(pistas
epistemológicas)
1.- En días recientes, un columnista hacía
referencia a la «orgía verbal» que se produce
cada vez que el Presidente electo se yergue ante un
micrófono. Pareciera que, así como el
período calderista se caracterizó por la
mediocridad y el silencio, el que ahora se inaugura,
brillará por la incontinencia de los adjetivos y la
prolongación de los discursos.
Ahora bien, los fuegos artificiales del encendido verbo ocultan
en ocasiones lo esencial. Lo de menos son las citas indigestas de
Federico Nietzsche,
Mahoma, Cristo y . Lo clave está en la
visión del mundo y de la política que se pone
de manifiesto cuando, por ejemplo, el Presidente electo afirma
como en efecto hizo que con su triunfo comicial él,
personalmente, posee el
poder constituyente. Lo que ocurre, es que,
mediante una especie de graciosa concesión de su parte,
nos permite a los demás discutir sobre el proceso.
Mi convicción es que
Hugo Chávez, y un nutrido grupo de
venezolanos, están imbuídos por una «cultura del
despotismo», que tiene profundas raíces
históricas, y que continúa ejerciendo un
significativo influjo sobre nuestra manera de actuar en el
terreno político. Al fin y al cabo, cuarenta años
de democracia
constituyen un período relativamente corto, a lo que hay
que añadir el hecho de que hemos vivido bajo una
democracia muy limitada, y contaminada hasta los tuétanos
por el ejercicio arbitrario del poder, con
fronteras ambiguas entre lo legal e ilegal, y con un Estado de derecho
en no poca medida ficticio, erosionado por la corrupción
de la justicia.
En estos tiempos de incertidumbre y volatilidad, estamos
presenciando una demostración clara y terminante de la
influencia de esa «cultura del despotismo» a que he
hecho referencia. Como diría Habermas, «su efecto se
comunica más bien en el gesto del pensamiento
que en la forma de argumentación». Cuando relevantes
figuras públicas sostienen, sin pizca de vergüenza,
que «lo jurídico no debe entrabar la realidad
política», y otras frases por el estilo, en realidad
se están pronunciando por el ejercicio arbitrario del
poder por encima de las normas y
limitaciones impuestas por una juridicidad, en todo caso, muy
precaria en nuestro medio, una juridicidad que de poco ha servido
ahora o en el pasado para contener los bríos de ese
«hecho político» (la cruda e inequívoca
realidad del poder), ante la que constantemente tiemblan las
piernas de muchos. No por casualidad son el oportunismo y la
adulancia dos de las actividades más eficazmente
practicadas en Venezuela.
¿Por qué tanta premura con la
constituyente, en medio de los gigantescos problemas
sociales y económicos que padece la inmensa
mayoría de la población? ¿Por qué si es
obvio que, casi sin excepción, existe buena
disposición por parte de los diversos actores de la escena
pública nacional para llevar adelante una constituyente,
el Presidente electo y sus seguidores se empeñan en romper
con la legalidad
establecida y violentar la Constitución vigente? ¿No
será acaso que buscan avasallar en un referéndum
convocado lo antes posible, mientras aún están en
la cresta de la ola de su popularidad? ¿Y qué
consecuencias podría tener una constituyente sometida a la
hegemonía exclusiva del Polo Patriótico?
¿Acaso no conocen la experiencia de la constituyente de
1946, y sus nefastas consecuencias?
Una constituyente hegemónica, formada en el ojo
del huracán de una polémica sobre su legalidad y
legitímidad, no estará en ningún caso en
capacidad de estabilizar el país y orientarlo hacia un
mejor porvenir. Una ruptura revolucionaria traería
igualmente resultados catastróficos para una sociedad en la
que, sin duda, se ha producido una elección que abre paso
a importantes cambios, pero que no fue más decisiva que
otras que hemos experimentado en el pasado (como las de 1973,
1983 y 1988). Ninguno de los presidentes entonces electos con 50%
y más, se atribuyeron a sí mismos un poder
constituyente, ni pretendieron asfixiar al nutrido porcentaje del
electorado que no votó por ellos o sencillamente se
abstuvo. Es fácil percibir un peligroso triunfalismo de
parte del nuevo primer mandatario y sus acólitos. No
parecieran tener conocimiento
de nuestra historia ni la elemental
prudencia para administrar su indudable victoria. Están
actuando con un sentido de las prioridades que parecieran indicar
que lo único que realmente les interesa es consolidar y
prolongar su poder político, escapando de los
desafíos sociales y económicos que afectan a la
gente y a los cuales millones aspiran que el nuevo gobierno halle
soluciones. Se
trata de un rumbo preñado de peligros, y hacemos la
advertencia, a tiempo, como
ciudadanos comunes y con la mejor de las intenciones. Venezuela
requiere unidad y no más divisiones. La
confrontación deliberada está repleta de riesgos que
sería preferible evitar.
2.- La Fiscalía General de la República ha
anunciado la reapertura de la causa contra más de un
centenar de personas, acusadas de haber consignado sus firmas en
apoyo al decreto del 12 de abril de 2002 en
Miraflores. Se advirtió también que el fiscal del
caso revisará los videos de lo ocurrido ese día,
para determinar "los grados de responsabilidad" de los que allí se
encontraban. ¿Y en cuanto a los
pistoleros de Puente Llaguno? ¿A los que dispararon contra
ciudadanos indefensos y les asesinaron? El silencio es
sepulcral.
¿Por qué el gobierno revive esto, más de dos
años después? ¿Qué busca con ello?
¿Dónde quedan las promesas de reconciliación
y diálogo
entre
los venezolanos? ¿Qué dice la izquierda "light",
esos que han venido hablando de la necesidad de reconciliarse,
pero siempre colocando el peso del tema sobre los hombros de la
oposición, nunca sobre los del régimen? ¿No
es esta acción
de la Fiscalía una muestra
inequívoca de la naturaleza del
chavismo, de la que siempre ha tenido y jamás
modificará?
El gobierno sabe exactamente qué pasó esos
días. Se han publicado libros que
recogen información y testimonios detallados acerca
del origen, curso y desenlace de los eventos. El
gobierno sabe quiénes se hallaban en Miraflores la tarde
del 12 de abril, cuáles eran las motivaciones de las
personas que se hicieron presentes, y conoce que muchas de ellas
no tenían claridad alguna acerca de lo que
acontecía
tras bastidores, ni de las implicaciones jurídico-políticas
de lo que estaba a punto de suceder. La ingenuidad puede ser
condenable en política, pero no es un crimen.
Los objetivos del
gobierno no tienen que ver con la sustancia del problema, sino
con lo siguiente: En primer término, proseguir el rumbo de
desmoralizar y amedrentar a la oposición, humillarla y
colocarla ante
sí misma y el mundo como menospreciable y "golpista". En
segundo lugar, se pretende descabezar a ciertas figuras, tal vez
inhabilitando al gobernador Rosales del Zulia (uno de los
firmantes del decreto). En tercer lugar, el gobierno
procurará en los tiempos venideros desarticular por
completo la resistencia
cívica, canalizar la oposición por los cauces de su
escogencia, y hasta crear "su" oposición, a la
manera del nuevo adeco-chavismo y con la anuencia de los partidos
tradicionales y su política miope, parroquial y ajena a
las palpitaciones de la sociedad
civil.
El gobierno sabe que los días 11 al 13 de abril se produjo
la usurpación de un movimiento
popular por parte de un grupúsculo de personas, que con
insensatez despojaron a millones de su esperanza. La lista de
presuntos firmantes del decreto del 12 de abril incluye a hombres
y mujeres que representan nobles energías de la lucha
ciudadana, y que estaban, como gran parte del país,
engañados con relación al significado del teatro que se
escenificó en Miraflores. Es una muestra de la esencia del
régimen, de su talante cruel, de su ansia de venganza y de
su voluntad hegemónica, que a estas alturas pretenda
atemorizar a estas personas, amenazándolas con una
"justicia" que no pasa de ser una charada autoritaria.
Es doloroso, y una muestra más de la mediocridad de la
dirigencia opositora, que ninguno de sus autoproclamados voceros
haya dicho una palabra en torno a esta
nueva prueba de la intolerancia del
régimen. Se trata de una dirigencia mezquina y encerrada
en sí misma, empeñada en salvar el pellejo de sus
desatinos y derrotas con renovadas
claudicaciones; una dirigencia que sigue sin brújula,
propensa a malgastar lo que resta de fuerza
combativa en la gente.
Ha sido la dirigencia de la oposición, la que mantiene que
la autocrítica hay que dejarla "para después de las
regionales", la que aceptó que los reparos se llevasen a
cabo en condiciones leoninas, la que abandonó al
magistrado Martini Urdaneta, la que cayó mansamente en la
celada del revocatorio, ha sido esa dirigencia, repito, la
principal culpable de las derrotas de la mayoría que se
opone al régimen chavista, pero una y otra vez constata
cómo sus esfuerzos se esfuman. Esa dirigencia hace rato
que debió renunciar. Pero no: se aferran a sus cargos con
ciega terquedad, pontifican desde sus falsos pedestales, y ahora
preparan una debacle en las elecciones regionales, que en las
actuales y previsibles circunstancias terminarán por
legitimar aún más al régimen en medio de una
generalizada abstención.
No es posible cuadrar el círculo, y no tiene sentido
llamar a la gente a votar si los engranajes del fraude denunciado
siguen incólumes. La gente no es tonta, al menos no todo
el tiempo, a pesar de lo que creen
no pocos de los "líderes" que nos han llevado, con
soberbia y sectarismo, a este callejón sin
salida.
3.- Era atractivo presumir que luego del fin del
socialismo
real en la URSS y Europa del Este,
y con la Cuba castrista
mostrando al mundo sus desvergüenzas, había
concluído la era de los intelectuales
itinerantes de la izquierda internacional, predicando
utopías y vendiendo trivialidades. Pero no, de ninguna
manera. He aquí que el régimen revolucionario
venezolano, la misma semana en que se agudizaba su naturaleza
criminal y canalla, nos obsequió con la visita del
escritor portugués José Saramago, un fósil
del estalinismo que al igual que Sartre, Neruda
y García
Márquez, nunca se cansó de estar
equivocado.
Entre otros desatinos, Saramago afirmó que el
régimen chavista está
"democratizando las instituciones
políticas" del país. Podemos estar seguros que el
escritor desconoce lo que aquí ocurre, pero ello le tiene
sin cuidado. Cosas iguales, y aún peores, hizo Jean Paul
Sartre en su tiempo, como por ejemplo respaldar la más
extrema violencia si
la misma era "revolucionaria", adular a Stalin, Castro y Pol Pot,
y apoyar los horrores de la revolución
cultural china.
Albert Camus
siempre tuvo razón frente a Sartre, pero la
intelectualidad de izquierda no lo vió así. Al
contrario, continuaron enarbolando sus patéticas
certidumbres hasta que el muro de
Berlín les cayó encima, aplastando
décadas de imposturas y falsificaciones. Los intelectuales
de izquierda siguen idolatrando a Sartre, a pesar de que en
materia
política fue un desastre.
¿Y qué decir de Neruda y García
Márquez, cuya presunta ingenuidad
no ha sido sino un impúdico mito, tras el
cual se oculta una funesta irresponsabilidad moral? El
primero le escribía versos ditirámbicos al
"padrecito" Stalin. El segundo jamás ha tenido el coraje
de romper con la tiranía castrista, y se escuda tras sus
esfuerzos para ayudar a uno que otro disidente a escapar de las
garras de un totalitarismo que, sin embargo, no se atreve a
condenar. Mario Vargas
Llosa siempre ha tenido razón frente a García
Márquez, y siempre ha acertado en sus descarnados análisis de la política
latinoamericana, pero el odio de la intelectualidad de izquierda
aumenta mientras más razón tiene el ilustre
escritor peruano.
Hubo una época en que ser de izquierda significaba tener
propuestas, rechazar realidades insatisfactorias y presentar
opciones para superarlas. El derrumbe del socialismo real, el
desprestigio del marxismo, y la
revelación de los crímenes que plagan la historia
del comunismo dejaron
a la izquierda huérfana. Esa izquierda ciega se niega a
admitir que hoy lo revolucionario es el capitalismo,
la democracia representativa, la concepción liberal de los
derechos del
individuo y de
los límites
del poder del Estado. La
izquierda ya no puede ofrecer el socialismo como alternativa.
¿Qué le queda entonces? Pues la banalización
ideológica, el anti-yanquismo, y consignas
antiglobalizadoras que no por su repetición son menos
anacrónicas.
Se me dice que ser de izquierda es comprometerse con la justicia
social, y tengo al respecto dos comentarios: En primer
término, eso también se decía antes, y
millones identificaron la justicia con el fracasado socialismo.
¿Cuál es hoy la propuesta? ¿Y qué se
ofrece en lugar del capitalismo liberal y la democracia
representativa? ¿La tragedia cubana?, ¿el
experimento venezolano?, ¿el salvaje modelo chino?
En segundo lugar, ¿qué entiende la izquierda por
justicia social, excepto una aspiración abstracta y
bondadosa, sin asidero teórico como tal? La izquierda
despliega consignas como si se tratase de claras fórmulas
político-económicas, y detrás viene la
tragedia. La justicia la queremos todos. Lo importante es:
¿cómo lograrla?
La imprecisión conceptual, un romanticismo tan
vacío como peligroso, y – repito – un visceral
anti-yanquismo son los restos del pensamiento de izquierda en el
mundo. Todo ello conjugado con las banalizaciones de un Saramago
o un García Márquez, y anteriormente de un Sartre o
un Neruda, banalizaciones que no obstante tuvieron y siguen
teniendo gravísimas consecuencias, en Cuba, en Venezuela,
en todas partes donde ese izquierdismo sentimentaloide se
transforma en opresión y miseria para la gente, como lo
estamos experimentando acá.
Saramago es, desde el punto de vista político, un
personaje lamentable. Anda por allí respaldando a
cualquier caudillo que hable mal de Bush y de los Estados Unidos, y
proclame su amor por los
pobres, sin profundizar un ápice sobre los dramas que se
esconden tras una retórica que ha sido y es fuente de
muchos crímenes. La Academia Sueca seguirá
premiando a los Saramago de este mundo. Jamás lo
hará con un Borges, un
Malraux, o un Vargas Llosa. La cultura de izquierda europea, la
misma que llevó a Rodríguez Zapatero a los brazos
de Chávez, lo impide. Pero la Academia Sueca con
frecuencia se
equivoca.
5.- Mientras que una hostilidad extrema entre los
principales partidos, en el periodo 1945-48, fue la causa
principal del fracaso del primer intento de crear una democracia
de masas en Venezuela, esos mismos partidos nueve años
más tarde, unidos en la Junta Patriótica, van a ser
los protagonistas y promotores de un movimiento civil que,
amenazando con convertirse en una rebelión popular
generalizada, hizo que los militares dejasen de apoyar a
Pérez Jiménez y abrió paso a la
restauración de una democracia. El llamado
espíritu del 23 de Enero, sintetiza esa unidad de
todos los partidos, que hizo posible el renacimiento
democrático. Miguel Otero Silva, actuando como orador de
orden, cuando el Congreso celebraba el primer aniversario de esa
fecha, alababa la inteligencia
política y el patriotismo de los partidos que superando
las viejas diferencias se habían unido para conquistar la
libertad:
- Venezuela está orgullosa de sus partidos
políticos porque a ellos debe, fundamentalmente, la
reconquista de sus derechos y sus leyes.
Está orgullosa de Acción
Democrática […], Venezuela está
orgullosa de Unión Republicana Democrática
y de COPEI […], orgullosa del Partido
Comunista de Venezuela […][1]
La acción concertada de los partidos había
impulsado una verdadera unidad nacional, al estilo de la que
hubiera gustado al Libertador:
- La unidad de los partidos hecha presencia real y no
consigna verbal en el seno de la Junta Patriótica, trajo
consigo como consecuencia lógica la unidad de los sindicatos
obreros, la unidad de los intelectuales, la unidad de la
nación entera a la luz de la
decisión enfurecida de echar de esta tierra al
tirano y a su cortejo de rufianes y verdugos» (
Ibíd., p. 20).
Pero para que todo ello no quedase reducido a una
típica fusión entre partidos,
efímera y temporal, como las del siglo XIX, esas organizaciones
políticas se propusieron crear unas reglas de juego
permanentes, una verdadera constitución (si tomamos esta
palabra en un sentido material y no meramente formal), a
través de la cual se garantizase que la democracia
representativa se mantendría y consolidaría. Y
aunque lo lograron durante en periodo apreciable, al cabo de
cierto tiempo comenzaron a surgir críticas, cada vez
más intensas, que hacían a los partidos
responsables de las fallas que presentaba la democracia. De modo
que, como afirmé en otra ocasión:
- En Venezuela los partidos políticos han venido
jugando, desde 1958, un papel que, por su prominencia,
probablemente no es comparable al que desempeñan en
ninguna otra democracia competitiva. Por ello el caso
venezolano puede ser considerado como un ejemplo extremo (casi
un "caso de laboratorio") para mostrar la importancia que
tiene el sistema de
partidos para el mantenimiento de la democracia, pero
también para llamar la atención sobre las distorsiones que
eventualmente puede producir en su sano
funcionamiento[2]
En efecto, dada la importancia y magnitud del papel de
los partidos políticos en Venezuela, se les reconoce
comúnmente como los forjadores de nuestra moderna
democracia. Pero, al mismo tiempo, no faltan quienes los
consideran responsables de gran parte de los males que afectan a
nuestro sistema
político e, incluso, al conjunto de nuestra sociedad.
Así, hay quienes afirman que nuestra democracia ha
degenerado en una "partidocracia", pues "ha dejado de ser el
gobierno del pueblo y para el pueblo y se ha convertido en un
gobierno, no sólo de los partidos, sino para los
partidos".[3]
Además, se considera a los partidos políticos
como los responsables de la crisis
política e institucional del Estado venezolano, y se les
acusa de haber usurpado funciones propias
de la sociedad civil y de ahogar sus iniciativas y posibilidades
de libre desenvolvimiento.[4]
Pero como vamos a tratar de ver, sin desconocer las culpas
que a los partidos les corresponde en la crisis que sufre la
democracia venezolana, hay que señalar otros importantes
factores que son responsables de ella.
Para analizar el sistema político venezolano a
partir de 1958, hay que estudiar, ciertamente sus partidos
políticos, tanto individualmente como en sus relaciones
recíprocas, el sistema de partidos, pero esto constituye
sólo una parte, aunque muy destacada, del
sistema político total. Junto a ese estudio es necesario
analizar, también, un sistema de participación y
representación no democrática, que va a dar lugar a
un conjunto de instituciones que representan un sistema
semicorporativo de participación y de toma de
decisiones públicas. Aunque se trata inicialmente de
una creación original de los partidos, este sistema
semicorporativo adquiere pronto una vida independiente de ellos y
dotada de dinamismo propio.
1.- curso de Orden», Gaceta del Congreso,
mes 1, 23 de enero, No. 3, 1959, p. 19.
2.- Rey, "El papel de los partidos políticos en
la creación y consolidación de la democracia en
Venezuela". En: G. Murillo Castaño y M. M. Villaveces de
Ordóñez (eds.), Conferencia Interamericana de
Sistemas
Electorales. Caracas- 15/19 de mayo 1990. San José de
Costa Rica:
Fundación Internacional de Sistemas Electorales (IFES), p.
80
3.- Brewer Carías, El Estado
Incomprendido. Caracas: Vadell, 1985, p. 57
4.-. Brewer Carías, Problemas del Estado de
Partidos. Caracas: Editorial Jurídica Venezolana,
1988
Anibal Romero