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El papel de la ética y la política en el siglo XXI: Necesidad de generar y rescatar la confianza en nuestras instituciones




Enviado por jhernandez



    1. Proemio
    2. La sociedad civil, el
      capital social y su lucha contra la
      corrupción
    3. El ejercicio del poder en la
      construcción del entorno
      ético
    4. La urgencia de una nueva
      Ética para la Política del Siglo
      XXI
    5. ¿Debemos considerar a la
      ética como mero sistema normativo?
    6. Construyendo consensos
      éticos en la administración
      pública
    7. Corolario

    "Lege rubrum si vis intelligere
    nigram"

    Lee lo anotado en rojo si quieres
    entender lo escrito en negro

    Proverbio europeo del siglo
    XV

    PROEMIO.

    Basta reflexionar un poco y siempre encontraremos una
    culpa que hemos contraído de algún modo frente al
    género
    humano, aunque sólo sea a causa de los privilegios de que
    gozamos, basada en la desigualdad de los hombres a causa de la
    cual otros tienen que sufrir tanto mayores privaciones para el
    beneficio personal, para,
    en el subterfugio de lo <<legal>>, no reprimamos la
    noción de deber, entregándonos a caprichosas
    fantasías sobre lo meritorio. Reaparece a su lado el
    teatro de
    fantasmas y
    simulaciones, donde los desmentidos y la rapidez en exonerar de
    culpas y pecados se vuelve el pan de cada día. Reaparece
    el umbral perverso de la palabra oficial como un cielo protector,
    donde el silencio se vuelve cómplice, porque las instituciones
    _públicas o privadas_ gastan más dinero en
    propaganda que
    en cumplir sus fines. Poco hacen contra los poderes
    fácticos que pretenden la complicidad entre la clase
    política y el crimen
    organizado, jugando con uno u otro partido, convirtiendo la
    transición democrática en una farsa injusta. Me
    interesa resaltar en este ensayo la
    valoración del cálculo de
    las evaluaciones nacionales de la reputación de corrupción
    en los servicios
    públicos a nivel nacional, que bien puede servirnos
    como punto de partida útil para desarrollar una topografía de su incidencia. Sin embargo,
    la imagen que
    surge a partir del intento de calcular promedios nacionales se
    vuelve más compleja cuando investigamos los antecedentes
    de regiones específicas, de industrias o de
    los intereses comerciales y burocráticos.
    (…) Finalmente, la rápida aceleración
    de la participación en la economía global ha
    dado una mayor importancia a la detección y lucha contra
    el soborno, practicado particularmente por las empresas
    occidentales en regiones del mundo menos desarrollado. Y es a
    partir de las constantes denuncias de corrupción, donde la ética, disciplina que
    antes estaba reservada a la filosofía, se ha convertido en
    una demanda
    común de nuestras sociedades. La
    demanda ética no sólo se focaliza al gobierno, que
    como representante de la mayoría es quien debe dar el
    ejemplo, sino también a toda la oposición (que
    representa al resto de la sociedad).

    Hoy día está la moda es hablar de
    ética y su relación con política, en
    especial con la clase política de nuestro país.
    Abordamos el tema en el café,
    con los amigos, con quien está a nuestro lado mientras
    esperamos el camión, en la sobremesa, en el trayecto al
    trabajo,
    etcétera. La clase política _al sentir del
    ciudadano_ está sospechada de corrupta, no porque todos
    roben, sino porque muestran una imagen de autores,
    cómplices, encubridores o, lo que es peor aún,
    indiferentes. En este océano, la corrupción navega
    sobre el inconsciente colectivo, y si el modelo
    deseable estimula el éxito
    económico a cualquier costo, la
    corrupción se convierte en un subproducto casi inevitable
    que refleja la epidemia de fin de siglo. Y es que ningún
    país en el mundo es inmune a la corrupción en la
    política. El problema abarca una amplia variedad de actos
    cometidos por líderes políticos antes, durante y
    después de dejar el cargo. Este fenómeno incluye
    actos proscritos por las leyes nacionales
    e internacionales, así como actividades que no son
    ilegales, pero que tienen una influencia corruptora en el
    proceso
    político, como por ejemplo, cuando las
    compañías del sector privado acuden al cabildeo
    para obtener favores políticos. La corrupción
    política –como lo señala Meter Eigen,
    Presidente de Transparency International durante el lanzamiento
    del Informe Global de
    la Corrupción 2004- "…socava las esperanzas de
    prosperidad y estabilidad a los países en vías de
    desarrollo, y
    perjudica la economía
    mundial"
    . Este informe constituye un llamado a la
    acción
    para traer integridad y confiabilidad a los gobiernos, para
    detener el soborno por parte de las compañías
    multinacionales, y para luchar contra el flujo de activos robados
    hacia cuentas secretas
    privadas en occidente, privando a millones de personas de
    asistencia médica, educación y
    perspectivas de un futuro sostenible. En este orden de ideas, si
    la ética incide en las decisiones correctas de la conducta humana,
    lo hace a través de cánones o fundamentos morales,
    es decir, no señala lo que es bueno o malo
    hacer
    (moral)
    sino cuándo lo es (ética). En
    realidad la ética es un juicio que se expone socialmente
    sobre las conductas de los seres humanos que componen la
    sociedad. La ética trata sobre los principios del
    deber hacer, mientras que la moral
    modela esa ética en costumbres, modos y maneras de hacer.
    Es decir:
    la moral es lo que se practica y la
    ética piensa cómo debe ser esa moral
    .
    Cuando hablamos de ética y lo engarzamos con la
    corrupción _para el tema que nos ocupa_, el término
    sintetiza el principal malestar político generalizado.
    Malestar político, porque la exigencia de mayor "eticidad"
    está dirigida a la clase dirigente (políticos,
    empresarios, gremialistas, funcionarios) en el sentido de
    élite que conduce a los ciudadanos, le fija límites,
    define reglas y controla su aplicación. Aquí
    encontramos una situación interesante, y es que en
    cualquier proceso social el observador puede distinguir un
    sistema
    mítico que expresa claramente todas las reglas y
    prohibiciones y un código
    práctico que dice a los operadores cuándo,
    cómo y por quién pueden hacerse ciertas cosas
    prohibidas por las reglas. Hoy como ciudadanos conscientes y
    responsables nos planteamos de manera crítica
    las relaciones entre la ética y la política. Estas
    pueden establecerse desde diversas concepciones de lo
    político y también de lo ético. Aquí
    opto por una metodología quizá extraña: en
    lugar de acentuar las diferencias entre las diversas versiones
    contemporáneas de la ética, quiero ensayar una
    forma de argumentación que las relacione, si no
    necesariamente a todas, por lo menos sí a algunas de las
    más relevantes en la discusión actual. Esto nos
    permite caracterizar diversas formas de concebir la
    dimensión ética en relación con la
    política deliberativa y la democracia
    participativa, para mostrar luego un modelo de
    argumentación que, como se ha dicho, en lugar de excluir,
    convoque diversas concepciones de la moral en torno a la tarea
    de formación de ciudadanos que haga posible democratizar
    la democracia.

    Lo que tiene de verdadero la frase: "el cambio empieza
    por uno mismo"
    también comprende una parte que no
    dice. La frase de hecho sugiere que "el cambio" hacia condiciones
    y estados mejores pasa primero por uno mismo. Esto no significa
    que el cambio personal sólo sea suficiente para ese cambio
    que uno también necesita – cambio social que tienda hacia
    el bien. Tratándose de la vida de una ciudad o de un
    pueblo, buscar el bien sí exige de cambios personales,
    pues un pueblo honesto y justo existe, porque tiene personas
    honestas y justas-. Sin embargo, el enfoque en buscar cambios
    personales es insuficiente. También se deben buscar los
    cambios de estructuras
    sociales (organismos sociales, instituciones privadas,
    etcétera) y cambios de estructuras políticas
    (estructuras de poder,
    instituciones del Estado
    ). Los cambios de estructuras
    sociales y políticas de hecho pueden completar o
    posibilitar el cambio social, y además pueden promover y
    hasta cierto punto garantizar el desarrollo de la vida moral
    personal. Una estructura
    social (incluyendo factores económicos y culturales)
    que no estimula, que no convalida (o aprueba), y que no garantiza
    con sus leyes el éxito de la vida ética tanto
    personal, familiar, como social, lo que de hecho hace es
    desmoralizar el mayor anhelo del ser humano, vivir con una
    dignidad
    personal, e incluso más allá de la mera felicidad,
    vivir una vida feliz moralmente merecida.

    Cuando hablamos de la lucha contra la corrupción,
    estamos obligados a referenciarlo junto a los valores
    éticos, para tratar de explicar el camino de vida que debe
    seguir la sociedad y las instituciones coexistentes, así
    como la forma en la que se posiciona con relación a la
    sociedad actual, entendiéndola en un primer acercamiento,
    de la siguiente manera: La corrupción es tentadora para
    mucha gente; es dinero fácil de ganar y presenta poco
    riesgo, donde
    el comportamiento
    moral es crítico _Saber qué está bien y
    qué está mal, el saber que lo que uno está
    haciendo no es sólo importante para uno mismo, sino que lo
    es para toda la comunidad, para
    el país de uno mismo
    _. Desde esta perspectiva, los
    valores
    éticos son importantes. La corrupción está
    prohibida, como robar o asesinar, pero esto parece insuficiente,
    debido a que la gente continúa practicando acciones
    ilegales. Para contrarrestar –o al menos intentarlo-,
    debemos rescatar y explicar la importancia de los valores
    éticos en la lucha en contra de la corrupción,
    argumentando que el comportamiento ético es el mejor
    camino para prevenir la corrupción y promover la confianza
    social. Creo que entre todos los actos de corrupción
    resalta la figura del clientelismo o amorralamiento
    político. Este fenómeno es en sí mismo tan
    corrupto como cualquiera de los otros actos imaginables. Salvando
    las distancias, la figura/acción del amorralamiento -que
    es preocupante-, no es otra cosa que un acto
    mefistofélico. El personaje de Goethe (1808) entrega/vende
    su alma al
    diablo; nuestro personaje de la figura del amorralamiento
    entrega/vende su favor electoral, no a un partido político
    en exclusividad, sino a diferentes dirigentes políticos -y
    de distintos partidos- a través de promesas mutuas (tu
    voto a cambio de algún favor
    ) en un acto de naturaleza
    cognitivo-política. Pero he aquí que en la propia
    metáfora mefistofélica aparece la
    contradicción que permitirá diferenciar y calificar
    al episodio. Así como respecto al Fausto de Goethe nadie
    ha intentado visualizar ni cuestionar las características
    diabólicas del comprador. En el caso que nos ocupa,
    sí es preciso que lo haga, ya que es lo que va a permitir
    registrar el carácter dialéctico de la
    relación corruptor/corrompido y entenderla con mejor
    criterio. Entiendo como la mejor forma de interpretar al
    amorralamiento, la necesidad de recurrir al método
    dialéctico, que es el que nos va a permitir encontrar y
    explicar la relación indisoluble entre los miembros del
    par, no sólo en la relación individual perversa que
    estoy analizando, sino ya en la dimensión
    social-institucional, que es donde se inserta la misma. Es decir,
    el corruptor aprovecha una situación particularmente
    desgraciada de alguien, para, de esa forma, corromperlo y no
    solamente convertirlo en un corrupto "pasivo", sino
    fundamentalmente para lograr quebrarlo en su totalidad como ser
    humano y permitirle justificar cualquier otro acto corrupto
    "activo", a la vez que lograr que sin mayores trabas de moral
    interior -culpas, en términos psicoanalíticos-
    adhiera en el futuro a otros actos deshonestos que se le
    propongan. En este caso el corruptor tiene un proyecto
    político que va más allá de la compra de un
    favor electoral circunstancial, está dirigido a romper el
    entramado de las relaciones sociales a partir prácticas
    egoístas-individualistas y creando la desconfianza entre
    los amigos, vecinos, etc., que pierden fiabilidad en quien
    observan -o adjudican la comisión de actos semejantes a
    los actuados- y de quien comienzan a sospechar falta de fidelidad
    a la consigna política que los pueda convocar. El
    porqué de este proyecto político por parte del
    corruptor no es motivo de análisis del presente escrito, simplemente
    diré que esta política de clientelismo o
    amorralamiento de los hombres y mujeres del pueblo llano, ya ha
    dado los frutos propuestos por sus artífices en nuestra
    América: han logrado quebrar la posibilidad
    de ser protagonistas de su vida y del sentido que pretenden darle
    al cambio social que esperaban, a los latinoamericanos, en
    grandes y extensos espacios del continente. La corrupción
    política no se da solamente en el escenario del
    clientelismo, también en nuestros pueblos aparece
    testimoniada por los reiterados casos de fraude electoral.
    Las elecciones son controladas -o, mejor dicho, supervisadas- por
    representantes de organismos internacionales. Pese a todo el
    fraude sigue existiendo bajo la forma del cambio de las boletas
    en las urnas, la pérdida de urnas completas, el voto de
    los muertos, la no inclusión de electores opositores en
    los padrones electorales, etc. Esto ha llevado a que ya los
    pueblos no sientan en el acto eleccionario que ejecutan se
    están sirviendo del máximo derecho ciudadano. Saben
    que van a ser estafados y también en este punto, el
    propiamente político se ha perdido la confianza. Esto, no
    deja de ser un panorama desolador. Cuando los pueblos y las
    personas dejan de confiar en el sistema democrático, crece
    el sentimiento de impotencia frente a éste, y comienzan a
    florecer todos los síndromes asociados con la
    desesperanza.
    De esta manera el entramado social comienza a
    resquebrajarse y se llega a poner de moda el tristemente
    célebre "sálvese quien pueda", fórmula
    infeliz que se refiere a la pérdida de la solidaridad
    social y su reemplazo por el reinado del egoísmo
    individualista.

    1. La
      sociedad civil,
      el capital
      social y su lucha contra la corrupción.

    Cuando una sociedad ética lucha contra la
    corrupción, siempre enarbolará la bandera de
    lucha, porque cree firmemente que la relación que guarda
    el individuo en
    sociedad y el Estado es
    la base de la confianza mutua. De esta forma, la democracia
    está basada en la confianza mutua y la corrupción
    rompe con ella, al sentir general. Trae cosas negativas, crea
    sospecha, crea la idea de que los políticos sólo
    trabajan para el bienestar propio; esto es un problema, porque
    nosotros necesitamos a los políticos para planear el
    futuro. No podemos aceptar la realidad actual, no podemos
    aceptar la corrupción. Y es que la corrupción se
    ha convertido en parte de un cuadro social complejo,
    destruyendo las redes sociales de
    confianza. Recordemos: la lucha contra la corrupción no
    es sólo una cuestión de dinero. Esta lucha es
    vital para conservar las democracias. Por eso, cuando se
    tratamos de combatir la corrupción, debemos dar la mayor
    prioridad a las redes de información social. La información
    es fundamental. Hace algunos años, por ejemplo, no
    entendíamos qué cantidad de dinero estaba
    envuelta en diferentes actos de corrupción. Hoy los
    medios
    informativos nos han acercado a ello y lo percibimos de una
    manera más consciente. Algunos de los elementos para
    combatir la corrupción son: una sociedad responsable y
    un sistema judicial independiente que pueda abolir la impunidad y
    aplicar la ley, que es la
    base de toda sociedad justa con un capital social activo. El
    capital social es una herramienta efectiva para combatir la
    corrupción. De todas formas, cuando este capital social
    es negativo, a la gente no le importa mucho la lucha contra la
    corrupción, en esta situación los individuos
    actúan como animales en el
    medio de la selva: ellos van a tratar de salvarse de la forma
    que puedan. Por esta razón, la ética es muy
    importante. Necesitamos reconstruir el modo espiritual de
    pensar acerca de la vida para poder contrastar los efectos de
    la corrupción, que está caracterizada por la
    ambición material y el egoísmo. Cuando la
    corrupción se vuelve algo normal no existen diferencias
    entre el Director de una paraestatal, de una
    compañía transnacional, o de un hombre
    común que roba para enriquecerse a sí mismo. Para
    proteger nuestras sociedades necesitamos una forma ética
    de pensamiento.
    Necesitamos convencer a las compañías de que es
    de su interés
    adquirir un rol más participativo en el desarrollo
    social, por lo menos en tres niveles: la aplicación
    de la ley, la conciencia
    ética, y la inclusión del sector privado en esta
    lucha. El capital social es fundamental en la lucha contra la
    corrupción, porque cuando las personas confían
    entre ellas, usan esa energía para construir una
    sociedad mejor: Cuando esto pasa, las personas no están
    aprovechando su poder para enriquecerse ellas mismas. Pero
    debemos estar alerta siempre, porque el capital puede ser
    más y más negativo. Por ejemplo, el secreto del
    modelo social Escandinavo es el alto nivel de consenso social,
    porque las personas sienten que el gobierno se ocupa de ellos y
    de esta forma hay un ambiente
    social de confianza. En el caso particular de Noruega, la gente
    se siente parte de una sociedad transparente; las personas
    ganan suficiente dinero para vivir, pagan impuestos y
    respetan las leyes por más de cien años. Todos
    saben que el contrato
    social está basado en el capital social. En mi
    opinión, estos hechos son la razón por la que no
    existe corrupción en Noruega. Por esta razón, las
    empresas Noruegas están menos expuestas a la
    corrupción; éstas son partes de una sociedad que
    rehúsa a comportarse incorrectamente.

    Al hablar de la corrupción, debemos enfocarnos
    también al fenómeno de la
    globalización y su influencia en el avance o freno de
    este mal social. La corrupción en el tercer mundo es
    común, pero éste es un fenómeno globalizado
    negativo. Aún en países del primer mundo ocurren
    casos de corrupción, con en Francia, un
    país insignia del primer mundo. Este es un problema
    global. Cuando se presentan casos de corrupción
    globalizada, existen algunos obstáculos para poder
    confrontarla. Por un lado, hay muchas multinacionales
    involucradas en casos de corrupción a lo largo de
    diferentes países. Por el otro lado, para poder investigar
    y enjuiciar, estamos obligados a usar instrumentos y leyes
    nacionales. Como resultado de esto, existe una brecha entre el
    problema – la demanda judicial- y cómo puede ser
    resuelto. Muchas veces aparece un caso de corrupción
    internacional, el cual no puede ser adjudicado por cortes y leyes
    nacionales. No tenemos todavía una respuesta global para
    la corrupción; las respuestas son sólo nacionales y
    regionales, por esta razón necesitamos trabajar más
    en esta área.

    Vayamos a una realidad reciente que espero nos sirva
    para ilustrar lo expresado. George W. Bush está siendo
    comparado cada vez más con Ronald Reagan, ahora con su
    muerte. Es
    verdad que como Bush, Reagan llegó a Washington con un
    ambicioso plan para
    recortar impuestos a todo nivel y aumentar el gasto en la defensa
    nacional sin incrementar el gasto federal. Y Reagan, de hecho,
    alivianó la carga impositiva de los norteamericanos y
    supervisó un crecimiento masivo del gasto en la defensa
    nacional. Dada la reciente insistencia de Bush por implementar
    más recortes de impuestos que serían
    pro-crecimiento combinada con un aumento del gasto en la defensa
    nacional para la guerra contra
    el terrorismo, la
    analogía es tentadora. Pero a estas alturas en su
    presidencia, el sombrío récord del gasto
    público de Bush cuando es comparado con aquel de
    Reagan, elimina esta tentación. Mejor aún, a la
    luz del gasto
    de Bush ahora sería más apropiado compararlo con
    Jimmy Carter que con Ronald Reagan. Veamos los hechos.
    Siendo comparado en el mismo momento de la primera administración de Reagan, Bush no es
    sólo un gastador mayor sino un gran gastador en sí.
    Ajustado a la inflación, el gasto total bajo la
    administración de Bush ha aumentado un 14 por ciento,
    mientras que debajo de Reagan aumentó sólo un 7 por
    ciento. Pero más indicativo aún del problema que
    Bush tiene es el significante aumento en el gasto discrecional
    durante su administración. El gasto discrecional
    representa fondos para programas que el
    Congreso tiene que asignar en una base anual y es este tipo de
    gasto sobre el cual el presidente tiene más influencia. Es
    verdad que una gran porción de este gasto discrecional va
    hacia la defensa nacional. Bush ha llevado acabo durante su
    administración un incremento de 21 por ciento en el gasto
    para la defensa nacional—casi igual que Reagan. Sin
    embargo, la mayor diferencia entre estos dos hombres es el gasto
    discrecional no atribuido a la defensa nacional. Mientras que
    Reagan fue capaz de reducir los gastos
    discrecionales no relacionados con la defensa nacional por un 14
    por ciento, Bush ha llevado a cabo un aumento de estos en un 18
    por ciento—una diferencia del 32 por ciento entre los dos
    presidentes.

    La tabla presentada aquí abajo compara los
    niveles entre Reagan y Bush del gasto no relacionado con la
    defensa nacional. El Presidente Reagan consiguió disminuir
    el gasto en muchas categorías. Al contrario, Bush no solo
    ha fallado en igualar a Reagan en la reducción del gasto
    sino que además ha aumentado el gasto a todo nivel—y
    en muchas ocasiones este ha llegado a niveles
    exorbitantes.

    Para ver el gráfico seleccione la
    opción "Descargar" del menú superior

    Como se ha indicado, ambos hombres buscaron—y
    consiguieron— en el Congreso aumentos substanciales en el
    gasto para la defensa nacional. Y, mientras que proveer para la
    defensa nacional es una responsabilidad definida del gobierno federal,
    muchos gastos discrecionales no relacionados con la defensa
    nacional no lo son. Gastar dinero en sistemas armados
    avanzados para combatir el terrorismo es más importante
    que financiar el Fondo Nacional para las Artes o la
    Corporación para la Difusión Pública. Es el
    fracaso de Bush en limitar el gasto gubernamental en estas
    actividades de dudosa constitucionalidad lo que no permite que
    él iguale los logros de Reagan. Por supuesto, se puede
    argumentar que es injusto culpar excesivamente a Bush por el
    gasto excesivo dado el hecho que el Congreso es el que controla
    las riendas de la cartera. Un estudio reciente demuestra que tres
    de los mayores cinco gastos excesivos federales ocurrieron
    durante los últimos cinco años de un Congreso
    controlado por los Republicanos (los otros dos ocurrieron durante
    la Segunda Guerra
    Mundial). De esta manera, el Presidente Bush parece haber
    heredado un Congreso con establecidas credenciales de tendencia
    gastadora. Sin embargo, esta excusa es debilitada por el hecho de
    que Bush no ha vetado ni una sola ley de gasto durante sus tres
    años de presidencia. De hecho, él ha accedido a
    firmar toda legislación que ha pasado por su escritorio,
    incluyendo una inflada ley agrícola y una intrusa ley de
    educación. Por el contrario, el President Reagan
    vetó 22 leyes que aumentaban el gasto público
    durante sus primeros tres años como presidente. Bush ha
    sido beneficiado con un Congreso con una distribución partidaria considerablemente
    más favorable. Aunque los Republicanos controlaban el
    Senado durante la primera administración de Reagan, los
    Demócratas dominaban el Congreso—por un margen de
    100 puestos en un momento. Bush, al contrario, ha disfrutado del
    lujo de tener un Congreso y un Senado controlado por el partido
    Republicano (con la excepción de una pérdida de
    control por cinco
    meses en el Senado cuando el Senador Republicano Jim Jeffords
    salió del partido). Mientras Reagan era suficientemente
    exitoso en domar un Congreso dudoso y muchas veces hostil, Bush
    ha demostrado una falta de convicción en calmar los deseos
    de gastar de un relativamente favorable Congreso. Mientras que el
    Presidente Bush esta obviamente al tanto de los beneficios y la
    necesidad de reducir los impuestos como una manera de estimular
    el crecimiento
    económico, el gobierno continúa
    expandiéndose, los programas burocráticos florecen,
    y la discusión de eliminar en su totalidad departamentos
    gubernamentales es un recuerdo distante. Bush no es ningún
    Reagan. Y, a pesar de que el partido que se auto-proclama como el
    del gobierno limitado controla la Casa Blanca y el Congreso,
    continua moviéndose más y más lejos del
    gobierno limitado.

    Hemos visto una continua y larga lista de fracasos
    administrativos en grandes empresas, tales como Enron, WorldCom,
    Credit Lyonnais, Parmalat; en importantes medios de
    comunicación como el New York Times, USA Today y la
    BBC; en organismos de gobierno, como la CIA, MI6, FBI, el
    Departamento de Defensa y el programa de la
    ONU de petróleo por comida en Irak,
    además de escándalo tras escándalo de
    corrupción en el gobierno de Francia y en México,
    para no perdernos de vista. Como resultado de ello, se han
    multiplicado las conferencias y los foros para discutir mejores
    programas de responsabilidad y supervisión, tanto en el gobierno como en
    la empresa
    privada. En casi todos los casos se consiguieron varias de las
    condiciones siguientes:

    • Inadecuada comunicación a todos los miembros de
      la
      organización sobre normas
      éticas y de comportamiento.
    • Excesiva dependencia en la cadena de mando como
      vía para el flujo de la información.
    • Falta de la directiva y de los altos ejecutivos en
      instrumentar tajantes medidas correctivas al notarse las
      fallas. Además, en todas partes hay la tendencia a tapar
      las malas noticias.

    Las fallas en las empresas privadas son muy
    difíciles de tapar a largo plazo porque la presión de
    la competencia tarde
    o temprano revela el mal rendimiento. Pero, entretanto,
    ejecutivos incompetentes o corruptos pueden ponerle la mano a
    millones de dólares de los accionistas al reducir el
    valor de sus
    inversiones.
    Por muy malos que sean los escándalos empresariales, el
    mercado impone un
    cambio de comportamiento o la compañía va a la
    quiebra. El
    problema más grave está en los organismos
    gubernamentales, porque al ser monopolios, sus fracasos no se
    hacen aparentes y un mal rendimiento puede perdurar por
    décadas. Muy pocos programas del gobierno están
    sujetos a análisis rigurosos de costo y beneficio o a la
    evaluación constante de la efectividad de
    sus administradores. Los jefes de organismos gubernamentales
    tienen mayor dificultad en despedir o relegar a cargos inferiores
    al personal que no rinde. En la mayoría de los
    países la supervisión del Congreso sobre el trabajo de
    los diferentes ministerios y
    departamentos es irregular, inconsistente y con trasfondo
    político. Por ejemplo, la reacción del Congreso de
    EEUU al escándalo de la prisión en Irak es un buen
    ejemplo de ello. Aunque el Congreso y los medios tenían la
    información sobre abusos cometidos desde hace meses, no
    fue sino hasta que se publicaron las fotografías que
    explotó el escándalo. Y como era de esperarse,
    muchos congresistas reaccionaron exigiendo la cabeza del ministro
    de Defensa Rumsfeld antes de que se supieran todos los detalles.
    Así es la política. La vieja Unión
    Soviética es el más claro ejemplo de fracaso
    administrativo. La información era manipulada, lo mismo
    que los incentivos, lo
    cual además de la supresión de malas noticias
    hacía que los líderes políticos se aferraran
    a la falsa ilusión que la economía soviética
    era tres veces más grande. Se trata del mejor ejemplo
    sobre cómo no gobernar. Aquellos gerentes que no dan
    instrucciones claras y precisas a sus subordinados son
    responsables de los fracasos. Al mismo tiempo, es
    imposible saber lo que cada uno de los subordinados está
    haciendo todo el tiempo. Por lo tanto, es indispensable la
    creación de múltiples fuentes de
    información y que los altos ejecutivos se preocupen en
    mantener el flujo de la información acerca de las operaciones bajo
    su responsabilidad. En resumidas cuentas, los humanos se
    equivocan y las organizaciones
    exitosas están diseñadas para detectar esas
    equivocaciones e instrumentar soluciones. La
    alta gerencia no
    puede ser culpada de las equivocaciones de sus subordinados, pero
    sí son responsables de desarrollar sistemas adecuados de
    información para corregir a tiempo los errores
    cometidos.

    1. Actualmente los estados enfrentan retos muy
      exigentes que posiblemente se agudizarán en el futuro
      previsible. Esto es particularmente cierto en América
      Latina, donde los esfuerzos por salir de un siglo de
      reveses exigen innovaciones radicales en las políticas
      que lleguen a establecer nuevas trayectorias en la historia,
      tales como avanzar hacia la integración multiestatal. A fin de que
      los estados intervengan en tales actividades, debe mejorarse
      radicalmente la consideración de opciones de
      políticas forjadoras de condiciones futuras. Esto
      requiere, entre otros, de profesionalismo en el arte de
      gobernar en el sentido de una profunda reflexión
      política sobre las decisiones críticas como
      base para las opciones nacionales. El mejoramiento del
      profesionalismo en el arte de gobernar es apenas una de las
      múltiples reformas que se necesitan urgentemente en
      América Latina, aparte de aquellas que implican
      mejores formas de cristalizar la voluntad política
      democrática, el desarrollo de nuevos cuadros de
      funcionarios públicos, medidas para librarse de la
      corrupción endémica, el avance hacia la
      integración multiestatal ya mencionado y muchas
      más. No obstante, el profesionalismo en el arte de
      gobernar es de especial importancia por cuanto constituye la
      base primordial para decidir sobre otras reformas estatales
      necesarias. Así, junto con otros elementos esenciales,
      tales como una dirigencia ilustrada, la mejora del
      profesionalismo en el arte de gobernar constituye una
      dimensión fundamental para la reforma del estado en
      América Latina. El concepto de
      profesionalismo que subyace en el enfoque propuesto implica
      la capacidad de construir puentes entre el
      conocimiento abstracto y los hechos concretos. El
      profesionalismo entraña una síntesis entre la teoría y la práctica, con
      énfasis en la transformación de la ciencia y
      otras clases de conocimiento sistemático en
      acción. A esta esencia que define al profesionalismo
      en el arte de gobernar deben añadirse cuatro
      características secundarias:
      un código de
      ética
      profesional; una actitud de
      "interés clínico" y de "impasibilidad" en medio
      de la irracionalidad emocional y la feroz lucha por el poder;
      una buena dosis de escepticismo, con una fuerte suspicacia
      por "lo obvio"' y el sentido común que llega hasta la
      iconoclasia; y una búsqueda constante de creatividad. El código de ética
      profesional debe versar sobre las cuestiones de para
      quién trabajar, cuándo dejar hacer y dejar
      pasar, y cómo eludir conflictos
      de interés. Igualmente está el oneroso problema
      de cómo relacionarse con los valores, con posibles
      respuestas que van desde la "promoción" de los valores de quien
      quiera que uno acepte como "jueces de valores
      legítimos", al tiempo que ayudar a estos
      últimos a mejorar su razonamiento de
      valores.

      El profesionalismo en el arte de gobernar requiere
      de impasibilidad en los asuntos altamente emotivos y no
      cimbrearse ante las luchas de poder, de otra manera el
      profesionalismo se corrompe. Esta es una dura exigencia,
      más aún en la cultura
      política de América Latina, pero es esencial.
      Asimismo tenemos el requisito de escepticismo, primero en su
      forma más simple de dudar frente a las soluciones
      "obvias" y el "sentido común", yendo el
      profesionalismo en el arte de gobernar más allá
      de lo que está frente a los ojos, hacia las
      perspectivas contraintuitivas y de sentido no común.
      En un sentido más contundente, las facetas
      escépticas del profesionalismo en el arte de gobernar
      conducen a la iconoclasia, con disposición a "hablar
      la verdad al poder", retornando así a la ética
      profesional. La búsqueda de la creatividad presenta
      algunos problemas.
      La creatividad es más una cuestión de personalidad que de desarrollo de
      conocimientos. Sin embargo, la necesidad de desarrollar e
      inventar nuevas opciones de políticas debido a la
      naturaleza cambiante de muchos espacios y la naturaleza
      inadecuada de gran número de las alternativas ya
      provistas, especialmente en América Latina,
      conjuntamente con el fracaso del "incrementalismo" en la
      mayoría de los campos de acción, hacen de la
      creatividad algo indispensable. Por lo tanto, el
      profesionalismo en el arte de gobernar debe incluir por lo
      menos la búsqueda de la creatividad, en el sentido de
      procurar nuevas opciones de políticas y alentarlas,
      siendo ideales aquellos profesionales creativos. Tal
      énfasis desplaza gran parte de la planificación convencional, ampliamente
      practicada en América Latina, subordinándola a
      la necesidad de desarrollar nuevas opciones de
      políticas de envergadura, como las que se requieren
      urgentemente para emerger de una historia frustrante de
      decepciones y fracasos.

      No habrá desarrollo
      humano sin buena política
      , podríamos
      decir. La mala política no se corrige con la
      ética, sino con la buena política. ¿Para
      qué sirve la ética? nos preguntamos. Más
      allá del núcleo ético compartido que
      todos necesitamos como ciudadanos, cada función social específica
      plantea requerimientos éticos específicos. No
      es la misma ética la que necesitamos como
      políticos, empresarios, profesores, trabajadores,
      padres, religiosos, etcétera. No bastan altos niveles
      éticos generales para producir buenos
      políticos. Para encontrar la ética
      específica que requiere la buena política es
      necesario reconocer la política como un oficio, como
      una función socialmente necesaria, quizás la
      más importante y difícil de todas. Es
      necesario salir del menosprecio idiota de la
      política
      (los griegos consideraban "idiota" al
      que se ausenta de los intereses de la ciudad, no se interesa
      y no participa en la polis
      ) para repolitizar la sociedad,
      reencantarla y poder así reinventar y reformar la
      política, es decir, superar las malas políticas
      que hoy bloquean el desarrollo e ir instalando las buenas
      políticas que el desarrollo humano requiere. Hay que
      redescubrir el oficio de la política en la
      línea iniciada por los grandes pensadores republicanos
      que tanto insistieron en las "virtudes públicas"
      conectadas pero distintas de las virtudes privadas. En todo
      caso, hay que tener presente que el oficio requerido para
      hacer la mala política es muy diferente al oficio
      requerido para la buena política. Las éticas de
      uno y otro también han de ser muy diferentes.
      ¿Qué hace el mal político?. Niega y
      desconoce la realidad, la falsea, presenta falsas imágenes que producen falsas ilusiones,
      temores y esperanzas, manipula _son los vendedores
      acríticos del Consenso de Washington, los que
      proclamaron ya somos una democracia, una economía del
      mercado, un estado social, una administración por
      resultados_. Estos políticos son grandes conservadores
      del estatus quo cultural, político, económico y
      ético. Producen desarrollo aprovechando una coyuntura
      positiva de orden internacional; pero se trata de un
      desarrollo volátil y de pobre calidad
      distributiva. No transforman los patrones de gobernabilidad:
      son hábiles operadores de partidos caudillistas,
      fragmentados y de baja institucionalización; se saben
      manejar en las alcantarillas del financiamiento político, manejan las
      redes clientelares electorales, asignan los empleos
      públicos en una administración
      patrimonializada, gestionan mayorías parlamentarias
      ocasionales y transan con los votos de los legisladores,
      intermedian con el sector privado la producción de leyes y reglamentos, las
      adjudicaciones en licitaciones públicas o en las
      privatizaciones, negocian la concesión
      de beneficios y exenciones. Cuando este tipo de oficio
      prevalece en la política, asistimos a la mala
      gobernabilidad que bloquea el desarrollo. Es este tipo de
      política la que justamente merece el repudio
      cívico y el
      desprestigio hoy generalizado de la política. Pero
      repárese que para hacer bien todo esto hace falta una
      ética: la que se corresponde con las instituciones
      informales en las que opera hábilmente el mal
      político. En efecto, el mal político para
      cumplir bien con su oficio ha de ser confiable. Ha de cumplir
      sus contratos. Ha
      de ser hombre de palabra. Y ha de ser capaz de hacerse
      respetar cuando los otros no cumplan la suya. Ha de ser
      respetable, respetado y temido por todos aquellos con los que
      contrata en la opacidad de las instituciones informales.
      Obviamente, este mal político puede ser una buena
      persona, un
      buen padre, marido, amigo, socio, incluso crear fundaciones y
      cátedras para la ética política. En el
      mejor de los casos aportará a la sociedad estabilidad
      política, cohesión con desigualdad, pero
      será incapaz de producir las transformaciones que
      requiere la conquista de la verdadera democracia y el
      desarrollo humano. ¿Qué es lo que hacen los
      buenos políticos que en parte tenemos y que
      masivamente necesitamos? Primeramente son grandes patriotas,
      pero patriotas que no sólo aman al país que fue
      y es, sino también al que puede y debe ser. No se
      engañan ni engañan con la realidad, pero no
      renuncian a un ideal, tienen un proyecto, una estrategia, forman equipos y tratan de
      proyectar su acción en el tiempo creando partidos
      institucionalizados. En segundo lugar, desarrollan el buen
      juicio político tan diferente del juicio
      científico o experto. Captan las anomalías, las
      amenazas y oportunidades; soportan la presión, crean
      sistemas de
      información, proponen metas creíbles y
      movilizadoras, crean conceptos e imágenes, superan
      bloqueos que previamente parecían insuperables,
      gestionan conflictos, negocian, construyen coaliciones, saben
      lo que en cada momento corresponde hacer y en base a ello
      renuncian a involucrarse en muchas cosas importantes pero
      inoportunas. Para hacer todo esto tienen que contar o pactar
      con quienes manejan la mala política, pero lo hacen
      poniéndolos al servicio
      de la transformación de la propia política y no
      dejándose atrapar en su lógica conservadora. Transformando al
      país, no sólo lo hacen crecer, sino que dejan
      mejores instituciones, mejores prácticas
      políticas, mejores valores, actitudes
      y capacidades. Transformando la política se
      transforman a sí mismos y a la sociedad. ¿O es
      que alguien cree que podremos alguna vez ser desarrollados y
      seguir siendo como somos?.

      Una práctica positiva del ejercicio del poder
      en lo esbozado, comienza por una condición de ser
      pensante. Este será nuestro referente. Es decir, la
      política debe saber pensar. Debe saber pensar en
      serio, mucho, y debe sobre todo pensar "el bien". Debe pensar
      "el bien" y además debe pensarse a sí
      misma.
      Pero una política que se dice pensante de
      suyo es insuficiente. La política no sólo debe
      pensar "algo" (tomar medidas económicas, educativas).
      La política debe pensar en ese "algo" dentro de un
      horizonte ético razonable. Una política sin una
      comprensión y una visión ética es un mal
      negocio para cualquier sociedad. Un pensamiento ético
      que no se plasma en la vida cotidiana tampoco basta. La vida
      ética no solo se piensa sino también y
      fundamentalmente "se vive". Los conceptos éticos son
      comprendidos más plenamente en la experiencia. Es
      practicando la virtud de la justicia
      como llega uno a ser una persona justa, como dice Aristóteles, y es muy probable que sea
      una persona justa quien más comprenda la virtud de la
      justicia, como piensa Sócrates. Pero tampoco basta que la
      política piense. Todos debemos pensar. Los empresarios
      deben pensar. Deben pensar en el capital. Pero deben pensarlo
      dentro de una perspectiva ética (lo correcto). La
      religión debe pensar en la
      salvación del alma. Pero debe pensarla dentro de una
      perspectiva ética (la libertad).
      En el juego
      entre religión y política, se puede dar una
      especie de usura mutua. La política puede escoger a la
      religión más influyente, católica, como
      un ingrediente de su proyecto nacional para utilizarla como
      un elemento de cohesión y reducción de la
      conflictividad ideológica y social. La
      religión, por su parte, también puede aliarse
      al poder político y utilizarlo como un vehículo
      de acción para la conservación de sus
      principios morales, evitando así enfrentar los
      desafíos de la exigencia de maduración de su
      propia conciencia moral. Esta utilización mutua entre
      política y religión es de lo más
      negativa cuando se debe a la carencia total de un discurso
      que apele a una razón ética crítica. En
      fin, esto sucede cuando ni la religión, ni la
      política piensan desde una comprensión propia
      de sí misma y una perspectiva ética general
      razonable.

      Fácilmente comprenderemos que la ética
      necesaria para este oficio es muy exigente. Los dilemas
      éticos que enfrenta el buen político son
      permanentes. En casi todas las decisiones importantes hay
      más de un bien ético en juego y la
      información sobre los costes y beneficios de toda
      decisión nunca es suficientemente precisa (a veces ni
      si quiera está claro lo que conviene ya no al
      país sino al político que decide). Desde luego
      siempre hay un límite por debajo del cual las
      decisiones son éticamente reprobables, pero los
      contornos son borrosos (¿dónde termina la
      política industrial razonable y comienza la
      concesión a las empresas poderosas de privilegios que
      deteriorarán la institucionalidad propia del mercado
      eficiente?). En general, en contextos decisorios
      específicos, casi nunca se impone una sola
      solución como la única éticamente
      correcta. La grandeza de la política reside en que,
      una vez rechazadas las decisiones abiertamente contrarias a
      los intereses generales, hay que optar entre bienes
      públicos igualmente valiosos. En estas decisiones se
      mezclan conocimiento, razón, sensibilidad, valores,
      cálculos, azar. Es el momento egregio de la
      política que no puede ser sustituido por ningún
      manual o
      consultor. El oficio de buen político no se aprende en
      una maestría. Las maestrías enseñan a
      gestionar y a administrar. Los buenos políticos
      siempre son líderes y emprendedores, hacen historia.
      No nacen, se hacen a sí mismos por la
      determinación de ponerse al frente y hacer una
      diferencia positiva. Los buenos políticos se esfuerzan
      siempre, como los grandes artistas y todos los creadores.
      Nunca dirán domino plenamente el oficio. Los buenos
      políticos mueren aprendiendo y para aprender practican
      permanentemente las disciplinas que les ayudan a dominar su
      oficio. Para ello necesitan guías o principios
      éticos y ahí va el primero. Los buenos
      políticos se esfuerzan siempre en el autoconocimiento
      y el autodominio. Sin ello es imposible la autenticidad, la
      integridad. Sin ello no se logra inspirar confianza ni se
      consigue la buena comunicación. Comunicar no es hablar
      bien, ni siquiera expresar buenas cosas, sino conseguir la
      atención y el respeto de
      las audiencias, lo que se hace imposible si la audiencia no
      percibe autenticidad en los mensajes, es decir, si no
      reconoce una coherencia básica entre el mensaje y la
      trayectoria de vida: ¿Conozco mis motivaciones y
      ambiciones últimas? ¿Tengo una medida adecuada
      de mis capacidades? ¿Soy capaz de reconocer y resistir
      las peores tentaciones del poder? ¿Sé encontrar
      los espacios de recogimiento en los que me pregunto
      permanentemente quién soy, qué pretendo, para
      qué estoy en este mundo? ¿Conozco mis modelos
      mentales? ¿Soy capaz de comprender los modelos
      mentales de mis interlocutores y adversarios sin dejar de ser
      fiel a mis propósitos? ¿Soy capaz de resistir
      al oportunismo del cambio? ¿Soy capaz de cambiar
      cuando resulta necesario?.

    2. El ejercicio
      del poder en la construcción del entorno
      ético.

      Mucho se ha hablado y escrito sobre
      corrupción e impunidad desde una lectura
      jurídica, política y psicosocial, pero
      ésto no puede alejarnos de echar un vistazo a lo que
      dice la filosofía política respecto al tema de
      la corrupción, es decir, los estudios de
      filosofía de la práctica, que tratan -para el
      tema que nos ocupa- de aquellas cuestiones que ya
      están -de acuerdo al cariz que toman las cosas del
      manejo político- pasadas de moda, como son la
      ética y la moral; a las que debe agregársele
      -últimamente- la filosofía no en el sentido
      dado irónicamente por Marx (1847)
      para su análisis de los valores, sino en el sentido de
      que los valores no económicos y no transables que han
      dejado de valer. Por ejemplo, el principio ético de
      utilidad
      propuesto por John Stuart Mill (1863) de que "… las
      acciones son justas en la medida que tienden a fomentar la
      felicidad"
      , parece ser un principio que mantiene toda su
      vigencia, aunque con una pequeña particularidad que lo
      convierte en inmoral. Ahora se lo entiende como la felicidad
      de los gobernantes y de los que los rodean
      políticamente. Este principio original fue la regla de
      oro para
      más de un estadista latinoamericano, hasta no hace
      más de medio siglo; sin embargo, el mismo hoy se ha
      tornado en uso común en su segunda acepción, lo
      cual lo hace caer en un estado perverso, a través de
      acciones corruptas que apuntan a la satisfacción de
      necesidades personales y no a felicidad del pueblo que le ha
      sido encargado de gobernar. La democracia es la propia
      sociedad justa en funcionamiento
      , podríamos decir
      de manera general. Ante esta afirmación, el lector se
      encuentra frente a un enunciado que pretende ser
      éticamente neutral, pero que del mismo modo en que
      guarda celosamente la neutralidad del científico,
      tampoco dice algo en concreto
      acerca de las características de la democracia. Me
      atrevo a considerar a este tipo de afirmación como del
      tipo asépticamente científicas. En el tema de
      la corrupción prefiero utilizar el
      lenguaje de la ética y considerar, como lo hace el
      pueblo llano que no tiene veleidades científicas,
      encuadrarlo en la categoría de malo. Este
      último juicio me ubica en una posición -y no
      precisamente intermedia- entre los estudiosos de la ciencia
      política que afirman la necesidad de la investigación "libre de valores", es
      decir objetiva, con respecto a aquéllos otros que
      niegan tal posibilidad. Particularmente estimo que en el
      campo de la investigación política es muy
      difícil, por no decir imposible, estar por afuera o
      por encima de "los valores" o de los juicios morales, salvo
      que el investigador pretenda ser solamente un descriptor de
      hechos, pero aún así me queda la duda de
      porqué se dedicó a describir sobre unos hechos
      y no lo hizo sobre otros, dentro del gran espectro de
      fenómenos políticos que están a su
      alcance. Me parece que esto se debe precisamente a que hay
      una inclinación por favorecer o rechazar cierto y
      determinado estado de cosas, que son aquellas que lo
      inquietan, aunque se reserve para sí -por una
      cuestión de asepsia científica- la
      emisión de juicios valorativos. Es, por tal
      razón, que prefiero ir de frente y confesar
      públicamente que los temas de la corrupción y
      la impunidad con que ésta se asocia, me atraen, debido
      a que los considero perversos y que atentan contra la
      salud
      pública. Vale la pena traer a colación un
      anónimo que deambula por ahí, y que dice
      así: "Las niñas buenas van al Cielo. Las
      malas a todas partes"
      . O como la frase célebre de
      César Coll Carabias cuando fue presidente de
      Guadalajara: "Las personas decentes y con moral no tienen
      por qué estar fuera de su casa después de las
      diez de la noche"
      .

      En todo empleado publico, como ser humano, existe
      una conciencia, una justificación de sus decisiones,
      una identidad
      y una responsabilidad y para conseguir que dichas decisiones
      tengan la máxima integridad moral surgen los
      códigos, como instrumentos de reforzamiento de la
      conducta y
      conciencia colectiva, como reflexión en voz alta para
      ayudar en la decisión. La respuesta no puede ser
      universal y permanente: por el contrario, es individual y
      contingente; y fruto, en última instancia, del
      ejercicio de la virtud Aristotélica de la prudencia, o
      capacidad de conectar los principios generales a la realidad
      concreta. A efecto de facilitar dicha labor de
      elección surgen los denominados códigos de
      conducta, donde deben destacarse los siguientes puntos de
      interés general: 1) El servicio público
      es un patrimonio
      público que exige que los empleados le deban lealtad a
      la Constitución, las leyes y los
      principios éticos, por encima de la ganancia personal.
      2) Los empleados no deben poseer intereses financieros
      que estén en conflicto
      con el desempeño concienzudo de sus deberes.
      3) Los empleados no deben participar en transacciones
      financieras utilizando información del gobierno que no
      es pública, ni permitir el uso impropio de dicha
      información para beneficio de ningún
      interés particular. 4) Salvo cuando se
      produzcan las excepciones razonables que los reglamentos
      disponen, un empleado no debe solicitar ni aceptar regalo
      alguno, ni ningún otro articulo de valor monetario de
      ninguna persona o entidad que busque una acción
      oficial, hacer negocios o
      llevar a cabo actividades reguladas por la agencia del
      empleado; o cuyos intereses puedan ser afectados
      sustancialmente por el desempeño o no desempeño
      de los deberes del empleado. 5) Los empleados deben
      llevar a cabo sus deberes empeñándose por hacer
      un esfuerzo honesto. 6) Sin autorización, los
      empleados no deben hacer compromisos ni promesas de
      ningún tipo dando a entender que comprometen al
      Gobierno. 7) Los empleados no deben usar un cargo
      público para ganancia particular. 8) Los
      empleados deben actuar imparcialmente y no dar tratamiento
      preferencial a ninguna organización privada o individuo
      alguno. 9) Los empleados deben proteger y conservar la
      propiedad
      federal, y no deben usarla para actividades que no sean las
      autorizadas. 10) Los empleados no deben llevar a cabo
      trabajos o actividades fuera de su empleo,
      incluso buscar o negociar empleos que estén en
      conflicto con sus deberes y responsabilidades
      gubernamentales. 11) Los empleados deben denunciar a
      las autoridades correspondientes cualquier despilfarro,
      fraude, abuso y corrupción. 12) Los empleados
      deben cumplir de buena fe sus obligaciones financieras justas, especialmente
      las que la ley les impone, como impuestos federales,
      estatales o locales. 13) Los empleados deben cumplir
      todas las leyes y reglamentos que ofrecen igualdad
      de oportunidades a todos los ciudadanos estadounidenses, sea
      cual fuere su raza, color,
      religión, sexo,
      origen nacional, edad o discapacidad, y 14) Los empleados deben
      esforzarse por evitar cualquiera acciones que den la
      apariencia de que están violando las leyes o las
      normas de ética que se estipulan en esta orden. En
      paralelo, debemos atender la dinámica organizacional y de esta forma
      considerar los efectos de la estructura, de los procesos y
      del personal; redondeada de esta forma el proceso estaremos
      en condiciones de garantizar la eficiencia y
      la eficacia en
      la función publica, complementada por la
      garantía de la transparencia publica. Tal parece ser
      un efecto de calculo, por que bien podríamos definir
      T= -D+R+SA+CO+RC; es decir, transparencia es igual
      a menor discrecionalidad, mayor responsabilidad, mayor
      simplificación administrativa, mayor cumplimiento de
      objetivos
      y mayor rendición de cuentas
      , donde la calidad en
      el trabajo debe ser producto
      de un intenso proceso formativo y de lealtad en la
      organizaciones y para tal efecto la tarea de formación
      y desarrollo debe ser amplio en las instituciones de forma
      que el empleado se mantenga en un proceso formativo
      permanente y así constituir un sistema real de
      profesionalismo por que cada puesto debe tener su propio
      esquema de formación curricular. Son los tiempos
      actuales en que se hace necesario el reforzamiento de los
      valores: Ser honesto, íntegro e imparcial son virtudes
      básicas para el ejercicio del poder, pero hoy se
      necesita que los hombres públicos sepan manejarse en
      supuestos de complejidad creciente y que sepan interpretar
      las responsabilidades que llevan aparejadas los constantes y
      acelerados cambios sociales y políticos. Hoy
      más que nunca, se hace necesaria una mayor
      sensibilidad hacia los derechos
      humanos, un mayor respeto a las minorías y una
      mayor operatividad del concepto de la dignidad de la
      persona.

    3. La urgencia de
      una nueva Ética para la Política del Siglo
      XXI.
    4. ¿Debemos
      considerar a la ética como mero sistema
      normativo?.

    Reverenciemos y experimentemos lo dicho. Hoy día
    coexistimos con dos sistemas normativos: uno que se supone que se
    aplica y que las élites alaban de la boca para afuera
    (normas míticas) y otro muy distinto que es el que se
    aplica en la realidad (código práctico). Los
    ciudadanos, funcionarios públicos o no, que actúan
    amparados por el código práctico saben que
    están violando las normas míticas y, por lo tanto,
    deben actuar discretamente. Quienes actúan de acuerdo a
    las normas míticas se encuadran en la ética
    principista (o de la intención) mientras los que orientan
    su conducta en función de los códigos
    prácticos adoptan la ética utilitarista (o de la
    responsabilidad). La primera enseña que los actos son
    buenos o malos según la intención, más
    allá de los resultados y la única cosa buena es la
    buena voluntad, mientras la ética utilitarista, dice que
    el resultado es lo más importante sin detenerse en
    consideraciones valorativas. En nuestras actuales sociedades la
    "ética del deber" entra en crisis frente
    al advenimiento de la "ética utilitarista" para dar origen
    al "posmoralismo light". Por ello es muy peligroso para la
    sociedad que desde posiciones de poder se proponga transformar
    las normas míticas en reglas prácticas. La
    organización del sistema judicial de cada país
    tiene mucha vinculación con la distancia entre los
    sistemas míticos y los códigos prácticos.
    Así en el modelo anglosajón las reglas se crean de
    acuerdo con las costumbres de la comunidad, y cuando los
    ciudadanos juzgan las violaciones, se produce un acercamiento muy
    estrecho entre normas míticas y reglas prácticas.
    En este modelo no se promulga la ley que no puede ser cumplida.
    En cambio, en nuestro modelo judicial, el estudio de la ley
    implica el conocimiento de su historia, una interpretación gramatical, un
    análisis lógico, su armonía con otras
    normas, pero cuando los jueces actúan, no se toma en
    cuenta la forma en que la sociedad utiliza esas reglas. Existe un
    importante ingrediente cultural que debilita al Estado: la
    lejanía de ley donde el estado comienza a debilitarse al
    no poder hacer efectivo lo que exige a través de sus
    leyes. En nuestra época hay una ideología no explicitada que se esconde
    detrás de la supuesta objetividad de las leyes del
    mercado. Su resultado es el miedo que se transforma, en muchas
    oportunidades, en cinismo y que se describe como la doble moral
    de la cultura que no oculta los ensueños revolucionarios,
    no por miedo, sino por vergüenza. La vergüenza de haber
    SIDA y el
    dolor de ya no ser. La vergüenza del eunuco que se siente
    castrado por una economía de mercado que lo ha degradado
    de ciudadano a consumidor, de
    consumidor a contribuyente. No quiero caer en esa
    degradación de ser un consumidor de neutralidad y tampoco
    llegar a ser un contribuyente de la misma. Es por eso que
    utilizaré de lo que se acostumbra en textos serios y donde
    escriben colegas científicamente rigurosos, a llamar a
    tales procesos vergonzantes que agobian a nuestra región
    latinoamericana y el caribe, con todos los adjetivos
    calificativos1 desdeñosos y agraviantes a los actos de
    corrupción e impunidad que están lastimando y
    desgarrando los pueblos. Es cierto, me anticipo a las
    críticas que van a llegar, acerca que me involucro
    demasiado afectivamente con el objeto de estudio. Y
    tendrán razón, pero no encuentro otra forma que
    llamar a las cosas que no sea por su nombre, que hasta hoy son
    palabras, sumadas a algunos hechos confusos y difusos de
    rebeldía, pero que llegará la hora en que truene el
    escarmiento y los culpables de tanta infamia tendrán que
    pagar con la cárcel y en efectivo lo que nos han estado
    robando. Si bien es cierto los principios de la ética
    política están sujetos a los vaivenes de la
    historia social, económica y política de cada
    pueblo en particular, y al respecto, no pueden establecerse tales
    principios como verdades únicas y valederas para todos los
    sistemas políticos en cualquier tiempo y lugar, entiendo
    que se puede rescatar un principio que en la actualidad puede ser
    utilizado como un universal categórico, cuando se trata de
    estos temas. Es el que marcó John Locke
    (1698) cuando escribió hace más de tres siglos:
    "Quienquiera que tenga el poder
    legislativo o supremo de cualquier comunidad está
    obligado a gobernar ciñéndose a las leyes vigentes,
    promulgadas y conocidas y no por medio de decretos
    extemporáneos… y todo esto debe estar dirigido
    únicamente a los fines de la paz, la seguridad y el
    bien público"
    . Esta pequeña oferta de
    salubridad gubernamental no es exclusivamente
    deontológica, en el sentido de adscribir a lo que ya
    está escrito en el Derecho Positivo,
    sino que también es teleológica, en cuanto apunta
    al fin de la moralidad del
    quehacer político. El propio Locke agregaba, más
    adelante, que "El fin del gobierno es el bien de la
    humanidad"
    . Con esta afirmación ya se está
    saliendo del ámbito restringido de una Nación/Estado, para entrar en el campo de
    lo universal; entiendo que esta sentencia de Locke, leída
    en el hoy, más que nunca, debe ser tenida en cuenta cuando
    se está frente a acciones políticas que apuntan a
    la destrucción ecológica, como así
    también a la de la propia humanidad que ocupa un lugar en
    el amplio nicho ecológico que nos cobija a todos por
    igual.

    Al hablar de ética política o de
    filosofía de la práctica, necesariamente
    incursionamos por los caminos de la axiología: el valor, los valores, llevan
    consigo una suerte de exigencia, de imperativo categórico
    que apunta al centro de lo que está bien y de lo que
    está mal. No siempre, ni hay necesariedad de que
    así sea, el orden de lo estrictamente legal -leído
    desde el Derecho Positivo- tiene porqué coincidir con lo
    que moralmente es juzgado como correcto o incorrecto. Legalmente
    no está mal, pero moralmente tampoco está bien, y
    así lo ha entendido el pueblo -cuya representación
    ha sido asumida por el periodismo-
    que, en su momento ha condenado tal situación injuriante
    para el sentido republicano. En el caso de la corrupción
    nos encontramos no solamente frente a un tema tan antiguo que
    existe desde la época de la institucionalización
    del poder, sino que creo prudente enfocarlo desde el punto de
    vista de Max Weber
    (1929), cuando habla de la ética de la responsabilidad. No
    he de dedicar espacio a lo que se podría llamar la
    lógica política en cuanto hace a las decisiones que
    el estadista debe tomar frente a estos resultados que podamos
    ofrecer. En todo caso nos interesa hacer una contribución
    intelectual sobre cuanto las ciencias
    sociales pueden hacer en favor de la acción moralmente
    responsable en el ámbito político. Como ya lo he
    comentado, si bien es cierto desde el positivismo se
    ha pretendido por largo tiempo hacer aparecer a la ciencia -y
    particularmente la del quehacer social- como éticamente
    exenta de valores, sin embargo no solamente discrepo en general
    de ese enfoque disociador, sino que en este caso especial de la
    corrupción, lo rechazo con mayor énfasis, debido al
    alto contenido de enfermedad que genera sobre la salud social que el mismo
    implica. Si bien es cierto siempre en ciencias
    sociales se trabaja con significados de la realidad que deben ser
    interpretados, y que tal interpretación necesariamente se
    hace desde algún lugar, desde algún discurso en el
    que el intérprete se ubica con sus particulares y
    especiales características. Estas pueden ser el sistema de
    valores, las particularidades socio históricas, las
    representaciones sociales e individuales que lo atraviesan,
    etcétera, por lo cual entiendo que pese a mis
    propósitos por hacer buena letra no se me escapa que voy a
    plasmar las interpretaciones con mi particular óptica
    subjetiva de valorar un hecho social como la corrupción,
    que desde ya considero no saludable para la trama social de una
    comunidad.

    CONSTRUYENDO
    CONSENSOS ÉTICOS EN LA ADMINISTRACIÓN
    PÚBLICA.

    ¿Debe renunciar el presidente de la
    república si los funcionarios del gobierno no hacen bien
    su trabajo?. La mayoría pensará que no. Sin
    embargo, ¿cuándo debe responsabilizarse a los altos
    ejecutivos y directores de una empresa por
    las malas acciones de sus subordinados?. Hoy día la mayor
    parte de las administraciones públicas son hoy en
    día capaces de controlar ciertos aspectos de su entorno,
    con frecuencia crean y manipulan su propia clientela, tienen
    aliados y enemigos, pactan con los grupos de
    interés, se atreven en ocasiones a desarrollar presiones
    políticas sobre gobernantes y legisladores, mantienen
    accesos privilegiados a la prensa e incluso
    sus propios periodistas a sueldo, etcétera. Los distintos
    sectores sociales cuentan con ellas de una forma u otra, y todo
    el mundo tiene expectativas compartidas respecto de sus modos de
    comportamiento, más o menos establecidos (y no sólo
    jurídicamente regulados); de suerte que la perspectiva de
    su eventual reforma o ausencia de reforma, moviliza un gran
    volumen de
    intereses: internos (de la organización) y externos
    (propios de su clientela). Por otra parte, esas grandes
    organizaciones públicas
    <<institucionalizadas>> tienden por su propia
    naturaleza a sufrir una cierta inercia, conservadurismo y
    rigidez, apareciendo con frecuencia como lentas y rutinarias, y
    por ello mismo, como necesitadas de reforma –y a la vez-
    difícilmente reformables. Se diría que con los
    anteriores argumentos se está incurriendo en una cierta
    reificación de esas administraciones para el bienestar.
    Nada más lejos de nuestro propósito, ya que, pese a
    su indudable proceso de institucionalización, están
    dirigidas por políticos y servidas por funcionarios que en
    su actuación responden a propósitos definidos e
    identificables. Es notorio que los altos cargos de nombramiento
    político no siempre se sienten cómodos con sus
    subordinados profesionales, no tanto por suponerlos
    políticamente desleales (esto es, afines a un partido
    diferente del que está en el Gobierno, o en casos de
    coalición, a aquel al que pertenece el <<alto
    cargo>>), sino más bien por suponerlos vinculados a
    unas tradiciones de la casa que pueden ir desde meros modos de
    actuar, pasando por intereses profesionales de los propios
    funcionarios, hasta intereses de las <<clientelas>>
    del ramo de que se trate, que pueden dificultar la gestión
    del alto cargo o el logro de los objetivos propuestos.

    Hay que tener en cuenta que si el papel
    desempeñado por los altos funcionarios ha consistido
    alguna vez en la mera ejecución instrumental de las
    medidas decididas por los políticos, no sucede así
    en las extremadamente complejas administraciones actuales.
    Pensemos, por ejemplo, en que difícilmente tales medidas
    pueden ser decididas en todos sus detalles técnicos por
    los órganos políticos que dirigen las
    administraciones públicas, ni siquiera con la eventual
    asistencia de sus cuerpos de asesores, constituidos por personas
    que no precisan tener la condición de funcionarios de
    carrera, y sí la confianza profesional y política
    del alto cargo de que se trate, de suerte que el propio diseño
    e instrumentación de las medidas o
    políticas, implica normalmente una cuota más o
    menos grande de discrecionalidad encomendada a los funcionarios,
    que éstos ejercen en su condición de expertos. De
    hecho, y cuando los objetivos políticamente fijados son
    muy generales o relativamente poco concretos, la
    colaboración y asistencia de los funcionarios
    profesionales, incluso en la selección
    y fijación de las políticas, resulta
    imprescindible. Si a esto se añade que con frecuencia los
    objetivos de la acción pública no pueden
    modificarse de un día para otro, y que buena parte de las
    medidas requieren períodos de tiempo relativamente largos
    para su ejecución, no es de extrañar que a veces
    los políticos nombrados para un cargo tengan una
    sensación de impotencia frente a un ámbito de
    actuación en el que todo puede parecer decidido y,
    más aún, en el que todo parece estar en manos de
    los funcionarios de <<la casa>>. Para una
    civilización que deposita su confianza en el conocimiento
    de estas reglas, es desalentador darse cuenta que éstas no
    son más que letra muerta y que es necesario aprender un
    conjunto de principios y prácticas totalmente diferentes
    para obtener resultados deseables.
    Y es que frente a un caso
    de corrupción nos exaltamos y exigimos el castigo previsto
    por las normas míticas, sin advertir que para reducir la
    distancia que existe con los códigos prácticos hay
    que encontrar las razones y las claves de estos últimos o,
    llegado el caso, quitar el carácter clandestino de los
    códigos prácticos y aceptarlos abiertamente como
    parte del sistema mítico. Es importante que al funcionario
    público se lo investigue, y aún castigue si
    corresponde, cuando tiene el poder. Por ejemplo, en Argentina, el
    gobierno que llega al poder indaga al que se fue. Este
    hábito encuentra su antecedente en una figura del antiguo
    derecho español,
    el juicio de residencia, el cual sería conveniente
    instaurar en México nuevamente: cuando un Virrey
    finalizaba su mandato se le investigaba y podía ser
    encarcelado. Resulta imperativo que nuestras instituciones
    democráticas mejoren su funcionamiento a través del
    control y la participación ciudadana. En tal sentido, es
    importante tomar como ejemplo la democracia de los Estados Unidos
    en los casos Watergate y Lockheed. Pero también es
    importante no perder de vista cómo se desarrolló la
    historia del sistema político norteamericano: en su
    nacimiento independiente, los Estados Unidos eran un país
    económicamente subdesarrollado en relación con
    Inglaterra. Su
    prioridad, sin embargo, fue establecer una Constitución y
    cumplirla. Si bien esta no fue una decisión eminentemente
    económica, la seguridad institucional resultante
    generó el clima dentro del
    cual se generaría el desarrollo
    económico. Estos ejemplos sirven a Latinoamérica en tanto y en cuanto no se
    pierda de vista las particularidades históricas, sociales,
    políticas y económicas de nuestros
    países.

    Dejando de lado la tentación de transpolar
    automáticamente experiencias de otros países en el
    control y combate a la corrupción, es preferible intentar
    el diálogo de
    saberes y culturas, que ocurre cuando un pueblo jerarquiza al
    desarrollo económico por sobre otros intereses, acude a
    cualquier medio para lograrlo perdiendo credibilidad frente a
    aquellos otros países que podrían contribuir con su
    capital a su desarrollo. En una sociedad donde todo el mundo se
    preocupa excesivamente por el bienestar económico
    inmediato, nadie piensa en el conjunto ni en el largo plazo, de
    esta manera se obtiene como resultado lo que nadie desea: el
    fracaso económico de la sociedad como un todo, y es que la
    reputación de las instituciones republicanas depende no
    sólo de la aplicación objetiva de las leyes, sino
    de la conducta de los funcionarios y empleados públicos.
    Esta debe sustentarse en forma permanente en los principios
    éticos y morales en los que se basa la vocación de
    servicio para salvaguardar y evitar contrariar el interés
    público cuya protección, promoción y defensa
    les ha sido asignadas. No se trata de la protección en
    forma exclusiva del erario público, sino fundamentalmente
    de la confianza pública, de la seriedad y rectitud en el
    ejercicio o la realización de acciones en el marco de los
    deberes y responsabilidades del estado. Debe hacerse realidad el
    aforismo de Hegel: El
    Estado es la realidad de la idea moral.
    No basta con que el
    funcionario público cumpla con la ley, es necesario que
    dé cuenta a la sociedad de sus actos, aún en el
    caso de que esta no lo exija. Además del concepto de
    legalidad, hoy
    se impone un neologismo: accountability, como nota
    esencial en el ejercicio de la función publica. La idea de
    imparcialidad en la gestión de los asuntos públicos
    implica, no sólo la apoliticidad de las decisiones
    administrativas, sino también se sustenta en la idea del
    imperativo moral en sentido kantiano. Ya lo dijo Montesquieu:
    "La democracia se convierte en el peor de los regímenes
    si carece de lo que es probablemente su requisito básico:
    la virtud"
    . "No solamente se debe tratar de que los
    hombres sean buenos, sino de evitar que sean malos. Pero hoy es
    necesario ir más allá: el funcionario
    público es un agente moral, en virtud de que ejerce una
    actividad de manera permanente adscrita a órganos cuya
    finalidad es satisfacer las necesidades públicas. Este
    desempeño implica aspectos vocacionales, dominio de
    técnicas, desarrollo de conocimientos y
    formación de actitudes, todas en función del
    servicio público definido por el bien común".

    La preocupación contemporánea por la
    cuestión ética no debe considerarse como meramente
    filosófica. El vacío ético en los gobiernos
    o en sus funcionarios se refleja en sus decisiones, en las
    políticas públicas. Ocurre cuando ellos eligen
    pensando en los beneficios de los grupos de interés, no en
    la población. La falta de ética no es
    una cuestión declarativa, sino que se manifiesta por una
    desviación de recursos
    públicos que es injusta y aumenta la desigualdad en la
    sociedad civil. Siguiendo las enseñanzas de Max Weber: "El
    dilema consiste en que no hay ética en el mundo que pueda
    sustraerse al hecho que, para lograr fines buenos, deba
    recurrirse a medios moralmente dudosos"
    . En este tenor,
    resulta importante resaltar que la insuficiencia de recursos
    públicos para atender todos los deseos y expectativas
    confiados por la sociedad al Estado en la búsqueda de
    eficiencia, nace atendiendo a la substitución del Estado
    gestor por el Estado orientador de las actividades vinculadas a
    concretizar el interés general; fruto del principio de
    subsidiariedad, la regulación representa la disciplina
    jurídica de actividad económica privada en
    segmentos relevantes para el desarrollo social. Con este enfoque,
    la democracia se puede interpretar como un método para
    llegar a decisiones públicas, adoptadas por
    políticos sometidos al control y al escrutinio de la
    sociedad, lo que impide que la capacidad de coacción del
    Estado sea excesiva, donde la delegación del poder de
    decisión del ciudadano al político ha de realizarse
    libremente, con información y debate
    público de los asuntos a decidir, de forma que las
    políticas concuerden con los deseos mayoritarios. Por
    tanto, control, información y debate forman parte esencial
    del método democrático de decisión,
    insistiéndose desde todas las posiciones
    ideológicas, en la necesidad de llevar a cabo cambios
    más o menos profundos en las administraciones
    públicas, de suerte que los ciudadanos reciban mejores
    servicios y
    vean bien utilizados sus impuestos y que los gobernantes puedan
    encontrar en ellas el instrumento para llevar a cabo sus
    programas. La razón de tal situación radica en que
    actualmente hay más necesidades y demandas de
    actuación pública que nunca, y a la vez más
    dificultades para intervenir derivadas de la
    complejidad que ha llegado a adquirir la tarea de
    administrar.

    COROLARIO.

    Si bien la voluntad de hacer el bien no se impone, es
    preciso tener proyectos al
    respecto, ámbitos de discusión, de reflexión
    y de capacitación.
    Por lo tanto es un
    componente de la reconstrucción del aparato estatal, en el
    sentido de fortalecer la democracia. La ética no es un
    tema negociable, cualesquiera sean las orientaciones de
    política. Porque los valores sociales atraviesan las
    decisiones públicas. La ética no es un proyecto
    aislado, sino la base sobre la cual adquieren sentido la
    gestión y las políticas públicas. Actuar
    según estos valores, hace posible la convivencia, pero no
    de cualquier manera, sino sobre la base de la equidad, la
    libertad, la solidaridad, la justicia, la dignidad del trabajo.
    En el caso de la función pública, existen
    además algunas condiciones propias de su ámbito: el
    compromiso con el bien común, la relación con el
    poder político, la posibilidad de decidir o de regular
    actividades sobre toda la sociedad, el peso y legitimidad de la
    autoridad
    pública. Comprensión requieren los valores
    éticos para denotar que esto no es solamente el efecto de
    los discursos y
    los programas. Fundamentalmente debemos reinventar o reaplicar
    los postulados de la ética para definir los diversos roles
    en la sociedad y en la política. No es factible que por
    la degradación de la imagen de corrupción que los
    gobiernos han cobrado, sea permisible la actuación bajo la
    premisa viciosa de que todo servidor
    público es corrupto hasta que demuestre lo contrario. Es
    función del propio Estado rescatar la dignidad de sus
    agentes representativos y reconstituir el concepto de la
    confianza en el Estado.
    La consideración del buen
    gobierno la sustenta el proceso de interacción entre el sistema público
    y la sociedad, es la actuación de buena voluntad del
    servidor publico en la acción cotidiana, con la
    posición dispuesta de servicio a la comunidad; en la
    contraparte es la sociedad en la función revitalizada de
    exigencia y satisfacción de sus demandas. El marketing
    estratégico debe ser utilizado a fin de rescatar la imagen
    de la función publica, sustentado en un funcionamiento
    envuelto en las premisas de la calidad en el
    servicio. El propio servidor público debe tener no
    solamente un endeble marco jurídico que le proteja, se
    debe partir de la concepción jurídica de que nadie
    es culpable hasta que se le demuestra la responsabilidad en los
    hechos imputados. Los círculos viciosos que se generan son
    incontenibles al iniciar un proceso público de
    linchamiento sin ser debidamente sustentado el pecado, esto
    vinculado con el proceso de la política y de la lucha por
    el poder lleva a tener consecuencias en las cuales nadie sale
    bien librado. Los agentes públicos son linchados, la
    sociedad se convierte en acusador y en juez y la mano
    mediática acelerando los linchamientos. Hasta dónde
    cobrar políticamente la sangre y de esta
    forma justificar los yerros de la política. La sociedad
    debe anteponer los valores
    humanos y ubicar las responsabilidades en tiempo y forma para
    cada uno de los actores, ni la sociedad es juez ni los servidores
    públicos por el hecho de serlo son culpables.

    A mi punto de vista, existen tres conceptos para evaluar
    la conducta de los agentes públicos y calificar el
    funcionamiento del aparato estatal, a saber: el vació
    ético, la dualidad ética y la ética de
    mínima. El primer caso lo asumen quienes deciden no
    responder por sus actos, hay impunidad.
    En este vació
    no hay pensamiento social ni compromiso, sólo existen los
    hechos en el marco del duro poder. En la dualidad Ética
    prevalece la hipocresía o falsedad ideológicas; se
    predica una idea, a la vez que se ignora o se contradice en la
    práctica.
    Es el doble discurso que se ajusta de
    acuerdo a las circunstancias. En la ética mínima
    o de los mínimos significa la actuación
    estrictamente necesaria para cumplir la tarea, que es de
    carácter reactiva.
    No es la observancia del deber ser
    es hacer lo que estrictamente se puede. Decir que las intenciones
    morales han decaído no significa nada: a decir verdad, en
    el mismo momento en que el apostolado del deber esta caduco, se
    esta asistiendo a una reactualizacion general de la
    preocupación ética, a una reviviscencia de las
    problemáticas y terapéuticas morales. Las grandes
    proclamas moralistas se borran, la ética resurge, la
    religión de la obligación se vacía mas que
    nunca de su esencia, el suplemento del alma esta a la orden del
    día: El siglo XXI será ético o no
    será. Ante este planteamiento el resurgimiento de los
    valores del hombre es causa obligada para atender los compromisos
    sociales y la correspondiente actividad social para enfrentar los
    males endémicos que flagelan al hombre mismo, debemos
    superar conceptos tradicionales para actuar producto de la
    preocupación general estratégica. Debemos convocar
    a la moralización del liderazgo y
    los negocios y a ello debemos sumar la propia política y
    por supuesto a la sociedad. La función del Estado es vital
    para la actuación corresponsable en la
    reconstrucción de los modelos de gestión que
    procuran el beneficio de la sociedad. Debemos también
    abandonar los modelos neoliberales que sólo procuran el
    efecto de la economía por ella misma. Las actuaciones que
    solo consideran la salud financiera como el objetivo, a
    cualquier costo, deben ser ubicadas en su margen de legalidad
    pero de inmoralidad e ilegitimidad; se debe rebasar este concepto
    utilitario que se pretende dar a la función
    pública. La tarea de la revalorización es
    prioritaria a fin de reconstituir los principios en los procesos
    de la gestión pública; para tal efecto, la primera
    decisión es la voluntad política, la segunda es el
    fortalecimiento de la transparencia de lo público, la
    tercera sería el diseño de los códigos de
    conducta, la cuarta es el establecimiento de los límites
    de la confidencialidad o discrecionalidad de la
    información pública y la responsabilidad que esto
    implica. En ejercicio a estas acciones, es necesaria la
    complementación con el equilibrio de
    poderes, donde el legislativo se convierte en un coadyuvante de
    la transparencia y en la mejor voz de equilibrio. Es el
    legislativo quien debe propiciar un manejo eficiente de la
    rendición de cuentas; en tal virtud la revisión de
    los controles tendrá un equilibrio lejano de los
    parcelamientos o de las tendencias provocadas por la lucha de
    poder. Es el equilibrio de poderes la mejor mecánica para contar con revisores
    profesionales de las partes y contrapartes, es este equilibrio la
    garantía a la ciudadanía para la vigilancia y
    aplicación de los valores éticos. Son los
    códigos de ética los valores referenciales
    convenidos para el funcionamiento dentro de las instituciones
    publica, de esta forma estaremos regulando el actuar del servidor
    publico a ciencia y conciencia. Este elemento ayuda a la
    reflexión y guía de la conducta y ayuda a la
    manifestación de lo correcto o no en el desempeño
    de un cargo, permite la vinculación directa con la
    información indicativa o normativa y en su caso con el
    efecto sancionable. Debe ser el código ético un
    elemento eminentemente reflexivo y en su caso complementado con
    los documentos
    normativos y jurídicos que al limitar también
    definen la sanción. El compromiso con la ciudadanía
    debe ser una divisa en la función publica, la
    atención de las prioridades sociales la
    preocupación permanente; la vocación publica debe
    ser refrendada para realmente enaltecer el servicio publico y de
    esta manera sentar las bases para la profesionalización de la función
    publica con un claro concepto de los valores, de la lealtad
    institucional, de la responsabilidad profesional y la dignidad de
    la persona. La precaución a la doble moral debe
    prevalecer, el énfasis en la transparencia se debe
    reforzar y esto solo lo obtendremos con los documentos producto
    de los pactos institucionales, que originan refuerzos a la
    moralidad, transparencia y lealtad institucional. Debe existir un
    compromiso serio de parte de los gobiernos para implementar una
    convención nacional para combatir y prevenir la
    corrupción, tomando en consideración el documento
    elaborado por la Organización de las Naciones Unidas,
    especialmente las medidas para luchar contra el flujo de activos
    robados por élites corruptas hacia las cuentas bancarias
    en el extranjeros. En este sentido, debe enfatizarse el
    compromiso entre las instituciones financieras nacionales e
    internacionales y los gobiernos, para comprometerse, con voluntad
    política en su lucha contra la corrupción. Para
    asegurar de que esta voluntad sea posible, debe insistirse en la
    realización de monitoreos adecuados por parte de la
    sociedad civil respecto al buen gobierno, con base en los
    siguientes estándares implementados por Transparency
    International:

    1. Las donaciones a partidos
      políticos, candidatos y funcionarios electos no
      deben ser un medio para obtener favores personales o
      políticos. Los partidos y los candidatos deben practicar
      la transparencia. Los gobiernos deben implementar una adecuada
      legislación sobre el conflicto de intereses.
    2. Los partidos políticos, candidatos y
      políticos deben dar a conocer sus recursos, ingresos y
      gastos a un organismo independiente. Esta información
      debe ser presentada anualmente, y también antes y
      después de las elecciones.
    3. Las organizaciones públicas de control deben
      supervisar efectivamente la observancia de las leyes y las
      medidas regulatorias. Para cumplir este objetivo, deben estar
      dotados de recursos necesarios, facultades, independencia y poderes para investigar. Junto a
      cortes independientes, deben asegurar que los delincuentes sean
      responsabilizados y debidamente sancionados.
    4. Se debe prestar especial atención a los
      beneficios del financiamiento estatal de los partidos y
      candidatos y al estímulo de la participación de
      los ciudadanos a través de pequeñas donaciones y
      cuotas sociales. También se debe prestar atención
      en limitar los apoyos de corporaciones y del extranjero,
      así como a las donaciones individuales muy
      abultadas.
    5. Los candidatos y partidos deben tener un acceso
      equitativo a los medios de comunicación. Se deben
      establecer, aplicar y mantener criterios para alcanzar una
      cobertura mediática equilibrada e integridad de los
      medios. Estos deben jugar un papel independiente y
      crítico, tanto durante las elecciones como en el proceso
      político más amplio.
    6. La sociedad civil debe participar activamente en
      promover la legislación adecuada en el terreno del
      financiamiento político y en el control de las finanzas
      públicas y su impacto sobre la representación
      política.

    HERNÁNDEZ RAMÍREZ,
    José Luis

    ©2004

    Estudiante de Derecho en la División de Estudios
    Jurídicos de la Universidad de
    Guadalajara. Adscrito a la Coordinación General Académica de la
    misma Institución.

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