires,
nos casaremos en una Iglesia que se
llama De La Piedad es muy antigua y hermosa, queda cerca de
nuestro hotel; ya ves lo que digo ‘nuestro Hotel’,
(…) quiero que me contestes pronto, quisiera que para el mes de
septiembre a más tardar te decidas a venir, en esa
época aquí es primavera, es una época
hermosa, donde florecen las plantas, las
amarillas se llaman aquí son las xestas nuestras,
así florecerá nuestro amor, deseo me contestes
pronto, haremos los preparativos, para hacer una boda bonita,
como tú te lo mereces, no te ates por tus hermanos,
más adelante los podemos traer si ellos quieren venir,
Olimpia haz de cuenta que estoy a tu lado
acompañándote, pronto lo estaremos de verdad, ya
verás te acostumbrarás (…) espero me contestes
pronto, disculpa que insista pero necesito poner fecha de
casamiento. Me despido de ti con un abrazo de tu Manuel Machado
Ocampo" (3).
La protagonista del film Herencia, dirigido por
Paula Hernández, "es una inmigrante italiana que
llegó a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial.
Aunque nunca pudo encontrar al hombre cuyos pasos seguía,
decidió adoptar a Buenos Aires como su ciudad"
(4).
Un amor imposible causa la emigración de un
italiano: "El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la
sastrería, el único auto de la villa se detuvo
enfrente. El chofer entró: ‘La hija del
Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como
él ha dispuesto; y aquí te manda este dinero a
cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar’.
Enrico lo entregó y se embarcó. Para no ver
jamás el mar viajó tierra adentro, hasta el centro
de la Argentina; hasta su huerta, en medio de la manzana del
medio del pueblo" (5).
Un gallego, en Frontera sur, huye de la ira de su
suegro: "Primero tuve que escapar yo. Pasé un mes en el
monte. Me buscaron con perros, decididos
a matarme". Vuelve a buscar a su novia, y se casan en
Cádiz. En Barcelona muere la mujer, dejando
a un hijo. "Desde el momento en que la enterré –dice
el viudo-, me entregué a un único propósito:
ganar dinero, porque con dinero se puede todo. Quería
comprar mi vida y la tuya, mi libertad y la tuya, y regresar para
vengarme, empezando por tu abuelo…" (6).
La justicia por mano propia es otro de los motivos para
dejar el país. En De aquí hasta el alba,
novela de Eugenio Juan Zappietro, el cirujano belga Hubert Leroy
debe huir de Francia pues durante una operación dio muerte
intencionalmente a un ministro asesino: "Cuando Francia
descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en
América" (7).
Por miedo a unos acreedores que harían justicia
por propia mano, es que el abuelo de Jorge Fernández
Díaz llega a la Argentina: "En dos o tres aldeas, y en un
pequeño municipio, mi abuelo había cobrado por
anticipado trabajos que nunca terminó. Unos damnificados
de pocas pulgas le habían dado un ultimátum y
después habían prometido coserlo a navajazos.
Vendrían de un momento a otro, y a José no le
quedaba más alternativa que levantar los petates y
largarse bien lejos. Consuelo, su hermana menor, había
cruzado el Atlántico y llevaba una existencia decorosa en
una ciudad monumental llamada Buenos Aires" (8).
En 1892, Jimmy –"nacido James Radburne"-
llegó a la Patagonia, "huyendo de la pobreza y los
prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando
oficios para sobrevivir y métodos
para huir de las policías argentina y chilena". Se
dirigió a esa región pensándola "como
garantía de anonimato para pasados difíciles"
(9).
Por medio de una carta, Butch Cassidy comunica su
paradero a sus amigos ilegales estadounidenses. Ese manuscrito
"permitió certificar su estancia en la región
décadas después de su muerte". Lo relata Francisco
N. Juárez en el trabajo titulado "Una carta de Butch
Cassidy" (10), en el que escribe "Aunque la carta de Cholila
ahora carece de la última carilla con su rúbrica
(firmaría Bob, como las demás, pero es su
caligrafía) resulta una maravillosa síntesis
de la nueva vida del bandido. Elegantemente alude a ‘un
tío (que) murió y dejó 30.000 dólares
a nuestra pequeña familia de tres miembros. Tomé
mis 10.000 y partí para ver un poco más del
mundo’. En realidad, se refería al asalto de un
banco de Winemuca en Nevada, el 10 de septiembre de 1900. Ahora
estaba solo, es cierto, pero por pocos meses, de manera que
mentía ese dato. Daba cuenta de su patrimonio ganadero:
‘300 cabezas de vacunos, 1500 ovinos, 28 caballos de
silla’, además de dos peones y la alusión al
rancho como ‘una buena casa de cuatro habitaciones’,
galpones, establo y gallinero. Se quejaba de su soledad, la falta
de una cocinera y su ‘estado de amarga
soltería’. Luego, agregaba otras quejas. Se hablaba
español, ‘pero el país, en cambio, es
excelente’. Daba cuenta de la extensa y fértil
región, la distancia con Buenos Aires y esperaba
fortificar las ventas de
ganado a Chile, ‘nuestro gran comprador de carne
vacuna’, porque de allá habían abierto un
camino cordillerano (se refería al sendero de
Cochamó, el que denunció Clemente Onelli como
contrario al laudo arbitral que expediría la corona
británica ese mismo año)".
En "El cura y el cowboy" se recuerda a "El
Norteamericano", que vivió en Santa Cruz: a principios del
siglo XX: "Por la zona había un malvado y muy conocido
bandolero… era ‘El Norteamericano’, el cual hablaba
inglés
y un poco de castellano
bastante mal, por cierto. Este era de esos que donde ponía
el ojo ponía la bala y hasta la policía le
tenía terror a enfrentársele. Era
‘yankee’ en serio. Era común que cuando eran
buscados por la justicia del país del norte y ya no
había muchas chances por allá; se subían a
algún barco en la zona de California para bajar en Punta
Arenas… y seguir ‘ejerciendo’ en la Patagonia. Tal
era el caso de este auténtico cowboy" (11).
Notas
- Savoia, Claudio: op. cit.
- Muleiro, Vicente: "El mirador", en
Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de
1998. - Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos
Aires, De los Cuatro Vientos Editorial,
2004. - Ormaechea, Luis: "Con ánimo de conciliar", en
www.otrocampo.com. - Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en
Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de
Cultura. 1994. - Vázquez-Rial, Horacio: op.
cit. - Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el
alba. Barcelona, Planeta, 1971. - Fernández Díaz, Jorge:
Mamá. Buenos Aires, Sudamericana,
2002. - Cristoff, María Sonia: "Inglés en
fuga", en La Nación, Buenos Aires, 19 de
noviembre de 2000. - Juárez, Francisco N.: "Una carta de Butch
Cassidy", en La Nación, Buenos Aires, 25 de
agosto de 2002. - S/F: "El cura y el cowboy", en
www.misionorg.com.ar.
…..
Motivos no faltaron. Tristeza sobró a estos
hombres y mujeres que, un día, debieron dejar su tierra y
embarcarse hacia un país desconocido, en el que se
establecieron y del que, quizás, nunca pudieron
regresar.
Permiso para embarcar – La partida – Un viaje penoso
– En el puerto
El Hotel de Inmigrantes – Nuevos porteños –
Hacia el interior
V EL IDIOMA (1)
El conventillo – La escuela – Otros caminos –
Opciones
Devoción católica – Festividades
católicas – Funerales católicos – Festividades
judías – Funerales judíos – Festividades
musulmanas
En la tierra natal – En el barco – En Buenos Aires –
En las provincias – Inmigrantes destacados
En la tierra natal – En la travesía terrestre
– En el barco – Abundancia americana – En el Hotel de Inmigrantes
–
En el conventillo – En los barrios – En el
interior
La ética – La
solidaridad –
Hijos, nietos – Contar – Cantar – Festejos familiares –
Año Nuevo – Carnaval
Reuniones – Tìteres – Cine – Televisión
– Radio – Lectura –
Música –
Baile – Juegos – Hobbies – Fútbol – Pelota
La tierra natal – Los amores – Paliativos – Nostalgia
argentina
Opciones – De regreso – En busca de las
raíces
(1) Para ver el texto completo
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Cuando todo nos habla del futuro, hay una vuelta a las
raíces. Nunca como en el presente vimos un interés
tan generalizado por el pasado inmediato, por saber de
dónde venimos y por qué estamos aquí. Basta
con abrir un diario para leer que se proyectan nuevos museos, se
realizan muestras, se vuelve constantemente al tiempo de nuestros
mayores.
Algunas colectividades, que enseñaban ya sus
idiomas, sus tradiciones, y sus danzas, cuentan ahora
también con colegios en los que formar a los hijos de los
inmigrantes o a sus nietos. Entre estas instituciones recordamos
a las escuelas italianas, las judìas, el Liceo Jean Mermoz
y el colegio gallego Santiago Apóstol, inaugurado este
último hace muy pocos años.
Los libros de memorias, biografías y
ficción sobre el aluvión inmigratorio, escritos por
aquellos que eligieron la Argentina o por sus familiares, son una
feliz costumbre en las letras de nuestro país. Día
a día continúan apareciendo como agua que proviene
de un río caudaloso.
Las "Noches Célticas", lideradas por Manuel
Castro, fueron un suceso porteño; el Chango Spasiuk,
presentó en un CD la
música de los inmigrantes en Misiones, y Lerner y
Moguilevsky grabaron un tríptico con los temas
judíos de Basavilbaso. Julio Nudler y José
Judkowski, a su vez, analizaron la participación
judía en el tango. Todos ellos nos muestran la herencia de la
que son depositarios, y el homenaje que les rinden a sus mayores
con esta labor desinteresada.
Al hablar de pintura, el
nombre que viene a nuestra mente es el de Quinquela, que tan
magistralmente reflejó la situación de los
inmigrantes en La Boca. Junto a este ilustre nombre habrá
que recordar de ahora en más los de Guillermo Roux, Carlos
Alonso, José Marchi, Fernando Allievi, Mónica Weiss
y Carlota Petrolini, quienes presentan magníficos cuadros
que tienen como protagonistas a los llegados a estas
tierras.
El cine brinda también su aporte. En Buenos Aires
se vio Aller simple, filme franco-argentino que narraba la
historia de tres inmigrantes procedentes de diferentes
países que arribaron a la Argentina y el Uruguay. Se vio
Titanic, en la que se muestra las condiciones en las que
se realizaba la travesía desde Europa hacia los Estados
Unidos, y la desigual suerte que la primera clase y las otras
tenían en el momento de acceder a los botes, durante el
naufragio. Se anuncia la filmación de Fare
l’América, película de Eduardo Mignogna,
escritor y director que ya presentó inmigrantes en su film
La fuga. Ellas se suman películas anteriores, como
Asì es la vida, Los gauchos
judìos, La Patagonia Rebelde -un hito en lo que
a testimonios sociales de inmigración se refiere- y muchas
otras.
Se inauguran espacios públicos destinados a
perpetuar la memoria de
los extranjeros que se afincaron en nuestro país. Se
recicló el Hotel de Inmigrantes. Este edificio ya era
Monumento Histórico Nacional. Al filo del milenio, se
designan Monumentos el Apostadero que lo precede, la colonia
santafesina de Moisés Ville y las bodegas
mendocinas.
Merced al esfuerzo de descendientes de colonos,
autoridades del gobierno y organizaciones
interesadas en el proyecto, se modernizó el Museo
Histórico Regional de la Colonia San José, en Entre
Ríos, cuyo patrimonio corría serio peligro de
deterioro.
Un plan del gobierno
municipal, "apoya el proyecto que fuera presentado en el Primer
Congreso de Museografía y Museología, celebrado en
San Clemente del Tuyú en 1990 y que comprendía la
creación de varios museos, que en conjunto dieran con sus
contextos, la idea de los principios socio-culturales y
económicos, origen del desarrollo de lo que es hoy
Olavarría". Este proyecto fue "presentado por el entonces
encargado del Museo Etnográfico ‘Dámaso
Arce’, del Instituto de Investigaciones
Antropológicas I.I.A.O., Museólogo A. E.
Chiérico". Se crearon así el Museo de los Alemanes
del Volga, el Museo Municipal de Sierra Chica y el Museo de la
Colonia San Miguel, en la provincia de Buenos Aires.
En fotografía, vimos la muestra incluida en
Buenos Aires, 1910, Memoria del
Porvenir, la de Raquel Biggio y la colección de
Mauricio Kartun, entre otras.
Estas son sólo algunas de las noticias
importantes al respecto. A poco de empezado el milenio, surge en
nosotros una pregunta: ¿será que ese pasado que nos
toca tan de cerca nos da las armas para
enfrentar el desafío que implica el cambio de siglo?
¿O el regreso a las fuentes se da
como la búsqueda de un refugio, de un ayer menos
apresurado y más cálido? ¿Por qué,
frente al siglo XXI, recordamos al abuelo que nos dejaba
oír el tic-tac de su
reloj de cadena? ¿Nos sentimos más importantes,
más queridos, si evocamos a quienes se reunían
alrededor del fuego para contar historias de su aldea?
Llama la atención la proliferación de
iniciativas tendientes a resucitar, en el siglo entrante, la
ternura del 1900. Si tantos seres humanos están de acuerdo
en lo mismo, vale la pena escucharlos. El nuevo milenio invita a
reflexionar.
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María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada
Noviembre de 2004